CAPÍTULO IX • Consuelo de tontos •


Z E F E R

Desde que pasó la fiesta los días se volvieron eternos. No sentía deseo alguno de salir de mi habitación, mi apetito había disminuido considerablemente, y mis horas de sueño se habían visto alteradas de forma drástica. La opresión que sentía en el pecho era tal, que me levantaba por la noche, y lo único que hacía en cuanto abría los ojos, era observar el techo y contar las diminutas grietas que había allí.

Durante el día, la rutina era la misma. Me la pasaba dentro de mi habitación leyendo todos los libros que tenía en un pequeño librero, y luego de escoger el que más llamara mi atención, salía al balcón. Este se había vuelto mi zona segura por así decirlo, ya que era el único lugar donde el olor de Eleonor no llegaba. Pero, por más que buscara la manera de mantener mi corazón tranquilo, era mi mente la que me terminaba jugando en contra, el ser consciente de que ella estaba aquí, a tan solo unos metros... dolía. Y mucho.

Cuando me veía obligado a salir de esta pequeña burbuja, por inercia terminaba posicionándome afuera de la habitación de Jaft. No la llamaba, ni tampoco ingresaba a sus aposentos, pero las ganas no me faltaban de hacerlo.

Era algo masoquista de mi parte hacerlo, lo sé. Es que el simple hecho de recordar las cosas que viví con ella desde cachorro provocaba que mi corazón palpitara como loco. Extrañaba su risa, sus besos, y anhelaba volver a sentir nuevamente el calor de su cuerpo. Pero ya nada de esto me correspondía, ahora quien ocuparía mi lugar sería mi hermano.

Lo odiaba. Odiaba que él siempre obtuviera lo que yo más anhelaba. Odiaba que Giorgio siempre hiciera lo mismo. Detestaba que él siempre me quitara aquello que yo más amaba. El único propósito en la vida de mi padre, era verme sufrir.

Desde que tengo uso de razón esto siempre fue así, Giorgio siempre colmaba de cosas a Jaft, ya que él era su hijo predilecto, el elegido, su favorito únicamente por ser su primogénito. Mientras que yo, siempre me debía de conformar con andar a la sombra, recibiendo las migajas del resto.

«¿Por qué las cosas eran tan diferentes conmigo?, ¿acaso yo no era también su hijo?»

Dolía aceptarlo, pero conforme fui creciendo aprendí lo siguiente: No confíes en nadie, en especial en tu propia familia. Únicamente debía ver por mí. Solo debía importarme mi bienestar sin importar el resto. Debía encabezar mi lista de prioridades así pisoteara al resto. Me había encargado de construir una coraza durante todos estos años que me volvieron un ser indestructible. Pero inevitablemente había momentos, como ahora, donde aquella seguridad y confianza que poseía terminaba por desvanecerse.

El día de la fiesta había servido para darme un trago amargo de realidad. La vida se encargó de recordarme que yo solo era el segundo y que jamás obtendría lo que deseaba. Y me odiaba a mi mismo por ser consciente de esto, ya que me hacía sentir débil, humillado, y por sobre todo, desolado.

Para mi Eleonor representó un oasis en medio de este desierto. Pese a que ella tenía sus defectos, cuando me encontraba a su lado nada más importaba ya que me traía paz. Estuvo presente en la época más difícil de mi vida y fue el pilar me que mantuvo en pie cuando me encontraba al borde del colapso. Le debía tanto, y por eso mismo la amaba sin juzgarla, sus imperfecciones eran perfectas para mí, ya que ella tampoco tomaba en cuenta mis defectos. Ni siquiera me importaba con cuantos ella pudo haber estado, cuando la necesitaba siempre estaba... como yo lo estaba para ella.

Y es por este amor enfermizo y caprichoso que había procurado tener todo bajo estricto secreto. Guardé de forma recelosa mis sentimientos y evité compartirlos con alguien para evitar que Giorgio se enterara. Pero lo único que hice durante todo este tiempo fue prolongar lo inevitable, en mi destino no estaba escrito que fuera feliz a su lado. Mientras yo más amara a alguien, de una u otra forma, él terminaría alejando a esa persona de mi lado.

Fui un imbécil al pensar que le estaba viendo la cara. A ese sujeto nada se le escapaba, nadie podía engañarlo, siempre estaba diez pasos delante del resto porque tenía poder e influencia. Era un lobo astuto, eso había que aceptarlo.

—Zefer —los golpeteos de la puerta me sacaron del trance en el cual me encontraba. Al reconocer la voz, suspiré cansado. Era Jaft—. Vamos, Zefer. Debemos hablar —dijo de forma pausada. Lo escuché resoplar al otro lado y yo tan solo me limité a blanquear los ojos.

Ya estaba cansado de mi rechazo, día tras día había venido de forma religiosa a pararse al otro lado de mi puerta para conversar. Pero yo simplemente me había negado a dialogar, él era la última persona con la cual deseaba entablar una conversación.

—Lárgate—le respondí mientras me acomodaba aún más en mi silla. Tomé el libro que reposaba en mi regazo, lo coloqué sobre mi rostro y cerré los ojos.

