CAPÍTULO VI • Mascarada •

Las nubes de color gris comenzaron a acercarse lentamente hacia el sol, y cuando lo cubrieron en su totalidad, algunos copos de nieve comenzaron a descender.

Velmont, el paraíso invernal, un lugar donde la tormenta era tan fuerte, que imposibilitaba a cualquiera entrar o salir de esta nación durante ciertas temporadas. Para muchos esta nación era un lugar inhabitable por su clima, pero para quienes habían nacido aquí, no había un mejor lugar, ya que Velmont poseía un atractivo único y particular.

Eran pioneros en arquitectura, lo necesitaban, ya que de no reforzar sus estructuras más de uno moriría congelado. Esta nación era un gran exportador de minerales preciosos, que eran adquiridos por de la nobleza, lo cual lo volvía un lugar con una fuerte cantidad de ingresos. Sin embargo, al poseer nieve todo el año, esto provocaba que no hubiera una gran producción agrícola o ganadera, salvo por algunos tubérculos que lograron adaptarse al clima, así que intercambios mercantiles con las naciones aledañas era lo único que podía proporcionarles el alimento que necesitaban.

Aquel día en particular la tormenta rugía por sobre las montañas, y aparentemente con el pasar de las horas, esto solo empeoraría.

A lo lejos, encima de las montañas, donde el rugido de la bestia congelante amenazaba, erguido de manera imponente se podía apreciar uno de los palacios donde residía la familia más importante de la rama Hanton: La edificación era grisácea, los techos poseían tonalidades azules ya desgastadas por el paso de los años, pero no por eso aquella edificación perdía el brillo y la magnificencia.

Dentro de una de las habitaciones, un Hanoun ya algo mayor, de cabellera rubia y barba algo crecida observaba hacia su pueblo, las pequeñas casas que se veían a lo lejos habían comenzado a encender las luces de las lámparas, chimeneas, y la gente se preparaba para ir a descansar hasta el otro día.

Sobre la mano de este reposaba una copa transparente que contenía un líquido rojizo en el interior. Él, la acercó a sus labios y lentamente fue degustando el contenido. En cuanto terminó de beber, dejó la copa vacía en su escritorio y caminó perezosamente hacia uno de los mullidos sillones forrados en piel que reposaban frente a la chimenea. Al llegar allí, sin pensarlo dos veces, se acomodó a lo largo de este dispuesto a tomar una pequeña siesta, pero, en cuanto cerró los ojos y logró conciliar el sueño, unos leves golpeteos en la puerta terminaron por despertarlo.

Ni siquiera tuvo tiempo de conceder el permiso correspondiente, la puerta se abrió por si sola y esto le generó cierta molestia por aquella impertinencia.

—Mi señor. —Uno de los guardias entró e hizo una pequeña reverencia—. Perdone el que haya ingresado de esta forma.

— ¿Qué sucede? —respondió él con evidente fastidio en la voz a la par que tomaba asiento—. Estaba en medio de algo importante.

— Y le pido perdón por eso. Mi señor. —El guardia acababa de interrumpir su siesta de la tarde—. Ha llegado una vyla desde My — Trent, y tal y como lo ordenó, traje su encargo inmediatamente—tras decir esto, el Hanoun mayor sonrió de lado y extendió la mano. El guardia, sin pensarlo dos veces, extendió un sobre que se hallaba sellado, al frontis de este se podían apreciar las iniciales: A.H.

Rier observó el pequeño sobre y sonrió, lo tomó entre sus garras y luego lo abrió, leyó el contenido de este sin prisa, y con cada palabra que se encontraba allí plasmada, una pequeña risa escapaba de sus labios. El guardia, quien se mantenía aún allí, no pudo evitar observarlo algo temeroso, no estaba acostumbrado a verlo sonreír, es por eso que aquella reacción tan impropia en él lo incomodaba.

—Es solo cuestión de tiempo —exclamó para sí mismo, pero el guardia llegó a oírlo—. Márchate, pero ve a la cocina y pídele al cocinero que me mande más del preparado que tanto me gusta.

