Todos son culpables
TODOS SON CULPABLES
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Había mucho temor en el grupo. Con Rojo y los demás arriba, el comedor había quedado un poco más desprotegido, al igual que yo los sobrevivientes no dejaban de levantar la mirada y clavarla con duda e inquietud en los agujeros del techo, deseosos de que ninguna monstruosidad saliera de ellos.
Podían percibir cuanto querían todos ellos que los experimentos bajaran, volvieran. Se sentían frágiles, desprotegidos, así como yo me sentía. Sabían que ellos eran mucho más fuertes que nosotros— y vaya que lo eran— y que a causa de que la gran mayoría miraba temperaturas, sentía vibraciones y escuchaba en la lejanía sonidos anormales, sobrevivimos. Pero no entendía, como a pesar de saber todo y que ellos nos seguían protegiendo, algo que sin duda no merecíamos, seguían tratándolos con desprecio, como si no fueran más que esclavos.
¿Cómo es que Jerry los trataba de esa forma tan espesa y sin agradecimiento? No lograba entenderlo, pero, en fin. Tampoco lograba entender cómo es que los experimentos sobreviviendo no se rebelaban contar nosotros. No eran tontos, eran muy inteligentes, sabían, por mucho que no quisiera, que nosotros éramos inferiores a ellos.
Estaríamos muertos si no fuera porque ellos ayudaron, Jerry estaría muerto, esa monstruosidad se lo hubiese devorado de un solo movimiento, pero los experimentos dispararon justo a tiempo, y, aun así, al final los envió a sacrificarse en una orden espesa, burlona...
Miré hacia la estructura de los elevadores, observando el par de agujeros negros y tratando de ver a través de ellos el otro lado, algo que fue imposible. Suspiré, sintiendo esa preocupación apretando mi pecho, pesando mis músculos, quería que Rojo cruzara uno de esos agujeros, quería que volviera sano y salvo.
A pesar de que sabía que era fuerte y meticuloso, aun así, era inevitable preocuparme tanto por él. Se había vuelto tan importante para mí, tan deseable y amado por ni ser, sobre todo ahora que habían vuelto los recuerdos de todo lo que hicimos juntos, y los sentimientos que tuve por él, también lo hicieron.
No habían sido pocos días los que estuvimos juntos como él dijo una vez, sino meses, largos meses en los que incluso, dormíamos juntos. Pero sabía a qué se refería rojo con que parecieron pocos días, el tiempo al lado del otro pasaba muy rápido, supongo que así se sentía cuando te gustaba alguien... Me pasó solo unas veces con Adam, el resto el tiempo comenzó a trascender con lentitud, él me gustaba, sentía algo por Adam, un sentimiento que en pocos meses empezó a disminuir volviéndose algo rutinario, algo problemático, tóxico.
Muy tóxico.
Y era cierto lo que Adam dijo esa vez, no me engañó cuando estuvimos juntos, recuerdo muy bien que yo fui la que terminó con él porque nuestra relación no estaba funcionando, y yo estaba perdiendo ese sentimiento sintiéndome atraída cada vez más por Rojo. Aunque lo único que no perdí en ese tiempo por Adam fue el cariño que le tuve, pero que se acostara con Rossi más veces de las que cantara el gallo justo en nuestra cama y sofá, sí que me lastimó, después de eso, solo lo utilice para olvidar a Rojo. Algo que no pude lograr, y las veces en que Adam quería tener relaciones sexuales conmigo, todas esas las detuve por el mismo motivo.
Ya no sentía nada por Adam, pero sentía todo por Rojo, porque cuando Adam me acariciaba y me besaba, o incluso cuando tocaba mis zonas más sensibles, nada más que la incomodidad reaccionaba en mi cuerpo. Rojo estaba tan incrustado en mí que hasta soñaba con él, soñaba con su boca saboreando la mía, tal como esas pocas veces en que nos besamos, también soñaba con sus manos deslizándose con una sutil suavidad que detenía mi respiración y me estremecía por completo hasta volverme agua.
