Toque de queda

TOQUE DE QUEDA

*.*.*

La emoción se esfumó cuando lo supe. Cuando supe lo que sucedería. Desde antes me había preguntado qué acontecería con Rojo una vez llegado al área naranja, porque todos los experimentos estaban infectados y él también. Pero a diferencia de los demás, Rojo era el único que permanecía mayormente con forma humana, y a pesar de eso, era peligroso. Esta no era el área naranja, pero habían sobrevivientes, y al final querían matarlo a él.

Ahora sabía la respuesta. ¿Qué haría entonces? No podía dejar que lastimarán a Rojo, tampoco quería dejarlo.

El hombre levantó el arma y señaló aún lado de mí. Mi corazón se detuvo un instante antes de que todo mi cuerpo reaccionara. Y antes de que él decidiera disparar, alcé mis brazos a los lados y me acerqué hasta cubrir un poco con mi pequeño cuerpo parte de la enorme estructura de Rojo.

— ¡Alto! — grité. Sus ojos azules volvieron a estar en mí, pero solo duró unos segundos antes de regresar sobre el hombre detrás de mí—. No dispares.

Miré a Rojo por el rabillo del ojo. Tenía casi toda la parte inferior de su rostro bañado en sangre, a excepciones de su boca, donde sus labios habían adquirido un color más oscuro como los labios del experimento muerto. Mantenía su mirada fija en el hombre casi como si quisiera matarlo. Era tan irreconocible como al Rojo 09 que liberé de su incubadora, pero lo que más me importaba ahora mismo, eran sus heridas, a su costado izquierdo le hacía falta un gran trozo de piel y todo el músculo por lo que se podía ver al otro lado.

Y, sin embargo, él parecía completamente dispuesto a volver a atacar. Sin muecas de dolor, sin una gota de debilidad.

—No dispares—pedí y dejé en el momento que una de mis manos volara sobre su ancha y fría muñeca tratando de rodear su grosor. Volví a mirar al hombre joven que parecía desconcertado con lo que veía, pero no le permitiría que le hiciera daño—. No le dispares, por favor. No es peligroso.

Pareció desorientado por mis palabras, como si no pudiera creer lo que estaba sucediendo o lo que yo hacía. La verdad era que estaba muy asustada, pero ahí me encontraba, defendiendo a Rojo como si fuera una clase de armadura.

Claramente era todo lo contrario: él era un escudo para mí.

— ¿Es una broma?

Moví la cabeza, negando:

—Está conmigo—comenté, disminuyendo la voz. No quería que otro experimento deforme apareciera en el pasillo—. Él está conmigo.

El hombre arqueó una de sus moldeadas cejas castañas y alzó el mentón, con el mismo gesto confundido. Aunque los tres tuvieran el mismo semblante, estaba segura que no había nadie más confundida y perdida que yo. Después de todo ellos sabían lo que ocurrió, pero yo desperté sin recuerdos.

— ¿Sabes acaso lo que es? — espetó, consternado por mi reacción y tambaleando a los lados el arma antes de volver a enderezarla en la misma posición—. No es un experimento, está contaminado. Ahora, quítate antes de que te ataque.

—Lo está—acepté, sin retroceder y sin mover mis piernas un centímetro lejos de Rojo—, pero es muy diferente a los demás— agregué. Notando como las pelinegras compartían una mirada en la que mostraban su miedo. No me creerían, ¿y cómo hacerlo? Yo también desconfiaría después de estar a punto de morir por las garras de un experimento—. Él no les hará daño. No es peligroso.

— ¿Qué dices? —escupió. Hundió su entrecejo y torció un poco la cabeza casi como si estuviera negando—, ¿y cómo estas segura que no te mató para comerte después?

Hubo muchos momentos en los que Rojo pudo atacarme, pero en todos ellos se había contenido. Y todavía fuera de él, se consiguió su propia comida y guardó para después, con tal de no saltar sobre mí como aquella vez. En serio que quería contarle todo eso, pero comenzaba a pensar que decírselas no lo haría bajar el arma porque no lo apuntaba a él para salvarme a mí... le apuntaba a él para salvase a sí mismo y a los otros.

Tuve un destello en mi mente que me hizo mirar a Rojo y luego a la monstruosidad que se mantenía detrás de él, con el pecho abierto, la carne mordisqueada, los huesos rotos y una parte de su corazón cerca del estómago donde ese bulto gelatinoso seguía colgándole.

— ¿No lo viste comer del cadáver? —inquirí, firme y sin tartamudeos señalando hacía el cuerpo inerte —. Sí quisiera atacarme, lo habría hecho, pero se apartó y fue a conseguir su propia comida para no matarme. Eso ha estado haciendo desde siempre. No es un peligro.

No confiaba. Podía verlo en su mirada, él seguía sospechado. En cambio, ellas, que bajaron un poco más el arma y miraron a su compañero, parecían haberme creído. Una de ella cuyos ojos llevaban un dulce color esmeralda, se movió, bajó el arma por completo y estiró su brazo para tocar el hombro del hombre.

—Roman, baja el arma, podemos necesitarlos—dijo en un tono bajo, para calmar a su compañero. Intentó bajar su arma, pero él sacudió sus hombros y dio un paso más cerca de nosotros.

—¿Necesitar de un contaminado? ¿No has aprendido nada todavía Mila? —bufó.

—Quizás diga la verdad solo míralo como esta. Ya la hubiera atacado. Tal vez no sea como Rojo 29... Mientras tenga su propia comida no nos atacara. Míralos, parecen haber estado juntos desde el principio. ¿Hace cuanto están juntos? —me gritó una de ellas.

—Desde el principio. —No era una mentira, para mi despertar en el área son recuerdos fue el principio. Un par de hombres más y sin armas, se asomaron por el umbral del área. Y mientras uno de ellos llamaba a Roman, el otro le negaba con la cabeza en una clara desconfianza.

—Respóndeme algo...—Me sostuvo la mirada, fija y casi fruncida—. ¿Quién eres tú y de qué área es él?

—Soy Pym Jones, y él... su clasificación es Rojo 09, venimos del área roja—respondí, sin dejar pasar la mirada de uno a otro. Sus rostros habían cambiado por completo, entornados en una clase de emoción. Roman levantó un poco el mentón, estirando una extraña sonrisa antes de bajar el arma y negar con la cabeza—. Estamos buscando una salida...

—Maldición, tenemos un enfermero termodinámico —escupió en bufido, llevando su arma sobre su hombro mientras miraba de reojo a sus compañeras como si hubiese encontrado algo muy interesante—. Esto cambia las cosas por aquí sabiendo el por qué no te has deformado...

— ¿Vas a bajar el arma?

—No voy a desperdiciar mis balas con alguien que puede regenerarse, a menos claro que lo drene—dijo en tono sorna, esta vez, encaminándose a la entrada del laboratorio—. Tranquila, no voy a dispararle solo si vienes con nosotros...

Abrí la boca, pero no pude decir nada, estaba enredada entre sus palabras, teniendo un debate interno. Podía entrar, podía ir con ellos, estar con más sobrevivientes y quién sabe, hasta salir del infierno. Pero, ¿sin Rojo? Rojo me había protegido. Él era fuerte, miraba las temperaturas y se regeneraba. Si yo me quedaba con ellos y no con él, ¿qué probabilidades había de sobrevivir? No muchas, pero con él, tenía más que con ellos.

—No, definitivamente no iré sin él—cuando lo dije, su rostro se enchueco, estaba perplejo.

— Pensé que eras inteligente — se mofó con frustración —. No vas a sobrevivir por mucho tiempo a su lado, te lo puedo asegurar.

— He sobrevivido hasta ahora gracias a él —esbocé.

—Creo que no estas entendiendo la situación, Pym Jones. — Que me nombrará me dejó en blanco —. Está contaminado y tarde que temprano su cuerpo no soportará lo que sea que crece en su interior.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal. ¿Lo que crece en su interior? ¿Se refería a esos tentáculos?

—¿Crees que seguirá teniendo su forma humana? No. Para empezar desde que se contaminó dejó de ser humano. Sus síntomas aumentaran. Su canibalismo será inevitable como la pérdida de su cordura y hambre. Se deformará. Dejará de regenerarse. Mutara. Y te matara.

«Te contaré algo. Al principio fuimos más de quince sobrevivientes y entre los experimentos, teníamos con nosotros a un enfermero, uno adulto del área roja que se resguardaba en uno de los bunkers y que había recibido una mordida. Nada de él se había deformado al principio y por supuesto era debido a su regeneración, pero después de varios días su comportamiento empeoró y enloqueció de hambre. Empezó a devorarse a nuestros compañeros, y solo por algo de suerte, pudimos llegar hasta aquí y dejarlo a él afuera con nuestros compañeros muertos. Ese experimento fue el que ustedes mataron, y el que el enfermero termodinámico se estaba devorando. ¿Tú crees que comer carne contaminada no acelerará sus síntomas?»

