CAPÍTULO II: Parte de ti.


CLEMATIS

El trino lejano de los pájaros que se colaba a través de las gruesas cortinas fue lo que te despertó. Mi cuerpo se sentía pesado, y mis párpados se resistían a abrirse. Una calidez inexplicable me envolvía, una sensación que sabía no provenía de las sábanas. Me sentía en paz, algo que no había experimentado en mucho tiempo. A pesar de que habían sido solo unas pocas horas de sueño, lograron relajarme por completo.

Cuando finalmente abrí los ojos, me encontré con el rostro de Zefer a escasos centímetros del mío. Todavía dormía. Su respiración pausada hacía que su pecho subiera y bajara rítmicamente, y su aliento cálido rozaba mi frente, provocándome suaves cosquillas. No pude evitar sonrojarme al tenerlo tan cerca. Mi corazón comenzó a latir más rápido ante su proximidad. Bajé la mirada y me di cuenta de que su brazo rodeaba mi cintura, mientras mi cabeza reposaba sobre su otro brazo.

Había caído en esa postura por inercia durante la noche, pero la comodidad era tal que no me había despertado mientras nos acomodábamos así. Esto está mal, pensé. Le había pedido que empezáramos de nuevo, con calma, de manera correcta. Y esto no encajaba en mi definición de ir despacio. Pero, aunque me costara admitirlo, se sentía demasiado bien.

Desde el final de la guerra, no había logrado dormir profundamente. Me despertaba en medio de la noche, asustada, empapada en sudor frío, temblando de miedo. Las imágenes de los guardias ardiendo en las afueras de Wyrfell, los gritos desgarradores y los rostros de los sirvientes, especialmente el de Elena, volvían a mi mente como un golpe salvaje. Incluso podía ver con claridad la expresión de Giorgio en el instante en que Zefer apretó el gatillo.

Ese momento había marcado un antes y un después. Yo misma estuve a punto de disparar, consumida por una furia inexplicable, pensando en todo lo que Giorgio me había hecho. Y, por primera vez, sentí miedo de mí misma, del monstruo en que podría estar convirtiéndome. Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Zefer apareció detrás de mí. Con firmeza, tomó el arma de mis manos, la bajó suavemente y disparó en mi lugar.

No debió ser él. Zefer ya llevaba demasiado sobre sus hombros. La muerte de su madre lo había marcado desde muy joven, haciéndolo desconfiar de quienes lo amaban. Había matado a Jaft, vengando así la muerte de nuestra hija, y ahora sumaba la muerte de Giorgio, otro peso más en su carga. Aunque Giorgio no era un buen hombre, su nombre quedó en la lista de aquellos que Zefer había eliminado.

Observé su rostro con atención, igual que siempre, aunque ahora algunas cicatrices lo adornaban. Mi mano se deslizó hacia el parche que cubría su ojo, acaricié la piel alrededor con cuidado, y luego mis dedos se enredaron en su cabello, que ahora era más corto y de otro color. ¿Qué has tenido que soportar desde que nos separamos?, me pregunté. ¿Es tan grande el dolor que aún no puedes hablar de ello? Mientras esas preguntas me rondaban la mente, Zefer despertó y me miró fijamente.

Mi corazón se aceleró. No dijo nada, pero su quietud aumentó mi nerviosismo. Sentí cómo retiraba lentamente su brazo y lo llevó a mi cabello, enredando uno de mis rizos oscuros entre sus garras. Su tacto era frío y tembloroso, como si tuviera miedo de tocarme, como si temiera que, al hacerlo, yo desapareciera.

—¿Estoy despierto? —preguntó con voz grave.

Asentí suavemente. Entonces su mano recorrió mi cuello y descansó en mi mejilla. Esta vez, su tacto se sintió diferente; ahora que sabía que estaba allí, lo sentía más presente.

—Perdón —dijo. Pero en su disculpa sentí que no solo se refería a lo que acababa de suceder entre nosotros.

—No tengo nada que perdonarte —susurré—. No ahora.

—Extrañaba esto. Hace meses que no dormía así.

—A mí me pasa igual —mi voz tembló ligeramente. Zefer siempre lograba desarmar cualquier barrera con sus palabras, y mi fuerza de voluntad pendía de un hilo.

—Te extrañé —murmuró, acariciando mi labio inferior, mientras sus ojos alternaban entre mi boca y los míos.

