Todavía no somos libres
TODAVÍA NO SOMOS LIBRES
*.*.*
Nadie prestaba atención al par de agujeros que se mantenían en lo profundo de la tierra enlodada justo a cada lado de nosotros, nuestra atención estaba fundida en lo que se acomodaba más adelante de nosotros.
El sujeto se mantenía un paso más al frente que los soldados, era el único que parecía no tener arma, seguro de lo que hacía o lo que enfrentaba. Apenas podía ver la claridad de su figura masculina bajando el megáfono para dar una mirada al cielo donde los helicópteros se mantenían rodeándonos por encima, iluminándonos con sus enormes farolas.
Le di una corta mirada a los helicópteros, a uno sobre todo donde las personas que lo montaban se mantenían observándonos, apuntando con sus largas armas a nosotros, también.
Nos tenían rodeados. Y solo ver esas inquietantes miradas endurecidas de los experimentos que se mantenían clavadas en los soldados uniformados, ver como mantenían sus armas levantadas, enfocadas y preparadas para disparar costara lo que costara proteger a los suyos, hizo que me aferrara más a la espalda de Rojo, casi como una súplica de que retirara el arma.
No lo hizo.
Ninguno de ellos lo haría. No iban a obedecer aquella orden que fue gritada. No iban a bajar sus armas, podía leerlo fácilmente en sus rostros. Desconfiaban, y claro que lo harían, yo también lo hacía, pero esos hombres nos triplicaban en número. No íbamos a ganar, mucho menos a salir libres de esto.
Mi mente trató de procesar con claridad, si nosotros bajábamos las armas seguro que ellos también lo harían o al menos no nos matarían. Y si no las bajábamos...
—Rojo...—lo llamé, mi mano tiró de su camiseta en tanto lanzaba una mirada temerosa a los soldados.
—Eso no sucederá—aquel gruñido que hizo que mis músculos saltaran por la forma tan peligrosa en la que se levantó provino del enfermero blanco. A su lado el resto de los experimentos ya habían formado una larga hilera manteniendo por detrás a los pocos infantes, algunos de ellos incluso levantaron más sus armas hacía los helicópteros.
— ¡Están rodeados, tiren sus armas al suelo y levanten las manos! — la voz masculina retumbo desde el megáfono acompañado de un leve chillido que aturdió. Pero ningún experimento movió un solo musculo al igual que los soldados sobrevivientes que estaban armados.
Nadie tembló ante a la orden. Pude ver como uno de los hombres armados, se incorporaba de su lugar arrebatando el megáfono al hombre para gritar:
— ¡Esta es la última advertencia!
—Baja el arma, no podemos contra ellos—mi voz tembló cuando lo dije, y cuando vi que ni siquiera movió un poco su cuerpo o entornó la mirada en mi dirección, me atreví a moverme, o eso traté porque tan solo di un paso fuera de su espalda, esa mano que se mantenía sobre el gatillo del arma voló hacia atrás, empujándome mi cadera devuelta al lugar.
—No te muevas, Pym—soltó entre dientes. Y entonces, lanzó una mirada que, aunque me dejó desconcertada por lo mucho que demostraba su enojo y desesperación, no me dejé intimidar. Sabía muy bien que quería protegerme, sí, pero no así. No otra vez poniendo su vida en riesgo ante algo que no íbamos a poder ganar.
Regresó su mano al gatillo, sin darme una segunda mirada como si supiera que esta vez lo obedecería. Lo hice, me quedé detrás de su espalda solo porque sabía que si salía haría un escándalo, sin embargo, no me quedé callada.
— ¿Crees que vamos a poder salir de esta? —pregunté lo suficientemente alto como para que los demás pudieran escuchar—. Son cientos, no podemos enfrentarlos, solo haremos que nos maten.
— ¡Bajen sus armas, o tendremos que actuar!
—Ella tiene razón, hay que hacer lo que nos piden— gritó la mujer de cabellera rizada cuando apenas la voz del hombre del megáfono se había esparcido alrededor hasta desaparecer. Estaba a un experimento de nosotros. Bajó su arma, dejando que apuntara solamente al suelo, dándole una mirada al experimento blanco quien se mantenía un poco más adelante que nosotros al igual que 07 Negro, firme como una roca—. Son muchos, son demasiados, no podremos contra ellos.
—¡Nos matarán, aun así! —exclamó 07, mirando al resto de sus compañeros.
— ¡Tiene razón, nos encerraran otra vez! —gruñó el enfermero blanco a su lado, él fue el único que no quitó la mirada de la amenaza—. ¡No podemos permitirlo!
—Nos lastimaran si no bajamos las armas—expliqué rápidamente antes que alguien más hablara—. Puede que sí nos encierren y nos hagan preguntas, pero miren, estamos rodeados no hay salida. Si no obedecemos, dispararan.
Las últimas preguntas insertaron inseguridad en los experimentos, la suficiente como para que sus brazos temblaran y sus dedos se apartaran de los gatillos, bajando algunos sus armas frente a los orbes grisáceos de 07. Él parecía estar a punto de gruñir algo, cuando de pronto sus orbes se movieron a una perturbadora velocidad de vuelta a los soldados, o mejor dicho a uno solo de ellos que se había aventurado a caminar en nuestra dirección.
Y de un segundo a otro todos los experimentos que habían bajado sus armas las levantaron, todas apuntado a la misma persona que se apresuraba a levantar sus manos como una señal de paz. No venía armado, no había ningún arma a la vista, tampoco estaba vistiendo uniforme de soltado, mucho menos llevaba puesto un casco dejando ver todo su físico lleno de abrumadoras características me que hicieron pestañar.
— ¡No te acerques! —graznó 07, dando un paso al frente con el arma, casi, sobre su hombro.
—¡No disparen!
