CAPÍTULO XII • La ciudad perdida •


Z E F E R

Desde que Giorgio se fue a Velmont había experimentado una sensación de paz inigualable, como nunca en la vida. En definitiva, este mes estaba siendo el más gratificante que he tenido durante toda mi vida.

Jaft se la pasaba enfrascado en asuntos de la nación, se levantaba temprano y terminaba muy entrada la noche. Eleonor no se me había acercado después de esa conversación que tuvimos, para cuando yo regresaba de la aldea ella ya se encontraba durmiendo.

Sin embargo, había algo que me aquejaba. Por alguna extraña razón, desde que la humana enfermó ese día, no había dejado de pensar en el nombre del sujeto ese. Había cierta opresión dentro de mi pecho que me hacía creer que estaba enfermo.

Mi apetito había cambiado, no sentía deseos de comer, y me estaba costando dormir sabiendo que ella se encontraba en la cama de junto. Inmediatamente fui a ver al doctor de mi familia, pero luego de que me revisara a fondo y me dijera que me encontraba en perfectas condiciones, deseché la idea.

Busqué acercarme a ella, ni siquiera sé porque lo hice, simplemente actué por inercia, pero ni bien me veía a medio metro suyo prácticamente corría en dirección contraria y se encerraba en la biblioteca, y esta situación se repetía cada vez que nos cruzábamos. La única forma de observarla sin que se diera cuenta era cuando la espiaba desde el árbol del jardín que daba en dirección a la biblioteca.

Su desplante me hacía sentirme molesto. La había ayudado de forma completamente desinteresada, y ni así me dio las gracias. Me evadía como si tuviera algún tipo de enfermedad.

—Debes estar demente —me dije una vez que me di cuenta frente a donde me encontraba.

De un momento a otro había llegado a la biblioteca, ni siquiera sé cómo pasó, para cuando me di cuenta ya me encontraba aquí. Y sabía que ella estaba del otro lado, mi sentido del olfato me lo había anticipado.

Sujeté el picaporte de la puerta, pero no fui capaz de abrirla; alejé mis dedos y volví a colocar los puños a cada lado de mi cuerpo.

Escuché como algunos libros cayeron dentro, y fue en ese momento que entré pensando que se había desmayado o algo. Ella, al escuchar como la puerta se abrió, volteó a observarme, sus manos se encontraban resguardando su cabeza, y en el suelo, pude ver desparramado un tomo pesado de historia y otros libros más pequeños alrededor.

Me acerqué en silencio, ella no dejaba de observarme; levanté los libros del suelo y analicé los títulos que tenía escritos al frente. Eran los libros que a mí más me gustaban, estos relataban batallas épicas que ocurrieron en la rama Wolfgang luego de la tercera guerra mundial de los humanos.

—Toma —le dije, y ella bajó lentamente los peldaños de la escalera diminuta de madera.

Su espalda se encontraba erguida y sus músculos tensos. Recordé la sensación de su piel desnuda contra mi cuerpo y me estremecí, me vi obligado a desviar la mirada hacia otro lado, y luego opté por colocar los libros sobre la mesa.

—¿No vas a responder? —le pregunté, y ella elevó los ojos con inquietud.

No planeaba sonar demasiado rudo, pero mi voz salió de forma severa por inercia. Pude percatarme como ella comenzó a temblar ligeramente. Sus grandes ojos color rojizos me observaron y sentí algo muy dentro mío, aquella sensación particular no la había sentido hasta ahora, era como un hormigueo que surgía desde mis piernas y se instalaba en mi estómago.

—Estaba... buscando esos libros. Lo siento, no fue mi intención tirarlos, es solo que una araña se puso en mi mano y... me asustó —sus dedos se entrelazaron y los posicionó al frente de sus piernas, ella se tambaleaba de adelante hacia atrás ligeramente—. Espero no haberlo ofendido con eso.

—Interesante —exclamé, y ella volvió a mirarme—. ¿Sabes leer? —le pregunté con un deje de diversión. Me resultaba increíble que ella supiera hacerlo, era humana y sobre todo, mujer.

—Si sé leer, mi señor —capté un ligero temblor en su voz. Algo que siempre que pasaba cuando se encontraba bajo mi presencia.—. Mi madre... me enseñó cuando era pequeña.

—Ya veo —al acércame un poco más, ella apegó el mentón a su pecho—. Tranquila, no te haré nada —quizás mi respuesta la tomó por sorpresa, pero pese a que hablaba en serio en ese momento, ella no bajó la guardia—. ¿Te interesa la historia de los Hanouns?

—Sí—sujetó sus brazos y con suma delicadeza, comenzó a frotarlos un poco y volví a sentir ese hormigueo—. En realidad, he leído varios libros de aquí, pero ninguno habla acerca de... del porque comenzó la guerra entre los humanos hace tiempo.

