Zona X

ZONA X

*.*.*

Estanterías metálicas repletas de frascos.

Frascos llenos de líquidos amarillos con fetos... en su mayoría no desarrollados.

Leí la etiqueta de uno de ellos en la cual decía "sujeto de prueba código 007, área negra, zona X. Año de creación 2018". Su estado tenía la forma de un bebé más normal que el resto. Con un cordón umbilical tan largo y lleno de agujeros de los que salía una raíz picuda, muy rara, como si fueran espinas.

Seguí revisando el resto de las columnas las cuales se extendía por metros. Al menos los fetos de esta estantería eran del área negra, pero con diferentes numeraciones. Por otro parte la estantería del otro lado estaba clasificada con los que pertenecían al área blanca, zona x. Y todos tenían partes deformadas, a la mayoría le faltaba un brazo y las piernas, otros tenían la cabeza aplastada, hundida o deforme, y con muchos bultos en el rostro, cráneo y pecho.

Podía decir que el resto de las estanterías detrás de estas y las que todavía estaban por delante para recorrer o, mejor dicho, todo lo que estaba en este lugar, correspondía a las primeras pruebas para crear sus experimentos humanos, y los cuales, al final, no dieron resultados. Fallaron muchas veces. Que perturbador. ¿Cuántos fetos hicieron y con cuantos fallaron? ¿Y qué tanto fue lo que hicieron con ellos? En la sala que recorríamos, parecía haber más de cien. No quería imaginarme cuantos más habría en las siguientes estanterías de más adelante del lugar y aunque hubieran más, no debería perderme ni husmear en los aterradores inicios que tuvo este laboratorio para crear a alguien como Rojo 09.

El único motivo por el que recorríamos esta clase de almacén de paredes de cristal y con una tranquilidad aterradora, era para encontrar algún mapa o algo que nos sirviera para hallar la salida o encontrar esas dos áreas con los sobrevivientes. Pero habíamos estado caminando por horas, revisando cada lugar al que nos topábamos sin hallar absolutamente nada. Era imposible que el mapa en la estación de transportes fuera el único en un lugar que parecía un laberinto.

¿Cómo habían hecho las personas para no perderse? Debieron de darles alguna clase de mapa, porque de otro modo no podía imaginármelos yendo a sus lugares de trabajo sin detenerse más de una vez a preguntar dónde estaba tal lugar. Entonces, ¿por qué no hallábamos nada?

Apreté la quijada sintiéndome frustrada. Los pies me ardían de tanto caminar. Estaba cansada y me pesaban los hombros de tal forma que no podía dejar de moverlos y tratar de contrarrestar el dolor con uno que otro golpecito que daba con los puños. Tenía los labios secos y la garganta me raspaba, y no importaba cuando saliva tragara con tal de relajarla, podía sentir una abrumadora sed. Pero lo que más me molestaba ahora mismo no era eso, sino el desgarrador silencio que había entre nosotros desde entonces.

Alcé la mirada recorriendo esa ancha espalda suya a unos metros de mí. Su impotente figura masculina entenebrecía bajo las sombras que la poca luz le dibujaba. Parecía un demonio vagando en su terreno. Un depredador buscando su próxima presa y no podía quitarle la mirada sin tener que contemplarlo entero y recordar lo que sucedió.

Llevé por septuagésima vez los dedos a rozarme los labios secos bajo otra presión de culpa. En ese momento que sus manos me tomaron con rotunda fuerza y me besó, sentí que sería el último de mis días. Estaba muerta de miedo. No había órgano que no sintiera retorcerse de horror ante la sensación de sus colmillos rozándose contra mis labios. Sentí la misma desesperación tan devastadora que cuando lo tuve sobre mí en el área roja con su lengua saboreándome el cuello. Pensé, tal como en ese momento, que él me arrancaría la lengua y se llevaría un trozo de mi boca, y aun así, pese a esos aterradores temores, una pequeña parte de mi vientre se estremeció porque pudo sentir todo lo contrario.

La carnosa textura suave y tibia de sus labios cubriendo los míos con un hambre salvaje y descomunal, y su larga lengua colonizando mi boca saboreando sus rincones y meneándose contra mi lengua en una tentativa seducción... Dios mío. Sabia besar y besaba demasiado bien.

Me dije que no tenía por qué pensar en eso, pero no podía, desde que dejamos aquel pasillo simplemente no podía desvanecer todo lo que me hizo sentir por ese efímero momento. Mucho menos podía evitar cuestionarme de dónde había aprendido a besar así.

Lo peor de todo era que sus labios sabían a...

—Nos detendremos aquí.

Su espesa y profunda voz me desvaneció el recuerdo y alcé el rostro, hallando su imponente silueta a solo un par de pasos de mí. Me tensioné con su cercanía, y quizás estaría angustiándome hallar su rostro perlado en sudor, de no ser porque sus orbes carmín estaban clavándolos en mí... En mi boca, donde mis dedos todavía seguían tocando.

Aparté la mano sintiendo esa nueva corriente tratando de recorrerme las mejillas. Y me di una abofeteada mental, no entendía este tipo de reacciones tan inoportunas, y más ahora que él no se veía nada bien. Au piel había perdido pigmentación, estaba demasiado pálido y ni hablar de la piel que se le oscurecía debajo de los ojos.

—¿No te sientes bien? —quise saber.

Un par de surcos se crearon en su frente y una mueca que torció sus labios, hizo saber que no era solo eso.

—¿Qué te duele?

—No hay nada que me duela...—arrastró en una queja volviendo a mi boca. Una tan inesperada caricia en mi mejilla hizo que un estremecimiento subiera desde la planta de mis pies hasta la cabeza. Debería retroceder, y no lo hice—. Pero tu aroma está siendo una agonía para mí.

La sinceridad con la que espetó esas palabras fue terrible. No pude moverme. En la estación de transporte dijo lo mismo. Dijo que olía delicioso y que hasta para él era toda una tentación. Pero no entendía por qué me lo decía otra vez. ¿Acaso quería decirme que le estaba dando hambre a causa de mi aroma o que estaba a punto de sucederle lo mismo que en el área roja cuando echó sobre mí?

—¿Quieres que huya de ti? — la pregunta desbordó en un susurro abrupto. Aunque irme sin él no era una opción, no iba a sobrevivir mucho tiempo sin sus habilidades. Y aunque quisiera apartarme ahora mismo, no podía, quedé presa de la intensidad de su mirada.

