CAPÍTULO IV • En la boca del lobo •


Z E F E R

La habitación donde ambos nos encontrábamos quedó sumida en silencio. Lo único que generaba un poco de ruido en esos momentos, era el canto de algunas aves que se encontraban reposadas en el marco de la venta.

No podía salir de mi asombro. Mi boca se encontraba semi abierta producto de la sorpresa. E incluso podía jurar, que la quijada se me había descolocado por la impresión. De manera automática, una sonrisa nerviosa se fue materializando en mi rostro, la cual terminó convirtiéndose en una sonora carcajada, lo suficientemente fuerte para ser escuchada en la primera planta del palacio.

Equivocadamente, pensé que todo se trataba de una broma elaborada de mi padre. Pero, en cuanto me percaté que su semblante se mantenía apacible, sumado a que me observaba como si hubiera perdido el juicio. La sonrisa que poseía se terminó desvaneciendo. Mi ceño se frunció y la cólera que sentía aumentó paulatinamente en mi interior.

—¿Qué? —le pregunté, dándole una última oportunidad de rectificarse. Él simplemente se encogió de hombros, así que me sujeté con firmeza de la posa brazos de la silla, y clavé mis garras con profundidad en la madera—. Espera —bufé—. Estás tratando de decirme que yo, Zefer Wolgang. ¿Debo de comprometerme con esa criatura de tan bajo nivel?

—Tú acabas de decirlo —dijo con calma mientras brindaba una nueva calada a su pipa.

—¿Has pedido el juicio? —Me coloqué al borde de la silla y lo observé con dureza, él ni siquiera se inmutó ante esto—. Ella tendría que estar en los campos arando la tierra hasta que sus manos y pies sangren. —Giorgio blanqueó los ojos y esto me enfureció aún más—. !No la quiero ni como juguete! Es una criatura asquerosa, repugnante, inútil e inservible —solté con asco y él negó con la cabeza—. El simple hecho de saber que ella se encuentra a unas puertas de distancia me genera náuseas.

—Mi querido hijo —me respondió de forma socarrona a la par que soplaba el humo de su pipa en mi dirección—. Míralo de la siguiente forma, la muchacha no es fea, digo, en comparación a la gente que vivía en esa aldea. Sus rasgos faciales son algo fuera de lo común, su cuerpo no está nada mal —añadió con particular interés, como si aquello en verdad me importaba—. ¿Qué más quieres? —preguntó—. Te he conseguido una mujer sumisa, idiota, y fácil de domar.

—¡Me importa una mierda! —grité mientras golpeaba el escritorio, la fuerza que empleé fue tal, que la madera crujió bajo mi puño—. No pienso comprometerme con ella.

—Lo harás —exclamó de manera calmada—. Yo lo estoy ordenando —realizó énfasis en esto último—. No estoy pidiendo tu permiso ni nada por el estilo.

—¡Déjate de bromas! —golpeé nuevamente con fuerza el escritorio provocando que el tintero cayera al suelo y se rompiera en varios pedazos—. Escúchame bien. Padre, jamás tocaría a esa humana. No la quiero. —Giorgio apoyó el mentón sobre su palma y me observó con aburrimiento. Era claro que no le importaba nada de lo que tuviera que decirle—. ¿Por qué Jaft no se compromete con ella? Si para ti es importante, que se quede con él, se la regalo envuelta y con un moño.

—Jaft no puede comprometerse con ella.

—¿Por qué no? —me crucé de brazos y me acomodé en el asiento—. Es lo más lógico. ¿No? El futuro jefe de nación necesita algo «invaluable»

—No, Zefer, yo tengo otros planes para Jaft. —Él se puso de pie y se acercó al enorme ventanal—. Jaft debe de comprometerse con una noble de nuestra casta. Ya sabes, una muchacha culta, de buena cuna. —Con cada palabra que él soltaba, me sentía cada vez más y más indignado—. No puedo permitir que el futuro líder de la nación cargue con una humana inculta.

Sus ojos ambarinos me observaron de forma atenta, en ellos podía distinguir notoriamente un brillo codicioso.

Esto era el colmo. Siempre tenía que cargar con cada locura que se le ocurriera. A decir verdad, Giorgio dejaba mucho que desear como padre. Jamás había tenido un gesto de bondad, amabilidad, o de cariño conmigo. Ni siquiera cuando era cachorro lo vi comportarse alguna vez así conmigo. Todo siempre era por y para Jaft.

