CAPÍTULO III: Mi verdadero yo.

NACIÓN DE MY—TRENT

Como cada mañana, ella caminó hacia la cocina. Las sirvientas más antiguas, las que habían sobrevivido a la masacre perpetrada por Giorgio en el palacio, la observaban con atención, pero no le dirigían la palabra. Sabía que murmuraban a sus espaldas, y aunque no le agradaba, lo aceptaba en silencio. La habían llamado por un nombre que no le pertenecía al despertar, le habían dicho cómo debía comportarse, pero la verdad era que ella no era esa persona. No era Lyra Wolfgang, no era la exesposa de Giorgio, no era la madre de Zefer ni, mucho menos, la de Jaft.

Después de la muerte de Giorgio, Zefer insistió en que ella permaneciera en el palacio cuidando de Shikwa. Ninguno de los dos tenía otro lugar a donde ir. Al principio se resistió, incómoda por las miradas de la servidumbre, pero decidió quedarse cuando vio el deplorable estado en que se encontraba su querido amigo. Como parte de su decisión, cambió su nombre. No quería seguir escuchando que la llamaran Lyra, así que, recordando una hermosa historia que Shikwa le había contado, decidió llamarse Heaven.

Shikwa le había explicado que el Heaven era un pequeño pájaro cuyas hembras nacían con el ala izquierda más corta que la derecha, y los machos con el ala derecha más corta. Ninguno podía volar solo, pero cuando se encontraban, por primera vez en su vida podían surcar los cielos. Esa metáfora reflejaba su vida de alguna forma. Aunque poseía el cuerpo de un adulto, había nacido sin saber nada y aprendió a vivir sobre la marcha. Aún sentía enormes carencias: en el lenguaje, la lectura, la escritura, y sobre todo en la interacción con los demás.

—Ama Lyra —Ana, la cocinera, se acercó apurada al verla remover algunas ollas—. Perdón —se disculpó de inmediato al darse cuenta de su error, mientras Heaven la miraba con una ceja arqueada.

—No soy Lyra —respondió pausadamente, esbozando una triste sonrisa.

—Lo siento mucho, Heaven —dijo Ana, sentándose en un banco de madera y colocando las manos sobre la mesa—. Todavía no me acostumbro a verla por aquí. Se parece tanto a la señora Lyra que... mi mente me traiciona.

—No te preocupes —respondió Heaven, asintiendo. Luego, tras una pausa, le preguntó—: ¿Eras cercana a ella?

Los ojos de Ana se llenaron de lágrimas de inmediato.

—Lo siento, no era mi intención traer malos recuerdos —se disculpó Heaven, aunque Ana negó con la cabeza.

—Al contrario —dijo la anciana—. La ama Lyra era una persona tan buena que solo tengo hermosos recuerdos de ella. Fue una lástima que muriera tan joven, casi de tu edad. Tenía tanto por vivir... Dejó a Zefer y a Jaft en el momento en que más la necesitaban. Zefer sufrió el maltrato de su padre, y Jaft... Bueno, aún no puedo creer cómo acabó todo.

Ana se limpió las lágrimas, mientras Heaven la observaba en silencio, sujetando unas manzanas del cajón de madera. En su mente, Heaven analizaba lo que acababa de escuchar. Siempre es lo mismo, pensó. Cada vez que alguien mencionaba a Lyra, terminaban describiéndola como una Hanoun bondadosa, alegre y cándida, alguien que vivía por y para sus hijos. Era natural que quisiera saber más de ella, pero cada vez que escuchaba lo buena que había sido, una pequeña espina se clavaba en su corazón. Se comparaba con Lyra, y el resultado siempre le resultaba doloroso. Ella no era Lyra. Nunca lo sería.

¿Cómo podían ser tan diferentes siendo prácticamente la misma persona? ¿No deberían compartir más rasgos, además de los físicos?

—¿Puedo preguntarte algo? —dijo Heaven, y Ana asintió—. ¿Lyra odiaba a Giorgio?

