CAPÍTULO VII • Danza bajo la luna •
Z E F E R
Los últimos detalles para el baile de esta noche ya habían sido terminados. El ver la iluminación, la decoración y escuchar la música tocada desde el recibidor, me traía vagas memorias. No recordaba con exactitud cuándo fue la última vez que se realizó un baile así en My—Trent. Este tipo de celebraciones era algo que Giorgio dejó muy en segundo plano durante mi infancia y adolescencia. Ni siquiera cuando... mi madre estaba viva, hubo este tipo de festividades.
Solo pensar que todo este teatro humillante y sin sentido estaba siendo realizado únicamente por mi compromiso con la humana, me generaba náuseas. Giorgio sí que se había excedido esta vez. No le bastaba con hacerme pasar un mal rato entre las cuatro paredes del palacio, sino que ahora, él anhelaba que todos los Hanouns de la nobleza, y los de la casta directa, se enteraran. Hoy, me volvería su bufón, mi nombre quedaría grabado en la mente del resto como la burla de la dinastía Wolfgang.
Pasé la mayor parte del día en la copa del árbol de nuestro jardín, desde donde me encontraba, lograba ver como los sirvientes iban y venían de un lado al otro, incluso la humana los ayudaba. Como si no se pudiera ser más patética todavía. Ayudando a la servidumbre, quien lo diría.
La criatura poseía una personalidad curiosa, tarareaba la canción que le escuchó a Jaft cuando estaba sola, bailaba con la escoba cuando nadie la veía, y se movía de forma graciosa cuando limpiaba las ventanas. Era una mascota en todo el sentido de la palabra.
Últimamente, no la había visto rondando los pasillos del palacio, la muy lista había encontrado la forma de evadirme. Aunque, a decir verdad, yo hacía el suficiente ruido apropósito para que uno me escuchara desde la planta baja del palacio. En cierta forma me resultaba divertido la forma en que prácticamente huía de mí. Era probable que Jaft la hubiera puesto en advertencia después de lo que ocurrió aquella noche.
Detestaba decirlo, pero asustarla de aquella manera no había sido tan gratificante como lo imaginé.
Observé el sol a lo lejos, y pude percatarme de que faltaban un par de horas para que este se ocultara. No faltaba mucho para que los invitados comenzaran a llegar, así que era necesario que subiera y empezara a alistarme para la desagradable velada.
Al llegar a mi habitación, observé el traje: Este era de una tonalidad verde oscura, el saco llegaba hasta la altura de las rodillas, pero al frente llegaba hasta la cintura, dejando de este modo, a la vista el fajín color rojo sangre; La camisa era simple, y sin tantos apliques en el cuello. La modista sabía a la perfección que odiaba parecer un Hanoun anciano con tanta cosa colgada allí. El pantalón y los zapatos eran de tonalidad oscura, y finalmente, no podían faltar los apliques de pedrería finamente cocidos en todo el bordado del traje.
Al bajar, pude ver como algunos invitados ya estaban descendiendo de sus carrozas. No sentía deseos de saludarlos, prefería prepararme mentalmente para la humillación de la noche.
Caminé en dirección al patio trasero, y de un solo salto subí hasta lo alto del árbol otra vez. Me acomodé lo mejor que pude, y comencé a observar los últimos rayos del sol desaparecer en el horizonte, para cuando la oscuridad envolvió con su manto la nación, cerré los ojos, y me dejé llevar por aquella suave brisa en medio de aquel silencio tranquilizador.
—¡Zefer! —escuché que alguien me llamaba con insistencia, observé hacia el suelo, y pude ver a Argon, quien me sonreía de aquella manera tan propia de él—. ¡Baja a jugar! —me dijo mientras alzaba una pelota que tela que mantenía fuertemente sujeta entre sus manos.
Su apariencia era tal y como la recordaba cuando éramos cachorros. En ese entonces, su cabello era corto, y los colmillos y garras de ambos aún no eran tan prominentes como lo son ahora.
—¡Ya voy! —le dije mientras sonreía, bajé de un salto y llegué hasta el suelo.
Al observar el árbol, pude percatarme de que este no era demasiado alto y el jardín estaba lleno de flores de diversos colores. Aquello me trajo muchos recuerdos. Mi madre había sido la que lo sembró todas esas cosas en cuanto se mudó a este palacio, lastimosamente lo único que los sirvientes habían logrado salvar era el inmenso árbol, el cual corrió peligro de ser talado en más de una oportunidad por Giorgio.
Comencé a jugar con Argon a la pelota, ambos corríamos por el jardín mientras procurábamos que esta no cayera al suelo. Aquella época era divertida, ambos nos reíamos y éramos felices, no poseíamos ningún tipo de preocupación de por medio. La vida era simple, como es la de cualquier cachorro a esa edad. Ajenos a toda malicia e ignorantes de las cosas que sucedían en nuestro entorno.
—Espera, espera —lo escuché quejarse. Él rio al verme, y luego se tiró al suelo para tratar de regular su respiración—. Tiempo fuera, ya me cansé...
—Si, yo igual —dejé la pelota a un lado y me senté junto a él, ambos comenzamos a observar las nubes pasar lentamente sobre nuestras cabezas, mientras el sol resplandecía en lo alto del cielo despejado—. Oye, Argon... —susurré mientras me recostaba de lado para poder observarlo.
—¿Dime? —preguntó de forma inquieta mientras giraba un poco su cabeza para prestarme atención.
—¿En verdad tienes que marcharte? —le dije con pesar. Argon, por su parte, me sonrió de forma conciliadora.
—Lo siento, Zefer, pero debo regresar a mi nación —él apretó los labios de forma lineal mientras colocaba sus manos debajo de su cabeza, infló el pecho, y luego exhaló el aire contenido—. Creo que partiremos mañana. ¿Sabes algo? Si por mí fuera, me quedaría junto a ti en este lugar.
—Te voy a extrañar —le dije con sinceridad y él asintió en señal de correspondencia—. Eres mi mejor amigo, cuando tú estás aquí me divierto a lo grande. Jaft nunca quiere jugar conmigo, dice que no tiene tiempo como para malgastarlo en tonterías de niños.