—No hay información acerca de eso —tras mi respuesta, me miró con un poco de decepción—.Todo se perdió cuando estalló la guerra, los libros que ves aquí son recopilaciones realizadas por Hanouns escritores, así que, como comprenderás, no encontrarás nada acerca del origen de la guerra de los humanos.

—Ya veo... —ella mordisqueó ligeramente sus labios y luego emitió un sonoro suspiro.

Estos quedaron humedecidos por su lengua, se tornaron más rosas de lo normal, y aunque detestara aceptarlo, se veían apetecibles. Al acortar la distancia entre ambos aspiré su dulce fragancia, mi interior se llenó de aquel aroma adictivo. Ella dejó de temblar y elevó la mirada al percatarse que la estaba observando directamente. Mi mano fue por inercia hacia su mentón y lo sujetó con firmeza. Ella se sonrojó, observó a la puerta y a mí, finalmente, volvió a morder su labio inferior y aquella extraña sensación volvió a mí.

—¿Qué sucede? —le pregunté con voz grave, ella no pudo evitar sonrojarse aún más—¿Nunca antes te habían besado?

Ella no respondió, simplemente se quedó observando mi rostro con detenimiento esperando algún tipo de acción de mi parte. Su mirada se tornó extraña, en ese momento sus ojos no demostraban miedo, pero si había cierto brillo particular en ellos.

Me acerqué aún más, su respiración me golpeaba con suavidad, su aroma dulce volvió a impregnarse en mi nariz, y para cuando ambos nos hallábamos a escasos centímetros, ella cerró los ojos. No iba a detenerme, iba a continuar con lo que estaba haciendo, pero antes de que pudiera arrebatarle un beso, la imagen de aquel sujeto que encontré junto a mi madre volvió a mí.

Aquella sonrisa desfigurada, aquel gesto de repulsión, aquella mirada penetrante y amenazadora de esos ojos rojizos como los de ella me golpeó con fuerza. Y eso me motivó a desviar mi camino hacia una de sus orejas, para finalmente susurrarle:

—¿Esperabas que lo hiciera? —reí bajo, y ella pegó un respingo—No te besaría ni aunque fueras el último ser vivo sobre la tierra.

Tras decir esto, di media vuelta y salí de la biblioteca. Al sujetar el picaporte percibí el olor salado de sus lágrimas. No era necesario que volteara a verla, sabía que estaba llorando, pero el daño ya estaba hecho. Y cuando lo único que nos separaba a ambos era aquel trozo de madera, no pude evitar cerrar los ojos al percatarme que quizás había metido la pata.

¿Por qué no me divertía el hacer esto?, ¿Qué estaba mal conmigo?

La imagen del sujeto ese me había traído a la realidad. No podía creer que estuve a punto de besarla. Era una humana, la criatura de categoría más baja en la cadena. Pertenecía a la misma especie que aquel sujeto despreciable.

Sí, era consciente de esto, pero entonces... —¿Por qué me sentía tan mal? —. Traía un nudo situado en la boca del estómago, y este bailoteaba hasta posicionarse en mi garganta. No era normal que me sintiera de esta forma... era como si yo...

—La quisiera —murmuré y detuve mi andar—. No, no es posible —comencé a reír como un psicópata, pero poco me duró la reflexión de mis acciones.

—Vaya, miren quien salió de la cueva —escuché que dijeron desde el otro lado del pasadizo.

Era Eleonor. Sus brazos se encontraban situados bajo sus pechos y generaban que estos se elevaran. Traía el ceño fruncido, estaba molesta.

A paso lento, comenzó a acercarse hasta donde estaba, pero no dijo absolutamente nada, intuía que había detectado el aroma de la humana. Y su lenguaje corporal me indicaba que no se encontraba feliz por esa situación.

— ¿Por qué tienes esa expresión? —le pregunté con frialdad, pero siguió sin responder—¿Qué quieres?

Pasé por su lado ante su negativa a hablar, pero escuché como ella me siguió, y para cuando nos encontrábamos cerca de una habitación vacía, me sujetó del brazo con fuerza y me introdujo dentro. Caí al suelo, y la vi cerrar la puerta con llave, con rapidez producto de aquella endemoniada habilidad que poseía, se deshizo del corsé dejando expuesto sus pechos al aire y caminó hasta posicionarse encima de mí. Quise apartarla, pero me fue imposible hacerlo. Sus brazos rodearon mi cuello y comenzó a besarme con fiereza, con necesidad, como siempre lo hacía.

Quería poseerme, quería recordarme que yo le pertenecía, y como siempre, terminé accediendo a sus caprichos. Eleonor siempre sabía dónde tocarme para que encendiera diversas emociones en mí.