La pregunta incomodó visiblemente a Ana. Removió su asiento, entrelazó los dedos y asintió con cierto esfuerzo. Heaven desvió la mirada hacia el suelo, en silencio. Cuando llegó al palacio, Giorgio no le había parecido una mala persona; más bien, alguien herido. Claro, después comprendió que estaba loco. Pero al principio, le había parecido una víctima de las crueles circunstancias de su vida, y hasta llegó a sentir lástima por él. Lo vio morir y, en su última mirada, percibió todo su pesar. Mientras todos celebraban su muerte, ella no pudo. Lo que Giorgio había buscado, en el fondo, era que ella lo amara... pero no podía hacerlo.

—El amo Giorgio... —comenzó Ana, sacando a Heaven de sus pensamientos—. Tuvo una infancia terrible. No quiero justificar lo que hizo, porque fue un ser abominable, pero creo que si hubiera nacido en otro lugar, nada de esto habría sucedido. La locura es un rasgo característico de los Wolfgang.

—¿Por qué lo dices? —preguntó Heaven.

—Llevo muchos años en este palacio, nací aquí. Mi abuela y mi madre me contaron que los Wolfgang siempre han tenido una tendencia a enloquecer. Por eso se les llama los lobos negros: el pelaje negro en un lobo representa la oscuridad de su alma.

—¿Zefer podría heredar esa locura?

—Roguemos porque no sea así —respondió Ana con una sonrisa triste—. El amo Zefer es alguien bueno. Si lo comparara con los lobos de antes, diría que él es un lobo blanco.

—¿Y qué simboliza el lobo blanco?

—El lobo blanco es subestimado por la manada, pero no te confundas, es tan capaz como el resto. Solo que depende más de la compañía. Agradezco que Clematis y Argon estén en su vida.

Heaven asintió en silencio. Sintiendo el ambiente incómodo, decidió irse.

—Será mejor que me vaya. Solo vine por esto —dijo, señalando las manzanas, mientras Ana asentía con la cabeza.

—Perdón por hacerte perder el tiempo.

—No te preocupes —respondió Heaven con una sonrisa—. No has hecho que pierda el tiempo.

Con un pequeño plato y un cuchillo en la mano, Heaven salió de la cocina y se dirigió a una habitación en la planta baja del palacio. Los pasillos estaban desolados. Aunque los pocos sirvientes que sobrevivieron a la masacre limpiaban el lugar, era imposible mantenerlo impecable. Al pasar por las escaleras, vio los retratos de Zefer y Jaft. El de Giorgio había sido retirado el día de su muerte, dejando un vacío en el centro de la pared. Heaven desvió la mirada y siguió su camino.

Al llegar a la habitación, escuchó voces dentro. Shikwa soltó un leve quejido, y Heaven asumió que Trya estaba curando sus heridas.

—Shikwa —tocó la puerta suavemente. Tras unos segundos, él le permitió entrar.

Dentro, Trya ajustaba los vendajes de sus piernas. Heaven la saludó con una leve inclinación de cabeza y se sentó en una banca de madera, observando en silencio. Conversaban sobre temas que ella no entendía: máquinas, medicina. Aunque intentaron incluirla, se sintió excluida de la conversación.

—Parece que las heridas están sanando bien —comentó Trya mientras acariciaba su abultado vientre. Shikwa, sorprendentemente, le pidió tocarlo.

Al ver el gesto, Heaven sintió un escozor extraño en el estómago. ¿Hambre? No, sabía que no lo era. Cuando Trya se despidió, Heaven observó cómo la puerta se cerraba a sus espaldas. Shikwa la llamó, y ella finalmente se acercó.

—Te traje tu comida favorita —dijo, enseñándole las manzanas.

Shikwa sonrió y extendió las manos para pelarlas, pero Heaven lo detuvo.

—Déjame hacerlo a mí, puedo hacerlo.

Heaven comenzó a pelar las manzanas, pero los trozos que retiraba eran tan grandes que quedaba poco de la fruta. Shikwa ofreció ayudarla, pero ella insistió en continuar. Finalmente, el cuchillo resbaló y se cortó un dedo. Shikwa tomó su mano y, sin pensarlo, introdujo su dedo en su boca para detener la sangre. Heaven se quedó inmóvil. Aunque no era la primera vez que se lastimaba, algo en ese momento se sintió diferente.

