No debiste recordar nada
NO DEBISTE RECORDAR NADA
*.*.*
Hubo un silencio catastrófico en el ambiente en el que solo pude escuchar mi corazón retumbando contra mi garganta, a punto de ser escupido para huir de la nueva realidad. El desconcierto y horror fue lo primero que rápidamente se talló en los rostros de los sobrevivientes cuando vieron todas las armas levantadas en su contra, señalando cada una de las cabezas en el centro de la habitación bajo esas oscurecidas miradas que, aunque en un principio tuvieron el mismo vacío, ahora era más frio.
Temibles.
Al final sucedió, ¿no? Todo ellos se habían levantado contra nosotros, eso era lo que estaba sucediendo.
Pagaríamos las consecuencias de nuestros actos.
Miré a mi alrededor por última vez sin poder creer aun lo que estaba sucediendo, encontrando como hasta los infantes, en ese instante de shock, habían sido arrebatados de las manos de las mujeres que al parecer cuidaban de ellos, tirando de sus delgados brazos para llevarlos detrás de sus enormes cuerpos y mantenerlos así, lejos de los humanos. De nosotros.
Y para mi sorpresa, los infantes no habían sido los únicos que fueron apartados de los sobrevivientes cuando eché una mirada más atenta a los experimentos que se acomodaban delante de la puerta metálica, donde se hallaban resguardada dos personas: una de esas personas era la pelirroja, sosteniendo su arma con firmeza entre sus manos, atenta a lo que del otro lado de la espalda del soldado naranja, sucediera.
Ella ya sabía de todo esto.
—Suelten sus armas o... No hace falta mencionarlo, ustedes ya saben lo que ocurrirá si se oponen—Entorné la mirada a esos rotundos y endemoniados orbes grisáceos de esclerotizas negras que resbalaban con malignidad sobre algunos rostros, en especial en Jerry. Se me detuvo el corazón cuando dio un paso al frente demostrando su imponencia en el grupo, y estiró una de sus oscuras comisuras, añadiendo tensión y miedo al silencio que dejó tras su orden.
Inesperadamente cuando me sentí tan perdida y abrumada, sentí la mano de Rojo estirarse y tomarme dulcemente del brazo, fue apenas un jalón que hizo que dejara de ver a los experimentos para concentrarme en su atenta mirada que me había estado observando todo este tiempo.
—Vamos, Pym—Ante su petición suave, pestañeé. Sus palabras retumbaron en mi cabeza con la gravedad de su voz, él también lo sabía, ¿y no me lo dijo? ¿Qué planeaban hacerles a los sobrevivientes? ¿Matarlos? Me estremecí de temores antes de comenzar a ser apartada del lado de Adam quien se giró bruscamente, torciendo toda su figura masculina para anclar su mirada sosegada en nosotros, mirándome sobre todo para apretar sus labios y empuñar sus manos con fuerza, apena pude percibir el leve movimiento temblores que había hecho uno de sus brazos, como si tuviera la intención de alcanzarme...
Él no era el único que había dado una mirada en nuestra dirección, varias otras miradas llenas de miedo se clavaron en mí, pero las únicas que fueron capaz de congelar cada parte de mi cuerpo fueron esa mirada verdosa y esos zafiros contraídos de Jerry llenos de un confuso cinismo. Rojo empujó levemente mi hombro para hacerme terminar detrás de su ancha postura protectora y peligrosa, cortando con esa petrificante y perturbadora conexión con Augusto y Jerry. Apreté el arma en mi puño antes de tomar una fuerte respiración y observar lo que apenas podía del perfil endurecido de Rojo.
—Lo sabías—dije a voz suficientemente baja como para que él lo escuchara, pero no giró sobre su hombro para verme, se mantuvo firme, incluso con sus brazos doblados y el arma apuntando a los sobrevivientes.
—Antes de bajar lo supe—clarificó, había severidad en el tono de su voz, una peligrosa imagen que me hizo tragar con dificultad.
— ¿Los van a matar? —tuve miedo de preguntar porque lo más seguro, analizando todos los rostros de los experimentos entornados en recelo, era que sí, los matarían.
Pero la mayoría de esas personas— por la forma en que recuerdo que muchos de ellos miraron con extrañes y sorpresa a los experimentos—, no parecían ni siquiera saber lo que ellos eran, y si no sabían lo eran respondía que no eran examinadores, me respondía que ellos ni siquiera ocupaban un puesto que determinara conocer de estos experimentos humanos.