Sus labios me buscaron con desesperación, su lengua bailoteó con la mía a medida que comenzaba a moverse, mis caderas la acompañaban y la golpeaban con salvajismo.

El rostro de la humana volvió, y provocó que el libido que sentía desapareciera momentáneamente, pero Eleonor se encargó de activar la llama nuevamente. No se detuvo hasta que se sintió satisfecha y para cuando decidió levantarse, me ayudó a mí también a terminar.

Me quedé tirado en el suelo con la respiración entrecortada, las gotas de sudor bajaban por mi frente, ella me observó brevemente y se puso de pie, comenzó a arreglarse, y luego, sonrió satisfactoriamente mientras acomodaba las hebras rebeldes de su melena pelinegra.

—¿Por qué? —fue lo único que me limité a preguntar al verla acercarse a la puerta, ella me dirigió una mirada escueta y sonrió.

—Sé que estuviste con ella —soltó con malicia mientras se recostaba sobre esta—. No puedo dejar que alguien tan inferior tome lo que es mío. Recuérdalo, Zefer, siempre vas a pertenecerme.

En cuanto se fue golpeé el suelo con ambos puños y tiré de mi cabello hacia atrás. Mi orgullo estaba herido, ella solo quería reafirmar que era mi dueña, y yo como un imbécil había cedido nuevamente.

Eleonor siempre fue así, cuando decidía acercarme a alguien volvía. Era como un huracán, me destrozaba y no dejaba nada a su paso. No dejaba que estuviera junto a ella, pero tampoco estaba dispuesta a compartirme con alguien más. Era como si pudiera infiltrarse en mi mente y supiera exactamente cuándo atacar.

Era un debilucho. Pese a que trataba de demostrarme seguro y confiado, en cuanto ella regresaba, el teatro se acababa. A su lado, me sentía alguien débil. 

C L E M A T I S

Mi corazón no dejaba de palpitar, mi respiración aún se encontraba retenida dentro de mí. Al alzar la vista lo vi marcharse, se detuvo por breves segundos, pero el desenlace fue inevitable. Una a una las lágrimas comenzaron a surcar mi rostro.

Zefer había estado a punto de besarme, o al menos eso es lo que yo creía. Eso provocó que me quedara estática, no sabía cómo reaccionar. Había momentos donde no sabía cuál era el verdadero Zefer, el maniaco que vivía torturándome, o la persona comprensiva que me ayudó cuando estuve enferma.

Quise darle el beneficio de la duda, sin embargo, al oír aquellas palabras que escupió con tanto resentimiento, caí en cuenta de lo tonta que había sido. Para él yo solo era un juguete, esto acababa de reafirmarlo, él podía torturarme como mejor le parecía. Y yo debía soportarlo únicamente porque era su prometida.

Pero no quería hacerlo, ya no estaba dispuesta a soportar esto por más tiempo. No tenía paz en este lugar. No había un solo momento de tranquilidad en mi alma con ellos rondando por aquí.

¿Esto me esperaría hasta el día de mi muerte luego de que me obligaran a casarme con él?

—Ya no soporto...—mi pecho dolía. Dirigí mis manos a mis ojos y ejercí presión, reprimí un pequeño quejido que escapó de mis labios.

Me mantuve así por varios minutos hasta que sentí que me hallaba más calmada. Caminé hacia la ventana de la biblioteca y observé en dirección a la antigua aldea humana. En ese momento, una fugaz idea surcó mi mente.

—¿Y si simplemente me marcho? —me pregunté a mi misma en voz baja para evitar ser escuchada.

Analizando la situación, aparentemente esta era favorable para mí. Ni Giorgio ni Jaft se encontraban en el palacio en estos momentos, Zefer se había marchado, probablemente se hubiera encerrado en su alcoba, y los guardias únicamente resguardaban la entrada.

Salí de la biblioteca con determinación y me aseguré de que no hubiera nadie cerca. Comencé a bajar las escaleras peldaño por peldaño, procuraba ser lo más cuidadosa posible. Al llegar a la primera planta, no vi a nadie, el personal del palacio se encontraba preparando la siguiente comida, y eso les tomaría una cantidad considerable de tiempo.

Fui cautelosa en mi andar, llegué al jardín trasero, y solo cuando vi el enorme muro edificado frente a mí comencé a cuestionarme si en verdad era una buena idea. Mis decisiones hasta este punto habían sido desastrosas, pero si no aprovechaba esta invaluable oportunidad, era probable que me terminara arrepintiendo hasta el último día de mi vida.

¡Necesitaba alejarme de aquí!

Tras un vistazo rápido caminé en dirección a las enredaderas que trepaban por el muro, me sujeté de estas para comprobar que soportaran mi peso, y comencé a subir poco a poco. Tenía miedo. Sentía un nudo en la garganta a medida que mis pies se alejaban del suelo. Mi mente me pedía que me detuviera, pero simplemente no podía hacerlo. No debía dudar, tenía que tener confianza en mí.

