(21) ♤El Esclavo♤
El pitido de esas máquinas que están en los hospitales para verificar los latidos del corazón me envuelven. La frialdad de la habitación me estremece. Y el olor a alcohol medicinal me hace arrugar la nariz. Siento que las pálidas paredes se cierran sobre mí, este lugar es muy pequeño o así lo sentía.
Estaba frente a una mesa de madera vieja y podrida, sobre ella había un juego de ajedrez con las fichas movidas. Del lado de las piezas negras había una mujer de cabello azabache y de ojos tan azules como el mar; ella vestía de un rojo potente y sus labios voluptuosos poseían el mismo color. Frente a su figura había una niña, esa misma pequeña albina que desprendía un aire misterioso y a la vez inquietante; vestida solo con una bata de hospital, con sus muñecas llenas de intravenosas y en su cabeza un montón de cables monitoreando su estado cerebral. Y yo estoy en medio de ambas, sentado en una silla, como un espectador ansioso por ver una nueva película.
La mujer era tan brillante y colorida en comparación a la sombría y decaída niña que observaba la ficha de la reina con los ojos vacíos, oscurecidos y con la pupila tan dilatada que el iris transparente parecía ser solo una fina línea de color alrededor de su ojo.
—¿Sabías que el ajedrez es un deporte internacional?—sonríe la mujer moviendo una de las piezas.
Ls niña le sostiene la mirada fríamente y niega con la cabeza lentamente, estirando su brazo y moviendo la torre.
—¿Te gustan los deportes?—sigue preguntando con un tono apacible y suave.
La pequeña vuelve a observarla con detalle y baja la cabeza fijándose en las alargadas y blancas manos de la mujer.
—No sé que es un deporte—la voz de la niña sale baja, casi inaudible, pero la mayor pareció escucharla.
La peli negra alza el mentón y sonríe de lado.
—Es una actividad o ejercicio físico, sujeto a determinadas normas, en que se hace pruebas, con o sin competición, de habilidad, destreza o fuerza física—explica matando una de las fichas de la niña—¿Qué deporte te gusta?
La albina lo pensó durante largos segundos mientras miraba el tablero con los dedos temblorosos.
—Me gusta el ajedrez—musita jugueteando con su cabello y estremeciéndose por una carga eléctrica que recibe gracias al casco.
La mujer aprieta la mandíbula al verla dar el respingo y siguen jugando hasta que solo le queden dos fichas a la niña y cinco a ella.
—¿Qué harás ahora? Solo te queda el caballo y el rey.
La menor contemplaba las piezas con fijeza y los labios ligeramente apretados.
—El ajedrez demanda suma concentración y amor por el juego. Tienes que tener espíritu de lucha. Tienes que forzar jugadas y asumir riesgos—habla la azabache viendo como su contrincante mueve su caballo y toma a su reina.
La pequeña la mira con inocencia y ella sonríe delicadamente. Siguen jugando y la partida acaba cuando una ficha de caballo cae en el centro del tablero y mira a su oponente con seriedad.
—Muévete en silencio, el mundo sabrá de ti cuando digas jaque mate—la niña deja sus manos sobre la mesa y la mujer vuelve a sonreír, pero de una forma tan maravillada que hasta se me contagió.
—Eres una pequeña muy astuta—alude un tanto impactada.
La albina no se inmuta y comienza a arreglar el tablero, concentrada.
—¿Por qué no te juntas con los otros niños en las horas libres?—la repentina pregunta de la azabache nos descorcenta a ambos, tanto así que la niña y yo hacemos la misma expresión.
—¿Por qué no me junto con los otros niños?—repite pausadamente la menor con las pupilas inquietas—papá dijo que no podía juntarme con nadie, ni siquiera contigo, pero he aquí jugando ajedrez juntas—suaviza sus facciones—¿Por qué me llamaste?
Ella alza el rostro y sus ojeras oscuras relucían con intensidad sobre su pálida tez.
—Quería hacerte una propuesta...
La mujer calla cuando la niña se estremece de pronto y se toca el corazón con la mano derecha. Hace un puño en la bata de hospital contra su pecho y aprieta los ojos recibiendo electrificaciones por parte del casco que yace sobre su cabeza. La pelinegra se pone de pie inmediatamente al la pequeña caer de la silla en tanto se retuerce en el suelo como si la quemaran viva.
