25 - Los infames asesinos de Hydra
Un suave cosquilleo en la mejilla me erizó los vellos, provocando que poco a poco fuera despertando. Abrí los ojos, pero tan pronto lo hice, me vi obligada a cerrarlos. Presioné los párpados con fuerza. Había mucha luz. Demasiada.
¿O solo era mi impresión?
Todo mi cuerpo pesaba más de lo habitual. No podía moverlo como me hubiera gustado hacerlo y sentía como si mi mente estuviera desconectada. No alcanzaba a procesar lo que estaba sucediendo.
Era una mierda, la verdad.
Otro cosquilleo en la mejilla volvió a molestarme. Protesté por lo bajo.
—No hagas eso —dijo una voz masculina.
Mis alarmas se encendieron por varios motivos:
Primero, esa persona desconocida habló muy cerca de mí y en un idioma diferente al mío.
Segundo, alguien estaba tocándome la mejilla.
Tercero, me dolía el trasero.
Me enderecé con rapidez, incluso antes de siquiera abrir los ojos, sabiendo que algo andaba mal. Nada a mi alrededor se sentía familiar.
Y, de hecho, esa sensación tenía sentido.
Porque me encontraba en un lugar que no conocía de nada.
Me pregunté si algún día podría despertarme en un lugar conocido. O, si quiera, despertarme sin el presentimiento de que todo estaba por irse al carajo. Supe de inmediato que la respuesta era no, claro.
Un chillido a mi lado me aturdió y provocó que mis oídos dolieran. Solté una maldición mientras sobaba mis orejas.
—Te dije que no lo hicieras —volví a oír esa voz, esta vez en un tono de regaño.
Ahora, más consciente, reconocí el idioma. Era árabe, lo que significaba que me encontraba en algún país del norte de África.
Es decir, en el otro maldito extremo del mundo.
—No, no, no.
Me puse de pie. Un logro a medias, debo añadir, porque mantener el equilibrio era complicado, por no decir imposible. Me sentía mareada y mi cuerpo estaba demasiado débil como para mantenerse erguido por sí solo.
Maldición, ni siquiera podía ver bien.
Choqué contra una mesa ratonera y volteé algunas cosas. No me detuve a contemplar el caos que estaba provocando. No tenía cabeza para eso.
—¡Ben! —llamé, sintiendo que mi desesperación aumentaba.
Intenté moverme por la sala, pero me desplomé en cuanto di un paso. Choqué contra algún mueble en un intento patético por mantenerme de pie. Al final, caí al suelo. Algunos objetos impactaron a mi alrededor y las piezas rotas se clavaron en mis manos y piernas desnudas.
¿Qué...?
Un nuevo chillido me aturdió. Hice una mueca dolorida. Los oídos me dolían y estaban muy sensibles a los sonidos. Tampoco podía acostumbrarme a la luz de la sala. Los ojos me ardían.
Oí unos murmullos lejanos. Era la voz del hombre. Podía escucharlo, pero no entendía lo que decía. Ni siquiera sabía si estaba hablándome a mí o a otra persona.
—Ben —insistí, apoyándome en mis manos para levantarme.
Fruncí el entrecejo al oír de nuevo ese sollozo agudo.
¿Era una niña?
Apoyándome en la pared, logré ponerme de pie. En cuanto lo hice, observé al hombre parado a unos metros de distancia. Tenía la piel del rostro oscura, la barba negra con algunos reflejos blancos debido a las canas y llevaba un pañuelo beige alrededor de su cabeza.
Y efectivamente había una niña. Era muy parecida al hombre, llevaba un vestido gris, iba descalza y su cabello largo caía libremente sobre sus hombros.
No los conocía.
Nunca en mi vida los había visto.
El hombre intentó acercarse, pero retrocedí con rapidez hasta chocar contra la pared.
—No —estiré un brazo, indicando que se quedara en su lugar.
—No voy a hacerte daño —levantó ambas manos para tranquilizarme. —Solo quiero ayudarte...
—¿Dónde está Ben? —pregunté en árabe.
Con lentitud, bajó las manos al mismo tiempo que fruncía el entrecejo. Por su expresión, supe que no tenía idea de lo que hablaba.
—¿Quién es Ben?
