12 - El hombre en el puente

Mi cabeza se movió bruscamente hacia un lado cuando alguien tironeó del collar. Mi expresión se contrajo como forma de queja ante el ligero ardor en mi nuca. Oía voces, casi eran gritos, pero se sentían tan lejanos que no podía comprender lo que decían. Lentamente abrí mis ojos y a medida que regresaba en mí noté que las voces eran murmullos, no gritos como creía. Eché la cabeza hacia atrás y me arrepentí cuando sentí que toda la habitación giró.

—Hasta que despiertas.

Rumblow.

Maldito Rumblow.

Traté de moverme y fue entonces cuando descubrí que no podía. Mis manos estaban atadas detrás del espaldar de la silla, rodeadas de una gruesa soga, y mis piernas estaban amarradas a las patas de la misma. Bajé la cabeza y observé la bóveda. Mi mirada se detuvo en Rumblow, quien acababa de darme la bienvenida. Estaba de vuelta junto a sus hombres.

—Llevo más tiempo inconsciente que despierta, ¿así es como tratan a sus compañeros? —protesté, fingiendo indignación.

—Contigo nunca se sabe, es mejor ser precavido —murmuró con malicia.

Desvié mi atención de Rumblow para posarla en el ingeniero que arreglaba el brazo metálico del soldado. Entonces lo miré a él y tragué saliva cuando me percaté de la expresión desolada de su rostro. Tenía la mirada perdida en el suelo y lucía desconcertado, asustado. Estaba perdido en algún rincón de su mente, no estaba bien.

—Pésimo servicio —susurré, aunque ya no tan interesada en mi conversación con Rumblow.

—No estás en un hotel.

Bufé, regresando la mirada al azabache.

—Y yo que pensaba llevarte a mi habitación —comenté sarcásticamente.

—Como si tuvieras una.

—No, pero tengo una celda.

Desvió la mirada del soldado y la posó en mí. Juntó sus cejas, tanto que parecieron ser una sola, y se acercó a mí, amenazante.

—No me provoques —farfulló, tajante.

Arqueé una ceja.

—¿Por qué? ¿Está funcionando?

Observé que Rumblow estiró su brazo para tomarme del cabello, sin embargo fui más rápida y antes de que pudiera tocarme me teletransporté detrás de él. Las sogas que rodeaban mis manos y piernas cayeron al suelo, alarmando a Rumblow y a sus hombres. Al instante, cerca de diez pistolas me apuntaron directamente.

—No vuelvas a hacer el intento de tocarme —amenacé y di un paso hacia él, sin preocuparme por las armas que me apuntaban. —La próxima vez no será solo una amenaza.

Un «tic» se oyó por toda la bóveda y supe que alguien se había deshecho del seguro de la pistola. Dispararía en cualquier momento.

Rumblow me sostuvo la mirada de forma retadora y segundos después levantó su mano para ordenarle a sus hombres que bajaran las armas. Estos obedecieron al instante, pero se notaba que estaban ansiosos por dispararme.

—La próxima vez no voy a detenerlos. —Me devolvió la amenaza.

Un estruendo repentino me sobresaltó. Giré rápidamente y me encontré con un hombre en el suelo, era el ingeniero que arreglaba el brazo del soldado, y a su alrededor había unos que otros utensilios metálicos. En cuestión de segundos las armas que me apuntaban pasaron a apuntar al soldado. Mis ojos fueron a parar en él. Su respiración era entrecortada, su pecho subía y bajaba con dificultad. Algo en su cabeza lo atormentaba y lo supe por la expresión afligida de su rostro. Lucía desorientado, confundido y... aterrado. Todas sus emociones se veían reflejadas en sus ojos, era abrumante.

Traté de acercarme, quería ayudarlo, pero Rumblow tomó mi brazo para evitarlo. Apreté mis dientes, mientras observaba al soldado.

—Ni siquiera lo pienses —advirtió.

Giré la cabeza y bajé la mirada hasta su agarre. Tensé la mandíbula al ver su mano sobre mi antebrazo.

—Suéltame.

Y, en vez de hacerlo, apretó su agarre.

