PRIMER EXTRA

PRIMER EXTRA

*.*.*

Seis meses más tarde.

Nunca dejamos de sentir miedo: nadie dejaría de sentirlo después de estar atrapados por casi tres meses bajo tierra en un laboratorio, perseguidos por monstruos. Parecía un sueño que cada mañana saliéramos de la habitación, recorriéramos cada blanco pasadizo y llegáramos al exterior donde los dulces y cálidos rayos del sol terminaban acariciándonos. Sin duda era un sueño del que Rojo y yo temíamos despertar, abrir los ojos y encontrarnos nuevamente atrapados en el área roja, tratando de detener que las puertas se abrieran y permitieran entrar a esos monstruos.

Pero ahora éramos libres, ¿no? Y eso se sentía una mentira, una cruel fantasía que se rompería en el momento justo en que lo aceptáramos. Por eso me rehusaba a aceptar que todo lo que esas personas del exterior estaban haciendo por nosotros fuera cierto y sincero. Sin intenciones de llevarse a los experimentos y experimentar aún más con ellos, sin intenciones de eliminarlos, lastimarlos o encerrarlos.

Cada mañana que despertaba entre los brazos de Rojo, acurrucada por su calor y esos labios acariciando la piel de mis hombros, todas esas dudas volvían a mí, la preocupación de que ese día sería el día en que lo apartarían de mí me robaba la respiración. Más me robaba la respiración cuando al correr la cortina de la única ventana en nuestra habitación, lo primero que veía eran todos esos soldados bajado de sus vehículos de guerra, con sus armas puestas recibiendo órdenes.

Temía que entraran y comenzaran a dispararnos, llevándose a Rojo con ellos muy lejos de mí. Sabía que preocuparme no estaba bien para mi salud ni para el bebé, pero tener esta vida llena de obstáculos, siempre desconociendo lo que sucederá mañana, era imposible. Sobre todo, cuando ellos habían dicho que nos dejaría libres después de dos meses, después de saber que esos monstruos no volverían a aparecer, pero aunque eso no llegó a ocurrir los días comenzaron a pasar, los soldados no dejaron de salir y entrar del lugar en el que nos tenía ocultos, y la única explicación que recibimos era que las personas no estaban listas para aceptar a los experimentos.

Los mismos ministros del gobierno ruso se rehusaban a dar su aprobación para que una nueva especie recibiera su ciudadanía, citando que los pondrían bajo observación para una posible decisión... Así que había más motivos para pensar que algo muy malo ocurriría pronto.

Aunque deseaba equivocarme.

—Hoy está más grande.

Salí de mis pensamientos cuando esa voz en tonalidades roncas y grabes exploró cada rincón de mi cabeza. Pronto, sentí esas cálidas manos deslizándose desde atrás por todo el bulto de mi estómago marcándose debajo de la tela de mi camisón. Dejé de mirar la ventana y a todos esos soldados para observarme el estómago y como con el simple tacto de Rojo, el bebé había empezó a moverse.

—Sí, creció más últimamente—comenté en bajo tono sin dejar de mirar—. A veces quisiera que no lo hiciera tan rápido— sinceré tras un suspiro—. Al menos no en este lugar.

Un mes atrás apenas era solo una pequeña inflamación que no se notaba con camisetas pegadas, y por ese entonces llegué a pensar que algo estaba muy mal con la gestación, pero días más tarde mi estómago había crecido perturbadoramente. Ese era otra de mis mayores preocupaciones, el bebé que esperaba de Rojo ya no solo lo sabíamos él y yo, sino todos los que se escondían debajo del mismo techo que nosotros.

Y estaba segura que sabían a quién le pertenecía, era muy evidente. Alguna vez tuve la esperanza de que nos liberarían antes de que se notara el bulto, pero ahora el temor de lo que fuera a pasar había crecido tanto para Rojo como para mí. Aunque la agente del gobierno que observaba el comportamiento de los experimentos siempre que podía mencionaba que, si mi embarazo salía bien, sería un punto a favor de los experimentos de que la relación entre humanos genéticamente alterados y nosotros, no era riesgoso. No era un peligro, y que con ese punto llamaría el interés de los ministros y el presidente para aceptarlos.

Si nacía mi bebé por muy saludable que fuera al finalizar el noveno mes, sentía que lo primero que harían sería arrebatármelo de mis manos, lo examinarían y no me lo devolverían. La razón por la que sentía que pasaría eso era porque no había momento en el que me pidieran hacerme los estudios, muestras de sangre y ultrasonidos para saber cómo era el bebé, querían tener conocimiento del pequeño ser vivo que se ocultaba en mi interior. Tenían curiosidad, interés, y eso era lo que yo no quería que tuvieran por mí bebé...