Aquella grave voz recorrió cada trozo de mi piel hasta erizarla, mi corazón aleteó desconcertado cuando esos orbes de un ámbar tan enigma rico y de esclerotizas que, extrañamente no eran ni blancas y mucho menos negras —parecían ser de un gris oscuro—rápidamente recorrieron a todos nosotros. Sus comisuras oscuras se estiraron, torciendo sus carnosos labios varoniles en una sonrisa de emoción.
— Miré temperaturas normales—acalló el instante que dejó de silencio—, pero no pensé que fueran tantos sobrevivientes, y como pensé, ninguno de mi área.
Hubo otro desconcertante y tenso silencio que me hizo dar una voraz mirada a los demás antes de volver a reparar en el hombre frente a nosotros. No era la única que estaba en shock, asombrada y absortada por esa gran altura de al menos un metro noventa. Sus rasgos tan drásticamente perfectos y atractivos, y el color de esos ojos tan intensos dueños de una mirada imponente.
Él era un experimento.
— ¿Por qué estas con ellos? —fue la primera pregunta que resbaló de los labios del soldado naranja.
Me hice la misma pregunta, pero, ¿desde cuándo había salido del laboratorio? ¿Salió por los elevadores? Debía de ser, Adam dijo que no había otra salida, solo el comedor. Había una segunda salida, en la oficina del señor Chenovy, que tenía también un elevador y una escalera de emergencia, pero toda esa área había explotado, según Jerry. Así que la única salida era el comedor.
— ¿Nos estas traicionando también? — espetó esta vez el soldado naranja—. Responde.
—No, yo les he estado ayudando a buscar temperaturas contaminadas. Ellos no son peligrosos—pronunció él sin bajar un solo centímetro sus brazos. Volvió a reparar en todos nosotros antes de clavar de nuevo la mirada en 07 Negro —. Nos salvaron y nos mantienen a salvo.
Esas últimas palabras nos sorprendieron, sobre todo a 07 Negro quien había contraído con extrañes sus oscuras cejas, sus brazos por un momento parecieron a punto de bajar. ¿Había más experimentos y sobrevivientes con ellos? No éramos los únicos entonces...
— Bajen sus armas, ellos no les harán daño —soltó en petición, no sin antes ver hacía el umbral de la planta, una mirada inquieta que era casi de temor que terminó girando la mirada para revisar que no había nada en la entrada—. Si las bajan y levantan sus brazos, ellos lo harán también.
— ¿Cómo puedes estar tan seguro? —Esta vez había sido Rojo el que arrojó con desconfianza la pregunta bajó el crepitado serio de su voz.
—A nosotros no nos hicieron daño—explicó con calma el experimento, sin detenerse a mirar a uno solo—. Cuando logramos del laboratorio, fuimos acorralados en una habitación de la plana por los contaminados, pero ellos no rescataron y nos han mantenido a salvo desde entonces.
La confusión y desconfianza se adueñaron del ceño de 07, y no era el único que se mantenía ceñudo y con esa misma sensación de que algo no estaba del todo bien. Tal vez el experimento decía la verdad, pero todos esos soldados podían significar un problema mayor.
Una amenaza para Rojo y para nuestro bebé. Con ese solo pensamiento mi mano voló velozmente a mi vientre donde aún podía sentir esos leves cólicos que desde el comedor no habían parado de molestarme...
—Nos van a encerrar como animales otra vez— habló otro experimento al que solo pude ver de perfil, su nariz respingona permanecía un poco arrugada en tanto sus orbes repletos de un naranja apagado aseguraban que pertenecía a la clasificación de experimentos del área naranja, se mantenían sobre el experimento, observándolo con recelo—. Nos encerraran y experimentaran con nosotros otra vez.
—No es así. A nosotros no nos encerraron, sólo tomaron muestras de sangre y nos pusieron bajo vigilancia dos días para saber si estábamos o no contaminados, luego nos dejaron libres—sinceró. Pestañeé consternada por lo que había dicho, preguntándome cuánto tiempo llevaban en la superficie—. Nos alimentaron, nos dieron refugio, una cama y techo, no nos trataron mal. Y a ustedes tampoco los trataran mal, ellos quieren terminar con los contaminados.
— ¿Estás seguro? —repitió Rojo, su espalda se alejó un paso de mis manos, un movimiento amenazador hacía el experimento, un movimiento inquietante para mí.
En estas circunstancias tan severas no quería tenerlo lejos.
—Se los aseguro—no dudó en soltarlo con rapidez, soltando la firmeza y seguridad en sus palabras, una seguridad que estuvo a punto de convencerme, enviando mi mirada detrás de sus hombros donde a varios metros se hallaban aquellos soldados inmóviles apuntándonos con sus armas, esperando a que bajáramos las nuestras.
Aun seguí sintiendo inseguridad—no era la única—, tanta así que hasta mis rodillas temblaban nerviosas y temerosas mientras en mi mente cientos de preguntas comenzaban a formarse. ¿Estaba hablando en serio? ¿Realmente podíamos confiar en ellos? Aunque se miraba tan seguro y trasparente, ¿no lo habían amenazado para hacer que nos rindiéramos? No teníamos salida, ellos nos tenían rodeados así que tarde que temprano terminaríamos rindiéndonos tal como ellos ordenaron, pero... ¿Podíamos rendirnos y confiar en ellos? ¿Era cierto lo del refugio? ¿Podíamos confiar?
La cabeza empezó a darme vueltas, pensamientos a contradecirse unos contra otros. De ninguna manera podíamos confiar. Si los monstruos habían salido y contaminado a otros y matado a cientos... No nos dejarían libres entonces, veníamos del mismo laboratorio de donde salieron las monstruosidades, ellos lo sabían, seguramente nos culparían.
Nos matarían al final.
