CAPÍTULO I • Aniquilación •
C L E M A T I S
La suave brisa del viento comenzó a mover mi cabello al compás de su ritmo. Aquella sensación se sentía tan placentera, que cerré los ojos para poder disfrutarla en su totalidad. Al hacerlo, mis sentidos se agudizaron mucho más
Algo quería que caminara hacia adelante con la frente en alto. Y aunque sonara irreal, podía jurar que el viento me susurraba muy tenuemente. En aquellas lejanas palabras que emitía, sentía que me incentivaba a seguir con mi camino. Algo me decía que me aventurara a ir mucho más allá, y que dejara atrás mis miedos y preocupaciones.
En cuanto abrí los ojos, me topé nuevamente con el frondoso bosque que había frente a mí. De solo imaginar lo que me aguardaba más allá generaba que mis manos sudaran. Mi corazón golpeteaba con fuerza mi pecho. Mis piernas comenzaron a moverse de forma inquieta por inercia. Sentía miedo de explorar aquel terreno inhóspito y desconocido. Incluso estuve a punto de retroceder. Pero mi contra parte, aquella parte valerosa que dormía dentro de mí, me decía que continuara y me atreviera a conocer más acerca de mi entorno.
Cerré los ojos nuevamente, inhalé una cantidad considerable de aire y poco a poco comencé a avanzar. Al llegar allí, lo primero que me recibió fue el trinar de algunas aves. Aquel sonido era el mismo que durante tantos años había escuchado a lo lejos desde mi hogar. Las busqué con la mirada, necesitaba saber que colores y formas poseían. De pronto, como si ellas entendieran las ganas que tenía de verlas, algúnas pasaron frente a mí, generando que sonriera. Nada de esto se comparaba a las ilustraciones de los libros que solía leer.
El estar aquí y ahora me hacía sentir plena, dichosa, y feliz.
Comencé a adentrarme mucho más haciendo a un lado la vegetación abundante del bosque. Transité por aquellos senderos inexplorados al punto que mis pies comenzaron a dolerme. Pero eso no me importó en lo absoluto. La dicha que sentía en aquel momento lograba aminorar cualquier tipo de dolor o malestar que pudiera sentir.
Luego de deambular por bastante tiempo, escuché un sonido lejano. Algo que hasta ahora no había oído. Mis piernas aceleraron su paso de forma automática. Corría cada vez más y más rápido. Como si algo me viniera persiguiendo. Al llegar al final de aquel sendero, mi corazón comenzó a palpitar con fuerza debido al trayecto que corrí. Me vi obligada a respirar de forma pausada para lograr calmar mi respiración.
Un inmenso matorral me separaba de aquel sonido. Mis manos temblaban conforme las extendía hacia el frente. Conté hasta diez, eso siempre me había calmado cuando me encontraba ansiosa. Y luego, retiré las hojas que obstaculizaban mi visión.
Al hacerlo, hermoso paisaje fue revelado ante mí: El verdor del pasto ligeramente crecido transmitía una paz inimaginable, el cielo despejado mostraba el sol brillando en lo alto, iluminando todo cuanto estuviera a su paso.
En cuanto miré a la izquierda, pude ver el emisor de aquel ruido en particular. Se trataba de un pequeño riachuelo. Al acercarme, visualicé algunos peces pequeños seguir la corriente. Sonreí, me retiré el calzado que traía y me introduje allí. Ni siquiera me importó que borde de mi vestido se hubiera empapado. Sentir la corriente, acariciar mi piel de aquella forma era increíble.
Me senté en el borde y jugueteé con el agua, las gotas salían disparadas por doquier, algunas incluso, terminaban impactando en mi rostro. Estuve tanto tiempo dentro, que mis dedos ya se encontraban arrugados.
Para cuando salí de allí, caminé en dirección a una pequeña colina. Esta se hallaba envuelta por muchas flores de color blancas, como si alguien hubiera puesto una manta encima. Me senté un poco más alejada para evitar pisotearlas, y me recosté sobre el pasto. Me vi forzada a entrecerrar los ojos ya que el sol comenzó a lastimarme. Estiré mi mano, como si mi intención fuera tocarlo, y una vez que este literalmente cabía en mi palma, la cerré. Inhalé el exquisito aroma que aquellas flores poseían, y no pude evitar soltar algunas lágrimas. Diversas emociones me envolvían en ese momento y generaban que me estremeciera.
¡En verdad estaba aquí afuera!
No paraba de repetirme eso una y otra vez. Jamás pensé que disfrutaría tanto este tipo de cosas. Hasta ese momento, la había pasado encerrada. Recluida, en un lugar donde lo que primaba era la oscuridad absoluta. Teniendo como única compañía la tenue luz de las velas.
«Clematis... Clematis»
Escuché mi nombre provenir de alguna dirección. Esto me puso en alerta. Lentamente, me puse de pie y caminé por los alrededores sin encontrar nada. No había ni una sola persona. Eso no tenía sentido. Estaba completamente segura de que alguien me había llamado.