Mi hermano era algo idiota, ya debería de haberse dado cuenta que no deseaba oír sus excusas lastimeras. Escuché otro golpe, él volvió a llamarme. El picaporte se movió de izquierda a derecha, pero yo me mantuve allí, impasible, restándole importancia al bullicio que estaba generando.

—¡No me iré sin que hablemos! —Jaft volvió a girar la perilla con fuerza, incluso más que otras veces, pero ni siquiera me inmuté, dejé que siguiera haciendo su espectáculo.

—Jaft, hablo en serio —resoplé—. Y te juro por todo lo santo y sagrado, que esta es la única que obtendrás de mí —le respondí con molestia mientras retiraba el libro de mi rostro—. Si te atreves a cruzar esa puerta, no me va a importar que por nosotros corra la misma sangre, ni que seas el próximo regente, te romperé el rostro a punta de golpes. Así que, largarte.

—¡Suficiente! —escuché que gritó furioso desde el otro lado—¿Sabes qué? ¡Me cansé! ¡Felicidades, Zefer! Lograste que pierda los estribos. Deja de compórtate como un cachorro y actúa como alguien de tu edad.

No pude evitar reír bajo, pero al parecer Jaft alcanzó a oírlo. Estaba seguro de que, para este momento, él se encontraba sumamente rojo producto de la rabia que sentía. Él era alguien tan predecible que resultaba hasta patético. Yo era la única persona en todo este putrefacto lugar que no hacia lo que él decía, y quizás, también era el único con cerebro y sentido común que no besaba el suelo por donde pisaba o que buscaba su constante aprobación.

—¡Zefer Wolfgang! —gritó colérico—¡Abre esta maldita puerta o la tumbaré a patadas!

Me mantuve callado. Volví a observar hacia el frente y di un gran bostezo. No lo creía capaz de hacerlo, después de todo, Jaft no era alguien violento.

Ambos nos quedamos en silencio, aguardé expectante, y lo escuché resoplar nuevamente. Aguardó mi respuesta, pero ante mi negativa a hacerlo, asestó el primer golpe a la puerta, y fue en ese momento donde me percaté de que quizás yo estaba equivocado.

Me coloqué al borde de la silla y observé hacia atrás, pero tras unos minutos de calma, Jaft, volvió a patear con fuerza la puerta. Uno tras otro los golpes que brindaba se fueron intensificando hasta que escuché como la madera comenzaba a crujir. Al ver como la tabla estaba partiéndose justo al centro, me vi obligado a correr a la puerta para que se detuviera.

—¡Ya para! De acuerdo, abriré —tras oírme, dejó de hacerlo. Sujeté el picaporte y retiré el pestillo de la puerta. Escuché como él entró, pero yo ya me encontraba caminando hacia la silla que había colocado en el balcón.

—Zefer. ¿De qué manera quieres que te haga entender? —preguntó a mis espaldas mientras volvía a cerrar la puerta. Refunfuñé entre dientes, ya que no podía verme, y volví a colocar el libro sobre mi rostro—. ¡Yo no sabía nada acerca del compromiso! —volvió a repetir, y no pude evitar blanquear los ojos— Cuando nuestro padre lo anunció me quedé completamente en blanco. !Te lo juro! —él me obligó a observarlo. Se colocó frente a mí y se agachó, su mirada demostraba ser genuina, pero aquello no me importaba, aún sentía resentimiento por él—. Lo primero que hice fue pensar en ti, Zefer, tú eres mi hermano. Sé que nuestra relación no ha sido la mejor, pero... jamás haría algo para lastimarte, te juro que...

—Cállate —suspiré sintiéndome cansado. Me levanté con desgano y me sujeté del borde del balcón. Removí mi cabello. Estaba frustrado. Jaft se colocó detrás de mí y decidí prestarle atención—. ¿Acaso no te da gusto? —pregunté, y aquello lo desencajó— Ya tienes todo lo que querías. Serás el regente de esta pútrida nación, y ahora... ya tienes a la única persona que en verdad me ha importado —escupí con dolor, él se removió incómodo, agachó la cabeza y apretó los puños a cada lado de su cuerpo.

Al alzar la mirada, él no me dijo absolutamente nada. Entreabrió los labios, pero esto únicamente lo hizo para volver a suspirar. Decidí pasar por su lado, lo oí llamarme a mis espaldas, pero no me detuve. No quería escucharlo, ya que sabía lo que me diría. Solo me brindaría excusas y justificaciones, y francamente, ya estaba harto de escucharlo. Su voz era irritante, molestosa, y cada que lo escuchaba me propiciaba fuertes dolores de cabeza. Estaba siendo irracional, si, lo sé. Pero mi parte egoísta buscaba un culpable, ya que necesitaba odiar a alguien, e inevitablemente, Jaft había adquirido ese puesto sin ningún esfuerzo.