—No puedo dejarte hacer eso. —Hubo un claro atisbo de disgusto en su voz—. Te dije que no te haría daño y no planeo hacerlo. Por eso es que voy a sucumbir...

Detuvo sus palabras y bajó su mirada a los bolsillos ensangrentados de su bata rasgada. Lo supe, supe lo que quería decir.

—Vas a comer— mi voz siguió baja, acompañada de un escalofrío.

Apretó la mandíbula y sus nudillos se retiraron de mi piel.

—No me tomará más que unos minutos, después de eso seguiremos.

Asentí bajo la atención de su mirada, esa misma que se oscureció y no pestañeó como si estuviera esperando a que hiciera algo.

— Sé que no quieres verme, entonces, apártate de aquí. — Y un pequeño escalofrío recurrió toda mi espina dorsal ante su áspera orden y las pocas mariposas estomacales se convirtieron en malestar—. No abandones el almacén, no te quiero lejos de mi alcance.

—Bien...—susurré sin saber qué más decir. Aunque en realidad no había nada por decir.

Me volteé hacía las estanterías que se repartían en seis filas y moví las piernas adentrándome en una de ellas, no sin antes revisar los pasillos que se extendían fuera del almacén. Si nos detuvimos aquí era solo porque no había peligro, por lo que no había nada de qué preocuparme. Pero no podía dejar de sentirme ansiosa entre más me apartaba de la fila en la que él se había quedado.

Lejos de pensar en la posibilidad de que un contaminado apareciera y fuera a mí a quien atacara primero por estar apartada de él, lo que venía a mi mente eran sus bolsillos y sus colmillos masticando esa carne. Di una mirada en esa dirección, las repisas una detrás de otra y la poca iluminación no hacían más que oscurecer esa zona impidiéndome vislumbrarlo. Mordí el labio y traté de leer algunos frascos, pero de nuevo levanté la mirada al mismo lugar. Rojo volvería a comer carne, y no tenía por qué afectarme ya que fui yo la que le insistió, pero lo hacía. Me preocupaba, me ponía ansiosa pensar que, al comer carne humana, lo disfrutara.

¿Y si entre más carne consumiera, menos humano se volvía? ¿Y si la carne contaminada aceleraba más su deformación? Era inevitable hacer ese tipo de preguntas, pero la que más me atormentaba era saber cuánto tiempo tendría que pasar para que terminara deformándose como el experimento de la incubadora 10. O en algo mucho peor.

Y si eso sucedía, ¿podría defenderme de él cuando eso suceda?

¿Podría matarlo...? Un pinchazo de culpa me estremeció el corazón. Estaba teniendo una guerra interna sobre él y era injusto qué pensara así después de todo lo que había hecho por mí. Me salvó, me mantuvo a salvo y yo solo pensaba de forma desagradable. Le tuve miedo desde supe que estaba contaminado y aún más cuando se echó sobre mi cuello. Pero no podía ignorar el hecho de que luchó por controlarse para no atacarme y hasta entonces siguió protegiéndome de él y los otros contaminados. A mí, a una completa extraña.

Si no podía entender ni siquiera lo que lo diferenciaba de los otros contraminados, mucho menos la razón por la que todavía no me abandonaba o me mataba. Pero tenía suerte de tenerlo a mi lado, porque sola y con un par de tijeras no tan filosas, no habría sobrevivido a ese túnel.

Rojo era una buena persona. Eso era lo que más peso tenía que tener en mis pensamientos.

Eché una mirada al techo tratando de aclarar mis pensamientos, y luego a la estantería donde la luz de la única farola intacta en todo el salón alumbraba un poco más. Detuve mis pasos enseguida cuando la etiqueta de uno de los frascos capturó mi atención.

Sujeto de prueba código 032, área roja, zona X.

Área roja—susurré para mí.

Un cosquilleo me recorrió la nuca y detuve el paso entornando más mi cuerpo a las repisas que pertenecían a dicha área, solo para devolverme y leer cada uno de los frascos de las repisas principales. 018, 017..., 014, 013..., 009. Tragué en seco, enfocándomele nuevo en ese frasco, tenía la misma clasificación que él. Por el año debajo de las siglas, había sido creado 57 años atrás. Y fallaron... No. Mordí el labio recorriendo el feto en su interior, era un poco más pequeño que los otros, con una cola de lagarto, y además de un cordón umbilical con escamas, parte de su cuerpo también estaba cubierto de las mismas.

Tenía su misma clasificación, pero eso no quería decir que este feto, tuviera su mismo ADN, ¿o sí?

—Pym.

Respingué ante la inesperada y profunda y ronca voz llamándome en un estremecedor eco junto a mí. No era la primera vez que decía mi nombre porque antes lo gritó en ese túnel, pero esta vez se sintió como si mi cuerpo fuera envuelto y atrapado en sensaciones hechizantes de tal forma que volteé para encontrarlo a poco más de un metro de distancia. Unas sombras aterradoras se alargaban bajo sus feroces orbes cuando ladeó apenas su rostro en tanto rozaba el dorso de su mano sobre su mandíbula como si se limpiara algo. Asombrosamente el color había regresado a su piel. Y estarías sintiéndome pequeñita ante la intensidad con la que no dejaba de verme, si no fuera porque caí sobre su boca carnosa donde la punta de su lengua se asomaba para saborearse las gotas de sangre que manchaban el labio inferior.

Ni siquiera tuve que bajar la mirada y revisar sus bolsillos, porque lo entendí con eso.

—Supongo que tu teoría era cierta. — Una mueca cruzo sus labios remarcando parte de su hoyuelo—. Me siento mejor que nunca.

La manera en que arrojó esas palabras con tanta asperidad y entre colmillo dejaban claro que no le gustaba. No estaba cómodo y no estaba de buen humor para aceptar lo que eso significaba. El motivo porque el que empeoraba no era solo por la pérdida de sangre, era porque necesitaba comer carne humana...o algo que fuera carne.

—Supongo que es algo que ya se percibía desde que te comiste el corazón. —Dios mío, esto era incomodo y horrible—. Ahora tendrás que tener carne siempre en tus bolsillos...

—Si eso es lo que quieres.

—Porque es lo que tú necesitas.