De pronto, todos los sonidos de mí alrededor pararon de golpe. Observé el riachuelo, pero este había detenido su curso. Los peces, que hasta hace un momento se encontraban nadando allí, ahora flotaban muertos sobre el agua, la cual poco a poco se fue tiñendo de color rojo como la sangre.
«Clematis... Clematis»
Esta vez, el sonido vino desde mis espaldas. Me giré rápidamente. Y allí, parado donde antes no había nadie. Pude apreciar la silueta de un hombre en la parte más alta de la colina. Él apretaba fuertemente los puños a cada lado de su cuerpo:
Su cabello era de color negro y le llegaba hasta los hombros. Incluso desde la distancia donde me encontraba, uno se podía percatar de que era una persona sumamente alta. Su espalda era amplia, pero su contextura no era demasiado robusta ni tampoco delgada. Además, poseía un porte de fuerza, seguridad y soberbia.
¿De dónde había salido?, ¿Acaso aquella persona era quien me había llamado?
No pude evitar realizarme esa serie de preguntas. Y para cuando me di cuenta, yo ya me encontraba cada vez más cerca de él. Mis pasos eran cautelosos. Lo analizaba sin despegarle la mirada. Al estar a tan solo unos centímetros de distancia, carraspeé ligeramente para llamar su atención. Pero no pasó nada. Así que me vi obligada a hablar.
—¿Quién eres? —pregunté, pero volvió a reinar el silencio entre los dos.
Transcurrieron varios minutos de incomodidad en los cuales se mantuvo en callado. Al igual que nuestro entorno. Había comenzado a impacientarme enormemente. Estaba dispuesta a marcharme, pero antes de hacerlo, comencé a bajar mi vista hasta sus manos. Y en ese instante, sentí como mi estómago se revolvía, un dolor punzante me embargó en esa región, era como si alguien lo hubiera golpeado en repetidas ocasiones.
Mi corazón comenzó a palpitar con fuerza, y el miedo que sentía fue acrecentándose cada vez más y más ante su quietud. Algunas gotas de sudor se formaron en mi frente y mi rostro. Sentía como estas bajaban y terminaban impregnándose en mi vestido. Incluso podía jurar que escuchaba mis dientes castañear producto del miedo.
—No eres un humano... —pronuncié con dificultad mientras comenzaba a retroceder lentamente. En aquel lugar, donde debería haber uñas comunes y corrientes. Había unas enormes garras afiladas.
Retrocedí poco a poco, mi principal objetivo era no tropezarme. Pero aquella labor se volvió titánica, con cada paso que daba, sentía como mis ojos se aguaban cada vez más y más. Batallaba por no llorar. Pero era una pelea en la cual tenía todas las de perder.
Hubo un momento donde mi cuerpo se clavó al suelo. Alguna extraña fuerza hizo que mis pies se quedaran estáticos. Pese al enorme esfuerzo que realizaba por zafarme no lograba seguir con mi camino. Mi respiración comenzó a entrecortarse, y aquellas lágrimas que retenía, finalmente terminaron cayendo.
Este era mi fin. No podía evitar pensarlo. Si él descubría quien era, me ejecutaría. Y no solo eso, sino que haría lo mismo con toda mi familia.
Tomé mi brazo y lo pellizqué, pero ni así logré sentir dolor alguno. Mi pecho subía y bajaba mientras trataba de calmarme, pero todo esfuerzo por lograrlo parecía completamente inútil. Sentía demasiado miedo en ese momento. Pero algo lograba llamar mi atención. Y esto era, su comportamiento.
¿Acaso no había nota ya mi presencia?
No, eso era imposible. Me escuchó hablarle. Ya debería si quiera haber volteado para ver de quien se trataba.
De pronto, una fuerte brisa me golpeó. Esto generó que girara el rostro y cerrara los ojos con fuerza. Coloqué mis manos al frente y me protegí como pude. En ese instante, el ruido regresó. Pero en lugar de escuchar aquel cántico hermoso de las aves, o el sonido del riachuelo. Comencé a oír el grito desgarrador de algunas personas, personas que pedían ayuda de forma desesperada. Personas, que rogaban por su vida.
Abrí los ojos con miedo, y al hacerlo, quedé horrorizada con lo que vi: Frente a mí había una aldea, pero estaba completamente envuelta en llama, los tejados ardían y emitían una densa capa de humo negro que dificultaba la visibilidad.
A lo lejos se veía unas siluetas de color negro moviéndose en medio de todo ese caos. Pude distinguir algunos adultos tomar en brazos a sus hijos y correr despavoridos. Pero aquello era completamente inútil. Esa gente tan solo lograba alejarse un par de metros antes de ser alcanzados por aquellos verdugos que reían de forma escabrosa y retorcida, mientras realizaban su sangrienta labor.
Estiré mis manos y tapé mi nariz. Sentía mis ojos arder como si estuvieran en llamas. Comencé a toser producto del humo, la respiración me estaba fallando. Y con cada minuto que pasaba, me empecé a sentir más y más desorientada.
