SEGUNDO EXTRA

SEGUNDO EXTRA

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Un año más y tres meses más tarde.

Mamá siempre dijo que el hombre correcto llegaría a mi vida cuando menos lo pensara, y eso, después de todo, ocurrió inesperadamente dentro de un laboratorio subterráneo donde una aterradora catástrofe aconteció.

No hacía falta recordar todo lo que en ese entonces sucedió, pero no podía dejar de pensar que tuvimos suerte de salir con vida, y sentía que fue suerte porque sabía que muchas otras personas que estaban atrapadas en ese laboratorio, también lucharon por sobrevivir al igual que nosotros, y como muchos otros, murieron. Incluso aquellos que experimentos del área peligrosa que, tras ser rescatados junto con nosotros, volvieron al subterráneo para salvar al resto de sobrevivientes que mayormente eran niños a petición del experimento amarillo clasificado como 49. Muchos de esos experimentos que volvieron al infierno en el que nacieron, nunca volvieron a parecer... No sobrevivieron, eso fue lo que dijeron los pocos experimentos que lograron salir con los niños rescatados y otros adultos.

Había pasado un año entero desde que desperté sin recuerdos en el área roja. Un año en el que liberé a Rojo de su incubadora, y en el que él me protegió con toda su vida, poniendo la suya a toda costa por mí. Un año y medio había pasado desde que fuimos transferidos a la base militar, encerrados por largos meses en su interior hasta que se decidiera algo sobre los experimentos.

Un año y meses desde esa aterradora pesadilla que nos había dejado marcados para siempre. Y después de ese año, muchas cosas cambiaron para nosotros, tanto para bien, como algunas, para mal.

Antes de decidir sobre la existencia de los experimentos, habían atrapado a los responsables financieros del laboratorio, Esteban Coslov y Anna Morózovo que, aunque ellos mismos negaron toda relación con German Chenovy, las mismas grabaciones que los soldados habían podido rescatar del laboratorio subterráneo, además de la información en los archivos de las computadoras, los evidenciaron y ahora ambos pagarían una condena detrás de las rejas. Aunque siendo franca, sentía que tarde o temprano estas personas se saldrían con la suya y saldrían de la cárcel, después de todo eso era lo que sucedía con las personas que tenían o habían tenido mucho poder antes de cometer un delito muy grave, en fin.

Después de una larga espera por parte del gobierno, atrapados en la base militar con muchas limitaciones, al fin los experimentos habían sido aceptados como una nueva especie humana para el país ruso, pero para el resto del mundo, los experimentos no debían existir todavía.

Lidy, que era la mujer enviada por el gobierno para representar a los experimentos y defenderlos delante de la ley y los derechos humanos que protegían la vida del ser humano, mencionó que lo mejor sería mantenerlos ocultos al ojo del hombre, incluso para la misma sociedad hasta que el crecimiento entre los experimentos aumentara y se expandieran sus tierras. Solo entonces, poco a poco el gobierno ruso revelaría al país su existencia, mientras tanto, serian ocultados, pero con más beneficios que cualquier otra persona u otro grupo de personas pudiera obtener.

Pero, siendo francos, las personas estaban dándose cuenta de la existencia de los experimentos, o eso intentaban hacer. Meses atrás, cuando nos permitieron utilizar la internet para comunicarnos con nuestras familias desde la base militar, se subió unas imágenes en donde aparecían las camionetas militares con personas y niños— experimentos— usando lentes por la noche.

Si mal no recordaba, esa fotografía había sido tomada en el momento en que los experimentos que se ofrecieron para salvar a los sobrevivientes que se habían quedado atrapados en el subterráneo, fueron recogidos y llevados hacía la base militar en donde estábamos nosotros.

¨ ¿Por qué los niños y los hombres usan lentes a media noche? ¿Podrían estar involucrados a la catástrofe en Kolonma1? ¿Son sobrevivientes del extraño incidente? ¨ Ese era el nombre encima de la imagen subida a la internet que, en compañía de las imágenes que las personas tomaron a ocultas, al pueblo destruido llamado Kolonma1, llegó a ser la noticia del año.

Una noticia que con el tiempo se pensó que se le restaría importancia cuando el gobierno no dio explicación verídica de lo sucedido en Kolonma1, explicando que todo había sido a causa de un misterioso incendio del que no saben su inicio. Y, de hecho, hicieron parecer que esa mentira fuera cierta, cuando por ellos mismos quemaron las casas del pueblo y esparcieron cenizas en varias zonas del lugar abandonado. Aun así, las personas siguieron haciendo cuestiones con lo acontecido en el pueblo y las mentiras del gobierno ruso o lo que el mismo, ocultaba en las afueras de Moscú.

Fue a causa de esas imágenes y esa noticia, además de otras noticias que trataban de hallar el misterio de Kolonma1 y la planta de electricidad que, debido a un fallo producido en el derrumbe del laboratorio, dejó a toda la ciudad y gran parte de los pueblos cercanos, sin electricidad por varios meses, el gobierno aumentó el número de meses que los experimentos seguirían ocultos en la base militar, esa misma que habían agrandado para nuestra supuesta comodidad y obligado a los militares —que dormían en las habitaciones junto a la de los sobrevivientes— a transferirse a otra base que estaban construyendo no muy lejos de las afueras de Moscú.

