01 - Hora de regresar

La intensa y brillante luz me provocaba un terrible ardor en mis ojos, los cuales apenas podía mantener abiertos. Oía gruesas voces a mi alrededor, pero no identificaba ningún rostro. El sonido de los objetos metálicos que chocaban contra una bandeja acompañaba al sonido de esas escalofriantes voces. Era un chirrido agudo y hacía que mis oídos dolieran. Podía oír con mayor intensidad, algo que antes no podía hacer. Me desesperaba.

Un fuerte pinchazo en mi brazo derecho me sobresaltó, pero estaba tan débil que apenas pude moverme para demostrar mi rechazo. Luego siguieron más pinchazos en diferentes partes de mi cuerpo. Piernas, brazos, abdomen, espalda. Sea lo que sea, dolía. El dolor era lo único que podía sentir, lo único que sentía en este lugar. Se había vuelto una constante tortura y yo estaba acostumbrandome, era lo único que podía hacer. No tenía fuerzas para huir.

Entonces una de esas personas se acercó, sosteniendo un objeto sumamente brillante. Mis ojos se cerraran al instante. Aquel cubo desprendía una intensa y brillante luz azul, la cual lastimaba mis ojos. Lo único que logré ver fueron las gafas redondeadas de aquel científico, el mismo que me había traído a este lugar.

—Serás la nueva arma de Hydra.

Se sintió peor que una sentencia de muerte.

—No... —murmuré, sintiendo que caía cada vez más en la inconsciencia. —No lo hagan... déjenme volver con ellos, por favor...

Me senté repentinamente en la cama, tratando de recuperar el aire y sintiendo que unas gotas de sudor caían por mi frente. Miré a mi alrededor en un intento desesperado de comprobar que en realidad me encontraba en mi habitación y no en aquella fría base que tanto odiaba, que tanto sufrimiento me había generado. Me calmé cuando noté que efectivamente estaba a salvo o, bueno, eso me gustaba creer.

Solo había sido una pesadilla.

No, más bien había sido un recuerdo. Uno que jamás olvidaría y que me perseguirá hasta el final de mis días, de eso estaba segura.

Llevé una mano a mi nuca y acaricié la pequeña cicatriz. A penas había escapado me había deshecho del implante que me habían colocado. Un chip rastreador, para ser más clara. Hacerlo había hecho que no me encontraran, pero eventualmente lo hacían y me veía obligada a huir... de nuevo. Me seguían muy de cerca, por lo que debía mantenerme en constante movimiento y por suerte sabía cómo hacerlo. Además tenía la ayuda necesaria.

Cuando retiré mi mano noté que estaba húmeda. Sudor. Era normal después de un mal sueño o recuerdo. Muchas noches me despertaba de esta manera, supongo que aquella fue una etapa de mi vida que me marcó para siempre.

Miré el reloj que colgaba de una de las despintadas paredes: seis de la mañana. Se había vuelto una costumbre despertar a esta hora, así que decidí levantarme para darme una ducha con agua fría para despabilar. La vieja y pequeña cama crujió cuando me moví y pensé que en algún momento se rompería, pero no fue así. Siempre me sorprendía la resistencia de este lugar.

Vivía en un pequeño y destartalado edificio que se caía a pedazos, literalmente. Había alquilado una habitación en este lugar porque me pareció discreto. Y así lo era. Llevaba ocho meses viviendo aquí, lo cual era mucho considerando que lo usual era huir luego de dos. Aquí era seguro y me aseguraba que así se mantuviera, por lo que vivía en constante vigilancia. Cada vez que salía a la calle observaba todo mi alrededor con atención para evitar ser vista o seguida.

El reflejo que el espejo me devolvía no estaba tan mal. Mi aspecto, a comparación de cuando desperté, era más lúcido y seguro. Mi cabello había crecido mucho en estos dos últimos años y caía en rebeldes ondas hasta mi espalda media, tal como siempre lo había hecho. Pese a la lucidez en mi expresión no pude evitar la aparición de ojeras, eran contadas las noches que podía dormir sin interrupciones. Aunque no eran tan marcadas y lograban pasar desapercibidas. De todas formas, no era algo que me preocupara. Tenía cosas más importantes en mi cabeza.

Me alisté para salir a mi encuentro con Wells, un estadounidense que vivía en Marrakech desde hace muchos años. Era capaz de manejarse perfectamente en cada rincón del mundo, haciendo tratos y negociaciones fuera de la ley. Era tan astuto, ingenioso e inteligente que nunca había sido capturado por la policía. Hablaba más lenguas de las que podía contar y había sido mi único contacto en estos dos años, era el único que necesitaba. Wells había sido el encargado de involucrarme en el mundo actual y de ocultarme, lo cual hacía a la perfección. Tenía los recursos suficientes para hacerlo.

Las calles de Marrakech estaban repletas de personas todo el tiempo, sin importar el día o la hora. Algunos eran lugareños, otros turistas y había algún que otro fugitivo. Era una ciudad perfecta para ocultarse, el hecho de que siempre estuviera repleta de personas ayudaba a camuflarse.

