Capítulo 5. Resolver
La brisa daba contra las cortinas de seda, y las hojas de los árboles se movían cual baile de primavera, los pájaros cantaban alegres, y la luz del sol llegaba a mi cama, llenándome de su sabia energía, curando mi alma, tiñendo mi ser de esperanzas, esperanzas de encontrar a más como yo y poder escapar de mi meztino que no me ha dejado conjurar un mísero hechizo por días.
—Su excelencia —La voz de Raiquem suena avergonzada.
—¿Ya me vas a dejar libre? —Cuestioné sentándome en la cama, en lo que él pasa a la habitación con un vestido de lino en mano, bordado en hilos finos dorados, no hace falta que vea un segundo más, eran constelaciones —. ¿Y eso?
—Su Alteza, debe vestir prendas finas, debe ser tratada como lo que es, la reina de los bosques.
—Tonterías...
Me pongo de pié y las heridas me dan una punzada en el cuerpo, por lo que vuelvo a caer en la cama. Raiquem se acerca a mi y coloca el vestido a un costado de mi, para luego ponerse de rodillas y agachar la cabeza con un gesto de permiso.
—No vas a ver mis heridas, Meztino, ¿Dónde están mis hermanas? —inquiero con el tono de voz de comando, con la cabeza gacha, el meztino contesta.
—Recorriendo los bosques, buscando plantas medicinales —Miente, a mi nadie me puede mentir, huelo los hilos de temor, y escucho el corazón agitarse cuando ocultan la realidad.
—Mírame —Ordeno, el joven levanta la cabeza —. ¿Acaso no te enseñaron que mentir a tu reina es un delito?
—No puedo decirle la verdad, su alteza. Por que he leído sobre su temperamento, usted, la nacida bajo la regencia de la cruz del sur, es una tormenta incontrolable, y mi deber es que su majestad permanezca a salvo.
Intenta volver a agachar la cabeza, pero lo detengo con mi mano en su mentón, su rostro enrojece por el acto, mientras yo me aseguro de ofrecerle una mirada despectiva y poco amable.
—¿Cómo es que educan a los meztinos en los bosques de miel que no son capaces de demostrar fortaleza ante una bruja? —Cuestiono sin soltarle el mentón, el balbucea, pero no le permito hablar —. Hoy, daremos una vuelta al sol, muy por el contrario de lo que la gente allá afuera cree, que este gira alrededor nuestro, ¿y sabes lo que eso significa?
—Que usted será más poderosa al atardecer, su alteza.
—Vuestra información es correcta, noble caballero, pero sabes mejor que nadie que este no es mi tiempo, y que tus mentiras lo único que lograrán es que al momento de estar sana, te cobre con creces tu engaño.
Endureció la mandíbula, en lo que yo solté su rostro, tragó fuerte y con dificultad se puso de pie, la mirada de mi noble y amable meztino se volvió despectiva al igual que la mía, imagino, que debo haberlo ofendido a tal grado que el respeto que me tiene ahora es solo por mi título de reina.
Supongo que no es lo que esperaba encontrar, como todo hombre, estoy segura que creía que sería una terca niñita, tierna y caprichosa, de hecho, lo de caprichosa es verdad, pero soy más ponzoñosa que tierna y más autoritaria que terca.
—Sus cabellos de fuego debián darme la advertencia de que tan temperamental es usted —habla haciendo una mueca de disgusto —. Pero soy un simple siervo que cumple con su labor mi alteza, me expondré a su castigo si es necesario. Con su permiso.
Raquiem intenta salir de la habitación, pero yo cierro la puerta de un solo soplido, el joven queda quieto, firme, sus cabellos se movieron con la brisa de mi energía y sus mangas abullonadas bailaron igual.
Tomó la espada que portaba en la cintura con la mano derecha, y sin verlo de frente, se que lo sujeta con fuerza extrema.
—Majestad...
—Ahórrate las disculpas Raquiem, y más vale que hables de una vez. Por que de esta habitación no vas a salir sin que digas la verdad.
—¿Qué clase de cuidador me convertiría si fallo? ¿Qué clase de meztino sería si la expongo al peligro? prefiero pasar mil penurias encerrado junto a usted, quien al fin y al cabo no tiene tanta fuerza, esperaré lo necesario, lo prudente hasta que usted en tienda que no voy a hablar.
Acaricio mis cabellos mientras observo al hombre que sigue mirando la puerta, no se ha atrevido a girar para verme, porque algo le inquieta, quizás mis poderes a pesar de estar débil, o mi insistencia sobre la verdad.
