Parte única

La primera vez es puro frenesí. Choque brusco de labios, diente contra diente, lengua contra lengua. No hay pasión, sólo adrenalina, necesidad pura que les eriza los poros de la piel y les hace gemir en la oscuridad de una habitación húmeda.

El resplandor nocturno de un cartel de neón les pinta la piel, la sangre en los labios, los dientes y las uñas que se clavan en cuerpos sudorosos que se mueven al unísono en una baile íntimo. De fondo, el sonido mecánico de un engranaje envuelve todo con un repetitivo clank, clank, como el mecanismo de un reloj que marca un ritmo macabro a juego con el mundo que les rodea.

Apenas hay espacio, un mero centímetro, para algo más que la cruda descarga, para el gemido ronco que se escapa entre labios enrojecidos y es ensordecido por otro clank, por el sonido de una sirena, por un beso que parece querer absorber el alma de su propietario.

-Fan... -murmuran los labios enrojecidos.

-Han -cantan los labios que los marcan una y otra vez.

La segunda vez, el caer de las gotas repiqueteando contra el metal de un techo, el olor a tabaco y el sabor de la nicotina les acompaña en un baile más lento. Las manos grandes de uno exploran, dedos largos y finos se cuelan por los rincones y ángulos de un cuerpo de piel dorada. Aceleran un corazón joven pero viejo, despiertan zonas muertas hace dos segundos, hacen olvidar, suspirar, ansiar más, que el espacio entre sus cuerpos sea nulo, que la temperatura entre ambos se asemeje a la de un infierno en el que ambos se queman voluntariamente.

-Luhan...

-Shhhh, Yifan -calla un dedo que delinea una mejilla y se desliza lentamente hacia abajo hasta el límite impuesto por un burdo trozo de tela marcado por una cremallera.

El dedo tantea la zona, el bulto bajo la tela, la extensión tensa que se esconde debajo de ella y que hace curvar los labios de Luhan en una media sonrisa. Un brillo se le instala en los ojos, el deseo de sentir esa extensión dentro de él, de que le llene por completo. Un deseo primario, básico, instintivo que hace que baje la cremallera y envuelva con la mano el miembro caliente que emerge con rapidez como un invitado sorpresa en una función.

Juega con la base, con la punta, con los testículos que todavía se medio esconden. Asciende y desciende, aprieta, suelta. Lento, rápido, lento, rápido. El cuerpo de Yifan reacciona por momentos. Se tensa, se relaja. Mueve las caderas pronunciando el movimiento, el roce que le hace morderse el labio inferior, que la sonrisa de Luhan se amplíe y su propio miembro pida atención de manera dolorosa.

El repiqueteo de la lluvia se acelera como un crescendo que acompaña el movimiento de la mano de Luhan, como el climax en una pieza de música clásica de un autor olvidado en la memoria colectiva. Como tal, su fin es brusco y de repente es la mano de Yifan la que busca entre los pantalones de Luhan. La que tantea, toca, desliza y envuelve mientras con los labios besa, lame y marca piel expuesta a la luz rojiza de un foco intermitente.

La ropa desaparece capa a capa dejando sólo piel, lunares, marcas de la vida. Sombras, ángulos, curvas, líneas imaginarias en los muslos de Luhan que Yifan traza y memoriza. Sólo quedan ellos dos al desnudo, como el primer día de sus vidas programadas, vulnerables y hambrientos por el ansia de devorar al otro, de sentir todo y nada, de dejarse llevar por la vorágine, el momento, el éxtasis y cierta desesperación traducida en dientes que se clavan en la piel y caderas que se encuentran.

Gemidos y respiraciones elaboradas se sincronizan. El repiqueteo de la lluvia cesa, vuelve, se intensifica mientras los dos cuerpos sudan, se mueven y el olor del sexo se deja oler en el aire.

El climax llega como una corriente eléctrica que envía impulsos avisando de su llegada. Se acumula, segundo a segundo, hasta que les recorre por completo como un reseteo placentero que les corta la respiración y les hace renacer. La mente se desconecta por completo y sólo queda la sensación, el éxtasis, el temblor en el cuerpo que se recupera poco a poco volviendo a la fría realidad de la habitación.

No hay palabras ni miradas. Sólo el repiqueteo de la lluvia, que sigue su música mientras el infierno placentero se extingue y desaparece por completo.

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