Bajo otro suspiro en el que apreté el trapo en mi boca y nariz, me aproximé al grupo que, inesperadamente, estaba empezando a crear una fila frente a los agujeros. Tal como Jerry había ordenado antes de que los experimentos partieran. Así que me acerqué, abrazando mi estómago que empezaba volcarse otra vez. No quería vomitar otra vez, pero ese hedor del comedor y caminar entre aguas sucias y repletas de partes humanas podridas, era imposible no sentirme asqueada.
Tragué con fuerza el sabor asqueroso en tanto terminaba de acomodarme detrás de un par de mujeres, clavando la mirada en unos soldados que se apartaron de Jerry para adentrarse a los agujeros con sus armas apretando los puños. Me pregunté para qué entraban, ¿los experimentos ya estaban bajando?
Solo pensar eso, cosquilleo los músculos de mis piernas, ansiosas de moverse y revisar el interior de esa estructura también, con el propósito de buscar a Rojo.
Repentinamente dejé que la mirada se posara en esa cabellera castaña en movimiento, sabía a quién le pertenecía. Adam se estaba apartado del grupo con el que hablaba para encaminarse a mí, a pasos rápidos y firmes, no sin antes dar una mirada a su entorno.
— Jerry está dudando de los experimentos, piensa que nos traicionaran— informó. No esperé esas palabras que terminaron contrayendo no cejo—. Que no van a bajar, que cerrarán las puertas de la entrada de arriba y se irán sin nosotros.
Devolví la mirada a los agujeros, sin dejar de negar con la cabeza que él estaba mal.
—Rojo no sería capaz— sostuve severamente era más que evidente—. Él no nos dejaría aquí.
—Tal vez él no te dejaría aquí, pero a nosotros sí— espetó, enchuecando su mandíbula, y tenía razón—. No lo conoces del todo, los experimentos no son tontos Pym— soltó llevando su arma al bolsillo de su pantalón—, saben lo mucho que los lastimamos, seguramente piensan que haremos lo mismo con ellos.
Pues no estaba equivocado, y los experimentos no eran los únicos que pensaban así, yo también sentía que los tratarían de lastimar o los encerrarían una vez que saliéramos del laboratorio. Era esa la causa por que también sentía que los experimentos tratarían de matarnos, pero nos habían traído hasta aquí y aún no trataban de vengarse.
— ¿Y no lo harán otra vez, lastimarlos, abusar de su fuerza y su sangre? — inquirí, arqueando una ceja al ver la forma tan seca en que exhalaba.
—No lo sé— sinceró, mirando un momento detrás de ni hombro—. No sé qué planes van a tener para ellos una vez a fuera. Y siendo francos, sé que también sientes que algo muy malo sucederá en la superficie con ellos.
No entendía que tan difícil era para ellos aceptar que los experimentos eran más que experimentos. No había nada de malo verlos como humanos, ¿por qué no simplemente aceptaban ese hecho y trataban como su igual? No era difícil hacerlo.
— Si los experimentos contaminados salieron de la planta, el exterior será un caos, y es más que seguro que utilizaríamos a los experimentos de las áreas peligrosas para protegernos, sobre todo a los naranjas en ellos el parasito no sobrevive— La forma tan amargada en la que lo dijo, me creó una mueca temerosa.
Tenía tanta razón que hizo que mis puños se apretaran, sintiendo esa quemazón subiendo a través de mis músculos. Eso era lo que yo sentía que sucedería al final, matarlos o utilizarlos para sobrevivir, pero no. No. Por supuesto que no dejaría que eso sucediera, que utilizaran a Rojo para protegerlos, no lo permitiría.
—Yo no dejaré que hagan lo que quieran con Rojo, Adam— pronuncie en queja—. No lo van a obligar a poner su vida por los demás, ¿entiendes? Él es mucho más humano que nosotros— terminé exclamando, mirando de qué forma su mirada pestañaba asombrado, azorado con sus labios entreabiertos, y ceñudo en confusión.