—Debes tener cuidado, Lyra. Tus manos podrían llenarse de cicatrices.

—Heaven —lo corrigió suavemente—. Mi nombre es Heaven.

Shikwa se disculpó nervioso, y Heaven, sin comprender del todo, bajó la mirada.

—¿Te gustan los bebés? —preguntó de repente.

Shikwa casi se atragantó.

—¿Quieres tener un bebé conmigo? —preguntó Heaven con total seriedad, lo que provocó que Shikwa la mirara con incredulidad.

—¿Sabes siquiera cómo se hace un bebé? —preguntó, aún sorprendido.

—No, pero supongo que tú sí lo sabes, ¿no? —respondió Heaven, sin perder la compostura.

—No es tan... fácil como crees —las mejillas del pelirrojo se encendieron, y se vio obligado a desviar la mirada. Heaven no entendía a qué se debía eso.

—¿Tienes fiebre? —le preguntó al ver el rubor en su rostro. Se acercó lo suficiente hasta que sus frentes quedaron pegadas la una a la otra y se quedó observándolo.

Shikwa seguía desviando la mirada. Heaven no era consciente de lo que había dicho, lo había avergonzado. Estaba tan nervioso que ni siquiera podía formular una palabra. Ella, por su parte, lo observó, y cuando cayó en cuenta de su proximidad, retrocedió rápidamente, sintiendo cómo su cara empezaba a arder.

—Tienes... el rostro caliente —le dijo, más Shikwa no respondió.

—Es por lo que dijiste —murmuró de forma dificultosa, Heaven lo observó sintiéndose confundida—. Para... hacer un bebé se necesitan dos personas —ella sintió—, esas personas deben de... pues... unir ciertas partes de su... —Shikwa apretó los puños sobre las sábanas y emitió un sonoro suspiro— ¡Solo olvídalo! ¿Si? 

—¿Te hice enojar? —le preguntó al ver su reacción.

—No estoy enojado contigo, Heaven —Shikwa se sujetó el rostro con sus manos y tiró de su cabello hacia atrás—. Tan solo... no vuelvas a preguntarle a alguien más eso ¿Si?

—¿Es algo malo? —ella sujetó los dedos de Shikwa y este le correspondió ligeramente— Yo veo que Trya está feliz, y te vi a ti feliz por un momento... si está en mis manos traerte felicidad, quiero hacerlo.

—Te seré franco —él sonrió cabizbajo, y la observó directamente a los ojos—. Es algo que hubiera querido hace ya varios años, pero... nunca más podré hacerlo. Giorgio lo sabía, y se encargó de destruir el único deseo que poseía.

Heaven comenzó a temblar, la mirada que Shikwa le brindaba en ese momento era igual a la que todos le daban en cuanto la conocían. No la estaba viendo a ella, no estaba pensando en ella, lo último que acababa de decir no fue para ella.

—Mírame a mi... —dijo al borde del llanto, las lágrimas escaparon. Incontenibles. Dolorosas—. Deja de mirarla a ella... mírame a mí —sus manos se dirigieron a sus ojos y los apretó de tal forma que cuando las retiró veía todo negro y poco a poco fue recuperando la visión— ¡Yo estoy viva! —exclamó con fuerza— ¡Yo estoy viva, Shikwa! ¡Lyra nunca podrá regresar!

Y, tras decir esto, Heaven se puso de pie y salió corriendo de la habitación. Pese a que Shikwa la llamaba con insistencia, ella no se detuvo. Subió las escaleras con rapidez y se terminó encerrando en una habitación del hala norte. Se golpeó con varios objetos, pero luego de trastabillar unas cuantas veces, terminó ubicándose en un extremo de la habitación.

Abrazó sus piernas contra su pecho y lloró durante un buen rato, se desahogó lo mejor que pudo. Necesitaba esto, necesitaba llorar lo que tenía que llorar para poder sacar todo lo que sentía en su interior. Al elevar el rostro, vio el retrato de Lyra olvidado en un rincón. Entre sus brazos reposaba un pequeño Zefer, y a su lado, estaba un pequeño Jaft. Ella sonreía al frente. Y Heaven sintió en ese momento que se estaba burlando de ella. Caminó hacia el cuadro, estiró las garras dispuesta a partirlo, pero no pudo, vaciló en el último momento y se detuvo a solo unos cuantos centímetros.