—Para que dejes de temer en que en algún momento me eche sobre ti otra vez.

Silencio absoluto. Desvié la mirada a los frascos junto a mí.

— ¿Ya...viste estos frascos? Este... feto tiene tu misma clasificación y área — Traté de desviar la presión en el pecho cambiando de tema—. ¿No tienes preguntas?

No quería hundirme de nuevo en los antiguos pensamientos sobre su condición, pero fue peor cuando me di cuenta de que sus orbes carmín me estaban mirando con una indescriptible tensión que estremecí.

Quizás, la razón de su mirada era porque esperaba que dijera algo que lo relajara de las preocupaciones que debían atormentarlo en lo que se estaba convirtiendo, o era porque tenía una expresión en mi rostro que no le gustaba.

O las dos.

Y la culpa volvió a astillarme el pecho.

Y él soltó una densa exhalación y miró los frascos sin una sola pisca de interés o confusión.

—No sirve de nada tenerla cuando ya sé de cuantas fallas provengo.

—¿Qué quieres decir? —inquirí inquieta.

—Que he sido creado 11 veces y 11 veces he fallado. — Palidecí bajo el escalofrío de su voz—. Soy la versión que pasó todas las etapas. Lo cual me hace perfecto del primer sujeto.

Apretó la mandíbula con la que hizo un ligero movimiento para referirse al frasco junto a mí. Distintas emociones me invadieron y quise negar con la cabeza cuando me sentí atascada de la nueva información. ¿Qué me estaba diciendo con que falló 11 veces? ¿Qué murió o lo mataron y lo volvieran a crear? ¿Cómo sabía él?

—Es hora de movernos —ordenó y dándome la espalda, dirigió sus pasos al enorme umbral que se extendía al final del almacén.

Aceleré mis pasos hasta alcanzarlo y salir al corredizo grisáceo. El silencio era igual de espeluznante que dentro del almacén, pero ese silencio era solo una señal de que estábamos fuera de peligro.

—¿Cómo sabes eso? — Aun así, mantuve el tono de mi voz bajo.

—Las veces que morimos y somos creados es algo que se nos informa a todos. — Ni siquiera tardó en responder con la mirada fija en la división que aparecía al final del pasadizo.

Moría y volvía a ser creado. ¿Cuál era la razón de todas esas muertes? ¿Y a que se refería con la palabra fallar? Una curiosidad cruda hacia él se encendió como una antorcha.

—¿Te dijeron por qué ...?

—No es momento para conversar de mi historial. —recalcó bajando sus párpados un instante y recorrió las paredes de concreto con lentitud—. Ahora que me he alimentado, buscaremos algo con lo que puedas calmar ese estómago.

Instantáneamente una de mis manos voló al estómago. ¿Estuvo escuchando los retorcijones todo este tiempo? Estaría sintiéndome avergonzada, pero no era el momento adecuado.

—Fue una mala idea abandonar el área roja sin tomar nada de la expendedora—Aunque ni siquiera hubo una mochila, pude haber metido al menos unas galletas y botellas de agua en los bolsillos de otra bata y ni eso se me ocurrió hacer. No iba a culpar la adrenalina del momento, porque tuvimos tiempo para pensar en otra cosa que no fueran los minutos faltantes para que se abriera esa puerta. Se trataba de sentido común: mismo que Rojo tuvo para llenarse los bolsillos de carne.

Volví la mirada a él. Mantenía el rostro ladeado de tal forma que algunos mechones le cubrían parte de esa frente, en tanto revisaba el interior de los pequeños laboratorios que quedaban expuestos por sus grandes ventanales. Nos adentrábamos a cada uno y revisábamos sin encontrar nada servibles.

No me estaba muriendo de hambre, así que no estaba más desesperada que por salir de este lugar. Pero me sentí un poco más mal de lo que me sentí por pensar desagradablemente de él solo verlo apretar su quijada con cada expendedora vacía que nos hallábamos en el camino.

No solo protegía a una completa extraña, le estaba buscando comida cono si fuera su responsabilidad mantenerla viva.

Y ni siquiera le he agradecido por salvarme esas veces.

—Gracias por salvarme, Rojo.

Las palabras salieron con sabor a pena, ya no iba a quedarme callada.

Detuvo sus pisadas en el corredizo. Su imponente silueta se entornó y sus ojos carmín se clavaron en los míos penetrándome con esa misma fuerza tan estremecedora con la que lo hizo antes de besarme.

Un calor quiso florecer en mi vientre, pero fue más la helada advertencia en mis músculos sobre el peligro que emitían sus pasos al acercarse a mí y eliminar la corta distancia que nos separaba. Retrocedí teniendo el cuidado de no quedar acorralada y sin apartar la mirada de él.  No supe por qué tuve la creencia de que me volvería a besar y otra vez a tomarme con esa misma fuerza y robarme hasta el último aliento.

No quería.

Por lo menos no ahora... ¿No ahora?

Estiré el brazo y la palma de mi mano tocó su desnudo pectoral derecho: esa caliente textura que me hizo tragar cuando la sentí tensionarse bajo la yema de mis dedos. Se detuvo, y lo que hizo después, me estremeció. Tomó mi mano de su pecho, cubriéndola con el calor de la suya y llevó la palma a sus labios. Y la besó. Envío todo tipo de corrientes eléctricas a mí cuerpo, encogiéndome las extremidades.

—Lo que espero de ti no es un agradecimiento, sino que dejes de verme como uno de ellos.

—¿Y si no puedo evitar verte como ellos? —No pude callarme y apartar la mano—. Estoy agradecida porque salvarás y ayudaras a llegar hasta aquí, pero no tenías por qué ponerte en peligro con ese contaminado. No me conoces y no sabes si quiera si yo haría algo por ti...

—Me sacaste de la incubadora.

—Eso no se compara a poner tu vida en peligro.

—¿Segura de que no pusiste tu vida en peligro en el momento en que me liberaste?

—Lo que quiero decir es que si... si tú quieres irte, puedes hacerlo.

Estiró su comisura curvando el lado derecho de sus carnosos labios contra el torso de mi mano. Una mueca herida que no llegó a sus ojos feroces, esos que siguieron sobre los míos.

—No voy a dejarte.