—Sí. Mi señor.

En cuanto el muchacho se fue de la habitación, Rier se puso de pie y tiró el sobre dentro de la chimenea. Sujetó la barra de metal que había al lado, la cual servía para remover los leños, y provocó que el fuego aumentara aún más. Para cuando el papel fue consumido en su totalidad, bostezó, se acercó al sillón mientras estiraba los brazos, y una vez allí, volvió a recostarse mientras observaba al techo.

—Argon nunca me ha defraudado —exclamó con orgullo mientras inflaba su pecho—. Por fin ha logrado llegar sano y salvo a la nación de esos perros asquerosos —bufó—. Es solo cuestión de tiempo. —Volvió a reír—. Pronto Giorgio, pronto descubriré los secretos que guardas, maldito traidor.

***

El guardia tuvo que sujetarse los brazos para librarse de aquella sensación incómoda, en todos sus años de servicio, que no eran pocos, jamás había visto a Rier Hanton sonreír de aquella manera.

Atravesó múltiples pasadizos para descender las largas escaleras, entró por una puerta de color verde, y finalmente llegó a la cocina. El cocinero, quien se encontraba pelando unas papas para la cena, lo observó con reproche, ya que estaba ensuciando su espacio de trabajo con sus zapatos lodosos.

—Me envía el amo Rier. —Tras oírlo, el sujeto que poseía múltiples arrugas en el rostro alzó una ceja y volvió a señalar sus zapatos con la punta del cuchillo que sujetaba con firmeza en su mano—. Dice que le envíes más del preparado especial.

—¡Excelente! —dijo el híbrido mientras clavaba el cuchillo que estaba usando a la mesa. Para ese punto, ya no le importaba el lodo en su cocina, que su amo y señor lo enviara por más del preparado especial eran muy buenas noticias—, el estofado de hoy necesitaba algo de... cuerpo —rio.

El regordete caminó hacia una puerta de color marrón que estaba posicionada justo en medio de la estufa y un anaquel de madera; tomó entre sus manos las llaves que colgaban de un gancho y las colocó en su delantal, luego, caminó hasta la lámpara de aceite y tras prender un cerillo que encendió la mecha, abrió la puerta. Con un gesto de la cabeza, le indicó al guardia que lo siguiera, y este asintió mientras comenzaba a seguir sus pasos.

Ni bien pusieron un pie dentro, un olor ferroso golpeó la nariz del guardia. Sabía a que se debía esa peste, pero optó por no decir nada al respecto, ya que sentía curiosidad por esa parte especial del palacio.

Descendieron algunas escaleras, y para cuando llegaron a la parte inferior, la tenue luz de la lámpara alumbró hacia una de las celdas, en estas, se podía ver la silueta de diversas mujeres humanas, todas, al ver al cocinero, se arrinconaron en una esquina y comenzaron a temblar, ya que eran conscientes de que la presencia de aquel sujeto allá abajo, no era para nada bueno.

En aquel pequeño calabozo ubicado en la parte inferior del palacio iban las mujeres condenadas a muerte. Las cuales, fueron juzgadas y condenadas por dar asesinar a sus hijos híbridos.

La familia Hanton había creado albergues donde podían ir los infantes híbridos en caso sus madres no los quisieran, pero había mujeres como las que se encontraban allí, que esperaban a dar a luz, y por puro placer, decidían acabar con la vida de aquellas inocentes criaturas una vez que dejaban sus cuerpos.

A diferencia de todas las naciones vigentes, Velmont no prohibía la reproducción de los humanos. Ellos podían tener más de un hijo, siempre y cuando pudieran mantenerlos. Este fue uno de los grandes cambios que hizo Rier Hanton en cuanto tomó el cargo de regente de aquella nación.

