02 - Primer recuerdo

Observé el recuadro frente a mí y lo tomé cuidadosamente entre mis manos. Sonreí sin separar los labios cuando toqué la suave madera. Una cálida sensación abrazó mi corazón y me hizo sentir feliz, aunque también melancólica.

Era la fotografía de un hombre, mi padre. Su cabello castaño era corto, tanto que casi no podía verse debajo del casco que llevaba como protección. Su ropa estaba perfectamente alisada, aunque se arrugaba en algunas partes debido a la posición de su brazo. A la altura de su pecho, sobre un bolsillo de la camisa, habían bordado «Coronel Eduard Adams» para identificarlo.

Era la típica foto de un soldado.

—Estaría muy orgulloso de tí, Val.

—Eso espero —murmuré.

Respiré hondo antes de voltear hacia mi madre, quien se adentraba a la sala de estar. Lucía tan perfecta y presentable como siempre, usando uno de sus hermosos vestidos.

Ella sonrió y se acercó a mí para estrecharme entre sus brazos. Me abrazaba fuertemente, como si nunca quisiera soltarme. Sabía que esto era difícil para ella, sobre todo por lo que le había sucedido a papá.

Con una sonrisa melancólica, correspondí su abrazo. La apreté entre mis brazos, sin querer separarme de ella. Aspiré su dulce aroma, el cual me hacía sentir en casa. Aquél abrazo me recargó de valor para enfrentar lo que venía a continuación, que no era para nada fácil.

—Estoy muy orgullosa de todo lo que has logrado —sonrió mientras se separaba. —Teniente Coronel.

No pude evitar sentirme orgullosa al oír esas dos últimas palabras. Me había esforzado mucho por conseguir aquel título, luchando contra la idea de que la guerra no era para mujeres. En ningún momento había bajado los brazos y ahora todo ese esfuerzo estaba dando frutos. Quería seguir los pasos de mi padre y me alegraba saber que lo estaba logrando.

—Suena bien, eh —comenté con gracia, pero luego hice una mueca. —Sería perfecto si no tuviera que usar esta tonta falda. Además, ¿quién rayos va a la guerra con tacones?

Mamá me dio un golpe en el hombro al oír mi comentario. Reí ante su acción, aunque ella mantenía el entrecejo fruncido.

—Tienes que comportarte —regañó y yo bufé. —Compórtate como una señorita y no cuestiones a tus superiores.

Rodé los ojos y mamá volvió al golpearme en cuanto lo hice.

—Y nada de muecas obscenas, ¿entendido?

Solté una risa al oír el sermón que mamá me estaba dando. Sabía que lo haría, me habría sorprendido si no fuera así. Aunque ambas sabíamos que aquellas palabras eran pronunciadas inútilmente. Siempre haría lo que a mí me pareciera correcto, pero también sabía reconocer límites. Debía tener un equilibrio.

—Oh, por favor, mamá —solté una pequeña risa. —Soy la Teniente Coronel, iré a patear traseros, no a ser una señorita.

—Y cuida ese lenguaje.

Mamá llevó dos dedos al puente de su nariz y tomó una bocanada de aire, como si aquello fuera a darle paciencia. Ni ella misma entendía el por qué se molestaba en darme consejos. De todas formas me agradaba que lo hiciera, me hacía sentir que realmente le importaba.

—Está bien, mamá —acepté, aunque ambas sabíamos que no cumpliría. —Volveré cuando ganemos la guerra, lo prometo.

Sus ojos se aguaron, por lo que agachó la cabeza para limpiar sus lágrimas. Sorbió por la nariz, soltando murmullos inaudibles. No me gustaba verla de esa forma, en cualquier momento me haría llorar y era algo que no quería.

—Estaré esperando. —Y volvió a abrazarme.

Era difícil marcharme. Siempre había sido muy unida a mi madre, hacíamos todo juntas. Me costaba alejarme de ella, pero debía hacerlo. Los tiempos de guerras eran difíciles para las madres y esposas, sin mencionar a los soldados. Ya había sufrido la muerte de papá a manos de los nazis y no quería que sufriera por mí.

En ese momento me prometí ser cuidadosa y regresar en cuanto la guerra terminara. Lo que menos quería hacer era dejar sola a mamá, no soportaría que sufriera otra pérdida. Me aseguraría de estar de regreso, sin importar lo que sucediera. Esta no sería la última vez que nos veríamos.

Repentinamente una fuerte bocina proveniente del exterior resonó por todo el interior de la vivienda. Ambas sabíamos a qué se debía. Habían llegado por mí.

Mamá se separó de inmediato, limpiando sus lágrimas y poniendo una brillante sonrisa en su rostro.

—El deber llama, señora Penélope —murmuré con diversión.

Llevé una mano a la altura de mi frente, saludándola como si fuera un soldado. Mamá soltó una risa ante mis ocurrencias mientras negaba con la cabeza.

Extrañaría el ambiente alegre que siempre había en nuestra casa, sabía que en la guerra no sería así. Extrañaría sus regaños y comentarios irónicos, aunque a veces podían ser exasperantes. La extrañaría a ella... y mucho.

Tomé la maleta que se encontraba apoyada en el suelo, en la cual llevaba algo de ropa. Cargaba con lo justo y necesario, no habría tiempo para juegos. Tenía órdenes específicas de viajar ligera.

Miré una vez más a mamá y sonreí.

—No te desharás de mí tan fácil.

Ella soltó una pequeña risa, aunque las lágrimas continuaron rodando por sus mejillas.

—Espero que no.

Le di un corto abrazo y finalmente salí de casa con rapidez. Si me quedaba un segundo más dentro, no saldría jamás.

Me monté en el automóvil y emprendimos marcha hacia Nueva Jersey, más precisamente hacia el Campamento Lehigh, donde había sido asignada para ser parte del Proyecto Renacimiento.

Por el momento ayudaría en el entrenamiento de los nuevos reclutas. Era consciente de lo importante de aquella tarea, pues uno de esos reclutas llevaría el suero del super soldado en su sistema. Sería el primer Super Soldado de América.

Tomé una bocanada de aire y miré mi casa por última vez.

Dejé atrás a mamá, dispuesta a luchar por mi país, pero prometiendo regresar. Para mí era un honor ser parte del ejército, era algo que no muchas mujeres podían hacer. Estaba entusiasmada.

Regresé la vista al frente, preparándome para lo que me esperaba en los próximos meses.

—Allá vamos.

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