— ¿Cuánto...? —hizo una pausa para respirar—. Dime Pym, ¿cuánto quieres a ese experimento?
— ¿Quererlo? — mi cuestión lo inquietó—. Adam, lo amo.
Terminé estremecida por la manera tan sentimental en que lo confesé, y supe que él también lo había sentido, porque noté como su cuerpo se comprimió. Como rápidamente retiró la mirada hacia el suelo como si le doliera...
Le dolió, mi confesión le afectó, pero la verdad es que me daba igual si le dolía o no, si le importaba o no lo que yo sentía por Rojo. Porque era cierto, y él ya lo sabía desde antes de que todo esto sucediera. En uno de mis recuerdos recuperados, cuando yo volví con él pensando en que así olvidarla a Rojo, él me dijo que había ido con Rojo 09, dejando en claro que no volviera a confundirme, que yo le quería a Adam y no a Rojo, realmente. Aunque cuando Adam me dijo toda esa aclaración innecesaria, yo terminé diciéndole que estaba equivocado... y lo que sucedió después terminó lastimándolo a él también.
—¿Lo amas tanto que pondrías tu vida en riesgo para protegerlo? — alargó sin emoción, sin alzar su rostro un centímetro.
Esa pregunta me recordó a Rojo, él desde el principio había hecho eso. Poniendo su vida en peligro para mantenerme a salvo, nunca dudó en asentarse al peligro y matar a los monstruos que estuvieron a punto de terminar con mi vida. Sí... Me pondría en riesgos para proteger al hombre que se adueñó de mi alma por completo.
—Levantaría mi arma y dispararía al que tratara de lastimarlo— fue lo único que aclaré. Adam soltó el aliento levantando la mirada del suelo hasta colocarla sin presión en mí.
—Cuando me preguntaste a qué habías ido al área roja esa vez en el bunker...— pausó, tragando con dificultad—, era para salvarlo a él.
Su respuesta final hizo que exhalará, pero no de sorpresa porque ya había pensado que esa era la razón por la que fui al área roja, pero que él lo rectificara sin ningún titubeo, me tranquilizó más.
— En el grupo de sobrevivientes en el que estábamos, cuando todo esto aconteció, nos escondimos en la zona Xexro, que es donde se dedican a mejorar por medio de las pantallas y muestras de laboratorio la genética de los experimentos rojos—mencionó y quise entender por qué estaba contándome esto, aun así, no lo detuve y él siguió hablando—. Desde ahí, en unas pantallas parpadeantes que mostraban las cámaras de seguridad del área roja, supimos que las incubadoras de esa área estaban intactas y el área cerrada sin monstruos dentro. Los experimentos rojos seguían dentro y creímos entonces que estaban descontaminados.
«También creímos que lo estaban los enfermeros blancos y verdes porque, a diferencia de las áreas peligrosas, ninguno de estos experimentos incubados se había deformado como ellos. Entonces se decidió enviar a tres grupos pequeños de personas para rescatar estos experimentos de diferentes áreas que no estaban demasiado lejos de la zona Xexro.
Daesy estaba en el grupito que fue al área roja, ella era la única que conocía la clave de los botones para liberar a los experimentos rojos.»
Adam hizo una pausa en la que lo único que se reproducía en ese momento en mi cabeza era el nombre Daesy. Así se llamaba la chica con la que Adam se había acostado. Pero no era por eso que estaba sorprendida, sino por el recuerdo de una pelinegra y de baja estatura. Una mujer muy bonita que había sido la primera persona que conocí en el área de mi trabajo ya que nuestros experimentos eran vecinos de cuarto. Dy, así era como le llamaba mayormente, había sido la única chica amable y no arrogante de la sala 3. Ella era quién me contó muchas cosas acerca de los rojos que yo aún no comprendía, y fue a la única a la que le dije sobre lo que sentía por Rojo 09.
—Tu nunca le quitaste un ojo de encima a la pantalla, menos cuando de un momento a otro la viste saliendo del área sin haber liberado a los experimentos rojos—mencionó, y eso me hizo morder mi labio inferior—. Poco después, Daesy dijo que estaban contaminados, y que los experimentos blancos y verdes también lo estaban.