—Cariño, escúchame, no dejes que te controlen—pide la mujer a su lado tratando de ayudarla—tú eres fuerte, sé que puedes.
Las pupilas de la niña se dilatan tanto que la negrura termina abarcando todo su ojo, a nuestro alrededor las cosas comienzan a flotar y un aire pesado llena la habitación.
—No te rindas—vuelve a pedir—haz como en el juego de ajedrez, vencelo.
De su delgada nariz cae sangre mientras que grita con desesperación con el aparato electrocutándola.
—Déjame ayudarte. Seamos una, y salgamos de este lugar, lo podrás hacer.
—¿No sentiré más dolor?—pide con una voz tan rota que algo dentro de mí se revolvió.
La mujer la observa con dolencia y le acaricia la mejilla en tanto las electrificaciones empiezan a cesar. Le acaricia el rostro apartándole varios mechones de cabello que caían sobre su frente.
—Jamás lo sentirás.
Ambas conectaron de una manera tan magnífica que un rayo de luz majestuoso las rodeó, o era yo que ya estaba drogado. Pero en ese instante, en ese preciso momento las reconocí, a ambas, sabían quiénes eran, sabía que las había visto antes.
—Seremos solo una, Siete.
Era mi abuela y la mamá de Five. Mierda, ERA MI ABUELA Y LA MAMÁ DE FIVE.
Me pongo de pie y noto como todo a mis lados se cae como un castillo de naipes. Estrecho mi brazo con desesperación tratando de alcanzarlas, pero la oscuridad me envuelve y siento que atravieso un túnel lleno de recuerdos. Los de la niña, los de esa tal Siete, la madre de Five. Momentos de niñez, en donde una pequeñuela yace sola echa bolita en una esquina llorando, siendo sometida y lastimada. Recuerdos de su adolescencia en donde se revelaba, cuando quería ponerle fin a todo, pero la golpeaban, la inmovilazaban, neutralizaban sus poderes.
Llego a otro panorama y encuentro a mi abuela con Siete, en un salón angosto, con paredes pálidas y frías, con un aire melancólico. La mayor de ambas caminaba por toda la habitación moviendo sus labios de arriba a abajo, hablando y explicando cosas, en cambio su aprendiz la escuchaba atentamente mientras que sus manos resolvían un cubo rubi.
De pronto, mi abuela se detuvo y la señaló con la boca ladeada.
—¿Qué es lo que más desea un esclavo en este mundo?
Su pregunta repentina obliga a la chica dejar el cubo ya armado sobre la mesa para observarla confundida, pero un poco neutra.
—Ser el amo—contesta simple junto a un encogimiento de hombros.
La mujer arruga la frente y le da un golpecito tras la cabeza. Siete se queja y se toca la nuca con una mueca.
—Auch—reclama quejumbrosa.
—Esa no es la respuesta. Tantos años conmigo para que me respondas de la manera más absurda—se burla dando un resoplido.
—¿Entoces dinero?
Mi abuela rueda los ojos en negación.
—¿Reconocimiento?
Un suspiro de la mayor.
—¿Dominio?
—Dios mío no me hagas enviártela—ruega la mujer cerrando los ojos como si estuviera dando una plegaria.
La chica la fulmina indignada y frunce la boca pensando.
—Un esclavo no quiere ser amo, ni tener dinero, ni ser reconocido, ni obtener dominio porque necesitará estar vinculado a alguien o a una sociedad, y eso es lo que menos quieren. Lo que ellos realmente quieren es ser libres.
Mi abuela la tomó de los hombros y la agito de un lado a otro con una inmensa sonrisa.
—Ya pensé que tenía que poner a Ocho de sucesor.
La sigue zarandeando.
—Ya que me estás mareando—se queja.
Vuelvo a salir de ese momento y más cosas se presentaron frente a mis narices.