Al llegar a la parte alta el paisaje que pude observar fue sublime. Las tonalidades del sol en el horizonte pintaban de un color hermoso a los árboles, y las aves surcaban el cielo por encima de mi cabeza en dirección a la aldea humana.

Sonreí, y comencé a descender lentamente. De alguna manera sentía como me estaba quitando una enorme carga de mis hombros, y aquel sentimiento se reafirmo en cuanto logré pisar el suelo al otro lado.

Volví a dar un vistazo fugaz a aquel muro que ahora parecía muy pequeño y comencé mi travesía. Caminé por horas, los pies habían comenzado a dolerme, ya que andaba en tacones, pero mi ansía por escapar me impedía tirar la toalla. Me senté brevemente en una piedra que había cerca, me retiré el calzado y vi que mis plantas estaban llenas de ampollas.

—Solo un poco más —me dije a mi misma tratando de motivarme.

Me deshice de los molestos zapatos y mi andar se volvió más ágil. Si bien, el dolor de las heridas era latente, este se volvió soportable. Viré sobre mis hombros y observé el palacio que ahora se veía muy lejano. Si algo agradecía era que nadie sintiera interés por buscarme. Desaparecería, y ellos continuarían con su vida. Y yo, pues, buscaría la forma de hacer lo mismo.

Para cuando llegué a mi destino, el sol ya estaba dando paso a la noche, las casas calcinadas aún estaban allí, pero ya no se podían percibir las manchas de sangre en la tierra, la lluvia se había encargado de borrarlas por completo. Aquel lugar ahora era un pueblo fantasma, ni siquiera las aves se animaban a anidar en este espacio, ya que la energía que despedía era muy pesada.

Pedí por el alma de las personas que murieron, y cuando terminé, me dirigí hacia mi antiguo hogar.

Al llegar, me introduje por el mismo camino por donde era la entrada, esta poseía ahora algunas telarañas que tuve que apartar con mis manos. Una vez dentro de la pequeña habitación, sujeté la compuerta de madera y la abrí, luego, entré a mi pequeña casa y me encerré dentro. Bajé los escalones uno a uno lentamente, y cuando me encontré allí abajo, no pude evitar suspirar.

—Mamá, volví a casa —exclamé de manera amarga mientras algunas lágrimas escapaban de mis ojos ya que nadie respondió a mi saludo.

Tomé una de las velas de la mesa y la encendí. Todas las cosas seguían ubicadas en la misma posición en que las dejé, salvo que ahora estas poseían una ligera capa de polvo sobre la superficie.

Caminé en dirección a una pequeña tinaja de madera y levanté la tapa, dentro de estaba aún se encontraba el agua clara y limpia. Sujeté un pocillo que puse sobre el suelo, y paulatinamente fui vertiendo agua para limpiar mis plantas, al terminar, apliqué algunos ungüentos que tenía y me puse los únicos zapatos que tenía allí que tanto me gustaban.

Me sentía cansada. El cuerpo lo traía agarrotado y las piernas me palpitaban con cada paso que daba. En este último tiempo todo lo que me había pasado fue un trago demasiado amargo de realidad. Este lugar provocaba cierta aprensión dentro de mi. Los recuerdos me golpeaban uno tras otro de forma violenta. Recordé a mi padre, recordé a mi hermano, y recordé a mi madre. Y cuando evocaba cada rostro, provocaba que sintiera un puñal incrustándose dentro de mi ser.

—¿Están en un mejor lugar, mami, William? —caminé hacia un pequeño retrato dibujado de nosotros y acaricié los trazos que poseía.

Los extrañaba demasiado. Si tan solo no hubiera sido curiosa... si tan solo me hubiera quedado aquí abajo... si tan solo, nunca hubiera deseado salir de aquí, ellos estarían aún conmigo.

Limpié el lugar, me deshice de toda la fruta podrida y el pan enmohecido. Necesitaba distraerme de alguna manera, y el dejar todo ordenado como antes era la única forma de lograrlo.

En cuanto terminé, me dirigí hacia el cesto de semillas y tomé un puñado de estas, las coloqué sobre un plato, tomé una cuchara y me senté en la mesa. Comí sin prisa, mastiqué unas cien veces la comida que había dentro de mi boca. Cuando terminé, lavé los trastes y me dirigí hacia el cesto de ropa, me cambié el incómodo vestido que traía, pero, antes de que cerrara la tapa de fiambre, pude ver uno de los vestidos favoritos que tenía mi mamá. Lo sujeté con delicadeza y lo aprisioné contra mi pecho, inmediatamente, su aroma llegó a mí y no pude evitar llorar nuevamente.