Su cuerpo estaba tenso, mis manos descansaban en su pecho y él me acercó aún más. Su aliento cálido rozaba mi piel, y mi corazón latía desbocado. Lo vi acercarse lentamente, incapaz de detenerlo. No quería detenerlo. Ambos habíamos estado esperando este momento.

—¿Clematis? —Un golpe en la puerta nos interrumpió justo cuando nuestros labios estaban a punto de tocarse. Era Argon, recién llegado de Wyrfell. Zefer apartó la mirada, apretando los labios en una línea delgada, y se alejó completamente.

Me senté al borde de la cama, con el corazón acelerado, las mejillas ardientes. Sabía que tendría que responder, porque era obvio que sabían que estaba allí. Miré a Zefer, quien ahora se encontraba en el otro extremo de la cama, sus manos firmemente agarradas al borde del colchón.

Me levanté y, tras acomodarme la bata, traté de calmarme antes de salir. Argon me observó con cierta timidez, y yo me sentía igual. Desde que me confesó sus sentimientos, nuestra relación había cambiado; se mantenía más distante, evitaba quedarse a solas conmigo mucho tiempo.

—Perdón, no quería interrumpir —dijo apenado.

—Descuida —respondí con una sonrisa nerviosa, y ambos guardamos silencio.

—Ian y Rik me pidieron que te buscara. Hay algunos problemas con la restauración de las casas en la aldea humana y necesitan tu ayuda.

—Gracias por avisarme —asentí—. Me cambiaré e iré enseguida.

—De acuerdo... me marcho.

Argon se despidió con un gesto de la mano mientras se alejaba, y yo me quedé un momento en el umbral de la puerta, abrazándome a mí misma con un suspiro. Me sentía mal por él, pero no podía hacer nada. Aunque ambos habíamos dejado las cosas en claras incluso antes de que la guerra estallara en Wyrfell, todo esto no dejaba de ser bastante incómodo.

Me giré hacia la puerta y la toqué suavemente. Estaba segura de que Zefer seguía al otro lado, con la espalda apoyada en la madera.

—Iré al pueblo —dije, con un hilo de voz—. Me gustaría que me acompañaras.

—Te esperaré abajo —respondió, y una sonrisa se dibujó en mi rostro.

Caminé hacia mi habitación y abrí el ropero, sacando un vestido sencillo de color celeste que me puse rápidamente. Lavé mi rostro en el cuenco de agua que había allí y recogí mi cabello en un moño improvisado. Al mirarme en el espejo, sentí el calor en mis mejillas mientras mis dedos rozaban mis labios.

—¡Basta! —me regañé, dándome ligeras palmadas en la cara—. Concéntrate. Pronto el pueblo estará restaurado... y cuando eso suceda, debes regresar por Cael.

La tarea de enterrar a los muertos y reconstruir la nación de My-Trent había sido ardua y prolongada. Afortunadamente, William había logrado salvar a una buena parte de los aldeanos, lo que redujo considerablemente las pérdidas humanas. Sin embargo, Wyrfell había sido mucho más afectada por la invasión de Luciu, y aunque Argon seguía recuperándose, se había ofrecido a supervisar la reconstrucción. Solo hoy había regresado.

No quería que Cael viera Wyrfell en su estado actual. A pesar de que era un niño más maduro que otros de su edad, enfrentarse al lugar donde había vivido, ahora destruido, sería demasiado impactante para él.

Bajé las escaleras y vi a Zefer hablando con la cocinera del lugar, una mujer amable que le sonreía mientras le entregaba una cesta. Zefer se negó al principio, pero ella lo reprendió dulcemente, como si fuera un niño, hasta que él cedió. Al llegar a su lado, ambos me miraron. Zefer me dedicó una sonrisa, y la mujer, con una disculpa, se retiró, dejándonos solos.

—¿Qué es eso? —le pregunté.

—El almuerzo. Ana insistió en que lo lleváramos a la aldea.

—Me parece una buena idea —comenté mientras salíamos del palacio—. Hoy será un día agitado.

—Siempre se preocupó por lo que comía —dijo él con una sonrisa—. Me alegra que esté bien.

—¿La conoces desde hace tiempo?

—Desde que tengo memoria. Siempre me han encantado sus comidas, tiene un don. Es reconfortante que, al menos, alguien de mi pasado siga aquí.

—Debe ser difícil para ti...