—Pierce dejó en claro lo que pasaría si desobedeces una vez más.

Ignoré sus palabras, lo que menos me importaba en este momento eran las estúpidas órdenes de Pierce.

—Te dije que me sueltes —repetí en un tono demandante.

Sonrió sin separar los labios y me soltó bruscamente. Podía ver la satisfacción en sus ojos.

—Será un placer asesinarte.

—¿Así como lo hiciste con Steve y Romanoff? —sonreí al ver que su expresión se endurecía. —Sé que siguen vivos.

Lo supe desde que desperté y vi a Rumblow, además podía sentir a Romanoff. La pequeña parte del poder que coloqué en ella se aferraba a su vida. Si muere, la energía que desprende desaparece. Sabría si eso sucediera en algún momento.

—¿Y tú qué sabes? —cuestionó, furioso. —Solo eres...

—«Insignificante, inútil, el peor error de Hydra» —repetí las palabras de Pierce, rodando los ojos. —Eres más obediente que una mascota, hasta repites lo que dice tu dueño.

Dio una zancada, acortando la distancia. De un momento a otro todo en él había cambiado. Podía notar cuán enfadado se encontraba. Estaba iracundo por las cosas que decía.

—No juegues conmigo.

Era tan fácil enfadarlo, sacarlo de quicio.

—No lo hago, solo digo la verdad. —También di un paso al frente, amenazante. —Dime, ¿cuántas veces fracasaste en acabar con Steve? ¿Dos? ¿Tres? Me sorprende que Pierce aún no se deshaga de ti.

Y aquella fue la gota que rebasó el vaso.

De un rápido y furioso movimiento, Rumblow sacó la pistola que llevaba en la parte trasera de sus pantalones. La levantó y apuntó directamente a mi cabeza. Su agarre en el arma era seguro, no le temblaría el pulso para disparar. Asesinarme en este mismo momento no sería un problema para él.

—Cuando abras la boca una vez más...

Calló repentinamente cuando apoyé la frente en el cañón de la pistola.

—Hazlo, ¿o eres un cobarde? —Lo reté.

Al oír la última palabra su furia aumentó. Aquello parecía ser el peor insulto que alguien pudiera decirle. Entonces se deshizo del seguro de la pistola y un escalofrío me recorrió de pies a cabeza.

—Rumblow, baja el arma —dijo uno de sus compañeros.

Como era de esperarse, Rumblow ignoró por completo aquellas palabras. Miraba mis ojos con fijeza, el odio podía verse en los suyos. Le sostuve la mirada, demostrándole que no me intimidaba en lo absoluto.

—Vamos, Rumblow, ¿o acaso temes lo que Pierce vaya a decirte? —provoqué nuevamente.

—Cierra la boca.

—¡Hazlo! —insistí.

Reafirmó el agarre en la pistola, dudando. Sabía que no tenía que asesinarme, pero él quería hacerlo.

—Que te calles —murmuró entre dientes.

—¡Hazlo de una maldita vez! ¡Cobarde!

Y disparó.

Pero entonces nada sucedió.

Una sonrisa se dibujó en mis labios al ver la confusión en su rostro. Frunció el entrecejo y miró la pistola. Disparó de nuevo, pero la bala tampoco salió. La expresión confundida de Rumblow cambió a una iracunda.

—No tiene balas, idiota —murmuré, dando un paso atrás.

Rumblow bajó el arma lentamente, aún manteniendo la mirada en mí.

—Lo sabías.

No fue una pregunta, fue una afirmación. Me encogí de hombros.

—Supongo que aún no es mi momento.

Pero ambos sabíamos la verdad. Supe que el arma no estaba cargada en cuanto la sacó.

—Eres una maldita loca —comentó, guardando la pistola.

Ladeé la cabeza.

—Tú eres el loco, ibas a matarme.

Realmente iba a hacerlo. Si el arma hubiera estado cargada, hubiera muerto. Rumblow no se andaba con juegos y menos cuando lo fastidiaba. Me odiaba y en cuanto pueda se deshará de mí, no tenía dudas de eso.