—Lo de Jaft es comprensible, es mayor que nosotros, nuestros juegos deben parecerle absurdos —él hizo una pausa y luego suspiró con pesadez—. Yo también voy a extrañarte, disfruto mucho de tu compañía —sonrió—. ¡Tranquilo! Yo regresaré, no sé cuándo, pero lo haré.
—Es probable que pasé mucho tiempo —dije con pesar—. Desearía no crecer nunca... cuando seamos más grandes... pues tendremos otro tipo de mentalidad —él resopló mientras sujetaba el césped debajo de sus palmas—. Me gustaría ser un cachorro por siempre.
—¡Zefer, Argon! —la voz de mi madre interrumpió nuestra conversación. Me levanté con prisa, y la vi allí, al pie de la puerta. Sonriente como siempre lo estaba, mientras me observaba de forma cándida y amorosa—. La cena ya está lista, no tarden demasiado.
—¡Ya vamos, señora Lyra! —gritó Argon mientras se ponía de pie rápidamente.
Mi madre asintió y luego se dio media vuelta. Ambos nos sacudimos los restos de césped que quedaron pegados en nuestra ropa, y luego comenzamos a caminar al interior de palacio, rumbo a la cocina para lavarnos las manos. En cuanto terminamos, comenzamos a caminar con dirección al salón comedor.
—¿Sabes algo, Zefer? Tienes suerte —me dijo mientras terminaba de secarse las manos en su ropa. En cuando lo miré, pude percatarme de que poseía una expresión melancólica, y en ese momento no entendía por qué—. Tu madre es muy buena. Siempre demuestra lo mucho que te ama..., estoy celoso —exclamó con sinceridad—. Me hubiera gustado tener la misma relación con la mía. Yo... rara vez la veo, y esto es únicamente por el acuerdo que tiene con mi padre.
—No lo sabía. Lo siento, Argon.
—Nadie lo sabe —suspiró y sonrió por compromiso—, ante los ojos del resto son una pareja común y corriente, ya sabes que la separación en nuestra especie no está permitida.
—Sí, lo sé perfectamente. Pero estoy seguro de que ella te quiere... quizás, solo tiene una extraña manera de hacerlo notar.
—Ojalá fuera verdad lo que dices —él me golpeó la espalda con suavidad, y luego se encogió de brazos—. Vamos, o se enojarán si demoramos demasiado.
Lydia, su madre, era una Hanoun callada y orgullosa, no era demasiado elocuente ni participativa, por más que mi madre tratara de buscarle un tema de conversación, ella siempre se mostraba rehacía a pasar tiempo con ella. Parecía que no le agradaba. Y parecía que yo tampoco le agradaba por la forma en la cual me miraba.
Al profundizar más en la relación de sus padres. Argon me dijo que ambos no lograban llevarse para nada bien. Luego de su nacimiento, se separaron inmediatamente, y por acuerdo mutuo, su madre se fue a vivir al segundo palacio que Rier mandó a construir especialmente para ella. Ambos establecieron un régimen de visitas, pero tal y como dijo Argon, ella se mostraba poco dispuesta a verlo, y cuando accedía a que fuera a verla, siempre se encontraba de mal humor, lo toleraba tan solo algunos minutos, y delegaba sus responsabilidades a los sirvientes o tutores que él tuviera allí.
Sin embargo, pese a aquella relación tirante que ambos poseían. Lydia siempre venía como una visita a nuestro palacio. Era algo que nunca entendí, si tan mal se llevaban. ¿Por qué ella accedía a acompañarlo en un viaje?
—Quizás... las cosas cambien a futuro —le dije con tal de brindarle algo de consuelo, Argon simplemente negó con la cabeza mientras sonreía.
—¿Te cuento un secreto? —su semblante cambió en ese instante por uno más alegre.
—Claro, dime.
—Sonará algo raro decirlo —él se acercó hasta mi oído y comenzó a hablar bajo—. Pero cuando me encuentro aquí, junto a ti y a tu madre, la soledad que siento se esfuma por completo.
—Gracias por decírmelo, supongo que tuve suerte —sonreí con algo de incomodidad—. Pero la calidez de mi madre compensa la frialdad de mi padre, él siempre prefiere estar junto a Jaft.
—Estoy seguro de que tu papá te quiere... creo que ellos son un poco escuetos por su posición. —Argon sonrió como si recordara algo, me dirigió una mirada fugaz, y luego comenzó a observar al rededor—. Mi papá no lo sabe, pero me he dado cuenta de que cuando él cree que yo estoy dormido, entra a mi habitación y me acaricia el cabello.
—El mío ni siquiera hace eso —suspiré—. Cuando me ve siempre me llama la atención, o siempre me comprara con Jaft.
—Tranquilo, Zefer. —Argon sujetó mis hombros desde atrás e hizo una leve presión—. Cuando nosotros seamos regentes, y padres, todo cambiará, seremos otra clase de líderes.
—Cuando seas —lo corregí y se colocó frente a mí—. Yo no llegaré a ser regente. Según la tradición, es el primogénito quien toma las riendas de la nación, y al ser Jaft el mayor... pues, yo únicamente tendría derecho en cuanto él muera.
—Claro, pero quien sabe, quizás le pase algo. —Como ahora me encontraba unos pasos más adelante que Argon volteé a observarlo, él simplemente se encogió de hombros y colocó ambas manos detrás de su cabeza—. Oye, no lo digo como ave de mal augurio, quiero dejar eso en claro. Pero ninguno de nosotros tiene la vida comprada. —Luego de decir esto, Argon siguió avanzando.
Lo que él dijo era cierto. Nada aseguraba que Jaft tomaría el cargo de regente a futuro, cualquier cosa podía suceder, incluso, aunque fuera poco probable, el mismo Giorgio podía cambiar de decisión.
En cuanto llegamos, nuestros padres y mi hermano ya se encontraban sentados en la mesa. Los diversos platillos que iban de una variedad exquisita de carnes, verduras y postres ya se encontraban en el centro. La fina platería estaba colocada con cuidado frente a cada asiento, y la porcelana ya había sido distribuida. Ellos tan solo nos estaban esperando para poder comenzar. Al vernos entrar, nos observaron con reproche, todos, excepto mi madre, quien al vernos nos sonrió de forma cálida y movió las sillas que estaban cerca de ella.