El cocinero dejó la lámpara encima de una pequeña cómoda de madera, caminó hacia la celda e introdujo una de las llaves del manojo que usó previamente. La puerta se abrió, las bisagras rechinantes provocaron que ellas comenzaran a temblar aún más. Al ver su reacción, el cocinero sonrió y se acercó de forma peligrosa. Se detuvo y analizó a quien debía de usar, optó por una muchacha de cabello castaño y la tomó con fuerza del cabello. Ella comenzó a llorar amargamente mientras suplicaba por su vida, pero él ya estaba acostumbrado a ese teatro sin sentido, así que no le hizo caso. Después de todo, las reglas tenían que cumplirse.

Al salir de la jaula, cerró con llave y le tiró el manojo al guardia. Caminó en dirección a otra puerta que estaba un poco más lejos, y al abrirla, el olor a putrefacción fue tal, que el soldado que se hallaba mucho más atrás se vio obligado a contener el vómito.

—Ven y cierra la puerta —le dijo mientras tiraba a la muchacha sobre una camilla de madera en forma de equis. Cuando el guardia ya estaba dentro, con un gesto de la cabeza le ordenó que le sujetara las piernas, este obedeció, y el cocinero aprovechó para colocarle los grilletes que la mantendrían sujeta a la superficie.

El regordete observó los cuchillos que se mecían sobre la madera y optó por tomar uno curveado, tiró el cabello de la chica hacia atrás hasta que la garganta era bastante notoria, el cabello entró en un embudo metálico, y cuando estaba dispuesto a realizar un corte, se percató de que no había una botella debajo.

—Pon esa botella aquí en la salida del embudo. —El guardia asintió e hizo lo que le dijo.

—Su asquerosa especie morirá uno de estos días —dijo ella, importándole poco lo que pasara, ya que sabía que ese sería su final.

—Le pediré a Kyros que te perdone y mantenga en su gloria aquella criatura que mataste.

Tras decir esto, le rebanó el cuello a la mujer. La sangre comenzó a salir sin parar, lentamente los gritos de ella se fueron apagando, al igual que su vida. Todo aquel líquido rojizo comenzó a irse por el embudo hasta el final, el cocinero esperó lo suficiente hasta que ya no caían gotas en grandes proporciones, y para cuando se cercioró que la botella estaba llena, la retiró. Luego, se acercó hacia una especie de olla metálica y la puso debajo para que el sobrante se almacenara allí.

—Toma. —Limpió algunas pequeñas manchas de sangre que salpicaron, le puso el corcho para poder cerrarla y se la entregó al guardia—. Llévasela al amo, y apresúrate, que a él no le gusta que la sangre se coagule.

—¿No vienes? —le preguntó.

—No, necesito carne para la cena, y si dejo que el cuerpo se enfríe, me será imposible retirar la grasa que trae encima.

Con un gesto de la mano le indicó que saliera, el guardia asintió, y antes de marcharse, vio como el cocinero comenzó a despellejar a aquel pobre cuerpo. Apresuró su paso y subió las escaleras en dirección al despacho de Rier, ni siquiera se volteó a ver a las demás prisioneras, para él aquellas delincuentes no tenían ningún valor.

Quizás aquella escena sea algo perturbadora para cualquier persona externa al palacio, pero los que lo habitaban allí ya estaban acostumbrados, e incluso, los mismos habitantes humanos brindaban su colaboración, ya que eran ellos los que denunciaban el asesinato a infantes por parte de aquellas salvajes.

Velmont, aquella nación que era conocida como la «cuna de los humanos», una nación donde los de esa especie podían reproducirse con libertad, y en la cual, era severamente castigado el asesinato a los infantes por mano de sus propias madres.

Aquel lugar era mal visto por todos los de la rama Wolfgang por su desacato de reglas, pero sus habitantes no podían presentar queja alguna, porque pese al clima, y la situación en la cual vivían, Rier Hanton era un buen regente, alguien justo, bondadoso y al que le importaban todos por igual.

Sí, aquel era el concepto que todo el pueblo de Velmont poseía de él, pero bien dicen que no todo lo que brilla es oro, y contrario a lo que muchos pensaban, dentro de Rier había una parte codiciosa, esa parte que anhelaba algo que se le fue arrebatado hace mucho tiempo. Y él, no descansaría hasta que aquella persona, que le arrebató lo que más quiso, sufriera al final de todo.