Cerré los ojos con frustración y me restregué la cara con ambas manos. Todo mi cuerpo temblaba. Estaba a punto de perder el control.
Mis engranajes no llegaban a procesar todo lo que estaba sucediendo.
—Está bien, nadie va a lastimarte aquí —volvió a hablar, entonces lo miré.
—¿Dónde estoy?
—Caminábamos por...
Presioné mis puños. Esa no es la respuesta que quería.
—¡Dime dónde estoy! —exigí, perdiendo la calma.
Él retrocedió y escondió a su hija detrás de sí, como si quisiera protegerla de un posible ataque por mi parte.
—En Marruecos. —Su voz era apenas un susurro audible.
Estaba asustado y preocupado.
Miré a la niña que se escondía detrás de él, aferrándose con fuerza a sus ropas. Me observaba con fijeza mientras las lágrimas corrían como ríos por sus mejillas.
Eran lágrimas que yo había provocado.
Giré la cabeza para observar la pequeña casita. Algunos muebles se habían movido cuando choqué con ellos y las piezas rotas de los objetos estaban esparcidos por todo el suelo. El sofá era un desastre e imaginé que me habían dejado descansar allí.
Solo intentaban ayudarme.
Presioné mis labios, arrepentida por mi comportamiento hostil.
Mi cabeza era un maldito caos. Y si seguía perdiendo el control de esta forma, no llegaría muy lejos. Necesitaba mantener la cabeza fría y dejar de guiarme por mis emociones.
Sabía cómo hacerlo. Hydra me había preparado para situaciones como estas.
—Lo siento —susurré, mirando a la niña. —No quería asustarte, perdón.
El hombre suspiró notablemente más tranquilo, pero la niña seguía ocultándose y llorando en silencio.
—Mi nombre es Andrei y ella es mi hija, Lilian —acarició la cabellera castaña de la niña. —¿Tú cómo te llamas?
—Valerie. Valerie Adams —pasé saliva, no muy segura de si debí darle esa información. —¿Tú poder... eh... podrías decirme cómo llegué aquí?
Bueno, mi árabe estaba un poco oxidado. Desde que Hydra me durmió en 1991 y dejó de asignarme misiones, no volví a usar los idiomas que me enseñaron.
—Caminábamos de regreso a casa cuando te encontramos. Estabas inconsciente.
Fruncí el entrecejo.
¿Y cómo demonios llegué a Marruecos? Se suponía que tenía...
Maldición.
El brazalete.
De golpe levanté la muñeca hasta la altura de mis ojos y examiné el brazalete con atención. No era más extraño que antes. Todo seguía igual, como si nada hubiera sucedido.
No lo entendía. El brazalete reprimía mis poderes, no había manera de poder teletransportarme si lo tenía puesto... sin embargo eso era exactamente lo que había sucedido. Me había teletransportado. Y obviamente mis poderes tuvieron algo que ver.
¿Cómo? ¿Cómo pude usarlos incluso con el brazalete puesto?
Recordé la forma en la que brilló antes de caer inconsciente y sospeché que algo tuvo que ver con mi aparición en Marruecos. El problema era que nada de lo que había sucedido tenía sentido para mí. Algo se me estaba escapando o simplemente algo no estaba bien... aunque nada en mi vida estaba bien, no iba a mentir.
Cerré los ojos con fuerza otra vez, como si eso fuera a solucionar todos mis problemas.
—¿Estás bien?
Volví a abrirlos y miré al hombre.
—No, no estoy bien. Tengo que salir de aquí.
Giré hacia la única puerta de la casa y, con pasos torpes, abandoné aquel lugar. Andrei y Lilian no pronunciaron palabra alguna. Tampoco hicieron nada para evitar que me marchara.
Una parte de mí lo agradeció, porque lo último que necesitaba era que me pidieran explicaciones sobre la bata ensangrentada que llevaba encima o el extraño brazalete que aprisionaba mi muñeca.
La otra parte, esa a la que se aferraba la Valerie del pasado, lo lamentó. Quería que me pidieran explicaciones. Quería contarles todo. Y, sobre todo, quería que me dijeran que no era el monstruo que todos creían que era.
Esa pequeña parte de mí quería misericordia... como si no hubiera matado a veinte tipos antes de huir y aparecer en Marruecos.