«Poco después la electricidad de la zona comenzó a fallar y las cámaras se apagaron, y una enorme criatura se estaba aproximando a nosotros o eso detectamos en las pantallas, pero a ti eso no te importó, porque saliste corriendo hacía el camino que llevaba directo al área roja.»
De alguna manera todo lo que Adam me decía, estaba resultando demasiado familiar para mí como si lo hubiese vivido en algún momento atrás. Tan familiar y tan real que el miedo que sentí en ese momento en que mencionó lo que Daesy había dicho sobre los incubados, me estremeció los músculos.
De inmediato, alcé la mirada detrás del hombro de Adam al darme cuenta de que, entre todas las personas sobrevivientes, ninguna era ella. Ninguna era Daesy. Entonces, ¿dónde estaba ella? ¿No sobrevivió? ¿Murió? ¿Ronny, su pareja también murió?
Sentí congelarse mi respiración cuando la realidad me golpeó... Si no estaba aquí, la probabilidad de que estaba muerta era...
— ¿Dónde está ella? — No le dejé seguir cuando esa duda creció con intensidad en mí. Observé su rostro, la manera inquieta en que permanecía silencioso, sin saber que decir, entonces lo supe. Ella había muerto también.
—No lo sé, muchos nos dispersamos a causa del experimento contaminado, ese que resultó ser el mismo que el del comedor— me sentí un poco abrumada por sus palabras—. Fuimos obligados a tomar un atajo diferente, apartándonos del resto —pronunció antes de exhalar—. ¿Pym, no te arrepientes de haber perdido tus recuerdos a causa de ir a salvarlo?
—No—aclaré enseguida y sin titubeos—. Ahora Rojo está con nosotros, vivo y descontaminado. Valió cada segundo haber arriesgado mi vida por él, no se merecía nada de lo que le hicieron. Por eso no permitiré que sigan aprovechándose de ellos.
Una mueca se alargó en sus labios, y pensé que haría un comentario que me desagradaría, pero solo asintió.
—Pienso igual que tú—soltó—, pero todavía hay quienes piensan que estas criaturas sin igual, deben seguir ocultas para experimentar con ellos.
Cuando terminó de hablar se giró dando una mirada corta a los de la fila detrás de él, en ese momento en que casi me perdía en mis pensamientos, atisbe a Augusto en la lejanía de la fila, esa mirada verdosa que se había cruzado con la mía y en cuanto me vio, se giró de golpe dándome la espalda... Entonces pensé, ¿sería él el que quiso matarme? Era muy extraño su comportamiento, la forma en que me miró en el bunker y la forma en que lo hizo hoy, incluso otros momentos. Era muy extraño, muy sospechoso.
—En el bunker, un hombre se me quedó mirando como si le horrorizara encontrarme— le conté, llamando su atención dejando que esa mirada marrón volviera sobre mí—. Recordé hace tiempo que él y yo trabajábamos en la misma área, y no nos llevábamos muy bien, pero eso no explica la forma tan extraña en que me vio en el bunker.
Hundió sus pobladas cejas en ese rostro de piel bronceada, lanzando la mirada de inmediato al mismo lugar en el que yo estaba mirando.
— ¿Por qué no me lo dijiste antes?
—No estabas cerca como para contarlo, estabas hasta en frente. Ese sujeto usa lentes de abuelita, es de baja estatura y demasiado delgado, no sé, ¿alguien tan delgado quiso matarme? —Respondí, aunque no escuchándome con firmeza—, pero la forma en que me miró me hace sospechar de él. Además, en aquel recuerdo él tenía documentos confidenciales sobre los experimentos.
—¿Y no lo acusaste? —aquello lo escupió—. Con eso basta para acusarlo como uno de los culpables, Pym, una de las reglas dentro del contrato de confidencialidad era no sacar ningún tipo de información de los experimentos a la superficie.