Habían agrandado las habitaciones, adornando sus paredes y llenándolas de muebles y divisiones, casi teniendo la misma apariencia que tenían las habitaciones del laboratorio en la que los trabajadores dormíamos. Además de eso, dejaron que los mismos experimentos eligieran sus propias habitaciones, viviendo solos o en compañía de su pareja, si es que la tenía.

Por otro lado, el enorme patio de la base militar, ya no era igual de gris y vacío que al principio, y a pesar de que le habían agregado columpios y resbaladero para los niños, un medianamente grande jardín ficticio con flores y arbustos en macetas que se podían regar a diario, y mesas de madera donde sentarse y charlar bajo la luz del sol o bajo la luna, seguía teniendo la imagen de una cárcel rodeada por sus grandes muros custodiados por soldados que, según esto, protegían nuestras vidas de futuras amenazas. Las futuras amenazas se creían que serían personas que tratarían de averiguar lo que se ocultaba en la base.

Lidy juró que, después de un tiempo más, nos permitirían transferirnos al terreno que se nos prometió desde que aceptaron la existencia de los experimentos. Aunque mencionó que aquel enorme terreno sin limitaciones, estaría rodeado por una alambrada eléctrica y sería vigilado una y otra vez por los militares. Según ella, esto no significaba que estaríamos atrapados, nos permitirían salir los días que quisiéramos a la ciudad de Moscú o a los pueblos o valles que le rodeaban. Dejarían a los experimentos pasearse siempre que fuera en compañía de alguien más, y que respetaran y cumplieran las reglas de llevar puestos sus lentes de sol, y que salieran al exterior siempre que hubiera sol, así evitarían riesgos o alborotados, o algo mucho peor. A nosotros— las personas que habíamos decidido mantener una relación amorosa con los experimentos—, nos permitirían visitar también a nuestras familias cuando quisiéramos.

Por otro lado, si llevábamos a un experimento con nosotros para visitar a nuestras familias—esas mismas que ya habían firmado un documento de confidencialidad con el gobierno—, debíamos regresar al termino de 7 días.

No era la libertad que los experimentos querían y demandaban, tampoco la libertad que imaginé que tendrían ellos, pero mi imaginación sobrepasaba la realidad de las cosas. Y debíamos ser realistas.

Si ellos tenían esa libertad de elegir donde vivir y salir cuando quisieran, muchos de ellos estarían siendo asesinados o secuestrados para experimentar. La gente armaría un alboroto por ellos para su protección o para tratar de eliminarlos al sentirlos una amenaza, así que era mejor que fueran conocidos y aceptados poco a poco, y con restricciones que los protegieran.

Lo importante era que habían decidido darles la identidad a los experimentos para hacer su vida y tener una familia que sería sustentada por el gobierno, clasificándolos como una nueva especie humana que podría mejorar la humanidad de alguna manera futura.

Y de cierta forma, esa mejoría surtió efecto.

—Si que lo hizo—musité, frente a la ventana en la que había perdido la vista hacía lo que mostraba del exterior: el medianamente grande jardín ficticio en el que jugaban un par de adolescentes que recordaba perfectamente haber visto correr en el bunker del laboratorio hace más de un año.

Dejé de mirarlos tras un corto aliento que solté, dejé de reparar en lo poco que ambos habían crecido hasta entonces solo bajar el rostro y observar el anillo en mi mano izquierda, esa que no tardé en extender frente a mí. Reparé ese delgado y dorado objeto metálico que adornaba mi dedo anular, sintiendo como una sonrisa se extendía con nostalgia en mis labios ante el recuerdo de cuando Rojo me lo puso.

Hasta el corazón se me sacudió con emoción y nerviosismo solo recordar lo que había sucedido hace casi un año. Y es que, había pasado una semana desde que nuestro pequeño Doutzen Petrov Levet había nacido, cuando Rojo fue llamado por Lidy, pidiéndole que bajara al primer piso. Aunque quise saber a qué se debía esa petición, Rojo nunca me respondió y solo bajo.

Horas más tarde entró a nuestra habitación con un extraño comportamiento, por un momento creí que era su tensión acumulándose en su cuerpo por la manera en que su rostro había palidecido y lo nervioso en que caminaba de un lado a otro como si no supiera qué debía hacer.

Nunca esperé que, de la nada, se acercara a la cama en la que me hallaba sentada cobijando el pequeño cuerpo del bebé.

Inesperadamente se arrodilló frente a mis piernas, una de mis cejas se había arqueado tratando de averiguar a qué se debía su acción hasta que sacó de su bolsillo una pequeña caja negra que me extendió y abrió.

Era un anillo.

Y no cualquier anillo.

Solo reparar en su forma y en esos pequeños diamantes adornando una parte del anillo, me di cuenta de que se trataba del anillo de mamá. Ella se lo había dado a él para proponerme algo de lo que creí que él no tenía conocimiento.

Él me contó que en el laboratorio ni siquiera imaginaba que la palabra matrimonio y, esposa y esposo, existiera. Pero un día, mi madre se lo había explicado y propuesto solo si a él le parecía lo correcto. Luego, en una de sus tantas visitas ella le dio su anillo a él para que me lo diera.

