CAPÍTULO IV: Verdades Punzo Cortantes.

C L E M A T I S

Luego de la llegada de Cael, las familias comenzaron a ser reubicadas en sus respectivas naciones. Los sobrevivientes de My—Trent, quienes habían huido hacia Demarrer, optaron por volver a su ciudad natal ahora que Giorgio Wolfgang había muerto.

La sorpresa de más de uno no se hizo esperar al ver la bandera negra con la insignia de la flor roja ondeando en el frontis del muro. No reconocían en absoluto aquel lugar que habían abandonado hace un año, e incluso algunos que habían huido hace más tiempo se sentían completamente ajenos al entorno.

La población de humanos e híbridos había aumentado considerablemente. La mayoría de las personas que se encontraban en Demarrer optaron por salir del exilio y venir aquí, ya que My—Trent ahora representaba la única nación donde humanos, híbridos y Hanouns podían coexistir en un mismo ambiente.

Con más manos disponibles, la labor de reconstrucción se volvió más fácil. Se edificaron más casas, se repararon los campos de cultivo, y la nación que antes era opaca se fue llenando de diversos colores, sonidos y aromas. Los humanos e híbridos trabajaban codo a codo en sus negocios, eran hábiles, por lo que reponerse de la masacre que habían sufrido resultó un poco más fácil.

Una de las primeras cosas que hice en cuanto Zefer me dio el control de My—Trent fue abolir la esclavitud. Estaba tajantemente prohibido vender a humanos o híbridos; no quería que más personas volvieran a pasar por lo que yo atravesé en su momento.

Quienes deseaban trabajar para las familias de casta noble podían hacerlo, pero debían respetarse sus derechos como a un trabajador común. Se les debía pagar un salario, tener días libres, y bajo ningún concepto estaba permitida la agresión física como método de corrección. Esto no fue del agrado de los nobles, pues representaba un cambio radical y contradecía el estilo de vida que habían llevado los últimos trescientos años. No estaban dispuestos a aceptar estas reformas de parte de una criatura que consideraban inferior. Por eso, algunos terminaron abandonando la nación, dejando atrás sus ostentosas casas y la vida acomodada tal como la conocían.

Era consciente de que no podía mantener a todos felices, pero priorizaba el bienestar de aquellos que durante tanto tiempo habían sido oprimidos.

—Mami —Cael vino trayendo consigo un papiro enrollado, lo extendió hacia mí y lo acepté con gusto.

—¿Qué es esto, mi cielo? —le pregunté mientras desenrollaba la hoja.

—Es algo en lo que mi tío William y yo hemos estado trabajando —sus ojos oscuros me miraron con entusiasmo—. Él encontró los planos de las lámparas que usan en Demarrer y pensó que podríamos usar el viento para generar luz aquí.

—¿William diseñó esto? —le pregunté. Él asintió con energía y sonrió, mostrando el espacio vacío de dos dientes frontales que acababan de caérsele.

—Sí, me dijo que cuando volviera contigo te lo entregara. La tía Trya también me ayudó a terminarlo... —removió la tierra con su zapato y luego metió la mano en su saco—. Sé que debí haberte dado esto cuando llegué, pero no sabía si debía hacerlo.

—¿Qué es? —tomé el sobre que me extendió, y al girarlo, vi la letra de mi hermano plasmada en él.

—El tío William me dejó esto para ti cuando se fue de Demarrer... Perdón por no habértelo entregado antes. Me dijo que te lo diera solo cuando yo viera que no estabas triste o sola...
Le sonreí a Cael y lo abracé con fuerza. Él correspondió de inmediato y me dio un beso en la mejilla. Al separarnos, revolvió mi cabello, tal como lo hacía mi hermano.

—Me dijo que esto te gustaba —volvió a sonreír, y sentí cómo una calidez inexplicable me envolvía—. Te dejo sola para que lo leas, papi Argon me dijo que estudiaríamos el carro que vino de Demarrer. Queremos replicarlo para que los híbridos no vuelvan a tirar de los carruajes.

Cael corrió hacia el lado opuesto, y cuando estuvo a una distancia prudente, levantó la mano en el aire para despedirse. En ese momento, me puse de pie y caminé hacia la tumba de mi madre y mi hija. Me senté en el suelo y observé los botones de flores que comenzaban a germinar. Zefer había tenido la idea de llenar ese lugar de vida, y yo no podía estar más de acuerdo.

