06 - Segundo recuerdo
La muerte de Erskine a manos de un infiltrado de Hydra complicó las cosas. Si bien Steve había sobrevivido al suero, no sabíamos qué habilidades había obtenido y no teníamos tiempo para hacerle más pruebas. Además él no era suficiente para enfrentar a Hydra y a los nazis. Necesitábamos un ejército de Super Soldados y no lo teníamos. Fue por eso que el coronel Phillips me había reasignado al Regimiento de Infantería 107 en Azzano.
Así que aquí estaba, sin opciones.
Me bajé del Jeep, mirando el campamento frente a mí. Para ser sincera, no estaba tan feliz de estar aquí. Quería luchar la guerra contra Hydra y estando aquí no podría. Estaba muy lejos del lugar al que quería ir.
El Coronel Phillips no debió enviarme aquí. Me había opuesto rotundamente a la idea, pero no tenía más opción que aceptar lo que mis superiores ordenaron. Apestaba, pero era mi deber.
—Teniente.
Mi mirada recayó en el sargento que se encontraba a unos pasos del Jeep. Lo miré con atención al mismo tiempo que me acercaba a él. Tenía el cabello castaño y corto, mientras que sus ojos eran azules. Llevaba un simple uniforme, dejándome saber que podría haber estado ejercitándose.
Leí sus placas.
—Descanse, sargento Barnes —solté, seria, y miré a mi alrededor. —¿Y los demás?
—En el campo de tiro —respondió con rapidez.
El campamento estaba vacío, solo había unos cuantos Jeeps en el lugar. Barnes era el único de la 107 que estaba en el lugar. Regresé mi mirada hacia él. Lucía un tanto desconcertado. Algo sorprendido, tal vez.
—¿Y usted qué hace aquí? —cuestioné, arqueando una ceja.
Las comisuras de sus labios se elevaron y una sonrisa, un tanto provocativa, se formó en su rostro.
—Bueno, alguien tenía que recibirla, ¿no?
Me pareció oír un tono juguetón en su voz, aunque su sonrisa confirmaba mis sospechas. Lo miré de pies a cabeza y curvé mis labios hacia abajo.
—Que caballeroso —murmuré, pasando junto a él. —Lléveme al campo de tiro, quiero ver a los demás.
Y así lo hizo. Barnes me guió hasta el campo de tiro.
El camino fue corto y silencioso, pero no incómodo. Podía sentir su mirada sobre mí y, una que otra vez, lo había pillado mirándome de soslayo. Supongo que se preguntaba por qué me había enlistado o cómo fue que terminé en un cargo tan alto pese a mi corta edad.
No lo culpaba. Todos se sorprendían cuando se enteraban que era Teniente Coronel, pero no por mi corta edad, sino por el simple hecho de ser una mujer. Había aprendido a sobrellevar los comentarios despreciables, aunque no me quedaba de brazos cruzados.
—Es aquí, teniente —anunció Barnes, deteniéndose.
Inmediatamente lo imité y detuve mi andar, quedando de pie junto a Barnes.
Frente a nosotros se encontraban varios soldados formados en una fila horizontal, dándonos la espalda. A unos metros delante de ellos habían colocado maniquíes, los cuales simulaban ser el enemigo. Aquello me indicó que estaban entrenando con las armas. Sabía que no eran todos los reclutas asignados a la 107, pero eran la mayoría.
En ese momento un sargento arrojó su rifle al suelo y giró lentamente, probablemente molesto. Entonces notó nuestra presencia. Se quedó inmóvil en su lugar, mirándome con fijeza, y con un torpe ademán llamó a los demás. En cuestión segundos decenas de miradas fueron a parar sobre mí.
Me mostré firme y segura, no me dejaría intimidar.
—Sargentos —saludé acompañado de un asentamiento de cabeza. —Teniente Adams.
Un largo silencio le siguió a mis palabras, por lo que solté un pesado suspiro. Los sargentos me miraban fijamente, sin siquiera moverse un centímetro. La expresión en sus rostros me indicaba que mi belleza no los había dejado sin habla.
No, definitivamente no se trataba de eso. Ya había visto esas miradas antes.
El ambiente era notablemente tenso. Todos ellos me miraban con el ceño fruncido y la extrañeza brillaba en sus ojos. Supongo que nunca habían tenido una teniente mujer.
Entonces un sargento dio un paso al frente.
—¿Usted nos dirigirá, señorita? —preguntó, pretendiendo ser amable, aunque la burla podía notarse en su voz.
También di un paso, quedando frente a frente con aquel sargento. Guié la mirada hacia sus placas para saber su nombre: Sargento Jones. Apuntaría aquel apellido, seguramente era uno del grupo de los idiotas.
—Es teniente, no señorita —corregí con firmeza. —Y sí, yo voy a dirigirlos, ¿por qué? ¿Tiene algún problema con eso?