—¿Heaven? —escuchó a Zefer desde el otro lado, la puerta se abrió de forma lenta, y él vio como estuvo a punto de romper el retrato de su madre.
—No quiero hablar —dijo mientras le daba la espalda, pero Zefer no se detuvo, se encerró con ella en la habitación, y una vez que estuvo a una distancia prudente, la abrazó.

Ella se quedó estática, alzó el rostro y vio a Zefer, este sonreía cabizbajo. Él acarició su cabello y respiró con tranquilidad, impidiéndole de esta forma ver el retrato que reposaba en el suelo.

—No puedo imaginar cómo puedes sentirte —le dijo—, pero al menos puedo tratar de reconfortarte un poco, así como hiciste cómo tú lo hiciste conmigo cuando me hallaba perdido.

—Lo siento... —dijo, mientras le correspondía— es sólo que... estoy tan cansada de esto. Estoy cansada de ser comparado con... Lyra. 

—Te entiendo, pero... de ti depende que los demás sepan que no eres ella —tras oírlo, Heaven se separó y lo observó confusa—. La única persona que puede marcar la diferencia eres tú, nadie más lo va a hacer. Mi madre murió hace tiempo y eso es lo que no han entendido los demás. Sé que es horrible vivir a la sombra de alguien, pero, Heaven, tú eres una persona completamente diferente. Pese a que luzcas como ella, sé que no eres ella. 

—¿Por qué nadie lo entiende? Incluso Shikwa... no me estaba viendo a mí.

—Pienso que malinterpretaste la situación —emitió una leve risotada y ella golpeó su pecho—. Lo siento, soy el regente de las malinterpretaciones. Creo que allá abajo tocaste una fibra sensible, y Shikwa no supo cómo responder.

—¿Te dijo algo? —le preguntó. 

—Dijo solo lo necesario. Deberías tratar de escucharlo, no pierdes nada intentándolo —Zefer observó al suelo, recordando las situaciones por las que tuvo que atravesar en ese tiempo, y sonrió—. Es mejor oír lo que tiene que decir, a que des por sentada las cosas. Créeme, lo aprendí a la mala. 

—No quiero que me vea de esta forma —Heaven sorbió su nariz, había llorado tanto que traía los ojos hinchados.

—Entonces baja cuando estés preparada —en cuanto él dio la vuelta, Heaven lo sujetó del saco y lo obligó a voltear— ¿Qué pasa? —preguntó.

—Cuéntame de ella —con un gesto de la cabeza, ella señaló el cuadro y Zefer la observó mientras suspiraba de forma pesada.

—¿Estás segura? 

—La verdad, no. Pero... si te seo franca, desde el momento en el cual desperté sentí curiosidad por ella. Quería saber quién era la Lyra de la cual Shikwa me hablaba, yo... sentía deseos de entender porque él sonreía cada vez que la nombraba —Heaven se cruzó de brazos y sujetó sus codos con fuerza—. La odio porque soy consciente de que su recuerdo siempre terminará emergiendo y seré comparada. Pero... quizás si sé un poco más de ella, podría saber por lo que tuvo que pasar. 

—La historia es algo larga —le dijo él mientras sujetaba su cuello.

—Tengo el suficiente tiempo hasta que mis ojos vuelvan a la normalidad —le sonrió, y ambos decidieron sentarse nuevamente en el rincón.

Zefer habló acerca de su madre como en mucho tiempo no lo había hecho, era la primera vez luego de tantos años de silencio que lograba expresar todo lo que sentía. Aunque le había dicho que era consciente de que Heaven no era su madre, ella seguía transmitiéndole aquella paz interior que le generaba en su momento su progenitora, y esto provocaba que él se sincerara.