Un tumulto de gente llegó a donde me encontraba y me empujaron. Gritaban que corriera, y eso fue lo que hice. No sabía dónde estaba, a donde me dirigía, o donde tenía que esconderme.
—¡Clematis! —escuché la voz de mi madre venir desde mi lado izquierdo. Giré a observarla, y ella comenzó a acercarse con rapidez hacia donde me encontraba.
Su cabello rojizo estaba completamente desordenado. Su frente, al igual que su rostro, estaba cubierto de hollín, y cuando algunas gotas de sudor bajaban, limpiaban tenuemente la zona por donde transitaban haciendo visible la piel que había detrás. No pude evitar sentirme preocupada al verla. Su ropa estaba empapada en sangre, y pese a la poca visibilidad de la cual disponía en ese momento, podía distinguir perfectamente algunas heridas en sus brazos.
—¡Madre! —la abracé con fuerza mientras temblaba bajo sus brazos— ¿Estás bien? ¿Te hicieron daño? —su mano tomó mi muñeca y comenzó a tirar de ella con fuerza hacía la otra dirección.
—¡Tenemos que huir! —gritó— Ellos... —no terminó de hablar, pero pude sentir como la mano que me sujetaba con firmeza minutos antes, comenzaba a temblar.
El gesto de su rostro comenzó a descolocarse cada vez más y más mientras lloraba. Su cuerpo comenzó a temblar con más fuerza. La observaba en silencio. Bajé la mirada hacia mi abdomen al sentir que esta parte se sentía caliente. De su estómago salían unas filosas garras, las cuales la habían atravesado por completo. Grité horrorizada al ver al suelo, sus intestinos se encontraban desparramados y partidos en pequeños fragmentos. La sangre no cesaba, y con cada minuto que pasaba, caía cada vez más y más al suelo, generando de esta forma un pequeño charco a sus pies. Fue necesario que me tapara la boca para evitar vomitar ante tal escena grotesca.
—Huye... —exclamó débilmente antes de que su cuerpo inerte cayera al suelo.
Giré sobre mis talones con rapidez y comencé a correr hacía el lado contrario. En el camino me chocaba con algunas personas que se encontraban tan desorientadas como yo. Y una risa macabra y psicótica comenzó a retumbar en cada rincón de mi mente.
No tengo idea de cuánto tiempo corrí, pero en cuanto me detuve para tomar algo de aire. Me encontré frente a un edificio, el cual poseía un extraño símbolo en forma de estrella en la parte superior. Al observar hacía el lado contrario, mi cuerpo se petrificó, frente a mí había una enorme ruma de cadáveres apilados, todos y cada uno de ellos estaban bañados en sangre, el gesto de horror que tuvieron antes de morir estaba plasmado en sus rostros: Las cabezas de algunos estaban separadas de sus cuerpos. Había incluso cadáveres que se hallaban carentes de extremidades.
Comencé a llorar de impotencia. No podía hacer nada por ellos. Me sentía inútil en esos momentos. No podía defenderme, no podía hacer nada para tratar de sobrevivir. Era más que probable, que yo correría con la misma suerte que aquellas pobres personas. Y de solo pensarlo las ganas de vomitar volvieron a embargarme, y mi cuerpo cayó de rodillas al suelo, sin dar señal alguna de que quisiera cooperar conmigo para poder escapar.
—¿Por qué? —mi voz comenzó a temblar con cada palabra que brotaba de mí— ¿Qué es esto?, ¿Por qué está pasando esto? —comencé a llorar nuevamente mientras mordía mi labio con fuerza— ¿Por qué nos hacen esto?
«Ustedes se lo merecen...»
Nuevamente aquella voz apareció, y repetía esa única frase una y otra vez.
¿Lo merecíamos?, ¿Por qué nosotros merecíamos ser tratados de esta forma?
Una cabeza cayó rodando desde la pila de cadáveres hasta donde me encontraba, y no pude evitar gritar. Al alzar mi mirada, pude ver una silueta masculina parada en lo alto de ellos. No lograba ver su rostro a la perfección debido al humo, pero aquellos ojos brillantes de color ambarino se lograban distinguir a la perfección.
Sus orbes miraron a todas direcciones, y si bien, en un inicio pensé que aquellos ojos me observaban. En realidad, miraban atentamente a la cabeza que mantenía sujeta fuertemente de su cabello. El sujeto separó el cuello que prendía de un músculo del resto del cuerpo, y seguidamente, abrió la boca, para que, de esta forma, la sangre que brotaba de esta se introdujera dentro de él. Incluso a la distancia donde me encontraba, podía escuchar como aquel líquido pasaba por su garganta con lentitud.
Al percatarse que lo estaba observando me dirigió una mirada hostil. Comencé a temblar, y él sonrió ampliamente dejando a la vista sus filudos colmillos. Esto me heló la sangre. Mi cuerpo, que aún yacía tirado en el suelo, comenzó a tiritar con fuerza mientras retrocedía buscando algo de protección.