El sargento humedeció sus labios y una sonrisa socarrona apareció en ellos.
—De hecho... —comenzó a hablar con burla. —No creo que una mujer sea capaz de dirigir el ejército de los Estados Unidos.
Sus palabras sin dudas me molestaron. Me habían subestimado antes, estaba acostumbrada, pero eso no hacía que me frustrara menos.
—Y yo creo que un idiota no es capaz de estar en el ejército de los Estados Unidos —murmuré y lo miré de pies a cabeza. —Pero aquí estás tú.
Detrás de mí, Barnes ahogó una carcajada y un extenso «oh» se oyó entre los demás sargentos. Aquello me hizo sonreír.
Jones miró a sus compañeros con el entrecejo fruncido. Se notaba que mi comentario no le agradó para nada y mi sonrisa burlona aumentaba su furia. No era difícil saber que su frágil masculinidad y su ego se habían visto heridos por una mujer, lo cual lo molestaba aún más.
—Así que dime, ¿ya no quedan platos por lavar? —Se burló como último recurso.
Sus compañeros soltaron unas carcajadas, también burlándose de mí.
Aquellas palabras cargadas de burla y desprecio me hicieron perder la paciencia. No vine para que se burlaran de mí, mucho menos para que me subestimaran.
—Oye, Jones, deja... —comenzó a hablar Barnes, pero decidí defenderme sola.
Con rabia contenida tomé el miembro de Jones, apretandolo con fiereza sobre su pantalón. El sargento se retorció y soltó un quejido de dolor. No dudé en apretar aún más fuerte. Estaba molesta y no podía, ni quería, ocultarlo.
En ese momento las risas desaparecieron y los sargentos miraron la escena con la boca abierta. No podían creer lo que estaba haciendo.
—No vuelvas a hacer ese tipo de "bromas", ¿oíste? —murmuré en su oído y Jones asintió torpemente, pero no me conformé. —¿Cómo se dice?
—Si... —dijo en un susurro, pero luego carraspeó. —¡Sí, teniente!
Aquello me hizo entender que era suficiente. Solté su miembro y al instante Jones cayó al suelo, gimiendo.
Sabía perfectamente que lo que hice era algo que no todas las mujeres harían y que sería inapropiado, pero no me importaba. No dejaría que nadie pasara por encima de mí, mucho menos un hombre. Era tan capaz como cualquiera de ellos y no por ser mujer debía ser tomada como un maldito juego.
No soportaba a las personas que pretendían ser superior a los demás.
En cuanto levanté la mirada hacia los demás sargentos, estos se enderezaron rápidamente. Esta vez el desprecio había desaparecido de sus ojos, dándole lugar a la sorpresa.
—A partir de ahora, Jones lavará todos los platos —ordené con voz firme. —Encontraré alguna tarea para el próximo que se atreva a soltar alguna estúpida broma.
Todos llevaron una mano hacia su frente, saludándome de forma respetuosa.
—¡Sí, teniente! —exclamaron al unísono.
Asentí, satisfecha con la respuesta, y giré hacia Barnes, quien estaba de pie detrás de mí. Él llevó su mano hacia su frente inmediatamente, aunque de una forma más suelta. Aquello no me molestó, además no parecía ser un idiota como los demás.
Sonreí, sin separar los labios.
—Es bueno ver que no todos aquí son unos idiotas —murmuré y luego giré hacia los demás. —¡Alístense para un ejercicio de campo!
—¡Sí, teniente! —exclamaron nuevamente y partieron hacia la bodega para alistarse.
Detrás de mí, Barnes dio un paso, dispuesto a ir detrás de sus compañeros, sin embargo lo detuve.
—Manténgase cerca, sargento Barnes —ordené, mirándolo de soslayo. —Necesito que alguien tome los recados.
Él asintió, sonriendo levemente y entrelazando las manos detrás de su espalda.
—Entonces puede llamarme Bucky, teniente.
Arqueé una ceja al oír aquel apodo y una pequeña sonrisa se formó en mis labios. No sonaba mal, además se me hacía tedioso tratar de «usted» a los demás. Era algo que definitivamente no iba conmigo.
—Te diría que puedes llamarme Valerie, pero eso sería inapropiado considerando la diferencia de posiciones —anuncié, luego arqueé mis labios hacia abajo. —Suerte que eso es algo que no me interesa.
Las cejas de Bucky se elevaron, sorprendido, sin embargo sonrió mientras negaba levemente con la cabeza.
—Será Valerie entonces —aceptó, totalmente de acuerdo con la idea.
Dedicándome una vez más aquella provocativa y dulce sonrisa emprendió marcha detrás de sus compañeros.
Suspiré, mirando que Bucky se alejaba. Las comisuras de mis labios se arquearon hacia abajo, mientras asentía con la cabeza.
—No está nada mal —murmuré.
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