Dejé la puerta abierta y me dirigí a las escaleras, los pasadizos se encontraban desolados, pero el aroma de Eleonor llegó hasta mi nariz, aunque, también lo hizo la mezcla semi dulzona que poseía la humana. Conforme fui bajando por las escaleras la escuché reír. Y claro que podía identificar aquella voz, el árbol del patio quedaba cerca de la biblioteca, y aunque ella no podía verme, yo si podía observar de forma atenta todo lo que ella y Argon hacían allí dentro. Su voz fue una de las cosas que memoricé casi de inmediato con tan solo algunos días.

Al llegar a la primera planta me posicioné cerca del salón comedor, me recosté sobre la entrada, sin que me vieran claro está, y oí de forma atenta lo que ellos conversaban. Ambos estaban allí riendo por motivos que solo ellos sabían, y cuando viré ligeramente el rostro hacia el interior pude ver como su rostro se iluminaba y unos pequeños hoyuelos se formaban en sus mejillas. Estaba ruborizada, y Argon la miraba de forma embelesada.

No pude evitarlo, pero tras verla y oírla divertirse de esa forma, yo también terminé esbozando una pequeña sonrisa.

—¡Zefer! —escuché a Argon llamarme y la sonrisa desapareció en un santiamén. Recobré la compostura, debía de estar demasiado cansado como para sonreír a causa de ella.

Aclaré mi garganta, acomodé mi traje y salí de mi escondite. Comencé a acercarme, Argon estiró la mano en señal de saludo, y yo respondí de forma escueta. Ella, por su parte, observó sus manos que reposaban sobre su regazo, como normalmente solía hacerlo. No quería mirarme, se notaba a leguas que no disfrutaba de mi cercanía. Me molestó en cierta forma que parara de reír por mi culpa.

—¡Qué bien que hayas salido de tu habitación! —odiaba esto de él, siempre poseía una sonrisa en el rostro. A este paso envejecería con rapidez.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté con un deje de molestia, él se limitó a codear levemente a la humana y esta se removió con notoria incomodidad.

—Zefer, me sorprendes. ¿Dónde están tus modales? —se cruzó de brazos a modo de regaño y frunció el entrecejo. Estaba tratando de parecer alguien divertido. Patético.

—Oh, cuanto lo siento —le respondí sarcástico—. ¡Argon! Pero que sorpresa. ¿Qué demonios haces todavía en mi palacio? —sonreí de lado, la humana me observó, e inmediatamente le mostré los colmillos por su atrevimiento.

—Cuanta amabilidad de tu parte —él reposó su rostro sobre sus palmas y señaló la silla que estaba justo frente a ellos mientras sonreía—. Sería grato que nos acompañes. Y bueno, ya que lo preguntas, viviré aquí durante un tiempo —tras oírlo elevé una de mis cejas, incluso, podía jurar que mi boca se entreabrió producto de la sorpresa—. ¿No sabías? Giorgio envió una vyla a Velmont y me preguntó si podía ser el tutor de Clematis —abrazó a la humana y esta no pudo evitar sobresaltarse, alternó la vista entre él y yo mientras temblaba, luego siguió observando al suelo.

—¡Genial! Lo que faltaba —sujeté el puente de mi nariz, estaba hastiado de tantas cosas—. Al parecer soy el único que vive aquí y nunca se entera de nada. Ahora no solo tengo al molesto de Jaft encima de mío, sino que, como premio adicional, debo de soportar tu peste felina por todo el lugar.

—Vamos, no es tan malo —él elevó ambas manos en señal de paz, yo me limité a resoplar con notoriedad—. ¿Vas de salida? —blanqueé los ojos tras oírlo—. ¿A dónde vas? Pensé que almorzarías con nosotros.

—No, tengo otros planes —retiré la pelusilla de mi saco y me aseguré de que todo estuviera perfectamente alineado mientras esbozaba una sonrisa sarcástica, este me observaba expectante—. ¿Quieres saber a dónde voy? —pregunté y él asintió—. Iré al burdel de Fiora por un poco de diversión.

Dirigí toda mi atención hacia la humana, sus mejillas no tardaron en encenderse. Me sostuvo la mirada y yo hice lo mismo, pero tras ver como alzaba la ceja izquierda, optó por volver el rostro al suelo. Argon, quien hasta ese momento no había dicho nada, simplemente sujetó una de sus orejas con evidente incomodidad.

—Ya que la humana no está a mi altura —solté sin más para hacerla sentir mal—, tendré que ir a gastar algunos vidaleons en algo mejor que ella —Argon comenzó a apretar los labios de forma lineal conforme me escuchaba, pero aquello no me importaba en lo absoluto—. Y pensar que me trajeron una virgen. !No me sirve para nada! —di la vuelta con dirección a la salida, pero antes, detuve mi paso y volteé—. Aunque, siendo franco, hasta las híbridas de ese lugar tienen más clase que ella. Por cierto, humana —ella dio un respingo en su lugar—. Recuerda porque estás aquí —ella asintió. Argon estaba enojado, detestaba que la molestara— y Argon —el nombrado posicionó apretó los puños sobre la mesa—. Si eres su tutor, sería muy útil que le explicaras las leyes que tenemos entre nosotros, en especial las parejas.

—¿A qué leyes te refieres? —me preguntó.