Y las únicas personas que lastimaban a los experimentos eran los médicos de las salas y los examinadores, además de los científicos e ingenieros en genética de cada área que hasta donde recordaba, según por lo que Daesy me dijo, les inyectaban acido para ver la resistencia de su maduración dentro de las incubadoras.
Muchos de los que tomaron este trabajo, había sido por una feroz necesidad económica, siendo completamente ignorantes de lo que se creaba, recordaba que una enorme mitad de los empleados del laboratorio no trabajaba en las salas de entrenamiento o en las áreas de incubados, tampoco les permitían ir a esas áreas, mucho menos tocar las zonas equis en los que se jugaba con la genética. Se dedicaban a otras zonas lejos de ver a los experimentos. Quizás trabajaban en la administración o cuidado de la zona canina, el mantenimiento del funcionamiento eléctrico del laboratorio o seguramente la limpieza de las habitaciones de todos los trabajadores, así que algunos de esos sobrevivientes— o la gran mayoría—podrían ser solo inocentes del dolor que los experimentos pasaron, entonces matarlos no demostraría nada.
—No lo sé, no estoy a cargo de esto, solo quiero protegerte...—el sonido preocupado de su voz se extinguió dando lugar a una risa divertida y maliciosa se levantó de entre el silencio de las personas, una risa macabra, llena de cinismo llenando cada vacío estructural de la habitación. Me moví solo un poco, solo lo suficiente como para ser capaz de ver a la persona a la que le pertenecía la risa, una persona que estaba en la mira de todos los experimentos.
Jerry cerró la boca con fuerza, creando en las comisuras delgadas de sus labios una mueca gruñona. Parte de su arrugada frente se mantenía enrojecida de lo mucho que él la apretaba, podía notarse a distancia que estaba eufórico en ira.
— Menudas perras traicioneras—Los huesos se me sacudieron a causa de su sonrisa torcida en diversión, levantando el arma entre sus manos para volver a señalar al experimento de orbes negros, un movimiento que hizo que el resto de los experimentos que estaban junto al de orbes grisáceos señalaran el cuerpo de Jerry con sus armas—. Baja tu arma, soldado naranja.
Jessy hizo una pausa, estirando una sonrisa que no llevaba miedo en tanto levantaba su mentón un poco, retador, y pasaba de ver los orbes naranjas a ver a la mujer de cabellera pelirroja que sostenía una mochila rota en la que se hallaba ese bebé de orbes naranjas y escleróticas negras... jugando con sus mechones de cabello rojo como si fueran lo más interesante del momento.
— La salvé por ti, así que me la debes.
Eso ultimo estremeció no solo mi cuerpo, sino el de todos los presentes, dejando un tenso ambiente entre ellos dos.
—Que te quede claro, yo no te debo nada—pronunció entre dientes el soldado naranja.
— ¡He dicho que bajen sus armas!
—No lo haremos—repuso esta vez el experimento de orbes grisáceos, igual de firme que el resto de los experimentos que ni siquiera temblaron o se inmutaron a su exclamada orden.
Por segunda vez esa corta risa fingida salió de todo el ancho cuerpo de Jerry, escamando mi piel, poniendo tensó hasta el cuerpo de Rojo por lo mucho que esa carcajada pareció molestar a los experimentos frente al hombre.
—Así que al final decidieron traicionarnos—la exclamación esta vez le pertenecía al soldado de la cicatriz en el rostro quien había dado un par de pasos fuera de los acumulados sobrevivientes para estar al lado de Jerry, en él tampoco había una pisca de miedo—. Deben sentirse poderosos, ¿no? — El sarcasmo apretó la quijada del soldado naranja.
—Sí— Ni siquiera titubeó el experimento de orbes grises, no hubo ninguna pisca de duda en su voz, sin dejar de observar con la misma frialdad a Jerry—. Esperamos este último momento para demostrarles que no tienen el control sobre nosotros.
Al final, decidieron demostrar que no eran solo esclavos, que no eran más nuestros experimentos. ¿Y lo demostrarían matándolos a ellos?