No sabía qué diablos estaba viendo, pero el sufrimiento de la chica me dolía tanto como si yo fuera quien lo vivió. La cabeza me duele y en un agujero dentro de la burbuja negra por la que me rodee, está ella, en algún tipo de pent-house, completamente destruido. Sus ojos estaban cristalizados en el umbral de la casa y entra con desesperación, gritando por todos lados como si buscara a alguien.
Intento acercarme a ella, pero la misma fuerza sobrenatural me hace retroceder tan fuerte que caigo al suelo golpeándome la cabeza. Aprieto los ojos y a mis lados se oyen voces distorsionadas. Me siento mareado y cuando abro las párpados, vuelvo a estar en el bosque.
Los ojos grises y tormentosos de la mujer a quien había tocado me detallan inquietos. En cambio, mis verdosos iris se relajaron entendiendo todo, un montón de cosas, como si una voz en mi cabeza me aclarara todo, del por qué me sentía conectado a ella.
—Yo.... Yo tengo tus recuerdos.
Las palabras escapan de mi garganta mezcladas con una respiración agitada.
—Tú me salvaste el día de la masacre.
Ella se mantiene en silencio, como un cachorro asustado y aislado.
—Mi abuela....
—Ella te los dio—musita dejando salir un suspiro—lo sé.
—¿Por qué? ¿Por qué tengo tus recuerdos? No entiendo.
Ahora mi mirada se alterna entre mi padre y la madre de Five.
Chase está igual de estático que mi padre, ambos impactados, como si hubieran visto un fantasma, por un segundo creí que se les caería la mandíbula y con la boca abierta en forma de "o".
Y para agregarle la cereza al pastel, los arbustos empiezan a agitarse, todos nos llenamos de suspenso y observamos el arbolito con cierto temor. Y de pronto, una oscura imagen sale de él. Mi expresión se tensó para transformarse en una contenida.
—Contexto please—Five nos contempla perdidísima.
—¿Five?—Chase se gira hacia ella pasmado.
—¿Hija?—dice su madre.
—¿Tú?—digo yo.
Todo se volvió confuso y loco de un momento a otro. ¿Qué hacia Five aquí? ¿Cómo había llegado? ¿Qué diablos ocurría?
—¿Cómo llegaste?—chilla Chase con un tinte de nerviosismo.
—Primero, nadie va a la playa en ropa de invierno y segundo, cuando mientes te da hipo—sermonea la recién llegada con el ceño fruncido.
—Claro que no—se defiende el azabache hipando por accidente y sonriendo inconscientemente.
—¿Qué es todo esto?—acusa Five desdeñosa.
—Yo también quiero saberlo—masculla mi padre acercándose a mí—aléjate de él—le dice a la mujer con reacio y creo que si le hubieran echado ácido le hubiera dolido menos.
La Rachel falsa le sostiene la mirada dura que papá no suavizaba por nada, tomándome del brazo y poniéndome a sus espaldas como un escudo.
Ella mira a su hija, luego a Chase, después a mi padre y por último a mí. Aprieta los labios ligeramente y dicho gesto me hizo recordar a Five, eran tan parecidas. ¿Qué era esta mujer? ¿Una fotocopiadora?
—Los secretos nos llevaron a esto, Logan. Creo que es momento de que sepan la verdad—argumenta con la voz serena.
—Mi hijo no va a involucrarse en esto, no haré que más personas salgan lastimadas por mi culpa—defiende papá con indignación.
—¿Mamá?—Five se acerca a ella confundida.
La nombrada la observa con meticulosidad y sus largas pestañas tocan sus pómulos al soltar un suspiro, volviendo a mirar a mi padre.
—Logan, tú y yo no podremos solos. Él es una parte esencial, él es mi llave.
—Mi familia no se involucrará dentro de los errores tuyos o de mi madre. No dejaré que él peligre.
Esas simples palabras me hicieron sonreír un poco. Mi padre de verdad se preocupaba por mí, realmente lo hacia.
Chase nos miró a todos con un aire perdido, pero nervioso.
—Con todo respeto, señor Parks, yo creo que ya es tarde—alude alzando las cejas.
—¿Por qué lo dices?
—Porque todos nosotros estamos detrás del mismo objetivo.
—¿Cuál?
Y con firmeza, respondo en lugar de Chase.
—Atrapar a S.
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