Otro escalofrío más. Rojo había estado consumiendo la carne de experimentos contaminados desde que abandonamos el área. Di una mirada sobre el hombro al hombre detrás de mí. Una gruesa vena se remarcaba sobre la tensión de su quijada y entenebrecí ante la intenta mirada peligrosa que mantenía en Roman. Parecía que en cualquier momento se lanzaría sobre él para matarlo.

—Lo acelera. Créeme Pym Jones. Ese sujeto ya es un caso perdido. Solo es cuestión de tiempo para que ocurra. Con nosotros tardó más que 6 días, ¿cuánto más tardará con él?

Quedé en suspenso, con los dedos temblorosos y crispados buscando a que aferrarse. ¿Decía la verdad? No parecía que estuviera mintiendo. No por la forma preocupada en la que me miraba, o cómo había bajado su arma esta vez sin amenazar.

—Ven con nosotros—la dulce voz de una de las chicas me detuvo una respiración.

Debería ir... Eso es lo que debería estar haciendo si lo que decían era verdad. Pero la idea de dejarlo atrás...

Solté una exhalación casi como jadeo cuando sentí la estremecedora nueva caricia en mi cuerpo. Esa enorme mano deslizándose por mi espalda baja hasta aferrarse a la curva de mi cintura, me tensionó. Sus garras se aferraron, pero sin lastimarme, manteniéndome inmóvil.

Torcí el rostro en su dirección. Sus orbes todavía completamente negros carbón sin una pizca de emoción reparaban en cada centímetro de mi rostro como si estuviera leyéndome y tratando de averiguar si dudaba de él y lo abandonaría.

—Es tú decisión —arrastró entre colmillos antes de limpiarse la sangre con el dorso de su mano—. Dejarme e irte con ellos o quedarte conmigo.

Y tuve una guerra interna otra vez en la que recorrí su rostro, las aterradoras venas entre amoratadas y negras que se cernían desde su cuello y quijada hasta cubrirle casi la mitad de su pálido rostro y esa sangre que todavía manchaba ligeramente su quijada, y parte de sus pectorales que se asomaban bajo su rasgada player. Cualquiera que lo tuviera así de cerca no dudaría en empujarlo y correr a los sobrevivientes, parecía un depredador hambriento, feroz y aterrador dispuesto a matar s todo lo que se le interpusiera. Pero no había ninguna zona deforme a excepción de sus tentáculos, y eso ya le había pasado en el área Roja y no tardó mucho para regenerar su brazo... Así que, volvería a regenerarse.

¿O se deformaría en cuestión de tiempo? ¿Intentaría comerme? ¿Y si no? ¿Si esta vez él era diferente al resto? Mi mente era un caos, y como si él percibiera la duda, deslizó sus garras fuera de mí cintura, me soltó.

—Puedo verlo en tus ojos— Hizo un movimiento tenso con su quijada—. Ve.

Y tragué y dudé. Miré a la monstruosidad, luego a ellos y luego a él. Di un paso al frente y volví a mirarlos, a mirarlo y negué con la cabeza antes de volver a él. Rojo arqueó una ceja, serio y aterrador, pero yo ya había tomado una decisión y no iba a seguir dudando y echarme para atrás.

Estaba siendo una tonta, estaba siendo una necia, sabia que tenia que ir con ellos, pero sin Rojo, sin él...no había manera después de lo mucho que él también había luchado por sobrevivir. Era injusto. Era horrible porque tampoco quería que fuéramos nosotros dos contra todo lo que desconchamos, porque si ellos no lo aceptaban, nada me aseguraba que el grupo del área naranja lo haría. Estábamos y estaríamos solos, era una gran probabilidad.

Apenas tuvimos suerte con esta monstruosidad y las bestias, y nada nos aseguraba que sobreviviríamos después si nadie nos ayudaba... a los dos... no solo a mi, sino a los dos.

—¿Qué sí te equivocas? —Le devolví la mirada al moreno.

Él negó, algunos de sus mechones resbalaron sobre su frente, pegándosele a su sudorosa piel.

—No puedo equivocarme, intentamos por todos los medios de disminuir su apetito para mantenerlo conciente con nosotros y no funcionó. El mismo experimento intentó conbatir contra su hambre, y llegó un momento en que no se contuvo—Apretó su quijada —. Con su sentido del ofalto super desarrollado, ¿crees que esa cosa no se estara saboreando tu carne desde hace un tiempo?

Contuve una respiración cuando recordé la sensación de su caliente lengua recorriendome la piel del cuello e incluso sus palabras espetadas contra la clavicula. Sí, claro que sabía eso, pero Rojo se contuvo y se contenía, de otro modo habría preferido morderme a mí que comer la carne contaminada de otro.

—Las personas ahora son un recurso importante—le escuché decir, pero su voz se escuchaba lejana a causa de las voces en mi cabeza—, entre más seamos, más posibilidades tenemos de sobrevivir a este lugar, ven con nosotros. Estarás .a salvo aquí.

—No voy a ir si él no viene conmigo.

—¡Esa cosa no entrara!—gruñó algo desesperado apretando aun más el arma entre sus manos—. No sabemos si algo más se acerca a esta zona así que apartate de él y ven con nosotros.

Una risa muy cortísima y escalofriantemente ronca se desató detrás de mí, haciéndome pequeña.

—¿No la oíste? — un cosquilleo en mi nuca me retuvo el aliento y esas garras deslizándose sobre mi abdomen me tensionaron más—. Ella ya lo ha decidido. No ira con ustedes.

—¿No será que la manipulaste? — espetó el hombre.

—Nadie me ha manipulado.

—Quizás porque no sabes cuál es la naturaleza de un experimento de las áreas peligrosas... —espetó y yo no supe a qué se refería con esas dos últimas palabras —. Créeme, Pym, ya se te pasara el efecto una vez te alejes. Lo de él no es tan fuerte que lo que desprende un experimento negro. Ven con nosotras... ¿O intentaras impedirlo?

—Mas que impedirlo estoy pensando en destrozarte— su espesa voz detonaba una severa amenaza que me encogió los hombros.

Entornaron todos, la mirada a Rojo. Pero no por lo que acababa de decir, sino porque él me había tomado de la cintura para atraerme detrás de su cuerpo.

Vi a Roman desde un costado. Por un momento su rostro parecía contraído sin saber qué gesto poner o cómo reaccionar al principio, pero después, solo bajó la mirada y estiró sus labios como una reacción asqueada.

—Bien—suspiró, mostrándonos su perfil mientras asentía—. Buena suerte, Pym, y que no te muerda. Una mordida es suficiente para contaminarte.

De alguna forma llegué a pensar lo mismo, pero eso no era lo que más quería saber:

—Espera—casi lo grité y aun así pude llamar su atención cuando atravesó el umbral del área. Lo que no esperé fue sentir las garras en mi cintura apretándome con más tensión como si Rojo hubiese pensado que decidí irme con ellos y abandonarlo—. ¿Dónde está la salida?

Alzó su brazo tocando un borde del umbral y un tintineo emitió. La puerta metálica comenzó a cerrarse.

—¿Para dejar salir a esa cosa? ¿Sabes lo que sucedería si sale de aquí? —bufo con ira y pude sentir como unos tentáculos rozaban uno de mis brazos—. Suerte, chica.

En el momento en que escupió aquello con la mitad de la puerta cubriéndole el cuerpo, los tentáculos de Rojo salieron disparados apoyando contra el pequeño espacio que restaba para sellarse el umbral. La puerta metálica crujió con la fuerza de los tentáculos que le impidieron moverse y una aterradora alarma comenzó a extenderse fuera del interior del área.

—Mierda. —Roman alzó el arma dando un paso atrás.

El corazón se me atascó en la garganta con la sensación de que aquel ruido llamaría a mas contaminados, aunque no era fuerte, sabía que muchos de ellos eran experimentos con habilidades. Y quise girar a revisar el resto del pasillo, pero quedé clavada en el tentáculo extra que rodeó no solo el arma de Toman sino el resto de su brazo apretándolo al instante y consiguiendo con ello una queja del hombre.

—No les hagas daño—pedí a Rojo. Ni siquiera pude ver su rostro porque de repente su enorme espalda apareció otra vez frente a mí, casi cubriéndomelo todo.

—Siempre y cuando respondas a su pregunta... —escupió entre dientes como parte de una amenaza que dejó a medias—. O te arrancaré el brazo y me lo comeré.