NACIÓN DE MY — TRENT

Dentro del bosque, en medio de un claro, la silueta de Argon se movía de manera impaciente de un lado hacia el otro mientras sujetaba su mentón con fuerza. Observaba al cielo, y al suelo, se ponía de pie y se sentaba en las piedras. Su molestia e impaciencia eran notable, llevaba aproximadamente más de treinta minutos en el mismo lugar. Ya no sabía qué hacer. Se había tirado al suelo y visto la forma de las nubes, había contado cuantos pájaros sobrevolaban su cabeza, e incluso, había trazado algunos círculos con una rama de tal forma, que había conseguido formar un gran agujero.

Argon podía ser alguien muy paciente con las personas, ya que era la virtud de un gran líder saber esperar, pero que alguien en concreto lo tuviera aguardando desde hace ya tanto tiempo, lo hacía perder la compostura.

—No puedo creer que demore tanto —dijo fastidiado mientras nuevamente se sentaba en las piedras y movía su pie de arriba hacia abajo.

—Perdone la demora.

Finalmente, la misteriosa figura de alguien se mostró ante él. Aquella persona llevaba puesta una capa color negro que cubría casi en la totalidad su rostro, una vez que se acercó hacía Argon, se retiró la capucha, dejando al descubierto su cabello rubio y sus ojos verdosos.

—¿Qué te entretuvo tanto? —dijo el rubio mientras suspiraba y se ponía de pie.

—Lo siento, tenía algunos... asuntos de los cuales encargarme, por eso demore más de lo previsto.

—Bueno, lo importante es que ahora estás aquí.

—¿Qué sabes de ella? —preguntó con impaciencia el ojiverde.

—Pues —suspiró—. Giorgio la compró, ahora es la prometida de Zefer.

—Maldición... —exclamó él con disgusto mientras apretaba los puños a cada lado de su cuerpo.

—¿Estás preocupado por ella? —Tras realizar aquella pregunta. Argon comenzó a acercarse a aquella persona misteriosa.

—Sí, es la única que en verdad me importa —exclamó con sinceridad mientras observaba a Argon—. Ella ve las cosas de modo diferente...

—Puedo notarlo. —Argon, al recordarla, no pudo evitar sonreír de lado, y aquello no le agradó a su acompañante—. Es alguien especial.

—Oye... —le replicó el otro fastidiado—. Ni se te ocurra pensar en ella de otra forma.

—No, tranquilo. —Sonrió divertido mientras negaba con la cabeza y las manos—. Créeme que del que menos tienes que preocuparte, es de mí.

—Lo sé. —Su acompañante observó en dirección al palacio, y Argon hizo lo mismo—. El simple hecho de pensar en donde está ella ahora, me aterra.

—Fue a parar a una cueva de lobos —respondió Argon, y su compañero asintió—. No es para menos, yo en tu lugar, también estaría preocupado.

—Necesito verla... —el muchacho colocó una de sus manos sobre el hombro del ojiazul y lo apretó ligeramente.

—Ella no te puede ver ahora... —respondió el otro de forma tajante—. Si se logran encontrar. ¿Cómo se lo explicarías? —Tras oírlo, el muchacho de la capa observó al suelo—. ¿Cómo le dirás que tú y ella son los únicos sobrevivientes de la aldea humana? —el ojiverde tiró de su cabello hacia atrás y pateó hacia un lado—. Podría odiarte, no tienes ni idea de lo mal que se siente. Ese día que la encontré... se me partió el corazón.

—Lo sé... sé que me odiará —respondió con dolor—. Pero créeme cuando te digo lo siguiente. Lo que menos me importaría es morir en sus manos —el joven suspiró de forma pesada—. Estaba cansado de todo ese teatro, Argon, ¿por qué tenía que ocultarle mi verdadero yo?, ¿tan solo para que no huyera de mí como el resto? No me avergüenza ser lo que soy. Un híbrido. Pero el ser algo así era una vergüenza para los demás seres repugnantes que vivían en ese lugar.