—Ya sabes, a lo que pasa si una mujer le es infiel a su prometido.

Después de decir esto seguí con mi camino, llegué hasta la enorme puerta y los sirvientes que estaban allí hicieron una reverencia. Una de ellas se acercó sujetó una capa de color negro y un sombrero de copa que estaba en el perchero, los acomodó sobre mi cuerpo, y cuando estuve listo, los otros sirvientes abrieron la enorme puerta para que pudiera pasar. En cuanto puse un pie afuera del palacio, los rayos del sol me recibieron con todo su esplendor. Hacía un poco de calor, pero por suerte la brisa que venía desde el sur lograba refrescarme.

Al observar a lo lejos logré apreciar el pueblo de los Hanouns, habían pasado muchos días desde que salí por completo al exterior, y si bien no era alguien que disfrutara mucho tiempo fuera de casa, el vivir enclaustrado había provocado que extrañara el paisaje. Observé hacia los lados y vi al cochero a unos metros de distancia, al verme comenzó a correr en mi dirección.

—Joven amo —al ver el gesto que tenía en el rostro comenzó a temblar—. ¿Desea usar el carruaje?

—¿Crees que quiero caminar? —le pregunté y este se removió incómodo en su lugar mientras meditaba sus próximas palabras—. ¿Por qué crees que le dirigiría la palabra a alguien tan insignificante como tú? ¡Desde luego que quiero usar el maldito carruaje, tráelo!

En cuanto terminé de hablar hizo una rápida reverencia y volvió a correr al lugar de donde había venido. Silbó, y al cabo de unos segundos, los híbridos que jalaban el carruaje aparecieron, estos no tardaron en llegar hasta la entrada. Bajé las escaleras y aguardé con los brazos cruzados a que me abrieran la puerta. Como el anciano tardaba tanto los observé a detalle, creo que era la primera vez que lo hacía: Sus pieles se encontraban perladas de sudor producto del sol, ya que no usaban telas en la parte superior de su cuerpo. No pude evitar sentir nauseas, odiaba a la gente sudorosa. En sus espaldas había unas marcas ya antiguas de latigazos. Recuerdo cuando aún lo usábamos, qué tiempos aquellos, desde que dejamos de usarlos estos tipos de habían vuelto unos flojos.

Una vez dentro, me preguntó mi destino y luego de responderle, este cerró la puerta en cuanto me senté. Golpeé el suelo interior tres veces con la planta de mi pie y el cochero entendió que debía partir, el carruaje comenzó a moverse, y poco a poco el paisaje fue cambiando a medida que nos acercábamos al centro de la ciudad.

Pasaron varios minutos, en los cuales me dediqué a observar por la ventana. El pueblo no había cambiado demasiado desde que tengo memoria, algunos comercios aumentaron, y otros establecimientos cambiaron su fachada, pero no más que eso, nunca había cambios tan notorios por aquí.

Para cuando el carruaje se detuvo intuí que ya habíamos llegado a nuestro destino. Sentí como el cochero bajó, luego, abrió la puerta del carruaje y se hizo a un lado para que pudiera descender. Al salir, pude apreciar la fachada de la casona: Esta estaba elaborada de madera bañada en oro fundido; las paredes rojas eran llamativas, como para quien pasara por allí supiera que lugar era ese. En la parte superior, se podía vislumbrar el enorme letrero tallado en madera que poseía incrustaciones de joyas en los bordes, y al lado de cada extremo, habían colgadas unas pequeñas lámparas de aceite, las cuales eran encendidas en la noche. Del interior brotaba un exquisito aroma a incienso, era como si de alguna manera este aroma buscara la manera de envolverte y obligarte a pasar para que pudieras cumplir tus deseos carnales.

Este era el mejor burdel de todas las naciones, no solo por la ostentosa infraestructura que poseía, si no que a esto le sumábamos las bellezas despampanantes que trabajaban aquí y el trato y discreción de la propietaria. Jamás me había visto en la necesidad de venir, ya que mi única compañera oficial había sido Eleonor, pero necesitaba desfogarme de alguna manera, y siendo consciente de tales atributos de este establecimiento, era el momento perfecto para experimentar algo nuevo.

—¡Mi señor! —exclamó Fiora, la propietaria, mientras salía a recibirme. Una inmensa sonrisa se plasmó en sus labios rojos al verme—. Bienvenido a mi humilde jardín, espero que mis flores sean lo suficientemente dignas de usted. Debo decirle que es un verdadero placer recibir a alguien tan importante de la casta Wolfgang.

Fiora traía puesto un vestido que poseía un escote pronunciado; la altura del mismo era hasta las rodillas, y dejaba a la vista sus pantorrillas tonificadas. Si bien, ella no mostraba más de lo debido, uno no podía evitar imaginar lo que esperaría más allá de esas telas. Fiora, para ser alguien ya un tanto mayor, no aparentaba su edad real, aún mantenía su cuerpo en perfectas condiciones, su rostro no poseía ni una sola arruga, y su larga cabellera color marrón poseía un brillo especial, como las Hanouns más jóvenes de la aldea. Sus ojos color violáceos brillaban de manera seductora, ya que estos se encontraban realzados por el delineado color negro que poseía. Bastaba que ella te observara para que uno sintiera deseos de saber cómo era en la intimidad.