Después de todo, tal vez no merecía esa misericordia que buscaba. Porque al final del día seguía siendo una asesina, mis manos estaban manchadas con sangre.
Y seguirán manchándose con la sangre de mis enemigos.
Al salir de la casa, la luz del sol hizo que mis ojos se cerraran de golpe. Me paré en seco mientras pestañeaba con rapidez, intentando acostumbrarme a la claridad.
Cuando volví a abrir los ojos y enfoqué la visión, sentí que iba a desmayarme. Estaba en el maldito Sahara. La casa de Andrei y Lilian era una de las pocas que se encontraban en el límite del desierto. Fuera de eso, no había nada más que arena.
Ahora entendía por qué me llevaron a su casa y no a un hospital o con algún doctor. No tenían opción. Era eso o dejarme tirada en medio de la nada.
Vaya vida tengo.
Comencé a caminar, sin saber muy bien hacia dónde dirigirme, pero me negaba a quedarme de brazos cruzados. Necesitaba hallar la forma de llegar a un pueblo. Seguramente había uno muy cerca de donde me encontraba, de no ser así, Andrei y Lilian no tendrían recursos para sobrevivir.
Tenía muchas cosas que hacer y, aunque me sintiera como la mierda, no podía hacer como si nada hubiera ocurrido.
Debía sacar a Ben de ese lugar, costara lo que costara. No podía dejarlo allí. Quién sabe qué le harían. También necesitaba averiguar lo que Viktor me había hecho. Saber si era algo bueno o malo. Y más que nada debía hallar una forma de deshacerme del brazalete para poder usar mis poderes. Con ellos, podría derrotar fácilmente a Viktor.
Me detuve de golpe al sentir un suave cosquilleo en la parte superior de mis labios. Fruncí el entrecejo y llevé una mano hacia mi rostro. Al instante comprobé que se trataba de sangre. Salía por uno de los orificios de mi nariz.
—Mierda.
Me limpié con el dorso de la mano y pude ver que era demasiada sangre. Se me revolvió el estómago con solo verla y sentí que algo asqueroso subió por mi garganta.
Me enderecé hacia adelante y lo expulsé.
Cuando miré lo que acababa de vomitar, sentí que mi cuerpo entero se convertía en piedra. Era sangre.
Había vomitado sangre.
Cerré los ojos y deseé que no fuera cierto. Deseé que lo que Viktor me hizo no fuera tan grave como para...
No.
Yo no podía morir.
Y aunque me aferraba a la idea de que eso no pasaría, algo en mi interior me decía que Viktor me hizo algo tan terrible que no tendría solución.
Acomodé el velo que cubría mi cabello y agaché la cabeza antes de salir del callejón.
Había robado ropa del tendedero de una casa, así que mi vestimenta consistía en una túnica que me llegaba hasta los tobillos, sandalias y el velo. Era muy tradicional, lo que ayudaba a mezclarme y no llamar la atención.
Después de unos minutos caminando por las ajetreadas calles de Marrakech, mis ojos se toparon con una figura familiar: Wells, el único que podía sacarme de todo este alboroto.
Lo observé desde la distancia. Caminaba entre los puestos de comida muy tranquilamente, pero no podía saber si se encontraba en medio de un trabajo o solo hacía las compras. Con Wells nada era seguro.
Así que decidí seguirlo.
¿Por qué no?
Después de mirar la comida como si la vida se le fuera en ello y comprar unas que otras cosas, Wells salió de la zona comercial y se dirigió hacia un edificio cercano. Se adentró a este con una rapidez que me pareció bastante sospechosa.
Obviamente lo seguí.
Desde el otro lado de la calle miré con detenimiento el lugar. No era más que un edificio común y corriente pero, de nuevo, con Wells nada era seguro. Era muy impredecible para mi gusto y necesidades.
Crucé la calle y me metí en el edificio.
El vestíbulo era sumamente pequeño y mugroso, sin mencionar que se caía a pedazos. Detrás del destartalado mostrador había un señor robusto y calvo. Sostenía un diario con ambas manos y lo leía con aburrimiento mientras le daba una calada al puro que sostenía entre los labios.
No estaba segura de si había notado mi presencia, pero tampoco pareció importarle.
Le eché una última mirada y me dirigí hacia las escaleras. No le importó. Ni siquiera dijo una palabra.