— A nosotros nos dejaron quedarnos con las armas con las que salimos del laboratorio, lo mismo pasará con ustedes—habló cuando vio que nadie dijo nada en un par de segundos, en ese instante bajó su brazo dejando que su mano descansara sobre una pequeña arma guardada en su bolsillo—. No puedo hacer que me crean, pero pueden averiguarlos por ustedes mismos. Ellos no quieren hacernos daños, nosotros no les amenazamos y si somos o no del laboratorio no les importa, lo que ellos buscan es acabar con los contaminados...
Se había escuchado tan sincero y trasparente que el silencio se hizo alrededor, llenándose rápidamente de tensión, una peligrosa y ansiosa tensión que hizo que los experimentos se compartieran una mirada y esos murmuras comenzaran a emerger. Busqué en su mirada algún gesto que respondiera rápidamente que estaba mintiendo, que lo habían amenazado, sí era así entonces nuestras vidas se terminarían, no habría más, y no era porque fuera negativa, era porque la evidencia era simple a nuestro alrededor.
Y de repente, no había sido 07 Negro ni mucho menos el enfermero blanco o el soldado naranja u otro experimento quien había dado el primer paso entre todos, sino Rojo, él se apartó por completo de mí, a zancadas firmes y peligrosas con su arma levantada apuntando a la cabeza del experimento una vez se detuvo a menos de medio metro de su alto cuerpo.
El corazón saltó de mi pecho a punto de agujerarme el pecho y salir huyendo, mis manos habían sentido la necesidad de detenerlo cuando aquella enorme farola de luz sobre uno de los helicópteros, terminó iluminándolo solo a él.
—Te lo preguntaré una última vez—gruñó cada palabra, enfurecido ante aquellos orbes platinados que parecían sobresaltados—, ¿estás seguro que no nos harán daño? —refutó con la misma tonada la pregunta—. Escucha, si percibo con mi olfato y mi audición que estás mintiendo, te mataré.
—También he pasado dolor al igual que ustedes en el laboratorio, tuve la misma desconfianza cuando ellos entraron y nos sacaron de la planta—comenzó a hablar, viéndonos de reojo otra vez antes de volver la mirada a Rojo, a esos orbes entornados con tanta intensidad en él como si buscaran cualquier gesto extraño que le dijera que él estaba mintiendo—, pero ellos no nos lastimaron—terminó diciendo al instante en que negó con la cabeza —. No los van a lastimar si se rinden. No volverán a las incubadoras ni a esos cuartos pequeños, seremos libres.
Mientras lo decía, la seguridad que trasmitía tanto con su voz como con su mirada, estremeció mis huesos. Bastó solo esa última palabra, para que Rojo bajara el arma, se apartara un par de pasos de él, y volteara a ver a los suyos.
—Bajen sus armas— no fue una petición, sino una orden que enchuecó la quijada de 07, y del enfermero blanco, quien negó con la cabeza.
— No sabemos sí él está mintiendo — apresuró a decir 07, en un ápice de molestia.
— Aun así, estamos rodeados, no hay salida y es mejor bajar las armas antes de que hayan lastimados— aseveró Rojo, dejando que su voz recorriera lo que pudiera antes de que el sonido de los helicópteros lo amortiguaran—. ¡Bajen sus armas!
— ¡No las bajaremos! —gruñó 07, un intenso y bestial gruñido que hizo que mis huesos saltaran debajo de mi piel. Rojo por otro lado, permaneció inmóvil con su impotencia sin una pisca de temor, clavando su feroz mirada en esos orbes grisáceos.
— ¡Si no las bajan esto terminara mal! —grité, enfundando mi arma ante aquellas miradas torcidas en mi dirección, pero de todas ellas a la única mirada que puse atención fue a esos diabólicos orbes que desde un inicio en que subimos por los elevadores se presentó como la cabeza del grupo—. Aun si mintiera no hay salida de todos modos, y si volvemos al laboratorio o disparamos ellos también lo harán, perderíamos a muchos.
Ni siquiera pasó un segundo en que terminé de hablar, y un segundo en el que pude ver alguna reacción en su rostro cuando alguien más tomó la palabra.
—No salimos del laboratorio para estar bajo órdenes otra vez—espetó entre dientes 07 Negro.
—Tenemos niños que proteger, no podemos enfrentarlos—Esta vez la mujer de los risos había hablado, bajando su propia arma mientras y junto a ella, un par de experimentos de mirada verdosa también lo hicieron—. Piénsenlo, disparan y alguna bala de esos infelices terminará atravesando la cabeza de esos niños.
La endurecida mirada de 07 se ablandó moviendo un poco su cuerpo para ver a esos pocos infantes que se acomodaban detrás de todos ellos, lanzando miradillas a todo lo que pudieran ver de lo que se extendía frente a nosotros. Confundidos, curiosos y atemorizados. Eran tal como ella lo dijo, niños que abarcaban una edad menor de los 12 años, niños que no merecían haber estado en ese laboratorio amenazados por las monstruosidades.
Eran niños como la edad de Verde 13.
Mordí mi labio al recordar a ese pequeñito del quera era examinadora, al recordar por todo lo que había pasado y lo mucho que se había esforzado para crecer, para que al final... esas personas fueran tan injustos como para despreciar de tal forma su vida. Lo vieran más que un simple objeto como para triturarlo y volverlo a hacer a su manera. No lo vieron como lo que realmente él era, un niño y nada más.
—Ellos tienen razón, son fuertes, pero esos soldados les superan el número, tienen miles de armas, morirá gente— supe a quien le pertenecía la voz. Adam. Él y otros sobrevivientes bajaron sus armas—. Tu gente, porque yo no dejaré que muera la mía— enfatizó con fuerza, esta vez, dejando que su escopeta resbalara al lodo, dejando también que sus manos se levantaran en señal de rendición.