—Dejémonos de rodeos —ante sus elogios, no pude evitar inflar el pecho sintiéndome importante. Pasé por su lado, y ella me siguió de inmediato—. Estoy cansado, y necesito algo para divertirme.

Dentro del lugar todo estaba perfectamente ordenado, algunos adornos hechos de cristal se encontraban colocados en las esquinas; todo el piso tenía una alfombra color rojo oscuro. Debido a las oscuras cortinas, la iluminación del lugar era tenue, pero al poseer lámparas de aceite, generaban un ambiente místico.

En cuanto llegué al mostrador, Fiora inmediatamente se colocó al otro lado, pero antes de que siquiera pudiera hablar, una pequeña campanilla que estaba detrás sonó, ella, al escucharla, apretó los labios en forma lineal y me observó.

—Mi señor, perdone la descortesía—ella sonrió de lado mientras me observaba—, le ruego que espere por breves segundos, una de mis chicas requiere de mi presencia.

Asentí, y luego ella se desapareció por unas cortinas de color negras que daban paso a un pasadizo, la escuché susurrar algo junto a alguien, pero el sonido de algunos gemidos pertenecientes a las otras habitaciones caló en mis oídos. No le tomé importancia a lo que hablaban, lo único que me importaba en esos momentos era que me atendieran.

Escuché una risilla provenir del lado derecho, al virar mi rostro pude ver a varias híbridas casi apiladas observándome; eran simpáticas por así decirlo, y el hecho de que estuvieran sonrojadas solo reafirmaba lo que siempre había creído. Yo era capaz de despertar pasiones en cualquiera. Algunas me saludaron de forma coqueta con los dedos, mientras que otras un poco más descaradas, osaban enseñar más de la mercancía bajándose el escote.

No iba a darles el gusto de ver que aquello en cierta forma me excitaba, lo que más odiaba era que el resto se exhibiera como si fuera un trozo de carne. Me mantuve allí, quieto e inexpresivo mientras aguardaba a que Fiora regrese.

—Perdone el percance, mi señor —ella hizo una pequeña reverencia y yo asentí—. Es solo que tenían que entregarme el pago de una sesión—Fiora volvió y se colocó nuevamente detrás del mostrador, con un gesto de la mano les indicó a las que estaban apiladas se dispersaran, y ellas se despidieron de mi lanzándome besos al aire.

—No me importa—dije con desinterés mientras acomodaba las mangas de mi camisa—. Quiero la mejor que tengas, no me importa cuánto me cueste estar con ella.

—Desde luego. Mi señor, solo le ofrecería la más bella de mis niñas a usted.

—Me parece perfecto—introduje la mano en mi bolsillo y saqué un pequeño saco de tela color negra, y luego de lanzarlo al mostrador, los ojos de Fiora se expandieron al ver algunos vidaleons caer de la bolsa—. Tan solo tengo una condición.

—Cl... Claro. Mi señor, dígame cual sería.

—Quiero a alguien que sea pelinegra—ella asintió—, su cabello debe ser largo y ondeado, no aceptaré a otra que no posea ese color de cabello.

—Está bien, tengo la flor perfecta para usted—ella sonrío mientras tomaba la bolsa y la introducía dentro de una caja la cual cerró con llave—. Por aquí, mi señor.

Luego de que Fiora dejó todo en orden, me dirigió por unos pasadizos aún más oscuros, en el camino podía escuchar con nitidez algunos gemidos provenir de algunas puertas, cada una de ellas tenía tallada una especie de flor, y en la esquina más alejadas de todas estas, se podía apreciar un jarrón con múltiples ramas de incienso.

—Hemos llegado, mi señor —Fiora se detuvo frente a una puerta que tenía tallado un lobo, era la única diferente a las demás.

Sacó una llave del interior del bolsillo de su vestido, luego abrió la puerta y me introdujo al interior. En el centro de esta habitación en particular colgaba un enorme candelabro, las paredes estaban forradas de telas que poseían bordados finamente trabajados, el suelo poseía una alfombra color negra, y las ventanas poseían vitrales de colores, en estas se podían apreciar la figura de unos lobos, aquella hermosa forma que poseíamos en la antigüedad, la cual fuimos perdiendo hasta ser lo que somos el día de hoy; La cama era enorme, uno podía moverse por ella con tranquilidad haciendo diferentes tipos de posiciones que requirieran espacio.

En resumen, era perfecto, justo lo que estaba buscando.

—¿Es de su agrado, mi señor? —preguntó ella y la observé. Simplemente asentí.

—Lo es, al parecer cumple con mis expectativas —observé una vez más todo el entorno, caminé hacia la enorme cama y me recosté mientras me cruzaba de brazos—. Espero que, la flor que envíes, también pueda cumplir con mis expectativas.

—No se preocupe, mi señor... sé que las cumplirá —ella hizo una reverencia y antes de que pudiera marcharse la detuve.