—Sigo sin entender por qué hiciste, lo que hiciste. ¿Tan solo por lo que te prohibieron? ¿Todo esto pasó porque te prohibieron que le contaras la verdad?.

—Las prohibiciones fueron solo el inicio de todo, Argon. —Tras decir esto, alzó el cabello que cubría sus orejas y Argon se quedó sorprendido al verlas.

Donde debería haber unas orejas puntiagudas, no había nada más que unas orejas que habían sido mutiladas. Pese a que aquellas mutilaciones se veían antiguas, las cicatrices eran visibles con nitidez, incluso la persona que le hizo aquello lo hizo de una manera tan rudimentaria, que el lado izquierdo se veía más grande que el lado derecho.

Argon no pudo evitar sentir lástima por aquel híbrido, sea cual sea el motivo por el que le hicieron eso, generó que su rencor aumentara, e inevitablemente, provocó que ocurriera esa catástrofe.

—Me cansé de usar una máscara con todos esos seres despreciables. —Sus puños se encontraban apretados de tal forma, que los nudillos se habían vuelto de color blanco—. Solo se preocupaban por su bienestar. No les importaba lo que alguien que es diferente físicamente pudiera sentir.

—¡Es por eso que me preocupo! —Argon lo sujetó con fuerza de los hombros y lo obligó a observarlo—. Si descubren quien eres, te ejecutarán por lo que hiciste. No quiero que ella se quede completamente sola.

—¡Eso lo sé perfectamente! —gritó tras oírlo—. Pero necesito verla. Necesito saber que ella se encuentra bien.

A Argon se le encogió el corazón tras oírlo. En cuanto agachó la mirada, y vio sus garras que apenas habían comenzado a crecer, un nudo se posicionó en su garganta. Ni siquiera era capaz de imaginar todo por lo que tuvo que haber pasado. Sabía una parte de la historia, la que él había decidido contarle, pero al parecer su pasado era bastante doloroso.

—Haremos algo —dijo Argon ante la insistencia de su misterioso amigo—. Convenceré a Giorgio de que haga un baile de máscaras. Después de todo, los compromisos que se dan entre los Hanouns tienen que ser avisados para que el resto de líderes sepa acerca de esto —el muchacho lo observaba expectante, esperando que Argon le diera alguna solución—. De ese modo, podrás acercarte sin que nadie note tu presencia —los ojos se iluminaron tras oírlo—. Tendrás que usar ese truco que usaban los humanos aquí para ocultar tu olor —él asintió—. El resto, déjamelo a mí.

—Eso es pan comido —esbozó una sonrisa de felicidad—. No te preocupes, no veremos pronto, Argon.

Luego de que terminaron de hablar, el joven ojiverde volvió a tapar su rostro con la capa y se dirigió hacía lo más oscuro y desolado del bosque. En cambio, Argon, tomó la dirección contraria, rumbo al palacio de los Wolfgang. Dispuesto a ayudar a su nuevo... amigo, aunque sea de esa forma. 

C L E M A T I S

En cuanto desperté el sol ya se encontraba en su punto más alto. Al parecer, había dormido por demasiado tiempo. Al sentarme al borde de la cama, recordé lo que me había indicado Giorgio, si llegaba tarde para el desayuno, no se me daría nada más hasta la hora en que ellos almorzarán. Tras recordarlo, mi barriga rugió un poco producto del hambre, no había comido nada desde ayer.

Caminé hacia el espejo de mi habitación, vertí un poco de agua en un recipiente hecho de cristal, lavé mi rostro, y observé las heridas que tenía. Algunas ya se encontraban curadas, e incluso la hinchazón había disminuido considerablemente, pero aún era visible.

En cuanto terminé de asearme, me dirigí hacia el ropero y observé los vestidos que había allí colgados. Todos poseían diversos bordados, algunos eran más ostentosos que el resto, pero, por suerte, otros eran un poco más simples. Escogí uno de color azul, la tela era bastante suave, muy agradable en verdad.

Al pararme frente a la puerta, mi mano sujetó el picaporte con mucho miedo. La simple idea de cruzarme por Zefer en los pasillos me generaba un inmenso pavor, pero debía salir, de lo contrario, no me asearía correctamente o moriría de inanición.