De un solo salto, aquel Hanoun llegó hasta donde me encontraba y me sujetó del cuello con firmeza, me levantó del suelo con brusquedad, y comencé a sentir como la piel se me desgarraba producto de su agarre. Comencé a toser, y él comenzó a reír. Pese a mis súplicas, a mi ruego. No se detenía. Se deleitaba con mi sufrimiento.
La fuerza con la que apretaba mi cuello se volvió mayor de forma paulatina. Mi voz ya no podía salir. Sentía como mi garganta era partida en dos. Inútilmente, mis manos se posicionaron encima de las suyas y comenzaron arañarlas, pero esto solo sirvió para que riera con más fuerza. La vida se me iba poco a poco.
Lentamente, comencé a cerrar los ojos producto de la falta de oxígeno...
«Clematis... Clematis»
Fue lo último que escuche antes de despertar...
—Clematis, hija... —mi madre me observaba con preocupación. La palma de su mano se dirigió hacia mi frente y limpió algunas gotas de sudor que había allí.
Este había sido el sueño más horrendo que había tenido hasta ahora. Desde que tengo memoria esta es una de mis pesadillas recurrentes. Pero al haberla tenido durante tantos años, aprendí a ignorarla. Aunque, había días como hoy, donde se sentía tan real, que no podía evitar sentirme inquieta y temerosa.
—¿Estás bien, mi cielo? —me preguntó sin dejar de observarme. Yo asentí a modo de respuesta, sentía la garganta reseca todavía.
—Si... —le respondí de la manera más calmada posible. No quería que se percatara del miedo que sentía.
—Estuviste quejándote dormida —ella acomodó uno de los mechones de mi cabello detrás de mí oreja, y sonrió—. Pero, por más que traté de despertarte, se me hizo imposible hacerlo ¿Qué ocasiono que te pusieras así? ¿Quieres contarme? —yo negué lentamente por inercia, y ella apretó los labios de forma lineal— ¿Volviste a tener ese sueño nuevamente?
—No fue nada, mamá —le sonreí mientras la abrazaba. El sentir su respiración pausada y el suave latido de su corazón era reconfortante. Definitivamente, el soñarla como lo hice, era algo que no quería volver a repetir—. Gracias por preocuparte ¿Pero, sabes algo? Ya no recuerdo que es lo que había soñado.
—¿Segura, pequeña?, me preocupé al verte así —ella acarició mi espalda con gentileza—. Recuerda, mi cielo. Que esas pesadillas que a veces tenemos, no pueden lastimarnos.
—Tranquila, mami. Te aseguro que estoy perfectamente bien —ella se separó levemente de mi tacto y acarició mi rostro con suavidad. Ambas sonreímos— Sé que me has enseñado que esos sueños no pueden lastimarme —sonrio dándome la razón—. A propósito ¿Dónde está William?
Al nombrar a mi hermano, no obtuve respuesta alguna de su parte. Claramente sentí como su cuerpo se tensó, y un sonoro suspiro se escapó de sus labios.
—Sigue trabajando en el campo —dijo ella de forma calmada y un tanto escueta—. Necesitaban mano de obra, y prometieron darle un bono de comida si colaborada.
—Ya lleva dieciocho horas trabajando... —tras oírme, asintió cabizbaja.
Era consciente de que le preocupaba la salud de mi hermano. Ya que él era quien velaba por nosotras. Pero no entendía porque siempre lo sobre esforzaban tanto, William era el único que probablemente hacía tantas horas extras. Y a pesar de que estaba acostumbrada a no verlo muy seguido durante el día, él jamás había tardado en aparecer. Normalmente, así su jornada terminara por la madrugada, venía a visitarme y me contaba sus anécdotas.
Mi madre desvió el rostro a un lado y suspiró nuevamente. Para cuando caí en cuenta de que lo que generé. Opté por disculparme, y los cansados ojos de ella me observaron mientras sonreía de manera melancólica.
—Tranquila, hija —otro suspiro escapó de sus labios. Su mano se dirigió hacia mi cabello y comenzó a acariciarlo suavemente—. Si yo pudiera, volvería a trabajar en los campos. Pero es mi deber el velar por todos los aldeanos. ¿Sabes? A veces... —exclamó ella con dolor—, lamento no haber podido hacer más por tu hermano. Me apena el haber colocado una carga tan pesada sobre sus hombros.
El nombre de mi madre es Rias Garyen. Ella es una mujer muy hermosa. Es de tez clara, pero esta se encuentra levemente tostada por el sol debido a su trabajo. Sus labios son carnosos y rosados. Sus ojos son de un color verde como el de los vidaleons. A decir verdad, es fácil perderse en ellos porque emanan una calidez inexplicable. Su cabello, es de color rojizo, al igual que el mío, y por lo que me ha dicho, todos los humanos de esta nación poseemos ese color característico, salvo mi hermano, que es rubio.
Ella estuvo casada con el antiguo jefe de la aldea humana, llamado: Sirthe Garyen. Mi padre, quien falleció trabajando en el campo cuando yo tenía nueve años de edad.