—Al principio creí que tal vez Chenovy le había dado el permiso no lo sé—traté de explicar—, porque los soldados lo revisaron y lo dejaron pasar.
—Es absurdo, es demasiado arriesgado dejar salir a la superficie información de los experimentos ¿recuerdas hace exactamente cuándo fue ese recuerdo? —su pregunta me apretó los labios, incluso hizo que levantara la mirada de las personas haciendo fila para encontrarme con esos orbes marrones.
Quise recordar con exactitud ese recuerdo, estudiarlos en cada pequeña escena bien ilustrada en mi cabeza, y tratar de averiguar hacía cuanto tiempo atrás aconteció.
—Creo que hace más de tres meses, no lo sé, sigue siendo confuso— hasta mi propia vox sonada confundida, ese tono lleno de duda que terminó amortiguándose cuando Jerry empezó gritar que comenzáramos a subir la escalera, eso fue suficiente para levantar nuestras miradas y entornarlas en su dirección donde mi corazón se detuvo y todo mi cuerpo se calentó de inmediato.
Esos orbes endemoniados estaban clavados sobre mí desde lo más alto de los escombros de los que Jerry bajaba para apresurarse a la estructura. Su figura imponente y tan macabra revivió mi corazón en latidos acelerados, una chispa de emoción se incidió en mi estómago cuando al instante bajó dando pasos duros y firmes hacía mí, apretando su larga arma entre sus manos.
Era Rojo. Había vuelto salvo y sano. Eso quería decir que no había peligro arriba, ¿verdad? Tuve la necesidad inquietante de moverme y apresurarme con pasos rápidos para llegar hasta él y abrazarlo cuando....
Las manos enormes de Adam me detuvieron y me regresaron a mi antiguo lugar. Se enderezó acomodándose frente a mí, evitando que así pudiera seguir mirando a Rojo.
— ¿Qué más recordaste de él? ¿O sabes de qué trataban esos documentos? —retomó el tema, tomándome de los hombros para que colocara la atención en él—. Cualquier cosa puede servir, Pym. Sí él es el culpable debemos impedir que salga de aquí, no se lo merece.
Nadie se merecía salir de este lugar...
Mordí mi labio inferior aguardando mis nervios y la necesidad de estar con Rojo, enfocándome en mis recuerdos, en ese borroso momento en que estábamos en el comedor y yo había chocado con Augusto.
—Eran algo como de registros de los experimentos, su desarrollo y crecimiento—recordé tratando de hallar la última palabra—. Eran registros de experimentos rojos. Sí, de los enfermeros rojos.
— ¿Registros? —pronunció como si lo que le contara le sonara increíble, sin embargo, esa confusión disminuyó—. Fuera lo que fuera, que sacara algo de los experimentos a la superficie es porque tiene que ver con los malditos que financiaron este laboratorio.
Sentí una pulsada de dolor en la cabeza en la que sentí también como si algo quisiera regresar a mí, una imagen de una mujer junto a un escritorio repleto de hojas desordenadas y la pantalla plana de un computador. Ese escritorio me era tan familiar... pero antes de que pudiera si quiera reconocer su aspecto sombrío, toda esa imagen se esfumó al instante en que Adam soltó mis hombros.
Dio un paso atrás para mirar a los sobrevivientes que cada vez más estaban apartados de nosotros, Rojo se detuvo junto a él con una mirada llena de extrañes, analizándome.
— ¿De qué están hablando? —apenas escuche la voz de Rojo antes de verlo dar los últimos pasos hasta mí de tal forma que nuestro espacio personal desapareciera.
Sus orbes siguieron inspeccionándome con esa misma extrañes, como si viera algo en mí que no estuviera bien. Movió su brazo para llevar su mano desocupada y ahuecarla en mi mejilla, un cálido tacto que revirtió el mareo que aquel recuerdo lleno de lagunas me provocó.
— ¿Estás bien? —Su cálido aliento me abrazó el rostro, yo asentí en silencio apenas pudiendo crear una sonrisa—. ¿De qué estaban hablando?