De soslayo observé que las rejas de la bóveda se abrían para permitir que Pierce entrara. Caminaba con prisa e ignoraba las recomendaciones de los médicos y científicos de mantenerse alejado del soldado. Estos lo consideraban inestable, por lo tanto peligroso.

Como era habitual, Pierce pasó de mí y se dirigió hacia el soldado. Me enderecé cuando vi que se agachó frente a él y di un paso al frente, queriéndome mantener cerca de ellos. Miré al soldado con atención, sobre todo porque ignoraba completamente la presencia de Pierce. De hecho, olvidaba que todos nosotros nos encontrábamos en la misma habitación que él. Estaba tan ensimismado que solo le interesaba comprender lo que sucedía dentro de su cabeza.

—Reporte de misión —pidió Pierce.

El soldado no respondió. Dudaba que lo hubiera escuchado y eso me inquietó.

Entonces, y sin motivo válido, Pierce golpeó la mejilla del soldado. Su rostro giró ante la fuerza de la cachetada. Hice un gran esfuerzo por mantener la calma, por no intervenir. En ese momento quería mandar a la mierda a Pierce y tomar al soldado para huir, pero sabía que de nada serviría. Los años me habían confirmado que si Hydra no desaparecía ninguno de los dos podríamos hallar estabilidad.

Lentamente el soldado giró su rostro para mirar a Pierce. Varios mechones de su largo cabello castaño caían con rebeldía sobre su frente, cubriendo algunas partes de su rostro. No le importaba que Pierce lo hubiera golpeado, estaba tan acostumbrado que simplemente había dejado de luchar. Lucía tan vulnerable.

—El hombre en el puente —frunció el entrecejo, confundido. —¿Quién era?

Tomé una larga bocanada al oír su tono de voz. Sonaba tan desolado e indefenso que mi corazón se encogió. Estaba vulnerable, desesperado por comprender sus propios pensamientos y Pierce se aprovechaba de eso. Su crueldad iba más allá de cualquier cosa que haya visto.

—Lo conociste hace unos días durante otra misión. —La mentira de Pierce me enfureció.

El soldado desvió la mirada al suelo y tragó saliva, convencido de que aquello no podía ser cierto. No sabía exactamente qué sucedía en su mente, pero su rostro demostraba cuán afectado se encontraba.

—Nos conocíamos —susurró.

De un brusco tirón me deshice del agarre de Rumblow y caminé hacia él. Ya no podía verlo sufrir, no quería que siguieran jugando con su mente. Ya no lo soportaba. Era hora de recordar, de traerlo de vuelta.

—Sí lo conoces y también me...

Un fuerte golpe en mi espalda baja me hizo callar y caer al suelo de rodillas. Entonces alguien me tomó del cabello y tiró hacia atrás. Al instante sentí algo duro presionando la parte superior de mi espalda. Estaba segura de que era el cañón de un arma.

—Tú... —susurró el soldado, mirándome.

Asentí repetidas veces mientras sentía que mis ojos comenzaban a picar, amenazando con soltar lágrimas en cualquier momento. Me dolía ver la incertidumbre en su rostro. Me destrozaba saber que estaba perdido en su propia mente y que no era capaz de comprender lo que sucedía.

—Recuerda quién...

—Cállate —Rumblow tiró de mi cabello, interrumpiendo de nuevo.

Pierce soltó un suspiro pesado y desvió la mirada al soldado.

—Está engañándote. Recientemente descubrimos que es una infiltrada del enemigo —explicó, sonando tan convincente que hasta yo podría creerle. —No sabe que tu trabajo ha sido un don para la humanidad. Le diste forma a un siglo y necesito que lo hagas una vez más.

—¡No lo escuches! —grité con desesperación.

—Sácala de aquí. —Le ordenó a Rumblow y este comenzó a arrastrarme a la salida. —Lamento eso. Continúo con lo importante... La sociedad titubea al borde del orden y el caos. Mañana vamos a darle un empujón, pero si no haces tu parte no puedo hacer la mía y Hydra no le dará al mundo la libertad que se merece.

El soldado tragó saliva con dificultad y relamió sus labios.