Heaven escuchó atenta sobre la Lyra amable, la educada, la amorosa, la que presenció la pérdida de sus padres, la que fue engañada para casarse, la que se vio sola y desamparada al nacer su primer hijo, la que lloraba cuando nadie la veía, la Lyra que comenzó a sufrir el desprecio propiciado por su menor hijo... la que nunca tuvo un matrimonio plagado de amor y cariño. Esa Lyra de la que Zefer hablaba era pues una Lyra más humana, más real, no casi elevada al grado de deidad. Tuvo sus errores, se equivocó, y aquello terminó desencadenando en el triste final. Esa Lyra que había sido golpeada en el camino murió viendo a su hijo arrebatándole la vida a causa de su esposo.

Zefer, conforme iba acercándose al final lloró como un niño. Heaven colocó su brazo por sobre su hombro y lo abrazó, ya que ella también se encontraba llorando otra vez. El recuerdo de Lyra siempre los perseguiría a ambos, cada uno cargaba con sus propios fantasmas.

—Esa es toda la historia —exclamó él de manera pausada mientras secaba su rostro empapado. 

—No tenía idea de que ella sufrió tanto...

—Nadie lo sabe, ni nunca lo sabrán. En el palacio pensaban que mi madre optó por suicidarse... ya estando cansada de mi padre y de nosotros. Nunca supieron que su asesino estaba bajo el mismo techo escondido entre las sombras.

—¿Alguien más sabe acerca de esto? —Zefer negó con la cabeza a medida que apretaba los puños— ¿Ni siquiera Clematis?

—No, el hablar de mi madre implicaría que... supiera... que ocurrió con su padre.

—Zefer —ella sujetó su rostro entre sus manos y apretó los labios de forma lineal—. Pienso que, si quieres continuar adelante, es necesario que se lo digas. Dile todo por lo que has pasado, dile las cosas que has tenido que hacer... no puedes cargar con tanto tú solo.

—Tengo miedo de que se vuelva a alejar de mi lado si lo hago... no quiero ni imaginar que ella vuelva a odiarme.

—Si ella te hubiera odiado en algún punto, ni siquiera hubiera accedido a volver al palacio contigo. Creo que ambos están en un punto un tanto más maduro que las otras veces, ve y dile todo lo que guardas.

—Yo... no lo sé.

—Debes hacerlo —dijo con firmeza—. Sólo cuando logres sincerarte del todo ambos lograrán alcanzar. Quien sabe, Zefer. Quizás Clematis ya lo sabe y solo aguarda pacientemente a que tú converses con ella. 

—¿Cómo podría saberlo? —cuestionó— Es imposible que se haya enterado.

—No digo que sepa tus secretos, pero quizás los intuye. Yo soy terrible para darme cuenta sobre las emociones del resto, pero ella tiene una capacidad receptiva más desarrollada que la mía.
—Tengo miedo —Heaven lo abrazó con firmeza. 

—Sé que lo tienes, pero es hora de que ella sepa toda la verdad ¿No crees? —él asintió— es justo que hablen de todo lo que no pudieron decirse en mucho tiempo.

—Se supone que yo debía de consolarte —exclamó con sorna.

—De una forma un tanto injusta estamos conectados, y es inevitable que terminemos apoyándonos —ella rio.

Ambos sonrieron y se levantaron, se retiraron la tierra de la ropa, y caminaron dispuestos a la salida, Heave observó el cuadro de Lyra, pero ahora la sonrisa que veía plasmada allí era completamente diferente.

—¡Zefer! —gritó, y él volteó a observarla— Creo que... abajo hay un espacio donde ella podría estar, y no aquí acumulando polvo.

—¿Estás segura? —le preguntó.

—Sí —ella sujetó el marco algo desteñido y elevó un pulgar en dirección de Zefer—. Si estamos dispuestos a avanzar, lo justo es que tu madre también deje este oscuro lugar.

Zefer sonrió como en mucho tiempo no lo había hecho, caminó al recuadro y retiró el polvo del rostro de su madre. Heaven, por su parte, se alejó y antes de desaparecer, vio como él derramaba algunas lágrimas a medida que limpiaba el resto del polvo con la manga de su camisa.

Lyra era alguien que perseguiría a ambos hasta sus últimos días, pero al menos, Zefer la había ayudado a entender que ella tenía su propia identidad, y eso nada ni nadie se lo podría arrebatar.