—De que un maldito cobarde seguramente se encuentra subiendo la escalera tratando de salir ileso de lo que ha hecho—interrumpió Adam en un gruñido, tomado su arma del bolsillo del pantalón antes de girar y mirar a Rojo—. Pym ha recordado a uno de los culpables de este desastre y al que quiso matarla, seguramente...
Rojo destelló preocupación, pasando de ver a Adam a buscar mi mirada con severidad.
— ¿Quién es? —me preguntó, sosteniendo mi rostro con su mano, iba a responder cuando Adam interrumpió otra vez.
—Que te lo expliqué después—aclaró, mirando hacía la estructura de los elevadores—, subamos de una vez para detenerlo cuanto antes.
Y con eso bastó para que él fuera el primero de nosotros digiriendo sus pasos hacía los pocos que quedaban fuera de los agujeros.
(...)
Los tubos delgados de la larga escalerilla que parecía no tener retorno, estaban húmedos, y con cada toque que dabas mientras la escalabas en las manos se quedaba un rastro pegajoso.
Estaría limpiándome las manos en mi sudadera sino fuera porque seguía perdida en mis pensamientos, reproduciendo la conversación que había tenido por segunda vez con Rojo minutos atrás antes de que empezáramos a escalar, y sobre todo la que tuve con Adam. Le había recordado a Rojo todo lo que le conté de Augusto mucho antes de llegar al comedor, y la razón, otra vez, por los que sospeché que había sido él uno de los culpables. Y que quizás, según Adam, él pudo haber intentado matarme en el área roja.
Pero para ser franca, cuando se lo dije no soné para nada segura a como había sonado con antes, después de ver esa imagen en mi cabeza que había estado repasando. Con todo lo que vi en esa corta y sombreada reproducción en mi cabeza de una oficina con sus estanterías vacías y el computador tan elegante, comencé a dudar de Augusto. Comencé a dudar de él y preguntarme si realmente era o no quien me golpeó en la cabeza, o sí él era cómplice de lo que había acontecido en el laboratorio, porque sin duda alguna esa imagen era la oficina del área roja en la que desperté sin recordar absolutamente nada, y era una mujer la que se recargaba en el escritorio de madera negra.
Esa figura era de una mujer... Sin duda alguna era una mujer, pero, ¿quién era? ¿Era la mujer que me golpeó? Era frustrante, si la persona que quiso matarme seguía viva y entre nosotros, intentaría matarme tarde que temprano para que no abriera la boca, sobre todo si al final tenía los ADN de los experimentos.
Me detuve en seco aferrando mis manos a los tubos cuando sentí el líquido asqueroso subiendo desde el vuelco de mi estómago hacia toda mi garganta, lo tragué antes de respirar con dificultad, tratando de reponerme, sintiendo en ese nanosegundo el roce de un calor sobre humano y protector sobre mi espalda que terminó intensificándose cuando ese cuerpo se inclinó.
— ¿Te mareaste o son tus nauseas? —la voz grave y baja de Rojo exploró el interior de mi cabeza mientras su aliento cosquilleaba en mi oreja. Sus manos pronto las sentí acomodándose a cada lado de las mías acariciando apenas mis dorsos, manteniendo una posición protectora para sostenerme si llegaba a desmayarme.
Cosa que no sucedería.
—Solo son nauseas— repliqué, tomando una bocanada de aíre y exhalando con fuerza para comenzar a escalar otra vez. Minutos después de que subimos la escalera las náuseas empezaron a aumentar, si vomitaba aquí arriba sería un problema porque debajo de nosotros había un par de soldados experimentos.
—Puedo cargarte en mi espalda...—insinuó con preocupación detrás de mí—, no falta mucho por llegar— me hizo saber. Yo negué enseguida, pasando a darle una rápida mirada, aunque para ser franca, no pude ver nada más que la mitad de su rostro sombreado a causa de que mayormente estábamos rodeados de oscuridad, la linterna que él llevaba colgando de su arma, alumbraba la parte trasera de la estructura nada más, al igual que otras pocas linternas que apenas permanecían encendidas en la lejanía.