Por supuesto que dije que sí.

¿Cómo iba a decirle que no? Después de todo por lo que pasamos, habíamos logrado sobrevivir juntos, y todavía, él se había aferrado a mí ante la perdida de mi memoria.

No iba a decirle no, al hombre de quien me enamoré.

—¿Esta todo en orden?

Estuve a punto de saltar de sorpresa ante la inesperada voz femenina junto a mí, sino fuera porque la reconocí. En ese instante, pestañeé un momento con la mirada sobre mi anillo, antes de azar la mirada para girar mi rostro hacía el costado y clavar la mirada en ese par de orbes grisáceos debajo de largas e innumerables pestañas color marrón.

Me tomé solo un instante para repasar su delgado rostro con la forma de un diamante, bajo toda su cabellera rojiza que se ataba en una clase de chongo sobre lo alto de su cabeza.

Chelsella Isaeva, si mal no recordaba ese era su nombre. Hace tan solo meses atrás habíamos empezado a hablarnos debido a un accidente ocurrido en el jardín ficticio de la base. El bebé que ella y el Soldado naranja cuidaban desde el laboratorio— y que al aparecer adoptaron—, había lanzado accidentalmente una pelota a la cabeza de Doutzen...

Tal golpe que, a Rojo y a mí nos levantó de nuestros asientos, lo había hecho llorar con mucha fuerza, patalear con sus pequeños pies sobre el pasto, y enrojecer su rostro de dolor. Poco después Chelsella, cuando tomó al experimento 47 entre sus brazos, se acercó a nosotros con un rostro casi horrorizado.

Desde ese momento, a pesar de que nuestras habitaciones estaban demasiado apartadas una de la otra, hablábamos cada que nos encontrábamos... como ahora.

Sin embargo, siempre que me la encontraba, era inevitable no sentir esa opresión en el pecho y ese vacío entre los músculos de mi estómago solo recordar lo que aquel hombre, llamado Jerry, había dicho.

Había perdido a un par de mellizos cuyo físico imaginaba gran parecido a su padre, un par de mellizos que aposté a que, si hubiesen sobrevividos, serían unos hermosos niños con la misma edad que Doutzen. Serian la evidencia perfecta de que las personas normales como nosotros, podían tener una familia con personas especiales como ellos.

Mi pequeño Doutzen sería la evidencia perfecta de que se podía mantener una relación amorosa con los experimentos, de no ser porque se descubrió algo un poco turbio y decepcionante cuatro meses atrás.

Hace, poco más de seis meses, se hizo saber en toda la base que una sobreviviente esperaba un bebé de un experimento negro. Un experimento de las áreas peligrosas, aquellos humanos que habían alimentado con más químicos que cualquier otro incubado para su maduración.

El bebé estaba desarrollándose rápidamente, pero de una manera saludable y que, incluso, no estaba perjudicando a la salud de la mujer, cuyo nombre no recordaba con exactitud.

Y exactamente cuatro meses atrás su cuerpo comenzó a rechazarlo.

Ella abortó.

Hasta donde supe la habían examinado, le habían hecho exámenes para saber si era un problema en ella, pero no. No era porque ella fuera incapaz de tener hijos, era fértil y su salud estaba bastante normal, todo en ella estaba bien, estaba lista para tener hijos... con una persona común y corriente.

No con un experimento genéticamente más alterado que los experimentos de las áreas, verdes, blancas y rojas.

El problema era que la genética en el embrión resultaba tan fuerte y pesada como la de su padre, que su cuerpo lo rechazaba, de alguna manera su cuerpo lo representaba como alguna clase de virus. Un parasito que debía ser exterminado, y así sucedió.

Y tomando en cuenta el aborto que Chelsella había tenido de sus mellizos, se llegó a la conclusión de que, con los hombres de las áreas peligrosas, había una incapacidad para tener hijos. Y dije hombres, porque hasta entonces los experimentos femeninos adultos o los que entraban en el periodo adulto, no eran fértiles.

—Hasta ahora parece que sí—me atreví a responder con lentitud una vez me obligué a dejar de pensar, rogando en mi interior a que mi mirada no cayera sobre su estómago y la imaginara a ella con meses de embarazo.

No quería imaginar cuanto dolor había pasado al saber que sería imposible tener hijos con su prometido. No, no había peor dolor que el perder un hijo que quizás ella había deseado tener.

Por otro lado, podrían intentar tener uno otra vez, ya que quizás existía una pequeña probabilidad de tener un bebé de los experimentos de las áreas peligrosas. Si tomábamos en cuenta que, no había muchas parejas entre experimentos y personas comunes, y de todas las que existían actualmente, solo había una que perdió un bebé cuyos genes pertenecían a un experimento negro.

Chelsella había perdido a sus bebes, pero ella estaba en el laboratorio cuando esto sucedió, y según contó Rojo 23, ella y el soldado naranja habían sido cruelmente atacados por un grupo de bestias. Ella no solo había recibido varias mordidas en su cuerpo, en su interior, había una bala entre los tejidos regenerados de su estómago. No sabía cómo fue posible que una bala estuviera en su estómago, pero después de mucho pensarlo, esa podría haber sido la causa de su aborto, tomando en cuenta la situación amenazante por la que ambos pasaban.

