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En el silencio de la noche, un coche blanco, con las luces apagadas, circulaba por la carretera comarcal. No era posible distinguirlo entre las sombras. En su interior viajábamos tres personas, cada uno de nosotros inmerso en sus propios pensamientos, tratando de asimilar la cruda realidad que acechaba a la vuelta de la esquina...

La pesadilla comenzó el día que nevó en verano. Los meteorólogos no pudieron prever tal suceso con suficiente antelación. El vórtice polar ártico se rompió inesperadamente, dejando escapar una masa de aire frío, que fue descendiendo por Europa hasta llegar a la península Ibérica. En cuestión de 48 horas se pasó de estar a 32 grados a la sombra, a soportar 25 grados bajo cero. El desconcierto y el miedo se extendió como la pólvora, muchas personas fallecieron congeladas en sus casas, mas al cabo de unos días se restableció la temperatura habitual y las aguas volvieron a su cauce... al menos para la población normal.

Los investigadores, meteorólogos, biólogos y un sinfín de especialistas en el área; se vieron inmersos en la ardua tarea de encontrar una explicación para aquél fenómeno. Entre ellos estábamos Alex y yo, dos jóvenes biólogos que, en aquella investigación, nos encargábamos de cuantificar y evaluar las terribles consecuencias para la fauna, que había ocasionado el incidente en cuestión, al cual se denominó como «Nieve de verano».

-Necesito que nos faciliten un transporte para trasladarnos a la población de Vielha, en el Pirineo catalán -solicité en la administración-.También requerimos de alojamiento, equipos y un guía de montaña que nos lleve hasta la zona a estudiar.

-Un momento, por favor, estoy esperando la autorización del equipo directivo para comenzar con los trámites -La secretaria tecleó apresurada en el ordenador y, dirigiéndose de nuevo a mí, comentó -. Tome asiento un momento mientras esperamos por la respuesta.

No podía estarme quieta, la incertidumbre y los nervios me impedían tomar asiento, las noticias que habíamos recibido desde los Pirineos, así como de otras partes de España, eran muy preocupantes. debíamos corroborar personalmente los datos antes de sacar conclusiones precipitadas, aunque en realidad, si se comprobaba que éstos eran ciertos, nos encontrábamos con un serio problema medioambiental de consecuencias desastrosas.

-¿Todavía no tenemos transporte? -preguntó Alex, entrando al despacho de administración sin pedir permiso.

-Estamos en ello, los jefes tienen que autorizar el gasto. Estamos esperando.

-¡Ya lo tenemos! -exclamó la mujer al otro lado del ordenador.

Nos extendió una hoja que debíamos firmar y, acto seguido, nos dio la llave de un todoterreno que utilizaríamos como transporte.

-Enseguida contrato al guía de montaña, vosotros os alojaréis en un pequeño hotel en el que ya estoy reservando habitación. Si queréis podéis poneros en marcha y, en cuanto me sea posible, os envío los datos al móvil.

Salimos de las instalaciones del ministerio del interior sin saber a ciencia cierta a lo que nos enfrentábamos. Desde Madrid, atravesaríamos media España hasta llegar a los Pirineos, donde íbamos a llevar a cabo una inspección del terreno y la evaluación de los daños.
Circulando en aquel coche blanco, cargados con el material necesario para una investigación de campo, comentábamos los informes recibidos sin poder creerlos aún.

-El índice de supervivencia de los insectos es bajísimo, han perecido la mayoría, los arácnidos tampoco han aguantado el descenso de la temperatura. No tenemos datos sobre los invertebrados pero según el informe localizaron un gran número de mamíferos muertos. Y esto aún no ha acabado...

-Alex, hasta que no comprobemos todos estos informes in situ no podremos sacar conclusiones. Mantengamos la calma hasta entonces -comenté intentando no entrar en pánico ante lo que estaba escuchando.

-Es una situación insostenible, al desaparecer los insectos, la reacción en cadena provocará la extinción masiva de especies, incluida la nuestra. Dispondremos de cinco o seis años como máximo, a partir de entonces ya no habrá vuelta atrás.

-Quizás aún podamos revertir el proceso natural con la tecnología de la que disponemos -Traté de tranquilizarle-. Por ahora tenemos que ser muy cautos con lo que se filtra a los medios, pues podría cundir el pánico entre la población si el problema sale a la luz. Por suerte toda la comunidad científica mundial está involucrada en esta investigación y los recursos de los que disponemos son ilimitados.

-Intentaremos no llamar demasiado la atención -expresó preocupado-. Espero que el guía que han contratado sea de confianza y nos ayude a mantener el secreto. De todas formas, hasta no tener las evidencias de lo que realmente ha ocurrido no sirve de nada preocuparse.

-Está bien -dije, mientras buscaba una emisora de radio con música para relajarnos.