A su lado, varios otros hicieron lo mismo sin antes mirar a los experimentos y como ellos comenzaban a dudar en hacerlo o seguí al experimento 07. La mujer de mirada miel hizo lo mismo, su arma golpeó tan fuerte el lodo que este mismo terminó embarrando sus botas, un pequeño acto atisbado por la mirada oscura del experimento.
—¿Qué piensas de esto, 07? ¿Nos rendiremos? —preguntó el enfermero blanco, dándole una mirada a su compañero.
—No—espetó él y eso estuvo a punto de acelerar mi respiración—. Pero bajaremos nuestras armas porque no podremos ganar aquí —exhaló las palabras, escuchándose forzado a decirlas. Inconformé y aún desconfiado terminó dejando caer su escopeta, al igual que todas las otras armas que colgaban del cinturón de su uniforme, y lo mismo hicieron todos los demás experimentos, poco a poco levantando sus brazos.
Rindiéndose.
Ríspidamente busque a Rojo con la mirada, él comenzó a pasos grandes acercarse con esa mirada carmín dispuesta y sería encajada en mí.
—Tira tu arma—hizo saber, pero cuando quise volver una realidad sus palabras alcanzando mi arma para tirarla, él ya la había tomado de mí bolsillo para lanzarla junto con la suya al suelo, y para que al instante fueran sus dedos deslizándose por toda la piel de mi antebrazo hasta la palma de mí mano donde se entrelazó—. Pero no te apartes de mí—y con esas palabras que se habían escuchado como advertencia, levantó nuestras manos al cielo, apretando la mía.
Y tan solo lo hicimos, esas armas que desde el momento en que salimos de la planta nos apuntaban, cedieron también con un veloz movimiento que terminó incorporando a todos los soldados, todos al mismo tiempo. Pronto, varios de esos soldados comenzaron a trotar en dirección nuestra. Cuando vi que no se detenían con sus armas bajas sin señalar, mi corazón se contrajo, se apretó y tembló.
—Hicieron bien, todos estaremos bien —escuchamos decir al experimento que aún se mantenía más el frente que nosotros. Me pregunté si realmente todo estaría bien, pero claramente no lo estaría porque desconocíamos lo mucho que había cambiado el exterior, más aún si los monstruos habían llegado lejos.
Solo nos quedaba averiguar qué tan peligroso era, qué tan peligroso eran ellos, y si nosotros sobreviviríamos.
Sí algún día tendríamos vidas tranquilas.
(...)
Las vibraciones del vehículo de guerra en el que nos colocaron eran rotundas, sacudían nuestros cuerpos detenidos por un grueso cinturón que se abrazaba a nuestro vientre ligeramente, y no era por la carretera sino por el conductor que manejaba sin cuidado, como si estuviese apresurado a llegar a su objetivo. Sentí pavor a causa del movimiento acompañado de los inesperados estruendos de una tormenta en el cielo que apenas comenzaba.
No había siquiera un cinturón que me brindara seguridad así que solo pude buscar la mano de Rojo y apretarla: un agarre en el que apenas él me correspondió. Todo el cuerpo de Rojo estaba tenso, permanecía duro como una piedra en su asiento y no era por el estruendo en el nublado cielo o las sacudidas del helicóptero sino por los soldados que se mantenían frente a nosotros, a un metro de distancia abrazando sus armas despreocupadamente mientras nos observaban.
Nos habían separado en cuatro grupos que repartieron en cuatro vehículos del mismo tamaño, cada uno con un número de soldados rusos para mantenernos vigilados. Eso era lo que esos soldados frente a nosotros estaban haciendo en este momento, vigilándonos, reparando también en el aspecto físico de Rojo y el resto de los experimentos repartidos a nuestros lados.
Todo había pasado muy rápido desde el momento en que subimos nuestros brazos en rendición y los soldados llegaron a nosotros. Lo primero que ellos hicieron fue recoger nuestras armas y revisa que no tuviéramos una escondida, o que claramente no estuviéramos contaminados. Muy apenas los experimentos se dejaron revisar, a excepción de algunos que no dejaron si quiera que los soldados se les acercaran. Y después de eso comenzaron a subirnos en los camiones bajo una petición.
Y aunque el silencio a nuestro alrededor había vuelto a hacerse desde el momento en que subimos y nos sentamos, pronto fue acallado por uno de los soldados que parecía ser el que estaba a cargo, además que de pude reconocerlo.
—Soy el soldado Jon al mando de ustedes. Tendrán muchas preguntas y el camino al refugio es largo, ¿por cuál empezaran? —Le reconocí de inmediato, aunque su voz en este momento tenía menos fuerza que en el megáfono, pero era él. El hombre que nos ordenó bajar las armas—. Los otros que salvamos ya nos contaron lo suficiente del laboratorio y de lo acontecido, así que solo podemos responder sus dudas.
Miró a cada uno de nosotros, hice lo mismo, en tanto todas las dudas comenzaban a emerger en mi cabeza, todas construyendo respecto al refugio, a todos ellos y a lo que en estas semanas había sucedido en el exterior.
Quería saber que tanto habían destruido, hasta donde habían llegado. Quería saber si no habían llegado hasta Moscú, esa era la ciudad en donde mi familia vivía. No estaba muy lejos de Kolonma, ese era el pueblo en el que se ocultaba la planta eléctrica. En todo este tiempo que estuvimos en el laboratorio muchas cosas pudieron haber sucedido en la superficie. Ni siquiera sabía en qué momento esas monstruosidades comenzaron a salir, así que no sabía hasta donde habían podido llegar.
Sí llegaron a Moscú... podría soportarlo.
— ¿Ninguna pregunta? —Arqueó una ceja, dándole una pisca de diversión a esa mirada grisácea.
—Sí—la respuesta surgió al unísono entre Adam y yo, un sonido que hizo que incluso compartiéramos una mirada corta, muy corta en la que vi la forma en que él levantó un poco su mentón antes de apartarse y hablar:
— ¿Qué estaban haciendo en la planta eléctrica? ¿Iban a destruirla? —preguntó, sin darme oportunidad a mí de hacerlo.