Los recuerdos que tengo de él es lo único que me queda. Era un hombre cariñoso, un hombre, que pese a las múltiples preocupaciones u obligaciones que podía tener, siempre buscaba la manera de pasar tiempo conmigo. Lo quería, y mucho. Es por eso que cuando murió me dolió tanto su partida. Ya que no pude asistir a su funeral para darle el último adiós.
Aquella era una realidad donde vivíamos. Según mi hermano, no era extraño que las personas fallecieran en el trabajo. Mensualmente tenían que enterrar a uno o dos, porque las jornadas forzadas eran tan largas y excesivas, que muchas veces, sus cuerpos se desgastaban al punto del desfallecimiento. Aunque claro, no había manera de negarse, los aldeanos dependían de la ración de alimento para sus familias.
Cuando mi padre murió, mi madre decidió postular al cargo de jefa de la aldea. Y, pese a que los más ancianos se opusieron, alegando que una mujer inculta no podía representar a los hombres, terminaron siendo silenciados en cuanto ella demostró que era lo suficientemente capaz de dirigirlos. Puesto que, a diferencia de las demás aldeanas, ella si sabía leer y escribir. Le tomaron una serie de pruebas, y al final, optaron por brindarle su confianza. Y así se ha mantenido hasta el día de hoy.
En cuanto tomó el cargo tuvo que dejar de trabajar en el campo. El puesto de jefe implica que realice vigilias constantes en la aldea. Y en caso se encontrara algún tipo de carencia, su labor era emitir un comunicado a nuestros amos para ver si podía haber alguna solución.
—¿No había mucho que hacer en las rondas? —le pregunté para desviar el tema. Ella se separó y me sonrió ligeramente.
—Solo vine a ver como estabas, pequeña —dijo mientras se ponía de pie. De su morral, sacó un pote de almendras. Mis favoritas, y lo extendió en mi dirección—. Me obsequiaron esto en la mañana, y quise traerlo para que pudieras desayunar.
—¡Muchas gracias, mamá! —tomé el pote y lo observé atentamente, podría jurar que mis ojos brillaban en ese momento—. Hace meses que no como algunas, prometo comerlas de forma racional para que esta vez me duren más tiempo.
—Sabía que te gustarían —ella acarició mi rostro y golpeó ligeramente la punta de mi nariz con su dedo—. Bueno, mi cielo, debo ir a supervisar la reparación del muro.
—¿Se rompió? —le pregunté y ella asintió.
—Sí, esta mañana apareció un enorme agujero. Los que viven cerca escucharon un estruendo, pero no saben que o quien lo hizo, y es mejor repararlo antes de que anochezca. Con el festival de la cosecha cerca, debemos tener todo preparado para la llegada de los regentes de otras naciones.
Ella se acercó hacia la puerta, y yo la seguí. La abracé con fuerza, y se encargó de corresponderme con la misma intensidad. No quería que se marchara, pero era necesario que lo hiciera.
—Espero todo salga bien —le dije, y asintió—. Mucho ánimo. Cuídate ¿Si?
—Desde luego, mi cielo. No tienes nada de qué preocuparte —dirigió su mano hacia mi cabeza y desordenó mi cabello, yo no pude evitar reír mientras hacia un puchero—. Repasa las lecciones, volveré en la noche. Nos vemos luego, pequeña. Te amo.
—Yo también te amo, mamá.
Tras decir esto, me dedicó una última sonrisa y comenzó a subir por las escaleras que la llevaban a la parte superior de mi hogar. En cuanto se fue, vi como la puerta se cerró lentamente. Tras su partida, el silencio y la quietud del ambiente comenzó a envolverme nuevamente.
Vivir bajo la luz de las velas era demasiado deprimente. Siempre me había preguntado cómo sería el mundo exterior. Pero siempre había tenido miedo de pedirle a mi madre que me llevara a la superficie para conocer mi entorno. Desde que tengo memoria, este lugar es lo único que conozco. Al ser la segunda hija de mi familia, tengo imposibilitada la salida de este lugar.
Observé fijamente la compuerta, e inmediatamente, deseché la idea que tenía en ese momento. Me dirigí hacia la pequeña cocina que tenía. Tomé una hogaza de pan, un plato de madera con algunos frutos secos, entre ellos las almendras que me trajo, un vaso de agua, y luego de poner todo sobre la pequeña mesa, la cual quedaba cerca a la compuerta. Me senté y comencé a tomar mi desayuno.
Mis ojos paseaban de forma inquieta. Mordí mi labio levemente, y mi mano comenzó a mover la cuchara de izquierda a derecha. Muchas veces había imaginado que subía los escalones hasta estar allá arriba. Pero siempre terminaba acobardándome cuando escuchaba algún ruido venir de afuera.
Volví a remover mi plato con la cuchara. Le di dos mordidas al pan, y tomé un poco de agua. Pero con cada mordisco que daba, aquella idea arriesgada volvía a hacerse presente en mi mente.