El trayecto hasta Vielha lo hicimos por carreteras comarcales, bastante deterioradas por el paso del tiempo, y nos dejó ver los efectos que el incidente había dejado por todo el país. Los animales de granja que en verano vivían en las montañas habían perecido, los que estaban en instalaciones ganaderas habían sufrido muchas bajas, pero afortunadamente aún se conservaban algunos ejemplares sobrevivientes. El paisaje se veía desierto, sin rastro de vida...

-Hace mucho que no se ve ningún pájaro en el cielo -constaté, y señalando hacia delante expresé en voz baja-. Esto no me gusta, ¡mira los cristales!, ¡limpios!

-Hace rato que me di cuenta de que algo no iba bien, Angie, no hemos visto ningún animal desde que salimos de la ciudad.

Un cómodo silencio se instaló entre nosotros mientras circulábamos por carreteras desiertas. Nos detuvimos para comer en un restaurante de carretera que había dejado atrás sus mejores días. cuando nos sentamos en una de las mesas destartaladas que componían un comedor bastante vulgar, nos dimos cuenta de que en el menú no se incluía ningún plato de carne. No nos extrañó ya que ésta resultaba bastante difícil de encontrar en aquellos días.

Cuando por fin llegamos al hotel ya era pasada la medianoche pero por suerte nos habían guardado la reserva y nos permitieron instalarnos para pasar nuestra primera noche. La secretaria sólo había podido encontrar una habitación doble disponible. Tras horas de conducción estaba tan agotada que no me importó dormir junto a Alex, con tal de poder descansar por fin.

El día empezó temprano para nosotros, a las seis de la mañana ya nos esperaba en recepción el guía que habían contratado. Desayunamos rápido y nos dirigimos los tres hacia la zona en estudio. Con el todoterreno conseguimos llegar hasta un pequeño río, cuyas aguas provenían del deshielo y allí tomamos las primeras muestras.

-En el agua no creo que haya problemas. Se formaría una placa de hielo, pero el interior no creo que llegara a congelarse -afirmé, segura de mí misma.

-Siento tener que contradecirla -intervino Carlos, nuestro guía-. En esta ocasión la temperatura tan extrema y el caudal, que en esta época del año es tan bajo, provocaron que se congelase en su totalidad. Piense que aquí llegamos a bajar de los 30 grados negativos.

Tenía la pequeña esperanza de que la vida en los ríos se hubiese salvado, pero la afirmación de Carlos acabó con cualquier posibilidad. Conforme íbamos subiendo en altitud, encontrábamos vestigios perennes de la nevada que azotó aquel paraje, sobre todo en las zonas sombrías de la montaña.

-Carlos, ¿ha notado algún cambio en la fauna de la zona después del incidente? -preguntó Alex.

-Lo cierto es que han desaparecido muchas especies, no puedo decir si huyeron o murieron. Toda la vegetación está afectada, este año no habrán frutos, incluso los primeros días podías ver los pájaros congelados en sus nidos, los efectos han sido devastadores.

-Haremos un pequeño estudio de la fauna que todavía resiste -comenté mirando a Alex, que se alejaba para tomar más muestras en los alrededores.

La recopilación de datos y los estudios realizados a las muestras que íbamos recopilando en nuestras salidas de campo se alargaron dos meses en el tiempo. Durante ese periodo encontramos pequeños insectos congelados, algunos invertebrados y anfibios que habían sobrevivido y descubrimos a los osos, muy alterados por la falta de alimentos...

Nuestro primer encuentro con un oso fue impactante, el animal estaba nervioso y agresivo por la falta de alimentos, las bayas que solía comer estaban podridas en los arbustos debido a la intensa helada, los peces del río habían desaparecido y sólo comía hojas, insuficientes para satisfacer sus necesidades. Debido a ello nos consideró una fuente de alimento, nos atacó mientras estábamos tomando algunas muestras, Carlos se dio cuenta enseguida de su presencia y nos avisó, por un instante creímos que nuestra vida llegaba a su fin, pero por suerte estábamos cerca del coche y pudimos escapar.

Alex y yo seguíamos compartiendo la habitación, más por costumbre que por necesidad. Nuestra relación se iba estrechando debido al contacto íntimo por las noches y al compartir días enteros de trabajo agotador.

Antes de dormir intercambiábamos opiniones y realizábamos extensos informes para nuestros superiores. En esos momentos una tremenda responsabilidad pesaba sobre nuestros hombros, ya que se nos exigía que encontráramos una solución para evitar el desastre medioambiental.

-Quiero creer que todo esto es un sueño, Alex -comenté en una ocasión-. Me temo que esta pesadilla no va a terminar bien. Estoy tratando de ser optimista pero los resultados de la investigación son estremecedores.

-Encontraremos una solución, no te rindas ahora.