Un punto a favor, a pesar de que quería que las palabras de la agente del gobierno sonaran ridículas y una absoluta mentira, una gran parte de mí se las creyó completamente, y acepté.

Quería hacérmelas, en serio que quería, pero hasta yo temía que encontraran algo que estuviera fuera de lo normal, y aunque hasta entonces no había tenido síntomas anormales o dolores a causa de mi estrés, el peso de mí estómago—aun por su tamaño— era desconcertantemente liviano. Ni siquiera sentía que cargaba con un bebé en el estómago, no me molestaba al caminar, menos al levantarme de la cama o de otro lugar. ¿Había algo malo con mi bebé? Mis entrañas se hacían nudo con la necesidad de saber si estaba desarrollándose como debía de ser, sin anomalías.

Eran genes de diferentes reptiles enlazados con el ADN de nosotros, ni siquiera sabía si este embarazo al final resultaría. Por momentos el bebé se movía con mucha fuerza, pero había semanas en los que ni siquiera le sentía moverse, y me hundía en el terror de que algo malo le había sucedido.

—No te preocupes, nuestro bebé estará bien, nosotros lo estaremos, Pym—Se me estremecieron los músculos cuando depositó un beso en la parte superior de mi oreja, cuando esas manos rodearon cuidadosamente el estómago para abrazarme. Su calor invadiendo desde mi columna me hizo acurrucarme, sentirme por un instante protegida.

—¿Recuerdas cuando pensaste que era un parasito? — pregunté, y me dejé desinflar en un largo suspiro al sentir un segundo beso en mi cabeza, un beso tan delicado que me hizo romper el abrazo y girar para ver esa enigmática mirada carmín contemplarme. Dejé que mis manos se acomodaran en cada lado de su cadera en tanto mi enorme estómago palpaba el suyo, un tacto que él observó con cautela, con una delicadeza que casi retuvo mi aliento.

—Quise sacártelo—recordó, estirando esa perfecta torcida sonrisa que volcó mi corazón, acelerándolo—, no pensé que pudiera ser un bebé.

Me hizo sonreír, una sonrisa que, aunque débil era sincera. Pronto sentir sus manos nuevamente tomarme de la cintura, dejando que una de ellas se paseara por todo mi estómago. Sus orbes se ocultaron bajo la delgada piel de sus párpados enrojecidos, verlo revisando la temperatura del bebé hizo que una pregunta tocara mis labios.

— ¿Puedes ver su forma? — quise saber, sin dejar de sentir como con cada caricia de su mano, el bebé reaccionaba en pequeños movimientos. Era curioso que con su tacto se moviera como si lo sintiera, podía tocarme el estómago todo el día y toda la semana, y el bebé ni siquiera se movería eso lo había asegurado todos estos meses, pero con él reaccionaba así sencillamente con suaves caricias.

Lo sentía, estaba segura que el bebé sentía el calor de su padre, por eso se movía, ¿cierto? De alguna forma eso me comprobó que el bebé había heredado mucho de él... Eso solo me hacía temer mucho más, cada dos días la tensión de Rojo se acumulaba, si pasaban de 48 horas los síntomas intensificaban, se hacían más fuertes, más crueles. No quería que nuestro bebé heredara eso, era doloroso, y estaba segura que Rojo tampoco lo quería. ¿Lo heredaría? Había tantas cosas que me preguntaba al respecto, tantas cosas que le habían sucedido a los experimentos desde la incubadora y varios químicos que necesitaron para desarrollarse, y que temía porque el bebé fuera a necesitarlas.

—Aun debajo de tu temperatura puedo ver la suya— respondió, sacándome de mis temores, dejando también que una de sus manos se acomodara en mi cadera—. Es muy pequeño y se mueve mucho. ¿Te duele cuando golpea? —preguntó, abriendo su mirada carmín cuándo de mis labios se escapó un leve quejido al sentir un brusco movimiento del bebé.

No era doloroso, sus golpes eran inesperados y los más fuertes solo me incomodaban repentinamente, sí que negué

—No, pero estoy segura que si quitas tu mano dejará de patear— tan solo lo dije, él la apartó dándome una mirada de extrañes. Ver ese gesto en el que frunció sus pobladas cejas castañas me hizo sonreír, más aún cuando instantáneamente el bebé había dejado de moverse.

— ¿Dejó de patear? —quiso saber.

—Sí, es curioso que solo se mueva contigo—compartí, dejando que mi mano se posara en mi estómago sin sentir ningún otro movimiento. Clavó la mirada en esa parte de mí, vi repentinamente la preocupación que le causó mis palabras.