Caminé hacia mi cama y me recosté, coloqué su vestido a la altura de mi nariz y abrazándolo con fuerza, me dejé llevar lentamente por el cansancio.

Cuando ya me encontraba profundamente dormida, volví a escuchar el sonido de aquellos metales chocando, me vi a mi misma buscando el lugar de donde estos ruidos provenían, pero no pude encontrar nada. A lo lejos, observé una silueta, esta persona se encontraba tumbada en el suelo, la sangre brotaba sin parar de su cuerpo, corrí hacia él o ella para auxiliarlo, pero con cada paso que daba este terminaba alejándose cada vez más y más. Alguien gritó detrás de mí, pero en cuanto volteé, oí un ruido similar al de un trueno. Llevé mis manos hacia aquel lugar donde sentí el impacto y comencé a aprisionarlo con fuerza mientras gritaba, ya que sentía cómo mi ojo izquierdo era perforado.

La sangre salía y salía. Esta no paraba, no se detenía por nada del mundo. Con temor, separé mis manos y pude ver como algunos fragmentos de mi destruido ojo se encontraban allí. El grito que emanó de mi interior fue tan fuerte que prácticamente me partió la garganta en dos. Pero nadie vino en mi auxilio.

—Oye, niña ¿Estás bien?

Al abrir los ojos, me percaté de que alguien tenía los brazos colocados a cada lado de mi cuerpo. Traté de regular mi respiración, me sentía desorientada. Únicamente cuando recobré la lucidez del todo no pude evitar pegar un grito del susto al ver a ese muchacho allí.

Me separé intempestivamente y prácticamente de un solo brinco me pegué a la esquina de la pared. Él, tras oírme gritando apretó sus oídos con fuerza para evitar seguir escuchándome, luego, estiró las palmas y apretó con fuerza mi boca para que de esta forma me callara.

—Tranquila—dijo de manera pausada mientras me observaba—. Lo siento. No quise espantarte. No te haré daño, lo prometo.

Él separó sus manos únicamente cuando me callé, y luego estiró el brazo izquierdo en mi dirección en señal de saludo. Fruncí el ceño y retiré su mano con brusquedad, él rio, pero yo me limité a apegar las manos hasta mi pecho.

—Entiendo, perdón —dijo con total cinismo mientras sonreía—. Mi nombre es André Green, vengo de un pueblo llamado Demarrer.

—Tú... eres un....—aún no concebía el hecho de estar viendo un humano aquí, en My—Trent.

—Sí, soy un humano, como tú —volvió a estirar su mano, más no accedí a saludarlo—. Tranquila, no pienso lastimarte.

—¿Cómo? ¿Qué es Demarrer?

—Es una aldea de humanos—André guardó silencio y observó hacia la entrada, me pidió que guardara silencio, aparentemente había escuchado algo—. Necesito sacarte de aquí, prometo explicarte todo en cuanto lleguemos ¿Sabes si alguien más está vivo todavía? —me preguntó y negué con la cabeza.

—Lo siento, no lo sé, no sé si alguien más habrá logrado huir... yo soy la única humana que queda aquí.

—Ya veo—el emitió un sonoro suspiro mientras se ponía de pie—. Supongo que llegamos demasiado tarde.

—¿Tarde? ¿A qué te refieres?

Él se paró y comenzó a meter varias de mis cosas dentro de su morral: semillas, una navaja, incluso tuvo el atrevimiento de agarrar uno de mis vestidos para posteriormente tirarlo dentro.

—Mira, prometo explicarte todo ¿Si? —volteó, y con un gesto de la cabeza me pidió que lo siguiera—. Pero primero, necesitamos irnos, antes de que sea demasiado tarde.

André avanzó en dirección a la salida y yo lo seguí por inercia. Si él sabía acerca de este lugar en específico, era probable que alguien se lo hubiera dicho. Y ese alguien, probablemente pudo haber sido mi madre.

Al salir comenzó a ver en todas direcciones, y únicamente cuando se aseguró de que no hubiera nadie merodeando por los alrededores, me indicó que guardara silencio y lo siguiera de cerca. Observé al horizonte y me percaté de que el alba ya había comenzado a hacerse presente, pensé que había dormido solo unas horas, pero al parecer aquella pesadilla duró toda la noche.

—Bien, parece que las bestias no están rondando por aquí—dijo con un deje de diversión a medida que se alejaba—. Vamos, necesitamos apresurarnos.

—¿Qué tan lejos está Demarrer? —le pregunté.

—Está a uno o dos días, depende del camino.

—¿Tan cerca está?

—Oh no, está muy lejos.