—Velo de la siguiente manera, hijo —acotó mientras se alisaba el saco—. Hasta que Jaft muera y tú logres tomar su lugar como líder, pasará mucho tiempo —tras decir esto, me observó en tono burlón—. Así que, dispones de mucho tiempo para poder domarla a tu antojo.

No pude soportar escucharlo durante más tiempo. Me levanté furioso de la silla haciendo que esta cayera hacia atrás y salí por la puerta dando un fuerte golpe. Esto era completamente denigrante. Yo era un Hanoun, heredero directo del gran Kyros. ¿Por qué debía de cargar con la inútil existencia de una humana?

—¿Cómo se atrevía? —dije a la nada mientras caminaba dando fuertes pisadas—. ¿Cómo puede concebir la idea de que me casaré con ella?

Por más que trataba de imaginar que era lo que rondaba por la mente de Giorgio, me resultaba imposible hacerlo. Le daba mil vueltas al asunto, pero ni una simple respuesta se asomaba por mi mente.

En cuanto llegué a mi habitación, cerré la puerta con fuerza. Estaba asqueado del aroma que ella poseía. Pese a las paredes de mármol, su pestilencia lograba colarse entre las bisagras y llegaba hasta mi nariz.

—Criatura despreciable —caminé hasta mi cama y me tiré encima, el colchón se hundió por el peso que empleé. Giré en mi sitio y le di la espalda a la puerta. Apreté los puños a cada lado y coloqué mi brazo derecho sobre mis ojos.

Bueno, si mi «amado padre» quería que jugara, lo haría. Jugaría con esa humana. Haría que se arrepienta de haber pisado este lugar. Haré que decida irse por pie propio, ya sea por la puerta, o acabando con su patética existencia. Después de todo, Giorgio no me ordenó que fuera amable con ella.

Durante el resto de la tarde me mantuve recluido en mi habitación. No oí la puerta de su alcoba abrirse ni mucho menos percibí su peste pasar por el pasillo. Sin embargo, podía captar con nitidez aquel ligero aroma salado propio de sus lágrimas. Me imagino que durante todo este tiempo había estado llorando, maldiciendo su suerte. Y me sentía feliz, ya que si yo tenía que cargar con esa «cosa», quería que se sintiera miserable. Anhelaba desde lo más profundo de mi ser que odiara su existencia y que maldijera su destino.

—¿Giorgio ya le habría contado su «brillante plan»? —murmuré mientras giraba y observaba el techo de mi habitación.

Era probable que si lo hubiera hecho.

No puse evitar sonreír de placer al imaginarlo. Quizás el causante de su llanto desconsolado era ese. El imaginar cómo se sentía al saber que estaba condenada a estar conmigo debía de asfixiarla. Ya que intuía el calvario en donde estaba ahora metida.

Me sentía inquieto. Deseaba humillarla, pero debía mantenerme tranquilo, al menos hasta que me topara con ella. Si no, la pequeña mascota tendría la idea equivocada de que me importaba. Lo juro, en cuanto la viera, la pondría en su lugar y le recordaría que ella era una cosa insignificante y de poco valor.

Me encontraba tan sumido en mis pensamientos, ideando maneras de complicar su estadía aquí, que no me percaté de que alguien estaba tocando la puerta desde hace rato. Al conceder el permiso para que pudiera entrar, Meried asomó el rostro, ella traía la mirada cabizbaja, entró con mucho miedo, casi podía ver como su cuerpo temblaba. Me había olvidado por completo que ella vendría.

—Pasa, pero deja la puerta entre abierta —tras decirle esto, ella asintió levemente y me obedeció.

Tal y como se lo había ordenado, ella se había arreglado un poco. Claramente, no podía pedir demasiado, ya que, al ser una sirvienta más, no tenía las ropas adecuadas que le brindaran un poco de emoción al asunto. Meried se acercó hacia mí con miedo, se posicionó frente a la cama, y yo me acomodé en el respaldar mientras me cruzaba de brazos.

Para lo único que servían los híbridos era para esto. Ellos solo podían aspirar a ser nuestros sirvientes o nuestros juguetes sexuales. Su mera existencia era algo desagradable, el que poseyeran algo de sangre humana recorriendo sus venas había significado su condena desde hace tiempo.

