00 - El despertar
En la bóveda de un banco ubicado en Washington se llevaba a cabo el trabajo sucio de una de las organizaciones más grandes y antiguas del mundo, la cual tenía influencias en el gobierno de muchos países. Nadie, excepto sus miembros, tenía conocimiento sobre la existencia de dicha organización. Esto, sin dudas, era una gran ventaja a la hora de hacer un trabajo.
El lugar estaba desolado y en completo silencio, salvo por el crujido que el hielo provocaba al romperse. Era un ruido leve, por lo que no podía ser oído por las personas que vigilaban la bóveda desde el exterior.
Dentro de una cápsula se encontraba una mujer, dormida. Con el pasar de los segundos su piel se fue liberando del hielo que la cubría y su cuerpo lentamente comenzaba a recuperar su movilidad. Su pecho subía y bajaba con lentitud, respirando con calma. Poco a poco fue recuperando el control de su cuerpo, pero los guardias no se percataron de eso en ningún momento.
De repente sus ojos chocolates se abrieron y miraron el interior de la cápsula con una extraña familiaridad. El espacio en donde se encontraba era tan pequeño que comenzaba a faltarle el aire, lo cual la desesperaba. Entonces cerró los ojos y, para cuando volvió a abrirlos, ya estaba afuera de la cápsula en donde había estado dormida todo este tiempo. Solo un parpadeo fue suficiente para liberarse.
Sus ojos recorrieron el lugar, sin saber muy bien dónde se encontraba. Finalmente su mirada recayó sobre otra cápsula, la cual se encontraba a unos pasos de la suya. La pequeña ventanilla estaba repleta de escarcha, por lo que era imposible ver quién estaba dentro.
Pero lo descubriría.
Dio un paso tembloroso, por lo que se detuvo de inmediato. Llevaba tiempo dormida y debido a eso el caminar ya no era algo tan fácil como aparentaba. Tardó en acostumbrarse a su nueva realidad, pero finalmente logró volver a caminar con firmeza. Segundos después se posicionó frente a la otra cápsula y la miró con fijeza. Estiró su mano y al tocar el frío metal sus vellos se erizaron y un escalofrío la recorrió de pies a cabeza.
Estaba a tan solo unos segundos de abrir la puerta cuando un fuerte dolor en su cabeza la detuvo súbitamente. En ese momento sus piernas fallaron, haciéndola caer de rodillas frente a la cápsula. Sentía fuertes punzadas en su sien y el dolor crecía a cada segundo. Era algo que nunca había experimentado.
—¡Flicker despertó! —gritó alguien detrás de ella.
Se trataba de un guardia, quien era el encargado de vigilar y cuidar las cápsulas. Inmediatamente alertó a sus compañeros a través de su radio, sin embargo no se atrevió a enfrentarla sin apoyo. Sabía que sería peligroso, después de todo ella era un arma de aquella organización.
Ignoró a aquel guardia y llevó las manos hacia su cabeza, presionando con fuerza al sentir que el dolor se volvía cada vez más insoportable. Apretó sus dientes, evitando soltar un grito. Entonces sus ojos chocolates pasaron a ser de un azul intenso y brillante.
Repentinamente comenzó a oír una voz en su cabeza, pero no lograba distinguir lo que decía o a quién pertenecía. Era como un tenue murmullo, tan lejano que apenas podía ser oído por ella. Era una voz gruesa y un tanto aterradora, lo que la inquietaba. Nunca había experimentado aquello, pero sea quien sea —o lo que sea— la estaba llamando con una gran intensidad. La atraía como un metal a un imán y, aunque se negara a obedecer, terminaría cediendo. Después de todo, eso había sido el responsable de su despertar.
Gritó fuertemente, cerrando sus ojos con fuerza. Se negaba a acudir a su llamado. Aún no quería marcharse, tenía algo que hacer en ese lugar.
Otros pasos apresurados se oyeron detrás de ella. En ningún momento abrió los ojos, pero sabía que más guardias venían a detenerla para dormirla nuevamente. Podía asegurar que ninguno de ellos la había despertado, sino que había sido aquella voz. Podía sentirlo.
De repente el ruido desapareció, dando paso a un silencio abrumador. Todo el alboroto que la rodeaba desapareció de un momento a otro, incluida aquella insistente voz. Ya no oía los pasos apresurados de los agentes, solo oía su agitada respiración. Ya no sentía aquel dolor de cabeza, solo sentía los acelerados latidos de su corazón.