El edificio era pequeño, de tan solo cuatro pisos, pero igual tardé demasiado en subir las escaleras. Mi estado físico era un asco y para cuando llegué al tercer piso mi respiración era un desastre, sentía el rostro caliente y las piernas me temblaban.
Ya ni siquiera podía subir las escaleras sin arriesgarme a sufrir un paro cardiorrespiratorio.
—Voy a matar a Viktor —susurré de forma entrecortada.
Porque claramente esto era gracias a lo que me había hecho.
Al subir el último peldaño, observé que Wells se adentraba a uno de los tantos departamentos.
Revisé el pasillo con la mirada y, cuando me aseguré de que nadie estaba cerca, avancé hacia el departamento de Wells. Me detuve frente a la puerta y no tuve mejor idea que entrar sin golpear.
Error.
En cuanto puse un pie dentro del departamento, fui recibida por el cañón de una pistola apuntando directamente a mi cabeza.
—Primero que nada, buenos días —fruncí el ceño mientras me quitaba el velo. —Y segundo, ¡¿qué demonios?!
Wells me reconoció de inmediato, sé que lo hizo, pero de todas formas no bajó el arma. Su expresión se endureció y un mal presentimiento se me asentó en el pecho.
—Soy yo, Wells.
—Eso es lo que me preocupa.
La dureza con la que había pronunciado esas palabras hizo que la sangre se me congelara. No sonaba para nada como Wells, pero... era él.
—¿De qué hablas? —traté de acercarme, pero se alejó en cuanto di un paso. El pánico comenzó a invadirme. —¿Qué está pasando, Wells? No entiendo. Nos conocemos hace dos años. Hemos trabajado juntos, por Dios.
—Pues al parecer no nos conocemos tan bien —repuso, arrojando un periódico delante de mí.
Aún con la pistola apuntándome, me agaché para recogerlo y leerlo.
—Triskelion destruido, S.H.I.E.L.D. colapsa luego de infiltración terrorista —leí el encabezado de la noticia y bajé la mirada al título siguiente. —James Buchanan Barnes y Valerie Amelia Adams, los infames asesinos de Hydra.
La sangre se agolpó en mis pies a medida que seguía leyendo el extenso artículo. Todos los archivos de S.H.I.E.L.D. y Hydra habían sido publicados en la red y para ese momento ya todos conocían cada sucio detalle de mi pasado. Del pasado de Bucky.
Estábamos perdidos.
¿Lo peor?
Steve y Romanoff no me habían dicho una sola palabra sobre lo que harían. Habíamos acordado destruir los helicarriers, pero no dijimos nada sobre filtrar todos esos datos. Era mi historia, mi vida, y debieron decirme lo que harían.
La poca normalidad que podíamos llegar a conseguir después de la caída de Hydra, se esfumó. Se nos fue arrebatada.
Seríamos cazados.
Seríamos vistos como criminales.
Como si nosotros fuéramos los malos y no las víctimas.
Retrocedí y me agaché hasta cubrirme la cabeza con los brazos. Mi corazón latía tan veloz como nunca antes lo había hecho y el aire había dejado de circular por mis pulmones.
Me sentí traicionada.
Por Steve.
Por Romanoff.
Por Fury.
Por todos.
—¿Valerie?
La voz de Wells sonó lejana. Ya ni siquiera me importaba que tuviera un arma apuntando a mi cabeza. Dios, hasta deseé que disparara con tal de no sentir que el mundo se me venía abajo otra vez.
Y aunque sabía que Steve debía desenmascarar a S.H.I.E.L.D. y a Hydra ante todos... seguía sintiéndome traicionada.
Tal vez debió decírmelo, tal vez debió ocultar nuestra historia porque no éramos un peligro o tal vez nunca debí permitir que Romanoff obtuviera esos datos.
Debí hacerlo a mi manera, a la manera a la que estaba acostumbrada: hacerlo desde las sombras, sin importar lo que costara y sin ser vinculada.
Como Hydra me había enseñado.
—Valerie —volvió a insistir Wells.
Levanté la cabeza y cuando lo vi todo borroso supe que las lágrimas se habían amontonado en mis ojos. Tragué el nudo que se había formado en mi garganta. Debía verme patética.