Abrí el sobre con mucho cuidado y, aunque tal vez fuera solo mi imaginación, juraba que la fragancia de William escapaba de su interior. Las hojas estaban dobladas por la mitad. Sentía miedo de leer lo que estuviera escrito allí, pero sabía que era algo que necesitaba hacer. Mi hermano había dejado plasmadas sus últimas palabras en ese sobre, y no podía permitir que lo que tuviera que decirme cayera en el olvido.

Querida Clematis,

Me resulta difícil comenzar a escribir esto. Créeme, es el cuarto intento que hago, pero las versiones anteriores me parecieron demasiado cursis, y nunca he sido alguien a quien le guste ser cursi, o que siquiera sepa cómo serlo.

Pero aquí me tienes, escribiendo con el corazón abierto, ya que en persona nunca fui capaz de expresar todo lo que quería decir.

Imagino que, si estás leyendo esto, es porque no logré regresar con vida a tu lado. Lo siento mucho por eso, de verdad. No sabes cuánto me hubiera gustado decirte esto cara a cara, pero parece que no será posible, al menos no en esta vida.

Los últimos meses han sido difíciles. Aprendí a perderme y a encontrarme. No hubo un solo día en que no me culpara por lo que hice, pero no había forma de retroceder el tiempo. Te lastimé, fui quizás la primera persona en amarte y herirte de esta manera, y me odiaba por eso. No tienes idea de cuánto detestaba seguir vivo, pero fui un cobarde, incapaz de ponerle fin a mi vida por mi cuenta.

Si tan solo no hubiera confundido de una forma tan caótica mis sentimientos por ti, ahora estarías en Demarrer, a salvo. Aunque, para ser sincero, no sé cuánto habría durado esa falsa tranquilidad en la que viven los habitantes de la ciudad.

Durante toda mi vida, experimenté el rechazo constante de los demás. Sirthe estuvo lejos de ser una figura paterna, y Rier nunca trató de acercarse a mí. Aunque no lo culpo. Quizás, en su lugar, yo tampoco habría sabido cómo tratar de arreglar las cosas con un hijo bastardo. Probablemente, en medio de mi resentimiento, habría optado por no escucharlo, y me habría enfrascado en una larga pelea con él.

Rias terminó pagando por los años en que reprimí todo ese odio. Y ahora que conozco la verdad, no puedes imaginar cuánto me arrepiento de las decisiones que tomé.

Siempre pensé que ella nunca hizo nada para protegerme, pero fui un necio. Ella sufrió quizás más que yo, y no fui capaz de verlo. No quise ver que sufría por mi causa. Fui ciego al tormento que vivía cada día, solo por haberme traído al mundo. Sé que entiendes bien el rechazo con el que los híbridos aprendemos a convivir desde que tenemos memoria, pero el rechazo que nuestra madre sufre por nuestra existencia es quizá aún peor.

Ella cometió errores, muchos, pero hizo lo mejor que pudo para criarme, y nunca supe apreciarlo. No fue mala, solo fue una persona que no supo defenderse, y mucho menos defenderme, porque no tenía ni la fuerza ni el apoyo de su esposo.

Quizás nunca logre resarcir el daño que causé, pero espero que mi ayuda en esta batalla logre, de alguna forma, devolverles la esperanza a las familias a las que les arrebaté la oportunidad de ser felices.

Tengo miedo, hermana. Temo a la muerte, pero temo aún más que algo malo te pase. Por eso quiero apoyarte. Me tomó tiempo y supliqué por ayuda varias veces, pero gracias a André, finalmente logré reunir a un grupo considerable de gente que peleará a nuestro lado.
¿Qué buena noticia, no?

Tal vez las cosas estén comenzando a arreglarse, y finalmente la vida me ofrezca la oportunidad de hacer lo correcto. ¿Quién sabe? Tal vez incluso me levanten un monumento. Es broma, no quiero nada de eso. Me basta con saber que, de alguna manera, ayudé a los demás. Sé que nada devolverá la vida a las personas que maté por mi egoísmo, pero si tengo la oportunidad de abrirle las puertas a una nueva generación, habrá valido la pena. ¿No lo crees?

Seré optimista y diré que todo saldrá bien. Pensaré en cómo celebraremos cuando la guerra haya terminado. Ya eres mayor de edad, así que podrás beber un poco de alcohol conmigo, aunque no demasiado. ¿Sabes? Pensándolo mejor, tú tomarás una taza de infusión, y yo me tomaré el alcohol. Sí, eso suena mucho mejor.

Gracias por ser la luz que me mantuvo con vida. Gracias por darme la oportunidad de reconciliarme con mi pasado.