—Pero lo conocía.

Su voz salió apenas en un susurro ahogado. Ignoraba lo que Pierce decía. Solo trataba de aferrarse a lo poco que recordaba. Luchaba por recordarse a sí mismo. Estaba confundido, tan perdido como nunca.

—Prepárenlo —dijo Pierce, enderezandose.

Y algo en mi interior despertó al oír aquella simple palabra. Por años había visto cómo dañaban su mente, había permitido que le robaran sus memorias y era algo que jamás me perdonaría. Nunca me perdonaría el hecho de no haber evitado que sufriera.

—¡No! —grité, forcejeando para liberarme.

Rumblow me tomó con más fuerza y arrastró mi cuerpo, mientras me retorcía para liberarme. Casi lograba sacarme de la bóveda.

—Si quieres vivir será mejor que cierres la boca —susurró en mi oído.

Tiré mi cabeza hacia atrás y golpeé la nariz de Rumblow, con eso logré que me soltara. Enseguida corrí hacia el soldado, pero antes de llegar frente a él los demás agentes me retuvieron. En ese momento el soldado me miró con miedo en los ojos... miedo al hecho de no poder recordar quién era en realidad.

—Ya es hora de recordar, soldado —susurré, sintiendo que un nudo comenzaba a formarse en mi garganta. —Por favor... Bucky...

Él negó con la cabeza, abrumado.

—¿Por qué estás en mi mente? —preguntó en un susurro desgarrador.

Entonces los agentes me soltaron y súbitamente una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo. Mi cuello ardió debido a su cercanía con el collar. Agaché la cabeza, apretando los dientes fuertemente ante el dolor. Hice uso de todas mis fuerzas para mantenerme firme y no caer al suelo. En ese momento otra descarga más me azotó. Solté un quejido.

El soldado se enderezó al verme luchar por mantenerme de pie.

En el momento justo en el que las descargas se detuvieron los dos agentes volvieron a retenerme. Sujetaban mis brazos con fuerza mientras me arrastraban fuera de la bóveda. Continuaba aturdida por lo sucedido. Apenas podía apoyar mis pies en el suelo, mucho menos pelear contra ellos. Necesitaba unos segundos.

Pero entonces supe que no podía darme el lujo de esperar porque, al salir de la bóveda y doblar por un pasillo, oí un grito desgarrador.

—Bucky —susurré.

Estaba un tanto perdida, sí, pero su grito fue el que me trajo de vuelta. No necesitaba estar en mis cabales al cien por ciento para saber que él estaba sufriendo.

Bucky era la única persona que me trajo aquí. Regresé para cumplir mi promesa de liberarlo, destruyendo Hydra, pero ahora todo iba más allá de eso. El Proyecto Insight se lanzaba en unas horas y millones de personas morirían si no lo detenía. Debía luchar por esas personas y por Bucky. Ya no podía quedarme de brazos cruzados.

Me teletransporté al otro extremo del pasillo, liberándome de ambos agentes. Me tambaleé por unos segundos, pero finalmente me ayudé de una pared para recuperar el equilibrio. Poco a poco comencé a recuperarme.

Los agentes se miraron entre ellos. Una sonrisa burlona se coló en mi rostro.

—Admito que esas descargas casi me derriban, pero ya estoy lista para pelear —levanté mis puños de forma retadora.

Mi mirada bajó junto a la mano de unos de los agentes. No tardé en notar que trataba de tomar su arma. Me enderecé y levanté mi dedo índice como negación.

—Ah-ah, sin armas.

El otro agente detuvo la mano de su compañero y, aún manteniendo sus ojos sobre mí, dijo:

—Sin armas.

Vaya.

—Tú me agradas —dije, burlona.

—Solo porque no podemos matarte... aún.

Todo rastro de burla o diversión se desvaneció de mi rostro al oír el cinismo en su voz. Al parecer me había topado con un idiota con complejos de superioridad, pero no me importó. Estaba acostumbrada a lidiar con esta clase de hombres. Lo pondría en su lugar.