Así que quizás... Quizás ellos podrían tener un bebé, solo hacía falta internarlo.

Por otro lado, no solo había perdido a un par de mellizos provenientes con genes de un experimento naranja, sino que su único familiar en el país había muerto.

Su padre, según contó ella, estaba en el pueblo Kolonma1 los días en que las criaturas comenzaron a salir a la superficie. Él era uno de los sobrevivientes contaminados que habían encerrado en una habitación bajo vigilancia, y había sido cruelmente asesinado por los soldados después de su deformación.

Siempre quise decirle algo, pero temí que las palabras de apoyo que le soltaran fueran sobras, ya que, hasta entonces, había pasado mucho tiempo desde esos sucesos. Así que solo me mantuve callada.

Temerosa.

—Supe que tus padres vendrán este fin de semana— esas palabras me tomaron por sorpresa—. Lo siento, yo también estaba en la oficina de llamadas, fue inevitable no escuchar la conversación que tenían con tu madre hace minutos.

Eso me hizo, inesperadamente, alargar una sonrisa en mis labios. La razón por la que no me encontraba ahora con Rojo o con nuestro bebé, era porque se me había notificado media hora atrás, que mi madre estaba esperando a que contestara el teléfono del primer piso del de edificio. No dudé si quiera en ir a contestar, después de todo, hacía más de tres meses que no sabía nada absolutamente de ellos.

Aunque mamá era la única que siempre llamaba preguntándome cómo estaba Doutzen, siempre hacía notar las enormes ganas que tenía de verlo otra vez y jugar con él.

La primera vez que lo vieron, que fue cuando él cumplió dos meses de nacido, las ganas de que lo conocieran se me esfumaron cuando mi padre arrugó un poco su nariz y ensanchó una mueca de disgusto. Todo porque mi bebé había heredado la mirada de su padre.

Un par de orbes carmín, preciosos, rasgados y dueños de escleróticas negras. Era como ver a Rojo en forma de bebé, aunque con el cabello ondulado como el mío, eso al parecer, fue lo único que heredó de mí. Eso y el pequeño lunar bajo mi labio inferior...

Desde ese momento, la única persona que llamaba y pedía ver a Doutzen era mi madre, mes tras mes, sin falta venía con un montón de regalos para él. Mi padre era el único que no venía, y sabía por qué.

Seguía enojado, disgustado, avergonzado y rencoroso conmigo. Rencoroso con la mentira que les di ocultándoles el hecho de que realmente trabajaría para un laboratorio lleno de mentiras y aberraciones. Disgustado y enojado por mi relación con Rojo, y el documento que firme para ser su esposa y tomar el apellido que eligió él, semanas después de que me dio el anillo de mamá.

Y, avergonzado, porque al final se dio cuenta de que nuestro bebé—su nieto—, había nacido perfectamente bien, sano y fuerte. Y que tanto Rojo como mi bebé, eran más humanos que él.

Mamá me dijo aquello tres semanas atrás cuando vino a visitarnos. Cuando yo creí que mi padre seguiría testarudo ella me aclaró la razón por la que mi padre no se atrevía a dar la cara desde que Doutzen nació. Porque estaba avergonzado de sí mismo, le daba vergüenza darnos la cara después de los insultos que lanzaba hacia Rojo y los reptiles que se supieron que utilizaron para crearlo, sobre todo las deformidades con las que nacería el bebé en mi vientre, y lo que podría provocar a mi salud.

Era cierto que sus insultos llegaron a molestarme tanto que al final le dije que no se presentara cuando Doutzen naciera, y no lo hizo, no se presentó, pero porque se había arrepentido de sus palabras. Eso me dijo mi madre, que desde que Doutzen cumplió dos meses de nacido, mi padre no dejaba de preguntarle a mi madre sobre nosotros y sobre su nieto, no dejaba de pedirle le tomara una fotografía: algo que no podía hacer debido al reglamento.

Solo pude lanzar un largo suspiro cuando ella me lo contó, aunque contó otras muchas cosas, y solo le dije que le mencionara que él podía venir cuando quisiera a visitar a su nieto. Después de todo, él era su abuelo, no podía quitarle el derecho de conocer a su nieto y, además, no le guardaba rencor a mi padre.

Sentía que tarde o temprano, lo aceptarían, y querría saber más de mi familia.

—Sí, tienen muchas ganas de ver al bebé—respondí, sintiendo una agradable calidez en mi pecho porque decir aquello se sentía realmente bien.

—Eso es bueno—soltó, y un extraño silencio se hizo entre nosotras, uno en el que la escuché respirar con fuerza, inflando mucho su pecho antes de lanzar la mirada al panorama que mostraba la ventana junto a mí—. Tú bebé es hermoso, se parece a los dos, aunque muchos digan que se parece al padre, también le veo parecido a ti...

De pronto sentí un pico de incomodidad solo ver y reparar en el perfil de su rostro y en la tonada de su voz con la que pronunció aquello. Una tonada sincera, pero estaba llena de algo más, algo desanimado.