—No podré ponerme el vestido sola —expreso al fin, rendida ante la negativa de Raquiem.
—Si quiere, envío a una de las doncellas a que la ayuden a vestirse, su majestad.
—¿Temes no ser tan firme como lo eres ante tu silencio Raquiem?
Él voltea algo extrañado, sus ojos se posan en mi y al fin comprende mis palabras. Así que niega enérgicamente mientras traga fuerte.
—Alteza, tengo prohibido ver...
—Reglas estúpidas... pero sabes, llama a una de las doncellas, no me sirves ni para informarme, ni para vestirme, ¿Para qué quiero un siervo tan inútil?
Raquiem respira profundo, se para firme, y no reacciona, <<Tonto, deberías explotar de ira>>
—Voy en busca de una doncella, alteza, con su permiso.
Niego, porque no puedo creer que no haya podido con él, mi don es sacar la verdad de quién sea, pero no le voy a dar crédito al moreno, definitivamente esto es causado por mi debilidad. Esas flechas dejaron consecuencias, los sagrariem y las brujas negras me debilitaron.
Vuelvo a mirar hacia la ventana, a las cortinas las veo bailar, y a los árboles admiro, mientras sus hojas se mueven en medio de una melodía que sólo está en mi mente.
Cierro mis ojos, y me borro la sensación de frustración que me genera no poder manipular al meztino a mi antojo. Concentro mis energías en tratar de encontrar a mis hermanas, pero estoy tan débil que apenas capto rastros de energía muy pequeñas en el aire.
Hasta las vibraciones del universo no me llegan, quizás y deba pedir que me traigan un poco de aceite de lavanda para armonizar mi mente y mi cuerpo, esta apatía con el ambiente me pone de peor humor.
—La reina de las brujas, débil y encerrada —Esa voz chillona e infantil, es sólo característica de un duende de tierra, volteo y busco al ladronzuelo, pero no logro verlo—. Reina de las brujas ¿Por qué le dieron el título a una niña cómo tú? Ni corona tienes.
—¿Venías a robarla a caso, pillo? —Pregunto levantándome con mucho cuidado para demostrar mi debilidad ante el el ser.
—A decir verdad, venía averiguar si es verdad que las 7 se reunirán...
<<¡Ah! tonto meztino, él tanto que cuidó su boca, un duendecillo lo viene a delatar en cinco segundos>>
—Hablas de una profecía demasiado ambigua, duende de tierra. Las 7 solo se reunirán cuando...
—Cuando sobre el mundo corra la sangre de las brujas, y su legado comience a desaparecer.
—He visto el futuro, duendecillo, brujas hay.
—Para ser la reina de las brujas eres tonta, Verena.
—Habla... —ordeno con la voz de comanda, el duende al fin aparece frente a mi.
Sus manos peludas, sus ojos saltones, el tabaco en su boca y el sombrero gigante se hacen ante mi, mientras en sostiene un gran bastón con el que se apoya. En los pies le crecen plantas, y donde pisa, rastros de arena van quedando.
—No tengo permitido hablar, reina, pero sí tengo un mensaje para usted de su madre.
Hace mucho no escuchaba de ella, y la verdad es que me estresa un poco hacerlo ahora, la verdad es que viaje tantos años atrás, para olvidar su muerte y no tener que pensar en ella, cómo era quemada en la hoguera.
—¿Cuál es el mensaje?
—Detén el fuego... sabes cómo hacerlo.
—No entiendo...
—No soy intérprete, majestad, solo soy un mensajero. Ahora, queda en sus manos, con su permiso, me voy que su meztino llega con la doncella que la vestirá.
—¡Espera! —exclamo al duende antes de que desaparezca, él me mira desconcertado, en lo que yo camino hasta él —. Cuando llegaste hiciste una pregunta...
—Solo me burlaba de ti...
—No, la verdad es que yo también quiero saber, ¿Por qué soy la reina, si ni corona tengo? Por qué no recuerdo el momento en que me dieron esto... por qué solo recuerdo a mi madre en la hoguera, y nada más.
—Esas son preguntas, que usted sola debe encontrar cómo responder, alteza.
La puerta se abrió, y el duende desapareció. Yo estaba en cuclillas, con el hueco en medio del pecho, mirando el suelo, con rabia, ira y ganas de llorar. ¿Qué mierda es lo que está pasando?
—Alteza ¿Está bien? —Raquiem pregunta y yo solo atino a mover la cabeza, mientras intento unir las piezas del rompecabezas que el duende acaba de arrojar ente mi existencia, piezas, que no tenía idea de que quería resolver.
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