—Perdón —susurré con la voz quebrada. —Pero en mi defensa, tú tampoco me hablaste de tu pasado.
Desde lo alto, Wells bajó el arma. Solo un poco.
—Sí, pero no soy un asesino en masa.
Ignoré la molestia que la palabra asesina había provocado en mi pecho y me puse de pie con lentitud. Los hombros de Wells se tensaron ligeramente.
—Ayudé a destruir Hydra —murmuré, alejando el periódico de mí.
—¿Deberíamos agradecerte por destruir la organización terrorista de la cual fuiste parte?
—No, pero... —carraspeé. —Pero ya no quiero ser... así. No quiero ser como ellos. Ya no.
—¿Cómo puedo creerte después de todo lo que ha sucedido?
—No lo sé, pero realmente quiero compensar todo lo que he hecho. Debes creerme, Wells. Por favor...
La voz se me quebró antes de que pudiera terminar. Tal vez porque confiaba en Wells a pesar de no saber casi nada de él o porque ya me había acostumbrado a su presencia y no quería perder a nadie más. Fuera como fuera, no quería que Wells me viera como el resto del mundo lo hacía. Por más cierto que fuera, no quería que cuando me viera solo viera a un monstruo.
Cerré los ojos cuando un repentino mareo me invadió, provocando que mi estómago se revolviera. El vómito no tardó en subir por mi garganta tan rápido que apenas pude pensar antes de inclinarme y expulsarlo.
Sí, así sin más.
Para mala suerte de Wells, toda la asquerosidad cayó frente a sus pies, salpicando sus deportivas.
Para mala suerte mía, el vómito tenía rastros de sangre.
—¡Qué asco! —exclamó Wells, retrocediendo con rapidez. —¿Qué carajos fue eso?
Solté una risa al oír su tono de voz asqueado.
—Tu alfombra ya no sirve. —Me burlé, limpiándome los labios con el dorso de la mano.
Wells observó el vómito desde lejos y con desconfianza, como si de un momento a otro fuera a saltarle encima.
—Eso no es lo que me interesa —murmuró, mirándome con atención. —Luces terrible, ¿acaso estás muriendo?
—Probablemente.
—Karma.
—Seguramente.
Hice una mueca de asco al oler la sangre y me senté sobre el suelo al sentir que el estómago se me revolvía de nuevo.
—¿Qué te sucedió?
Me encogí de hombros.
—Soy un experimento —respondí con simpleza. —Y las fallas son comunes.
Wells me escudriñó desde lo alto. Por un momento creí que me dispararía, que me echaría de su departamento o que me entregaría a la policía, pero después de medio minuto guardó la pistola en la parte trasera de sus vaqueros.
—No eres un experimento, eres una persona.
—¿Ya no me odias? —bromeé, aliviada.
Se encogió de hombros.
—Nunca lo hice.
—Hace unos segundos me apuntabas con un arma —acusé, achicando los ojos. —Me ibas a disparar.
Él hizo un ademán desinteresado.
—Solo me aseguraba de que no hubieras cambiado.
Fruncí el ceño, confundida por sus palabras.
—¿Qué...? ¿Qué quieres decir con eso?
Wells se acercó, deteniéndose delante de mí. Tuve que levantar la cabeza para verlo desde el suelo.
—Sé que no eres una mala persona, Valerie. Sé que intentas ser mejor —sonrió de tal forma que mis ojos se aguaron. Era una sonrisa sincera, de esas que les das a tus amigos. De esas que me daba H cuando lo molestaba o de las que me daba Peggy durante los entrenamientos. —Lo supe cuando salvamos a esas mujeres que habían sido secuestradas o cuando recorriste todo Marrakech para conseguir mi whisky favorito.
Solté una risa.
Una risa sincera.
Porque Wells era mi amigo. Siempre lo había sido. Me ayudó cuando nadie más lo hizo, se quedó a mi lado a pesar de mis rarezas y en ningún momento intentó aprovecharse de mis poderes. No había estado tan sola como había creído. Wells siempre estuvo a mi lado durante estos dos años.
—Lamento no haberte dicho quién era.
—No importa quién eras, sino quién eres en este momento. —Me tendió la mano para ayudarme a ponerme de pie. —Y yo sé quién eres, Valerie. Eres una persona que lo intenta y eso es más de lo que muchos pueden hacer.
