No está funcionando
NO ESTÁ FUNCIONANDO
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Había un agujero en mi hombro cerca de mi clavícula izquierda. El dolor estallando en mis articulaciones y nervios, explorando de tensión los músculos de mi brazo me apretó los dientes con rotunda fuerza, tragando un largo chillido de ardor cuando todo alrededor había silenciado rotundamente después de que el cuerpo de Rossi y Augusto terminaran extendidos sobre el suelo, sin vida.
Me encontré con los sentidos desorientados, aturdidos y obstruidos al tratar de procesar todo lo que en tan solo un instante había sucedido. Manteniendo la mirada clavada en el flujo de sangre que pintaba la tela rosada de mi sudadera, petrificada no solo de saber que Rossi había escondido un arma debajo de su playera, mucho menos porque si aquellas manos no me hubiesen empujado a tiempo la bala estaría clavada en otra parte de mi cuerpo. Estaba terriblemente estremecida al saber que ella había disparado dos veces, una bala solo me había atravesado a mí, pero, ¿y la segunda?
Un extraño gemido ahogado de dolor se escuchó junto a mí, y desde ese momento sentí como si esa bala en mi brazo realmente estuviera en mi pecho perforándome el interior al reconocer a quien le pertenecía aquel gemido.
Lo que resplandeció terriblemente en mi cabeza como una respuesta a una pregunta que no quise construir, me congeló los nervios y me abrió los ojos en una mirada llena de mis peores temores hechos realidad cuando, al girarme con la alama a punto de ser escupida por mis labios, lo vi a él...
Su alto y ancho cuerpo desfalleciendo en el aire frente a mis ojos hicieron que mis labios soltaran su nombre, tembloroso y rasgado, roto. Todo a mí alrededor desde ese momento comenzó a tornarse con una lentitud infernal cuando mi cuerpo reaccionó, extendiendo mis brazos para alcanzarlo, para atraparlo y abrazarlo. Un movimiento que no logré cuando todo el costado de su cuerpo terminó estampándose contra el asfalto detrás de mí.
Todo mi cuerpo sintió como si un puñado de hierro lo aplastaran contra el suelo.
No. No. No.
Esto era una mentira. No estaba sucediendo, ¿verdad?
— ¡Rojo! —chillé, rasgando mis entrañas sintiendo ese potente ardor en mi vientre más fuerte que el dolor que la bala en mi brazo desataba con mis desesperados movimientos una vez que aventé mi cuerpo al suelo frete al suyo—. No, no, no, no, no, no...
Con mis temblorosas manos tomé sus hombros, aferrado mis dedos— a pesar de que su cuerpo pesaba mucho más que el mío—, y tiré con todas mis fuerzas para terminar de voltearlo lo más rápido que pudiera, de tal forma que su espalda quedara contra el suelo, solo para sentir como algo penetraba mi cuerpo y me arrancaba el alma entera cuando lo primero que vi fueron esos parpados cerrados, sin hacer el más mínimo movimiento...
Mentira. Esto era una mentira, ¿verdad? No estaba sucediendo, no estaba pasando esto.
Eché una desesperada mirada al resto de su cuerpo cuando no hubo ni una sola reacción en él, cuando ni sus labios se movieron y mucho menos su pecho para respirar. Todo el peso de mi cuerpo se desvaneció, me sentí vacía y helada, lo que vi en su pecho trató de dejarme inmóvil mientras el panorama se me nublaba y el ardor subía de mi estómago a todo el resto de mi cuerpo, escarbando mi piel, quemándome las escleróticas en cientos de lágrimas que estallaron al ver toda esa sangre extrayéndose por toda la tela de su camiseta blanca a causa de un agujero en el lado izquierdo de su pecho.
El corazón se resguarda en un lado del pecho izquierdo. Ese pensamiento me detuvo la respiración, me hizo negar lo suficientemente rápido con la cabeza antes de inclinarme hacía delante, sobre su cuerpo, negándome a creer esa maldita posibilidad.