¿Por qué? Suecos debían estarse marcando en mi frente de lo confundida que me tenía. No es que quisiera que me dejara, preferiría tenerlo a mi lado por sus habilidades. Lo que no podía entender era qué lo alentaba para protegerme de modo que casi moría, y no creía en que sacarlo de la incubadora fuera motivo suficiente. O simplemente lo estaba exagerando y era porque no quería estar solo sobreviviendo a este laboratorio.

— Lo único que tienes que saber es que te protegeré— susurró con esa torcedura tan humana como diabólica que no dejaba de contraerme el corazón e igualmente acelerármelo—. Esa es mi promesa, Pym.

(...)

Zona X.

Esta era la dichosa zona que se nombró en todos esos frascos del almacén. Definitivamente este era un laboratorio, cuyas puertas se mantenían todas abiertas, mostrando una extensa sala de barras metálicas con mucha iluminación y otras cosas que no pude reconocer por la lejanía. Justo por la entrada a la puerta principal, había un transporte parecido al de la estación en los túneles, cargando un montón de cajas.

Aunque tenía curiosidad de saber que había dentro de ellas, lo pasé por alto para adentrarme al laboratorio y quedar estupefacta. Tenía un ligero parecido al área roja, pero en vez de incubadoras, había unas extrañas maquinas forradas de metal con una pantalla cristalina sobre cada una, además de lo que parecía ser un microscopio electrónico. Un piso extra se mostraba arriba con largos barandales y unas escaleras frente a salones repartidos, y estaría echándoles una mirada más atenta de no ser por el camino de sangre que encontré por delante, extendiéndose por el resto del laboratorio.

Insegura, miré a Rojo. Él no inmutaba ni un solo sonido mientras caminaba sobre el charco que se guiaba detrás de las estanterías repletas de jaulas de cristal.

Si Rojo no alertaba nada, era porque no había peligro. Eso me hice creer para tomar seguridad y caminar.

Me acerqué, sobre todo, a las jaulas. Varias de ellas estaban rotas y los cristales se esparcían por el suelo, haciendo que con la luz resplandecieran. Por otro lado, el resto de jaulas permanecían cautivando todo tipo de roedores, arácnidos, incluso ranas y otro tipo de reptiles. Uno de ellos cuyo color de ojos se parecía a los de Rojo.

— ¿Para qué los utilizaran? —mi propio pensamiento me atravesó los labios en un susurro. Seguramente era para hacer alguna combinación genética. Sí, eso era. Quizás este era el lugar en donde crearon la genética de los primeros experimentos fallidos. O de todos los que hasta ahora existieron.

Me aparté y me adentré aún más, hacía las barras donde se mantenían una serie de material de laboratorio, algunos de ellos ya estaban rotos. Había unas cajas petric con un cultivo agrandado en su interior que, incluso comenzaba a escapar de esta misma. Todo estaba desordenado y utilizado a la mitad. Era como si, antes de que todo este desastre ocurriera, estuvieran trabajando aquí, ni siquiera se esperaban el caos, porque no solo había material a medio camino, sino una que otra mochila o suéter colgado en las sillas.

—Están completamente llenas.

Su ronca voz me levantó el rostro de golpe. Más al fondo del laboratorio — de entre tantas barras con cajoneras y casilleros—, había dos salones extras, y entre el espacio de sus puertas, estaban un par de expendedoras y alimento y bebida, y quizás era el hambre o el reflejo de la luz, pero resplandecían. Más aun las botellas de agua que hicieron remojarme los labios.

¡Por fin! No lo pensé tanto y tomé la pequeña mochila más cercana. Desocupándola de inmediato sobre una mesa con la intención de ir y llenarla de comida. Pero tan solo la desocupé, un objeto pequeño cayó al suelo y golpeó con mi pie.

Antes de que pudiera si quiera en reparar en lo que era, torcí el rostro revisando los pasillos. Un pequeño ruido como ese incluso podría meternos en problemas, pero no Rojo, quién se mantenía con la mirada en el charco de sangre, seguía sin alertar nada.

Me volví al objeto que era un encendedor y me arrodillé para tomarlo, pero cuando lo hice, algo más me dejó en shock. Debajo de la barra había un arma.

No dude siquiera cuando estiré el brazo y la atraje con ambas manos. Era definitivamente un arma pequeña, pero al menos un arma con la que podía defenderme. Y probablemente había sido utilizada por el cadáver de la mujer que se encontraba del otro lado de la barra con un brazo extendido en mi dirección, con la piel del torso desgarrado y sus órganos expuestos.

Volví la mirada al arma y caí sorprendida. Más que saber que estaba cargada, fue porque supe como revisarla y quitarle el seguro con tanta facilidad como si ya antes hubiera utilizado una.

Me incorporé, tomando el encendedor a para guardarlo en la mochila y el arma en el bolsillo trasero del pantalón. Una vez me colgué la mochila, sostuve la pantalla de ordenado que yacía junto a otro cadáver y busqué a Rojo. Él estaba al otro extremo del enorme laboratorio... con el torso desnudo. No quería reparar en su ancha espalda, pero ya estaba recorriendo todos esos músculos que se le dibujaban desde sus hombros anchos y caían divinamente sobre sus omoplatos y a lo largo de su espalda, remarcando su cintura.

Era delgado, pero tenía masa muscular suficiente para ocultarlo. Hasta entonces nunca puse atención suficiente en sus músculos como para pensar en que las personas que los crearon los pusieron a ejercitar. Y Dios mío. Él se ejercitó bastante bien.

Alzó sus brazos, deslizándose la playera negra debajo de sus pectorales: le quedaba un poco guanga del estómago, pero del pecho lo rellenaba casi perfectamente. Hasta ese momento también me di cuenta de que llevaba puesto unos jeans oscuros.

¿De dónde sacó esa ropa? Si no hubiera sido porque vi los cadáveres de un par de hombres, desnudos, tal vez seguiría haciéndome esa pregunta y no sentiría unas ganas terribles de decirle que las devolviera. Tal vez él no sabría lo mal que se veía quitarle la ropa a una persona que murió peleando para sobrevivir, pero para ser franca, a nadie en estas condiciones le importaría el honor de un cadáver.

Salí de las barras tomando las primeras tijeras que encontré, para rodear el resto de muebles y acercarme a él lo más rápido posible. Tenía la mirada fija en ellos, una mirada amenazante.

— ¿Vas a comértelos? — Una mueca cruzó sus labios en cuanto le pregunté y se colocó la bata ensangrentada.