—Tráeme una botella con tu mejor licor, no te preocupes por el precio —ella asintió—. Por cierto, enfatiza esto en la que haya a venir. Que bajo ningún concepto, entre sin tocar la puerta.

Luego de recibir las ordenes Fiora esbozó una sonrisa de oreja a oreja y salió de la habitación dejándome en completo silencio. Tras unos minutos de paz y quietud, volvió a tocar la puerta, luego de conceder el permiso ingresó al recinto trayendo consigo una botella de color verde y una copa de plata reposando entre sus dedos. Caminó hasta el tocador de la cama, la dejó allí; la tomé, analicé la fragancia que el líquido dentro despedía, y solo cuando expresé mi conformidad salió nuevamente, no sin antes informarme que la persona que vendría no tardaría más en llegar.

Sujeté la copa y la botella entre mis dedos, serví el licor hasta el tope y tomé una gran cantidad de líquido; el sabor amargoso que esta poseía recorrió mi garganta dejando tras de si una sensación ardiente. En verdad era una mezcla excelente, ni siquiera el mejor licor que teníamos en el palacio se asemejaba a este sabor excelso. En cuanto terminé la mitad de la botella comencé a sentirme algo ido, sentía bastante calor en mi cuerpo, al parecer era algún tipo de estimulante sexual, ya que la lujuria que sentía en mi interior logró acrecentarse mucho más. Fiora si que se había lucido, ahora solo faltaba ver cómo sería la muchacha que mandaría aquí.

Escuché los golpeteos de la puerta, concedí el permiso y la enviada de Fiora entró. No sé si era producto del licor, o fue mi imaginación que me jugaba una mala pasada, pero me quedé perplejo al observarla, si no hubiera sido por su aroma, hubiera jurado que se trataba de Eleonor. Ambas compartían todos los rasgos: Su cabellera negra y levemente ondeada, su tez blanquecina, su misma tonalidad de ojos diferentes. En ese punto, me vi obligado a sentarme bien en el respaldar de la cama, necesitaba saber que aquel no era un espejismo, ya que la simple idea de tenerla frente a mí en esos momentos, me hacía temblar. El tenerla allí, para frente a mí, me traía dicha, ya que al menos de esta forma, lograba imagina que se trataba de mi amada.

Ella llevaba puesto un vestido corto, sus perfectas piernas torneadas quedaban a la vista, su escote poseía la forma de un corazón y llegaba hasta la mitad de su pecho, no pude evitar que el aliento se me fuera y que la prominente erección dentro de mis pantalones creciera.

Le ordené que cerrara la puerta con pestillo y ella asintió. Extendí mi mano en su dirección y ella se acercó hacia mí de forma seductora. No sonreía, pero el ver como se mordía ligeramente los labios aumentaba mis deseos por poseerla. Las palabras se mostraban rehacías a salir, y ella se percató de eso, es como si supiera lo que estaba pensando en esos momentos. Le sonreí inconsciente, pero luego recordé que ella se trataba de una híbrida, no era Eleonor, ella no era mi Eleonor, ella era alguien de rango inferior, y por más parecido que pudieran tener, no podía permitir que los humos se le subieran a la cabeza, ya que podía pensar erróneamente, que tenía algún tipo de poder sobre mí.

—Deja eso —ella tenía un reloj de arena sujeto en la mano izquierda, pero antes de que pudiera colocarlo para que el tiempo corriera, la detuve—. Si nos excedemos del tiempo gustosamente le daré a Fiora una jugosa remuneración.

Ella asintió y lo dejó de lado, no lo paró como tendría que haber hecho. Caminó hacia mí y se detuvo, ella no hablaba, y eso me gustó mucho más, ya que cada vez que la volvía a mirar, aumentaba mi deseo. La tomé de la mano, y ella la dirigió hacia la parte trasera del vestido, tomé uno de los cordeles del corsé y lo estiré desatando el nudo.

—No quiero que hables —le ordené y ella asintió mientras jugueteaba ligeramente con su cabello—. Eres libre de gemir, o gritar si gustas, pero no quiero que ni una sola palabra salga de tu boca —me levanté y luego me acerqué a su cuello. Ella se estremeció ante mi cercanía al percibir mi aliento. Mi lengua jugueteó un poco en esa zona mientras daba pequeñas mordidas—. Tan solo déjate llevar —susurré con voz grave y ella observó mis labios.

Mis manos recorrieron su cuerpo de manera juguetona, luego, terminé por retirar aquel incomodo vestido. Ella quedó únicamente con una pequeña tela cubriendo su intimidad, sus no tan pequeños senos quedaron al descubierto, y tras acariciar suavemente la zona, sus pezones terminaron endureciéndose. La recosté sobre la cama y comencé a masajearlos, sentía su cuerpo estremecerse bajo mi tacto conforme lo hacía, leves gemidos escapaban de sus labios, su espalda se encorvaba al sentir mis labios recorrer aquel camino.

Ambas se parecían tanto, incluso su piel tenía aquella textura suave. Ellas eran tan similares...