Si hay algo más allá, lo único que pediría sería volver a encontrarte para decirte todo esto en persona. Tal vez pienses que no hiciste nada, pero créeme, fuiste lo mejor que me pasó en la vida (aunque voy a decir que eres lo segundo mejor si Trya llega a leer esto, porque créeme, da miedo cuando se enoja).

Gracias por existir, Clematis. Nunca dejes de luchar. Jamás permitas que ese imbécil de Zefer vuelva a hacerte llorar. Me gustaría pensar que no regresarás con él, pero los Garyen no somos precisamente conocidos por tomar las mejores decisiones.
Nos veremos pronto, hermana. Ve pensando en qué infusión querrás tomar cuando celebremos.

Con amor,
William.

PD: No dejes que nadie borre la sonrisa de tu rostro.

Al terminar de leer la carta, algunas lágrimas se impregnaron en el papel, haciendo que la tinta se corriera un poco. De inmediato, tuve que alejarla de mi rostro. Con las palmas de mis manos, limpié el exceso de lágrimas que amenazaban con salir. Acaricié suavemente la tumba de mi madre y sonreí con melancolía. La brisa del viento acarició mi rostro, y cerré los ojos, intentando regular mi respiración. Puede sonar incoherente, pero sentía como si fuera ella quien en ese momento sujetaba mi mejilla.

Si tan solo él pudiera ver todo lo que había logrado, tal vez se sentiría más en paz consigo mismo. El villano asesino había quedado atrás, y en su lugar, dejó a un héroe que sería recordado como la persona que les devolvió la oportunidad de vivir.

No es que lo que hizo fuera justificable, pero logró lo que se propuso: enmendar, en la medida de lo posible, el daño que causó. Y si realmente hay algo después de la muerte, espero que ahora él pueda sentirse más tranquilo, dondequiera que esté.

Me quedé junto a la tumba unas horas más, retirando la maleza que había crecido junto a los brotes de flores. Antes de marcharme, me despedí de ambas.

Al pasar por el pueblo de los humanos, vi a Elinor y Fiora ella le hablaba amenamente y Fiora asentía emocionada a cada pequeña cosa que ella decía. Al verme, ambas levantaron las manos en señal de saludo, a lo que respondí con un gesto, y seguí mi camino hacia el palacio.
La tranquilidad que se respiraba en ese momento me inquietaba. No podía evitar pensar que algo malo estaba por suceder, aunque tal vez solo fuera mi lado paranoico hablando.
El cielo ese día estaba algo opaco. Las nubes grises que se aproximaban desde Velmont anunciaban que pronto llovería, lo que significaba que el trabajo se detendría hasta el día siguiente.

Los pájaros surcaban el cielo. Las últimas semanas los había visto volar hacia el norte, lo cual era extraño. Aún no era temporada de invierno; estábamos en pleno verano, y esa debería ser la época de apareamiento de esas criaturas. Me quedé observando cómo batían sus alas, mientras el naranja del horizonte comenzaba a desdibujar sus siluetas a medida que se alejaban.

—Clematis —la voz de Argon me sacó de mis pensamientos. Lo vi acercarse, sosteniendo la mano de Cael.

Sin darme cuenta, ya estaba en la entrada del palacio. Ellos acababan de abrir las rejas y me recibieron con sus habituales sonrisas.

—Hola —dije, mientras Cael se lanzaba a abrazarme las piernas.

—¿Van a algún lado? —pregunté.

—Sí, queremos ir al pueblo. Elinor nos pidió que la visitáramos. Dice que Fiora hace un guisado estupendo, así que vamos a probarlo —respondió Argon.

—No me mencionaron nada cuando las vi.

—¿Te encontraste con ellas? —preguntó él, visiblemente nervioso—. Quizás lo olvidaron. ¿Qué te parece si vas a cambiarte y luego nos alcanzas allá?

—No te preocupes —sonreí de lado, mientras despeinaba el cabello de Cael—. Estoy algo cansada. Lo único que quiero ahora es darme una ducha y dormir.

—Claro, imagino que sí. Es lo mejor. Quédate y descansa todo lo que puedas —dijo Argon, riendo nerviosamente. No pude evitar alzar una ceja ante su actitud sospechosa.

—¿Estás bien? —pregunté. Él asintió de manera poco convincente.

—Claro, claro. ¿Por qué no lo estaría? No es como si ocultara algo. No, claro que no.

—Papi, vámonos de una vez —interrumpió Cael, tirando de su mano con impaciencia—. Nos vemos luego, mami. Cuídate.