Era una oportunidad única. Mi madre tenía sus horarios algo marcados, y casi siempre intuía el momento exacto en el cual regresaba, pero con la reparación, era probable que no volviera en muchas horas. Además, los guardias estarían tan ocupados con la reparación del muro, que era poco probable que pudieran descubrirme.
Diciendo esto, me levanté de la mesa y guardé lo sobrante en donde correspondía. Caminé hacia una cesta donde había ropa guardada. Cambié vestimenta de dormir por un vestido, tomé una capa de color negro y la coloqué encima de mis hombros. Sujeté un morral que recientemente había cocido, introduje dentro de él una manzana, un pañuelo, y una daga —Por si acaso me sucedía algo, o surgía algún imprevisto—.
Me quedé recostada cerca de una de las columnas de mí hogar. Mis dedos tamborilearon sobre la madera. Miraba la compuerta con mucha ansiedad. Mi cuerpo comenzó a sudar y a temblar. Respiré profundamente. Conté hasta diez, y comencé a subir peldaño por peldaño rumbo al exterior.
Sentía mi corazón palpitar con fuerza con cada paso que daba, incluso podía jurar que el latido de este retumbaba en la habitación. Para cuando llegué al último escalón, mis palmas se posicionaron sobre la superficie de manera. Me hallaba al borde de un colapso nervioso.
De una forma cautelosa, lentamente fui empujándola hacia arriba. Al asomar el rostro, comencé a observar hacia los alrededores: Lo primero que vi fue un cuarto muy oscuro, algunas ventanas, que aún se mantenían en pie, estaban cubiertas de hollín y resquebrajadas; por las grietas de las paredes se introducía diversas enredaderas que terminaban escalando hasta el techo, y el suelo parecía ser lo único que fue reforzado para evitar que se viniera abajo.
Al parecer, todo estaba calmado y no había algún tipo de peligro cercano.
—Muy bien —suspiré, sintiéndome algo más aliviada a medida que terminaba de salir por la compuerta—. Ahora ¿Por dónde debería ir?
Analicé mi entorno atentamente. Mi vista se detuvo en una grieta un poco más alejada de donde me encontraba. Caminé hasta ella y la observé. No era lo suficientemente alta ni ancha, pero poseía el tamaño exacto como para que una persona pueda pasar sin atorarse, o lastimarse. Comencé a atravesar ese camino poco a poco. Mi cuerpo tiritaba conforme me acercaba a la salida.
Al finalizar pequeño y oscuro sendero, los rayos del sol me cegaron por completo. Resguardé mis ojos con mis palmas, y lentamente entre abrí los dedos para dejar que poco a poco la iluminación se fuera filtrando, y que de esta forma, lograra adaptarme.
Sentía como la calidez de los rayos calentaba mi cuerpo paulatinamente. La brisa del aire removió mi cabello y mi vestido con suavidad, trayendo consigo diversos aromas del exterior.
Una vez que pude ver con nitidez, lo primero que hice fue observar el lugar donde se encontraba mi hogar: La habitación donde estaba escondida la compuerta era la única que aún se mantenía en pie. El resto de aquella edificación estaba completamente ennegrecida y resquebrajada, y a penas se podía distinguir el tono que poseyó la fachada alguna vez; el techo estaba partido, y una parte de esta había cedido al suelo, aparentemente lo único que lo mantenía en su lugar todavía eran aquellas enredaderas que vi desde el interior.
Tomé la capucha e hice un nudo para poder sujetarla. La acomodé con cuidado hasta la altura de mi nariz, y una vez que me aseguré que mi rostro estaba lo suficientemente escondido, me encaminé hacia al bosque que estaba un poco más alejado de donde me encontraba.
Caminé hasta llegar a un punto donde se podía apreciar la aldea, y tal y como mi madre dijo, las decoraciones para el festival de la cosecha ya se encontraban adornando las calles de My—Trent, y por supuesto, el orgulloso símbolo de los Wolfgang destacaba de en medio de todo esto con un estandarte de color rojo propio de su escudo.
Desde la distancia donde me encontraba, podía distinguir a algunos niños jugando, y ancianos conversando en sus pórticos. Aquel, era el lugar por donde mi madre y William transitaban diariamente. Y a pesar de que solo podía observarlo de lejos, el poder conocer un poco más acerca de su mundo generaba que sonriera. Aunque por dentro mi corazón dolía. Ya que era consciente de que jamás podría disfrutar de todo eso.
Seguí con mi camino y comencé a adentrarme en la espesa vegetación, fue necesario que tomara mi navaja del morral y marcara algunos árboles, ya que el terreno era tan frondoso, y los árboles se me hacían tan similares, que podría perderme con facilidad.
La mezcla de sonidos, aromas y colores que había adentro era inexplicable. Esto no se comparaba ni al sueño más loco que hubiera podido tener alguna vez. Sentía miedo, ya que estaba completamente sola aquí, el simple echo de pensar en que clase de criaturas en su estado salvaje pudieran estar sueltas me hacía desear regresar, pero mis ansías por explorar un poco más terminaban tomando el control de mis acciones.