Presioné mis labios temblorosos.
Y, sin dudarlo, lo abracé. Envolví mis brazos alrededor de su cuello y él los envolvió alrededor de mi torso.
Deseé que ese abrazo me diera fuerza.
Pero tuvo el efecto contrario.
Me destrozó.
La culpabilidad me invadió de nuevo. Porque yo no merecía esa misericordia que buscaba ni tampoco el perdón del mundo. Seguía siendo una asesina, un monstruo, y eso no iba a cambiar con palabras lindas o abrazos.
Dios, ni siquiera merecía la amistad de Wells.
Pero era lo suficientemente egoísta como para desterrar ese remordimiento a lo más profundo de mi mente y mantener a Wells a mi lado.
No podía quebrarme ahora.
—Ah, qué lindo reencuentro —murmuré, deshaciendo el abrazo. —Me gustaría seguir celebrando, pero tengo un par de traseros que salvar.
Wells rio.
—Dime qué quieres y lo conseguiré.
—Me conoces taaan bien. —Le di unas palmaditas en el hombro. —Pero primero, quiero papas fritas. Muero de hambre.
—No, primero tenemos que limpiar esa asquerosidad —señaló el vómito, haciendo una mueca.
Reí.
Definitivamente estaba siendo egoísta al no alejar a Wells, pero no me arrepentía.
(...)
Le conté todo a Wells.
Le hablé sobre mi vida antes de la guerra, sobre mi puesto como Teniente Coronel y sobre lo que Hydra me había hecho después de capturarme en 1944. También le conté sobre las ricas tartas que hacía mi madre, los juegos que jugaba con mi padre, mi amistad con Howard y Peggy, mi mala relación con los soldados de mi regimiento y mi romance con Bucky.
Hablé sobre mi regreso a Hydra y lo mal que me sentí al ver a Bucky transformado en el Soldado del Invierno. Después le conté sobre cómo Viktor me capturó para experimentar conmigo y por último le conté sobre Ben y mis planes de salvarlo.
Le dije todo.
Y él escuchó.
Después se quedó en silencio por varios minutos... minutos en los que pensé que lo había espantado, pero enseguida comenzó a contarme sobre su vida.
Me habló sobre lo complicado que había sido crecer en una familia pobre de Filadelfia, sobre lo difícil que era ser negro en Estados Unidos y sobre lo fácil que fue para él salir de casa y jamás volver. Me dijo que su padre era abusivo y que su madre era una drogadicta, que siempre había soñado con salir de ese lugar y que su hermana se había marchado en cuanto cumplió la mayoría de edad y nunca había vuelto a saber de ella.
También me contó que Marcus, un ladrón profesional con mucho dinero, lo encontró durmiendo en la calle y lo acogió como a un hijo. Él le había enseñado a sacar lo que una persona llevaba en su bolsillo sin que esta se diera cuenta. Después le enseñó a escoger a sus víctimas —en su mayoría personas asquerosamente ricas o que habían hecho algo muy malo— y por último le enseñó cómo robar a lo grande.
Y cuando Marcus murió, Wells heredó el negocio, que consistía en grandes estafas, tráfico de lo que sea y varios encargos. Pasó de ser un niño mendigo a ser el criminal más buscado de Estados Unidos. Había logrado lo imposible.
A pesar de todo, Wells seguía manteniendo sus principios. Jamás le robaba a gente pobre, no hacía nada que pusiera en peligro a inocentes y la mayoría de sus misiones era para liberar a mujeres que habían sido obligadas a prostituirse, niños que eran esclavizados en talleres textiles o rehenes de algún grupo terrorista.
Tal vez sus métodos no eran los establecidos por el gobierno e incluso eran mal vistos por la sociedad, pero a veces las cosas no son blancas o negras. A veces son grises. Y Wells había hecho más que todos los gobiernos y los policías juntos. No le importaba si esas malas personas morían, solo le importaba darle justicia a sus víctimas.
Éramos iguales.
Habíamos tenido vidas difíciles. Quisieron destruirnos y no pudieron. Seguimos aquí, intentando. Y haciendo pagar a los que tienen que pagar.
Por eso él me entendía tan bien.