Su tonada frívola y a su vez escalofriante y letal, me dejó helada. No. Todo en él estaba emitiendo una letalidad tan poderosa ahora mismo que casi no pude reconocer que fuera el mismo Rojo que conocí en el área roja. Parecía furioso y decidido a terminar con una vida... humana.

—Entonces...—alargó y un grito se extendió fiera de la garganta de Roman cuando el tentáculo tiró tanto de su brazo fuera del umbral que su cuerpo chocó contra el metal de la puerta y sobre todos los tentáculos acumulados en el espacio del umbral.

—¡El comedor! ¡Es el comedor! —gruñó el hombre de dolor con una mueca que le torcía los dientes—. ¡La salida está en el comedor!

El comedor. El comedor estaba pasando los bloques del ala de neonatales. Estaba tan cerca de esta zona, pero, si el comedor era la salida, ¿por qué no estaba registrada en los mapas?

—¿Como sé que no nos estas mintiendo? —pregunté.

—¿Por qué iba a mentir? — gritó casi con desespero —. Si no me crees pregúntaselo a esa cosa. Ellos pueden percibir cuando alguien miente.

Subí el rostro y miré a Rojo, su quijada seguía desencajada. ¿Hasta eso podía hacer? Temperatura, olfato, vibraciones y sonidos lejanos...Y, ¿también saber si alguien mentía?

—Tal vez sí, tal vez no. Estas tan alterado que fácilmente puedo confundir tu miedo hacía mí con el miedo a ser descubierto— respondió entre dientes tirando un poco más de su brazo.

—Está diciendo la verdad. — confirmó una de las chicas asomándose detrás de Roman. Apenas alcanzaba a verle la parte superior de la cabeza, pero Rojo parecía ya tenerla en la mira cuando bajo sus párpados en la misma dirección —. La salida del laboratorio está en el comedor.

Un inquietante silencio me puso nerviosa, vi a Rojo y luego di una mirada al pasillo detrás de nosotros para hacer lo mismo con los otros dos corredizos vacíos. Habíamos hecho demasiado ruido, y tanta tranquilidad de algún modo me asustaba más.

—No está mintiendo—la voz de Rojo me devolvió la mirada a su sombrío perfil.

—Ahí tienes tu confirmación, ahora suel...

—¿Qué hay del área infantil y el ala neonatal? — no dudé en preguntarle, dejándolo con el resto de las palabras en la boca—. Los niños y bebés que estuvieron ahí, ¿qué pasó con ellos?

—No lo sé. No sabemos nada de lo que ocurrió en esas zonas —escupió con rapidez, pero su respuesta no logró tranquilizarme—. Pero me imagino que no serían tan infelices para abandonar niños... ¡Si ya tienes tus respuestas dile a esa porquería reptiliana que me suelte!

Un hoyuelo se le remarcó cuando torció sus labios en una mueca siniestra y airada. Entonces el grito del hombre me perforó los oídos y volví la mirada a la zona solo para quedar entenebrecida con la piel de su brazo rasgándose cuando comenzó a girarlo, a torcerlo hasta que el hueso comenzara a romperse.

—¿R-Rojo? — mi voz tembló.

El hueso tronó con más fuerza y ahogué un grito cuando en un santiamén se lo arrancó. Roman azotó de espaldas al suelo ahogando un gruñido de dolor en tanto la sombra de algunas personas se inclinaban cerca de él para ayudarlo y en tanto esos tentáculos abandonaban el umbral para la puerta metálica se cerrará.

La alarma calló y el metal crujió cuando terminó de sellarse, separándonos finalmente de ellos y dejando un aterrador silencio a nuestro al rededor.

Apenas reaccioné cuando el brazo pasó justo junto a mí, manchando algunos de sus tentáculos de sangre. Me removí, mirando por el rabillo como él le quitaba el rifle para colgársela al hombro sano. Le arrancó el brazo a una persona viva, y parecía que poco le importaba haber hecho algo así.

—¿Por qué hiciste... eso? — esbocé casi en un susurro.

Se había visto tan irritado y enfurecido como una bestia cuando lo hizo, ¿por lo que le dijo? ¿Por eso se lo arrancó? No, dudaba que fuera por el insulto del hombre. ¿Fue para comérselo? Quería dudar con que fuera por instituto, con que su impulso fuera porque el virus le estaba arrebatando la razón. No quería ni podía aceptarlo que era por eso.

—Necesito una carnada para distraer a futuros peligros— Le sacó el reloj y se lo guardó antes de sacarle el rifle para colgárselo al hombro.

—Pero s-sobraban partes humanas —Di una mirada petrificada a los cadáveres que nos rodeaban—...Pudiste agarrar cualquiera de esas extremidades.

—Si no es carne fresca no los desorientará — espetó sacándole luego el reloj de la muñeca para guardárselo.

Pero era una persona, un sobreviviente y haberle arrancado el brazo así podría matarlo. Aunque no fuera importante ni para él ni para mi, aun cuando le apuntó con el arma, era una vida sana y podría estarse desangrando ahora mismo.

—Pym — Mi nombre en su crepitante voz, me encogió de hombros. Peor aún, cuando se volteó y el único paso que nos separaba, lo erradico cubriéndome con su imponente sombra, y adsorbiéndome con el negro perverso y escalofriante de sus orbes que, en comparación con esas venas negras atravesándole casi la mitad del rostro, aterraba. Estremecieron mis huesos y mi corazón con la suave e inesperada caricia de su tentáculo debajo de mi mentón—. Si arrancarle el miembro a una persona me asegurará mantenerte a salvo, no dudes que lo haré.

—¿Qué quieres decir? — Tragué grueso por temor a lo que sus palabras significaran.

Sus orbes miraron mis labios y por un instante algo parecido a deseo los incendió, luego los apartó con un atisbo de confusión y alzó su rostro clavándose en la pared más cercana del corredizo que nos trajo aquí.

—Tómala — su voz repentinamente fue baja y espesa mientras me extendía el rifle.

Era una mala señal. Lo supe y el miedo me recorrió. Sus heridas ni siquiera habían terminado de regenerarse y, ¿otra vez estaríamos en peligro?

Me dio la espalda, moviendo su tentáculo y lanzando el brazo de Roman al interior de aquel corredizo, el cual rebotó y rodó bastante lejos. No, no, no. Apenas y pudimos sobrevivir a uno, apenas pudo él seguir con vida y... yo apenas tuve suerte con las balas. Solo fue suerte. Dispararles con un rifle como este... sería aún más difícil que con un arma que apenas pesaba.

—¿Qué se acerca? — exhalé. La respiración se me quiso acelerar cuando él se entornó y tomándome del brazo con la suavidad de sus garras comenzó a moverme hacia un pasillo cualquiera, hundiéndonos bajo una horrible oscuridad. Las farolas no servían aquí ni a metros de nosotros de tal forma que no podía ver absolutamente nada, pero era el menor de los problemas.

No es otra monstruosidad. No puede serlo, ¿verdad? Por favor, que no lo sea. Lo peor de este suspendo era que él ni siquiera me respondió, pero a la misma vez su silencio y su manera por apartarnos rápidamente era una respuesta terrible.

Aceleró el paso, y apreté los dientes y me tragué un quejido con la pulsación en aumento en mi muslo. Ese donde todo el peso de mi cuerpo cayo cuando me estrellé sobre los escombros. Tuve que contenerme con el dolor y forzarme a tomar el ritmo sin hacer más preguntas.

El silencio, la humedad, la frialdad de la palma de su mano apretándose más a mi piel. Bájanos escaleras, doblamos un pasillo y luego lo que parecían haber sido otros tres, y después la luz se pronunció sobre nosotros alumbrando una pequeña plaza dividida en bloques de habituaciones. Miré al suelo atrapada por el suave sonido que mis zapatillas deportivas producían sobre una ligera capa de agua que cubría el suelo.

Hundí el entrecejo, recordando los túneles que también estaban bajo el agua. Ni siquiera pude procesarlo cuando me adentró a otro corredizo y luego siguió recto hasta subir otras escaleras, torció su rostro y revisó bajo sus párpados detrás de mí. Su mandíbula apenas se relajó y solo hasta que noté eso, me di cuenta de lo sudoroso que otra vez estaba.

Pálido y sudoroso, y las venas negras y amoratadas seguían sin desvanecerse. Para colmo, la herida en su costado seguía abierta, seguía sangrándole. Seguía perdiendo sangre...

—Rojo...

—No—dijo y supe que debía mantenerme callada.

Volvimos a retomar el camino. Volví a resistir la pulsación molesta en mi muslo y él volvió a acelerar el paso. No supe cuánto tiempo estuve bajo su dirección, pero si de algo estaba segura era que nada nos perseguía, de ser así él estaría repitiéndome lo mismo que en aquella clase de terraza subterránea y mirando hacia un mismo rincón, lo que hacía era más bien revisar todos los alrededores y movernos hacia un lado contrario. Lo que quería decir que, cualquier pequeño error nos pondría en grave peligro otra vez.