—¿Crees que no estoy satisfecho?

—Solo digo que si tus bolsillos están vacíos...

—Todavía me queda carne suficiente — me interrumpió. Tenía que recordarme que tocar el tema de su canibalismo le molestaba.

Observé los cadáveres quedando asqueada al ver las partes que les hacían falta.

— ¿Hay experimentos cerca? —pregunté con preocupación, sus orbes repararon en el ordenado en mis manos.

—¿Que planeas hacer? —Negó con la cabeza.

— Si rompemos las vitrinas, ¿nada nos escuchara?

— ¿No es más fácil abrirlas desde atrás? — arrastró la pregunta, y antes de que pudiera responderle, ya se estaba dirigiéndose a una de ellas.

Movió una de las expendedoras apartándola de la pared y con tanta facilidad que extendí las cejas. La acomodó de modo que toda la parte de atrás quedara expuesta a él y, sin siquiera demorar un segundo, estrelló su puño agujerando la enorme tapa y arrancándola al instante.

Wou.

Una abofeteada de realidad me hizo salir del embelesamiento y clavé la mirada nuevamente en los pasillos fuera del laboratorio. El estruendo del plástico siendo perforado y arrancado y los tornillos cayendo al suelo eran suficiente para que un contaminado se diera cuenta de nuestra ubicación.

— Si nos escuchan, tendremos tiempo suficiente para escapar. Deben estar lejos de este perímetro porque no he visto temperaturas y aun menos he sentido y escuchado nada —le oi decir —. Ven aquí.

Dejé lo que tenía en las manos en el suelo y me dirigí rápidamente hasta donde él con la mochila ya entre manos. Lo sentí rodeándome y ese roce de sus dedos en la piel de mi brazo me encogieron un segundo antes de que pudiera moverme para agarrar todo tipo de galletas y pastelillos.

Otro crujir escalofriante se escuchó en la siguiente maquina y de nuevo lancé una mirada aterrada a los pasillos. Guardé un par de cosas más y me dirigí a la siguiente maquina donde Rojo me hacía espacio suficiente para echarme a tomar jugos y botellas de agua. Aplasté todo con tal de que entraran y la cerré casi satisfecha. Una débil sensación que desvaneció cuando al incorporarme, lo hallé a él con los parpados cerrados, clavándose en uno de los extremos del laboratorio.

Oh no. Corrí detrás de él, colgándome la mochila y tomando el arma del bolsillo. Un movimiento que lo hizo inclinar su rostro para recorrer lo que yacía en mis manos.

—No habrá necesidad de que desperdicies esas balas.

—¿Significa que no viene nada? —susurré.

Ver cómo apretó su comisura y devolvió sus parpados cerrados al mismo lado, fue suficiente.

—No dije eso—negó ligeramente apenas mostrando sus blancos colmillos entre el lento movimiento de sus carnosos labios—. Pero dudo que tengan genética humana y por la forma en que se mueven en sus cuatro patas, quiere decir que se guían por el sonido.

Sentí que se me escapaba el aliento. ¿Cuatro patas? Además de lagartos, ¿tenían perros aquí o... un animal salvaje?

—¿Están c-contaminados? —tartamudeé de lo atemorizada que me dejó.

—Lo están, no hay forma de que no lo estén.

—Entonces, ¿qué hacemos aquí todavía?

—Porque puedo matarlos—espetó y echó una mirada sobre su hombro al piso de arriba—. Sube y enciérrate.

El recuerdo de lo que sucedió en ese túnel seguía tan intacto que sacudí la cabeza en negación. ¿Y quería volver a ponerse en peligro? Si no era necesario desperdiciar las balas, entonces no era necesario que él los matara. Eran animales... contaminados, pero animales, una gran diferencia en tamaño y fuerza con la de un experimento contaminado.

—Si el sonido es lo que los atrajo, solo necesitamos apartarnos —susurré en tanto me guardaba el arma y jalaba su brazo, incitándolo a salir del lado contrario.

Sigilosamente recorrimos cuatro corredizos más y mientras nos adentrábamos al quinto, llegué a creer que apartarnos lo más rápido posible de la zona X sería suficiente para estar fuera del alcance de esos animales. Pero algo no estaba bien. La tensión con la que él desencajó su mandíbula y el modo tan brusco en que dirigió de un segundo a otro una mirada detrás de nosotros... Hice lo mismo, pero no pude ver si quiera una sola sombra lejana dibujarse en los corredizos que dejamos. No había nada ni nadie siguiéndonos y aun así él estaba siguiera el recorrido de algo que venía desde esa dirección y más lejos.

De repente, rompió el agarre en mi mano y me tomó del brazo, tirando de mi con una fuerza descomunal dentro de una habitación.

La oscuridad nos cubrió por completo y eso era lo de menos porque lo que sentía que cubría cada molécula de mi existencia era el intenso calor de su cuerpo a milímetros de mí. Se sentía como si me envolviera en una manta.

—El sonido no es su única habilidad. — El roce de su aliento fue tan lento como su puño cerrando la puerta con lentitud sin hacer el más mínimo sonido—. Tu aroma los guiará hasta aquí, pero cualquier escondite como este nos servirá.

Asentí. Cuidadosamente me aparté de su cercanía librando el agarre, y encendí la luz. Era una habitación de limpieza, otro almacén y tenía una escalera detrás de nosotros que llevaba a un piso más abajo. No era un mal lugar para ocultarse por un tiempo, y solo teníamos que hacer eso, esperar hasta que esos animales se fueran.

Como no eran experimentos, teníamos altas probabilidades de que se fueran, a menos que...

—¿Crees que vean temperaturas? —solté por lo bajo.

—Lo sabremos cuando lleguen.

Apreté los puños contra el estómago, impotente e irritada. Si esas cosas veían temperaturas no abandonarían el corredizo por nada. No nos permitirían salir de aquí. Nos retrasarían.

Estuve a punto de hace otra pregunta, pero el miedo me puso los pelos de punta cuando al voltear a él, lo hallé con sus parpados cerrados, moviendo su rostro lentamente... muy lentamente, como si estuviera siguiendo algo justo al otro lado. Y sí siguiendo algo.