—Vaya, vaya, vaya—el bufido de Jerry no le gustó a él, menos cuando levantó su arma señalando al experimento de orbes platinados—, los creí estúpidos, pero al parecer me equivoqué, nos vieron la cara todo este tiempo, ¿no es así? —se mofó de sus propias palabras antes de escupir al suelo—. ¿Y ahora qué? ¿Nos mataran? —soltó, como si fuera un mal chiste.
—Primero bajen sus armas—enfatizó esta vez el soldado naranja, dando un paso al frente para estar al par con el experimento de orbes negros, dejando atrás a la mujer pelirroja que seguía manteniéndose firme con el arma empuñada. No había titubeos en la postura del soldado naranja, ese soldado que había estado todo este tiempo protegiendo las espaldas de Jerry ahora, le daba la cara. Y él lo observó con esos zafiros tan abiertos que poco faltaba para que salieran de su rostro, desde aquí podía ver lo mucho que Jerry quería levantar el arma y dispararle.
Que poco faltaba para que sucediera.
— Sin embargo, ustedes no son los que mandan aquí—gruñó Jerry, su rostro empezó a enrojecer de rabia, retorcerse de una siniestra manera.
Y sucedió.
Ante aquel gruñido en el que Jerry apretaba sus dientes con tanta fuerza que parecía que se romperían, elevó el arma empuñadas en sus manos bajo todas esas atentas miradas fúnebres, y no dudó si quiera en apuntar y disparar hacía la cabeza del soldado naranja. Un sonido que contrajo cada pequeño musculo de mi cuerpo y me hizo saltar, hizo que Rojo con rapidez me empujara con su brazo, devolviéndome detrás de su hombro.
Toda la habitación se sumió en el sonido hueco y escandalosamente atemorizante de una bala que terminó atravesando nada más que el concreto detrás de él, a pocos centímetros de rozar la coronilla de la pelirroja que por ese instante se quedó inmóvil y palidecida por completo. Y en esa franja de segundo en que el bebé en la mochila había soldado a llorar de miedo, y en el que el soldado naranja había volteado a ver el agujero en la pared cerca de la mujer, sus ojos se marcaron de severidad y esos dientes comenzaron a verse en tanto sus labios temblaron y torcieron de enojo, en tanto esas manos apretaban con rotunda fuerza su arma.
Supe... que lo peor estaba a punto de comenzar cuando Jerry soltó otra risotada de ira al ver que había fallado por la velocidad en la que el soldado naranja se movió para que esa bala no le atravesara. Sin embargo, Jerry estiró nuevamente el arma, apuntando esta vez a la pelirroja cuyos orbes grisáceos pestañearon como reacción, entornándose en sorpresa. Rápidamente vi como su delgada y pequeña mano volaba a la funda de su citaron rodeando su cadera donde se acomodaba una pequeña arma negra que apenas fue tocada por sus dedos.
— ¡Y esta vez la bala terminara en el cráneo de la mujer que perdió a tus hijos, sino se dejan de juegos y bajan sus malditas armas, perr...!
El resto de su exclamación fue tragada por la nada cuando aquella arma dueña de las manos del soldado naranja, disparó hacía la cabeza de Jerry. Ahogué un chillido de horror y todo mi cuerpo fue explorado por espasmos violentos y crueles, encogiéndome de vuelta cuando aquellos gritos femeninos de los sobrevivientes al ver el cuerpo de Jerry caer sin vida al suelo, recorrieron por completo la habitación dejando un hilo de ecos que comenzó a aterrorizar.
—No te muevas, Pym—escuché espetar a Rojo, uno de sus brazos estaba estirado hacía mi cuerpo, su mano aferrándose a mi cadera evitando que pudiera moverme un milímetro más fuera de su cuerpo. Traté de sostenerme de su espalda, no solo por el hecho de que las rodillas me temblaban sintiendo hasta las piernas como gelatina al saber que aquel experimento había matado a Jerry, sino porque una presión terrible había caído sobre mi estómago, las náuseas habían vuelto a comenzar en el momento menos indicado
—Suelten sus malditas armas—el rugió del soldado naranja, dueño del cólera, me hizo estirar el cuello junto al brazo de Rojo, aun en mi estado para mirar del otro lado a los temblorosos sobrevivientes que se compartían unos con otros la mirada atemorizada—. ¡Ahora!