—Tienes... el rostro caliente —murmuró Heaven, pero Shikwa no respondió.

—Es por lo que dijiste —añadió, titubeante. Heaven lo observó, confundida—. Para hacer un bebé se necesitan dos personas —ella asintió—, esas personas deben... unir ciertas partes de su... —Shikwa apretó los puños sobre las sábanas y soltó un suspiro profundo—. ¡Solo olvídalo, ¿sí?!

—¿Te hice enojar? —preguntó ella, al notar su reacción.

—No estoy enojado contigo, Heaven —Shikwa se cubrió el rostro con las manos, tirando de su cabello hacia atrás—. Solo... no vuelvas a preguntarle eso a nadie más, ¿de acuerdo?

—¿Es algo malo? —ella le tomó la mano, y Shikwa correspondió suavemente—. Vi que Trya está feliz, y por un momento tú también lo estuviste... Si puedo hacer algo para darte felicidad, quiero hacerlo.

Shikwa la miró, cabizbajo, y sonrió con tristeza.

—Te seré franco —dijo, mirando a sus ojos—. Hace años hubiera deseado algo así... pero ya no puedo. Giorgio se encargó de destruir el único deseo que me quedaba.

Heaven comenzó a temblar. La mirada que Shikwa le daba en ese momento no era para ella. Era la misma mirada que todos le lanzaban cuando la conocían. No la veía a ella, no pensaba en ella. Sus últimas palabras no eran para ella.

—Mírame... —Heaven susurró, al borde del llanto. Las lágrimas brotaron, dolorosas e imparables—. ¡Mírame a mí, no a ella! ¡Estoy viva, Shikwa! ¡Yo estoy viva, y Lyra nunca volverá!

Dicho esto, Heaven se levantó y salió corriendo de la habitación. Aunque Shikwa la llamó desesperadamente, ella no se detuvo. Subió las escaleras hasta encerrarse en una habitación del ala norte. Golpeó varios objetos en su huida, trastabillando, pero finalmente se acurrucó en un rincón.

Abrazó sus piernas y lloró amargamente. Necesitaba desahogarse, liberar el torrente de emociones que la consumía. Al alzar la vista, vio un retrato de Lyra olvidado en un rincón. En el cuadro, Lyra sostenía a un pequeño Zefer, y a su lado, Jaft sonreía. Heaven sintió que esa sonrisa se burlaba de ella. Se levantó, estiró las manos con las garras dispuestas a destruir el cuadro, pero se detuvo a centímetros de hacerlo.

—¿Heaven? —Zefer la llamó desde el otro lado de la puerta, que se abrió lentamente. Observó cómo ella estuvo a punto de romper el retrato de su madre.

—No quiero hablar —dijo ella, dándole la espalda, pero Zefer no se detuvo. Entró en la habitación y la abrazó a una distancia prudente.

Heaven se quedó inmóvil, alzó el rostro y lo vio. Zefer sonreía, acariciando su cabello con calma, cubriéndola de la visión del retrato en el suelo.

—No puedo imaginar cómo te sientes —le dijo él—, pero al menos puedo intentar consolarte, como tú lo hiciste conmigo cuando estaba perdido.

—Lo siento... —respondió ella, devolviéndole el abrazo—. Estoy tan cansada de esto. Cansada de ser comparada con Lyra.

—Te entiendo, pero eres tú quien debe mostrar que no eres ella —Zefer la miró con seriedad—. Eres la única que puede marcar la diferencia. Nadie más lo hará por ti. Mi madre murió hace mucho tiempo, eso lo sé. Fui yo quien causó su muerte. Pero también sé que ella no volverá. Eso es lo que los demás no entienden. Es horrible vivir a la sombra de alguien, pero, Heaven, tú eres una persona completamente diferente. Aunque te parezcas a ella, sé que no eres ella.

—¿Por qué nadie lo entiende? Ni siquiera Shikwa... Él no me veía a mí.

—Creo que malinterpretaste la situación —rió ligeramente, y Heaven lo golpeó en el pecho.