Durante todo el tiempo que estuve junto a ella Fiora no volvió ni una sola vez. No sé con exactitud cuanto pasó, pero luego de varias rondas ya me sentía demasiado cansado como para continuar así que, me introduje y me tapé con las sábanas destendidas y coloqué mis brazos detrás de mi cabeza, ella se sentó al borde y sonrió de manera lineal sin mostrar sus dientes.

—Puedes retirarte —ella me observó y asintió ligeramente, caminó hacia el espejo y se acomodó el cabello— Cuando regrese quiero que estés disponible —ella despegó sus ojos de su reflejo y me observó—. No me importa si tienes clientes esperando, te bañaras y vendrás a verme, me darás la prioridad sobre el resto. Tráeme mi capa —le ordené y ella hizo lo que le pedí, metí mis manos a las bolsilleras y saqué un pequeño saco de tela—. Ten, dentro encontraras quinientos vidaleons, son para ti por el buen trabajo que hiciste.

Se mostró perpleja pero no dijo nada, ella simplemente aceptó la bolsa, tomó su ropa del suelo y se la colocó por encima sin atar nada, apenas lo necesario para tapar su desnudez. Tomó el reloj de arena que reposaba en un lado de la cómoda, y antes de retirarse, hizo una leve reverencia, luego, salió de la habitación y me dejó completamente solo.

Si algo había que felicitar, es que era obediente y muy complaciente, hasta ahora, las Hanouns con las cuales había tenido un encuentro físico siempre buscaban la forma de acurrucarse a mi lado, pero desde luego, yo no lo permitía, a la única que se lo había permitido era a Eleonor, ya que ella siempre fue especial.

Tomé la copa y la observé, luego miré la botella y me di cuenta de que me había acabado todo el contenido que había dentro. Me acomodé en la cama, y decidí cerrar los ojos para poder descansar. Aún no sentía deseos de marcharme al palacio, ya que no había gran cosa que pudiera hacer allí.

Para cuando desperté, la luz de las velas de la habitación era tenue, ya que se estas se estaban consumiendo, me levanté de mala gana, recogí mi ropa del suelo, y una vez que me la coloqué, y me cercioré de que me viera bien en el espejo, salí del cuarto rumbo al recibidor. Fiora se encontraba leyendo un libro, al verme lo cerró de inmediato mientras se inclinaba y caminaba a mi lado para despedirse, le extendí otra bolsa de vidaleons, pero dijo que el tiempo excedido fue una cortesía de la casa por ser la primera vez que iba, le sonreí con la promesa de volver otro día, ella asintió gustosa y me marché.

Afuera todo ya se encontraba a oscuras, había tardado más de lo planeado, el carruaje al verme se acercó y una vez que abrieron la puerta me introduje en el interior. En el trayecto el silencio era notorio, las luces de las casas de los nobles ya estaban encendidas y no había nadie afuera transitando por las calles. Cerré los ojos conforme seguían avanzando, y únicamente desperté en cuanto sentí que el trayecto cambió.

Al bajarme, estiré mi cuerpo entumecido, el anciano del carruaje y los híbridos se despidieron e hicieron una reverencia, luego se marcharon a la pequeña cabaña donde se guardaba la carroza. En cuanto entré al palacio me di cuenta de que los híbridos estaban cargando las cosas que pertenecían a la humana hacía el otro extremo, exactamente, hacía donde se encontraba...

—¿Mi habitación? —dije en voz baja, y algunos que estaban cruzando el pasillo llegaron a escucharme.

Comencé a correr en dirección a las escaleras, escuché a Giorgio llamarme desde el comedor, pero no me importó detenerme, simplemente seguí de largo. Al llegar a la parte superior me dirigí con rapidez hacia mis aposentos, los híbridos con los que me topé en el camino, y que estaban cargando algunas cosas, agacharon la cabeza con miedo porque intuían lo enfadado que me encontraba en esos momentos. Al abrir la puerta con brusquedad, su aroma se impregnó en mi nariz por completo, las cosas ya estaban colocadas en el interior, su espejo estaba puesto del lado contrario a la habitación y sus implementos de belleza estaban sobre el tocador.

La busqué con la mirada, y la encontré de pie en un rincón, ella pegó un respingo al verme mientras comenzaba a temblar como una hoja siendo movida por el viento. Tenía miedo, era algo normal. Para ser franco, me encontraba tan enojado en estos momentos, que era capaz de realizar cualquier locura.

—¿Qué demonios haces tú aquí? —le pregunté tratando de no perder los estribos, pero su silencio tan solo me generaba mayor desesperación—. ¡Responde, maldita sea! —ella comenzó a temblar con más fuerza—. !Te juro que si no hablas, te asesinaré ahora mismo!

—Yo... Yo... —tartamudeó mientras comenzaba a llorar. Sentía deseos de estrangularla, ella no podía hablar como una persona normal sin comenzar a llorar o tartamudear.

—Vamos, Zefer. No seas tan cruel con ella —Giorgio entró a mi habitación y volteé a obsérvalo, él se encontraba sonriendo de oreja a oreja—. ¿No ves que la pobre está temblando de miedo? —su sarcasmo era completamente visible. Al mirar hacia atrás pude ver a Eleonor, ella traía los brazos cruzados y el ceño fruncido, definitivamente estaba furiosa.