—Algo así—la respuesta brotó de los labios de uno de Jon—. Estábamos por enviar a un grupo de soldados al subterráneo para colocar bombas luego de buscar sobrevivientes, pero nos sorprendió su aparición. Por el numero de localizadores que comenzó a iluminarse en la pantalla de uno de los sobrevivientes, creímos que eran más contaminados, así que nos pusimos en alerta.
— ¿Hasta dónde han atacado los monstruos? ¿Han llegado a la ciudad o a otras zonas? —me aventuré a preguntar enseguida, sintiéndome repentinamente un poco sofocada con el corazón acelerado en mi pecho cuando esa mirada carmín se colocó sobre mí. Rojo seguramente sabía por qué estaba preguntando, le había contado sobre mi familia, sobre mis hermanos pequeños. Sabía que vivían en una ciudad nombrada Moscú.
— Toda Kolonma1 fue destruida y contaminada, fue una masacre, algo terrible—empezó, tragué con fuerza el nudo que sus pocas palabras habían construido en mi garganta, rompiendo enseguida el agarre entre la mano de Rojo y la mía solo para tallar mis palmas sobre los muslos. Un acto que Rojo atisbó, hundiendo un poco su entrecejo—. Menos de la mitad de la población que habitó el pueblo sobrevivió, pero aun la mitad de los que sobrevivieron estaban contaminados. No pudimos hacer nada por ellos.
Eso me estremeció, imaginando lo que había sucedido.
— ¿Han llegado a Moscú? —repetí mi pregunta, mi voz amenazó con temblarme. El hombre se estiró un poco hacía atrás, recargando su espalda en el respaldo del asiento de madera. Con calma me miró, una calma que quise arrancarle de su cuerpo.
Nadie tomaría estas cosas con calma.
—Tomamos las precauciones medidas cuando fue destruida, en cada ciudad o pueblo que rodeaba a kilómetros este, enviamos soldados armados. No sabemos si esas cosas que matamos eran las únicas en la superficie, por eso nos dividimos en varios grupos y enviamos una orden de alerta hasta a la marina para cazar a estas criaturas— replicó—. Los hemos estado cazando en las afueras de Kolonma1, no por sus localizadores, sino por el desastre que han dejado en su camino. Pero si hubiesen atacado en la ciudad o en otras áreas a las que hemos enviado la alerta, estaríamos informados, y hasta entonces no ha habido informe—detalló, y solo hasta que dejó de hablar pude soltar una larga exhalación que relajó mi cuerpo. Mi menté se despejó, eso quería decir que mi familia seguía con vida, a salvo, ¿cierto?
No habían atacado a Moscú... Ni a ningún otro lugar, aunque el lugar más cercano al pueblo después de miles de kilómetros, era Moscú.
— ¿Qué planean hacer con nosotros? —Rojo esfumó la pregunta, y por ese segundo su mano cubrió una de las mías, por encima de mi muslo para volver a entrelazar sus dedos con los míos.
Noté la forma inquietante en que el soldado al mando estudiaba en silencio a Rojo. Estirando una mueca solo del lado derecho de su rostro, torciéndolo en tanto lo observaba.
—Nada—resopló con sencillez, una respuesta que nadie esperó—, sabemos lo que hacían en el laboratorio y sobre los experimentos como ustedes, no hay nada más que queramos saber hasta entonces—pronunció, y quedé confundida, ¿en verdad sabía para qué habían sido creados realmente los experimentos? Los únicos que lo sabían eran los malditos que provocaron este infierno y ellos habían muerto, ¿o acaso habían capturado a uno?
—¿Qué tanto saben de los experimentos? —proseguí a preguntar.
—Sus dones, por decir así, y que su ADN esta hecho a base de una gran variedad de reptiles, la mayoría de ustedes pueden ver temperaturas, el resto vibraciones, olfato bien desarrollado al igual que su audición. La razón por la que los crearon realmente no nos interesa, solo buscamos a los responsables de este caos y terminar con los contaminados, el resto no nos concierne a nosotros—respondió con lentitud, y casi parecía como si hubiese repasado antes sus diálogos por la naturalidad en que lo soltó—. Estarán cansados así que solo les darán una cama y algo de comida, al día siguiente les tomarán muestra de sangre solo por precaución, y listo.
¿Eso era todo? Sentí que no, que no era todo, que había algo más que no quería decirnos. Era muy poco, ¿no tenían interés en los enfermeros o los experimentos con mucha fuerza muscular? Aunque deseaba que no tuvieran interés en ellos, su respuesta era para desconfiar.
— ¿Una muestra de sangre y es todo? —inquirió Adam, él también sospechaba.
—Sí, ¿qué esperaban? Si hay más se los dirán por la mañana—dijo, soltando una fuerte exhalación y lanzando una mirada a las pequeñas ventanas con barandales del vehículo que se encontraba sobre nosotros—. Esto es todo lo que me corresponde decirles.
— ¿Quiere decir que nos dejaran libres después de que esto termine? —tartamudeé a la mitad de la pregunta con temor a tener una mala respuesta.
—Eso no me corresponde decidirlo, señorita— ni siquiera dudó en responder—. Vienen de un laboratorio subterráneo donde se sintieron dioses y crearon nueva vida reptil, soltarlos, así como así, no será tan sencillo.
— ¿Qué quiere decir con eso? —pedí que me explicara, porque en serio no estaba entendiéndolo. ¿Hablaba que nos mantendrían encerrados? ¿Se llevarían a Rojo y a los demás con ellos? ¿Entonces ese experimento nos mintió?
— ¿Nos encerraran? — Adam preguntó.