Caminando entre las personas me aseguré de acomodarme la capucha de mi sudadera para ocultar mi cabellera, tratando de no llamar la atención. Metí mis manos en los bolsillos y di con mis gafas de sol. Las saqué y me las coloqué con disimulo. Eran grandes y cubrían gran parte de mi rostro, siempre eran de gran ayuda.

Las personas pasaban junto a mí sin siquiera percatarse de mi presencia. Algunas chocaban conmigo, pero no se detenían a disculparse. De alguna manera agradecía aquello, significaba que era insignificante para ellos. No les importaba, entonces no me miraban. El sistema funcionaba.

No pasó mucho tiempo antes de lograr ver a Wells entre la multitud. Estaba parado frente a un mercado de carne seca, comprando. El moreno ni siquiera se esforzaba en ocultarse, parecía no importarle. Caminaba y se mostraba libremente, como si no fuera uno de los criminales más buscados. No conocía su historia, solo sabía lo que se decía en las noticias, y él no conocía la mía. Solo nos ayudabamos mutuamente, sin importarnos por lo personal.

Me paré junto a Wells, manteniendo una distancia considerable. Fingí mirar las carnes. Él notó mi presencia al instante, pero continuó con la vista al frente, observando las carnes con interés. No nos gustaba arriesgarnos a que nos vieran juntos, nunca sabíamos quién estaba mirando. Ambos éramos buscados, por lo tanto precavidos.

—¿Tienes algo para mí? —murmuré, apenas moviendo los labios.

Tomó un trozo de carne y se lo entregó al vendedor. Actuaba como si nunca hubiera hablado, pero sabía que me había oído.

—Lo tenía —respondió de igual manera. —Hasta que el Capitán América apareció.

Tensé la mandíbula al oír aquel alias. No me sorprendía saber que Steve se había entrometido, después de todo era su trabajo como Vengador. En todo caso me hubiera sorprendido que no interviniera.

—¿Algo más?

Del interior de su chaqueta sacó un periódico. Al instante lo colocó sobre la barra de madera y disimuladamente lo extendió hacia mí, aún sin mirarme. Bajé la vista para leerlo, si me lo daba era porque me interesaría.

Mi entrecejo se frunció con solo leer el título del apartado: «Proyecto Insight en Washington». Debajo de este había una fotografía de Alexander Pierce, el Secretario de Defensa. Le había pedido a Wells que me mantuviera informada sobre lo que sucedía en Estados Unidos, especialmente si se relacionaba con S.H.I.E.L.D. Aceptó sin hacer preguntas, por suerte.

No me molesté en leer el artículo completo, sabía que eran puras mentiras. Lo supe con solo saber que Pierce estaba involucrado. Usaba aquel proyecto para cubrir algún tipo de trabajo sucio, lo presentía.

—Mantenme informada.

No dije nada más.

Tomé el periódico con algo de frustración y me alejé de Wells y de aquel puesto de carne. Sujetaba el periódico con fuerza, comenzando a considerar mi regreso. Ese proyecto no me daba buena espina y estaba segura que Pierce trataba de hacer algo malo, muy malo. Debía ser detenido, esa era la única certeza que tenía.

Caminé por las calles de Marrakech por media hora más, comprando algunas cosas necesarias. Luego me dirigí directamente hacia mi departamento. No tenía nada que hacer y continuar en la calle no era buena idea, estaría más expuesta. Lo mejor era encerrarme para evitar ser encontrada.

Por otro lado, en mi mente solo podía pensar en Pierce y en el Proyecto Insight.

¿Debería regresar?

(...)

Me senté sobre la cama, respirando agitadamente. Mi cuerpo temblaba y estaba repleto de sudor. Como era  habitual, miré a mi alrededor para comprobar que me encontraba en mi habitación. Había sido otro recuerdo, esta vez de cuando me durmieron.

Un repentino escalofrío recorrió mi espalda cuando una brisa fría entró por la ventana. Fruncí el entrecejo al ver que las cortinas ondeaban al compás del viento. Mi confusión aumentó en cuanto me percaté que la ventana estaba abierta. Antes de dormir la había cerrado, estaba segura.

Una sospecha se instaló en mi pecho y, en estos dos años, había aprendido a seguir mi instinto. Si creía que alguien estaba aquí, así era.

Me puse de pie, siendo sigilosa, y me acerqué a la mesa de noche que estaba junto a mi cama. Manteniendo la mirada en cada rincón de la habitación, llevé mi mano hacia el cajón y tomé la pistola que Wells había conseguido para mí. Me mantuve en silencio para que mi audición se agudice y poder oír algo. Fue cuando oí el tenue sonido de unas pisadas.

Alguien estaba aquí y ahora estaba segura.

Levanté la pistola y comencé a caminar lentamente hacia el comedor, preparada para atacar a quien fuera. Me apegaba a las paredes para ocultarme y me mantenía entre las sombras, siendo totalmente silenciosa. Observaba cada rincón con atención. Quien sea que fuera, seguramente era alguien experto. Debía ser cuidadosa, tener ojos hasta en mi espalda.