— ¿Eso es algo malo? — en cuanto preguntó, le negué, sin disminuir un poco la sonrisa, dejando que mis manos se posaran en su pecho con la suave intención de acariciarle, subiendo hasta sus anchos y duros hombros. Él apretó sus labios, soltando un largo suspiro por los orificios de su nariz.

—Es algo curioso, pero no creo que sea algo malo...—tranquilicé ante esa atenta mirada que por un segundo se había ocultado para revisar nuevamente la temperatura en mi estómago—. Más bien creo que serás, de nosotros dos, su preferido.

Esas comisuras negras se estiraron en una sonrisa un poco ladeada, un poco torcida, demasiado sensual a mi parecer al iluminar esa rasgada mirada enigmática que me contemplaba con ternura. Me sostuvo con la cintura y para mi sorpresa, dando un paso más hasta que nuestros estómagos volvieran a palparse: un pequeño tacto que bastó nuevamente para que el bebé se moviera un poco.

—No lo creo, eres la mujer más maravillosa, ¿cómo no serás su preferida?—repuso en un tono bajo, inclinando su rostro. Mis labios pronto recibieron esos carnosos labios en un beso profundo y lento que no pude saborearlo todo lo que quise cuando esos golpes a la puerta, interrumpieron, apartando a Rojo de mi cuerpo y haciendo que él torciera el cuello para revisar con su mirada oculta bajo sus parpados, la puerta.

—Es esa mujer—Supe a quién se refería: era la oficial que pusieron a su cargo, ella recibía a nuestras familias y se encargaba de darnos el permiso para llamarles. Si estaba a la puerta, quería decir que mis padres ya estaban aquí... Otra vez. Y sus palabras espetadas en una voz femenina demasiado engrosada, me lo rectificaron:

—Pym Jones Levet, tus padres ya están en la sala médica, y es mejor decirte que ellos solo te quieren ver a ti.

Mordí mi labio, retirando la mirada de aquella puerta blanca justo cuando Rojo hizo lo mismo para chocar con mi mirada: una mirada que, aunque parecía sería sabía bien que ocultaba una preocupación. Esa preocupación bastó para que me hiciera recordar la primera vez que mis padres lo conocieran, aun cuando esta no era ni la segunda vez que venían a visitarme.

Ese día sabía lo que ocurriría, llevaba más de un año en el laboratorio y mirar el físico de los experimentos ya era una costumbre, pero para alguien que ni siquiera se hizo una idea, sería nuevo... y para mi pesar, espantosamente sorprendente. Espanto es lo que vi en el rostro de mis padres. Tan solo vieron a Rojo en la lejanía y la piel de mi madre había palidecido, mi padre no pudo quitarle la mirada de encima, reparando más que en su rostro, en esos orbes carmín. Mientras tanto mis hermanos eran los únicos que no estaban aterrados, aunque sí sorprendidos apuntando a Rojo en la lejanía. Cuando tan solo lleguemos a estar a solo pasos de ellos y los saludé, fue como si la vida volviera a ellos reaccionando con sobresalto, en vez de darme un abrazo, preguntando qué cosa era él. Y lo peor llegó tan solo un instante después de que me pidieran hablar conmigo a solas, después de una abofeteada que recibí por mentirles con mi verdadero trabajo.

Ese día no pude decirles que esperaba un hijo de Rojo cuando comenté que él era mi novio, mi pareja, ellos prácticamente se volvieron locos. Más que estar felices porque su hija sobrevivió, estaban enfurecidos por lo que les hice, y tenían todo el derecho de enojarse conmigo y desquitarse. Pero el único derecho que no tenían era ver a Rojo como si fuera el animal más nauseabundo y enfermizo del mundo, una rata sarnosa a la que ni siquiera querían tocar cuando él les extendió el brazo para estrechar las manos...

La noche de ese día y todavía la noche de su segunda y tercera visita, no pude soportar ver a Rojo tan callado, pensativo, encerrado en el baño rompiendo el espejo con sus puños, sabía muy bien que había escuchado la conversación que tuve con mis padres a un par de metros de separación de él, y traté de consolarlo. La verdad es que el rechazo de mis padres no iba a apartarme de él, y esperaba que eso tampoco lo apartaran a él de mí. Y ese solo había sido la primera visita que tuve de ellos, la segunda, la tercera e incluso la quinta, ellos siguieron rechazándolo e incluso pidiéndole a la oficial al mando de las visitas que agregaran que solo querían verme a mí, a nadie más.