Ajeno a todo, pensaba que mi madre era una Hanoun ejemplar, quien era incapaz de romper con las normas de los Hanouns, la tenía demasiado elevada en un altar, anhelaba encontrar una prometida que poseyera las mismas cualidades ejemplares que ella poseía. Pero todo fue una burda mentira, un patético teatro orquestado por ella misma. Al descubrirla, terminé devastado. Provocó en mí una herida irreparable que al día de hoy venía cargando.
A la mañana siguiente, mientras los sirvientes se encontraban alistando el equipaje de la familia Hanton, Argon y yo nos sentamos al pie de la escalera y comenzamos a jugar con una cuerda roja, la cual servía para elaborar figuras con los dedos. De pronto, el carruaje de mi familia se detuvo en la entrada, un humano descendió del interior. El sujeto era el líder de la aldea humana: Sus ojos eran de color rojizo, como su cabello, la mirada que poseía era fría y penetrante. Todo en él inspiraba temor. Nunca en mi corta vida me había topado con un ser humano que poseyera tal cantidad de negatividad en su cuerpo.
Él, al percatarse de mi atenta mirada, me observó con asco y repulsión. Ni siquiera le importó que yo fuera el hijo de Giorgio Wolfgang, su regente. No. Aquel despreciable ser no tuvo ningún reparo en brindarme aquella mirada desdeñosa y peligrosa. Sentí miedo al ver aquel par de orbes del color de la sangre. Algo dentro de mí se removió un poco. Temía por mi vida, así como temía por la vida de Argon, ya que el tipo lo observó con un profundo odio y resentimiento sin motivo aparente.
Un sirviente salió del interior del palacio e hizo un saludo muy escueto. El humano escupió a un lado, dejando su rastro impregnado en el suelo, y se dirigió al interior. Únicamente cuando lo vimos desaparecer por completo de nuestro rango de visión, nos permitimos respirar con tranquilidad.
—Qué extraño sujeto —le dije a Argon, y este asintió.
—¿Viste cómo me miró? —él se vio obligado a frotar sus brazos por la sensación gélida que tuvo.
—¿Lo conoces? —le pregunté.
—No, nunca lo he visto. Sentí miedo. —A medida que hablaba alzó la manga de su saco y dejó a la vista su piel—¡Mira! —extendió su brazo en mi dirección—, hasta se me escarapelaron los vellos del cuerpo.
Luego de aquel incómodo silencio, ambos nos quedamos en silencio. Únicamente cuando los sirvientes comenzaron a subir los baúles caímos en cuenta de que el tiempo se nos estaba acabando.
—Juguemos a algo antes de que me vaya. —De un solo salto, él se puso de pie y estiró su mano en dirección a mí.
Accedí de inmediato. Luego de un breve debate, ambos optamos por las escondidas. A decir verdad, el juego no tenía sentido, ya que lográbamos encontrarnos con suma facilidad por nuestro olfato, pero aquella era la mejor forma de pasar el rato sin necesidad de sudar demasiado. Jugamos piedra papel o tijeras, Argon perdió, así que era su turno de llevar la cuenta.
En cuanto comenzó el conteo corrí escaleras arriba para ingresar a alguna de las habitaciones. Pero, en cuanto me encontraba cerca al despacho de Giorgio, un sonido extraño y particular captó mi atención. Esto me obligó a detenerme. Dentro, podía escuchar a mi madre, pero ella no se encontraba sola, estaba junto a aquel humano que vimos en la entrada.
Pegué el odio a la superficie de madera, y al hacerlo, logré percibir con nitidez los gemidos que ella emitía. Me asusté a tal punto que lo que estaba escuchando que sentí como mi cuerpo se descompensó. Mi corazón se aceleró a ritmos inexplicables, mis manos comenzaron a sudar en grandes cantidades. No me quedé por más tiempo, salí corriendo espantado, ni siquiera me importó haber hecho ruido en mi huida.
Llegué a la cocina y me escondí debajo de la mesa y comencé a llorar. Era un cachorro, y si bien no entendía a la perfección que era lo que estaba pasando dentro, algo dentro de mí intuía que no era nada bueno. Y eso dolía.
—¡Te encontré! —Argon saltó y me observó con detenimiento—. No tiene gracia si yo te veo, Zefer. Ahora, es tu turno —él sonrió, pero yo negué luego de oírlo—. Zefer. ¿Estás bien? —me movió un poco, pero no obtuvo respuesta de mi parte, yo simplemente lloraba de forma inconsolable.
—¡Argon! —su padre entró furioso y lo tomó con fuerza del brazo. Argon ni siquiera tuvo tiempo de reacción, Rier comenzó a jalarlo hacia la salida. Jamás lo había visto así de enojado—. ¡Nos vamos!
Salí de mi escondite y corrí a la entrada. Ambos se alejaban sin que yo pudiera hacer nada al respecto. Argon estaba tan confundido como yo en esos momentos. Rier, a tropezones hizo que Argon ingrese al interior del carruaje, y este golpeaba la ventanilla mientras observaba a su padre, rogándole que lo dejara despedirse. Pero esto no pasó, de un solo movimiento lo obligó a tomar asiento y corrió la cortina para que no lo pudiera ver. Ni siquiera Lydia, quien ya se hallaba al interior se escandalizó por la actitud de su esposo.
Aquel día hubo un quiebre en la relación que tuve con mi madre. Nunca más fui capaz de sentirme cómodo a su lado. La evitaba. No quería que me tocara con aquellas manos manchadas.
Para cuando cumplí catorce lunas, entendí que era lo que había sucedido aquel día. Ella le era infiel a mi padre. Giorgio podía ser un padre ausente en muchos aspectos, pero no merecía que lo engañaran de esa forma bajo sus narices.