La certeza de que estábamos condenados a vivir una extinción masiva, similar a la que vivieron los dinosaurios, despertó en mi interior una necesidad imperiosa de sentir que estaba viva, Alex parecía sentir lo mismo que yo.

Nos miramos a los ojos con un anhelo diferente. Un instinto primario de supervivencia se abrió camino en nuestra mente y nos impulsó a lanzarnos el uno en brazos del otro. Nos besamos con desesperación, abrazados como si fuéramos náufragos de un barco que se hunde en el océano, y él era mi tabla de salvación. No fue romántico, ni dulce, ni sonaron campanitas cuando nos fundimos en un solo cuerpo. En cambio fue liberador, como un volcán que entra en erupción y expulsa toda la lava de su interior; ambos nos deshicimos de nuestros miedos más profundos, sintiendo cómo la calma invadía nuestra mente. Apenas hablamos de lo sucedido, los dos teníamos claro de que se trataba de un arrebato de locura, debido al estrés de nuestro trabajo.

Nos despedimos de los Pirineos con el corazón destrozado. Al terminar el trabajo de campo teníamos que volver a los laboratorios, habíamos recogido miles de muestras para estudiar. Nos embarcamos en un proyecto único que debía ser la salvación de la humanidad, aunque en realidad no teníamos claro si iba a funcionar o sería un rotundo fracaso. A nuestra llegada a Madrid, en los laboratorios no había cambiado nada, toda la comunidad científica estaba aún buscando una explicación a la «nieve de verano» sin conseguir hallarla. Se podía escuchar hablar un sinfín de idiomas en los pasillos pues científicos de todas las áreas y de todos los países se habían reunido para lograr hallar una solución al problema.

Nuestro reto ahora era encontrar la manera de revertir el proceso de extinción de especies.

-Alex, disponemos de varios ejemplares de insectos congelados. Podemos extraer material genético y realizar una clonación. Tardaremos un tiempo, pero podremos reintroducirlos en los espacios naturales, para evitar que se rompa la cadena alimentaria.

-Los insectos tienen una vida muy corta, cuando consigamos clonar a uno de ellos no tendremos tiempo de crear una pareja a tiempo, para que se reproduzcan. Necesitaremos varios millones de insectos para repoblar con ciertas garantías los espacios naturales.

-Hay que trabajar a contrarreloj, clonar varios al mismo tiempo y después dejar que la naturaleza siga su curso...

La idea era buena, lo complicado era llevarla a la práctica, la dirección puso a nuestra disposición todos los medios materiales y económicos que necesitábamos, mas los problemas se sucedían uno tras otro al tratar con animales tan pequeños y efímeros. De todas formas un magnífico grupo de genetistas y técnicos en reproducción animal trabajaron junto a nosotros para lograr al fin, tras 48 meses, una cantidad de insectos suficiente para que se repoblaran los parques naturales.

Partimos desde Madrid. Íbamos siguiendo a un camión, que contenía nuestra última esperanza, con el todoterreno blanco. De nuevo nos encaminábamos hacia los Pirineos. Transportábamos millones de minúsculos mosquitos para dejarlos en libertad. El mosquito era nuestro pequeño tesoro, creado en un laboratorio para salvarnos, pero debido a su corta vida no podíamos entretenernos.
Ni siquiera paramos en el hotel, recogimos a Carlos y seguimos directos hacia el lugar elegido para realizar la liberación. Al llegar, un escalofrío recorrió mi espalda: empezaba a refrescar aunque estábamos en verano. No hice caso de mi primera impresión y ordené liberar a aquel pequeño e insignificante animal, molesto muchas veces, que había sido concebido para salvar la vida del planeta. Durante un par de minutos la euforia se desató entre los que estábamos presentes.
Pero la felicidad duró poco pues de nuevo ocurrió lo impensable, ¡La temperatura descendía de nuevo! Nos refugiamos en el camión y observamos cómo aquella pequeña criatura caía fulminada por el frío. Y así, de igual manera cayeron nuestras esperanzas...

-¡No podemos rendirnos! -gritó Alex con desesperación- empezaremos el proyecto de nuevo y concebiremos una nueva criatura, más resistente...

Lo miré a los ojos y, con los míos inundados de lágrimas, le contesté:

-48 meses intentando concebir para que se nos muera en menos de dos minutos. ¡¿De qué serviría ir atrás y comenzar de nuevo?!. Ya todo está perdido.

-¡Tenemos que intentarlo! -dijo llorando.

-Hemos fracasado, esta era la última oportunidad de salvar a la humanidad, ahora la extinción es imparable...

Regresamos a la capital en el silencio de la noche, acompañados de Carlos, derrotados, en aquel coche blanco de la primera vez. Con la certeza de que todo nuestro esfuerzo durante aquellos años no había servido de nada.

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