Me teletransporté frente al agente que había hablado durante todo este tiempo. Se sorprendió al verme tan cerca, pero fue rápido para reaccionar e inmediatamente lanzó un golpe. Lamentablemente para él yo era más rápida. Bloqueé su ataque con mi brazo y hundí mi puño en su estómago. Arqueé una ceja en su dirección.

—¿Ego herido?

De soslayo observé que el otro agente se acercaba para atacar. Levanté mi pierna derecha y la estampé contra su rostro, inmediatamente cayó al suelo. Aproveché la posición de mi pierna para girar sobre mi eje y, manteniéndola en alto, la enrollé en su cuello. Usé mi pierna restante como impulso y, antes de que él lo notara, me encontraba sobre sus hombros. Giré mi cuerpo hacia atrás, haciendo que su espalda se doble. Apoyé las manos en el suelo y, usando todas la fuerza de mis piernas, hice que su cuerpo girara hasta que finalmente impactó fuertemente contra el suelo.

Me enderecé, recuperando la postura, y giré hacia el cuerpo. En cuanto lo hice ví que el otro agente se ponía de pie mientras sacaba su pistola.

—Era sin armas.

Mi mirada bajó al hombre que acababa de noquear. Rápidamente me agaché para tomar su cuerpo y usarlo como escudo. Justo a tiempo, debo aclarar.

Dos disparos se oyeron. Ambos impactaron contra el cuerpo del agente, pero una bala continuó su camino y como consecuencia atravesó mi cuerpo. La herida fue a la altura de la cadera, aunque no estaba segura de la ubicación exacta. Tampoco sabía si había salido o si se quedó dentro de mí.

Gruñí ante el dolor y, molesta, arrojé el cuerpo del agente hacia el que había disparado.

Estaba lista para marcharme, pero entonces recordé que aún llevaba el collar y podía asegurar que este tenía un rastreador en alguna parte. Claramente no podía irme con esto puesto así que llevé mis dos manos al collar, una a cada lado, y respiré hondo.

«Cuando trates de quitarlo enviará una corriente eléctrica a todo tu cuerpo», había dicho Pierce.

¿Dolería como el infierno?

Sí.

Pero debía quitármelo.

Además, aunque doliera, sabía que no lograría dejarme inconsciente. Las descargas nunca fueron tan fuertes y efectivas, solo les hice creer eso para darles la falsa esperanza de que finalmente habían logrado controlarme.

Fue una pequeña broma.

En ese momento logré oír que muchos pasos se acercaban. No estaban lejos, pero sí lo suficiente como para que pudiera huir antes de que llegaran a mi posición.

—Volveré por tí, Bucky —susurré como si él pudiera oírme.

Entonces tiré del collar y al instante una descarga eléctrica me azotó. Mis piernas temblaron, pero me esforcé por mantenerme de pie. Tomando una gran bocanada de aire volví a tirar, esta vez con más fuerza. Segundos después el collar cayó al suelo, justo al mismo momento que los refuerzos llegaron.

Me teletransporté y lo último que oí fue una ráfaga de disparos, pero eso no me importó. En lo único que podía pensar era en Bucky.

Dejarlo una vez más fue doloroso. Sabía lo que le hacían en este momento. Estaban borrando su memoria para manipularlo una vez más... y él sufría por eso. Jamás podría perdonarme lo que acababa de hacer. Me sentía terrible por abandonarlo cuando más me necesitaba, pero lamentablemente debía hacerlo. Las vidas de muchas personas estaban en juego.

Me gustaba creer que él haría lo mismo.

Creí que regresar a Hydra sería una tarea fácil. Pensé que podría destruirla y liberar a Bucky sin problema alguno, pero lo cierto era que no sería tan sencillo y debí suponerlo. Mi error fue confiarme y creer que podría hacerlo sola cuando en realidad necesitaba ayuda, tanto para destruir Hydra como para recuperar a Bucky.

Lo necesitaba a él.

Necesitaba a Steve.

Y sabía dónde encontrarlo. El lugar en donde se escondía se alzaba justo frente a mí. Ya no podía seguir huyendo de mi pasado, debía dar un paso al frente y ser valiente.

Basta de juegos.

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