Al final de mi camino vi un inmenso campo verde, este tenía al centro una especie de pequeña laguna. Decidí acercarme mientras daba pequeños brincos de alegría, y únicamente cuando estuve al frente de esta, deshice el nudo de mi capa, dejé de lado el morral y me lancé de lleno dentro de esta.
Mi cuerpo cayó pesadamente hasta el fondo, mis dedos tocaron la superficie y una pequeña honda de tierra se expandió. Los peces, al verme, nadaron despavoridos a esconderse tras las rocas, y no pude evitar sonreír mientras aún retenía el aire. Aquello se sentía completamente diferente a tomar un baño.
Era gracioso pensarlo, pero... en estos momentos... me sentía libre.
En cuanto salí me tumbé sobre el pasto mientras dejaba que el sol calentara mi piel. Cerré los ojos y me dejé llevar. Sé que estaba siendo una persona egoísta. Pero anhelaba que este momento nunca acabara. Deseaba con todas mis fuerzas nunca más volver a la oscuridad donde había vivido hasta ahora. Pero era consciente de que este deseo nunca se cumpliría, así que lo único con lo que podía conformarme en estos momentos, era retener estos recuerdos dentro de mi memoria.
«Clematis... Clematis»
Las imágenes abominables del sueño que tuve durante la noche comenzaron a repetirse una tras otra de manera rápida y violenta. El grito, la agonía, y el dolor de las personas llegaba a calar muy profundo dentro de mí alma, y no pude evitar comenzar a llorar.
Me desperté asustada, con la respiración entrecortada y con el rostro empapado en llanto. Mi cuerpo estaba helado, sentía todo mi ser temblar violentamente. Observé al suelo y vi mi sombra ya lo suficientemente extendida. Alcé la vista al cielo y vi que el sol ya había comenzado a ponerse en el horizonte. Tan solo se podía distinguir una diminuta franja de color naranja, la cual no tardo en esfumarse dejando oscuridad a su paso.
Me puse de pie inmediatamente, tomé mis cosas con prisa, y comencé a correr con dirección a mi hogar. Me había excedido del tiempo, y si mi madre ya se encontraba en la habitación y no me veía, sería mi fin.
—Por favor, que no haya llegado todavía —dije mientras aceleraba el paso cada vez más y más.
Cuando me encontraba ya lo suficientemente alejada viendo los árboles marcados. Pude escuchar unas ramas crujir detrás de mí, como si alguien me estuviera siguiendo. Tal pensamiento generó que el corazón me subiera hasta la garganta. Y lo único que atiné a hacer en ese momento fue comenzar a correr mucho más rápido.
—Que no haya sido alguien de la guardia real —murmuré horrorizada mientras aceleraba aún más el paso—. Por favor, que haya sido solo un animal.
Una vez que llegué al edificio entré rápidamente. No me importo el golpearme con los bordes de la pared. Tomé la compuerta, la abrí, me introduje al interior y la cerré con prisa, procurando hacer el menor ruido posible.
Necesitaba deshacerme de mi ropa, si mi madre veía las manchas del pasto, o lo mojada que se encontraba, lo sabría de inmediato. Tumbé todas las cosas bajo mi cama y me cambié lo más rápido que pude. No paso mucho tiempo para que mi madre entrara alarmada, su ropa estaba rasgada, y al verla, no pude evitar pensar en mi sueño. Recordé el crujido que oí en el bosque, y mi cuerpo comenzó a temblar con mucha más fuerza.
—¡Clematis! —gritó alarmada mientras se acercaba a mí—. ¡Toma lo necesario y vámonos de aquí, tenemos que huir! —ella se acercó y en su morral tan solo metió una muda de ropa y una daga.
—¿Qué sucedió? —pregunté con temor mientras imitaba lo que ella había hecho.
—Atacaron los campos... y ahora están atacando la aldea. Todo está envuelto en llamas —observé sus manos y estas tiritaban conforme guardaba sus cosas. Su voz sonaba algo quebrada, y esto me indicaba que retenía el llanto para mostrarse fuerte ante mí.
—¿Qué? —mi cuerpo comenzó a temblar aún más luego de oírla—. ¿Dónde está William? —fue lo primero que vino a mi mente—. ¿Mamá? —un nudo se formó en mi garganta al no recibir respuesta, tan solo vi como ella derramaba con amargura sus lágrimas mientras giraba a observarme con detenimiento.
—Clematis..., me gustaría decirte que él está bien. Pero no lo sé... —sus ojos me observaron directamente mientras más lágrimas escapaban de ellos—. No sé si William seguirá vivo. Vinieron a informarme que todos—ella retuvo el aire con dificultad y seguidamente habló—, fueron asesinados...
—¿¡Porque los Wolfgang no mandan al ejército!? —grité exasperada—¡Somos su pueblo!, ¿No se supone que son territoriales?, ¿¡Como permiten que alguien venga a atacarnos!?.