Me había molestado tanto ese hecho que por un momento no iba a verlos, pero entonces cada vez que ellos venían a visitarme con o sin mis hermanos, les hablaba de Rojo, y esta vez sin firmar un documento de privacidad que amenazara con sentenciarme toda la vida a la cárcel, les mencioné todo lo que él hizo por mí, y aun así lo rechazaron clasificándolo con todo tipo de enfermedades o síndromes. Algo realmente tonto, más tonto cuando les solté al final que esperaba un hijo suyo.

Ellos no me creyeron, y la carcajada que papá soltó había sido tan grotesca para mí que les confesé que estaba interesada en contraer matrimonio con él una vez que aceptaran su ciudadanía— algo que era realmente difícil conseguir. Solo bastaron algunos meses para sus próximas visitas cuando se dieron cuenta de que hablaba en serio, estaba embarazada, esperaba un bebé de alguien a quien ellos llamaron fenómeno, y nuevamente recibí otra abofeteada de mi padre, mi madre trató de detener su histeria y solo no pudo hacerlo hasta el final. Había sido el momento más doloroso escucharle decir que debía abortarlo como si fuera una decisión fácil de tomar, como si él tuviera derecho a elegir por mí, repitiendo una y otra vez que iba a morir, que ese bebé era un fenómeno, que nacería deforme, ¿y qué hice yo? Solo pude levantarme de la mesa y marcharme antes aclarado que tal vez no sería una buena madre, pero que yo sí quería ese bebé.

Aquella indeseable discusión había sucedido hace tan solo dos semanas... que fue el tiempo exacto cuando mi estómago había crecido inesperadamente de un momento a otro, dando un rotundo cambio a mi aspecto. Y hace apenas dos días mi madre había llamado otra vez, pidiendo que nos volviéramos a ver, que mi padre estaba arrepentido y que quería saber si el bebé estaba desarrollándose apropiadamente. Fue por eso que decidí también hacer el ultrasonido. Pero ahora que esa oficial estaba a la puerta de nuestra habitación diciendo que mis padres estaban aquí y solo querían verme a mí, me hizo saber que las cosas no habían cambiado para él.

— ¿No vas a verlos? —me cuestionó al quedarme tanto tiempo quieta, con la mirada clavada en su preciosa mirada que me capturó desde la primera vez que lo vi. ¿Cómo es qué mis padres no podían ver a Rojo tal como yo lo vi desde la primera vez que lo conocí? No era difícil aceptarlo, su físico, la forma en miraba, razonaba y se movía era tal y como un humano lo hacía.

Humano, eso era él, y no era difícil aceptarlo.

— ¿Tú no vas a acompañarme?

—A mí no me quieren ver, Pym—el tono con recelo en su voz me hizo morder mi labio inferior—. Ellos solo quieren verte a ti.

—A mí no me importa si no quieren verte, no buscamos su aprobación —resoplé sin apartarme de él, él observó la mueca en mis labios por un momento, desconcertado, antes de volver la mirada a la puerta cuando otros tres golpes y la voz de esa mujer volvieron a escucharse—. Además, le harán un ultrasonido al bebé— estaba a punto de agregar algo más, cuando él mismo me interrumpió:

—Pensé que dijiste que no querías hacértela.

—No quería hacérmela, pero con Lidy y mis padres pidiéndomelo cada que pueden, y con la preocupación que yo misma tengo sobre el bebé, quise hacerla. Con el ultrasonido podremos saber si está desarrollando adecuadamente, ¿no quieres verlo?

Pareció pensativo, repentinamente moviendo mucho sus orbes sobre cada pulgada de mi rostro, pasando saliva por sus carnosos labios. Sentí apenas leves caricias en mis caderas con las yemas de sus dedos. No quería forzarlo a acompañarme, que se diera cuenta que no debía temer a las críticas de otros, sobre todo a la de mis padres — que eran las que más le dolieron, más aún que escuchó que no traerían a mis hermanos a este lugar, a causa de él. Quería que se sintiera como uno de nosotros, que reaccionara como cualquier hombre molesto cuando el padre de su amante le decía que él era poco para ella.

Demasiado dolor y horror pasamos en el laboratorio como para que en el exterior pasáramos por algo similar, ya había sido suficiente.

—Claro que quiero verlo, preciosa, pero tu padre...

—Ignóralo—le impedí hablar, al instante plantando un beso en sus labios una vez que me empuje sobre mis pies—, y si algo no te gusta házselo saber, que él vea que no importa lo que diga, nada te afectara, tú tienes derecho de estar en ese ultrasonido, de estar a mi lado cada que ellos me visitan.

(...)