Cael prácticamente arrastró a Argon, que volteaba cada tanto para despedirse. A veces parecía que Argon era el niño, y Cael, el adulto.

Al llegar a la puerta de entrada, la abrí yo misma. La quietud dentro del palacio era inquietante; no parecía haber nadie, o al menos eso creía. ¿Había sucedido algo? Argon no era precisamente un buen mentiroso, y su nerviosismo lo había delatado por completo.

—Clematis —la voz grave de Zefer me sorprendió. Estaba en lo alto de las escaleras, observándome con los brazos cruzados.

—Hola —dije, mientras él se llevaba una mano a la nuca, claramente incómodo.

—¿Sabes si ha pasado algo? —pregunté—. Argon estaba actuando de manera extraña.

—¿Te dijo algo? —inquirió inmediatamente, sujetando el barandal con fuerza.

—No, pero lo noté raro. ¿Hay alguna mala noticia?

—No... —respondió en un susurro—. ¿Puedes subir un momento, por favor?

Zefer dio media vuelta, y comencé a subir los escalones, cada vez más preocupada. Tanto él como Argon estaban comportándose de forma extraña, y el secretismo no ayudaba en nada a calmar mi mente.

Cuando me di cuenta, le había perdido de vista. Zefer tuvo que salir de la habitación en la que había entrado para llamarme. Me disculpé por mi distracción, y él, con una sonrisa cordial, me dijo que no pasaba nada.

Entré en la habitación, la misma en la que Giorgio me había encerrado la primera vez que llegué al palacio. Los recuerdos de aquella muchacha temerosa y llorosa regresaron de golpe, como si pudiera ver a la Clematis de hace un año y dos meses sentada al borde de la cama, justo donde ahora estaba Zefer.

—Ven, toma asiento —dijo, señalando el lugar junto a él.

—Me están empezando a asustar —dije con sinceridad. Zefer apretó los labios en una línea tensa, esperando en silencio a que me sentara donde me indicó.

—Le pedí a todos que se fueran...

—¿Pasó algo? ¿Están bien todos? ¿Tú estás bien? —pregunté rápidamente. Ante la avalancha de preguntas, él sonrió con tristeza y tomó mis manos.

—Yo estoy bien... pero pedí que se marcharan para poder hablar contigo sin interrupciones. Necesito ser sincero.

—Te escucho —dije, aunque mi corazón golpeaba violentamente contra mi pecho. Sentía que mis manos sudaban, pero no las aparté, no quería que Zefer lo malinterpretara.

—Lo que te voy a confesar no es fácil. Es... algo que me ha costado muchísimo tiempo sacar. Pero te prometí ser honesto, y si no te digo esto, nunca podré sentirme en paz contigo.

—Lo que sea, Zefer, estoy aquí para escucharte. No te voy a juzgar.

Después de mis palabras, se quedó en silencio un largo rato. Abría los labios, pero no salía ningún sonido. La tensión en el ambiente aumentaba con cada segundo, mientras las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer, resonando en los cristales de la ventana. El golpeteo del agua era lo único que rompía el silencio.

—He tenido la misma pesadilla durante las últimas noches —confesó finalmente—. En ella veo el rostro de Jaft, y detrás de él, a Giorgio, manipulándolo como si fuera una marioneta. No puedo dormir bien... no puedo olvidar la expresión en su cara. He cometido un pecado imperdonable, no solo una vez, sino cuatro veces.

—¿Un pecado imperdonable...? ¿Te refieres a...?

—Sí, Clematis. He matado a cuatro personas. Mis manos están manchadas de sangre.

Zefer continuó hablando de Jaft. Siempre tuvieron una relación tensa, pero jamás imaginó que sería su propio hermano quien le arrebataría la vida a nuestra hija. Estaba devastado, consciente de que Jaft no habría actuado así de no haber sido manipulado por Giorgio. El hecho de que los viera juntos en sus sueños, con su padre tirando de los hilos, solo aumentaba el peso que cargaba en su alma.
Su voz se quebraba de vez en cuando, y sus manos apretaban las mías con fuerza, hasta hacerme daño, pero no las retiré. Quería escucharle, saber todo lo que había sufrido en el tiempo que estuvimos separados. Aunque sus palabras reabrían viejas heridas en mí, aceptaría lo que tuviera que decirme.