—Es lamentable, ¿no es así? —esa pregunta me confundió, no entendí a qué se refería sino hasta que dio un par de pasos hasta mí y se paró a ver más de cerca la ventana. Su mirada cristalizándose más debido a los rayos del sol, se había detenido en dos figuras pequeñas que habían dejado de perseguirse solo para abrazarse—. Están creciendo otra vez detrás de un limitado muro.

Su voz expresaba la misma decepción y la tristeza que su mirada mostraba conforme veía el panorama del otro lado de la ventana.

Era cierto. A los únicos experimentos que no permitían salir de la base, era a los bebés, infantes y adolescentes. Según esta regla, era para evitar futuras noticias en la internet, ¿cómo explicarían a las personas por qué en la base militar vivían niños o adolescentes? A nosotros los adultos se nos daba un uniforme militar para aparentar que éramos parte de la base. Pero que un niño o adolescente vistiera lo mismo y saliera por las grandes puertas de la base, armaría un escándalo en la internet.

—Les había prometido que tendrían una bonita vida, que todos juntos, dentro de unos meses más, viviríamos en una casa... —pausó un momento solo para exhalar largo—. Algo así como una choza, una cabaña con chimenea, pero nos mantendrán aquí otro año. Otro año mantendrán a estos niños encerrados aquí.

Una cabaña con chimenea. Mi menté reprodujo sus palabras. Si mal no recordaba, Lidy nos había mencionado que los hogares que el gobierno construía para nosotros y los experimentos, tendrían una fachada igual a la de las cabañas, aunque su interior seria cálido en tiempo de frio.

—Sentarse frente a una chimenea, sería algo muy bonito— no pude evitar decir, imaginando incluso como sería sentarse con Rojo en un sofá, frente a una chimenea encendida en tiempos de frio, con nuestro pequeño Doutzen sobre nuestros regazos, jugando con nosotros o mordiéndose sus pies.

—¿Crees que de verdad nos saquen de aquí? — esa pregunta me hizo dejar de ver a los niños para encontrarme con sus orbes grisáceos y esa mueca en sus labios—. A veces me hacen pensar que solo están alargando el tiempo porque no quieren dejarlos salir.

—También he pensado lo mismo— Aunque no éramos las únicas que pensábamos así.

Solo dejaron irse a sus casas, a los sobrevivientes que no mantenían una relación amorosa con los experimentos. Los dejaron volver a sus antiguas vidas, o a tratar de volver a esas vidas, tras firmar un contrato en el que debían mantenerse callados y no soltar absolutamente nada de información que tuviera que ver con lo del laboratorio o lo ocurrido en Kolonma1. El resto, como nosotras dos, solo se nos permitía salir de la base para visitar a nuestras familias o pasearnos con o sin nuestra pareja, y después de tres días volver.

—Aunque quiero creer que es porque esperan que los periodistas que han tratado todo este año de averiguar lo que sucedió en el pueblo, dejen de empeñarse en esta base militar— me atreví a comentar.

—¿Otra vez están desconfiando de lo que hago por ustedes?

Y esa inesperada voz femenina, nos giró el rostro de golpe fuera de la ventana y sobre nuestros hombros, sobre esa figura bien marcada debajo de una falda larga y formal pecada a sus muslos, y una camisa de botones rosada fajada en la que apenas se le marcaba su busto

— Es por esa razón, tomando en cuenta que han tratado de sobornar a los militares que cuidan las entradas, para dejarlos pasar—explicó enseguida, hundiendo ese par de cejas oscuras—. No podemos transferirlos y hacer real nuestra promesa cuando cumplirla, podría poner la vida de sus prometidos en riesgo, e incluso la de tu hijo, Pym.

Apreté mis labios ante la mirada fija de Lidy, ante la seriedad que su voz y sus palabras mostraban.

—Sé que todavía se les complica confiar en nosotros— puntualizó, y tenía mucha razón. No confiábamos en ellos por completo—, si pasara por lo mismo que ustedes seguro que hasta yo confiaría de esto, pero créanme cando les digo que revelar la existencia de estas personas cuando hay gente como esos periodistas tratando por todos los medios de obtener una historia distorsionada y peligrosa para vender, no les va a traer la vida que tanto desean.

No pude evitar compartir una mirada con Chelsella, odiando que Lidy tuviera razón. Pero era imposible dejar de sentir inquietud y miedo de que, al final de todo, el gobierno terminara por encerrar a los experimentos para estudiarlos.

Siempre tendríamos ese miedo, y más cuando se nos tenía rodeados por altos muros donde un numero grande de soldados se dedicaba a recorrerlos con sus armas entre manos, listos para disparar a cualquier amenaza, o a cualquier que intentara salir o entrar de los muros.

—Sé que les molesta estar aquí y no salir todos los días que quieran para explorar el mundo y enseñárselos a ellos— mencionó, y la mueca que hizo arrugó un poco su rostro—, pero se trata de una nueva especie humana. Ellos pueden ver temperaturas, escuchar a una distancia desconcertante, tienen un olfato aterrador y ni hablar de su abrumadora capacidad para percibir vibraciones. No es sencillo, entiéndanlo.

(...)