De lo que también me di cuenta y lo cual me ponía ansiosa, era que nos estábamos apartando del ala de neonatales y del comedor. De nuestra única salida.

O eso era lo que pensaba, lo que yo creía. Y no iba a detenerlo y decirle que volviéramos y retomáramos el camino, al igual que yo, estaba segura de que Rojo sabia cual pasillo debimos tomar antes puesto que estaban clasificados tal como en el mapa. Pero si nos alejaba, era solo por nuestro bien.

Una vez fuera seguro, volveríamos a retornar el camino. Solo teníamos que esperar un poco en este maldito lugar.

Un poco más.

Solo aguanta un poco más Pym.

Los minutos pasaron: quizás la mitad de una hora era lo que llevábamos caminando en direcciones desconocidas. Sus garras se deslizaron fuera de mi brazo, liberándome a la vez que disminuyó el paso y se apartó de mí. Aunque no dejó de recorrer las paredes bajo sus parpados, supe que ya nos habíamos apartado lo suficiente como para no ser un blanco. No estábamos fuera de peligro, pero nada nos atacaría por ahora.

Y aun así no pude sentirme tranquila. Observé, bajo el pestañeo de las farolas, los derrumbes que aumentaban a medida que cruzábamos y doblábamos los pasillos que debíamos recorrer. Las instalaciones en este lugar estaban completamente destruidas, techos agujerados, maquinas estropeadas, pisos consumidos y agrietados y cadáveres en cada parte.

De todos los rincones que descubrirnos, aquí era donde más había sido atacado y acabado. Incluso las habitaciones de los bloques a los que nos aproximamos, en su gran mayoría, estaban igual que el resto del laboratorio que dejamos atrás. Había cuerpos que llevaban ropa cómoda, algunos usaban únicamente unos jeans deportivos con el torso desnudo, otros un simple camisón, y uno que otro seguía sobre su cama ensangrentada.

El corazón se me apachurró. Retiré la mirada del cadáver despedazado que solo me recordaba a lo que sucedió en la zona canina. Rojo 09 estuvo a punto de terminar así y todavía no se reponía de lo que le sucedió.

Deslicé la mirada sobre el hombre junto a mí. Las venas de este lado de su rostro no se le marcaban más que en su cuello donde el sudor le seguía corriendo, deslizándose a través de la tela aun unida de su rasgada playera para seguir el recorrido sobre sus grandes y desnudos pectorales. Se agrandaban con cada pesada respiración de tal forma que las venas amoratadas se le dibujaban bajo su pálida piel. Una manga se ajustaba al musculo del brazo cuyas garras me sostenían, las venas del mismo color también se le remarcaban a lo largo y se perdían sobre sus fríos nudillos. Rojo no tenía fiebre, pero estaba sudando mucho, demasiado, no era normal y eso no dejaba de perturbarme.

Mordió el labio evaluando esos largos tentáculos que le caían desde el interior de su hombro y se arrastraban por el suelo. No eran tan grandes ni gruesos como los del otro experimento, pero no era por esa razón que los veía. La escena de cómo se lo arrancaba no abandonaba mi cabeza y ver como la herida en su hombro no se regeneraba y la sangre —aunque ya no era mucha—, seguía resbalando por algunos de sus tentáculos, dolía.

Perdió un brazo..., y no volvería a recuperarse. ¿O sí? No sabía que tanta era su capacidad regenerativa o sí tenía limitaciones, pero estaba segura que para construir sus huesos era tan imposible como crear órganos.

Y, aun así, él estaba de pie como si nada, vivo y con una presencia temeraria. ¿Tal vez, era capaz de sobrevivir mientras dicho órgano no fuera tan vital? ¿O de verdad podía regenerarlos? Ni siquiera parecía preocuparle haber perdido un brazo... como si supiera de lo que era capaz.

En el área roja, sus dedos fueron lo único que había visto regenerar. No. En realidad, nunca los vi hacerlo, pero recordaba perfectamente que tenía garras en sus nudillos y garras en la mitad de sus dedos destrozados. Y volvieron completamente reconstruidos, en tan solo un par de horas él había aparecido con sus manos humanas. Quizás sí era capaz de regenerar huesos, tendones y órganos, pero, ¿y si no? ¿Y si había un límite? ¿Qué le sucedería? ¿Se quedaría con esos tentáculos de fuera... o moriría después de un tiempo por los órganos que le arrancaron?

Quería preguntarle, quería hacerle todas esas preguntas que fui acumulando desde hacía un tiempo y por qué incluso la herida en su costado seguía sangrándole.

A punto estuve, pero ver como repentinamente sus carnosos labios se torcían en una mueca de dolor, mostrándome sus apretados colmillos, detuvo mis preguntas por el momento.

—Te duele...— musité cuando mi mirada cayó sobre su costado, con cada movimiento, podía ver como la sangre se deslizaba por su piel —. Y, sigues perdiendo sangre... —Por mi culpa, quise añadir —. Deberíamos buscar un escondite donde puedas descansar hasta reponerte.

—Estoy bien.

Algo me petrificó y por poco me detuvo el paso. Un extraño movimiento desde la parte superior de su cuello hacia su tórax como de un gusano removiéndose y retorciéndose bajo su piel. ¿Qué demonios era eso? ¿Un tentáculo?

Rojo extendió otra mueca y comencé a alarmarme.

—No estas bien— expresé asustada todavía clavada en esa parte de él. Estaba segura de que había sido un tentáculo, nunca me pregunté cómo es que esas cosas estuvieron dentro de su cuerpo y si le hacían daño o...

—Si te preocupan mis heridas, me regenerare—arrastró con la quijada presionada—. Aun así, estoy bien.

Mentiroso.

Se detuvo de golpe, tomándome por sorpresa. Entonces me di cuenta de que aquel pensamiento había salido de mis labios involuntariamente enderezó su cabeza y por ese mismo segundo en que lo escuché exhalar, se volteó con lentitud. Sus orbes feroces me examinaron desde esa corta distancia, miraron el brazo donde un trozo de tela de mi camiseta, rodeaba parte de la herida y, luego, deslizó su mirada sobre la piel desnuda de todo mi abdomen hasta lo largo de la pierna en la que intentaba no recargar mi peso para evitar que me doliera más.

Y de nuevo volvió sobre mi abdomen.

Se acercó bajo el parpadeo de las farolas, dándole un terrible aspecto qué no deseé ver en él, con esos ojos negros, esas venas amoratadas en su piel, esas garras puntiagudas y esos tentáculos... Y sus colmillos, esos qué apenas se mostraron cuando separó sus labios en una apenas, visible torcedura en su comisura. Se detuvo dejando solo un par de centímetros de espacio entre los dos, un espacio qué parte de mi quiso agrandar, pero me repetí qué él no me atacaría. Una de sus garras se apretó en su costado herido y de nuevo la misma comisura se torció en casi una mueca que me angustió. La extendió sobre mi rostro hasta sentir el afilado roce y un ardor encima de la sien herida: un ardor qué intensificó cuando bajó y subió otra vez, hasta que el mismo fue desapareciendo.

—Gracias...—susurré—. Pero no tenías que hacerlo.

—Quítatela— Exhaló su petición de tal forma que sentí un cosquilleo apenas rozándome la frente. Su mirada se mantenía en mi brazo—. Debo curarte esa zona.

Negué con la cabeza.

—Es solo un rasguño. No hace falta. — No quería que volviera a untarme de su sangre cada que me hiriera. No quería aprovecharme de él, o que sintiera que lo está a haciendo.

—Tu sangre fresca es igual de peligrosa como el olor de tu piel— Se vio la garra con la que me había untado su sangre y la cual todavía estaba manchada de sangre que, quizás era mía—, y puede ser un problema para aquellos que tengan el sentido del olfato desarrollado.

Lo decía por él. Estaba segura de eso. En el área roja cuando me lamió debajo del mentón no pareció importarle el sabor de mi sangre, pero en la zona canina cuando volvió a probarla su reacción fue completamente diferente, como una criatura sedienta descubriendo la bebida más deliciosa, pero airado y miserable por probar algo cuyo sabor no quería descubrir a causa del virus.

Eso solo confirmaba lo que Roman dijo. Conforme el tiempo pasaba, Rojo cada vez más se infectaba. ¿Cuánto tiempo le quedaba?

—Tú también estas sangrando— solté con un nudo en la garganta.

—En ese caso me buscaran a mí en lugar de a ti y entonces sabrán que se trató de un contaminado.