Con voz grave, le ordené que se acercara aún más, y ella, asintiendo ligeramente y con suma torpeza obedeció. Cada tanto observaba la puerta, al parecer le incomodaba que alguien pudiera vernos, pero a mí me daba igual. Esto era algo rutinario en este palacio, pero desde luego, Jaft, el «hijo perfecto», nunca se había animado a hacer tales actos.

—Baila —le ordené con frialdad. Pese a que di mi orden, ella no se movió, ni siquiera se dignó a asentir. Esto me enojó, estaba ignorando la orden directa que le había dado—. ¿Estás sorda? —tras decir esto, el gesto de su rostro se descolocó—. Te acabo de ordenar que bailes, no entiendo por qué no te comienzas a mover de una maldita vez.

En cuanto entendió que no estaba para juegos tontos, asintió y comenzó a moverse ligeramente. Sus caderas se movían al compás de su ritmo, y no pude evitar suspirar por la decepción que sentía en esos momentos. Esto no era divertido. Parecía un animal moribundo que buscaba oxígeno. Incluso las lombrices tenían más movilidad que ella en estos momentos.

—Detente —le dije y ella detuvo su patético baile—. Ven. —Se acercó lentamente hacia mí y subió a la cama—. Quítate el vestido.

—¿Mi señor? —preguntó mientras su voz temblaba.

—Te dije que te lo quites —respondí entre dientes—. No me hagas enojar.

—Sí...

En cuanto se retiró sus prendas, su cuerpo desnudo quedó al descubierto. Su piel blanca poseía algunas cicatrices, aquellas marcas que poseía eran producto de los castigos que Giorgio le había brindado hace ya varios años. Ella no tenía demasiado busto ni mucho menos poseía buenos glúteos. Pero era mejor que nada. No sentía deseos de irme al «Burdel de Madam Fiora» en estos momentos. Tenía tanta flojera y desgano, que solo quería estar aquí.

En cuanto estuve preparado para comenzar lo que quería hacer, pude percibir el aroma de la humana. Por fin, luego de tanto tiempo, ella había abierto su habitación. Una idea malévola y retorcida, rondó mi mente. Esto sí que sería divertido. Si ella quería bajar, obligatoriamente debía de pasar por la puerta de mi cuarto.

Jalé a Meried hacia el extremo de la cama que daba a la puerta. Comencé a mordisquear su cuello, y algunas líneas de sangre escurrieron por este. Ella se mantuvo quieta en todo momento sin decir nada.

Mordisqueé ligeramente las aureolas de sus senos. Mi mano fue atravesando poco a poco su abdomen hasta que llegué a su intimidad, y una vez que estuve allí, introduje mis dedos y comencé a masajear su área más sensible. Ella dejó escapar unos leves sonidos, reprimía los gemidos que brotaban por el contacto, siempre era lo mismo, se mostraba rehacía al inicio, pero luego ella terminaba sucumbiendo al placer. Aunque lo negara, le gustaba, y no la culpaba, tenía la suficiente experiencia carnal como para hacer gemir a cualquier fémina que se me antojara.

En cuanto percibí que estaba lista, me desabroché en cinturón y me introduje en ella, sus piernas abrazaron mi cintura y comencé a moverme con mayor rapidez.

No fue necesario voltear a ver a la humana, sabía que estaba allí, percibía su aroma justo al otro lado de la puerta. Nos estaba observando.

Giré con brusquedad y esta vez yo me puse debajo de ella, la senté sobre mis piernas y ella sola comenzó a moverse. Meried daba pequeños saltos sobre mis muslos. Mis uñas fueron a sus glúteos y se clavaron en ellos. Ella soltó un pequeño grito por el dolor. Tomé su cuello y lo mordí ligeramente, y aquella zona donde había mordido comenzó a sangrar levemente, las gotas se acumularon, y luego cayeron dejando tras de si un sendero color carmesí a su paso. Lamí aquella zona y me deleité con el sabor ferroso propio de la sangre. Hacía mucho tiempo que no había tenido la oportunidad de beber un poco de aquel néctar delicioso.

La pequeña mascota quedó en mi campo de visibilidad. Para dar el toque final, la miré directamente a los ojos. Ella, al percatarse que la estaba observando, pegó un ligero brinco y luego salió completamente espantada de ese lugar.