Al salir, observé a ambos lados, y únicamente cuando me percaté de que me encontraba completamente sola, comencé a caminar en dirección al baño.

Una vez dentro, cerré la puerta con el pestillo, me posicioné detrás de la escultura de lobo y busqué la palanca que usó una de las gemelas cuando llegué la primera vez. La subí con facilidad, pero al momento de bajarla, fue necesario que empleara casi todo mi cuerpo para que esta bombeara algo de agua, y pese a que hice aquello, tan solo logró subir una pequeña cantidad.

—Vaya... —dije algo cansada—. Cuando la vi hacer esto lo hizo sin ningún problema.

Tras repetir la acción un par de veces, por fin el agua comenzó a salir de la enorme boca, aguardé a que la bañera se llenara, y una vez que lo hizo, observé orgullosa mi trabajo. Caminé hacia el estante que tenía los recipientes, tomé los mismos que Wylan había usado en aquella ocasión, y comencé a verter uno por uno dentro del agua en las mismas cantidades que ella usó. El aroma que emergió de este era igual a como ella lo hizo, así que solo en ese momento supe que hice un buen trabajo.

—¡Bien! —exclamé mientras una sonrisa se posicionaba en mi rostro—. Creo que me salió igual a como lo haría ella.

Me desvestí y luego me introduje dentro de la tina. Dejé que el agua caliente relajara mis músculos por completo. Aquello era en verdad relajante, a tal punto, que lentamente me dejé llevar por aquellas sensaciones, y nuevamente me quedé dormida.

No pasó mucho para que comenzara a escuchar dos metales chocar con fuerza. Unos feroces gruñidos fueron retumbando en mi mente desde diversas direcciones, aquel sonido estrepitoso era tan fuerte, que cuando cesó un último eco retumbó hasta que se fue apagando paulatinamente. Sentí mi cuerpo moverse, pero antes de que pudiera continuar, escuché como un cristal comenzaba a partirse, dando paso al grito desgarrador de muchas personas. Sus voces se presentaban una tras otra. Su llanto, su lamento era palpable pese a que no lo viera. Aquellos ruidos se fueron mezclando uno a uno en un baile sin sentido que me generaba mucha angustia y miedo.

Decidí correr, pero un pequeño dolor proveniente de mi ojo me impidió continuar. Observé mis manos, y estas se hallaban llenas de sangre, y por más que trataba de limpiarlas en mi vestido, estas no se limpiaban, era como si aquel color estuviera impregnado en mis palmas.

La bulla cesó y un pequeño silbido similar al grito de un ave provocó que pegara un respingo en mi lugar. Alcé la vista y busqué por todas diversas direcciones, pero allí no había absolutamente nada, no lograba encontrar nada más que penumbra a mi alrededor

Me sentía desorientada, confundida, temerosa.

Grité con todas mis fuerzas y cerré los ojos, cuando los abrí nuevamente, a lo lejos pude divisar un cuerpo tirado. No lograba diferenciar quien era, pero lo que si pude percatarme es que debajo de su cuerpo, se hallaban un charco de sangre. Al observarlo decidí correr a su auxilio, pero conforme corría, la silueta tendida en el suelo se alejaba más y más de mí.

Sentí como alguien tiraba de mí hacia atrás. Una ola de dolor inexplicable me envolvió por completo. Tosí con fuerza, tratando de recuperar el aire, pero cuando bajé la mirada hacia el suelo, pude ver unas filosas garras atravesando mi vientre.

Inmediatamente, comencé a gritar de forma desesperada, pedía auxilio, pero no había nadie allí conmigo. Aquella mano comenzó a girar conforme reía, propiciándome aún más dolor del que ya sentía. Escuchaba que alguien reía de manera psicópata, y todo fue apagándose poco a poco mientras retiraba su palma de mi interior de mi cuerpo.