—Lo es —admitió con sinceridad—. Fui un idiota en mi juventud, lo sé, y los sirvientes me temían. Pero cuando ella lloró al verme... sentí que, de algún modo, había regresado a casa.

—Lo has hecho —le dije mientras apretaba su mano. Zefer pareció sorprendido por mi gesto, pero no me apartó—. Bienvenido a casa, Zefer.

—Gracias... por estar aquí, a mi lado.

El silencio que siguió no fue incómodo; al contrario, se sentía reconfortante. Zefer no soltó mi mano durante todo el trayecto. Cuando la aldea apareció a lo lejos, se detuvo un momento, besó mis nudillos suavemente y luego se adelantó para reunirse con Rik e Ian.

—¡Zeferin! —exclamó Ian, acercándose y golpeando su espalda. Zefer gruñó en respuesta.

—Liam —dijo Zefer, y Ian hizo un gesto de indignación.

—¿En serio? ¿Otra vez con lo de los nombres? —le recriminó, levantando una ceja.

—¿Por qué me llamas Zeferin si sabes que lo odio? ¿Te falta cerebro o qué?

—¡Qué genio! —Ian fingió airear su rostro con dramatismo—. Después de todo lo que hice por ti —añadió en tono melodramático—, te crie como a un hijo, y así me lo agradeces...

—¿Dónde está Rik? Al menos él tiene algo de sentido común —dijo Zefer, cruzándose de brazos.

Ian soltó una carcajada y se colgó del cuello de Zefer, casi haciéndolo tropezar. Desde atrás, me esforzaba por contener la risa.

—¡Mami! —escuché una vocecita a lo lejos.

Mi mirada se dirigió rápidamente al frente. Allí estaba Cael, sujetando la mano de Argon, con Trya caminando junto a ellos. Llevé mis manos a la boca, conteniendo un grito de emoción al verlo. Ian me sonrió, levantando el pulgar en señal de complicidad.

Sin pensarlo dos veces, comencé a correr hacia él. Las lágrimas llenaron mis ojos en un instante. Cael soltó la mano de Argon y corrió hacia mí. Cuando nos alcanzamos, caí de rodillas y él saltó a mis brazos, cubriéndome de besos mientras yo hacía lo mismo.

—¡Tenía tanto miedo de no volver a verte! —dijo Cael con sus pequeñas manos acunando mi rostro.

—¡Te extrañé tanto, mi cielo! —Al verlo frente a mí, noté que había crecido. Estaba más alto que la última vez.

—¡Te quiero, mami! —susurró, abrazándome con fuerza. Lo levanté en brazos y lo mecí suavemente, como si fuera aún un bebé.

—¡Yo te amo, mi corazón!

No me importaba el cansancio en mis brazos. No lo solté hasta que Argon y Trya llegaron a nuestro lado. Cael se bajó de mis brazos y ambos nos limpiamos las lágrimas. Trya llevaba una capa negra que cubría todo su cuerpo. Cuando me acerqué para abrazarla, algo me detuvo.

—¿Estás...? —pregunté suavemente. Ella asintió, con una sonrisa avergonzada.

—No es la mejor forma de reencontrarnos —murmuró—, pero...

—¡Trya, no sabes cuánto me alegra por ti!

Con cuidado la abracé, y ella me correspondió. Los últimos meses habían sido duros para ella. William había muerto, dejándola sola en un momento en que más necesitaba apoyo y amor.

—Gracias por cuidar de Cael —dijo mientras sujetaba mis manos con ternura.

—Tu hermano se encargó la mayor parte del tiempo. Se encariñó con él, aunque al principio fue algo rudo.

—¿William? ¿De verdad?

—Sí. Al principio, Cael estaba muy apegado a mí, pero luego comenzó a pasar tiempo con él. A los dos les encantaba estudiar juntos. Cael es muy inteligente; ayudaba a William con las máquinas en Demarrer.

—¡Mami! ¡Mira lo que el tío William me enseñó a hacer! —exclamó Cael, corriendo hacia mí. Sacó una pequeña lámpara que había hecho con sus propias manos, llena de cables y una hélice diminuta. Giró una palanca y, para mi asombro, la bombilla se encendió.

—Aún hay que mover la palanca —dijo Cael, colocando el objeto en mis manos. Lo observé fascinada—. El tío William iba a enseñarme a hacer una más grande, pero... la tía Trya me dijo que ahora está con mis papás.