No supe por cuanto tiempo había estado mordiéndome el labio, pensando en las palabras que Lidy dijo, sobre todo cuando su entrecejo se había fruncido en un gesto que fue imposible de ignorar, o de tomar como alguna mirada falsa o llena de mentira.

Era como si le afectara que no creyéramos en lo que ella había logrado para los experimentos, como si su esfuerzo hubiera sido en vano para que al final desconfiáramos en lo que se nos decía. Y como si todo esto también le afectara a ella. Y no era mi intención desvalorar su supuesto esfuerzo, pero para nosotros y, sobre todo, para los experimentos, era imposible confiar. El miedo de que nos separaran de nuestra pareja, siempre estaría entre nosotras. El miedo de que, experimentaran con ellos tanto como hicieron en el subterráneo, siempre estaría entre los experimentos.

Solté una larga exhalación antes de cruzar al siguiente pasillo.

Tan solo habían pasado minutos desde que aquella charla terminó, y yo seguí con mi camino por el segundo piso de la base, en busca de la habitación agrandada que se nos había dado para vivir mientras el alboroto en el exterior disminuía.

Quería decirle a Rojo que este fin de semana no solo mi madre vendría a visitarnos, sino mi padre también. Quizás y no le parecería tan buena esa noticia después de todo él había dejado en claro que no le caía bien mi padre. Pero si mi padre al fin había aceptado nuestra relación, y deseaba conocer a su nieto, quería decir que podríamos dar otro paso como familia.

Y nuestra relación mejoraría.

La estructura de la base militar, que era de tres pisos exactamente, tenía casi la forma externa de un castillo abandonado, pero su interior era completamente moderno, sobre todo sus largos pasillos que meses atrás habían pintado de colores suaves y cálidos, adornado con plantas ficticias, sofás personales y muebles, como si se tratara de un hotel moderno, muy moderno.

Y más que moderno, rotundamente silencioso.

Muy pocas veces veía salir a los experimentos de sus habitaciones o, mejor dicho, muy pocas veces veía a los experimentos y a algunos trabajadores sobrevivientes que habían decidido quedarse con ellos en una clase de relación amorosa, recorriendo los pasillos. La mayoría pasaba sus días en el jardín o en sus habitaciones. Pero era un poco inquietante no escuchar absolutamente nada de ruido, sabiendo que no todas las paredes de las habitaciones absorbían el sonido interno o externo.

Era como si todos los experimentos se la pasaran dormidos o...

—¡Ronny!

Toda mi columna se me terminó por estremecer ante aquel inesperado gemido chillón proveniente de la siguiente habitación frente a mí: esa a la que paso a paso estaba acercándome, y era inevitable no pasarla, porque a tan siete habitaciones grandes más, estaba la mía...

Dejé de morderme el labio solo para torcerlos en una mueca incomoda cuando, al pisar el suelo junto al cuarto de donde aquella vocecilla femenina había emanado, escuché ese largo gemido masculino apenas escapando desde la puerta, y ese golpe de madera contra ella que casi me hizo saltar de sorpresa.

Estaba haciendo sus cositas...

Sacudí ese pensamiento y aceleré mis pisadas para pasar de largo aquella habitación, tratando de hacerme la sorda ante el segundo golpe de madera contra la puerta y ese gemido femenino otra levantándose.

Fue inevitable que, durante todos esos segundos en que deseé llegar a mi recamara, repasara en el nombre que aquella voz femenina había pronunciado en un gemido de placer.

Ronny, recordaba, era ese alto hombre de cabellera castaña y orbes marrones que trabajaba como guardia de seguridad para las áreas peligrosas del laboratorio. Él había sido nombrado por Chelsella en una de las pocas platicas que tuvimos hace mucho. Mencionando que era uno de los sobrevivientes con los que se reencontró en el almacén de armas del que ella tanto me habló, además de reencontrarse con el soldado naranja quien ese tiempo tenía a su pareja... que resultó haber sido, Rojo 23.

Según tuve entendido, ese tal Ronny Óngo se había retirado de la base militar hace siete meses atrás, cuando se les dio el permiso a los sobrevivientes que no fueran experimentos, volver a sus antiguas vidas tras firmar el documento. ¿Había vuelto a la base? ¿Por qué había vuelto? La respuesta me llegó a la cabeza solo recordar los gemidos de la mujer.

¿Y con quién estaba teniendo relaciones sexuales ahora mismo? Inquieta, me detuve solo un momento para girar la cabeza sobre mi hombro y clavar la mirada en aquella puerta que ya no recibía más golpes huecos.

Me pregunté si aquella mujer era un experimento...

Creo que debía ser un experimento, de otra forma no tendría lógica ya que los únicos sobrevivientes que se habían quedado en la base, eran muy pocos, y esos pocos eran porque tenían una relación amorosa con un experimento masculino o femenino. No había más.

Me pregunté a qué área pertenecía esa mujer y sí, yo la conocía.

No conocía a todos los experimentos sobrevivientes, la mayoría ni siquiera querían tener nada que ver con las personas a las que llamaban comunes y corrientes, así que no conocía a la gran mayoría de los experimentos que ocupaban las habitaciones de la base militar.