Esas bestias llegaron al corredizo más rápido de lo que no quise y maldije en mis entrañas, con esos lentos gruñidos extendiéndose en alguna parte. Sonidos amenazadores que se oían apartados del almacén, pero eran tan gruesos y profundamente bajos, acompañados de esos resoplidos y esos sonidos de garras golpeando el suelo.

Sigilosamente me acerqué a Rojo, llevando mi mano a su antebrazo y aferrando mis dedos a él sin rodearlo, para sentirme segura. Bajó su rostro y abrió sus ojos. No había ni una sola pisca de miedo en él, a diferencia de mí que, seguramente, estaba con kilos de miedo. Pero un animal no podía abrir puertas. Tuve que repetirme eso hasta darme cuenta de que no era por esa razón por la que estaba temblando, sino por qué estaban contaminados, sin tomar en cuenta de que estábamos encerrados en un lugar con muchos peligros y podríamos ser el blanco de cualquiera que mirara temperaturas y anduviera en dos piernas.

No te estreses pensando en eso, Pym. Traté de tranquilizar por lo menos mí agitada respiración. Era horrible sentirme tan ansiosa y desesperada. Por esos minutos eternos no se escuchaba más que resoplidos, seguramente rastreando mí olor.

Esos animales no debían ser grandes, si nos encontraba, no habría manera de que tumbaran la puerta. Estábamos bien, estaríamos bien.

Y ese resoplido contra la parte baja de la puerta me tensionó. Maldije una y cien mil veces más con las garras escarbando la madera.

Y un golpe abrupto más arriba, ahogó un grito de horror en mi garganta. Retrocedí tirando de la playera de Rojo con tal de apartarlo también. Pero ni siquiera se inmutó, y en vez de tensionarse por el golpe, cerró sus parpados y entornó su rostro en alguna otra dirección el almacén.

Rogué que lo que estuviera viendo no fuera algo mucho peor que estos animales. Pero solo después de varios segundos, los abrió y se inclinó sobre mí. Rozó sus labios en la parte superior de mi oreja y...

—No son termodinámicos—la lentitud de su movimiento se grabó tanto como su susurrante ronquera. Y quizás notó mi gesto porque aclaró más su frase anterior: —, no pueden ver las temperaturas.

Lo dijo con intención de tranquilizarme y fue una lástima porque no pudo hacerlo cuando el golpe volvió sobre la puerta seguido de unos rasguños. Me pregunté qué clase de animales eran y qué tanto se habían deformado, y si cuando Rojo mencionó lo de su habilidad auditiva y de olfato, se refería a la que tenía cualquier otro animal normal para cazar o por qué esas cosas fueron creadas en este lugar. Debían ser de un gran tamaño para que los golpes terminaran acercándose por poco a lo más alto de la puerta.

Esos labios rozándose nuevamente contra la sensible piel de mi oído casi desvanecieron mis pensamientos:

— Quédate aquí.

Pero tan solo vi como su mano rodeaba el pomo de la puerta con la intención de dejarme aquí, moví la mía y le rodeé la muñeca con fuerza deteniéndolo. Sus orbes se clavaron en mí con intensidad y yo solo pude sacudir la cabeza cuando se inclinó y esta vez no cerca de mi oído, si no de mis labios.

—Será fácil matarlos —arrojó entre colmillos, bajo y peligrosamente que la punta de su nariz rozó contra la mía.

—¿Cuántos son?

—Tres en este corredizo y cinco más en los siguientes. No tardaran en rodear la zona.

La seriedad era tan inquebrantable en su rostro que uno diría que el número no le preocupaba. ¿Cómo podían ser tantos? Antes se había referido a ellas como si fueran dos o tres, ¿ahora eran diez? Una manada completa.

—¿Qué tan grandes?

Dirigió una mirada a la puerta cuando más arañazos se alagaron y, apenas torciendo el lado izquierdo de sus labios en una mueca, se volvió a mí y respondió:

—La mitad de lo que esto mide.

—Son enormes—exhalé horrorizada perdiendo la mirada en la manzana de adán que se sombreaba en su garganta.

Si eran enormes, debían pesar mucho también, por lo tanto, sí podían llegar a trozar la puerta, aunque no era una puerta común de madera hueca y no sería tan sencilla de romper... A menos que siguieran insistentemente estrellando sus patas en ella, o algo más. Pero mientras nos mantuviéramos callados y nos apartáramos de aquí, todo estaría bien.

— No me tomará mucho tiempo deshacerme de ellos.

Volví a sacudí la cabeza repitiendo la fricción entre nuestras narices cuando volví a llevar el rostro. ¿Estaba loco? ¿Acaso no recordaba que casi moría?

— Ya te has puesto en peligro demasiado. —Quizás era cierto y podía deshacerse de ellos sin correr tanto riesgo, pero, ¿y si no podía detenerlos? No quería arriesgarlo —. Son solo animales, eso dijiste. Están contaminados, pero siguen siendo menos fuerte que un experimento contaminado... P-podemos esperemos a que se vayan. Solo tenemos que esperar en silencio.

Esos feroces orbes siguieron observándome como si quisiera oponerse a mí, pero terminó apartando la mano de la perilla y enderezando su rostro lejos del mío. No dijo nada más, y yo no tardé en volver la mirada a la puerta comparando mi tamaño. Si eran la mitad de grandes que la puerta la cual parecía medir poco más de dos metros, entonces me llegaban debajo del pecho.

Cómo si en algo fuera a ayudarnos, coloqué los picaportes cuidadosamente, uno por uno. Estaríamos bien. Solo teníamos que esperar y eso era todo. Teníamos comida y agua y un arma con seis balas, y Rojo tenía carne en sus bolsillos... Sí. Estaríamos bien mientras no fuéramos un blanco para algo mucho más grande.

—Bajemos —Tiré nuevamente de su polo para que me siguiera a la escalera metálica, pero cómo siempre no pude ni siquiera moverlo. Le di la espalda cuando lo vi apartarse de la puerta y me agarré de la barandilla para comenzar a bajar los escalones cuidadosa de no hacer ruido.

Los arañazos en la puerta siguieron, fuertes y marcados y aún peor esos gruñidos bajos y bestiales en alguna otra parte. No me importaba saber qué tipo de animales alguna vez fueron, pero si estaban juntos debían ser de una sola especie, una manada, y debía haber más como ellos. Este laboratorio tenía de todo. Personas, experimentos humanos, reptiles y animales, y por supuesto, todos estaban contaminados por quién sabía qué cosa que les provocaba el canibalismo, deformaciones y esos tentáculos. Todos atrapados en un mismo lugar.