Tal amenaza esta vez funcionó para varios de los sobrevivientes que dejaron que de sus manos resbalaran las armas al suelo produciendo un sonido huevo mientras alzaban al instante sus brazos en señal de rendición, algo que dibujó una catastrófica sonrisa de satisfacción en los carnosos labios del soldado naranja.
—Arrodíllense—ordenó ahora el experimento de orbes negros bajando esta vez su arma, sin dejar de observarlos con la misma satisfacción que el otro. Una mirada tan aterradoramente suficiente como para drenar mi cuerpo.
—Si nos van a matar, será mejor que lo hagan de una vez por todas—vociferó Adam, era el único que seguía de pie, pero su arma estaba en el suelo, frente a su calzado—. Déjense de simplezas y mantennos.
Mi corazón se comprimió con su petición y al ver las peticiones susurradas de las sobrevivientes petrificadas en sus lugares.
Quería decir algo, abrir la boca y soltar mi voz, hacer una petición, pero en mi garganta se había creado un nudo alrededor de mis cuerdas vocales, impidiéndome hablar. Ayudarlos, porque matarlos no era una salida... Se acallaron mis pensamientos al ver como el experimento de orbes negros clavaba su mirada en Adam, sin disminuir un poco esa trastornada sonrisa.
— Primero queremos que se rindan—la última palabra había remarcado la letra erre con una inquietante seriedad. Me sentí confundida nuevamente, ¿por qué querían que se rindieran o que se arrodillaran? ¿Realmente iban a matarlos? Porque si quieran matarlos desde hace varios minutos lo hubieran hecho, pero parecía que tenían planeado hacer algo más con ellos.
—Así que eso es lo que buscan—La voz de Rossi me tomó por sorpresa, era la primera vez que escuchaba su tono asustadizo. Ella se encontraba a pocos pasos de estar al lado de Adam, arrodillada y con las manos extendidas a cada lado de su cabeza—, ¿qué solo nos rindamos? ¿Y eso qué les demostrara?
—Que somos mejores que ustedes, pero esa no es la única cosa que demostraran al rendirse...—las palabras del soldado naranja me confundieron, hicieron que enviara una corta mirada a Rojo y me preguntara a qué se refería, pero él ni siquiera bajó un poco su rostro para mirarme.
— ¿No es la única cosa? — escupió Adam, negando levemente con la cabeza—. ¿Cuál es la otra razón? —quiso saber, sus brazos se alzaron un poco remarcando la cuestión que yo también me hice. Entonces, el soldado naranja miró al pelinegro a su lado quien de pronto llevaba una mueca de disgusto en sus labios un segundo antes de pasar a mirar a los experimentos que se acomodaban del otro lado de la habitación para hacer un movimiento con sus cabezas.
Un movimiento que hizo que aquellos soldados se apartaran del concreto y empezaran a recoger las armas que los sobrevivientes habían dejado en el suelo.
—Demostraran que aceptan su culpa por lo que le hicieron a los nuestros con el parasito. Quisieron matarnos y deben pagar por ello—escupió con recelo el experimento de orbes grisáceos, aquello abrió en par en par mis ojos, y el del resto de los sobrevivientes que sacudieron sus cabezas, susurrando palabras que no podía entender.
— ¿Y si somos inocentes no nos mataran? — gritó uno de ellos que no pude mirar desde mi posición—. Yo no creé esa bacteria, trabajaba en una de las salas, soy inocente, ¡soy inocente! —su grito chillón me oprimió el pecho, miré al soldado naranja y al experimento de orbes negros solo para darme cuenta que aquel sollozo no les importaba.
— Nuestro objetivo solo era matar a la cabeza de su grupo si no se rendía para demostrarles que somos superiores y que una vez fuera, elegiremos nuestro propio camino—aclaró.
Su confesión estaba a punto de tranquilizarme sabiendo entonces que no mataría a nadie más, pero no sucedió, ni un solo átomo de mi existencia se relajó al ver esa malicia en su mirada, una malicia amenazadora a punto de explotar.
—Pero que digas eso solo me dice que sí eres culpable, así que te mataré—soltó con frialdad, sin un ápice de emoción, sin ningún gesto creado en su rostro. Lo siguiente que vi, no solo me dejó a mí inmóvil y aterrada, sino al resto de los experimentos, incluyendo la tensión en los músculos de Rojo cuando él levantó su arma y disparó al sobreviviente que aseguraba su inocencia. El atroz sonido que les hizo gritar a unos del miedo, me retuvo el aliento, aferrando mis manos con fuerza al brazo de Rojo quién también aferró sus dedos a mi cadera.