Al verla marchase no pude evitar sonreír sintiéndome victorioso, había logrado perturbarla lo suficiente. Ni siquiera me importó no haber terminado, empujé a Meried a un lado de la cama y comencé a desvestirme, ella se sentó mientras se comenzaba a colocar nuevamente el vestido. Una vez que me encontré desnudo, le tiré la ropa que había usado y le ordené que la lavara y me trajera ropa limpia. No quería usar nada que haya tenido contacto con ella. Asintió y se marchó rápidamente una vez que terminó. Yo, por mi parte, tomé una toalla y me dirigí hacia el baño. Necesitaba refrescarme.

Luego de darme una ducha fría, me arreglé y bajé en dirección al salón comedor. Al entrar, pude ver a Giorgio sentado al extremo de la mesa, donde él acostumbraba a estar normalmente, mientras que la humana estaba sentada al medio. Al verme, volvió a agachar la mirada y comenzó a remover la comida que había en su plato de porcelana. Era patética, parecía un roedor asustado. Al pasar por su lado, golpeé ligeramente la silla, y tomé asiento junto a mi padre. Uno de los sirvientes se acercó hasta donde estaba y colocó uno de los platos frente a mí. Al parecer, Jaft aún no había regresado del pueblo.

—Zefer —mi padre habló mientras yo tomaba una hogaza de pan que estaba en el centro de la mesa.

—¿Qué? —le dije de forma desinteresada mientras uno de los híbridos venía trayendo consigo el almuerzo. Lo sirvió en mi plato, y luego se retiró en silencio.

—¿Por qué tardaste tanto en bajar?

—Estuve haciendo algunas cosas. —Tras decir esto, observé a la humana, quien se limitó a encogerse más en su asiento.

—Ya veo —respondió él sin tomarle mayor importancia—. Bueno, supongo que tengo que presentarlos, ella es Clematis —al escuchar su nombre ella alzó la mirada un poco y asintió levemente con la cabeza—. Ya conversé con ella acerca de todo este asunto, y accedió a seguir con todo esto.

—A decir verdad, dudo mucho que haya tenido opción a negarse—dije con notoria molestia.

Giorgio sonrió de soslayo y yo aproveche ese breve momento para tomar mis cubiertos y partir el trozo de carne que había en mi plato para luego llevarlo a mi boca. Mastiqué algunos pedazos, luego observé a la humana y esta seguía removiendo la comida que estaba servida.

—Oye tú, cosa. —Ella me observó—. ¿Entiendes el concepto de comer en una mesa, usando cubiertos y todo eso? ¿O dónde vivías solo comían en el suelo y con las manos?

—Si sé comer en una mesa. Mi señor —me respondió con la voz temblorosa.

—¿Entonces porque no has comido lo de tu plato? —le reclamé mientras ella se mordía el labio—. Mira que despreciar el alimento que te estamos brindando es algo de pésimo gusto.

—Lo siento. Mis señores, no quise ser descortés, pero... —observé bien su plato y solo había comido las verduras que había a los lados.

—Oh, creo que ya entiendo el por qué —contestó Giorgio—. Lo había olvidado por completo, ustedes los humanos no están acostumbrados a comer estas delicias —dijo a la par que hincaba un trozo de carne y lo apuntaba en su dirección—. Zefer, explícale a tu prometida que es lo que tiene en su plato.

—¿Por qué tendría que hacerlo? —repliqué molesto.

—Porque, querido hijo, ella es tu responsabilidad ahora. —En cuanto dijo esto me observó con aquella asquerosa sonrisa burlona.

Giorgio estaba disfrutando todo esto, se deleitaba con mi limitada paciencia. Pero, por otra parte, parecía que él también le divertía torturar a la humana. La estaba arrimando a situaciones incómodas donde ella se veía obligada a actuar.

—Es híbrido —solté finalmente—. Lo que está en tu plato, es carne de un híbrido. —Una sonrisa se plasmó en mis labios al ver como ella palidecía. Giorgio, por su parte, simplemente negó con la cabeza y reprimió una carcajada.

C L E M A T I S

Como ya venía haciendo desde que me senté, observé nuevamente mi plato, incrédula a lo que había escuchado. ¿Esta cosa de color rojizo era carne? Y no solo una carne cualquiera, si no, que era la carne de uno de los híbridos, como los que estaban ahora parados a espaldas de ellos.

Luego de oír a Zefer se me revolvió el estómago. No podía ni siquiera imaginarme comiendo esto. La textura que poseía, y los jugos que brotaban por debajo de aquel pequeño corte, me revolvían el estómago. En ese momento recordé lo que mi madre me había enseñado. Así que era cierto, los Hanouns siempre se habían caracterizado por comer carne. A diferencia de nosotros los humanos, quienes poseíamos una dieta de: frutas, verduras y algunas semillas que conseguíamos en los campos.