—Eres muy inteligente, Cael. Estoy orgullosa de ti. Sé que lograrás grandes cosas cuando crezcas.

—¡Eso es lo que quiero! —exclamó con entusiasmo, dando pequeños saltos—. Cuando volvamos a Wyrfell con papi Argon, quiero ayudar a los aldeanos.

El comentario generó un momento incómodo. Argon y yo intercambiamos una mirada, mientras Cael notaba el silencio a su alrededor y, frunciendo el ceño, miró hacia atrás.

—Cael... —me puse de pie y vi a Zefer acercarse con cautela, pero la expresión de Cael se oscureció al verlo.

—Él es Zefer Wolfgang, Cael —le expliqué suavemente—. Zefer, él es mi hijo.

Zefer se agachó para estar a su altura y le sonrió, extendiéndole la mano. Pero Cael, con un gesto rápido, se refugió tras Argon, mirándolo con recelo.

—No me gusta ese perro feo —espetó Cael de repente, causando que Argon lo reprendiera de inmediato—. El tío William me dijo que era un perro malo.

—William... —Zefer bajó la cabeza, suspirando profundamente antes de murmurar—. Maldito gato pulgoso.

Le lancé una mirada de advertencia, pero Zefer solo sonrió con resignación.

—¡Bueno! —intervino Argon, rompiendo la tensión—. ¡Qué hermoso día! ¿Qué tal si comemos algo antes de seguir trabajando?

Con una inclinación de cabeza, Argon llevó a Zefer a un lado, mientras Trya, que había observado todo, se agachó junto a Cael y le dijo con firmeza:

—Cael, ¿qué te dije sobre usar esas palabras?

—Pero él es... —comenzó a decir, mirándome, pero luego mordió el interior de su boca y bajó la cabeza—. Lo siento —añadió a regañadientes.

—Perdona, Clematis —dijo Trya con una sonrisa cansada—. William siempre fue un poco bocazas, y Cael ha absorbido más de lo que debería.

—No te preocupes... —respondí, aunque la situación me dejó pensativa.

La actitud de Cael hacia Zefer me recordaba tanto a William en sus años más jóvenes. No le gustaba, y ese rechazo me dolía. Ambos eran importantes en mi vida, y esa distancia entre ellos me partía el corazón.

Caminamos hacia el centro del pueblo, donde nos instalamos sobre una manta, junto a lo que antes era la fuente principal de Hanoun. Zefer colocó la cesta que Ana nos había preparado, y pronto Rik e Ian llegaron con más comida. Nos sentamos a disfrutar del almuerzo, el ambiente mucho más relajado.

—¿Cuántos meses tienes ya? —preguntó Ian, observando a Trya mientras luchaba por sentarse cómodamente. Le extendió un plato de frutas frescas.

—Cinco meses —respondió ella con una sonrisa, acariciando su vientre.

—¿Darás a luz pronto? —pregunté, recordando la diferencia en gestación entre humanos y Hanouns.

—¿A los seis? —intervino Rik, frunciendo el ceño—. Pensé que las mujeres daban a luz después a los nueve meses.

—Es cierto —le expliqué—, pero los híbridos tienen un desarrollo más rápido. Si un humano tiene un hijo con un Hanoun, el embarazo dura solo seis meses. Y si dos Hanouns conciben, el bebé nace en tres.

—Así es —añadió Trya, consciente de la sensibilidad que el tema despertaba en mí. Sabía que no podía tener hijos y que esa realidad me hería profundamente. Zefer, al notar mi incomodidad, acarició mi mano en silencio, dándome apoyo.

Cael, que no perdió detalle del gesto, se interpuso rápidamente entre nosotros, dándole la espalda a Zefer.

—Mami, prueba esto —dijo, ofreciéndome un trozo de pan con una sonrisa luminosa.

—Cael, prueba también la mermelada de arándano —intervino Zefer, ofreciéndole un tarro, intentando suavizar la situación.

—No me gusta —respondió Cael, cortante, sin siquiera mirarlo.

Aunque los demás observaban la escena con una sonrisa divertida, podía notar que el rechazo de Cael estaba afectando a Zefer, aunque él disimulaba bien. Tras eso, la comida transcurrió sin incidentes, y cuando Trya mostró signos de cansancio, decidimos regresar al palacio.

Durante el camino, Zefer intentó nuevamente hablar con Cael, pero este continuaba evitándolo, aferrándose con firmeza a la mano de Argon.