Por mucho que intenté apartar la mirada del cuerpo sin vida y de la sonrisa satisfactoria del experimento, no pude hacerlo, el charco de sangre comenzaba a crearse alrededor de la cabeza del hombre joven que había recibido la bala.
—No digas nada, Pym, no te muevas—imploró Rojo, pero apenas pude escucharlo, estaba congelada, en shock. Si mató a uno, iba a matar a otro, y mataría hasta que ninguno de ellos quedara con vida.
—07 Negro, no era parte del plan—esa voz pertenecía al soldado naranja, cuando le di una corta mirada antes de volver a clavarla en el cuerpo sin vida, noté el gesto disgustado que llevaba ante el experimento de orbes platinados.
— Sabes que estaba mintiendo, así que sepan que nosotros sabemos cuando mienten—hizo saber, mostrando en cada una de sus palabras el rencor que todo ese tiempo había guardado —. Les perdonaremos sus vidas— esas últimas palabras me hicieron suspirar. No iban a matarlos, tendrían una oportunidad de sobrevivir—, pero a cambio, se quedarán aquí, atrapados. Sí los vemos fuera antes de que nosotros salgamos de este lugar, los mataremos, ¿entendieron?
Y nadie contestó a su demanda, al fin les dio la espalda a los sobrevivientes, devolviendo sus pasos al lado del soldado naranja una vez acomodado su arma sobre su hombro como sí nada, para decir:
— Marchémonos— mencionó, dando una mirada al resto de los experimentos, incluido a Rojo de quién retiró la escalofriante mirada para verme un instante —. ¡Es hora de marcharnos!
Escuché la fuerte exhalación de Rojo que desinfló su cuerpo cuando él dejó de vernos, y cuando uno de los experimentos abrió esa puerta metálica por la que varios empezaron a salir. Ellos se movían como si nada, en cambio yo apenas pude cuando Rojo se dio la vuelta para mirarme, para analizar lo mucho que mi cuerpo temblaba a causa de lo sucedido.
—Ya terminó, preciosa, estamos a salvo por ahora—soltó, me pregunté por qué se había escuchado tan inseguro y preocupado, por qué en su rostro sus cejas estaban tan fruncidas de temor. Asentí como pude antes de sentir la suavidad de sus cálidos dedos acariciando mi mejilla—. Tenemos que salir de aquí, ¿sí?
—S-sí—fue lo único que pude decir en un hilo de voz para después sentir el agarre de sus dedos alrededor de mi brazo, incitándome con un leve jalón a que caminara. Y lo hice, no sin antes dar una mirada a todos esos rostros que conocía para detenerme especialmente, y para mi lamento, en un solo cuerpo que se había alzado de entre todos ellos, feroz y molesto.
— ¿Y eso es todo? —Augusto gritó, su petición había detenido al resto de los experimentos, especialmente el experimento 07 del área negra que solo estaba esperando a que sus compañeros salieran para ser el último en cerrar la puerta metálica. Entonces lo vi, vi la mirada molesta que Augusto me había dado antes de devolverla y posarla sobre esos orbes negros que ahora le ponían atención—. A nosotros nos dejarán aquí y sin armas, pero, ¿se llevarán con ustedes al verdadero culpable y lo protegerán? Seguro intentara matarlos después.
Su pregunta terminó confundiéndome mucho pero no fui a la única a la que confundió. Volvió a mirarme de reojo con el mismo disgusto y recelo de antes, y pestañeé sorprendida, ¿acaso estaba refiriéndose a mí?
—Será mejor que aclares de quién estás hablando—espetó 07 Negro, tomando su arma entre sus dos manos para apartarse un poco de la puerta —. ¿Y bien? —incitó peligroso el experimento.
Me dio otra mirada, una mirada de odio y despreció que me dejó congelada, más congelada al ver de qué forma levantaba su mano y me señalaba
Desde aquí, miré el cuerpo de Augusto temblar, y como sus manos se resguardaban del bolsillo de uno de sus pantalones, por ese instante vi la mirada que le había dado a Rossi, una mirada suficiente que contrajo mis cejas al ver ese asentimiento y esa maliciosa sonrisa que se asomaba en esos carnosos labios rosados de la mujer pelinegra.