— Apenas pudiste sobrevivir— Apreté la escopeta sintiéndome moleste—. Solo mira como estas...

—No te preocupes por mi —me repitió mirándose esta vez los tentáculos para hacer lo mismo con la herida—, mis heridas se regenerarán. Es un hecho del que puedo apostar.

Me confundió su seguridad, y aunque por tercera vez me repitiera esa misma palabra mi preocupación no cedería, porque no se basaba solo en sus heridas, sino en todo lo que ahora mismo era.

—Busquemos un lugar seguro—insistí. Su mirada finalmente se apartó de su garra y me miró —. Así ambos podemos curarnos uno al otro... y descansar.

Bajó a mirarme el muslo y luego volvió mirar detrás de mi cuando cerró sus párpados.

—Es lo que debemos hacer, descansar, reponernos, si nos atacan así quizás no podamos salir con vida— seguirá hablando—. Solo será un par horas y si vez alguna temperatura nos moveremos.

—Bien— aceptó.

(...)

Cubrí rápidamente la ventana bajo las persianas para que nada afuera nos viera y más que nada, no viéramos el cadáver de esa mujer en el pasillo, con el cuello desgarrado. Nos habíamos adentrado en una de las salas cuyas paredes estaban completas. Este lugar sería nuestro toque de queda.

Por si acaso, coloqué el picaporte, cómo si esto fuera a darnos un poco más de seguridad tal como en aquel almacén. Pero por algún motivo no sentía mucha seguridad. Tenía un mal presentimiento y una intranquilidad desesperante.No quería permanecer más tiempo en el laboratorio, pero descansar un momento tampoco era una mala decisión, y más que por la pierna adolorida que me hizo cojear el resto del camino hasta aquí, era por él. Todo para que él mejorará.

Porque quería que mejorará. Pero las palabras de Roman no abandonaban mi cabeza y no podía pensar en nada más que esas preguntas: ¿cuánto tiempo le quedaba a Rojo para terminar siendo como los otros? ¿Su brazo volvería a regenerarse? ¿Se quedaría con esos tentáculos? ¿Qué sucedería con el color de sus ojos?, ¿su temperatura corporal volvería a ser normal?

Por eso empezaba a dudar, empezaba a creer que tarde o temprano perdería la razón y volvería a tratar de atacarme, y esta vez no se detendría por mucho que se lo pidiera. Quería que saliera conmigo de este laboratorio, quería pensar positivamente en que mejoraría, pero cada vez que veía su rostro y esos tentáculos qué salían de su cuerpo, volvía a esas preguntas.

—Quítate los jeans.

Un latido se me atrasó, lo suficiente solo para sentir el revoloteó tan inesperado como su petición. Volteé soltando el pomo. Rojo se mantenía cerca del sofá frente al televisor de pantalla plana. Serio y para mi suerte, dolorosamente aterrador.

—No tengo ninguna herida en mi muslo.

—Quiero revisarte, podrías haberte desgarrado el músculo.

Maldije ante el hormigueo calorífico recorriéndome involuntariamente las mejillas. Esta reacción era otra cosa que me asustaba. Había algo mal en mi como para sentirme nerviosa de desnudarme frente a él. Había algo mal en mi cabeza como para que mi corazón se excitara tan repentinamente cuando él tenía ese aspecto. No. Quizás era todo por su depredadora mirada, la cual no pestañeaba y se mantenía fijamente en mí, intimidándome.

—No creo que me la haya desgarrado— Me negué, por mi bien, por su bien. Aunque yo no estaba muy segura a qué me refería con "por nuestro bien " —. Y aunque me la desgarrara... ¿tu sangre podría ayudarla, aunque no sea un herida externa?

—Tendría que herirte justo donde duele para untar de mi sangre—dijo, volviendo su mirada sobre el muslo—. Si tu pierna esta desgarrada o lastimada de tal forma que te impida correr, pondría tu vida en riesgo.

Abrirme el muslo para curarme... No estaba muy segura de poder tragarme el dolor si me abría la piel justo sobre el músculo adolorido. Y aunque sabía que una pierna desgarrada podría traernos problemas, yo conocía la diferencia en el dolor de un muslo desgarrado y un muslo contraído por un golpe porque ya antes en mi adolescente me había sucedido al correr en el examen de gimnasia.

—M-me la revisaré en ese baño —señalé lo que se alcanzaba a ver del cuarto al fondo del salón en tanto me apartaba de la puerta —, y te diré si tengo o no algo, pero estoy segura que solo necesitaré descansar. Quizás hasta allá un botiquín y no haga falta que me cures el brazo.

Porque no quería que él usara más de su sangre en mi, más de la que él ya había perdido.

—Si hay un botiquín podría desinfectarte las heridas también —añadí como queriendo aligerar el tenso ambiente.

Hubo algo en su mirada, una extraña expresión cuando hundió sus cejas y apretó el lado derecho de sus labios. Dudaba que fuera decepción, parecía más como si supiera que le diría esa respuesta y aun así no le pareciera correcta.

—En tanto descansas, estaré haciendo guardia.

—No te vaya— el ruego en mis palabras fue un látigo de temores que salió tan solo lo verlo dar pasos hasta la puerta.

Sus garras se pusieron sobre el pomo dorado como ignorando mi petición.

—Quedamos en que descansaríamos los dos. — apenas levanté un poco la voz y mi mirada viajó atemorizada a los alrededores antes de volver a él —. No puedes salir de aquí. —Estaba gravemente herido y aunque se regenerara y fuera el doble o el triple y cuádruple de resistente que yo, él también era humano y necesitaba descansar—. Te quedaras conmigo hasta que tus heridas sanen y su te preocupa el peligro, puedes hacer guardia desde aquí, ¿entendido?

Un ardor se fundió sobre mis mejillas cuando él agacho el rostro mirando al suelo al tiempo en que sus carnosos labios se extendían en una estremecedora sonrisa que no llegó a sus ojos negros y aun así le remarcó esos hoyuelos.

Mi corazón volvió a alborotarse y no sabía si era porque bajo las delgadas venas que se dibujaban en su mejilla hasta la quijada y junto a las sombras de sus orbes negro carbón, le daban un aspecto aterrador o porque no pude impedir imaginarme esa misma sonrisa como el Rojo 09 que liberé en la incubadora: sin esas venas negras y amoratadas, sin esos ojos negros, sin esa piel pálida, sin las garras ni los tentáculos.

—Eres toda una fierecilla cuando das órdenes.

Un latino se me atrasó, fierecilla. Él desvaneció sus hoyuelos con seriedad cuando enderezó su rostro, pero no dejó rodear el pomo.

—Quedamos en que descansaríamos los dos— volví a recordarle y agradecí que la voz no me temblara.

—Nunca dije que descansaría.

— Quédate aquí.

Nuestras miradas quedaron conectadas un segundo, un solo segundo tan efímero y a la vez tan eterno en el que el eco de mi petición quedó floreciendo en el aire.

—Me quedaré —esbozó ronco y apenas moviendo sus labios.

Mordí el labio inferior reteniéndonoslo una sonrisa en los labios y asentí. Y olvidando la tonada de su respuesta, me obligué a voltearme sobre los talones otra vez y darle una mirada a la sala: una excusa para mantenerme cuerda fuera de esas sensaciones antinaturales.

Además del televisor y el sofá de imitación de piel y la expendedora cuyos alimentos fueron vaciados por completo, había también un par de minisplits acomodadas a lo largo de la pared donde se hallaban las literas, y un espejo de cuerpo completo con una mesita con cajoneras junto a la entrada del baño. Habían ambientado el laboratorio para la comodidad de sus trabajadores, lo cual solo me hacía preguntarme qué tanta comodidad les daban a los experimentos.

Suponía qué no mucha, o quizás ninguna.

Dejé el rifle sobre una de las camas y crucé el umbral al amplio cuarto de azulejos marrones: una ducha lo suficientemente grande como para tres personas se hallaba al final, en tanto un lavado con espacio suficiente se extendía a lo largo de la pared del mismo tamaño que el espejo con farolas adornándole los extremos. Me recordaba un poco al baño de mi habitación, pero esa sensación desvaneció cuando vi mi reflejo.

Arrugué los labios con desagrado, mi aspecto era irreconocible y asqueroso, y esa palabra me quedaba corta. Aunque ya me hacía una idea de cómo me vería después de lo que Rojo hizo en el almacén, además, el aroma era algo que estuve soportando todo este tiempo como la incomodidad de la textura de mi piel bajo tanta sangre cada que me movía. Incluso me daba rasquera.