—¡Clematis, los que atacaron fueron los del ejército de los Wolfgang!—soltó con furia mientras sujetaba con fuerza mi muñeca y me llevaba hacia la parte superior—. Uno de los trabajadores del campo vino corriendo cuando el ataque empezó, los asesinos llevaban la ropa del ejército y sus implementos... los Wolfgang, han ordenado que nos aniquilen.
Sin pedir mayor explicación, seguí a mi madre. Ambas comenzamos a correr adentrándonos en el bosque. Los gritos de la gente desesperada eran los mismos que el de aquellas pesadillas que durante tantos años había tenido, y las cuales, al ser repetitivas, erróneamente terminé ignorando.
Al tornar mi rostro hacia el pueblo vi cómo les prendían fuego a algunos aldeanos estando vivos. Logré ver a la perfección el cuerpo de aquellos niños, y también, el de algunos ancianos, que horas antes había visto tan despreocupados y felices, muertos. Había gente corriendo de una forma inútil, tan solo prolongaban su vida durante fracciones de segundos, ya que, luego eran alcanzados, atacados y masacrados...
Volví a mirar hacia el frente. Y comencé a rogar que las piernas no me fallaran.
¿A dónde huiríamos?
Estaba prohibido que un humano traspasara a otra nación, el castigo por eso era la pena de muerte.
Ni mi madre ni yo hablamos una sola palabra, ella únicamente siguió corriendo mientras halaba de mi muñeca con fuerza. La presión que ejercía era tal, que podía jurar que esta se partiría en cualquier momento. Pero era consciente de que lo hacía para que no tropezara y apresurara aún más mi ritmo.
Cuando ya nos encontrábamos un poco más lejos, escuché unos aullidos venir desde atrás. Ellos ya sabían que habíamos escapado. Tan solo era cuestión de tiempo antes de que nos alcanzaran y nos aniquilaran al igual que el resto.
El bosque se hacía cada vez más y más oscuro conforme corríamos. Los aullidos se hacían cada vez más y más cercanos. Sentía mis pulmones arder por el esfuerzo. No tenía ni siquiera la más remota idea de adonde íbamos, pero mi madre seguía corriendo hacia el frente con desesperación. Seguimos huyendo, pero al parecer era en vano, los escuchaba acercarse peligrosamente, y ella era consciente de eso.
De pronto, mi madre se detuvo en seco y yo me golpeé con su espalda en cuanto lo hizo. Ella volteó a verme con los ojos cansados y llenos de lágrimas, colocó sus manos a cada lado de mis hombros y ejerció una ligera presión. Pese a que aún no me había dicho nada, yo también comencé a llorar con amargura.
—Clematis..., hija, tú huye, yo los distraeré lo suficiente para que tengas tiempo de correr —aquellas palabras salieron con dolor. Ella se mordió el labio con fuerza, y acarició mi rostro con añoranza. Con cada pequeño gesto que me brindaba, sentía como mi corazón se partía a pedazos.
—No me iré sin ti, mamá... —respondí en un intento desesperado por quedarme a su lado. Lentamente, sujeté su mano, que se encontraba acariciando mi rostro, y lo apreté. Ella negó reiteradamente con la cabeza luego de oírme.
—Ya perdí un hijo...—sus ojos me encontraron y en ellos veía el dolor interno que sentía. Mi corazón se comprimió aún más al verla así por primera vez—. No quiero perderte a ti también... No lo soportaría. No soportaría el verte morir a mi lado —ella tomó la manga de su vestido y se secó las lágrimas—. Se fuerte, hija— lentamente se fue separando de mi tacto, para posteriormente depositar un suave beso en mi frente. Y antes de partir, exclamó—. Pase lo que pase, nunca dejes de luchar. Te amo.
Después de decir esto ella corrió en dirección opuesta a la mía. Lo único que me limité a decirle antes de que desapareciera por completo de mi vista fue: Te amo, mamá.
Di la vuelta con rapidez y emprendí la huida. Con cada paso que daba mis lágrimas comenzaban a imposibilitarme la visibilidad del camino por donde transitaba. Pese a que trataba de retener el llanto, me era imposible hacerlo. Comencé a recordar todos los momentos que pasé a su lado. Las imágenes de mi familia, sonriendo o riéndose, se hacían presentes una tras otra. En ese momento me arrepentí inmensamente de no haberles dicho más veces lo mucho que los amaba. Me arrepentí, de no haberles demostrado más cariño del que ya les brindaba.
Dolía, porque era consciente de que jamás volvería a ver sus rostros o escuchar sus voces.
Cuando me encontraba más alejada. En medio de aquel silencio del bosque, de aquella oscuridad y soledad en la cual estaba ahora sumergida. Un estridente sonido llamó mi atención. Y a raíz de esto, tropecé, y caí de rostro al suelo.
El silencio mortuorio de este lugar se vio envuelto por aquel único grito. Un grito de agonía que, tras escucharlo, generó que comenzara a llorar con más fuerza mientras gritaba. El escuchar aquel grito terminó por quebrarme, porque yo sabía perfectamente lo que significaba... Ella estaba muerta.
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