—Ro-Rojo... —lo llamé, cada letra pronunciada dejó un ardor en cada una de mis cuerdas vocales—. Abre los ojos, Rojo...—Pero no lo hizo. Sus enrojecidos parpados en los que cientos de venitas delgadas se marcaban, no se movieron ni un centímetro, ni, aunque mis manos tomaran con delicadeza su rostro en suplica para entornarlo a mí. Aun así, él reaccionó a mi petición—. Mírame, por favor. ¡Abre los ojos!
Gruñí en llanto al no recibir respuesta de él, acomodando mi cabeza sobre ese mismo lado, cuidadosa de no lastimarlo, pero lo suficientemente cerca para ser capaz de escuchar su corazón.
Un corazón cuyo palpitar frenético como recordaba, no escuché.
Me incorporé con los escalofríos escamando mi piel, los espasmos haciendo daño en las contracciones musculares de mi cuerpo y ese único pensamiento haciéndome trizas. Nuevamente, cuando vi esos parpados sin movimiento. Me negué a creerlo llevando mi rostro cerca de sus labios para sentir su respiración acariciando mi mejilla. Tal como muchas otras veces me había acariciado y con eso era suficiente para estremecerme.
Pero su respiración fue algo que tampoco sentí.
En mi cabeza todas las peores razones que llevaban a mi más grande miedo, se reprodujeron: él no estaba respirando, su corazón no latía, y la herida en su pecho no se curaba. Seguía sangrando y mucho. La bala... Esa maldita bala escupida del arma de esa mujer, ¿de verdad atravesó su corazón?
Sí. La respuesta hizo que un fuerte zumbido sacudiera por entero mi cuerpo, dejando que la realidad me bañara con su fría crueldad. Y exploté, todo lo que había retenido en ese frio sentimiento terminó elevándose de mi cuerpo como una ardiente lava volcánica lista para estallar, sobre todo.
—N-n-no está respirando—sollocé al girar mi rostro para observar sus palidecidas mejillas—. No está respirando. ¡No está respirando! ¡No está respirando, él no respira! ¡Rojo no respira! ¡No está respirando, 16 Verde! ¡Rojo no...!
Mi mano cubrió mi boca, ahogando otro rotundo sollozo que amenazaba con destruirme de dolor. Rápidamente elevé la mirada, pasando de largo todos esos rostros que nos observaba de una forma que fui incapaz de querer reconocer— y una que otra mirada de experimento oculta bajo sus parpados. Busqué una y otra vez entre todos ellos a la enfermera Verde 16, ella antes lo había ayudado, lo había salvado cuando Rojo se arrancó la mayor parte de sus órganos infectados. Esta vez podía hacer lo mismo, ¿verdad? Seguro que sí. Lo reanimaría. Lo salvaría otra vez.
Mis ojos, con el panorama borroso a causa de las lágrimas acumuladas, se clavaron en esos orbes verdes que se abrieron paso entre los cuerpos frente a mí, tan solo la reconocí acercándose más a mí mi mano se estiró para alcanzarla, tirar de su delgado cuerpo aun sabiendo que no podría moverla un centímetro por lo pesada que era ella.
— Su corazón no late... Sálvalo—rogué en llanto, con los nudos acumulándose en mi garganta, a punto de quebrarme—, por favor, ayúdalo... ayúdalo.
Sus labios se apretaron ante mi ruego en una clase de mueca apenada, la vi dudar viendo hacía donde Adam quien se encontraba detrás de mí, contrajo sus cejas antes de al fin inclinarse sobre sus rodillas y observar el cuerpo de Rojo: sobre todo su pecho agujerado, cuya bala no salía de su cuerpo y cuya herida no se regeneraba.
Iba a repetir mi petición al verla tardar mucho en actuar cuando, sin más, volvió a mirarme para negar con la cabeza, logrando que ese solo acto quisiera destruir todo mi interior, tomar mi corazón y arrancármelo para romperlo en dos.
—Lo siento, no puedo ayudarlo—sus palabras tartamudeadas en un tono temeroso, pincharon mi cuerpo, robándose parte de mi fuerza. Dejé caer la mirada a Rojo, como su rostro pálido permanecía en el mismo gesto congelado, la misma mirada vacía que ardía mis entrañas.
—S-sí, sí puedes—mis palabras sonaron ahogadas, dolidas. Traté de tragar todos esos nudos apretando mi garganta, para poder repetir mientras imploraba con la mirada—. Puedes hacerlo, sácale la bala y cúralo, por favor...