Ese mismo año, cuando estábamos próximos al festival de la cosecha y la nación se vestía de colores, Rier volvió al palacio, pero esta vez lo hizo solo. No entendía que hacía él allí. No envió ni una sola carta, como lo hacen los regentes que irán de visita. Los sirvientes le dijeron que Giorgio no se hallaba en el palacio, pero él optó por esperarlo.
Yo me encontraba en mis asuntos, leyendo en el balcón de mi habitación. Pero al cabo de unas horas, un olor peculiar llamó mi atención. Era ese humano: Sirthe. El amante de mi madre. Al percibir su peste bajé inmediatamente al recibidor y lo esperé al pie de las escaleras. Al igual que la primera vez, me observó con desprecio. Pero yo ya no era un cachorro temeroso, y era perfectamente capaz de defenderme por mi cuenta. Él me sostuvo la mirada, y yo emití un gruñido a la par que mostraba mis colmillos. Esto lo hizo mirar hacia el frente y agachar la cabeza. Subió las escaleras, y desapareció luego de transitar la baranda de la segunda planta.
Caminé hacia el jardín y sujeté mi cabeza con fuerza, di vueltas por todo el contorno buscando apaciguar mi mente, pero me era imposible hacerlo. Era perfectamente consciente de que era lo que estaba pasando allá arriba, en esa habitación.
—Ya no eres un niño, Zefer —me dije a mi mismo dándome algo de valor. Ya era casi un adulto ante los ojos del resto, y tenía la edad suficiente para poner en su lugar a mi madre si era necesario.
Teniendo esto en mente, subí los escalones. Aunque en un inicio la parte racional de mi cuerpo me decía que me detuviera, la ira contenida que se hallaba dentro de mí me impulsó a poner un punto final a todo esto. Nuevamente, el escenario volvió a repetirse. Volví a escuchar sus gemidos colarse hasta el pasillo. Sentía asco de ella. Me enfermaba que quisiera tocarme. La detestaba por pretender que todo estaba bien.
—¿Por qué sigues viva? —dije entre dientes lo suficientemente bajo para que nadie me escuchara.
En cuanto giré dispuesto a irme, pude ver a Giorgio parado al otro lado del pasillo. Por algún motivo, no había logrado captar su aroma, pero aquello lo atribuí completamente a que me encontraba tan ofuscado, que mi sentido agudo del olfato había pasado a segundo plano. Él me observaba con el rostro afligido y desencajado. No pude evitar agachar la mirada mientras apretaba los puños con fuerza a cada lado de mi cuerpo.
—Mi pequeño Zefer... —me dijo en cuanto se acercó lo suficiente. Me tomó entre sus brazos, y me aprisionó contra su cuerpo. Aquel fue el primer abrazo que recibía por su parte desde que tenía memoria—. ¿Sabes lo que esto significa, no? —exclamó con frialdad y yo asentí.
—Yo... —me mordí el labio con fuerza, mis colmillos se clavaron sobre mi piel, el sabor ferroso de mi propia sangre inundó mi boca por completo.
—Zefer —Giorgio me separó, y colocó cada mano sobre mis hombros—. Yo sé que tú sabías esto desde hace mucho. Desde hace siete largos años para ser exactos... —suspiró con pesadez y no pude evitar sentirme culpable—. ¿Por qué no hiciste nada al respecto? — él tenía razón, yo lo sabía, y nunca dije gana.
—Lo siento... Pensé que...
—Lo sé —me interrumpió—. Pensaste que ella cambiaria, después de todo, es tu madre, quisiste darle una segunda oportunidad. Pero ¿valió la pena defender a esa golfa? —me preguntó mientras me observaba directamente a los ojos.
—Yo...
—¿No te das cuenta, mi querido hijo? Ella te engañó, te usó, se ríe de nosotros, de ti, de tú hermano y de mí. Se encuentra con su amante en el mismo lugar donde ustedes viven. Ni siquiera tiene un poco de descaro...—él se acercó y me susurró todo esto al oído, sus garras comenzaron a clavarse ligeramente en mi brazo—. Eres un Wolfgang, tienes que hacer respetar tu posición —con cada palabra que decía, la ira iba creciendo dentro de mí.
—Nadie se burla de nosotros... —dije colérico y él asintió sintiéndose satisfecho.
—Exacto, mi pequeño hijo —esbozó una sonrisa triunfadora y se apartó—. Nadie se burla de nosotros. Ahora, te pregunto. ¿Seguirás permitiendo que ella se siga riendo a tus espaldas? —susurró con furia mientras mostraba los colmillos—. ¿No crees que ambos merecen morir? —asentí—. Entonces, Zefer, acaba con ellos... y no me decepciones.
Giorgio se acercó a la puerta y giró la perilla, inmediatamente, yo entré corriendo dentro de la habitación. Mi mente se nubló por completo, dejé que la ira y el rencor que sentía en esos momentos tomara el control de todas y cada una de mis acciones.
Al llegar al humano, lo sujeté del cuello y lo separé de mi madre. Una vez que lo tuve debajo de mí, comencé a golpearlo con fuerza en el rostro. Y conforme asestaba golpe tras golpe, la sangre comenzó a esparcirse por el suelo, ya que su piel comenzó a partirse. Él gritaba y lloraba, suplicaba perdón. Pedía a gritos desesperados que le perdonara su miserable y asquerosa vida. Pero yo no me detenía. Su voz comenzó a apagarse poco a poco, y me puse de pie, mis nudillos estaban rojos, y algunas marcas de sus dientes se habían quedado impregnadas en mi piel. Al ver que aún se retorcía, volví a agacharme, y de un solo tirón, arranqué su garganta, provocando que se ahogara lentamente con su propia sangre.
Mi madre, quien se hallaba a unos metros de distancia lloraba inconsolable mientras se tapaba el cuerpo con el faldón de su vestido. En cuanto vio como me acercaba hacia ella, me observó, pero no dijo nada. Me posicioné encima de ella, alcé el puño, con toda la intención de golpearla, pero me contuve, las gotas de sangre del humano terminaron cayendo sobre su mejilla y corrieron hasta perderse en su cabellera negra. Mis manos terminaron dirigiéndose alrededor de su cuello y comencé a aprisionarlo con fuerza. Ella ni siquiera luchó. No trató de detenerme. No gritó, no siguió llorando. Simplemente cerró los ojos, y una expresión de paz inexplicable se hizo presente a medida que su tono de piel cambiaba. Mis manos temblaban al final. Ella, con su último aliento de vida, mientras me sonreía con los ojos rojos, acarició mi rostro, y únicamente cuando su mano cayó me detuve. La observé allí tirada en el suelo y emití un alarido de dolor. Ella había muerto sonriendo.