Otro gemido inesperado proveniente desde la misma puerta, me hizo reaccionar con nerviosismo, retirando la mirada y moviendo las piernas para seguir caminando, cada vez más alejándome de aquella recamara y de los golpes rutinarios en la puerta que conforme me apartaba menos se escuchaban.

Mi mirada instantáneamente terminó puesta en una de las próximas habitaciones de la pared a mi derecha, en una puerta en la que se colgaba un letrero con un número que reconocí.

Esa puerta que, inesperadamente terminó abriéndose ante tan solo unos cuantos metros más de mí, dejando a mi perfecta vista, esa imponente figura ancha y enorme saliendo de la habitación. Y solo reparar en su cuerpo, en esa masculinidad de las facciones de su pálido rostro y perturbadoramente elegante, en esa mirada carmín llena de escalofriante intensidad que estremecía a cualquiera y en toda esa cabellera oscura despeinada, hizo que mi corazón comenzara a revolotear detrás de mi pecho.

Era Rojo...

Mi esposo, Alek.

Y no solo estaba saliendo de la habitación, al reparar en la manera en que su cuerpo se hallaba encorvado y sus brazos cuyos músculos se marcaban debajo de su playera blanca, se encontraban estirados hacía el suelo, con sus manos sosteniendo algo...

Unos delgados y pequeños bracitos pálidos que pertenecían a una criatura preciosa y llena de amor e inocencia.

Una sonrisa estremecida y llena de nostalgia terminó estirándose con demasiada fuerza en mi rostro, deteniéndome a mitad del camino y con la mirada repasando aquello que, hace un año, llenó nuestras vidas de felicidad.

Una hermosa escena, se desataba frente a mí, una que no tardé nada en comenzar a grabar en mi memoria. Repasarla a detalle, contemplar esa pequeña figurita dueña de un rostro pálido sin cabellera y cachetón, que se encontraba cabizbajo, con su mirada clavada únicamente en sus pequeños pies dando pisadas tambaleantes con ayuda de los brazos de su padre.

Mordí mi labio inferior solo ver esa enorme sonrisa abierta que se alargaba en sus pequeños labios, mostrando esa dentadura mayormente chimuela, dejando a la perfecta vista esa enorme emoción y esa felicidad que caminar le provocaba.

Aunque por supuesto, el que sostenía su peso para que el pequeño no cayera al suelo, era ese hombre del que me enamoré hace mucho más de un año, y del que, todavía, a pesar de la lejanía en la que estábamos ahora, provocaba ese profundo estremecimiento cada que veía como sus oscuras comisuras se estiraban en una encantadora sonrisa retorcida.

Tuve esas tremendas ganas de apoderarme de su boca en ese instante, sino fuera porque estaba esa pequeña bola de amor ocupando toda la atención de él.

De pronto, ese par de esclerotizas negras llenas de un par de orbes reptiles color carmín— como los de su padre— se levantaron del suelo, solo para ponerse sobre mi rostro y lograr que esa sonrisa en su rostro se ensanchará mucho más.

Dejó de caminar solo para comenzar saltar desde su lugar, soltando una risa de felicidad antes de balbucear algo que, aunque no pude entender, me causo mucha ternura.

No tardé nada en aproximarme a ellos, recibir a mi bebé entre brazos y darle un beso en los labios al padre de mi hijo, un beso que fue correspondido con intensidad y se convirtió en más de un movimiento lento, profundo y apasionante.

—Sigo enseñándole a caminar— terminó diciendo en cuanto nuestros labios se separaron, rozándose como una suave caricia antes de crear una distancia en nuestros rostros solo para verme a los ojos—, pero creo que no le estoy enseñando bien.

Mordí mi labio inferior antes de negar con la cabeza.

—Lo estás haciendo de maravilla— le aclaré y no dudé en besar otra vez sus carnosos labios tras colocarme de puntitas para alcanzarlo—, poco a poco va a empezar a cambiar solo— solté, sin desvanecer la sonrisa en mis labios—. Y ya no falta mucho para que empiece a decir mamá y papá.

Dejé que esta vez mi mirada viajara del rostro de Rojo hacía la cabellera ondulada y desordenada de Doutzen para, también, depositar un beso en su coronilla, logrando que esa mirada llena de inocencia pronto se levantara y se posicionara sobre mí.

— ¿Verdad que tu padre lo está haciendo muy bien?

Un montón de balbuceos comenzaron a resbalar inentendible de la pequeña boca del pequeño en mis brazos, balbuceos llenos de ternura en los que la baba resbalaba de sus labios por encima de su mentón.

Al instante, ese rostro cachetón se levantó para mirarnos a ambos. Nuestro pequeño fruto de amor extendió una sonrisa de emoción como si de pronto esa fuera la respuesta, una sonrisa que también hizo sonreír a Rojo, llenando su mirada carmín de tranquilidad.

Era adorable, el ser más hermoso del mundo.

Estoy ansioso por escucharlo hablar—sinceró él, su mirada clavada en Doutzen—. Verlo correr tras la pelota y pedirnos jugar con él. Solo espero que no herede mi afección.

Eso ultimo hundió mi entrecejo con sorpresa.