—Disculpen... —observé con nerviosismo a Giorgio, pero sentía la pesada mirada de Zefer sobre mí—. Si tuvieran algunas, semillas, o fruta...

—Comerás lo que tengas en tu plato. —Zefer me interrumpió mientras me observaba colérico—. Si no te gusta, eres libre de dejarlo, pero no se te dará nada más. Eres una malagradecida —soltó nuevamente—, te estamos alimentando, y te quejas. No te levantarás hasta que comas —sonrío con malicia y eso me hizo temblar un poco—. Si no te gusta, anda a tu casita a decirle a tu mami que te prepare algo de comer.

Un nudo formándose en mi garganta en cuanto dijo esto, él sabía a la perfección que la aldea había sido aniquilada, y tan solo lo había dicho para hacerme sentir mal. Sentí un escozor en mis ojos, estos ya ardían de tanto llorar. Y romper en llanto en esos momentos, me harían ver mucho más miserable.

Apreté los puños por debajo de la mesa y observé el plato de comida. Retuve el aire dentro de mis pulmones, y luego exhalé. Acerqué el tenedor y el cuchillo al trozo de carne. Partí solo un pedazo, apenas era uno muy pequeño, pero en cuanto me lo llevé a la boca, el reflujo del vómito fue casi instantáneo. Sentía asco. Cada vez que masticaba sentía como aquel trozo liberaba sus jugos dejando un sabor semi ferroso en mi boca. Era completamente absurdo que supiera de esta forma, en comparación a la de ellos, la mía se veía más cocinada. Seguí masticando, e inmediatamente pasé la carne, ya que no toleraba por más tiempo la textura y el sabor. Mi garganta dolió en cuando lo hice.

Giorgio y Zefer me observaron incrédulos. Ambos sonrieron de satisfacción al ver como se encontraba mi rostro en esos momentos. Sabían que no podía oponerme, eran conscientes de que cada pequeña cosa que ellos dijeran, debía acatarla al pie de la letra.

La cena transcurrió con normalidad, pero después de comer aquel pequeño pedazo, no volví a tocar nada más. Tan solo me mantuve allí. Callada, observando al mantel.

Para cuando terminaron, me sentí completamente agradecida. Esperé pacientemente a que cada uno se fuera, y una vez que se marcharon, me disculpé con las híbridas por dejar la comida en mi plato. Por suerte, ellas fueron un poco más empáticas conmigo y supieron entenderme. Me dijeron que no tenía de que preocuparme, incluso, de una forma muy amable, me dieron la opción de bajar por algo de comer en caso sintiera hambre. Claramente, esto debía ser a escondidas de Giorgio. Agradecí su gesto bondadoso y me dirigí a las escaleras. Caminé rumbo a mi dormitorio, y una vez dentro, volví a encerrarme en mi nueva habitación.

Me recosté la cama, cerré los ojos, y casi instantáneamente las imágenes de Zefer con Meried volvieron a mi mente. Me había quedado estática al verlos así. Jamás había presenciado tales «muestras de afecto». Ni siquiera recordaba que mis padres se hayan besado alguna vez frente a mí.

Al menos, si algo positivo podía sacar de todo esto. Era que Zefer me odiaba, eso podría significar que jamás se atrevería a tocarme, o me forzaría a hacer otras cosas. Sí, aquel pequeño pensamiento le traía un poco de paz a mi alma en esos momentos, y de cierta forma, podía sentir como respiraba con tranquilidad.

Observé hacia el techo y coloqué mi brazo sobre mis ojos. Estaba agotada. Me removí de izquierda a derecha, y al no hallarme cómoda, opté por ponerme de pie, me deshice del incómodo vestido que traía puesto y me quedé únicamente en el camisón blanco interno. Me introduje por debajo de las sábanas, y poco a poco me dejé llevar al mundo de los sueños.

«Clematis.»

Escuché mi nombre ser repetido una y otra vez. Al abrir los ojos, volví al lugar que soñé antes de la matanza de todos. Pero, esta vez, no había ni un manto de flores blancas, estas ahora poseían una tonalidad carmesí, similar a la sangre. Sentí escalofríos. El paisaje era desolado y el cielo era de color gris, parecía que estaba llorando. Aquel ambiente de penumbra absoluta me deprimía. Me abracé a mí misma buscando un poco de calor, deseaba consolarme de alguna manera. Sentía mi corazón doler con cada palpitar que daba, y este dolor dejaba tras de sí un sendero de desolación y tristeza.