—No, y no me corresponde decidirlo, pero...— pausó para aclarar, para inclinar su cuerpo sobre sus rodillas y acomodar sus codos sobre estas mismas—. Imaginen lo que terminaría sucediendo el día que estos experimentos caminen por las calles de una ciudad, las personas se volverían locas. Un caos volvería acontecer. Sin embargo, el gobierno estaría proporcionándoles un lugar seguro para que vivan y crezcan. Pero me estoy adelantando, todavía tenemos que exterminar a esas cosas, por lo tanto, se quedaran con nosotros.
Quedé pensando en lo que dijo con simpleza, procesando cada palabra, aunque no había mucho en qué pensar porque todo lo que dijo era cierto. Él tenía razón, incluso yo tardé en aceptar a los experimentos. La primera vez que vi a Verde 13 quedé estupefacta, en shock, no pude hacer nada los primeros días por estar observándolo, estudiando todo de él porque era nuevo para mí, pero al final, después de todo lo acepté.
Los experimentos podían ser aceptados, Rojo podía ser aceptado, ¿no es así?
No. Ese hombre tenía razón, pensarlo o decirlo era más sencillo que hacerlo o ver que sucediera. A nosotros nos pagaban por entender a nuestro experimento, por comunicarnos con él y relacionarnos con él, formar un lazo. Sé que el resto de los examinadores se sintieron igual que yo cuando conocieron al experimento que cuidarían por años, y aun así la mayoría de los examinadores no aceptó a los experimentos.
Los miraban como animales, no como personas.
No les gustaba, no los querían, les daban asco...
Sería muy complicado, e incluso, comenzaría un nuevo caos.
Y el vehículo se detuvo para mi sorpresa, sacándome de mis pensamientos e inyectando una bola de nervios en mi estómago cuando en ese segundo hasta los soldados se levantaron con sus armas preparadas, con las miradas puestas sobre todos nosotros.
—Arriba, hemos llegado.
Era extraño, no duramos más de una hora en el vehículo, ¿y ya habíamos llegado? Rojo se levantó del asiento, tirando levemente de mi mano para que hiciera lo mismo, y lo hice sin inmutar, viendo como los soldados abriendo esas puertas metálicas para dejarnos apreciar lo poco que se podía en el exterior a causa de la oscuridad de la noche. Pronto, varios soldados comenzaron a bajar, y los experimentos los imitaron sin chistar.
Por otro lado, mientras ellos saltaban del vehículo a la tierra sin problema, miré todo lo que pude del exterior solo para saber que el refugio se trataba de un campamento. Un enorme campamento con cientos de tiendas de acampar acomodadas en seis líneas largas.
Cada esquina del campamento alumbradas por enormes farolas colgadas en torres de madera acomodarse a lo largo de la reja de púas metálica que rodean todo el campamento. Esas torres estaban ocupadas por soldados armados, estaban bien equipados atentos a cualquier anomalía alrededor de un bosque que les rodeaba.
—Pym— Salí de mi trance, reaccionado al ver la mano de Rojo extendida frente a mí. No me di cuenta del momento en que bajo del vehículo, colocándose frete a mi cuerpo, esperando a que yo hiciera lo mismo.
Aunque no hacía falta, tomé su mano rápidamente para bajar de un pequeño salto a la tierra húmeda en la que se hundió mi calzado. Emprendimos camino apartándonos de los otros vehículos estacionados en el interior del campamento. Volví a echar una mirada alrededor encontrando pronto que los otros sobrevivientes y los experimentos que antes estaban con nosotros ya estaban siendo repartidos a las tiendas de la tercera fila por otro soldado. Por la lejanía en la que estaban, apenas pude reconocer al experimento de orbes platinados invitando a un par de niños a entrar en una de las tiendas en compañía de otro experimento.
Se miraba tan tranquilo, tan confiado y seguro, ¿realmente nosotros también debíamos sentirnos confiados y seguros?
—No podrán salir de sus tiendas hasta el amanecer, solo por precaución, ¿entendido? —pareció más una advertencia. No volteó a vernos, solo nos llevó hasta la cuarta fila de tiendas donde pronto comenzamos a recorrer el pasadizo abierto—. Uno de mis hombres les llevará un poco de suministros para que pasen la noche.
— ¿Este lugar es seguro? —la pregunta había sido de uno de los experimentos que nos acompañaba, su mirada repleta de un colorido miel intenso, estaba clavada en las torres junto a la cerca de púas.
—Eso es una ofensa—resopló el hombre uniformado, dándole una mirada al experimento —. Reforzamos la cerca, cualquier animal o cosa que se acerque se electrocuta.
Instantáneamente miré hacía la tierra que mis pies pisaban con cada paso que daba. Esos monstruos eran inteligentes, si no podían penetrar la cerca, buscarían otra entrada. La tierra podía ser su entrada.
— ¿Nos llevaran a otro lugar? —tuve la duda. No quería estar aquí rodeada de tanta naturaleza, era peligroso. No estábamos seguros a pesar de que había demasiados soldados armados.
—Lo más seguro es que se los lleven a la base por la mañana.
— ¿Dónde está la base? —continué.
—La primera base está del otro lado Moscú. Si tienen familia podrán pedir verla— Con esas palabras una chispa de emoción y ansiedad se encendió en mi interior. Yo quería ver a mi familia.
— ¿Podremos contactar con nuestras familias llegado a la ciudad? —Miré la media sonrisa que dibujó en sus delgados y largos labios antes de detenerse junto a una de las tiendas cuyo interior se ocultaba detrás de unas cortinas verdes, y girar en torno a mí.
—Sí. Una vez que los acomoden podrán contactarlos—respondió, instalando un cosquilleo en mi estómago, una sensación de alegría y angustia que me apretó las manos. Volvería a ver a mi familia, por lo menos, eso no nos lo iban a impedir—. Ahora, se terminan las preguntas...— se detuvo, pasando de verme a ver a los otros en tato ese cosquilleo se intensificaba en mi interior—. Uno de ustedes dormirá en esta tienda, ¿quién lo hará?