Me pasé la mano por el largo cabello que debía ser de un bonito marrón chocolatoso, mis dedos se atascaron en el momento en que metí entre los mechones. Estaba sucio, enmarañado, enredado y endurecido bajo la pegajosa y colorida sangre de Rojo. Incluso la piel de mi rostro estaba cubierta del mismo color carmín, a excepción de los parpados sucios y la boca.

Manchas de mugre, sudor y sangre se combinaban sobre lo largo del cuello, nuca y clavículas y sobre cada rincón de los brazos, incluso parte de la camiseta de tirantes también estaba sudada y ensangrentada. Lo único que permanecía más o menos del color natural de mi piel, eran las palmas de mi mano y el abdomen, pero hasta eso estaba manchado de suciedad y basuritas que sabrá cómo se me pegaron y se me metieron al ombligo. Ugh. Extrañaba las duchas, las estaba extrañando muchísimo.

Para colmo, las venas de los ojos estaban inflamadas y enrojecidas de tal forma que el color azul de los iris se intensificaba un poco. Tenía que ser una infección porque todavía me dolían, pero el dolor era más soportable a diferencia del que sentí antes de lavarme los ojos.

Solté una exhalación y dejé de lamentarme por mi aspecto. Emparejé la puerta sin cerrarla, y desabroché los jeans desnudándome los muslos. No quise reparar en lo sucio que estaba la ropa interior o me daría ñañaras, así que solo me enfoqué en la pierna que me dolió durante todo el camino. Gran parte de la zona externa estaba enrojecida. Era seguro que me saldría un gran morete en tan solo unas horas, pero no había ningún rasguño, nada que fuera suficientemente preocupante. Me los volví a acomodar y esta vez, busqué entre los cajones del mueble del lavabo, algún botiquín.

Todos los cajones estaban vacíos, lo único en este baño era una toalla pequeña para manos ubicada en una repisa junto a la ducha. Ni papel higiénico, ni nada servible, hasta las cajas de pasta dental estaban vacías. Tal vez algún grupo de sobreviviente que se ocultaba en alguna otra área, o los mismos del área naranja o los de la zona canina, se llevaron todo lo que fuera necesario. Eran recursos importantes para durar días en un mismo lugar y sobrevivir.

Me enderecé, de repente dándome cuenta de algo. Si los sobrevivientes tomaron estos recursos para pasar días ocultándose de los monstruos en algún lugar, sabiendo cual era la salida, ¿por qué no se iban? ¿Qué los detenía para seguir ocultándose en este laboratorio?

Roman dijo que en 6 días ese experimento terminó volviéndose un monstruo. Seis días y quizás había pasado más desde que este desastre ocurrió, ¿por qué ellos estando cerca del comedor, no intentaron irse antes de que el experimento los atacara?

¿Cómo no se me ocurrió preguntar eso? Rojo dijo que no mentían, pero no tenía sentido que siguieran aquí tanto tiempo. Y Roman dijo que los sobrevivientes eran un recurso muy importante, como si ser solo 5 no fuera suficiente para lograr salir. Pero antes de que el experimento atacara, eran más y en vez de irse decidieron ocultarse por largos dos hasta que empeoró. ¿Qué nos habían ocultado? ¿Qué ignoraron decirnos?, ¿habían contaminados o algo peor en el comedor como para no irse mucho antes de que ese experimento los retuviera en el área canina? Y en vez de tomar sus cosas e irse cuando él mató a esas cosas decidieron volver a ocultarse.

Tal vez estaba pensándolo demasiado, pero, aun así, estaba segura que nos ocultaron algo muy importante sobre el comedor.

Un quejido ahogado en alguna parte detrás de la puerta, hizo que el corazón se me acelerara. Tomé el pomo y abrí la puerta a punto de escupir mi preocupación. Rojo 09 se hallaba en el sofá, con la espalda contra el respaldo, la nuca recargada, las gruesas piernas entre abiertas y sus garras uniendo su costado herido. La sangre comenzaba a acumularse en una pequeña parte del sofá.

—Estás...

—Se regenerara —me interrumpió, su voz se arrastraba, parecía ahogada. Sus labios torcidos en una queja me decían que sí debía preocuparme. 

Apretó más sus garras uniendo más la herida y un latido se me detuvo con la sangre que le chorreó. Cerró sus parpados, sus colmillos crujieron y sus tentáculos se contrajeron al interior de su hombro, disminuyendo apenas su número cuando unos pocos se le metieron... Se le metieron y podía ver como se remarcaban bajo la piel de sus pectorales hasta los músculos de su abdomen. ¿Como podía todo eso caber dentro de su cuerpo? Rojo era enorme, pero eran muchos tentáculos...

¿Y de qué parte dentro de él creían? Si seguían creciendo tendrían el tamaño de pos de aquella monstruosidad y tal como el bulto que sobresalía de su abdomen, le pasaría a él también.

Quería rechazar ese pensamiento, y la idea de que por muy contaminado que estuviera, esos tentáculos, aunque fueran parte del virus, parecían ser otra cosa. Quizás me equivocaba y fueran solo una deformación ya que los contaminados parecía tener control sobre ellos como si fueran protobrazos conectados a su sistema nervioso, pero...

Di un paso a él sin saber qué hacer, y mientras las palabras de Roman tamborilearon en mi cabeza y me negaba a aceptarlo, observé las gotas de sudor que no dejaban de recorrerle su rostro y cuello. Su enorme pecho subía y bajaba con cada fuerte respiración, remarcándose bajo la playera rasgada. Se veía un poco más peor que antes.

Di otro paso más y luego ya no me detuve hasta llegar a su lugar, extendí el brazo y sin inclinarme sobre él, dejé que los nudillos se deslizaran sobre su mejilla hasta su sien.

—Estas hirviendo.

Estaba hirviendo más que aquellas veces en las que le dio fiebre, y no sabía qué era mejor, si tenerlo frío o caliente, pero de algo estaba segura, estos cambios repentinos en su temperatura eran una mala señal. Antes de que ese experimento casi lo matara su temperatura era normal, y después de eso, estaba frío, pero ahora parecía como si su interior ardiera en intensas llamaradas y fuego estuviera a nada de atravesarle la piel.

Busqué la mochila, la cual él había dejado en el suelo. Pronto me aparté, la alcancé y saqué de su interior una botella de agua antes de ir por la única toalla del sanitario y mojarla.

Moví las piernas fuera del sanitario, acortando la distancia entre el sofá y yo: entre él y yo. Sus orbes diabólicos se clavaron en la toalla y torció sus labios en un bufido mudo.

—No te preocupes por mí...—exhaló ronco de nueva esas palabras.

—Por mi culpa casi mueres...—musité—. Si hubiera huido, esa cosa no te habría atacado porque solo estaba así por mi...

—Si hubieras huido por ese rumbo, habrías sido perseguida por esas otras criaturas.

Y entonces habría muerto. Elegí el pasillo incorrecto, eso no cambiaba que fuera mi culpa.

—Y aun si conseguías huir, no iba a dejar de seguirte, por lo tanto intentaría matarme para llegar a ti— volví a estremecer con su aliento, con su intención de tranquilizarme.

Si hubiera huido, el resultado no habría sido el mismo, porque donde recibió la mayor herida fue cuando me tomó entre sus tentáculos y formó una clase de escudo con ellos para que nada llegara a mi... Pero no iba a ahogarme en mis lamentos, sobrevivimos. Tenia que ser mas cuidadosa, no, más inteligente y rápida al actuar para evitar que él volviera a sacrificarse así por mi. Por mi se dejó lastimar de ese modo, por alguien a quién no conocía.

Su mirada volvió sobre mí, siguiendo cada uno de mis pasos hasta que recargué la rodilla sana junto a su muslo y me incliné temblorosa unos centímetros cerca sobre su cuerpo, sombreándole parte del rostro y parte de su torso. La intensidad de su mirada hizo qué el corazón se me volcara y quedé un tanto absorta por el terrible calor que su cuerpo emitía.

Sin pensarlo más, deslicé las yemas de los dedos sobre la caliente piel de su frente para apartarle los largos mechones qué me estorbarían, y por los dioses, aun sudoroso y pálido sus facciones tan perfectamente entalladas lo hacían lucir hermoso y horriblemente peligroso.

Pero solo ver sus ojos y esos tentáculos revolviendo cerca de mi rodilla, me volvían a la realidad. No era momento para perderme en su belleza cuando él estaba así.

Me acerqué un poco más, acomodando de mejor sobre ambas rodillas en el sofá, de modo que la distancia entre nuestros rostros se redujera a varios centímetros, y la distancia entre mi pecho y su hombro desnudo y ensangrentado, magullado y cuyo hueso seguía visible entre los tentáculos, rozara mi pecho. Retuve una respiración.