Me quedé estático observándola, viendo la herida que le provoqué a la altura del cuello. De pronto, sentí como me golpearon desde atrás, y un dolor punzante y doloroso se generó en mi espalda. Mientras caía al suelo, pude ver a Jaft, con el rostro empapado en llanto y con las garras impregnadas en sangre. Mi sangre. Él me había arañado la espalda, dejando una marca imborrable que arrastraría hasta el día de hoy.
—¡Zefer! —escuché que gritaron desde el suelo del árbol.
Me levanté de un sobre salto. Estaba sudando frio. Mi respiración estaba agitada y mi corazón trabajaba al doble de su ritmo. Hacía ya mucho tiempo que no había soñado con aquel día. Trataba de no pensar en eso, pero por alguna extraña razón, justo ahora volvía a revivir ese instante.
Al observar hacia el suelo pude ver a Jaft: este traía puesto un traje de gala color azulino, el corte del saco era similar al mío, pero la camisa si tenía diversos apliques de tela. Al frente, un broche que poseía una «W» elaborada en oro relucía en su pecho. Su ceño estaba fruncido y sus brazos estaban cruzados.
Tardé en reponerme, ya que, ante mi silencio, él, con un gesto de su mano, me ordenó que bajara.
—¿Planeas bajar, o has decidido vivir allá arriba como un ave?
—Si que eres molesto —luego de limpiar el sudor de mi frente, de un solo brinco llegué al suelo. Una vez allí, limpié mi vestimenta—. ¿Ya llegaron todos?
—Sí, incluso vinieron los padres de Argon.
—¿Ambos? —pregunté incrédulo y Jaft asintió—. Quien lo diría, eso sí que es algo raro.
—Nuestro padre me ordenó que arrastrara tu trasero adentro —tras decir esto Jaft comenzó a caminar al interior del palacio—. Es cierto, ten —al voltear, tiró un antifaz en mi dirección, el cual cogí en el aire. Esta era de color negro y tenía incrustada al contorno de los ojos algunas piedras preciosas—. Tienes que usarla.
—¿Una máscara? —bufé—. ¿Es en serio? —me observó sin reírse—. ¿Quién fue el genio?
—Adivina —exclamó con diversión mientras sonreía de lado.
—Déjame adivinar. ¿Argon? —él asintió—. Me lo supuse, solo a un imbécil como él se le ocurría tal cosa—cogí la máscara de los lazos y la observé como si fuera algo repulsivo—. No pienso usar esta cosa, va contra mi estilo.
—Padre lo ordenó —me respondió con desinterés mientras nuevamente se daba la vuelta.
—¿Y solo porque el viejo lo ordena tengo que usarla? —pregunté y él volvió a dedicarme una mirada inexpresiva—. ¿Por qué siempre obedeces cada pequeña cosa que él dice?
—No soy el único que lo hace —escupió con resentimiento—.¿O acaso, me equivoco?
Tras decir esto, Jaft se marchó y me dejó completamente solo. Apreté los puños en señal de frustración. Después de lo que pasó con mi madre, él jamás me había perdonado. Y, a decir verdad, no lo culpaba. Ni siquiera yo mismo podría hacerlo. Estando en su posición lo trataría de la misma forma. Aunque, a diferencia de mí, él si lograba disimular muy bien que me odiaba. Frente a los ojos del resto, actuaba como un hermano mayor común y corriente.
Me coloqué la máscara de mala gana y entré al palacio. Estaba lleno, reconocía a muchos Hanouns de My—Trent y de nuestras naciones aliadas a cualquier lado que mirara. Los músicos ya habían empezado a tocar algunas melodías típicas de celebraciones. Al pasar cerca de las Hanouns, más de una me sonreía de forma coqueta, yo únicamente me limitaba a corresponder el saludo por pura caballerosidad.
Conversé con varias personas, pero no lograba concentrarme. El haber tenido aquel sueño en particular después de tanto tiempo, solo significaba una cosa. Mi subconsciente me estaba advirtiendo que bajo ningún motivo confiara en esa humana. Después de todo, los de su especie son criaturas traicioneras.
Comencé a alejarme de los invitados de forma bastante discreta y me dirigí a la entrada para cumplir con el protocolo de recepción. Pese a que la mayoría ya estaba aquí, aún se podían ver carruajes llegar en el horizonte. En cuento llegaron, y los sirvientes se cerciorarán de que no faltara nadie en la lista de invitados, la puerta se cerró, y se informó de manera general que el baile podía iniciar.
Ahora, venía la parte difícil, el estúpido anuncio. Di media vuelta y caminé de mala gana al salón principal. Pero, al pasar por las escaleras, el aroma dulzón de la humana llamó mi atención. Alcé el rostro en su dirección y la vi descender lentamente peldaño por peldaño.
Ella traía puesto un vestido azul, el cual poseía múltiples capas de telas en el faldón; la pedrería estaba cuidadosamente colocada en su corsé y sus hombros tenían unos apliques de plumas de color negro. No traía demasiado maquillaje encima, salvo las líneas negras que delineaban y resaltaban sus ojos. Había que admitirlo, se veía aceptable, aunque su apariencia extravagante actual, no quitaba el hecho de que ella fuera inferior a nosotros. Ella me vio, y paró en seco estando a unos peldaños del suelo. Me observó nerviosa mientras mordía su labio inferior y yo le sostuve la mirada, al darse cuenta de que no había dicho nada, tan solo se limitó a reverenciar mientras mantenía la cabeza agachada, yo me reí y pasé por su lado tratando de no tomarle mayor importancia.
