Capitulo 9
Hubo un incómodo silencio en el interior de la habitación, el crepitar del fuego emitido por las antorchas logró regresar a Camus al presente y retirarlo de sus pensamientos, Degel por otra parte permaneció de pie por unos instantes, en el mismo lugar, como si pensara en algo, o quien sabía. Camus no tuvo la fortaleza de levantar la cabeza y mirarlo a los ojos, temía que con su acción no pudiera esconder la rabia que había en su expresión.
Pero entonces es así, ninguno atinó a ver la expresión del otro
Un movimiento alertó a Camus, era Degel quien había empezado a moverse en el interior de la alcoba, Camus escuchó golpes en la puerta y los pasos alejarse con lentitud. Poco después Degel apareció a un lado de su cama portando una palangana de cristal con un paño en el interior de éste, el vapor que lograba vislumbrarse en el aire hicieron que Camus supiera que no era otra cosa más que agua tibia.
Camus no pudo evitar dirigir su vista hacia una esquina de la habitación, donde una antorcha yacía imperturbable. El pensó :Quizás fuera su imaginación pero de repente había dejado de tener tanto frío
Camus se mostró indiferente, aún así Degel no lo cuestionó. Él simplemente atinó a incar una de su rodillas al suelo a su vez que sentaba el cuenco de cristal a su lado con suavidad. Sus movimientos fueron rápidos y concisos, siquiera emitió algún sonido. Camus, quien había girado a verlo quedó mudo al ver la frondosa cabellera verdosa justo debajo de sus narices. Más ningún sonido salió de sus labios
Simplemente quedó allí en silencio, viendo fríamente como las manos de Degel se estiraban para sostener sus pies que aún yacían colgando fuera de la cama, las manos de Degel sostuvieron suavemente y contrario a lo que uno lograse esperar de él, sus manos no se sentían frías, de echo eran bastantes calidas
Camus miró sus propios pies ser sumergidos en el interior del cuenco cristalino, desde su posición era imposible ver qué tipo de expresión debería estar imprenta en el frío rostro del principe heredero.
Los largos dedos blancos frotaron las plantas de los pies, mientras que los ojos violáceos veían fijamente cada porción de ésta, sumergido en sus propios pensamientos, Degel culminó con su acción y con cuidado secó los pies. Poco después en una fracción de segundo depositó un beso en cada uno de ellos para después tocar su frente con ambos pies mientras procedía a cerrar los ojos con fuerza. Camus lo vió con los ojos abiertos de par en par
Él...
¿ Qué demonios estaba haciendo?
Después de unos minutos que parecieron ser una eternidad, Degel finalmente dejó en libertad sus pies. Recogió el cuenco a un lado y enderezó su cuerpo, consecuentemente llamó a un par de sirvientes quienes se encargaron de acomodar todo. Camus no supo que pensar al respecto, se mantuvo en silencio vigilando cuidadosamente cada acción realizada por él principe de cabellos verdes. Como de costumbre Degel parecía ignorar su existencia, despidió a los sirvientes y una vez solos en la habitación comenzó a desvestirse
Camus se estremeció ante la súbita idea que se instaló en su mente, retrocedió en el interior de la cama con violencia y recogió sus piernas con rapidez. Degel detuvo lo que hacía mientras lo veía fijamente, Camus pensó viendo temeroso a la persona frente a sus ojos " Ésta persona se vé tan tranquila y serena. Nadie podría imaginar lo monstruoso que podría llegar a ser"
Degel dejó caer ambas manos a un lado de su cuerpo, afuera aún caía nieve y en el interior de la alcoba las luces todavía crepitaban con suavidad. Degel miró a su pequeño consorte, él preguntó:
- ¿ Me temes?
No hubo respuesta, Camus no respondió. Una sonrisa fría se instaló en las gélidas facciones de Degel, quien de inmediato reanudó su labor de desvestirse. Una vez listo no tardo en avanzar hacia la cama en dónde tomó asiento y poco después se dejó caer a un lado de Camus, todo el tiempo cediendole la espalda y nunca mirándolo
A un lado y en completo silencio Camus temblaba de miedo. Degel, quien había cerrado los ojos ,los abrió con lentitud, él susurró:
- Duerme ya...
Poco después volvió a cerrar los ojos, Camus lo miró temeroso, pero al ver la actitud de Degel empezó a tranquilizarse con lentitud, sin embargo, no importa cuan amable Degel se mostrara, la noche anterior con señas y marcas le enseñó el tipo de persona que podría llegar a ser. El cuarto príncipe precavido, se rehusó a bajar la guardia. Mantuvo su posición semisentada y en ningún momento dejó de mirar la espalda durmiente de su actual esposo.
Como era de esperar, Camus no pudo pegar el ojo en toda la noche, pero aún así, en algún momento de la madrugada al caer la mañana no pudo seguir resistiendo, cerró los ojos y cayó rendido en los brazos del dios de los sueños.
La oscuridad de la noche fue reemplazada por el resplandor del día, Degel abrió los ojos ante los primeros rayos de sol, abandonó la habitación siendo cuidadoso en todo momento, poco después apareció completamente vestido y peinado, miró a través de la ventana a lo lejos, la nieve aún cubría toda Mahelia. El viento frío acarició sus mejillas y sus cabellos, en la cama Camus dormía pacíficamente abrazado a sus rodillas, desde su posición parecía verse incómodo pero para Degel parecía una escena agradable de ver. Las sábanas eran blancas al igual que las cortinas, también el pijama que portaba su consorte eran claras. Entre Tanto blanco el rojo carmesí de los cabellos de Camus resplandecía
La fría mirada de Degel se posó en las suaves expresiones durmientes de la gran princesa Rubí y mientras lo veía la imagen de un bebé con cabellos rojizos fue superpuesta sobre el rostro durmiente, el bebé había abierto los ojos mostrando los preciosos rubíes que poseía para después cerrarlos y convertirse nuevamente en las pacificas facciones del cuarto principe
Una última mirada fue dirigida a Camus, su expresión un poco menos severa de lo habitual. Abandonó los aposentos con pasos firmes y resonantes.
En las fronteras de Mahelia, había una guerra esperando por él.
•
•
Continúa parte 10...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top