O n c e
Se había vuelto agradable.
Él ahora pasaba frente a la pequeña casa para pasar por Youta todas las mañanas y llegar juntos a la escuela. Saliendo iba a casa de éste, comía y pasaba el rato, a poco del anochecer volvía a su mansión y como si no le fuera suficiente, se lanzaban mensajes por WhatsApp.
Hasta se volvió una rutina.
Una agradable y emocionante rutina.
Era parte de la familia, eso siempre le decía Ochako Uraraka, con una sonrisa y voz amigable.
Bakugou sólo se dejaba llevar por el barco y a la larga comenzaron a platicar de vez en cuando.
Todo era perfecto. Al fin había conseguido un amigo, al fin uno verdadero. Al fin se había olvidado de la abrumadora soledad, al fin había dejado de llorar todas las noches.
Se puso su chamarra y cuando abrió la puerta, se sintió preocupado.
—¿Crees qué ésto es correcto?
Hizo una leve mueca.
—¿Crees qué lo que haces está bien? —aclaró su voz. —Te la pasas metido ahí todo el tiempo, comes ahí, estás ahí como si vivieras con ellos.
Miró al suelo.
—¿Qué es lo que quieres?
Momo estaba conteniendo el llanto, eso daba a entender. Él sólo guardó silencio, no tenía nada que decir.
—¿Crees qué ellos están felices con eso? El que te la pases metido ahí.
—No hay ningún problema, de vez en cuando llevo cosas, comida china, comida tailandesa, no es como si sólo consumiera sin aportar nada a su solvencia económica.
—Está mal —sentenció. —Tienes un hogar, tienes cosas que ningún chico normal se imaginaría. No te hace falta nada, lo tienes todo.
Sintió una puñalada en el pecho, pero guardó sus emociones mientras miraba neutro el suelo.
—Hoy no irás a ningún lado —dijo para darse la vuelta y salir de ahí.
Sus ojos se llenaron de tristeza, se quitó la chamarra y miró su teléfono.
You-chan:
Estoy a punto de salir de casa,
te apuras, no llames mucho la atención.
Miró triste la puerta cerrada.
En verdad deseaba ir con todas sus fuerzas, quería ir al cine al estreno de una película, salir, cenar y dormir en casa de Youta. Lo habían planeado.
You-chan:
Oye, crees que llueva?
Llevaré una sombrilla, la grande para que los dos vayamos bien.
Quería ¿Llorar de frustración?
Miró el enorme ventanal.
Nunca desobedeció a su madre, cumplió cada expectativa, buenas notas, reconocimientos. Todo.
Era hora de cobrar un poco.
Se colocó la chamarra, se miró al espejo ¿Estaba seguro de lo que iba a hacer?
Abrió la ventana y saltó ágilmente, cruzó el enorme patio. Sólo podía imaginarse jugando solo con las mariposas y de vez en cuando con el jardinero.
Llegó a la enorme reja, con las iniciales de los apellidos de su madre y padre. Trepó con algo de angustia.
Corrió lejos, rápido antes de que los guaruras lo vieran.
Ansioso llegó fuera de su enorme recidencia miró como la gente normal tomaba un autobús en la parada, subió y pagó con un billete demasiado grande, el chófer le regaló una mirada de desprecio y le dió su cambio.
Se sentó donde pudo y temblando miró su teléfono.
You-chan:
Ya estoy aquí.
Sonrió levemente.
Tú:
Estoy en camino.
Te veo ahí.
Youta miró como su amigo se acercaba, evidentemente se veía nervioso, preocupado y ansioso. Seguro que por haber hecho las cosas sin lujos de rico.
Sonrió enérgico y movió su mano de un lado a otro para que lo mirara.
—¡Ojos raros! —chilló feliz.
Llegó hasta él y no dudaron en ir a comprar palomitas y refrescos.
Lo miraba por cortos momentos, le emocionaba verlo mirar todo y asombrarse por todo.
Entraron a la sala y notó como el celular del pelinegro vibraba.
—¿Quién es? —preguntó bebiendo de su refresco.
—No fui a mi curso de Francés, la maestra dijo que me marcaría para ver si estaba estudiando.
El tono fue neutro y apresurado, como si no quisiera hablar de eso. Las luces se apagaron y sonrió al ojos bicolor.
Disfrutó la película, claro que sí, Youta le explicaba algunas cosas y se reía al compás de la gente que compartía su humor dentro de la sala.
Salieron y miró algo asustado a Youta cuando éste montó una motocicleta blanca y le dijo que se subiera.
—No estoy seguro, You-chan.
—Vamos, sube, no pasa nada.
Estaba ansioso, nunca había subido a una motocicleta y se sentía aturdido por las constantes llamadas de su madre.
—¿No confías en mí? —preguntó el castaño mientras encendía el motor.
Fue un impulso, se apoyó en los hombros de Youta y lo abrazó fuertemente al montarse. Respiró aliviado, se sentía...
—Iremos a cenar al restaurante favorito de mi padre y mío —anunció animado poniendo en marcha el vehículo de dos ruedas.
El frío lo hizo esconder su rostro en la espalda del castaño. Al poco momento la lluvia comenzaba a hacerse presente y cortaba como navajas a la velocidad que iban.
Aunque sabía que su madre se enojaría y seguro haría un horrible drama, quería difrutar quizá la última vez que vería a Youta, respiró profundamente y por primera vez, decidió dejar de darle importancia a las cosas.
Bajó con cuidado, Youta hablaba y hablaba mientras entraban al restaurante y él solamente se dedicaba a mirarlo, hacerlo lo calmaba.
Comieron mucho y reían por payasadas que hacía Youta.
Se sentía vivo y eufórico.
Eran las dos de la madrugada.
Subió de nuevo a la motocicleta con más confianza y ahora iba platicando con Youta sobre la película y lo mucho que le gustaría repetir eso.
Ochako estaba en la entrada esperándolos.
—La lluvia está empeorando, que bueno que llegaron —dijo amable. Pero miró seriamente al pelinegro.
Ingresaron al hogar.
—Me marcó tu mamá —soltó Uraraka secamente.
Se sintió morir y toda la ansiedad volvió a él. Youta lo miró serio.
—Tranquilo, aquí estarás bien —dijo Ochako dulcemente.
Bakugou bajó por las escaleras.
—Youta, hice avena, tomen un poco para entrar en calor antes de dormir.
Youta asintió y entró a la cocina.
Ochako miró curiosa al pelinegro pasmado en la entrada, con el cabello mojado y los labios entreabiertos.
—Quitaté esa chamarra, seguro está muy mojada. Ponte un suéter de Youta, están en la segunda puerta de su armario.
Bebieron avena. Subieron a su cuarto se metieron en las cobijas.
Sus padres entraron a darles las buenas noches, apagaron las luces, su cuarto estaba al lado del de ellos, la lluvia sonaba afuera y el viento cantaba heladamente. Youta colocó otra cobija sobre ellos. Se sentía tan cálido.
Tan cálido.
No lo entendía.
Sus ojos se sintieron calientes y su pecho se comprimió.
—¿Pasa algo, ojos raros?
No lo sabía.
—¿Por qué... lloras?
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