—Nosotros—Su grave y ronca voz crepitó en mi pecho, un estremecimiento se añadió en mi piel cuando la mano de Rojo rozó suavemente la mía con el propósito de que le mirara después de decir aquello. Jon nos observó desvaneciendo un poco esa media sonrisa, antes de estirar su brazo y tomar la primera cortina que terminó extendiendo solo para echar una pequeña mirada al interior.
—Es una cama muy pequeña—comentó, Rojo no tardó en revisar, aunque desde nuestros lugares podía ver casi todo lo que había dentro de esa tienda, y con todo me refería a esos trapos extendidos en el suelo y una almohada tan pequeña como el tamaño de mi antebrazo, además de una lámpara de vela encendida a medio metro de la camilla —, pero supongo que harán lo posible por caber en ella.
—Es suficiente para los dos—esta vez hablé yo, y de imitar a Rojo que ya estaba adentrándose al interior de la tienda, la mano de Adam me detuvo en seco, me hizo girar y encontrar esa mirada marrón opaca y sería.
—Cuiden sus espaldas—demandó, unas palabras que abrieron mis labios, unas palabras que hicieron que Jon ladeara el rostro con la mirada clavada en Adam—. Túrnense si van a dormir.
— ¿Esta dudado de nosotros, señor...? —soltó la pregunta, remarcando más la última palabra como si esperara a que Adam dijera su nombre. En realidad, eso último es lo que estaba esperando mientras reparaba en su aspecto.
—Adam—respondió con sequedad, soltando mi muñeca enseguida—. Y alguien que diga que no le interesa saber de los experimentos no es de mucha confianza.
— ¿Debe haber una razón para que nos interesen estos experimentos, señor Adam? —inquirió Jon, dando un paso para acortar la distancia entre ambos —. No todos somos como las personas del subterráneo, preferimos pelear por nosotros mismos para ganar los honores que dejar que otros lo hagan por nosotros, eso sería una verguiza.
Adam apretó los labios en tanto Jon arqueaba una ceja, por ese momento parecían retarse con la mirada.
—Espero que sea así—fue lo único que él dijo antes de entornar su mirada hacía mí... mejor dicho, hacía Rojo—. Cuiden sus espaldas, cualquier cosa ocuparé la tienda de al lado—y con eso, Adam ni siquiera dio una mirada a Jon para comenzar a caminar, guiándose solo en el camino hacia la tienda junto a la nuestra.
—Ya quiero ver cómo le queda la cara por la mañana cuando se dé cuenta de que no es así— repuso Jon tras el suspenso que dejó los pasos de Adam cada vez más alejándose—, en fin. Dentro de una hora les traerán comida y agua. No salgan de sus tiendas, es una orden—repitió la última frase haciéndome preguntar por qué razón no quería. Podía deberse a que no era seguro por la noche, o no lo sé. Nos dio la espalda tras un suspiro de fastidió, esta vez mirando al resto del grupo—. Caminen, les daré a ustedes también una tienda.
Y sin más, no pude adentrarme a la tienda hasta ver que ellos se apartaban por el ancho y largo corredizo abierto, notando mientras se alejaban como Jon tiraba una mirada a la tienda en la que Adam había entrado sin invitación.
Entré a la tienda sin esperar más, dejando que la cortina resbalara de mis manos para que cubrieran el alumbrado exterior. Me quedé quieta, sin moverme de mi lugar viendo como la única luz de la tienda creaba sombras negras en las cortinas que veía, mientras pensaba en que todo esto era demasiado bueno para ser verdad.
Parecía un sueño que saliéramos vivos del laboratorio sin ser atacados por una monstruosidad.
Jon hablaba con una normalidad que era incapaz de sospechar de él y el resto de los soldados, pero Adam también dijo algo cierto, ¿ellos no estaban interesados en los experimentos? Estaba segura de que ya le habían dicho sobre los experimentos enfermeros y de los otros cuya fuerza era sorprendente, estaba segura que ya sabían que los experimentos fueron creados para la guerra.
Con pocas gotas de la sangre de un experimento enfermero, tu herida sanaba y tu fuerza regresaba, era imposible que no sintieran curiosidad o interés por ellos. Tal vez lo tenían y no querían decirlo, pero la pregunta era saber si ese interés era bueno o malo.
—Estás preocupada por tu familia— Su crepitante voz me sacó de mis pensamientos. Reaccioné dando media vuelta para asentir, encontrando como Rojo observaba las sabanas de diferente color acomodadas en un rincón del suelo.
Me pregunté sí él también sentía que todo esto era solo un sueño.
—Pero que no hayan recibido informes de que atacaron Moscú, me tranquiliza— respondí con sinceridad encontrando enseguida como su cuerpo se inclinaba para dólar sus rodillas contra el suelo, pronto movió sus brazos y comenzó a desdoblar un poco más los cobertores hacía su lado —. En esa ciudad es donde vive...
—Tu familia— terminó diciendo, al mismo tiempo incorporándose con su enorme figura después de agradar un poco más la cama en la que nos recostaríamos. Estaba segura de que no podría pegar un ojo por pensar en lo que acontecería al amanecer —. Recuerdo muy bien lo que hablaste de ellos, sobre todo de tus hermanos menores.
Sentí una sacudida en mi pecho y una fuerte opresión se adueñó rápidamente de mí. En todo el tiempo que estuve en el laboratorio no dejé de pensar en mi familia, en lo mucho que trabajar en el laboratorio les había ayudado a mis padres para darles una vida mejor a mis hermanos. Así que no estaba arrepentida de trabar en el laboratorio estos tres años a pesa de que muy pocas veces pude contactarme con ellos por teléfono, muy pocas veces pude escuchar sus voces...