—No—volvió a repetir, su voz en la misma tonada temerosa y baja fue lo suficiente pesada como para golpearme—. El corazón y el cerebro son el único órgano que no puede restaurarse, nos lo mencionaron muchas veces.
No. Mi cuerpo entero, todo lo que llegó a conocer de los experimentos enfermeros, se negó a creer eso.
Temblequeé. Mis ojos volvieron a escocerse, llenándose de lágrimas que pronto salieron cuando ahora era yo la que le negaba, musitando un no por respuesta, una palabra tan sensible y estremecedora que hizo que su mentón temblara. Me negaba rotundamente a que no podía curarlo, a que Rojo estaba muerto.
Él no estaba muerto.
Rojo no podía estar muerto. Él no podía morir, no podía dejarme, no podía dejarnos. No iba a salir de este lugar sin él.
No sin él.
—Inténtalo, tienes que intentarlo, solo inténtalo—solté a una desesperada petición, apretando sus manos—, solo inténtalo por favor, tal como hiciste en el bunker, por favor. Por favor, 16, solo hazlo—seguí pidiendo al ver que no respondía, que se mantenía callada, pensativa dándome esa misma mirada apenada y entristecida que solo me hacía sentir más miserable con la realidad.
Su muerte sería una realidad que no aceptaría jamás.
—El corazón y el cerebro son los únicos que no pueden recrearse y regenerarse por el mismo cuerpo del enfermero—Aquellas palabras soltadas por una voz grave y cercana me levantaron la cabeza, clavado la mirada en los orbes grises del experimento 07 Negro que se mantenían casi sobre Verde 16—. Pero si es por medio de otra sangre, quizás sí. Sin embargo, es mejor que lo intente un rojo, los rojos tienen un efecto más rápido y profundo.
— ¿Quién lo hará? —exclamé, dejando que mis manos descansaran en los hombros de hombro donde mis dedos se aferraron mientras lanzaba mi mirada sobre todos los experimentos de orbes carmín. Quise esperanzarme con las palabras de 07 Negro—. ¿Quién lo hará? Por favor...
— ¡Yo!
Aquel grito femenino perteneció a ese experimento que pronto recordé, era Rojo 23, la mujer que le ordenó a Rojo arrancarse los colmillos en el bunker. Empuñaba un delgado cuchillo entre sus manos en tanto se acercaba con rapidez, empujando varios cuerpos para acomodarse en el lugar que 16 dejó cuando se levantó para retirarse cabizbaja, abrazando su cuerpo.
Miré esos orbes carmín que se dedicaban a observar la herida de Rojo, sin ninguna pisca de emoción en su mirada.
—Pero yo no sé sacar una bala, y si hago más daño a su corazón no sé si funcionará, en realidad solo sé curar, es todo—Esas palabras me desesperaron, más aún la mirada seca que me dio. Estaba a punto de gritar una petición más, cuando un hombre moreno apareció frente a nosotros, sin tardarse nada en arrodillarse para arrebatar el cuchillo de la mano de Rojo 23.
—Se la retiraré yo, fui médico especializado en los experimentos amarillos—Su voz grave retumbó en mi cabeza, apenas pude ver el color azul de sus ojos antes de que clavara su mirada en el pecho de Rojo.
— ¿Han... regenerado el corazón o cerebro de uno? —no dudé en preguntar con el ápice dolido en mi voz. Ni siquiera supe si había formulado correctamente la pregunta, o sí él me entendería.
—No he hecho esto antes, pero puede ser un descubrimiento. Utilizamos la sangre de otro experimento rojo para regenerar su corazón y posteriormente reanimarlo con masajes—respondió, pronto rasgó la camiseta blanca y extendió los trozos de tela a los lados, dejando así todo su torso desnudo.
Mordí mi labio inferior con rotunda fuerza al ver el pequeño agujero en el lado izquierdo de su pecho manchado de sangre, una herida hecha a causa de la bala disparada por Rossi. Una bala que debió atravesar mi cuerpo, no el de él. No el de Rojo.