«Muerte al traidor»

Gritó alguien en medio de aquella oscuridad. Al despertar, mi pecho subía y bajaba con rapidez. Al sacar las manos de abajo del agua me percaté de que las yemas de mis dedos estaban arrugadas y el agua de la tina ya se encontraba demasiado fría.

¿Había dormido tanto nuevamente?

La sensación incómoda que me embargaba generaba que mi corazón no detuviera su latido. Era alarmante en verdad. Luego de que la aldea fuera atacada no volví a soñar con eso. Y ahora el que nuevamente fuera acosada por este tipo de pesadillas, me hacía temer lo peor.

—¿Será igual que aquella vez? —me pregunté mientras me disponía a salir de la tina.

Lo peor de soñar este tipo de cosas es que jamás tendré la certeza de que se cumplirán. Por ignorar las pesadillas terminaron masacrando a todos en mi aldea, por hacer caso a ellas escapé de la cabaña y terminé en este lugar. No sabía que hacer, estaba entre la espada y la pared.

Comencé a secarme, y para cuando terminé me vestí. Salí del baño y caminé con dirección a mi habitación, pero la sensación congelante que me dejó la pesadilla no se esfumaba en lo absoluto. En ese punto, andaba tan distraída que no vi quien se encontraba frente a mí. El golpe seco del otro cuerpo me devolvió a la realidad, e inmediatamente me sobresalté. Pero, en cuanto vi que se trataba de Wylan, y no de Zefer, me permití respirar con normalidad.

—Señorita, el almuerzo será en breve, baje al comedor. —Luego de informarme esto, siguió de largo con su camino sin siquiera mirar atrás.

Comencé a seguirla, bajé los escalones con cuidado, pero cuando estaba por entrar al salón comedor, ella optó por desviar su camino a la cocina. En cuanto llegué, pude ver a Giorgio sentado en su puesto habitual, él me dirigió una mirada adusta, pero luego de que hiciera una reverencia, y comencé a bordear la mesa para tomar asiento, dirigió una cucharada de crema de verduras hacia su boca y degustó aquella preparación. Yo decidí sentarme a tres asientos de distancia para poder comer con tranquilidad.

—Clematis. —Estuve a punto de sujetar los cubiertos, pero luego de que me llamara, lo observé atentamente.

—¿Si, Mi señor? —pregunté con algo de miedo, temía que estuviera enojado por saltarme el desayuno.

—¿Sabes lo que es un baile? —dijo, y yo agradecí que no le hubiera importado que olvidara el desayuno.

—¿Un baile? —Tras decir esto, uno de los híbridos posicionó el plato de comida justo delante de mí y agradecí el gesto sin dejar de observarlo.

—Bueno, si no sabes que es tampoco importa mucho —dijo con desinterés mientras apoyaba su rostro en la palma de su mano—. Normalmente nosotros hacemos esas ceremonias por simple protocolo. Ya sabes, para dar anuncios importantes y ese tipo de cosas.

—Oh, ya veo —respondí de forma escueta pero sin dejar los modales de lado.

—¿Sabes bailar siquiera? —En cuanto preguntó esto, alzó una de sus cejas en señal de curiosidad.

—Bueno... nunca he ido a un baile. —Al oírle, una sonrisa divertida se posicionó en sus labios—. Sin embargo, mi... —medité mi respuesta de forma fugaz. Si él sabía que yo era una segunda hija, quizás me ganaría un severo castigo—, tenía un amigo en la aldea que me enseñó a bailar cuando era pequeña. Sin música, claramente..., pero si sé moverme con una pareja.

—¡Es estupendo! —dijo mientras se observaba los anillos que traía en sus dedos—. Si no recuerdas como moverte, no importa, puedes decirle a Zefer que te enseñe —soltó de forma burlona. Yo, simplemente apreté mis manos con fuerza bajo la mesa—. Argon vino esta mañana a recordarme que tengo que hacer oficial su compromiso. !Lo había olvidado! —Su mano comenzó a moverse de izquierda a derecha, como si buscara disipar un mal olor—. Bueno, es natural, tengo tantas cosas importantes en que pensar que esto, que esto es algo tan insignificante, así que simplemente se me pasó por alto —sonrió y dejó a la vista sus colmillos, yo sonreí por cortesía y volví a observar mi plato—. Pronto serás parte de esta hermosa familia —exclamó con sarcasmo—, es bueno darte a conocer al resto.