Entonces abrió sus ojos con lentitud, notando que ya no se hallaba en aquella bóveda. Estaba recostada en medio de un lugar que no lograba reconocer. Sabía que se había teletransportado allí, pero aún no tenía claro el por qué. Había sido inconscientemente, como si alguien o algo la hubiera arrastrado hacia allí. Ella jamás podría haberse transportado a aquel lugar por sí sola.
Se puso de pie lentamente, analizando el lugar detalladamente. Se encontraba en un edificio abandonado, casi en ruinas. No entendía por qué había llegado a aquel lugar. Ni siquiera lo conocía o, si lo hiciera, ya no lo recordaba. Más preguntas aparecieron en su cabeza.
Con el entrecejo fruncido y una expresión totalmente confundida, salió del edificio dando pasos lentos y dudosos. Una vez que estuvo afuera, su respiración se cortó al encontrarse con una fuerte imágen. Había vivido muchas cosas, pero nunca imaginó ver algo así. Aquello sin dudas era algo que nunca esperó presenciar.
Toda la ciudad estaba casi en ruinas. Los edificios se desplomaban frente de ella y extrañas criaturas metálicas sobrevolaban la ciudad, destrozando todo a su paso con sus extrañas armas. Retrocedió completamente confundida y asustada cuando los restos de una de esas criaturas cayeron a sus pies. Ella nunca había visto algo similar ni en sus más locos sueños.
Repentinamente un rugido espeluznante la sobresaltó, el cual vino acompañado del ruido de cristales y escombros que chocaban contra el suelo. Entonces, en cuestión de segundos, tenía a una bestia gigantesca y verde frente a ella.
—¡Mierda! —exclamó, cayendo al suelo por el espanto.
Aquella bestia no pareció percatarse de su presencia, por lo que continuó luchando contra las criaturas que atacaban la ciudad. Destrozaba todo a su paso.
Sus ojos se movieron espantados por todo su alrededor. Fue cuando su mirada recayó sobre un cartel caído en la orilla de la acera, en él se leía el nombre de la calle y, aunque llevaba años dormida, la reconoció al instante. Nunca se olvidaría de la ciudad que la había visto crecer, la ciudad que había sido su hogar durante años.
Nueva York.
O lo que quedaba de ella.
—¡Hulk, te necesito aquí! —gritó alguien, a lo lejos.
Ella desvió su mirada del cartel y la dirigió hacia el dueño de aquella voz, la cual le resultaba terriblemente familiar. Giró la cabeza con lentitud. Sabía perfectamente a quién se encontraría, pero debía verlo con sus propios ojos. Entonces su boca se abrió ligeramente al verlo y su pulso se disparó inmediatamente.
—Steve —susurró, soltando una exhalación.
El rubio, en un principio, no le prestó atención. Primero se encargó de enviar a Hulk hacia otra calle de la ciudad, la cual también estaba siendo atacada. Cuando finalmente este se alejó, Steve dirigió su mirada hacia ella, pensando que se trataba de otra simple civil. Entonces su expresión seria cambió a una sorprendida en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Valerie? —murmuró, sin poder creer lo que sus ojos estaban viendo.
Y no era para menos. Varios años habían pasado desde que se vieron por última vez y, sinceramente, ninguno se imaginaba un reencuentro. Se creían muertos el uno al otro, por lo que verse causaba un gran impacto.
—Oh, diablos...
La situación fue muy pesada para que Valerie pudiera soportarlo, por lo que decidió huir, teletransportandose lejos de Nueva York. Aquello no era algo habitual en ella, pero estaba tan abrumada y confundida que no pudo evitarlo. Apenas despertaba y todo en el mundo parecía ir mal.
Regresó a Washington, solo que esta vez no a la bóveda. Era el único lugar en el que pudo pensar, su mente era un caos en ese preciso momento. Sabía que la estarían buscando por toda la ciudad y sus alrededores, por lo que debía ser precavida. Cada paso que diera sería monitoreado y era por eso que debía ser más cuidadosa que nunca.
Se encontraba en uno de los tantos callejones de la ciudad y cuando se aseguró de que estaba sola, se dejó caer al suelo. Escondió la cabeza entre sus rodillas y con las manos se cubrió la nuca. Comenzó a mecerse, teniendo un ataque de nervios. Estaba alterada.
Ver a Steve la había abrumado y no era para menos, pues lo creía muerto desde hace mucho tiempo. Aunque aquella era la menor de sus preocupaciones. En ese momento sólo podía preguntarse una cosa:
—¿Qué año es?
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