Él se dirigió hacia el sendero, y pude ver un extraño objeto cubierto de hojas y ramas, para cuando se deshizo de aquel camuflaje, quedó a la vista una máquina aparcada allí: Parecía un carruaje, pero este era más pequeño y estaba compuesto de metal; había dos sillas en el interior, y unos círculos amarillos estaban justo al frente.

André abrió la puerta y me invitó a pasar, acepté, y el asiento frío y duro fue lo primero que sintió mi piel. Comenzó a dar la vuelta y cuando estuvo en su posición, volteó a sonreírme.

—Bien, nos vamos.

Dirigió sus manos hacia a la extraña rueda, giró una pequeña perilla que tenía al lado, la extraña máquina comenzó a emitir una especie de ronroneo, luego comenzó a avanzar a medida que André pisaba una especie de pedal.

—¿Qué es esta cosa? —André volteo a mirarme como si mi pregunta fuera la más obvia del mundo. No pude evitar sentirme un poco ofendida.

—Esto, niña, se llama auto, o carro, cómo se te haga más fácil recordarlo—me sonrió y luego volvió a mirar hacia el frente—. Funciona con un montón de objetos metálicos, y el combustible que usa está compuesto por vidaleons.

—¿Vidaleons? —él asintió— ¿El dinero sirve para que este aparato se mueva?

—Te sorprendería saber lo que se puede hacer con vidaleons —asintió con entusiasmo y yo no entendí porque—¡Pero no te preocupes! En cuanto lleguemos a Demarrer podrás apreciarlo de primera mano.

—Espera... —lo observé con detenimiento mientras me removía incomoda en el asiento— ¿Porque tienes esta cosa? Es tecnología ¿No? —él volvió a asentir—. !Esto está prohibido! Si los de la guardia real nos ven con este artilugio nos decapitarán.

—¡Wuau! —elevó ambas cejas debido a la sorpresa mientras emitía un pequeño silbido— Los Hanouns de allá sí que les prohibieron tener cualquier tipo de avance. Bueno, esto niña...

—Clematis... —lo corregí— Me llamo Clematis. No niña, dejé de ser una niña hace mucho tiempo.

—Está bien. Señorita, Clematis —bufó y rodó los ojos—, tengo esta "cosa", que por cierto, ya te dije que se llama auto, porque nosotros, los humanos, lo usamos para movilizarnos. Si camináramos hasta donde tengo que llevarte, me demoraría dos meses o tres a pie, y en carruaje, unos cinco días. Como te dije, con esto, solo nos tomará uno o dos días a lo mucho. Claro, dependiendo de la seguridad que tenga el camino por donde vayamos —André desvió la mirada del frente y observó con un espejo ubicado en el lado derecho que no hubiera nadie—. Te encantará Demarrer, es un lugar donde puedes vivir con libertad, sin tener miedo de esos apestosos Hanouns.

—¿Una ciudad dirigida sólo por humanos? —aquello era algo demasiado irreal, no daba crédito a lo que estaba escuchando— ¿Es eso posible?

—¡Pero qué dices! —tras un movimiento brusco el auto viró de forma intempestiva, él se disculpó, pero yo sentí en ese momento como lo que había comido subió hasta mi garganta— Antes de que la tercera guerra mundial estallará, los países eran dirigidos por humanos, ¿Lo sabias, no es verdad?

—Sí, pero... nosotros hicimos cosas tan... horribles.

—Eso es lo que los Hanouns quieren que creas —exclamó con severidad, sus palabras estaban cargadas de resentimiento—. Esas bestias nos pintan como los desalmados, quieren que todos crean que nosotros devastamos el planeta tierra y todo lo que había.

—¿Y no fue así? —André me observó perplejo—Los humanos de ese tiempo devastaron el planeta con la guerra.

—No, es cierto que algunos se equivocaron, pero todo el desastre nuclear fue culpa de ellos, de los Hanoun.

—¿Cómo sabes eso, tienes acceso a registros históricos?

—En Demarrer disponemos de una biblioteca donde están los verdaderos registros históricos, no la fantasía que escribieron los Hanouns.

—Ya veo—le respondí de forma escueta—¿Puedo preguntarte algo?

—Desde luego.

—¿Algún otro humano de My—Trent sobrevivió?

—Sí, estábamos ayudándolos a huir poco a poco, pero... desgraciadamente todo esto sucedió ¿Te puedo ser franco? Guardaba la esperanza de encontrar más gente allá —una punzada de dolor me embargó y me encogí en mi asiento.

El que ya no hubiera nadie era mi culpa, toda aquella gente inocente murió a causa de mi curiosidad. Luego de aquella charla ninguno volvió a hablar en el camino, cerré los ojos y comencé a sentir como el aire movía mi cabello conforme el carro avanzaba.