Una sonrisa que vacío por completo mi cuerpo cuando fue suficiente para iluminar esa misma imagen en mi cabeza, ese recuerdo de una mujer en la oficina del área roja, sosteniendo un Bate cerca el escritorio. Los colores de aquella sombra relucieron, pintaron la figura femenina de pies a cabeza reconociendo a la mujer en segundos, poniéndole nombre.
Era ella.
Otra vez era Rossi en la escena. Y aunque apenas pudiera aclarar el recuerdo y la conversación extraña que manteníamos, no podía ignorar el hecho de que ella había estado en la oficina del área roja justo antes de que le diera la espalda, y yo terminara en el suelo... perdiendo la conciencia.
No podía creerlo, pero lo era por mucho que me costara creer que esa mujer loca tenía que ver en todo este infierno. Nunca lo había imaginado, lo había mantenido muy bien escondido, pero, ¿por qué? Algo no encajaba aquí, si Rossi era la persona que había querido matarme, ¿significaba entonces que ella creó el parasito o era solo parte de ese plan al igual que Augusto?
—Estoy hablando de ella—Aquel grito de Augusto golpeó con fuerza mi cabeza, sacándome fuera de mis pensamientos solo para ver de qué forma levantaba su brazo y me señalaba. El shock me golpeó el cuerpo dejándome inmóvil, con la mirada clavada en él preguntándome por qué, por qué estaba culpándome.
De inmediato Rojo se había dado dos pasos delante de mí, levantando su escopeta y apuntando a Augusto quien había movido el arma a la cabeza de él brindando mucho más temor a mi cuerpo.
—Abre la boca otra vez, y te disparo—gruñó él, amasadoramente, manteniendo esa posición peligrosa, esa gran intención de disparar sin dudar.
— No dispares 09 Rojo, quiero escuchar esto—la orden del experimento de orbes grisáceos y escleróticas negras me secó no solo la garganta, sino el cuerpo enteró—. Quiero escuchar que historia nos tiene él.
—Pero está mintiendo—el bajo gruñido de Rojo, hizo que el experimento arqueara una ceja, sus orbes enseguida se pusieron sobre mí en un brillo de diversión y malicia que me estremeció.
— ¡Es cierto lo que dije! —exclamó enseguida Augusto, mirando de reojo a Rossi otra vez—. Yo estaba revisando las incubadoras para saber si los experimentos del área roja y estaba a punto de liberarlos cuando ella me atacó, me dijo que no lo hiciera, que ellos debían morir—Sus palabras gritadas me marearon, ¿estaba hablando en serio? Lo peor de todo es que llegué a pensar que había sido planeado por Rossi—. ¡Ella era una de las que nos traicionó, quería matar a los experimentos y escapar con la información de los enfermeros rojos y unas muestras que llevaba en sus manos!
Fue como si aventaran fuego a mi cuerpo, sentí arder mi piel de un imponente sentimiento rencoroso ante tal mentira absurda que cuando quise gritar algo al respecto, mis huesos temblaron de horror y pánico cuando de un segundo a otro esa arma estaba señalándome a mí. Ni siquiera pude pestañar o moverme al ver como subía su arma hasta señalar mi cabeza, y me congelé, la respiración se me escapó del cuerpo al igual que el corazón.
— ¿Es eso cierto? —su pregunta fue soltada en un tono áspero... Había peligro en la forma oscura en que me miraba—. ¿Y por eso encariñaste a 09 Rojo para que te tomáramos por una de nosotros?
Su pregunta se sintió como un balde de enormes piedras golpeando cada parte de mi cuerpo. Me sentí atolondrada repentinamente que solo pude negar con la cabeza, sintiendo como mi corazón escarbaba en mi pecho cuando al igual que otros experimentos, levantó un poco más su arma sobre mí.
—Si tan solo la lastiman...—gruñó Rojo, al instante, posicionándose frente a mi cuerpo en una postura protectora con su arma entre manos.
—Tranquilo, 09—interrumpió 07 Negro moviéndose un poco al costado, lo suficiente como para ser capaz de ver esa extendida sonrisa disgustada hacía mí, sin embargo, mi atención no estaba solo en esas oscuras comisuras sino en el arma que señalaba a la cabeza de Rojo—. Si no respondes con la verdad, le dispararé a él también.