La suela de mis tacones era el único sonido que resonaba en todo el pasillo conforme avanzábamos, acercándonos cada centímetro más a esa puerta blanca. Los nervios estaban consumiéndome no solo a mí, sino a Rojo, podía sentirlo por la forma en que apretaba su mano sobre la mía, y también lo mucho que empezaba a sudar.

Sus orbes estaban clavados en ese umbral titulado como la enfermería a solo pasos de nosotros, y cuando nos detuvimos frente a frente a ese mango negro y redondeado, él apretó su quijada con fuerza. Un instante lo observé antes de suspirar y llevar mi mano al picaporte para girarlo, y tan solo la abrí esos cuerpos tan familiares desde sus asientos levantaron la mirada para observarlo a él con sorpresa: y una de esas miradas provenían de un par de orbes azules llenos de disgustos. Aquel hombre de avanzada edad era mi amargado y sobreprotector padre, con su cabellera canosa y una ligera barba que cubría una quijada desencajada con severidad. Por un instante mi corazón me martilló la cabeza al ver esa sincera molestia que llevaba puesta, sino fuera porque aquella sonrisa alzada en los labios de la mujer a su lado, me tranquilizó un poco.

Ella era mi madre, y había sido la primera en levantarse de su lugar, sacudiendo su melena castaña y ondulada para acomodarla detrás de sus hombros, sus orbes grisáceos miraron un instante a Rojo antes de apoyarse en mí, sin desvanecer ningún solo centímetro la sonrisa que por poco y parecía sincera. Cuando vi, que venía en mi dirección con sus brazos extendidos en la necesidad de alcanzarme, me aproximé, tirando de la mano de Rojo para que caminara a mi lado y nos adentráramos en la enfermería.

—Mi niña, ¿cómo te sientes? —le escuché preguntar, sus manos acariciaron mis brazos, su sonrisa se forzó más. Por otro lado, yo también había forzado una sonrisa cuando ni siquiera dio un pequeño saludo a Rojo.

—Estoy bien, madre—respondí con educación, su sonrisa se ensanchó y cuando vi que estaba a punto de decir algo más, decidí peguntar: —. ¿No saludaras a Alek? — Ver como su sonrisa titubeaba repentinamente, anudó mi estómago. Soltó un leve sonriso nervioso, sobando mis brazos un momento antes de volver a mirar hacía Rojo y estirarle la mano.

—Hola, Alek, es un gusto verte de nuevo —Que mentira más grande era esa, y sabía que Rojo se había dado cuenta de que ella no hablaba en serio, pero aun así le estrechó la mano, sacudiéndola levemente.

—Yo no tengo el gusto, lo siento—esfumó, áspero y severo, dichas palabras que mi madre ni siquiera se esperó, abriendo sus ojos tan redondeados y fuera de sí como reacción.

Bien, no era el paso que quería que diera, pero al menos había demostrado que no podía engañarle su falsa sonrisa. Sabía que mi madre no se molestaría por su sinceridad, pero se sentiría mal al saber que él se había dado de su falsa amabilidad. Aunque, para ser franca mi madre no era mala persona, a veces se dejaba convencer por lo que mi padre decía pero sabía que ella entendería primero que mi padre que no cambiarían mi opinión, o incluso lo que sentía por Rojo, y eso los haría aceptarlo tarde que temprano.

Por otro lado, mi padre de un golpe se levantó de su silla, pasos grandes y firmes para apresurarse a llegar hasta mí. Sabía a qué venía, sabía muy bien lo que diría y no, no quería darle esa oportunidad.

—Pym, ¿qué significa ese insu...?

—Papá no empieces—solté, al mismo tiempo que solté la mano de Rojo para alzarlas hacía él—. Mamá dijo que no harías un escándalo hoy, solo verías al bebé y nada más, así que cumple eso.

—Solo vine para ver al bebé y verte a ti, no a esa cosa—espetó señalando a Rojo, mis puños se apretaron, ganas no me hicieron de darle la espalda y abandonar la sala, dejándolos solos, pero eso sería demasiado inmaduro. Esta vez Rojo no había dicho nada, pero con una mirada de reojo podía ver lo mucho que estaba deteniéndose para soltar algo entre sus labios apretados.

—Él es el padre después de todo— recordé, tratando de que mi voz no sonara dura, no mostrara mi enojo.

—Ni siquiera están casados—Mis dientes estuvieron a punto de castañear con su comentario—, y no podrán estarlo Pym, ya hablamos de esto.