Los sirvientes comenzaron a pasar las copas de licor preparado por los invitados. Yo acepté inmediatamente una, necesitaba alcohol dentro de mi cuerpo para soportar todo esto.
Cada uno de nuestros invitados eran similares, pero a la vez diferente. El color de cabello era algo particular en nuestra especie, es lo que nos distinguía con facilidad los unos de los otros, y es lo que ayudaba a relacionarnos en este tipo de juntas sociales: Los caninos poseían tonalidades grises de cabello, siendo los Wolfgang los únicos que portábamos la cabellera negra. Mientras que, los de la rama felina, se caracterizaban por poseer tonalidades claras, que iban desde el rubio más claro hasta el más oscuro. Pero si algo compartíamos todos los presentes por igual, era aquel brillo peligroso en nuestras miradas cuando caía la noche.
—Prepárate para lo que te espera, humana —dije con un deje de diversión al saber que sería el punto de atención de más de uno.
El trinar nocturno de las aves había comenzado a exasperarlo. El rubio caminaba de un lado al otro con impaciencia. Y si bien, había aprendido que la puntualidad no era un rasgo característico en su nuevo amigo, eso no quitaba el hecho de que consiguiera molestarlo tal desplante.
—¿Por qué tendrá esa maldita costumbre de tardar tanto? —exclamó con disgusto mientras suspiraba.
— Lamento la demora... otra vez. —Como si Argon lo hubiera invocado, en medio del oscuro bosque su particular compañero apareció.
Él volteó a observar al recién llegado y lo miró con atención. Por suerte, el cuerpo de ambos era similar, así que el traje que le prestó le quedaba a la perfección. Él muchacho traía puesto un traje color celeste, característico de las personas de Velmont, su cabello se hallaba recogido, y solo en ese momento pudo percatarse que sus orejas mutiladas no estaban más, ahora, se podían apreciar un par de orejas completamente normales, como las de él.
—No lo lamentas —suspiró con pesar—. Si lo hicieras, no llegarías tarde. A propósito...
—¿Qué, me veo demasiado plebeyo? —le preguntó a medida que él mismo se observaba.
—No... —Argon se acercó y estiró la mano en dirección a sus orejas, este, intuyendo lo que haría, palmeó sus dedos en señal de advertencia para que no se atreviera a tocarlo—. ¿Cómo lo hiciste?
—Tuve que hacer unas —expresó con simpleza mientras devolvía algunas hebras de cabello que escapaban de su coleta—. Sería demasiado sospechoso que tuviera que ocultarlas cuando nadie más lo hace.
—Eres una caja de sorpresas. —El ojiceleste introdujo la mano dentro de su bolsillo y extendió un antifaz plateado en dirección al ojiverde—. Ten, es tuyo. —En cuanto estiró la mano, alejó un poco el objeto y le advirtió—. Te pido prudencia, estamos por adentrarnos a un lugar que no es para nada agradable con quienes consideran extraños.
—No te preocupes —tras decir esto, sacó un pequeño frasco del saco y se lo echó encima, de forma automática, Argon ya no podía percibir su aroma—. Lo tengo todo solucionado.
—Ten esto también. —De su bolsillo del pantalón extrajo una pequeña bolsa de tela la cual movió frente a su rostro.
—¿Qué es esto? —preguntó con recelo, al acercar el saco a su nariz pudo percibir el aroma de Argon impregnado en toda esa bolsa de tela.
—Son algunas de mis cosas, cabello, retazos de ropa —se encogió de hombros restando importancia—. Sería aún más sospechoso si todos te ven y no pueden percibir ni un solo aroma tuyo.
—Gracias, ¿algún plan B? —preguntó sarcástico.
—Desde luego, y tengo hasta el D, por si me lo preguntas —replicó Argon de forma divertida—. Procura no acercarte a alguien, lo ideal sería que entraras y que no entablaras conversación alguna, pero las hijas de algunos regentes allá dentro se pegan como moscas.
—Entonces, necesito un nombre.
—Y ya lo tienes —sonrió—, serás Nurk Hanton.
—¿Hanton, no sería demasiado arriesgado?
—Tranquilo, mi padre por lo general no se mezcla con el resto, así que no existe riesgo alguno de que quedes al descubierto. Además, nuestra rama es muy amplia, tranquilamente puedes decir que eres pariente mío y nadie podrá decir lo contrario.
—¿Y si nadie conoce a un tal Nurk?
—En realidad, Nurk existe, solo que la mayoría nunca lo ha visto. —Argon se aclaró la garganta y prosiguió—. Él, era el hijo de un noble, pero escapó con la mujer que amaba. Se dice que fue una relación prohibida, ya que eran de diferentes especies. A raíz de esa relación, Nurk tuvo un hijo —hizo unas comillas con sus dedos—. Al cual le puso su mismo nombre, allí entras tú —para ese punto, el muchacho de ojos verdes observaba a Argon como si hubiera perdido el juicio—. Como entenderás, por cómo sucedieron las cosas, él y su familia jamás regresaron a Velmont, así que pudo haber pasado lo siguiente: O se fue a vivir a alguna de las naciones aledañas. Simplemente, se fueron a las montañas hasta el día de hoy.
—Que descabellada historia.
—Lo sé. —Argon apretó los labios de forma lineal—. Pero es la mejor coartada que podemos tener. Además, ¿tú sabes lo que significa la melena rubia en un híbrido, no?
—Si, lo sé perfectamente —sonrío cabizbajo mientras se colocaba el antifaz.
Tras terminar su pequeña conversación, Argon y Nurk fueron en dirección al palacio. Al entrar, tal y como lo dijo Argon, las hijas de los líderes los observaban sonrientes y les coqueteaban sin ningún reparo. Todas poseían sus mejores atuendos, porque, por lo general, en ese tipo de celebraciones lograban encontrar a su compañero de vida.
Argon actuaba con naturalidad y sonreía a cada jovencita que lo saludaba, Nurk, por su parte, trataba de ser cordial y sonreír, pero ese jamás había sido uno de sus mejores atributos, no poseía carisma ni mucho menos estaba dotado de un habla fluida con el resto.