Si no me hubiese empujado, esto no habría sucedido. Él no estaría así. Sin evitarlo, con ese pensamiento sollocé con fuerza, apretando mi mano en la boca para retener el sonido, sin dejar de ver a Rojo, A mi Rojo.
Era mi culpa.
— El corazón de los experimentos es más fuerte que el de nosotros, pero cuando se detiene todo el proceso de reproducción de su sangre también lo hace, curiosamente su sangre también deja de regenerar tejidos y otros órganos—contó, en ese instante algo en el pecho de Rojo llamó mi atención y no era la única que estaba observando ese bulto metálico que apenas empezaba a salir del agujero en su pecho—. Como pensé—soltó él, llevando su desocupada mano a la herida solo para que sus dedos apretaran el agujero y sacaran ese pequeño objeto remojado.
Era la bala.
Su cuerpo había sacado la bala, ¿eso quería decir que Rojo estaba regenerándose? Una chispa de esperanza se encendió en mi interior, pero quiso apagarse cuando rápidamente clavé la mirada en esos orbes manteniendo el mismo vacío.
— ¿S-s-s-se está regenerando? — se me secó la garganta con mi propia pregunta, asustada, a punto de romperme con cualquier tipo de respuesta. Atisbé como dejaba la bala en el suelo para sostener el cuchillo y llevarlo a la herida—. ¿Él se está regenerando?
Hubo un suspenso que quiso vaciarme el cuerpo, volver a destruir ese pequeño muro que apenas empezaba a crecer al ver que la bala había salido de su cuerpo, tal como aquella vez en que Adam le disparó en el brazo y la bala salió rápidamente del cuerpo de Rojo.
—No—su seca pregunta me congeló la mirada—. Su cuerpo solo actuó de forma involuntaria, sacando aquel material que no pertenecía a su organismo, es solo un estímulo— Un segundo sollozo se construyó en mi garganta. Él miró al experimento que se acomodaba a su lado—. Voy abrirle la herida y en cuanto lo haga, deja correr tu sangre sobre su corazón, que sea mucha sangre, de esta manera estaremos seguros que la herida todo el musculo dañado de su corazón se regenerará sin dejar tejidos dañados.
Ni siquiera esperó a que ella asintiera cuando enterró el cuchillo en el lado izquierdo del pecho de Rojo, desde su herida de bala, y comenzó a cortar la piel unos centímetros más debajo de su pecho. Y en cuanto lo hizo, dejó caer el cuchillo sobre las piernas del experimento para que sus manos se estiraran y se enterraran en la larga herida, y sin más, jalando la piel ensangrentada frente a mis ojos, rasgó hasta los huesos más pequeños de mi cuerpo cuando con eso, mostró un órgano oculto entre algunos tejidos enrojecidos.
En ese momento, me atreví a llevar mi mano suavemente sobre la frente húmeda de Rojo a causa de mis muchas lágrimas manchando su piel, antes de inclinarme, y depositar ahí mismo un beso.
Por favor, por favor vuelve...
—La sangre, ya—ordenó él en un grito en el que mi corazón saltó hacía mi boca. Desesperada vi la forma en que el experimento femenino tomaba el cuchillo entre sus manos y sin rasgaba la superficie de su antebrazo izquierdo, el cual lo llevó al instante sobre la herida que el hombre moreno mantenía abierta con sus manos.
Mi estómago se volcó, las náuseas se intensificaron al ver toda esa sangre brotar y resbalando de su delgado brazo hacía el pecho de Rojo, hacía el interior de la herida, entre todos esos tejidos musculares cortados. Pese a los espasmos estomacales y el dolor en mi vientre, me obligué a no vomitar, a no retirar en ningún momento la mirada de su pecho, esperanzada de que sucedería.
De que iba a suceder.
De que Rojo volvería.
Mi Rojo...
—Suficiente—soltó la herida cuando por tercera vez, la enfermera 23 había rajado la piel de su brazo para que la sangre fluyera sobre la herida. En segundos silenciosos en los que mi corazón palpitó en mis sienes, vi cómo hasta la herida en su pecho comenzaba a cerrarse.
Los tejidos de su piel se regeneraban, y solo darme cuenta de ello quería decir que su corazón también estaba regenerándose, ¿cierto? Estaba funcionando. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, una sonrisa diminuta y estremecedora mientras me secaba las lágrimas con el dorso de mi mano.