Le dispararé a él también... Esa última palabra escamó cada pequeño centímetro de mi cuerpo, invadiendo de terror cada oscuro rincón de mi existencia al saber que justo donde su arma apuntaba era uno de los lugares que no podía restaurarse.
Solo recordar eso me alteró aún más.
—07 Negro estas saliendo de control, baja el arma—la advertencia del soldado naranja quien había dado un par de pasos con su arma lista entre manos, fue ignorada por el experimento del área negra.
—No voy a llévame a mujeres traicioneras, y sí esta hembra...— dejó en suspenso cuando cerró sus parpados para reparar en cada parte de mi cuerpo y estirar sus oscuras comisuras en una torcida sonrisa—, preñada se burló de nosotros todo este tiempo, le daré muerte a ella y lo que lleva dentro.
—No voy a permitirlo—tras su feroz gruñido amenazador, Rojo retrocedió tantos pasos pudo para que la distancia entre su espalda y mi cuerpo se rozaran. Sin embargo, me aparté lejos de su caliente espalda protectora para posicionarme frente a él, tal como había hecho muchas otras veces para protegerlo. Pero en cuanto lo hice, la mano de Rojo me tomó por el hombro, sabía lo que iba a hacer, regresarme detrás de él, pero se lo impedí llevando mi mano sobre la suya y dándole una mirada de negación a esos orbes tornados en desespero y miedo.
—N-no— pedí, mi voz estuvo a punto de rasgarse por el miedo—. Puedo explicar lo que sucedió—empecé al aclarar mi garganta y entornar la mirada a 07. Él arqueó una ceja reparando en mi posición como si el que estuviera frente a Rojo fuera algo que no se esperara de mí—. Él ni siquiera estuvo ahí— esa fue mi respuesta ahogada, asustada antes de clavar la mirada en Augusto—. Solo había una persona en el área roja además de mí, y tú no eras, Augusto.
Al pronunciar su nombre pestañeó, vi como repentinamente había bajado el rostro en posición a Rossi para mirarla.
—Entonces eres culpable.
— Yo no tengo nada que ver en esto y no he terminado de explicar— exclamé ante 07 Negro para observar a Augusto—. ¿Quién te dijo eso fue...? —pausé la pregunta solo para clavar la mirada en aquel rostro que había borrado la sonrisa maliciosa de sus labios rosados— ¿Quién te dijo eso fue Rossi? —Y sin poner ninguna pisca de atención en los experimentos que volvían a adentrarse a la habitación, con sus armas listas, entre todos ellos, Din quien se había encaminado cerca de nosotros, agregué—. Porque estoy segura de que ella sabe quién es el culpable realmente.
Y esos labios rosados se abrieron con sorpresa, por poco y esa blanca piel palidecía de miedo al saber que la había descubierto, pero rápidamente si rostro se retorció con enojo antes de incorporarse.
— ¿Disculpa? ¿Ahora quieres acusarme a mí? —se señaló, y solo ver su falsa indignación y cómo mirada a Adam y a los experimentos, sentí un ardor recorrerme toda la piel—. Eso claramente nos dice que eres la culpable, ¿no lo creen?
Ignoré la forma en que miró al experimento de orbes grisáceos. Pero seguía sin entender, ¿por qué estaba haciéndose la victima? Sí, intentó matarme, pero, ¿por qué estaba inculpándome? ¿Qué ganaba con eso? A ella ni siquiera iban a matarla a pesar de que ahora la recordaba como una de las culpables del parasito. Los experimentos los iban a dejar vivir, ¿entonces por qué estaba haciendo esto?
Una idea vino a mi mente y solo pude mirar a Adam como una tonta respuesta próxima que no encajaba en todas mis dudas. Porque no podía ser por Adam que ella intentara acusarme ¿Era por algo más? Sí, debía ser algo más...
—Veo que quisiste aprovecharte de mí amnesia—retomé tras respirar profundamente, llenando mis pulmones de un vacío oxigeno que aún me hizo sentir sofocada—. Pero lo hiciste demasiado tarde porque ahora te recuerdo, recuerdo el pedazo de metal con el que golpeaste el panel de control, recuerdo el USB que te guardaste en tu mochila y en el cual bajaste todos los archivos de la computadora en la oficina.