—Que no estemos casados no cambia el hecho de que él sigue siendo su padre. Y recuerdo haberte dicho en esa última conversación que esta era mi vida, papá, ya puedo decidir sobre ella. Alek tiene más derecho que ustedes de estar aquí, así que termina con esto, lo digo en serio— advertí remarcado la última palabra, y por ese instante mi mano voló a recuperar el agarre con Rojo, entrelazando nuestros dedos. Pero al momento en que lo hice y en que mi padre estaba a punto de reventar nuevas palabras de su apretada boca, una cuarta presencia apareció de nuestro lado al correr una cortina blanca que ocultaba una camilla y unas cuantas maquinas hospitalarias.

—Disculpen, pero voy a tener que interrumpirlos—Contraje la mirada ante esa nueva cara que no reconocí pero que agradecí por haber terminado con un momento irritante. Antes no la había visto, pero había venido a la enfermería a pedir suplemento tantas veces como para gravarme todas las caras de las mujeres que trabajaban aquí. Ella era nueva, y eso no me agradaba. Llevaba la bata blanca por encima de una camiseta abotonada rojiza y una falda negra que contorneaban con sus tacones: una vestimenta formal, elegante. —. Es hora de hacer el ultrasonido de la señorita Pym Levet.

— ¿Quién es usted? —escupí la pregunta cuando calló, aunque desde mi lugar podía hallar colgado de su bata, un gafete con su nombre—. ¿Quién la envió? Nunca antes la he visto.

—Soy Lena Volcov, tu ginecóloga de ahora en adelante, y otra testigo que les representará—Ella sonrió, el nerviosismo se notó en el temblor de sus labios. Desconfié de ella por completo, sobre todo cuando a me habían dicho que me trataría una de las enfermeras que nos cuidaron con anterioridad, que no iban a traer extraños a revisarme. ¿Por qué estaban incumpliendo sus promesas?

—El gobierno pidió traerla, Pym — La voz de Lidy me tomó por sorpresa. Ella se adentraba con su platinado cabello suelto desde el umbral, con una tabla de hojas en uno de sus brazos y en su mano un bolígrafo negro. Sonrió, una de sus ya acostumbradas sonrisas de suficiencia —, ella es la mejor radióloga, ginecóloga y pediatra del país y te va a tratar estos últimos meses, y todo el primer año de vida de tu bebé.

—Me dijiste que me trataría una de las enfermeras—recordé en un ápice de seriedad. Ella apretó su sonrías, pasado de mirarme a mirar a mi familia—. Dijiste que no sería una desconocida.

—Tranquila, yo la conozco no te pondría en manos de cualquiera—resopló, paso a paso se acercó hasta nosotros—. Además, firmó un documento de confidencialidad sentenciada a 50 años de cárcel si llegará a soltar información referente a los experimentos, a ti y tú bebé. No hay nada de qué preocuparse— soltó, y a pesar de que llevaba la misma sonrías sin ningún extraño gesto que me hiciera dudar, hice una mueca no muy convencida aún.

En realidad, no me había gustado nada que cambiara sus palabras, que de un de repente cuando ayer me dijo que me atendería la enfermera Tanya— quien era la mujer que nos atendió cuando recién llegamos a este lugar—, la cambiará por una mujer que parecía su misma replica, pero con diferente color de cabello y ojos.

— ¿Usted nos va a acompañar? —terminó preguntando mi madre, su mano indudablemente se había extendido para estrecharla con esos delgados dedos de largas uñas con barniz rojo.

—Como dije es necesario que este aquí—suspiró la respuesta—, todo lo que yo vea debo informárselo al gobierno, mientras vea cosas buenas más les favorecerá en un futuro a los humanos artificiales.

— ¿Humanos? ¿Está hablando en serio? —el bufido de mi padre la hizo pestañear como una reacción seria antes de clavarle la mirada y torcer su sonrías, algo que también hice con mi mueca—. Tienen cuerpo humano, pero basta mirar sus ojos para saber que son reptiles, animales, simplemente animales.

El agarre de Rojo se apretó con fuerza sobre mi mano, yo también apreté mis puños sintiéndome imponente, las ofensas de mi padre otra vez estaban saliéndose de control, cuando dijo que iba a

—Opino que dan un terrible miedo ver sus ojos señor Levet, pero la verdad es que más del 80 por ciento del ADN en ellos es humano, así que sí, humanos artificiales genéticamente alterados— Hasta ese momento pude recordar cuando Adam mencionó que la mayor parte de la genética de los experimentos era animal, aunque era obvio que no era así, no le cansaba repetírmelo una y otra vez—. Y si el bebé resulta salir sin deformidades y complicaciones estoy segura que tendrán la entrada instantánea a la ciudadanía.

(...)