—Comenzaré a reanimarlo—Su voz aumentó los nervios en mi estómago, la ansiedad me apretó las manos, nuevamente volví a temblar. Llevó sus manos sobre el pecho de mi Rojo, una sobre la otra en el que empezó a empujarse con rapidez, sin detenerse.
Observé, esperanzada en cada segundo de tortura en que el hombre hacía presión, que Rojo reaccionara, cada pieza de mi cuerpo... de mi alma, comenzó a anhelar su profunda mirada, comenzó a desear escuchar su voz llamándome. Sí, quería escucharlo llamarme, sentir cada vibra de su voz explorando mi interior en tonalidades graves y roncas, como la primera vez que lo escuché.
Era una sensación y vibración maravillosa que no quería olvidar nunca.
—También debemos parar el sangrado en tu brazo—La voz de Adam me tomó por sorpresa, torcí mi rostro a mi derecha para hallar su mirada marrón llena de preocupación sobre mí. Había estado tan concentrada en Rojo que no supe en qué momento se había acomodado a mi lado.
Miré de reojo mi brazo, como la manga de mi sudadera se encontraba casi por completo empapada de sangre, el sangrado al igual que el dolor habían aumentado en minutos y sí era insoportable el dolor, pero nada que comparaba a lo que sentía en estos momentos.
No había dolor más fuerte que ver al amor de tu vida, muerto, tumbado en el suelo con una bala en su pecho que recibió por intentar protegerte. Si no hubiera hecho eso, él estaría bien.
—N-no—mi voz volvió a rasgarse, ver el cuerpo de Rojo sin reaccionar, trituraba mis cuerdas vocales—, primero quiero que Rojo reaccione, que abra sus... ojos y me mire—emití ahogada, sintiendo como cada palabra que pronuncié se clavaba en mi cuerpo cono una aguja caliente. Dejé nuevamente la mirada en Rojo, sintiendo esa presión estallando en mi cuerpo cuando el hombre moreno se detuvo, fue un segundo en el que sentí que nuevamente mi cuerpo explotaría en llanto, pero entonces él volvió a apoyar sus manos sobre el pecho, repitiendo la acción.
Todos y cada uno de los momentos que pasé con Rojo se repitieron en mi cabeza. Esos momentos que había perdido y los cual había anhelado recordar tuvieron todavía más claridad en el peor de los momentos.
Las lágrimas resbalaron de mis ojos empapando mis mejillas mientras recordaba la primera vez que sentí sus suaves labios sobre los míos, esa primera vez en que desvergonzadamente me atreví a inclinarme sobre su cama en la que él descansaba para besarlo. Él estaba dormido, o eso creí yo, porque cuando lo besé, y todavía lo besé por segunda vez, él me correspondió con rapidez tomándome al instante de la cabeza para evitar que me apartara de la sorpresa que su inesperado movimiento me provocó.
Recordaba perfectamente el calor que floreció en mi pecho y la forma en como mi corazón salto asustado y emocionado al sentir sus labios besarme con esa plena lentitud en la que sentí desfallecerme. Eran besos tan sentimentales y suaves que bastaron para mostrar todo aquel sentimiento que había mantenido escondido hacía él. Sí, en ese momento tampoco pude controlarme, incluso llevé mis manos sobre sus hombros en tanto él se incorporaba de su cama, sin abandonar mis labios.
Ese había sido nuestro primer beso, la primera vez en que sus manos se anclaron a mi cadera y me atrajeron a la apertura de sus piernas para estar mucho más cerca del otro, la primera vez en que me abrazó por la cintura con suavidad, llevando sus manos por todo el sendero de mi espalda antes de tomarme del rostro y acariciar mis mejillas.
Y todos los recuerdos se esfumaron cuando vieron que esos orbes azules se elevaban con frustración para ponerse sobre mí. Lo vi detenerse, dejar de hacer las pulsaciones sobre el pecho de Rojo, un acto que me desoriento, que envió nuevamente mi esperanza fuera de mi cuerpo para llenarlo de un terrible miedo... otra vez.
—No está funcionando.
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