Por eso yo lo entendía tan bien.
Unos golpes en la puerta me sacaron de mis pensamientos y de la conversación que mantenía con Wells.
Él se levantó y fue a abrir. Sus pisadas resonaron por todo el departamento porque tenía los pies descalzos y unos tragos encima. Más temprano nos habíamos deshecho de los zapatos, Wells había ido por whisky, papas fritas y mantas y nos habíamos sentado en el suelo a conversar.
Parecía una maldita pijamada.
—Es Ahmed —anunció Wells, regresando.
Detrás de él venía un hombre alto y delgaducho. Tenía la piel bronceada por el sol, el cabello tan negro como el carbón y traía un bolso colgando del hombro.
—Viene a revisar ese brazalete —agregó.
Ahmed era un hombre silencioso. No dijo una sola palabra mientras examinaba el brazalete en mi muñeca e intentaba hallar una forma de sacarlo.
No fue problema.
Wells y yo hablamos todo lo que él no habló.
El pobre debió cansarse porque hizo el trabajo en menos de una hora. Seguramente quería terminar lo más rápido posible para marcharse.
En cuanto el brazalete fue retirado, sobé mi muñeca. Me habían quedado las marcas recién hechas de los piquetes y seguramente terminaría con nuevas cicatrices. Como si no tuviera suficientes.
—Tiene un chip rastreador. —Fue lo primero que dijo Ahmed.
Con unas pinzas quitó el chip y me lo entregó. Ni siquiera me sorprendí. Viktor jamás dejaría que su preciada herramienta se le escapara de las manos.
Frustrada, lo arrojé al suelo y lo pisé con fuerza, haciéndolo añicos.
—¿Qué más? —preguntó Wells, serio.
—No sé muy bien de qué material está hecho, pero sí sé que llevó mucho tiempo construirlo. Se nota todo el trabajo que requiere —examinó el brazalete muy de cerca.
Miré a Wells. Tenía el ceño fruncido y la mirada clavada en el brazalete.
—Debió planearlo por mucho tiempo —murmuré, inquieta. —Es probable que lo hubiera planeado incluso antes de mi regreso a Hydra.
—Está demente —soltó Wells, más para sí mismo que para mí. —¿Para qué son esas agujas, Ahmed?
—No estoy seguro, pero si me dan tiempo puedo descubrirlo.
Wells asintió.
—Hazlo.
Ahmed tomó sus herramientas y el brazalete antes de salir del departamento, dejándolos solos con nuestras dudas.
De un momento a otro, Wells comenzó a recoger nuestras cosas con apuro.
—Debemos irnos. Ya deben saber que destruimos el chip y no tardarán en llegar a aquí.
Presioné mis labios con fuerza, molesta por hacer que Wells abandone su departamento. Supongo que las cosas conmigo siempre serán así.
—Wells.
Me ignoró y siguió metiendo sus cosas en una mochila desgastada. Me evitaba, lo sabía. No quería escuchar lo que tenía que decir porque sabía lo que ocurriría.
Pero tenía que decirlo.
—Wells...
—No, Valerie. —Se detuvo de golpe. —No voy a...
—Tengo que irme a Washington.
Frunció el entrecejo. Su cuerpo entero se tensó y me sentí mal por hacer que se preocupara.
—¿Washington? —repitió, confundido. —¿Qué harás allá? Todos están buscándote.
—Solo quiero visitar a unas personas.
—Ni siquiera se te ocurra despedirte.
—Tengo que hacerlo.
—Valerie...
—No sé lo que pueda llegar a pasarme.
—Exacto. No lo sabes.
—Pero existe la posibilidad de que...
—No lo digas.
—... muera.
—No vas a morir —insistió, molesto.
—Debo prepararme para todo, Wells —solté un suspiro cansino. —Lo último que quiero es morir, pero todavía no sé lo que Viktor me ha hecho y puede que sea algo que me mate con el tiempo. O tal vez muera tratando de sacar a Ben de ese lugar. Muchas cosas pueden pasar, Wells. Y no quiero morir, pero así es mi vida. La certeza de que en algún momento voy a morir es lo único que me dejaron.
Agachó la cabeza al mismo tiempo que negaba. Podía sentir su frustración y la necesidad de ayudarme que lo invadía.