Había atravesado la puerta del comedor cuando sentí un leve ruido detrás de mí. Volteé rápidamente, pero la otra persona fue más rápida y golpeó mis manos, haciendo que la pistola cayera al suelo. No me dio tiempo de reaccionar y en cuestión de segundos me encontraba en el suelo, con alguien sobre mí. Traté de moverme, pero colocó su antebrazo en mi garganta. Me quedé inmóvil.

De repente la luz del comedor se encendió y fui capaz de ver el rostro de mi atacante. Aunque pasé años dormida había aprendido todo lo que había sucedido en ese lapso, por lo que la reconocí al instante. Una sonrisa apareció en mi rostro.

—Es un honor tener a Black Widow sobre mí  —murmuré y humedecí mis labios. —La cama es más cómoda, pero si tú prefieres aquí...

—Valerie —interrumpió una voz conocida.

Guíe mi mirada hacia la persona que había encendido la luz, quien también había pronunciado mi nombre. El rubio vestía su traje de Capitán América y me miraba inexpresivo.

—Steve, hola —saludé con una sonrisa. —Habría preparado la cena si me hubieran dicho que vendrían.

—No vinimos a cenar —respondió.

Solté un suspiro al oírlo tan serio. Los años habían pasado, pero seguía siendo el mismo hombre que había conocido. No había cambiado en lo absoluto, lo que también me alegraba.

Me teletransporté frente a él y pude ver que Romanoff cayó al suelo al no tener nada en qué apoyarse. Luego me buscó con la mirada, frunciendo el entrecejo por lo que había hecho. Le guiñé un ojo, divertida, y regresé mi mirada hacia Steve. Él tomó una bocanada de aire. Finalmente estábamos cara a cara.

—Siempre es bueno verte.

—Te creí muerta.

—Y yo a tí. —Me encogí de hombros. —Me tomaste por sorpresa. Podrías haber llamado a la puerta.

—¿Hubieras abierto? —cuestionó, arqueando una ceja.

Sonreí, dándole su respuesta. Claro que nunca hubiera abierto, más bien hubiera huido.

—¿Cómo me encontraste?

Él soltó su escudo, dejándolo apoyado sobre una de las paredes del comedor. Aquello me dio a entender que no venía a luchar. En ese momento Romanoff caminó hasta posicionarse junto a su compañero. Me miró con atención.

—Durante una misión alguien te nombró, dijo que solías ayudar a estas personas —informó y supe que hablaba sobre el mismo trabajo que le arrebató a Wells. —Tenía que saber si eras tú.

Solté un suspiro.

—Ahora lo sabes —hice un ademán. —Ya puedes irte.

Di unos pasos, dispuesta a regresar a mi habitación y esperar que se marcharan, sin embargo Steve me detuvo en cuanto pasé a su lado. Sostuvo mi brazo con fuerza para evitar que me fuera. Levanté la mirada, desafiante.

—Eres una alterada —remarcó cada palabra. —Debes venir conmigo. Podríamos ayudarte.

Hice una mueca al mismo tiempo que me soltaba bruscamente de su agarre.

—¿Ir contigo? —cuestioné y solté una carcajada amarga. —¿Para que me encierren? ¿Para que experimenten conmigo? No, gracias.

Steve frunció su entrecejo.

—¿Por qué habrían de encerrarte? Practimante eres una heroína de guerra.

Cierto, Steve no tenía ni idea de lo que sucedió y de lo que aún sucedía. Decidí no decir nada.

—¿Entonces van a experimentar conmigo? —cambié de dirección la conversación.

Miró a Romanoff por unos segundos, luego suspiró.

—Solo queremos asegurarnos de que no caigas en manos enemigas.

—Y que vaya con S.H.I.E.L.D, ¿verdad? —arqueé una ceja.

Vaya diferencia.

—Podrás unirte a los Vengadores, serás una de nosotros —intervino Romanoff. —Con tus habilidades podrás ayudar a las personas. Es lo que haces aquí, ¿no?

¿Vengadora?

Ni en sus sueños. Jamás podría serlo. No si tenían en cuenta mi pasado.

—¿Oyeron eso? —murmuré con confusión y ellos fruncieron el entrecejo. —Creo que me necesitan en Australia.

Y sin decir otra palabra me teletransporté lejos de Steve y Romanoff, lejos de Marrakech y su gente. No me interesaba en lo más mínimo lo que tuvieran que decirme. En un abrir y cerrar de ojos aparecí en un callejón de Nueva York.

Solté un suspiro y me apoyé en la pared. Cerré mis ojos con fuerza. Gran parte de la tranquilidad que tenía se esfumó con solo ver aquel periódico y la otra parte desapareció en cuanto Steve y Romanoff irrumpieron en mi departamento.

Hubiera preferido que Hydra me encontrara antes que ellos. Pero, por otra parte, me habían hecho un favor. Me obligaron a salir de aquel lugar, lo cual era bueno en su mayoría. Fue el empujón que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer desde el momento en que desperté.

Ya era hora de ir por Pierce y Hydra.

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