Nurk comenzó a observar a los alrededores buscando aquello que le importaba, y, al alzar la mirada y ver al podio, pudo ver a la familia real. Cada uno se encontraba sentado en una ostentosa silla tapizada de color rojo, pero su mirada no reparó mucho en ellos, al verla allí sentada un pequeño suspiro emanó de sus labios por verla tan hermosa, tal y como la recordaba. Y se sintió aliviado, contra todo pronóstico, su semblante era bueno.
Clematis observaba al suelo con detenimiento y no elevaba la vista por nada del mundo. Nurk deseaba que ella lo observara con esos hermosos ojos que poseía, pero esto nunca pasó. Y cuando por inercia comenzó a avanzar hacia al frente, fue Argon quien prácticamente corrió a detenerlo, y evitar de esa forma, que cometa alguna estupidez que termine dejándolo al descubierto.
—No seas impulsivo, tienes que calmarte —susurró casi de manera imperceptible.
—Ella no quiere estar allí —le respondió en el mismo tono—. ¿No te das cuenta de lo incómoda que se siente?
—Sí, pero no puedes hacer nada al respecto. Recuerda que con las personas que se encuentra ella ahora, conforman su «nueva familia».
Antes de que siguieran hablando, Giorgio se puso de pie y caminó al frente, los músicos, al ver a su regente justo al centro detuvieron el sonido de sus instrumentos, y los invitados pararon la conversación amena en la cual se veían enfrascados.
—Estimados compañeros, gracias por haber venido esta noche a la velada —los invitados extendieron sus copas en su dirección a modo de respuesta—. Sé qué hace mucho tiempo en My—Trent no se hacían este tipo de celebraciones. Pero hoy, como es costumbre en nuestra familia —extendió los brazos con gozo—. Tenemos motivos para celebrar —el pelinegro de ojos ámbar guardó silencio por breve tiempo para generar expectativa, y en cuanto habló, en vez de nombrar a su segundo hijo, de sus labios brotaron otro nombre— Jaft —tras oír su nombre el nombrado se acercó con desconcierto—. Esta noche, como primer acontecimiento importante, quiero anunciar el compromiso de mi hijo, Jaft Wolfgang, con una noble de nuestra casta.
—¿Qué? —preguntó Argon, quien era probablemente el único que no había aplaudido tras el anuncio.
—¿Qué pasa? —le preguntó Nurk.
—Se supone que el baile era por el compromiso de Zefer y Clematis. No tenía idea de que también le había buscado pareja a Jaft.
—Mi hijo se casará con una señorita muy educada, refinada, alguien digna, para un futuro regente. Eleonor Wolfgang. —Giorgio extendió ambos brazos con regocijo mientras aplaudía con fuerza, aquel gesto fue imitado por el resto.
—Oh, no. Esto es malo... —dijo Argon, quien dirigió la mirada a su amigo que se hallaba allí arriba.
Jaft estaba tan sorprendido como él. No tenía ni la más mínima idea de lo que estaba sucediendo, Zefer, por su parte, cambió su postura completamente. De lo relajado que se había encontrado hasta ese momento, se colocó al borde del sillón y se sujetó con fuerza de cada lado de la silla.
—Zefer siempre ha estado enamorado de Eleonor...
Del lado izquierdo, una muchacha de cabello largo y hondeado hasta la altura de los glúteos comenzó a subir los escalones en medio del vitoreo y de los aplausos. Sus ojos eran de diferentes colores, siendo verde el izquierdo y morado el derecho; su piel blanquecina resaltaba gracias a su vestido negro, el cual le brindaba un porte elegante increíble.
Ambos muchachos dirigieron su mirada hacia el frente, solo para encontrarse con un muy decepcionado Zefer observando hacia el suelo con resignación.
—Giorgio ha hecho esto apropósito, por el rostro de Jaft, debo suponer que él ni siquiera tenía idea que lo comprometerían.
—¿Giorgio es capaz de hacer esto? ¿De hacerle tal mal a su propio hijo?
—No tienes ni idea... —le respondió de forma pausada mientras sujetaba su codo—. Giorgio es capaz de hacer esto y mucho más.
Una vez que Eleonor llegó al lado de Jaft, implantó un beso en su mejilla y los invitados estallaron en aplausos. Giorgio hizo lo mismo mientras observaba a la pareja, Eleonor caminó lentamente hasta tomar asiento en la silla que estaba vacía al lado de Jaft.
—Bueno, ahora, les daré la segunda noticia importante. Quiero presentarles a alguien, Clematis —la nombrada saltó un poco en su asiento y se puso de pie. Caminó de forma pausada y cabizbaja hasta encontrarse al lado de Giorgio—. Como bien sabrán, la aldea humana en mi nación fue atacada bajo circunstancias muy extrañas, pero esta humana —la señalo en forma de burla y los presentes reprimieron una carcajada—. Fue la única en sobrevivir. Sí, una humana lo suficientemente inteligente para escapar de todos los asesinos —él se posicionó detrás de ella y colocó ambas manos sobre sus hombros, la movió ligeramente, y a más de uno no pudo evitar reírse.
La risa burlona comenzó a replicarse hasta que todos estallaron, menos Argon y Nurk, quienes no daban crédito a semejante desplante. Era un espectáculo patético y denigrante, incluso para Giorgio. Lo único que estaba provocando con todo esto era ponerla en vergüenza.
—Al ser alguien tan, inteligente, habilidosa y capaz, he decidido comprometerla con mi segundo hijo, Zefer Wolfgang —ante la revelación, todos enmudecieron de golpe—. Ella pasará a ser parte de mí familia en un futuro.
Los Hanouns comenzaron a aplaudir de manera pausada, más por obligación que por otra cosa. No se sentían felices en lo absoluto, que una de los humanos formara parte de su círculo, era denigrante, e indebido.
Giorgio sujetó la mano de Clematis y la obligó a bajar del podio, la marea de gente se abrió a medida que transitaban en medio de ellos, y el pelinegro únicamente se detuvo cuando se hallaban justo al centro de la pista de baile.