Durante los próximos días que duró el viaje, nos habíamos limitado a conversar solo lo que fuera necesario. Tal vez, mi madre, desde donde estaba, había mandado ayuda para librarme de aquel calvario, ya que ir a esa ciudad de la que él hablaba, sonaba mucho mejor que vivir completamente sola recluida en algún bosque.

—Clematis... —sentí que André me movía con gentileza, así que abrí mis ojos para poder observarlo— Ya llegamos.

Él me sonrió y luego dejó la puerta del carro abierta para que pudiera bajar, me estiré un poco en el asiento y descendí. Al observar a mi alrededor, me sorprendí por el entorno, había edificaciones gigantescas, algunas poseían por lo menos unos treinta pisos de alto, todo se encontraba a oscuras, y a duras penas se podía distinguir el camino. Me sentí inquieta y nerviosa, dudaba mucho que este fuera Demarrer, ya que no lucia como una ciudad habitable. Observé a André como si estuviera demente, y este se rio.

—Oye, no me mires así—diciendo esto, palmoteó ligeramente mi espalda— ¿Esperabas que la ciudad estuviera a vista y paciencia de los que pueden atacarnos?

Él me tomó de la mano y comenzamos a caminar en medio de aquellas inmensas calles de color gris, había carros similares a los de André, pero estos ya se encontraban completamente oxidados y destartalados. En algunas partes pude apreciar cómo había una especie de carteles enormes que poseían imágenes irreconocibles acompañadas de texto, no parecían retratos, era como si la imagen y el papel estuvieran fusionadas. Luego, pasamos por unas pequeñas casas que parecían ser unas tiendas y dentro vi unos maniquíes que traían ropa puesta.

—¿Qué es eso? —le pregunté porque uno en particular llamó mi atención.

—¿Lo que tiene el maniquí? —asentí— es ropa de esa época supongo. Los humanos vestían de forma extraña.

—¡Pero ese maniquí está mostrando todas las piernas! —exclamé con la vergüenza a tope mientras sentía mis mejillas encenderse

—Por la forma, parece que era ropa de mujer —sentenció luego de hacer un breve análisis—. Quizás la usaban para encuentros íntimos, dudo que las mujeres salieran a la calle enseñando todas las piernas.

Seguí mirando las pequeñas tiendas, algunas estaban tan deterioradas, que había vegetación que se introducía dentro. Con cada puesto que pasábamos, no podía evitar preguntarme cómo habría sido vivir allí, porque para que hubiera tal cantidad de comercio, debió tratarse de una ciudad muy concurrida.

—Bien, entremos, ten cuidado con la cabeza.

André empujó una puerta de metal, esta rechinó por las bisagras que poseía, y en cuanto estuvimos dentro de aquel lugar, nos dirigimos en dirección a un pasadizo. Pude ver una tenue luz a lo lejos, era la luz de la luna. Al llegar al final, un inmenso campo fue expuesto ante mí, este poseía una extensa vegetación que nos llegaba hasta la cintura.

—¿Sorprendente, no? —me preguntó y yo asentí—. No sé para que habrán usado este lugar antes, pero parece una especie de coliseo, seguro veían a gente o animales pelear aquí.

Él caminó hacia el centro del lugar, en el suelo pude ver una compuerta de metal, André se agachó y tocó tres veces con fuerza, el ruido que hizo retumbó por todo el coliseo. Luego, al cabo de unos segundos, del otro lado se escuchó dos golpes más.

—Por nuestra supervivencia haremos lo que haga falta, por volver al poder seguiremos en pie de lucha—tras decir esto, la puerta se abrió y una luz proveniente del suelo me cegó momentáneamente—. Ven — André volvió a sonreírme con calidez y volvió a tomar mi mano, me ayudó a bajar poco a poco hacia el interior— Bienvenida a Demarrer.

En cuanto llegué a la planta baja, André cerró la compuerta de metal y se saludó con un muchacho que se encontraba sentado en una pequeña silla, él al verme, hizo un gesto con la cabeza y yo lo saludé de la misma manera.

No pude evitar quedarme maravillada con lo que veía, la luz que había aquí no dependía de velas ni de aceites, esta provenía de unos extraños faroles de color verde. Las casas, poseían cuatro pisos y estaban elaboradas de un material de color rojo, la gente transitaba de aquí para allá con normalidad, y al ver con atención hacia el lado derecho, pude ver un inmenso edificio que poseía una enorme estrella que brillaba con luz propia.

—¿Cómo es posible que haya luz de esa forma aquí?

—Oh, lo siento. Olvidé que jamás has visto algo parecido, eso que ves, se llama luz artificial. Mira —me sujetó de los hombros y me llevó a un extremo— ¿Ves aquella rueda que gira allá lo lejos y mueve el agua? —asentí mientras observaba atentamente— Ya, esa rueda, al girar, genera energía, la cual mediante un mecanismo hace que llegue esa luz que vez por esos bombillos de los faroles.