Ya conocía dos de sus pecados: Giorgio y Jaft habían muerto por su mano. Pero lo hizo para detener la locura de uno y en defensa propia del otro. Si yo hubiera estado en su lugar, tal vez habría hecho lo mismo. Comprendía su dolor, sentía cierto resentimiento por Jaft, pero no lo culpaba. Giorgio y, probablemente, Eleonor habían envenenado su alma. Jaft no fue más que un títere de ellos, y pagó el precio con su vida.

Lo que Zefer me confesó a continuación fue aún más desgarrador: la muerte de su madre. Me dijo que él mismo la había asesinado, inducido por Giorgio. Mis manos temblaban al escuchar su relato. No podía entender cómo un padre biológico podría hacerle eso a su propio hijo, dañarlo de esa manera. Giorgio había intentado moldearlo a su imagen, convertirlo en una réplica de su locura. Pero lo único que logró fue destruir a Zefer, volverlo quebradizo, inseguro, incapaz de sentir que merecía amor o ser amado.

Para ese punto, Zefer ya estaba al borde de desmoronarse. Sus ojos llenos de lágrimas y su rostro desencajado reflejaban un dolor profundo. Hizo una pausa justo antes de llegar al final. De repente, se arrodilló ante mí y no paró hasta que su frente tocó el suelo. Su respiración entrecortada levantaba y bajaba su espalda, y mi corazón se rompía al verlo así. Era la primera vez que lo veía tan vulnerable, tan desesperado.

—Perdóname —dijo, arrastrando las palabras.

Me arrodillé a su lado e intenté levantar su rostro, pero él lo impidió. No quería mirarme, y no sabía por qué. Entonces, lo soltó de golpe:

—Fui yo quien mató a tu padre. Lo siento tanto, Clematis. Lo siento tanto...

Me quedé paralizada, incapaz de moverme o de articular palabra. Mi mano seguía sobre su hombro, pero mi mente estaba en blanco, incapaz de formar una oración coherente.

—Lo que decidas —continuó, ahora más calmado—. Lo aceptaré.

Zefer cerró los ojos mientras las lágrimas bañaban su rostro. Su respiración agitada me rompía el alma.

Siempre supe que Zefer cargaba con algo más, algo oscuro. Pero jamás imaginé que fuera esto. Comencé a llorar en silencio, mordí mi labio con fuerza hasta que el sabor metálico de la sangre inundó mi boca. "Fui yo quien mató a tu padre", esa frase se repetía en mi mente una y otra vez.

Mis manos temblaban de forma incontrolable, y aunque no pude decir nada coherente, rodeé su cuerpo con mis brazos. Zefer se quedó quieto, como si no supiera cómo reaccionar. Sus manos cayeron al suelo, mientras yo enredaba mis dedos en su cabello corto. Al final, pegué mi frente a la suya.

—Gracias por confiar en mí —le dije, mirándolo a los ojos. La expresión que tenía en ese momento nunca podré borrarla de mi memoria: lágrimas caían de sus ojos, sus labios entreabiertos, y el ceño levemente fruncido.

—Mereces odiarme —murmuró, pero yo negué con la cabeza repetidamente.

—¿Cómo podría odiar a alguien que amo tanto? —respondí. Zefer mordió sus labios con fuerza, sus colmillos marcanron su piel—. La única que debe pedir perdón soy yo. Mi egoísmo nunca me dejó ver que tú eras el que más sufrió. Pensé, equivocadamente, que solo yo estaba herida, cuando en realidad, tú eras quien más ayuda necesitaba. Lo siento, Zefer... —dije en un susurro, mientras besaba sus mejillas—. No tengo nada que perdonarte. No te odio.

Sus brazos rodearon mi cintura y me acercó a su cuerpo. Mi corazón latía con fuerza, y sentía el pulso de él bajo mis dedos. No tenía por qué perdonarle la muerte de mi padre, porque él había sido un monstruo. Lo que más lamentaba era que Zefer hubiera tenido que cargar con ese peso durante tanto tiempo.

Zefer me separó suavemente de su cuerpo, mirándome con lágrimas aún corriendo por sus mejillas. Su rostro, sin embargo, estaba más relajado, y yo me sentía igual. Me acerqué y lo besé. Zefer se sorprendió, pero no me rechazó. Me sostuvo con cuidado, y cuando nos separamos, ambos nos miramos y sonreímos, aún con el rostro empapado.

Todo el tiempo que estuvimos separados, todos los malentendidos quedaron atrás en esa conversación. Esa íntima confesión entre nosotros había abierto la puerta a algo nuevo. Habíamos sido un desastre como pareja, pero a partir de ese momento, solo podíamos mejorar.

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