—Clematis. —Aquella voz inconfundible hizo que me sobresaltara, volteé rápidamente, y al verla dirigí mis manos hacia mi rostro.

Mi madre se encontraba justo frente a mí. Su semblante estaba deteriorado, sus ropajes se hallaban rasgados, y podía distinguir notoriamente las heridas que poseía en su rostro, y enorme hueco que había en su vientre. Ella lloró al verme, y yo no pude evitar que el corazón se me parta al verla de esa forma. Pero en cuanto estiró sus brazos en mi dirección, y corrí a su encuentro.

—Tienes que ser fuerte —me dijo ella mientras acariciaba mi cabeza suavemente—. No tienes que rendirte, pase lo que pase debes seguir adelante.

—Madre... —exclamé con dificultad—. Quiero estar junto a ustedes...

Eso era lo que en verdad quería, irme junto a ellos. Aquí yo ya no tenía nada. No tenía algo a lo que aferrarme, ni mucho menos algo por lo que luchar. Aquel día, yo ya había muerto, y lo que quedaba de mí era tan solo un contenedor vació. Estaba muerta en vida. Pero era cobarde, porque pese a todo, era incapaz de acabar con mi sufrimiento por cuenta propia. Ya que pensaba en ella y el enorme sacrificio que cometió. Eso me terminaba frenando y me hacía incapaz de finalizar con todo el dolor que sentía.

—No —dijo ella con calma mientras besaba mi cabeza. Me apartó, y me obligó a mirarla mientras acariciaba mi rostro con suavidad. Ella, colocó ambas manos sobre mi rostro y lentamente fue depositando besos por todos lados—. Tú, tienes que ser fuerte... De ti dependerán muchas cosas más adelante. —Sus manos me acariciaron con delicadeza y pude sentir aquella calidez que ella me brindaba—. Puede que ahora te sientas sola, pero confía en mí. Confía en lo que te estoy diciendo, más adelante no sentirás aquella soledad. Tendrás que atravesar por un camino difícil, pero eso te volverá más fuerte cada día. Nunca dejes de luchar hija mía. —Ella comenzó a llorar y yo no pude evitar hacerlo también—. Lucha hasta el último día de tu vida, y cuando te sientas desfallecer, recuerda estas palabras, y piensa en la felicidad que te aguarda.

Ella me acarició con delicadeza y yo la abracé con fuerza. Quería sentir la calidez de su cuerpo, pero esta me era esquiva. Ella ya no emanaba aquella calidez que recordaba. Anhelaba recordar aquella paz y tranquilidad que ella me brindaba, pero no era posible. Y eso me mataba, ya que era consciente de que en cuanto abriera los ojos, no volvería a verla. Tan solo me encontraría yo en medio de aquel lugar. Sola, sin nadie en quien confiar. Aquel abrazo pareció ser eterno para cualquiera, pero para mí, resultó ser demasiado corto. Y en cuanto sus brazos me soltaron, desperté con el rostro empapado en lágrimas.

Me senté en mi cama, sujeté la almohada y grité con fuerza. La llamé incansablemente, pero ella no respondía. La extrañaba demasiado, tan solo había pasado un día desde su abrupta partida y me hacía falta. Ella y mi hermano me hacían demasiada falta. El pensar en que únicamente sería capaz de verlos en sueños, me llenaba de culpa. Yo había sido una maldita egoísta. Mi egoísmo les había arrebatado la vida.

Unos golpeteos en la puerta me alertaron. Tomé una bata de color blanca y me la puse. Limpié las lágrimas de mi rostro cuando estuve frente a la puerta. Y en cuanto la abrí, pude ver a Argon frente a mí. Él, se encontraba esbozando una tierna sonrisa, su mirada demostrada que estaba feliz de verme, pero también expresaban que sentía pena por mí.

Al verlo, de una forma casi inexplicable, sentí mucha alegría. En cuanto le devolví el gesto, sentí sus brazos rodearme y apretarme con fuerza. Yo, en ese momento, no pude evitar quedarme estática, parada en el mismo lugar.

¿Qué hacía Argon en el palacio? Y, sobre todo. ¿Qué hacía él en mi habitación?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top