Miré una última vez mi estómago desnudo después de quitarle el camisón y dársela a mi madre. Me recosté tras un corto suspiro en la camilla médica en tanto Lena tomaba una clase de gel helada de un envase blanco que pronto untó en mi abdomen, todo mi cuerpo se estremeció y mis manos rápidamente se apretujaron en los bordes del colchón, mientras una de ellas era levemente cobijada por el calor de la mano de rojo.

Traté de no moverme ni un poco sobre la camilla médica cuando vi a Lena apartarse, tomar el monitor junto a la máquina y girándolo entorno a nosotros, de una forma en que fuéramos capaz de ver cada centímetro de la pantalla del monitor. Tomó el transductor que casi tenía la forma de un micrófono, y una vez que hizo movimiento sobre el teclado de la máquina para que esta misma emitiera un tintineo inquietante, lo acercó sobre mi vientre.

—Empecemos—expulsó la palabra, nuevamente me estremecí cuando llevó al aparato a palpar mi piel que incluso mi estómago se contrajo. Y rápidamente cuando lo movió un poco más debajo de mi ombligo, una imagen reflejándose en el monitor llamó todas nuestras miradas.

Por un momento, la imagen tardó en enfocarse perfectamente pasando de ser solo unas coloridas y numerosas rayas azuladas y negras, a centrarse en algo más grande y con curvas como para ser capaz de detener mi corazón. No hubo ruido alguno en la habitación, ni gestos desaprobatorios ni disgustados cuando Lena tecleó en la máquina y la imagen se alejó un poco de aquello que buscábamos para verlo en un mejor estado.

—Ahí está—Lena sonrió satisfecha, nos dio una mirada rápida antes de volverla al monito, nosotros, por otro lado, ni siquiera pudimos prestarle atención. No había nada más interesante que el monitor, nada más importante que aquella imagen perfecta.

Mis ojos repasaron cuanto pudieron esa imagen azulada sin poder evitar compararla con una habitación negra, siendo utilizada por esa pequeña figura humana que permanecía levemente encorvada, con sus piernas dobladas y sus pies recargados en alguna parte de mí interior, sus brazos estaban contraídos hacía esa perfectamente redondeada cabeza humana como si estuviera...

— ¿Se está chupando el...?

—El dedo, sí— terminó la oración Lena, haciendo que esa sonrías en Lidy se reflejara con mucho más interés—. Como podemos ver, su cabecita está en perfecto estado, tiene sus brazos formados, y sus pies, ¿ya los vieron? —Por instinto asentí cuando ella acercó la imagen concentrándola en esas piernas delgadas. Sentí esa opresión en mi pecho, esa sensación nostálgica y emocionante que derrumbó toda preocupación que alguna vez tuve sobre el embarazo, sobre el bebé.

— ¿Está bien? ¿Está en perfecto estado? — Se me torció el rostro cando escuché la voz de Rojo alzarse entre el segundo de silencio. Sus orbes carmines clavados en la mujer, esperando una respuesta necesitada, miré ese par de cejas pobladas y oscuras levemente fruncidas con preocupación. Busqué el rostro de Lena, ella se enfocaba en hacer movimientos con el transductor sobre mi estómago, acercar la imagen a su cuerpo y alejarla.

—No tiene mal formaciones—recalcó, se escuchó tan segura que mi corazón se aceleró—, definitivamente la imagen no captura alguna forma fuera de lugar, pero en un momento, evaluaremos su corazón.

—Yo le veo la forma humana, ¿y ustedes señor Jones? No me diga que le ve una cola de lagarto —inquirió Lidy, hasta ese segundo en que le di una rápida mirada, la encontré dejando de apuntar algo en su tabla de hojas. Papá apretó esos labios que se había mantenido abiertos desde el momento en que se mostró la imagen, y carraspeó, manteniendo esa firmeza endurecida que tuvo desde el principio.

— ¿Se está burlando de mí? —Papá se escuchó muy ofendido, y ese hecho conociendo como se ponía cada vez que se sentía atacado, me hizo morder el labio—. Puedo hablar con sus supervisores sobre esta burla para que la despidan —amenazó. Por otro lado, Lidy arqueó una ceja, negando con su cabeza, levemente moviendo esa cabellera lacia y platinada.

—No me malinterprete señor Jones, no me burlo de usted, pero sé que le parece asqueroso todo acerca sobre esta nueva especie humana, y no es el único, pero... —aclaró sin desvanecer su tono elegante de voz—, mejor es aceptar que ahora existen, y hablamos de la buena, no la mala.