Al fin volvería a verlos, esta vez no más por teléfono, sino cara a cara, vería cuanto habían crecido Michaell y Gael, mis hermanos pequeños de diez años.
—Van a estar bien, Pym—Inesperadamente las manos de Rojo rodeándome por detrás, deslizándose lentamente por toda mi cintura, me estremeció, y todos mis huesos se ablandaron cuando en la cima de mi cabeza sentí sus labios brindándome un beso.
Todo mi cuerpo suspiró entre sus cálidos brazos.
—Eso espero—exhalé las palabras. Solo podía confiar en eso, en que estarían bien y que volvería a verlos.
Presentarle a Rojo, no imaginaría lo mucho que conocer a un hombre con estas características físicas les afectaría a mis padres, por supuesto que les afectaría, los dejaría en shock, ese sería otra de las cosas con las que cargaríamos, pero era menos importante comparadas con todas las demás.
— No confío en estas personas, creo que los míos tampoco lo hacen.
—Yo tampoco confío en ellos, pero espero equivocarme, hemos pasado por tanto que nos merecemos estar tranquilos.
Solté otro largo suspiro en el que los músculos de mi cuerpo se relajaron al fin, dejando que mi espalda descansará sobre el duro y caliente pecho desnudo de Rojo. Sus brazos me apretaron un poco más a su cuerpo, me sentí nuevamente protegida, anhelada por él.
Todo había pasado muy rápido desde que desperté en el área, pero lo recordaba todo a la perfección, desde el momento en que la puerta 13 se abrió y Rojo y yo salimos al corredizo repleto de humo. Todo lo que se desarrolló desde ese instante nos llevó a terminar en la superficie, los dos, al fin, y yo esperando un hijo suyo. Me pregunté cómo se sintió Rojo cuando al fin salió del laboratorio, no pude ponerle de toda atención cuando esos soldados aparecieron.
— ¿Cómo te sientes ahora que estas en el exterior? —curioseé.
Una vez mientras aún era su examinadora, le hablé sobre la superficie, sobre la ciudad de la que provenía, cómo era Moscú, cómo eran las personas que lo habitaban e incluso mi familia, y él me contó lo mucho que deseaba conocer mi ciudad, ver lo grande y espacioso que era el exterior. Y aunque las condiciones ahora no eran nada seguras, al final pudo ver un poco de nuestro mundo.
—Que el laboratorio ya no es tu hogar—añadí, llevando mis manos suavemente sobre las suyas que de inmediato se deslizaron más abajo, sobre la cremallera de mis jeans... sobre mi vientre.
—El laboratorio nunca fue mi hogar— aclaró para mi sorpresa, repartiendo besos en mi hombro desde atrás—, tú lo eres, Pym.
Inevitablemente de mis carnosos labios se alzó una sonrisa de felicidad, algo se revoloteó por todo mi cuerpo erizando las vellosidades de mi piel, esa había sido una sensación tan emocionante que rompí el abrazó y giré sobre mis talones para tenerlo de frente, subir mucho el rostro y contemplar esa feroz mirada carmín.
—Lo soy—sostuve. Mis manos deslizándose por la estructura marcada de su abdomen, escalando cada pequeña fibra de su piel hasta sus pectorales, hasta ese lado izquierdo de su pecho donde recordaba firmemente que una bala le había atravesado. No dude nada en colocarme en puntitas para besar esa zona de ardiente piel que de inmediato endureció su cuerpo, le hizo a él jadear, pero no había sido con otro propósito mi beso, más el de demostrar lo mucho que quería estar con él—. Me dijiste que te lo dijera una vez saliéramos del laboratorio—recordé, acariciando con dulzura y delicadeza su pectoral izquierdo—. Estamos en la superficie ahora, a salvos por el momento, y aunque no sabemos qué ocurrirá mañana, y no es el momento para confesar, te lo haré saber.
En su mirada una chispa de sentimientos lo iluminó, un segundo antes de oscurecer esos orbes diabólicos y sensuales que desde el primer momento en que los vi, me capturaron por completo.
Rojo era el hombre que amaba.
Sí, un hombre y nada más que eso.
—Te amo, Rojo—sinceré bajo un estremecimiento que lo contagió a él también. Sus carnosos labios húmedos se separaron, su endurecido pechó dejó de inflarse, estiré un poco más mis pies, levantando y torciendo hasta mi rostro hacía el suyo para que la distancia entre nuestros labios fuera la mínima hasta rozarse.
La primera vez que lo llamé Rojo, no fue cuando salimos del túnel de agua, sino cuando le hice el amor. Cuando lo tuve tan dentro de mí, abrazado por mi interior, que toda mi alma lo llamó en un fuerte gemido que solté contra su boca. Nuevamente, como aquellas veces el tiempo se detuvo solo para apreciar la carnosa estructura de sus labios temblar, era como si quisiera sonreír, una sonrisa que no pudo completarse.
—Es como sentirme vivo otra vez— Su aliento cálido abrazó mis labios. De un segundo a otro, esa distancia se acortó cuando él empujó su cabeza para poseer mi boca, devorar la carne de mis labios en tanto sus manos apresaban mis caderas y las pegaba a las suyas. Besos en los que tuve motivos para volverlos más profundos y apasionados, besos en los que me impedí saborear su deliciosa piel porque sabía que no era el momento. No era correcto.
Rojo disminuyó la velocidad en la que saboreaba mi boca, disminuyó los movimientos de sus labios juguetones sobre los míos para romper con el contacto, juntar nuestras frentes y suspirar.
—Te amo mucho, Pym—confesó, dejando pasear sus manos por toda la curva de mi cintura—. Haré hasta lo imposible para que tengamos una vida... juntos.
Kolonma es un pueblo ficticio creado por mí. No existe y nunca existirá en la realidad.
LOS AMOOOOOOOO MUCHISISISISMOOOOOOOO!!!
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