—Estoy mejor ahora—forcé a decir—, solo necesitaba un pequeño descanso—Aunque las náuseas seguían ahí a causa de mi ansioso y revuelto estómago.
—Sé que no es así, preciosa...—me descubrió, pero creo que era obvio que lo haría, ya antes le había dicho la misma frase y terminaba vomitando.
Seguí subiendo por largos minutos la escalerilla, sintiendo la pesadez en mis piernas y pantorrillas de tanto doblarlas y escalar, ese cansancio debía deberse por el embarazo, sabía que no debía esforzarme mucho, pero, ¿qué podía hacer? Evidentemente tenía que esforzarme preguntándome cuánto faltaba para llegar a la superficie.
La superficie, le temía mucho a lo que nos fuéramos a encontrar una vez llegado al final de la escalera. Rojo me dijo que llegaríamos a un salón repleto de cadáveres, pero los cadáveres no eran lo que me preocupaba sino lo que fue a acontecer con los infectados y con esa persona que intentó matarme.
Repentinamente algo me sobresalto, y fue sentir como los barandales bajo mis manos se sacudían y rechinaban como si la escalera estuviera a punto de ladearse o de romperse. Sentí pavor y me aferré de un abrazo a la escalerilla mientras detrás de mí, el cuerpo de Rojo volvía a curarme por completo.
—Ya hemos llegado— esa era la exclamación de Jerry desde lo más alto de la escalera, pero esas sacudidas no terminaron, sino incrementaron como si todos al mismo tiempo subieran a toda prisa para llegar al suelo firme.
Una calidez carnosa y húmeda depositándose sobre una parte desnuda de mi hombro izquierdo me estremeció entero el cuerpo, mis rodillas temblaron cuando una de las manos de Rojo se apoderó de mi cadera.
—Sube, es seguro— susurró, empujándome levemente para que continuara, y lo hice, siendo consiente de esa extraña maldición que apenas se había alzado desde lo más alto.
Escalé, una tras otra hasta que esa luz con Rojo por detrás hasta que los tubos terminaron y ese suelo helado fue tocado por mis manos, estaba a punto de subirlo apresuradamente cuando esa mano rodeando uno de mis brazos me tomó por sorpresa. Le di una mirada al hombre dándome cuenta de que era Adam, ayudándome a levantarme.
Apenas pude incorporarme, apartándome del umbral cuando mis ojos cayeron en todos esos cuerpos deformes que ocupaban casi todo el suelo de la enorme y extraña habitación. ¿Qué era este lugar? Le di una mirada al techo y a esas paredes antes de reparar por segunda vez en las monstruosidades sin vida, empujadas por los pies de los sobrevivientes para poder caminar al centro de la habitación que parecía...
Una cámara de gas.
—Hay tres hombres de estaturas muy similares y con anteojos, Pym, necesito que me señales quién es esa persona—mencionó Adam, mirando hacía el grupo grande de personas y hacía los experimentos que se hallaban, todos, acomodados frente a esa puerta metálica que permanecía cerrada. Todos, con sus armas en sus manos, colocando la misma atención a Jerry que estaba acercándose a ellos—. Debemos detener a ese culpable.
—No te preocupes por él...—pausó Rojo repentinamente con una frialdad que hundió mi entrecejo—, porque aquí todos son culpables.
No tardé en dar la vuelta para ver sus orbes rojos oscurecidos con malicia, aquellos que habían pasado de ver a Adam con severidad a verme a mí, pero mis ojos terminaron cayendo detrás de sus hombres donde los últimos experimentos soldados se incorporaron, acomodándose junto a los dos umbrales de los elevadores para levantar...
Levantar sus armas en un movimiento que, aunque extraño, fue suficiente para saber que algo malo estaba a punto de acontecernos. Y no fui la única que se dio cuenta de eso cuando el resto de los experimentos que nos habían rodeado a todos nosotros, levantaron también sus armas.
Apuntándonos.
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