Terminé de bajar y revisé el resto del almacén, una cola de escobas, trapeadores, aspiradoras, palas y recogedores, y todo tipo de materiales de limpieza se acomodaban perfectamente en tres filas y con un plástico cubriendo cada uno del polvo. Habían dos estanterías contra las paredes de piedra repletas de botes de pintura y cajas de herramientas así cómo utilería y espejos, y más adelante, un pequeño baño con cortinero junto a una pequeña mesa con un refresco vacío.

Decidí sentarme en el último escalón, recargándome en la baranda y descolgándome la mochila de los hombros para sacar una botella y beber. Bebí cuanto pude refrescando mi garganta y sachándome antes de extenderle la botella.

Ladeó el rostro en una casi visible negación antes de seguir vigilando sus movimientos al rededor del almacén. Parecía igual de estresado que yo, aunque quizás reteniendo las ganas de ir a matarlos. Pero prefería tenerlo aquí y que estuviera a salvo que ver más sangre en las prendas que ropa que llevaba puestas.

Volví a extenderle la botella en una clara incitación y por poco pareció que lo estaba obligando cuando entre abrió sus labios y mostró sus colmillos. Tomó la botella dejando que sus largos dedos rozaran los míos y bebió. Tragué cuando vi el solemne movimiento de su manzana de Adán hacer un marcado vaivén a lo largo de su ancha garganta: el movimiento se repitió hasta terminarse el resto del agua y pasarse el dorso de su mano bajo sus enrojecidos labios en tanto su lengua se los saboreaba.

De nuevo me regañé. Parecía una tonta perdiéndome en esos detalles tan atractivos después de todo por lo que habíamos pasado y el modo que terminamos aquí con ocho o quizás más de esos animales tratando de rastrearnos.

Acomodé el arma junto a mi sin el seguro puesto, y saqué cuidadosamente un paquetito de galletas de arándanos de la mochila. Las abrí sin hacer ruido y apenas saqué la primera galleta cuando...

Otro estruendo más en la madera me endureció la espina dorsal. Uno, dos y tres más y un gruñido tan grotesco me clavó la mirada en él, inquieta y no por el gruñido, sino por el crujir que emitió de la misma puerta. Una mueca que se estiró en sus labios y los separó mostrando un poco de sus colmillos apretados.

Se irán. Los animales se ira. Quise susurrarle aquello, pero no me dio ni tiempo de hacerlo cuando esos nuevos golpes, seguido otros dos, hicieron crujir más la madera provocándole desencajar la quijada y extender sus parpados en mi dirección.

Nos habían encontrado, ya habían terminado de rastrear mi aroma hasta este lugar. Pero siendo animales, se darían por vencidos al no encontrar nada más que madera que nos separaban. No debían ser inteligentes, no eran más grandes y pesados que un experimento contaminado, por lo tanto, se rendirían y se irían. No podrían entrar aquí..., ¿verdad? La duda me sacudió un poco cuando algo más sucedió.

Rojo se llevó el brazo a la boca, mordiéndolo con una rotunda fuerza y tirando de su propia piel hasta rasgarla que hizo que la sangré desbordara. Misma que empezó a caerme desde la coronilla cuando colocó su brazo sobre mí. Iba a lanzarme lejos de un saltó cuando él me detuvo con su otro brazo tomándome de la cintura. Tiró de mí devolviéndome a mi lugar y me mantuvo en esa posición mientras me bañaba en su sangre y el shock me dejaba clavada en su pecho.

Volvió a morderse una y otra vez la misma área, arrancándose pedazos de piel y músculos que escupían junto a mí. Se colocó sobre sus cuclillas, tomándome de la nuca y doblándome hacía adelante para que su sangre me recorriera la espalda.

—¿Q-qué... estas... haciendo? — Y reaccioné, empujándolo con una queja—. No lo hagas. No...

—Silencio—me calló en un bajo rugido que insinuaba su frustración e ira.

Ahogué el gemido cuando su sangre cayó en mis ojos, los cuales tuve que cerrar por el dolor que se inyectó en ellos. Me sostuve de sus costados suplicando en susurros que se detuviera, pero no me soltó, manteniéndome todavía más pegada a su cuerpo: a esas endurecidas abdominales que se remarcaban contra mi pecho y a esos pectorales que se agrandaban contra mi mejilla en cada respiración. ¿Por qué hacía eso? Estaba perdiendo muchísima sangre, ¿y por qué? Si los animales nos encontraron, no entrarían aquí. ¿Por qué otra razón se lastimaba?

Olfateó el cabello, el cuello y hombros, alejándome poco a poco de su pecho para seguir oliendo. Temblé más de lo que pensé que no podía, con unas inquietantes nauseas aniquilándome el estómago. Y tan solo me soltó, sus manos sostuvieron mi rostro y sus pulgares masajearon mis parpados sin lastimarme. Pronto sentí que estaba limpiándome los párpados con su polo, y mientras lo hacía, seguí atenta a esas rasgaduras sonoras en la puerta.

Abrí lentamente los ojos. Con la vista nublada por el ardor, pude reconocer la sombra de Rojo cubriendo en cada rincón. Dirigí de mi cuerpo a su brazo ensangrentado: gotas de sangre seguían cayendo una a otra sobre el suelo desde una desgarradora herida en la que trozos de su misma piel se extendían desde su codo hasta la parte inferior de su muñeca, dejando visible una parte del hueso de su antebrazo.

Apenas quedé horrorizada cuando hilos musculares se fueron tejiendo empezando a cubrir toda la blanca longitudinal con lentitud y sobre esta misma, capaz delgadas y coloridas de piel hicieron lo mismo.

No pude parpadear al estar tan atenta en lo que estaba descubriendo. Aunque ya antes lo sabía porque él me lo dijo y porque cuando ese monstruoso lo atacó en el túnel no hubo un solo rastro de heridas abiertas más que sangre en su bata desgarrada y una piel rosácea que se fue aclarando con el pasar de las horas.

Este era el modo en que se regeneraba y era tan asombrosa como perturbadora.
Con una herida en el tórax yo podría morir, pero él sería una máquina incapaz de ser asesinada. Hasta ahora tuve ese pensamiento.