—Zefer la tiene difícil —murmuró Trya a mi lado—. Argon me contó que Cael escuchó al asesino de tu hija, y... bueno, asocia lo que ocurrió con Zefer.

—Agradezco que no viera nada... eso lo habría marcado para siempre.

—Espero que puedan entenderse por tu bien —añadió, mirándolos de reojo.

—Yo también —dije, suspirando.

Trya se detuvo mientras realizaba unas cuantas respiraciones, aparentemente el bebé que llevaba se estaba moviendo mucho.

—¿Puedo? —pregunté y ella asintió.

Al dirigir mis manos a su abultado vientre pude sentir el movimiento de su bebé. No pude evitar llorar al percibirlo, mi pequeño sobrino se encontraba allí, rebosante de vitalidad.

—Hola pequeño —dije mientras acariciaba su barriga—. Soy tu tía Clematis.

Y, como si él pudiera oírme, sentí como una patadita fue dirigida hacia mis manos, Trya sonrió y me abrazó con fuerza, yo la aprisioné contra mi cuerpo.

—Hallaré la forma de curarte —me dijo mientras acariciaba mi espalda—. No te preocupes, volverás a sentirte de esta forma tú también.

Más tarde, cuando llegamos al palacio, Ana nos abrió la puerta. Desde el interior, se escuchaban gritos desgarradores. Era Cael, llorando desesperado.

—Cael, por favor, escúchame —decía Argon, arrodillado frente a él, intentando calmarlo. Zefer observaba a distancia, recostado contra una columna.

—¡No! ¡No quiero escucharte! —gritaba Cael, golpeando con frustración el pecho de Argon—. ¡No lo quiero a él! ¡Te quiero a ti!

El dolor en su voz me atravesó. Subí corriendo tras él, pero cuando llegué a la habitación, ya se había refugiado en un rincón, abrazando sus rodillas y escondiendo el rostro.

—Cael, mi amor, ¿qué te pasa? —le pregunté, pero apartó mi mano.

Argon entró detrás de mí, se acercó al otro lado de Cael, pero él hundió el rostro aún más, entre sollozos.

—Dime, cielo, ¿qué te está preocupando? —insistí suavemente.

Cael levantó la mirada, alternando entre Argon y yo, luchando por hablar. Finalmente, sujetó nuestras manos y las acercó la una a la otra.

—¿Por qué no podemos ser una familia? —susurró entre lágrimas. Su dolor era palpable. Argon y yo nos miramos, buscando una respuesta que pudiera consolarlo.

—Cael... —Argon habló con suavidad, limpiando las lágrimas que recorrían su carita—. Clematis y yo nos queremos, pero no de la forma en que tú imaginas.

—¿Es por Zefer? —preguntó con amargura—. No quiero a ese lobo como papá. Él hizo llorar a mi mami.

Antes de que pudiera responder, una voz inesperada irrumpió en la habitación.

—Tienes razón, Cael. La lastimé... —era Zefer, que había entrado silenciosamente.

Cael lo miró con desconfianza, pero esta vez no apartó la vista.

—Hice muchas cosas malas, Cael. Tu mamá lloró por mi culpa. Fui un bruto insensible, y te entiendo si no me quieres cerca. —Zefer se arrodilló frente a él, acariciando suavemente su mejilla y obligándolo a mirarlo—. Pero te prometo que nunca volveré a hacerle daño. La amo tanto como tú la amas, y te juro que no permitiré que sufra de nuevo.

Cael, aunque desconfiado, se dejó acariciar. Zefer tomó sus pequeñas manos y las sostuvo con delicadeza.

—Sé que no confías en mí, y está bien. Me tomará tiempo ganarme tu confianza, pero no haré nada que tú no aceptes. Eres una parte fundamental en la vida de Clematis, y jamás me interpondría entre ustedes.

—¿Lo prometes? —preguntó Cael, sorbiendo por la nariz.

Zefer sonrió con calidez, la primera sonrisa sincera que le había visto.

—Te lo prometo.

Aunque la reticencia de Cael no desapareció por completo, estiró su mano hacia Zefer, y ambos sellaron la promesa con un apretón. Argon sonrió, rodeando a ambos con sus brazos, y luego me incluyeron a mí en el abrazo.

Era un comienzo. Uno pequeño, pero lleno de esperanza.

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