—Bueno, es hora de que el evento principal comience —tras decir esto, la dejo sola, con todos formando un círculo en su alrededor, observándola de forma burlona y repulsiva—. Él que desee bailar, puede iniciar con ella, ya que Zefer parece indispuesto. —chasqueó los dedos, y los músicos comenzaron a tocar—. ¡Que comience el baile! —Giorgio dio media vuelta y se fue dejándola a ella completamente sola.
Clematis se quedó de pie mientras el resto de Hanouns la observaba y susurraban cosas. Nadie se acercó, y cuando ella ya estaba dispuesta a marcharse porque sentía deseos de llorar. Alguien sujetó sus dedos con suavidad y la obligó a voltear a observarla. El desconocido del antifaz plateado le sonrió de forma lineal y sujetó su cintura con firmeza, la mano de ella fue colocada sobre su hombro, y ambos comenzaron a mecerse al compás de las notas.
—Hola —habló, pero la música era tan fuerte que a duras penas lograba escucharlo con claridad—. ¿Te llamas Clematis? Tienes un bonito nombre.
—Gracias... —murmuró temerosa.
—Mi nombre es Nurk Hanton —ambos siguieron apegados uno al otro ante la mirada atónita de todos. Ante el silencio de la muchacha, Nurk se vio obligado a llamarla con firmeza—. Clematis, mírame —ella obedeció y lo observó atenta—. Te daré un consejo. ¿Sí? —ella asintió—. No dejes que nadie te haga sentir menos —le dijo suavemente—. Tú, vales más que muchas de las Hanouns que están aquí en este momento. No debes permitir bajo ningún concepto que se burlen de ti, ahora estás en la misma posición que ellos.
—Pero... soy una humana —exclamó de forma dolorosa, se notaba que estaba reprimiendo el llanto—. En este mundo, yo no valgo nada, yo... estoy fuera de lugar...
—Siéntete orgullosa de lo que eres —le dijo él con seguridad—. El que seas una humana es algo maravilloso, eso no significa que seas alguien débil, aprende a defenderte y a luchar.
—Pero... ¿Cómo? Ellos me superan en fuerza.
—Muchas veces, el más fuerte no es quien posee la mayor fuerza física, si no, es aquel que sabe usar mejor la mente —le dijo mientras la observaba con ternura—. Te ves cómo alguien muy inteligente, estoy seguro que hallarás la manera de defenderte.
—Gracias...
—Te contaré un pequeño secreto —él se apegó hasta estar cerca de su oído— En uno de mis viajes, vine a tu aldea y aprendí algunos secretos que pueden serte muy útiles.
—¿Secretos?, ¿cómo cuáles?
—Muchos no saben lo que pasa si mezclas «Mirella y Lupre».
—¿Las flores? —él asintió.
—Así es. Hiérvelas y échate algunas gotas encima cuando estés en problemas.
La voz del extraño comenzó a ser lejana. Él sonrió con calidez mientras se despedía, tomó su mano con gentileza y depositó un beso sobre sus nudillos. Ya había llamado demasiado la atención, era necesario que se marchara. Y pese a que su más grande anhelo fuera el llevársela consigo, debía reprimir sus ansías y partir.
—Fue un placer bailar junto a ti —fue lo último que le dijo antes de desaparecer entre los demás invitados que ya habían comenzado a bailar.
Clematis observó por donde aquel joven se había ido y sonrió con tristeza. Por un momento, pensó que se trataba de su hermano, pero aquella pequeña luz de esperanza se apagó rápidamente cuando lo vio. William era un humano, no un Hanoun.
La velada había sido desastrosa y agobiante para ella, pero debía admitir que, aunque aquel baile había durado breves minutos, fue lo único que le impidió no subir las escaleras corriendo mientras lloraba.
***
Nurk caminó hacia el jardín luego de que se alejó de la fiesta, observó su mano con detenimiento, y la aprisionó contra su pecho, recordando la calidez y el olor que ella poseía.
—Será mejor que te marches —le dijo Argon a sus espaldas mientras lo observaba, este cerró las puertas detrás de sí para evitar ser escuchado—. Has llamado demasiado la atención.
—Lo sé, pero no la podía dejar en medio de todos, ese fue un espectáculo humillante.
—Sí... —Argon suspiró pesadamente—. ¿Crees que te descubrió?
—No lo hará —esta vez fue él quien suspiró con pesadez y melancolía.
—¿Cómo estás tan seguro?
Nurk se mantuvo en un inquietante silencio mientras observaba a la luna llena brillar en su totalidad en medio del cielo estrellado.
—¿William? —Argon se preocupó al verlo de esa forma, tras oír su nombre este sonrió de forma lineal.
—Ella piensa que soy humano, Argon... —tras lo que dijo Argon se sorprendió enormemente—. Rias jamás le contó la verdad, y yo también tenía prohibido decírsela. ¿Sabes? Yo... en verdad odiaba a esa mujer. Por ella perdí tantas cosas... por ella... me hicieron tanto daño. Pasar cada día en esa aldea era una tortura. Me daban excesivas horas de trabajo únicamente por mi resistencia. Constantemente debía de cortar mis garras, y esto me impedía el poder defenderme de los abusivos... El que la mujer que me dio la luz haya sido capaz de mutilar mi cuerpo de esta forma... —cada palabra que William soltaba mostraba el resentimiento que había cargado durante años, no solo con la aldea, sino que también por su propia progenitora—. Lo único que alegraba mis días era ver a Clematis. El que me hablara, el escuchar su risa... el ver su hermoso rostro... me regresaba la vitalidad perdida... Pero —al observar a Argon, sus ojos se tornaron oscuros. William apretó sus puños con fuerza, y resopló con fastidio—. Rias me prohibió verla... ella me estaba quitando lo único que me mantenía con vida.
—Es por eso... que tú...
Argon hizo un rápido análisis y conectó todos los cabos sueltos. Ahora todo tenía sentido, con la confesión que William acababa de hacer, muchas de las dudas que poseía se habían esclarecido.
—Así es... es por eso que yo... —observó hacia el cielo mientras suspiraba y mordía su labio con fuerza—. Es por eso que yo... mandé a aniquilar la aldea, y maté a Rias con mis propias manos.
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