—Estoy segura que crecerá sano y se desarrollara bien—traté de sonar segura, pero hubo un instante en mis palabras donde titubeé, y eso le hizo a él alargar una mueca en sus carnosos labios—. Nacido bien, ¿no es verdad? — le inquirí, una de mis manos había volado para ahuecarse en la mejilla de él y obligarlo a mirarme—. Sin deformaciones, sin enfermedades tal como esas personas creyeron que nacería. Doutzen está creciendo sin necesidad de una incubadora, y está aprendiendo como lo hace un niño normal. Y sé que seguirá siendo así.

Era verdad que estaba aprendiendo como lo hacía un niño normal. Pero había otras cosas que no eran normales en Doutsen, y ese solo pensamiento me hizo mirar a nuestro bebé.

Desde que nació hasta entonces, nunca había llorado o derramado lágrimas, ni siquiera se había quejado cuando tenía hambre o su pañal estaba lleno y pesado.

Y hubo momentos en los primeros meses de vida, en los que tuvimos que mantenerlo en nuestra cama, vigilándolo mientras dormía, porque sucedía que de la nada Doutzen, dejaba de respirar.

La primera vez que me di cuenta de que Doutzen no estaba respirando, estábamos en el jardín ficticio de la base. Me volví loca. Me puse histérica, no dejé de gritar mientras lloraba que algo malo le estaba sucediendo a mi bebé, que no estaba despertando. Llamé la atención de todos los presentes y hasta de los mismos soldados que no tardaron en bajar de las murallas. Y lo que nunca esperé en ese momento en que Rojo lo había tomado con desesperación de mis brazos para revisarlo, fue que Doutzen abriera sus ojos, y todavía sin respirar, se removió y estiró sus brazos.

Poco después, uno de los genetistas que sobrevivieron del laboratorio, mencionó que no era nada grave, que eso se debía a que los experimentos desde bebés y hasta su etapa adulta, podían durar varios minutos sin respirar y aun así estar vivos o despiertos, o incluso, hacer algo. Era algo que, estaba en su naturaleza, y seguramente también en la de Doutzen.

Y otra cosa de la que nos dimos cuenta fue cuando Doutzen comenzó a gatear, una vez se quedó frente a la puerta de nuestra agrandada habitación, con sus parpados cerrados mientras movía su cabeza pequeña a lo largo de la pared junto a la puerta. Fue sencillo darnos cuenta de que estaba siguiendo las temperaturas que pasaban por el pasillo, el problema fue que, cada día prefería sentarse frente a la puerta o frente a una pared y observar las temperaturas que ponerse a jugar con los juguetes que su abuela le traía.

Una de nuestras más grandes preocupaciones, no era su crecimiento. Nos habían dicho que probablemente Doutzen se desarrollaría con lentitud debido a que los experimentos necesitaban de sustancias que los genetistas y científicos preparaban para alimentar su organismo. Pero Doutzen se había estado desarrollando bastante bien desde su gestación hasta después de nacer. Así que nuestra preocupación y lo que mantenía a Rojo pensativo algunas veces, era la afección de los rojos. La acumulación de su tensión en el cuerpo y la necesidad de liberarla por medio de un orgasmo.

Al principio creímos que Doutzen había heredado solamente el físico de Rojo, pero cuando abrió sus ojos nos dimos cuenta de que había heredado más de él de lo que no deseamos. Así que, si heredo la termodinámica, su fuerte olfato y su audición tan aguda que cualquier ruido pequeñísimo lo despertaba, seguramente también había heredado la capacidad de su sangre para regenerar y, si heredó eso, la afección de los rojos también.

Esperaba que no. Esa afección era enfermiza, una carga muy cruel y dura. Sabía lo mucho que a Rojo le enfurecía la acumulación de su tensión. Hubo un momento en el que, después del nacimiento de Doutzen, Rojo no se dejó tocar por mí. Esa noche peleamos por cuarta vez. La primera vez que lo hicimos fue cuando no acepté mis sentimientos hacía él antes de que se desatara el infierno en el laboratorio. La segunda y tercera vez, fue cuando llegué a los 8 meses de embarazo y mi cuerpo se sintió tan pesado y cansado que tener sexo o intentar tenerlo con él, era casi imposible, pero aun así yo quería ayudarlo.

Era mi decisión y no lo consideraba una carga.

La cosa fue que, Rojo no quería molestarme con su tensión porque seguía lastimada por el embarazo de Doutzen, mi cuerpo apenas estaba recuperándose y él no quería lastimarme más.

Al final, terminamos haciendo el amor bajo las sabanas y con demasiada lentitud y cuidado que ni siquiera sentí nada al día siguiente, solo esa dulce calidez de sus desnudos brazos cobijando mi cuerpo, y fue la mejor sensación.

—Tengamos otro...— Y esas palabras pronunciadas en su tono ronco y varonil, me hicieron pestañear con sorpresa.

El apartó la mirada de Doutzen solo para clavarme la intensidad de sus orbes reptiles y estremecerme de calor. Por un momento creí que Rojo estaba bromeando, sobre todo porque, si mal no recordaba

— Quiero tener otro bebé contigo, preciosa—declaró, mordiendo su labio inferior—. Tengamos uno más.  

Fin.

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