D i e z
Todos miraban curiosos como Youta miraba su examen con un aplastante orgullo, una sonrisa sanguinaria y un fuego poderoso en la mirada.
—¡Soy la puta madre! —gruñó con gran confianza.
Enérgico caminó hacia su lugar y se sentó arrogante, colocó sus pies cómodamente sobre el lugar del frente.
Con una mirada pálida y una voz neutra, el usuario de aquél lugar habló:
—You-chan, por favor ¿podrías quitar tus pies de aquí?
Todos abrieron la boca ante la muestra de confianza.
—¿¡Ah!? —Youta se levantó de golpe y levantó por lo aires al joven delgado. —¿Qué te crees jodido emo? ¡Tanta agua de estanque en tus oídos ya te está haciendo volverte pendejo!
Entre gritos preocupados y féminas fanáticas lograron que Youta bajara a su compañero.
—Esfumate renacuajo —dijo desinteresado.
Todo el salón estaba sorprendido, se veía que el terror de ahí estaba de buenas.
¿Era tierno o aterrador?
No lo sabían, así que guardaban distancia.
La puerta se abrió y Ochako observó la brillante sonrisa de gatito de su adorado hijo.
—¡Ma, mira, mira, mira! —chilló corriendo a enseñarle el examen con una nota perfecta. —¡¿Es genial, no!? ¡Felicitame!
Ochako se derritió en un segundo y abrazó a su hijo con emoción mientras le hacía piojito en su cabello. —¡Eres tan listo mi cielo, sabía que podrías! —sin darse cuenta, ambos Mochis comenzaron a levitar por el aire entre risas y corazones.
—Felicidades.
Youta abrió los ojos reventando su burbuja rosada de felicidad y miró al suelo, por la barra del desayunador pudo ver a ese bastardo ojos raros con su mirada neutra pero un notorio rojo en las mejillas.
Cayó al suelo en un segundo y con la cara roja como tómate y un evidente enojo acompañado de una vena colérica en la frente;
—¡Baaastaaaardoooo! —chilló lanzándose sobre la barra y alcanzando el cuello del extra.
Ochako se quedó congelada, no sabía si hacer algo o reír.
—¡Te mataré si le dices a alguien lo que viste! —decía casi llorando de vergüenza. —¡¿Qué haces aquí, puto acosador!?
Los ojos bicolor sólo daban vueltas mientras intentaba calmarlo con una seña de manos, esas de "tranquilo"
—¡Muere, muere, muere! —chillaba ya muerto de vergüenza, hasta que miró que el ojos raros tenía frente a él un vasito con helado Napolitano. —¡¡Mamá!! ¿¡Por qué le diste de mi helado!?
De un segundo al otro, Youta estaba parado frente a su mamá con sus cejas de husky bien arqueadas exigiendo una respuesta. El extra sólo miraba con brillitos en los ojos y a su al rededor, si, definitivamente tenía razón ¡Youta Bakugou era un encanto!
Entre chillidos y risas de Ochako, Youta y el extra estaban fuera de una pequeña tiendita de la cuadra.
—Nunca pensé venir a uno de estos pequeños establecimientos, la servidumbre es quien siempre se encarga de comprar todo lo que deseamos —dijo tranquilo tocando las gomitas del estante, y mirando detenidamente las Sabritas.
Youta rodó los ojos y pagó las paletas heladas al agradable señor de la tienda.
—Tres y dos son cinco, y diez son quince, con cinco son veinte y con treinta, cincuenta. Ten un buen día Bakugou-chan —despidió el señor.
—Gracias —sonrió el castaño, con el bicolor confundido por la forma peculiar de dar cambio de esa manera ¿Se lo habrá dado bien? Se preguntó.
Miraba agradecido como Youta rompía a la mitad la paleta y le daba una.
Estaban sentados en la acera, frente a una calle donde varios niños jugaban. Era muy antihigienico, estaba ensuciando su pantalón de casi cincuenta dólares. No era un comportamiento de etiqueta, pero enserio quería hacerlo, aunque su madre se molestara y lo castigara sin derecho a sus tratamientos de belleza en Inglaterra cada vacaciones.
—Es mejor esto que ha darte de mi helado Napolitano —dijo normal llevándose la paleta en forma de tubito a la boca.
El extra no pudo evitar ponerse todo rojo al mirar cómo Youta degustaba la paleta de forma algo... Atrayente. Miró a otro lado para contener un chillido de emoción ¡Parecía un gato!
Toció elegante para calmar su emoción y probó la paleta.
Su mirada de llenó de brillo.
—¿Rico, no? Niño bonito —dijo orgulloso el castaño.
—S-si —sonrió.
Sentía como si tuviera un amigo. Un amigo que odia su riqueza y etiqueta, no como los demás, que sólo miraban su limusina y sus trajes.
—Ojos raros, iré a comprar Sabritas. Espera aquí.
Observó cómo Youta se levantaba y sacudía sus pantalones para ingresar a la tienda. Mientras esperaba a que él saliera una pelota azul chocó con su pierna, miró hacia delante y unos pequeños se acercaba lentamente.
—¡Bolita, por favor!
Ladeó la cabeza, a qué se referían esos niños. Miró a todos lados y sólo miraba la pelota.
—Significa pasar la pelota, genio —masculló un pequeño molesto mientras tomaba el balón.
—No seas grosero —llegó un pequeña con coletas detrás. —Disculpe, señor.
Una flecha atravesó al elegante jovensuelo. Le habían acabado de decir señor.
Youta llegó y se sentó a su lado, —ten, traje un jugo por si te pica. —Sonrió enérgico.
Tomó el empaque y lo abrió, eran color rojo, miró la envoltura.
—¿Flaming hot?
—¡Cometelas, para los que no saben inglés! —dijo burlón.
—Estás esquivado, la traducción correcta es,—Youta le rodó los ojos.
—Relajate —mormuró. —Esto es un gracias.
Curioso miró los ojos cafeína del castaño.
—Gracias ojos raros, mi examen fue perfecto.
Su corazón dió un salto y el rojo inundó sus mejillas. Era demasiada emoción.
—¡E-estudiemos más seguido! —sonrió de oreja a oreja. Youta se quedó hipnotizado ¡Nunca había visto sonreír al maniquí!
—¡Señor, cuidado!
El balón dió con fuerza en todo el rostro de ojos raros.
No aguantó mucho y empezó a reír a carcajadas.
—Hubieras visto tu cara —chilló burlón el castaño.
Acomodó su cabello negro muerto de vergüenza, que oso.
Las Sabritas se habían regado.
—Youta, no te burles —dijo ansioso.
Los niños se disculparon y Youta intentaba no burlarse a cada rato, pero era imposible, más viendo como se avergonzaba ojos raros.
La tarde se les fue hablando de lo mucho que admiraban las particularidades de sus padres.
—Vamos —se levantó y ofreció su mano al pelinegro. —Es tarde, pero tienes una limusina y chóferes, así que, te invito a cenar.
Miró curioso la mano del Bakugou, feliz tomó su mano y se levantó.
Youta apretó fuerte y lo jaló con fuerza entre risas.
—¡Él último en llegar compra las Sabritas la próxima vez! —comenzó a correr.
Él se quedó parado. Youta se detuvo más adelante algo confundido.
—Bueno, el último es un —pensó un momento.— ¡Un huevo podrido!
Corrió más rápido y al fin ojos raros lo seguía.
¿Por qué se sentía tan feliz? Se preguntó corriendo detrás de la figura que siempre creyó inalcanzable.
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