—Esto es irreal...

—No, no lo es. Es algo normal —durante breve tiempo André puso una mirada vacía, como si recordara algo en particular—. Todo esto es lo más normal del mundo, es solo que los Hanouns son demasiado estúpidos porque le temen a la tecnología, por eso que no la usan —André me dirigió en dirección a otras escaleras para poder bajar de aquella parte alta— Ellos saben usar las mismas cosas, incluso tienen conocimiento de cosas mucho más avanzadas, ya que disponen de modelos, planos y fórmulas. Pero prefieren vivir del trabajo de otros, usando a los humanos y los híbridos básicamente. Son ociosos, haraganes y flojos, es increíble pensar que ellos ahora se encuentran al mando, luego se llenan la boca diciendo que nosotros somos los desalmados. Aquellas despreciables criaturas deberían analizarse un poco más.

No pude decir nada, en parte tenía razón con todo lo que había dicho, y aunque sonara algo feo decirlo, en cierta forma yo entendía ese profundo resentimiento que el poseía por los Hanouns. Aunque, también entraba en contradicción, ya que había conocido Hanouns buenos como Argon y Jaft, y el incluirlos entre aquellos calificativos u odiarlos sin razón aparente sería meterlos a todos dentro del mismo costal.

En cuanto llegamos a la parte baja y comenzamos a caminar por las calles, una mujer de cabello rojizo se acercó corriendo hacia mí, yo me la quedé mirando, pero ella me abrazó con fuerza dejándome estupefacta.

—¡Eres la hija de Rias! —la mujer soltó algunas lágrimas mientras me abrazaba con más fuerza— Es bueno saber que su hija logro salvarse.

—¿Conociste a mi madre? —le pregunté, ella colocó cada mano al lado de mi hombro y asintió.

—Claro que sí, pequeña... Tu madre era la mujer más dulce y trabajadora de todo My—Trent, es una lástima lo que le paso —ella suspiró con pesar, observó el suelo, pero luego volvió a mirarme.

—Disculpe, quiero preguntarle algo ¿Sabe que paso con mi hermano? Él se llamaba William, era el único humano rubio de My—Trent, quizás sobrevivió al ataque y se encuentra aquí ¿Lo ha visto?—le pregunté con desesperación y esperanza, pero tras oír el nombre de mi amado hermano, la mujer cambió por completo el gesto de su rostro.

—No hables de él... —su ceño se frunció con fuerza mientras hablaba—es mejor que este muerto...

—¿Cómo puedes decir eso? —estaba herida por su comentario, aquellas palabras fueron soltadas con tal naturalidad que te provocaban escalofríos—. !Es mi hermano, es uno de nosotros! —me solté de su agarré y ella apretó los puños a cada lado de su cuerpo.

—¡No lo es! —gritó y me hizo callar— Él no es como nosotros, él ni siquiera es humano... —ella siguió apretando los puños con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron de color blanco— ¿Rias jamás te lo dijo? William, era un híbrido.

—¿Qué? —sentí mis rodillas flaquear, ella me observó atenta, y entendió que mi madre jamás me había dicho nada— Pero él... él no tenía garras u orejas.

—Rias se las quitó para esconderlo... —la mujer se cruzó de brazos como si aquello que dijo hubiera sido lo más natural del mundo—Tu madre fue una mujer muy buena, pero hay que reconocer que ese error que cargaba por hijo es el único error que pudo cometer—soltó ella con asco—, es increíble pensar que lo tocaba como si fuera uno de nosotros, es increíble el que haya tratado de incluirlo en nuestra sociedad—con cada palabra que decía sentía como un nudo comenzaba a formarse en mi garganta y como las lágrimas batallaban por no salir—Pero William sabía perfectamente que jamás encajaría, él nunca sería uno de nosotros...

—Usted no conoció a mi hermano. !No sabe lo que está diciendo! Él era alguien bueno, él merecía haber sido salvado.

—Clematis—la mujer comenzó a llorar—. William fue el causante de la aniquilación de toda la aldea... él nos entregó al enemigo, él les dijo acerca de nuestros hijos que vivían escondidos debajo de nuestras casas.

Tras oírla decir aquello, todo comenzó a darme vueltas, no concebía la idea de que mi hermano nos haya traicionado. No podía ser, debía ser algún tipo de malentendido.

—¿Clematis? —oí a André llamarme, pero mi cuerpo no reaccionaba.

La respiración comenzó a hacerse escasa, sentí claramente como micorazón golpeaba con fiereza mi pecho, mis fuerzas comenzaron a abandonarme, ypara cuando me percaté, oí a André gritar mientras me sujetaba antes de queperdiera el conocimiento. 


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