Nuevamente la boca de mi padre se habló, a punto estaba de decir algo más cuando un sonido emanando de las bocinas del monitor nos estremeció a todos el cuerpo. Por segunda vez, nuestras miradas volvieron a la pantalla en la que se proyectaba un nuevo tipo de imagen que se distorsionaba conforme el sonido era emitido. Lo supe solo con escuchar ese sonido comparado con el palpitar tan armonioso del corazón de Rojo.

Un palpitar tan maravillosamente relajante.

—Sus latidos son normales, no hay ninguna afección en ellos, nada anormal—replicó sin mover su mirada de la pantalla, sin dejar de mover el aparato sobre mi vientre—. Ahora, lo mediré para saber la fecha exacta que tiene su bebé, y el sexo—agregó al final.

Hubo tanto silencio inquietante que mordisqueé mi labio inferior otra vez, mirando por un instante a Rojo y a mis padres tan atentos a ella y la imagen, contrayendo por segundos sus ojos como si trataran de ellos mismos descifrar lo que mostraba el monitor, o lo que ella empezaba a teclear conforme acercaba y alejaba la imagen. Hice lo mismo, esperando ansiosamente una respuesta que obtuvimos cuando ella suspiró, sonriente para mirarnos.

—Felicidades— soltó, y la mano que tocaba el teclado se apartó para apoyarla en el colchón en el que estaba recostada—, es un niño sano de 8 meses y medio.

Pestañeé, más que emocionada me sentí desconcertada con el número de meses que mencionó. No podían ser 8 meses, ¿cierto? Esa fecha debía estar incorrecta porque estaba segura que eran apenas 7 meses, los conté, conté los días desde la vez que Rojo y yo tuvimos relaciones sexuales en la oficina abandonada y repleta de cámaras, desde esa hora hasta el día en que salimos, conté hasta la fecha más próxima y al final daban 7 meses de gestación. ¿Sería posible que el bebé se había desarrollado con más rapidez? Eso solo me decía que había heredado el crecimiento acelerado de Rojo en su etapa infante... ¿Lo heredó? Entonces eso quería decir que crecería con rapidez.

Me sentí asustada. Sí era así, muchas cosas malas sucederían con el bebé, ¿no? Sobre todo, en su desarrollo. ¿Realmente su crecimiento se desarrolló o se debía a otra cosa? Estuve a punto de sentirme desesperada, y más que asustada horrorizada cuando pensé en Adam, pero no podía ser él, no tuve relaciones con él en esos aproximados últimos meses antes que el parasito se expandiera. Solo no pude dejar que sus besos y caricias sobrepasaran a algo más porque en ese tiempo solo pensaba en Rojo, y pensar en él y saber que no era él el que me tocaba y besaba, me bloqueaba, hacía que rompiera el toque de Adam y me apartara de él, inventando que estaba cansada.

Repentinamente un recuerdo se vislumbró en mi mente, uno que podía explicar los meses de gestación. Recordé ese momento de la última noche que tenía Rojo antes de devolverlo a la incubadora para su última maduración, esa noche en que salí de mi habitación para llegar a la suya y hacerle el amor. Le di a Rojo los condones que Adam guardaba en su cajonera, y cuando él se corrió por segunda vez, lo sentí en mi interior, sentí ese espeso líquido hirviendo en mi interior.

¿Sería posible que su condón se había roto? Claro que era eso, y, además, ni siquiera me puse la inyección que el laboratorio daba a las mujeres y hombres para disminuir drásticamente nuestra fertilidad durante la eyaculación. No había otra explicación, al menos que el crecimiento del bebé se había acelerado. Aun así, estaba segura de haberlo sentido correrse en mi interior, y por ese instante estaba en shock, un shock que terminó colapsando cuando en mi laptop se encendiendo la alarma alertando que debía irme, y no pude en otra cosa que huir antes de que fuéramos descubiertos.

Ni siquiera logré imaginar en ese momento como había sido posible que se rompiera el segundo condón, y en toda esa noche no pensé en ese hecho, no pude hacerlo al estar tan atormentada por el dolor, sabiendo que no volvería a ver a Rojo, que él estaría con su pareja y yo sin él.

¿Sería posible que quedara embarazada desde ese entonces? Sí era así, explicaba los meses de gestación, sino lo era y resultaba que su desarrollo se había acelerado, quería decir que, posiblemente, cosas malas le estarían esperando a nuestro bebé.

No.

Supliqué mucho porque él naciera saludable.

¡AL FIN EL EXTRA!  Quiero decirles que todavía falta un extra más bellezas, y se los daré a mas tardar el miercoles  <3

LOS AMOOO MUCHISISMOO <3

-Lizebeth.

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