Pero esto no era como esas misiones en las que él se embarcaba.
Esto era mucho más grande.
—No debió ser así —murmuró.
—Pero lo es —llevé mis manos a sus hombros y les di un suave apretón. —Tengo que irme a Washington, pero ni creas que te desharás de mí. Te voy a necesitar. A ti y a tus increíbles habilidades para conseguir lo que sea.
Soltó una risa, pero no fue tan alegre como me hubiera gustado.
—Te daré lo que pidas. Solo tienes que llamar, ¿entendido?
—Entendido —sonreí.
—Y te mantendré informada sobre el brazalete —levantó la cabeza para mirarme. —Descubriremos lo que te hizo y lo resolveremos, Valerie.
—Confío en que lo harás, Wells. Lo imposible es tu especialidad.
Sonrío. Esta vez fue una sonrisa sincera.
—Sí, lo es.
Esperaba que lo fuera.
Porque no quería morir.
—Bien. Ya tenemos que irnos —dejé una de mis mano en su hombro, haciendo que frunciera el ceño.
—¿Qué haces?
—¿Tú qué crees?
Sus ojos se abrieron a más no poder y su rostro palideció.
—No vamos a teletransportarnos.
—¿No? ¿Cómo que no? —golpeé su cabeza y él hizo una mueca. —¿De qué otra forma vamos a irnos, genio?
—Pues caminando.
—Caminar es para idiotas.
—Quiero ser un idiota.
—Yo no —repuse. —Además no tenemos mucho tiempo. Seguramente ya estaban de camino aquí antes de que descubriéramos lo del chip. No tardarán en llegar, tú lo dijiste.
—Sí, pero... —hizo una mueca, sin saber qué más decir.
—Ya ves. Tengo razón. Siempre la tengo.
Rodó los ojos.
—Vamos. Hazlo antes de que me arrepienta.
Sonreí.
—Más vale que no me vomites encima.
—Ojalá lo haga porque me lo debes.
Pfff.
No tardé mucho en decidir a qué lugar iríamos. La mejor opción era Bulgaria. Wells tenía una casa allí. Habíamos pasado unos días en ella antes de realizar una de sus misiones. Era un lugar seguro y Viktor no tenía cómo vincularme a esa casa. No nos encontrarán.
Visualicé la casa y me teletransporté.
O lo intenté. Porque seguíamos en aquel destartalado departamento.
Fruncí el ceño y volví a intentarlo.
Nada.
Después de casi un minuto intentando, Wells abrió los ojos y miró a nuestro alrededor con atención.
—¿Por qué seguimos aquí?
—Buena pregunta —susurré, perdiendo toda la diversión de hace un momento.
Luego del quinto intento, el pánico comenzó a invadirme. Perdí todo el color en el rostro y mi cuerpo se enfrió. El corazón me latía a toda velocidad.
Wells notó que algo iba mal.
—¿Qué pasa, Valerie?
—No puedo teletransportarme —admitir eso fue más doloroso de lo que hubiera imaginado. —Algo anda mal con mis poderes.
—¿Qué? ¿Cómo?
—N-No lo sé.
—No tienes el brazalete, Valerie. Debería ser capaz de usar tus poderes. —Se quedó en silencio, seguramente pensando lo mismo que yo. —A no ser que...
Asentí, muy a mi pesar.
—A no ser que Viktor me los haya quitado.
~ ~ ~ ~ ~
REVIVÍ
Y les traigo este capítulo bastante largo para compensar la ausencia :)
Ya empezamos a ver el dilema interior de Valerie: si es un monstruo o no, si merece misericordia o no... Sobre todo empieza a aparecer esa moral gris que caracteriza a Flicker (y que, de hecho, estaba presente desde el principio pero no tan fuerte como ahora)
También conocemos más a Wells y su amistad con Valerie. No tenía pensado hacer que fueran amigos, pero salió así y creo que Wells es el amigo perfecto para Valerie <3
Además hay un dato importante para uno de los dramas de la continuación, a ver si se dan cuenta *risa malvada*
PD: no falta mucho para que el poderosísimo Bucky regrese a la acción.
PD2: hace unos capítulos (un par, si no me equivoco) llegamos a la mitad de la historia. Es probable que tenga unos 45 capítulos o menos. Así que prepárense.
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