—¿Qué demonios hace ella aquí? —le pregunté—¿Por qué trajeron todas sus cosas a mí habitación? —Giorgio emitió una sonora carcajada, yo, me limité a apretar los puños a cada lado de mi cuerpo— ¡Habla de una maldita vez! —volví a gritar y la humana volvió a saltar.

—Vamos, hijo, tranquilo —siguió sonriendo mientras me observaba atento—. La habitación donde esta Clematis no es apta para una señorita que planea ser parte de nuestra familia, así que teniendo en cuenta que tú tienes la tercera habitación más grande de todo el palacio, decidí que viniera aquí.

—¿Decidiste? —exclamé con sorna—. ¿Estás demente? ¿Cómo se te ocurre que compartiré habitación con ella?

—Vamos, Zefer. Es algo natural, Jaft comparte habitación con Eleonor, y tú ahora la compartirás con Clematis, son prometidos después de todo —exclamó arrastrando las palabras.

—¡Me niego rotundamente! —le dije y caminé en su dirección, lo observé directamente sin apartarle la mirada— ¡No quiero compartir habitación con una humana!

—No tienes opción, Zefer —soltó de forma desinteresada mientras se encogía de hombros y daba media vuelta a la puerta—. Ya es tiempo de que aprendas a acatar las cosas que se te imponen. Si te niegas a hacerlo ¡Perfecto! Eres libre de tomar tus cosas y largarte. Oh, espera —bufó—. ¿No tendrías a donde ir, verdad?

Lo observé furioso mientras lo maldecía internamente. La sangre me hervía producto de la ira que sentía en ese momento. Giorgio salió por la puerta y fue seguido por Eleonor, quien le propició una mirada asesina a la humana.

Sujeté mi rostro con fuerza mientras reprimía un grito, llevé mis manos hacía mi cabeza y halé mi cabello hacía atrás, logrando de esta forma despeinarme. Giré a observarla, y ella seguía en el mismo lugar desde que entré. Al observarla con atención, pude ver su mejilla inflamada, había tres líneas que llegaban hasta su quijada, la habían arañado, y no se necesitaba ser un genio para intuir que la causante de aquello había sido Eleonor, ya que ella siempre que estaba enojada, llegaba a ser algo violenta. Pero había que admitir que se había contenido bastante, de lo contrario, le hubiera rebanado el rostro.

—Al parecer, no tengo opción —le dije y ella siguió en su misma posición—. Te dejo algo en claro desde ya, humana —enfaticé la última palabra—. NO, estoy dispuesto a compartir una habitación contigo, no sé qué demonios te habrá dicho Giorgio, pero MIS cosas. No son tus cosas, eso implica que LA ÚNICA cama que tenemos aquí es MÍA, si quieres dormir, te largas al balcón, o te vas al baño común ¡No me importa! Pero no quiero percibir la peste que traes a mi lado mientras duerma.

Me acerque hacía el armario y al abrirlo vi sus vestidos colgados al lado de mi ropa, me sentí aún más molesto porque hayan tocado mis cosas sin permiso alguno. Hice uso de mi autocontrol, y me contuve para no romperlo todo. Suspiré y conté hasta diez mentalmente. Tomé su ropa, y la arrimé dejando un margen de separación entre ambos

Me deshice de mi ropa importándome poco que ella me observara desnudo y tomé lo que normalmente usaba para dormir: una camisa holgada y unos pantalones de tela. Volteé a observarla y ni siquiera había levantado el rostro para mirarme, el olor salado podía percibirse, y vi como algunas lágrimas terminaban cayendo al suelo al suelo. Me acerqué hacía la lámpara de aceite que habían colocado, pasando por su lado, y la apagué, importándome poco o nada que pudiera ver en medio de la oscuridad.

Caminé hasta mi cama y la distendí para poder meterme en ella, una vez que lo hice, le di la espalda para no poder verla y cerré los ojos. Pude escuchar como ella se movía y en ciertos momentos se tropezaba con algunas cosas, miré de reojo y vi cómo llegó al ropero; lo abrió, procurando no hacer ruido, y se comenzó a desnudar mientras sujetaba el vestido al frente para evitar que se viera más de la cuenta. Su contextura era delgada, su piel era sumamente blanca, incluso más que la de Eleonor, y aunque no se veía mucho, me percaté de que tenía el busto pequeño, pero unas caderas amplias y trasero pronunciado.

Tomó un camisón agua marina entre sus manos y se lo colocó con rapidez, luego de soltarse el cabello, sujetó una frazada del interior del ropero y caminó con dirección al balcón. Una vez que entró por aquella puerta, la cerró tras de sí, giré de forma disimulada para poder observarla, ella colocó una frazada sobre sus hombros y atrajo sus piernas hacia su pecho para poder abrazarlas.

Sentí algo extraño al verla, como un retorcijón en mi interior, pero aquella sensación la atribuí al sueño, así que, restándole importancia, cerré los ojos e ignorando sus sollozos, caí profundamente dormido.



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