—Sí, mi señor.

—Como estoy seguro de que no sabes de modistas, contraté a la mejor de la nación, ella vendrá en la tarde a hacerte el vestido y la máscara que tienes que usar.

—¿Máscara?

—Sí, será un baile de máscaras, es para darle... un toque algo especial. —Volvió a sonreír y sentí escalofríos por todo el cuerpo, no estaba acostumbrada a observarlo de esa forma—. Ahora, recuerda esto, el baile será dentro de dos semanas, así que ya sabes, anda practicando.

El resto del almuerzo transcurrió con normalidad, no volvimos a hablar, pero eso no me generó algún tipo de incomodidad. Por la tarde, tal y como Giorgio dijo, la modista apareció a la hora pactada. Ella, al verme, no pudo evitar fastidiarse por la tarea que debía realizar. Pese a que trataba de disimularlo, su molestia era palpable, y esto lo demostró al momento de tomarme las medidas, ya que me hincó con los alfileres.

En cuanto finalizó su tarea, me indicó de que color sería el vestido, me enseñó un dibujo burdo, pero entendible de cómo se vería, y se marchó del palacio sin decir nada más.

Después de eso, los días transcurrieron de forma tranquila, hasta el punto que se volvieron repetitivos. Por suerte, no volví a toparme con Zefer, ya había notado ciertos patrones que me anunciaban que se aproximaba, por ejemplo: Él pisaba fuerte, y por lo general, siempre venía leyendo algún libro y murmuraba ciertas cosas que no lograba entender, imagino que recitaba su contenido. Era gracias a esto, que me daba el tiempo suficiente de escapar.

En esos días, el palacio se fue tiñendo de un aura diferente, y esto se veía reflejado en su exterior. Se ordenaron flores de color rojas y amarillas que se veían hermosas y olían muy bien, el salón fue decorado por diversas telas plateadas que combinaban a la perfección con las paredes; y las sillas, la platería y los manteles, fueron finamente decorados con cuidado.

Yo, por mi parte, ayudé en lo que podía a los sirvientes, aunque al inicio se mostraron reacios porque le tenían miedo a Giorgio, me encargué de ganarme su confianza, al menos un poco, y optaron por darme pequeñas labores que fueran fáciles de realizar.

Pero aquello no quitaba el hecho de que sintiera que avanzaba un paso y retrocedía diez. Por más que me esforzara en ser sociable y acercarme un poco más a ellos, la gran mayoría de los trabajadores me observaba con miedo, y si me dirigían la palabra, era únicamente por respeto.

No tenía nadie con quien platicar, o algo que hacer por las tardes, salvo leer. Por lo que mi día a día se distribuía de la siguiente forma: Bajar durante las comidas, y luego pasar la mayor parte del tiempo en mi habitación.

En un abrir y cerrar de ojos la tan ansiada fecha llegó, ese mismo día la modista retornó al palacio, muy temprano por la mañana y dejó los atuendos de todos, y únicamente cuando se cercioró de que el traje me quedara, se fue sin siquiera decirme ni una sola palabra.

Era increíble la diferencia de trato en comparación con los que eran de su misma especie, las veces que la vi hablando con Jaft, Zefer, o Giorgio, no paraba de batir sus largas pestañas y sonreír de forma coqueta.

El plan era simple hoy, asistiría, soportaría todo el teatro sin sentido de Giorgio, y luego de quedarme en una esquina por breve tiempo, desaparecería de la vista de los demás. Mi presencia no era imprescindible, así que dudaba mucho que a alguien le importaba si estaba o no.

Aunque... no por eso podía evitar tener emociones encontradas. Por un lado, me ilusionaba la idea de asistir a este tipo de festividades, pero, al recordar que únicamente estaría rodeada por Hanouns, lograba tirar mi ánimo por el suelo... 



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