—¡No te burles! —replicó Heaven.

—Perdón, soy el rey de las malinterpretaciones. Pero creo que tocaste una fibra sensible allá abajo, y Shikwa no supo cómo reaccionar.

—¿Te dijo algo?

—Solo lo necesario. Deberías hablar con él, Heaven. No pierdes nada intentándolo. Es mejor escuchar lo que tiene que decir que asumir cosas. Créeme, lo aprendí por las malas.

Heaven sorbió por la nariz, sus ojos estaban hinchados por el llanto.

—No quiero que me vea así.

—Entonces baja cuando estés lista —dijo Zefer, pero cuando se dio la vuelta, Heaven lo tomó del saco, obligándolo a girarse.

—Cuéntame sobre ella —señaló el cuadro con un gesto, y Zefer suspiró profundamente.

—¿Estás segura?

—La verdad, no. Pero desde que desperté, he sentido curiosidad. Quería saber quién era la Lyra de la que Shikwa hablaba... quería entender por qué él sonreía al recordarla. La odio porque sé que siempre seré comparada con ella. Pero... tal vez, si sé más sobre su vida, entenderé mejor lo que enfrentó.

—Su historia es larga —Zefer se agarró el cuello con incomodidad.

—Tengo tiempo de sobra hasta que mis ojos se deshinchen —dijo ella, sonriendo levemente.

Zefer empezó a hablar de su madre como no lo había hecho en años. Heaven lo escuchó con atención mientras él describía a una Lyra amable, educada y amorosa. La Lyra que perdió a sus padres, que fue engañada para casarse, que se sintió sola al tener a su primer hijo. La que lloraba en silencio, la que soportó el desprecio de su hijo menor, la que vivió un matrimonio sin amor. Lyra, con todos sus defectos y sufrimientos, no era una figura perfecta, sino una persona real.

Conforme Zefer se acercaba al trágico final, sus lágrimas lo invadieron. Heaven lo abrazó, también llorando, porque ambos compartían el peso del recuerdo de Lyra.

—Esa es la historia —dijo Zefer con voz entrecortada, limpiando su rostro empapado.

—No sabía que ella había sufrido tanto...

—Nadie lo sabe. En el palacio, todos creían que mi madre se suicidó, cansada de mi padre y de nosotros. Nunca supieron que su asesino vivía bajo el mismo techo.

—¿Alguien más lo sabe? —preguntó Heaven, y Zefer negó con la cabeza.

—Ni siquiera Clematis...

—Zefer, creo que necesitas contarle todo. No puedes cargar con esto solo.

—Tengo miedo de que se aleje de mí si lo hago... No soportaría que volviera a odiarme.

—Si realmente te hubiera odiado, nunca habría regresado contigo al palacio. Ambos han crecido, están en un punto más maduro. Es momento de que lo hablen todo.

—No lo sé...

—Debes hacerlo. Solo así ambos podrán sanar. Quizá Clematis ya lo sabe, y está esperando que le hables.

Zefer suspiró, asintiendo.

—Se supone que yo debía consolarte —dijo él, esbozando una sonrisa.

—De algún modo injusto, estamos conectados —respondió Heaven, riendo suavemente.

Ambos se levantaron, sacudiéndose el polvo de la ropa. Heaven miró el cuadro de Lyra una vez más, pero esta vez la sonrisa en el retrato le pareció diferente.

—¡Zefer! —gritó, y él volteó—. Creo que deberíamos llevar el cuadro abajo, a un lugar mejor. No merece estar aquí, acumulando polvo.

—¿Estás segura? —preguntó Zefer.

—Sí —respondió, levantando el cuadro y sonriendo—. Si vamos a avanzar, es justo que tu madre también salga de este oscuro rincón.

Zefer sonrió como hacía tiempo no lo hacía. Limpió el polvo del rostro de su madre, mientras Heaven se alejaba. Antes de irse, lo vio derramar algunas lágrimas mientras seguía limpiando con la manga de su camisa. Sabía que el recuerdo de Lyra los acompañaría siempre, pero al menos, ahora Heaven entendía que tenía su propia identidad. Y eso, nadie se lo podría arrebatar.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top