—¿Por qué lo hiciste? — susurré bajito y para cuando me di cuenta, una de mis manos ya estaba sobre su tibia muñeca, rozando muy cerca de la nueva capa de piel bastante enrojecida.

—Para protegerte de amenazas innecesarias. —Su aliento me quemó la coronilla y estremecí—. Esas bestias no son las que me preocupan, no pienso dejar que otra cosa siga tu aroma y le aseguré que estás aquí.

—¿Y qué hay de tu aroma? —Acaricié el costado de su codo, muy cerca de donde un nuevo rastro de piel comenzó a regenerarse sobre la anterior tornados en un rosa tierno y tibiamente baboso—. Sabrán qué estás aquí también.

—Estoy contaminado. Si no te has dado cuenta, en los encuentros con los contaminados eras tú a la que tenían por presa.

No, no me había dado cuenta de eso y ahora mismo no me importaba entenderlo. Me costaba creer que se autolesionara solo para cubrir mi aroma con su sangre. Era mucha sangre, ¿cómo podía alguien seguir vivo? Una opresión me golpeó y con brusquedad subí mucho el rostro con la intención de revisarlo deseando equivocarme.

La palidez tan aterradora que se adueñaba de la piel de su rostro me dejó peor que antes porque no se comparaba a cómo se puso en el área roja.

—No te preocupes por mi—arrojó entre colmillos.

Su mandíbula estaba apretada. Su pecho se tensionaba y podía escuchar su pesada respiración forzarse más y más. Lo peor de todo fue ver sus labios amoratados y esa perla de sudor frío que comenzaba a aparecer en su frente.

Se veía terrible.

—No debiste hacer eso— me quejé frustrada—. No soy nadie importante para que te sacrifiques así.

—Lo que quiera o no hacer es mi decisión.

—¿Y crees que yo haría lo mismo por ti?

—No, tu estarías muerta si lo intentaras—esbozó. Aunque pareció una broma de mal gusto, el gesto de dolor que le arrugó el rostro y le encajó los colmillos y le hizo llevar llevarse una mano al centro del pecho, me puso aún más molesta.

—¡Estas loco! — gruñí en susurro y lo empujé, pero ni él ni yo nos apartamos uno del otro—, ¿y si mueres por eso? Estas muy pálido y respirar mal...

Extendió los labios más amoratados en una sonrisa socarrona que me aleteó el corazón y me encendió los nervios.

—No voy a morir, Pym— Se apartó apenas lo suficiente para observarme a los ojos—. No soy un hombre común. No me tomará más que una hora reponerme por completo.

De la nada la respiración se me aceleró, me sentí aún más agitada y desorientada y no era por el inesperado parpadeo de las farolas del almacén hundiéndonos en una oscuridad efímera. Tuve que volver a mirarlo para rectificar que el color carmín de sus orbes había oscurecido y no era por la dilatación que también comenzaba a recorrerle más el iris, tentándolo a ser del mismo color que sus escleróticas negras. Tentándolo a ser del mismo y completo color negro que los ojos de esos monstruos.

¿Era ese otro signo de que se estaba convirtiendo en uno de esos o era por perder tanta sangre? No. Definitivamente tenían que ser un signo porque se parecían a los ojos de esas monstruosidades.

Temblequeé y me aparté por impulso al escalón en el que antes estaba sentada. Mis dedos rozaron el mango del arma: una acción que él notó, clavándose en el reflejo de uno de los espejos acomodados cerca de un mueble junto a la escalerilla.

Sus amoratados labios se apretaron aún más y pude ver la ira engrosándole las venas que adquirían el mismo tono bajo la piel del cuello hasta realzarle una de ellas sobre su quijada. Las venas de su cuello no eran las únicas tornadas en ese color, en sus brazos estaba ocurriendo lo mismo.

Quería pensar que era por la perdida de sangre, pero hasta las venas tenían el mismo color que las que le vi a la monstruosidad de la puerta 13... Todo excepto su deformación y sus descontroladas ganas de devorarme.

—Ahora es cuando querrás protegerte de mí también...

Tan solo ver su intención de incorporarse y alejarse, me hizo enderezarme y extender el brazo deteniéndolo enseguida.

—No te vayas. —Ni yo misma pude entenderme lo que quería y sentía, pero tiré aun más de su brazo aferrándome cómo si lo quisiera cerca—. Está bien. Estarás bien. Dijiste que no me atacarías... Perdiste mucha sangre por eso estas así, pero te recuperaras. Te pondrás bien así que no tienes por qué alejarte.

Bajo la oscuridad de sus ojos, se acercó. Con un brazo apoyándose en la barandilla junto a mí de tal modo que los músculos de su brazo se marcaran, inclinó su torso volviendo a cubrirme con su sombra.  Con esa fuerza dominante y hechizante en la que por ningún motivo pude apartarle la mirada. Y bajó su rostro, centímetro a centímetro lo ladeó, dejándome rígida ante el tacto de su boca contra mi oído en una caricia que se sentía peligrosa y exquisita.

—Me tienes miedo.— Solté un silencioso jadeo ante la humedad de su aliento cosquillando desde esa zona.

Los gruñidos y rasguños desaparecieron cuando nuestras mejillas rozaron y no pude evitarlo más, pegando mi boca a su oído con una sensación punzándome entre las piernas.

—Pero te quiero cerca ...—suspiré. Y fue increíble que suspirara en una situación así, o que mis manos le recorrieran sus anchos hombros para sostenerme de la temblorosa y placentera sensación que su lengua chupándome el lóbulo del oído, me provocó.

Fue tan eclipsante cómo si toda la habitación estuviera envuelta en afrodisiaco, que me descubrí cerrando los parpados. Menos pude moverme, aunque ni siquiera quería hacerlo. Detuve la respiración sintiéndome adormecida con el nuevo toque de sus labios siguieron un camino malditamente lento hasta mi mentón donde tras frotar sus colmillos besó. Y mientras mis piernas sentían el desliz ágil de sus manos abriéndomelas, sus labios fueron subiendo milímetro a milímetro en dirección a mi boca con una clara intención...

Y entonces lo detuve con las manos sobre su pecho, de repente sintiéndome completamente desorientada entre la realidad y lo que fuera que estuviéramos a punto de hacer.

—No—susurré, con la respiración afilada y el corazón a punto de cruzar por mi pecho—. Aquí no...

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