Apenas dejé que la toalla descansara en su siente, y suavemente fui moviéndola por cada milímetro de su frente, humedeciendo sus mejillas y acentuados pómulos mientras su mirada seguía acelerándome incontrolablemente el corazón. Y no supe si era de miedo o... era porque me ponía nerviosa.

O ambas.

Un respingón en mis músculos me tomó por sorpresa cuando uno de sus tentáculos se deslizó sobre mi pantorrilla hasta el muslo...

—No es tan fácil deducirte, Pym— arrastró entre dientes, bajo y en un tono aterciopelado en tanto el tentáculo bajaba hacia mi tobillo—. Te pongo nerviosa debido a mi aspecto. Me tienes miedo, temes que me concierta en uno de ellos, pero cuando se te dio la oportunidad de estar con otros más a salvo, decidiste quedarte junto a mi.

Quise subir la mirada, pero no pude sabiendo que la suya seguía sobre mi. Solo pude seguir pasando la toalla sobre su endurecida mandibular y bajar hasta su ancho cuello donde las venas seguían intactas con el mismo grosor y el mismo color amoratado que antes. Estaban tan gruesas que parecían a punto de penetrarle la piel, podía sentirlas cuando inesperadamente mis nudillos rozaron con ellas.

—¿Por qué no te fuiste con ellos? —su seriedad era tan filosa que me ponía nerviosa.

Apreté los labios sin saber qué decir.

—Al menos respóndeme o de otro modo, creeré que te has quedado por lastima.

—No —mi voz tembló, ¿lo hice creer eso?—. Tú también has luchado mucho por sobrevivir para salir de aquí... no quería dejarte.

—Y aun así ibas a hacerlo.

Aunque no sonó a reproche, sino con una verdad cruda e irónica, las palabras se insertaron en el pecho como flechas. Dudé con tanta información, y por eso di esos pasos.

—Lo sé ... P-pero, me di cuenta que estaba cometiendo un error—sinceré —. A un...compañero nunca se le abandona...

Un instante rodó quedó en silencio y miré a sus feroces orbes, una oleada de emociones me atravesó el pecho cuando apenas pude atisbar el color carmín muy débil en sus iris. Muy nublada, todavía oscurecida, pero se diferenciaba finalmente del color negro. ¡El color de sus ojos regresaba!

—Los dos saldremos de aquí con vida, Rojo.

Una descarga recorrió hasta el último centímetro de mi cuerpo cuando su brazo se deslizó alrededor de mi cintura y sus garras se aferraron a mis glúteos, levantándome y sentándome sobre su regazo. Jadeé y pegó todavía más a su caliente abdomen y la fricción entre nuestras pieles desnudas hizo que sensaciones revolotearan a mi entrepierna y a mi pecho, clavándome las manos sobre sus anchos hombros y quedando estremecida bajo su depredadora mirada.

—¿Me dejaras salir a mi: un contaminado?

Si quiera pude pensar cuando inclinó el rostro sombreándome inmediatamente. La punta de su filosa nariz hizo cosquillas sobre el puente de la mía y recorrió hasta mi mejilla deteniéndose a centímetros de mi boca.

—¿Qué si solo me quedan días, o mejor aún, horas antes de perder el control y atacarte? —Sus palabras se quisieron encajar en mi pecho como cuchillas.

—No digas eso... —susurré tratando de no perderme ante su toque, ante su cercanía, y la miserable cercanía de esa boca que llegué a besar dos veces y todavía guardaba un inquietante deseo de probarla con la lengua. Esa boca que comió carne contaminada. Me recordé—. Dijiste que no me lastimarías.

—No quiero y no podría—arrastró ronco, quemándome la mejilla con su aliento—. Pero, ni tu ni yo sabemos lo que pueda ocurrir una vez empeore.

Sacudí ligeramente la cabeza sintiendo de nuevo la caricia de su nariz.

—Si es que empeoras—añadí—. Todavía estas bien.

—Eso no confirma que más tarde no sucederá—La seriedad con la que lo decía me llenó el pecho de vacíos inexplicables—. ¿Aun sabiendo que puedo contaminar a otros quieres que salga de aquí?

Una angustia me dejó comprimida. También llegué a pensar en ello, me pregunté en lo que sucedería si Rojo salía de aquí contaminado, que sería un peligro si llegaba a deformarse, a perder la razón y atacar a otros. Pero pensando así, quería que saliera también...

—No sería inteligente dejarme salir en esta condición.

—Quizás haya alguna cura...—mi voz sonó insegura—. Después de descansar, vayamos el área naranja... no necesitamos quedarnos con ellos solo preguntar si saben algo sobre el virus, quizás saben cómo revertirlo...

No solo era mi voz la que sonaba insegura con ese plan o esa idea o esa esperanza. Todo de mi sentía muy difícilmente que habría algo como una cura, solo bastaba con ver las circunstancias en que estaba el laboratorio y cuánto tiempo más habría pasado desde que Roman dio un aproximado de los días. Sin tomar en cuenta que recorrimos mucho y habíamos encontrado tan pocos sobrevivientes, y si las personas del área naranja supieran de una cura, Michelle me lo habría dicho, ¿no?

No. Nunca le pregunté, así que... podría existir esa probabilidad. No había razón para perder las esperanzas tan rápidamente porque ni siquiera habíamos intentado buscar más. Aunque también era arriesgado, ¿y si intentaban matarlo también?

Dios. Esto era frustrante.

—Tu mereces salir de aquí— casi sonó a una queja, un sentimiento a flote.

—¿Merezco salir de aquí? — arrastró con remarcada lentitud.

—Todo el que luche por su vida tiene derecho a seguir viviendo. Vamos a seguir vivos y a salir de aquí.— traté de sonar lo mas segura para levantarle los ánimos.

Volví la mirada a la suya, a esos orbes que se mantenían clavados en mi boca con un hambre voraz que no esperé.

Mi corazón se saltó un latido. Y por nerviosismo me los relamí, terminando aún más nerviosa cuando eso pareció encenderlo más. Tuve que apartarme un poco de su rostro manteniendo la mirada en la mano que mantenía la toalla contra uno de sus pectorales: ese que se sentía tan duros y se agrandaba con cada fuerte respiración. La vibración y el calor eran increíbles como el deseo de arrojar la toalla y dibujar su estructura con mis propios dedos.

Este deseo no tenía sentido naciendo así de la nada en el peor de los lugares, como tampoco tenia sentido que, aun sabiendo que estaba sobre su regazo, no me retirara.

Con intenciones de enfocarme en otra cosa, dirigí una mirada a su costado. Fue un alivio ver como la piel se le había unido, tejido o lo que fuera, la sangre apenas y salía de una muy pequeñísima hendidura que parecía más bien un arañazo un poco profundo, pero el resto de su piel se veía rojiza, tierna y frágil todavía, pero reconstruida.

—Te dije que me regeneraría —mi coronilla fue atravesada por su caliente aliento que erizó mis vellosidades.

Me aparte de su abdomen y en silencio volví a tomar la toalla que se mantenía sobre su pectoral y moverla de inmediato a su frente donde el sudor seguía deslizándose sin dar tregua.

—Pero todavía tienes mucha fiebre.

—... y una toalla mojada no la bajara, Pym—la ronquera de su voz, y su aliento volviendo a acariciarme la frente solo empeoró las sensaciones que emergieron en mí piel.

—Lo sé —volví a susurrar —. Tu temperatura corporal baja y sube de la nada porque estás contaminado. Ya entendí cómo trabaja ese virus...

En tan solo minutos su cuerpo podía enfriarse, y de repente al siguiente momento hervir tal como ahora.

—No estoy tan seguro que la fiebre sea parte de eso—esbozo y por poco la comisura de sus labios pareció extenderse en lo que iba a ser una sonrisa si no fuera porque se torció en una mueca.

—¿No lo es?

—No lo es— Movió apenas su cabeza en negación. Entonces recordé lo que dijo en el almacén de limpieza.

—Me dijiste que te daba por el hambre— las palabras salieron con duda —, pero dijiste que no era ese tipo de hambre refiriéndote a la comida o en tu caso, la carne.

—Así es—Ladeó su rostro, de repente, parecía curioso por lo que diría.

—Si no te da porque estas contaminado...ni por tus heridas —Hice una pausa para fruncir el ceño y seguir: —, entonces, ¿por qué?

—Ustedes lo llaman tensión...—Su larga lengua se asomó relamiéndose los labios al momento en que sus feroces orbes volvieron sobre mi boca—,y  deseo.

¿Deseo? Una idea de lo que pudiera significar esas dos palabras se vislumbró en mi mente, pero no tenía sentida qué sé refiriera al deseo sexual.

—La razón de esta fiebre es por el hambre sexual—arrastró con ronquera, mirándome a la boca con una intensidad capaz de empequeñecerme—. El deseo de probar cierta piel femenina.

Mi piel. Quería probar mi piel. Y se me estremeció la entrepierna y solo con es confesión bastó para humedecérmela.

—N-No tiene sentido que te de fiebre por eso.

¿Y como sabía él sobre el sexo? Era una especie mejorada de nosotros, y aunque desconocía la razón por la que fueron creados, sus habilidades me decían que era para enfocarlos en algo mucho más importante que en hacerlos experimentar algo tan común como el sexo.

Aunque pensandolo mejor, que fueran creados para algo más importante no tenía por qué significar que no les enseñarían cosas tan intimas cómo esas.

—Te lo explicaré de otro modo—Sus garras se aferraron a la cadera para menearme contra la dureza bajo la tela de sus jeans—. ¿Sietes esto?

Una descarga placentera me recorrió y a él también cuando arrastró aire entre sus colmillos.

—Esto es una anomalía que nos da cada cierto tiempo cuando entramos en celo y la fiebre es solo un síntoma de dicha etapa— volvió menearme hasta arrebatarme un jadeo y se inclinó sobre mí, rozándome la piel de la boca con su caliente exhalación—. La única manera en que disminuirá es si me vengo en ti.

Santo. Dios. Mio. No me dejó ni pensar cuando deslizó sus garras de nuevo sobre mi trasero y mas abajo, dejando que una de ellas hiciera fricción en esa zona tan sensible e intima me detuvo la respiración. Acarició más y...

Oh Dios, ¿por qué se sentía bien aun teniendo ropa encima?

Quería más.

No, no, no, esta no era yo, yo no quería reaccionar así. Algo malo estaba sucediendo, él estaba provocándome contra mi voluntad. No era el lugar, no era el momento. Pero se sentía como sí su propio tacto tomara solo la parte hormonal de mi cuerpo y empujara mi lado racional muy lejos.

—Es de este modo como he deseado comerte, Pym. —Su carnosa boca se rozó contra mi mejilla su ronca y aterciopelada voz me adormeció los sentidos y me aflojó bajo su agarré.

—¿Q-qué?

—Sé que lo has escuchado bien.

—¿Q-q-qué no se suponía que no sabías las diferencíase entre una mujer y un hombre?—tartamudeé.

La comisura izquierda de sus carnosos labios se extendió, las mejillas me ardieron ver esa torcedura de sonrisa que retorcía su rostro de sensualidad de un modo tan escandaloso que sentí marearme.

—Me mentiste.

—Admito que conozco algunas partes y he sentido algunas —arrastró con lentitud, al tiempo en que la garra se presionaba en mis labios íntimos deteniéndome un jadeo en la garganta—, pero nunca he visto el cuerpo desnudo de una mujer, y tengo unas terribles ganas de verte desnuda y hacerte el amor.

Más ondas estremecedoras me acariciaron ante su sensualidad y mordí el labio inferior tratando de detener esto y no perderme en él.

—¿Sa...bes lo que significa hacer el amor?

—Tener sexo.

No. Tener sexo era solo una aventura de una noche, o algo apasional y sexual entre las parejas, pero hacer el amor tenía un significado más profundo e íntimo. Y ahora que me lo decía, estaba segura de que esa diferencia él no la sabía, pero, ¿quién se lo enseñó? ¿O acaso él...?

—¿Ya has tenido sexo con alguien?

—¿Que si lo he hecho con alguien? —repitió esa última palabra como si le pareciera decepcionante—. He visto a un par de humanos teniendo sexo en el área roja.

¿Dos trabajadores en el área roja? ¿Trabajadores teniendo sexo mientras ellos permanecían incubados? Que asquerosos tan sinvergüenzas, ¿cómo es que se atrevieron a hacer eso?

—Pym.

Un estremecimiento profundo me arrancó esos últimos pensamientos cuando él se inclinó dejando centímetros suficientes para que nuestros labios se rozaran. Pero me abstuve, una parte de mi se mantuvo controlada. Debía hallar una salida antes de perderme tal como lo hice en la ducha o, dejar todo otra vez y solo hacerlo.

Solo hacerlo.

No, no puedo hacerlo. Él comió carne, está contaminado. No puedo caer, ni siquiera debería sentirme atraída por él.

—Deja de estremecerte— habló contra mi boca áspero y profundo, cerrándome los párpados con la delirante sensación. Su roce desvaneció contra mi boca cuando se apartó y enderezó su rostro a la misma vez que sus garras abandonaban mi trasero y su brazo se deslizaba fuera de mi cintura.—porque no pienso hacerte mía en tu condición ni en un lugar así, y porque es fácil deducir que tu no quieres que te haga todo lo que deseo hacerte.

Todo lo que eseo hacerte. Tragué y pestañeé, y volví a tragar confundida y aturdida .

—Tienes razón —susurré casi con la voz corta.

Sin mirarlo, me removí fuera de la dureza de su bulto, alzando mi trasero de su regazo para incorporarme enseguida. Retuve un pequeño quejido ante el dolor de mi pierna lastimada, pero el temblor en ambas me tomó por sorpresa, además sentía las rodillas como gelatina. Estaba tan nerviosa y lo peor era que todas esas sensaciones que sus caricias, sus palabras y su calor y su ronquera produjeron, estaban combatiendo contra mi cordura, donde un atisbo de decepción emergió frustrándome mucho.

Nunca podría entender de donde salí todo lo que Rojo 09 me provocaba, pero tuve que reprimir todas esas dudas y recordarme en qué lugar estábamos y a dónde teníamos que ir. No había tiempo para esto, no había tiempo ni siquiera para hacerle mas preguntas sobre su celo, ni saber si quiera cómo más se podría disminuir su fiebre sin necesidad de tener sexo...

—¿Está bien si continuamos el camino en una hora? — pregunté, alcanzando la mochila y todavía evadiendo su mirada, aunque no la sentía encima de mi—. Creo que nos apartamos más del área naranja.

Mirenme, hablando cómo si lo que sucedió hacía unos segundos nunca hubiera sucedido.

—No tengo problema con cuanto tiempo quieras quedarte aquí—arrastró a mi lado —. Pero deberías comer, también necesitas dormir.

Tragué ante la asperidad de su voz.

—No creo que pueda dormir—dije un tanto tensa y el sentido de la verguenza me invadió al recordar mi horripilante aspecto en ese espejo.

Y Dios mío, que me tragara el suelo y me llevara al infierno, así, toda apestosa y bañada en olorosa sangre me tuvo sobre su regazo y contra su torso, ¿y él deseaba verme desnuda viendo lo asquerosa que estaba? ¿Quería saborear mi piel con el aroma a mierda que desprendía? ¿Es que mi aroma no le repugnaba lo suficiente como para bajarle la erección o apartarme de él? Tenía el sentido del ofalto más desarrollado que el de un sagueso así que...

Por eso dijo que no pensaba hacerme suya en mi condición ... refiriendose a mi olor.

Tuve que darme una abofetada mental y dejar de pensar en lo que acababa de pasar y aclaré la garganta y, sin tener el valor de siquiera de mirarlo por el rabillo, le dejé una botella de agua en el sofá.

—Por si tienes sed.

Me aparté tan solo lo dije, y en cuanto llegué frente a una de las camas, dejando la mochila junto a donde dejé el rifle, escuché el claro chasqueo de su lengua y el sonido de sus pasos apenas sonando en alguna dirección detrás de mí.

Volví voltear y verlo su ancha espalda detenerse frente a la puerta me inquietó otra vez.

—Dijiste que te quedarías aquí también y descansarías—apresuré a recordarle.

Como si no me escuchara o me ignorara, sus garras se levantaron para rodear el pomo dorado y abrió la puerta.

—Todavía no estas bien.

Ladeó parte de su torso, mostrándome su sombrío perfil y esa apenas visible torcedura en sus labios, un gesto de irritación.

—Hay algo de lo que necesito deshacerme — remarcó esa erre y el pulso se me detuvo. Odié que mi entrepierna recordara la fricción contra ese grosor de su extensión. ¿Saldrá para deshacerse de su erección?

¿Y si se ponía en riesgo?

—Pero puede ser peligroso—No quería que saliera—. Dijiste que te quedarías.

—¿O prefieres que lo haga aquí dentro? —pareció casi un bufido.

Por inercia mi mirada se dirigió al baño antes de regresarla a él. Una torcedura se asomó en sus carnosos labios y él miró el mismo lugar como si fuera un mal chiste. El calor volvió inexplicablemente a mi rostro y no supe qué decir más que:

—Puede pasarte algo...

Mucho menos supe qué hacer cuando volvió a darme la espalda y dio un par de pasos saliendo de la sala en tanto decía:

—Descuida, volveré en cuanto termine.

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