Sí, ahora recordaba todo lo que sucedió con mucha más claridad que antes. En ese momento en que llegué al área roja corriendo, estaba tan alterada y desesperada de perder a Rojo, porque cuando vi la hora de muerte de cada incubadora y quise escribir el único código que sabía para cancelar la secuencia, la computadora nueve— como el resto de las computadoras— se bloqueó. Estaban bloqueados al igual que la máquina de control cuyos botones rojos los liberaba, pero tampoco funcionaba. Sabía que todo se controlaba por medio del panel de control que estaba en la oficina, y esa fue la razón por la que subí hasta ese lugar...
Esa era la razón, y ese el tubo metálico que me arrebató la conciencia, así como todos mis recuerdos.
—Ese fue el mismo tubo metálico con el que me golpeaste, ¿no es así? —inquirí, recordando el desesperante miedo que sentí al hallar el panel inservible. Pero al final... al final terminé liberándolo de alguna forma.
—Ahora entiendo por qué insististe tanto en ir en el grupo de Daesy a ayudar cuando te encargaron ir con por los experimentos Blancos—la inesperada voz de Adam hizo que ella le clavara la mirada con odio mientras él se levantaba del suelo—, o por qué fuiste la única del grupo de los blancos, que no regresó, pero después del desastre apareció sin ningún rasguño frente a nosotros.
Observé esos labios retorcidos en una casi mueca que tembló cuando ella apretó sus dientes al igual que esos puños que llevó en dirección al costado de su cuerpo que ocultaba de nosotros. No supe qué tipo de expresión estaba haciendo, pero ahora ya no me importaba, la habían descubierto.
—Además de ti, quien también se comportó muy extraño fue Richard. No me digas que él también tuvo que ver en esto—Por ningún momento llegué a reconocer ese nombre pronunciado por los labios de Adam.
Me pregunté quién era Richard, no importaba cuantas veces repitiera su nombre, nada venía a mi cabeza sobre él.
—No metas a ese cobarde en esto—exclamó ella—, él no trabajaba para Esteban Coslov o para la senadora Morózovo, pero también quiso aprovecharse de la situación y robar algunas muestras e información porque sabía que tras la muerte de Chenovy no le pagarían nada. A nadie le pagarían—repentinamente su rostro se torció resplandeciente de ira, hacía mí—. Pero tuviste que arruinarlo, ¿no es así, Pym?
— Quisiste matarme para que Adam y el resto del grupo no supiera que tuviste que ver con el parasito—Apretó sus labios ante mis palabras, la ira comenzó a subir por todo su cuerpo cuando dejó caer la mirada en el suelo, cabizbaja—. No entiendo por qué quieres inculparme cuando aun así ibas a permanecer viva... Pero debiste quedarte callada, tú y Augusto iban a vivir si se quedaban callados.
Los escalofríos fluyeron por todo mi cuerpo cuando esa risa perturbadora salió de su boca al bajar el rostro, sus hombros vibraron cuando sus manos parecieron desenfundar algo de su costado, debajo de su camiseta...
—Y tú...—pronunció entre dientes. Levantó la mirada, sus ojos enrojecidos a causa de esas lágrimas resbalando por todo su rostro empañado. Estaba llorando—, no debiste recordar nada.
En un rotundo movimiento que no esperé hecho por ella misma al lanzar un feroz gruñido aquellas palabras llenas de ira y rencor, sus brazos se alzaron tan rápido como pudieron de su costado, desenfundando un arma pequeña empuñada pro sus manos para señalarme.
Apenas pude pestañar por la voracidad en la que actuó, siendo consiente del momento cuando todos los experimentos alrededor habían levantado sus armas también, en posición a ella, disparando al instante.
Pero...
Pero había sido demasiado tardé para detener ese dedo que jaló el gatillo no solo una vez, sino una segunda cuando las primeras balas de los experimentos se estamparon en su delgado brazo, dejando que las balas disparadas bailaran por el viento en una dirección un poco más alta, pero al final...
En dirección a nosotros.
Toda la habitación se llenó de todo tipo de sonidos que sumieron mis sentidos en el terror que pronto se volvió a desatar.
— ¡Pym!
Apenas pude percibir a quién pertenecía aquella tonada cuando esas inesperadas manos terminaron empujándome con la intención de apartarme de las balas, pero fue demasiado tarde.
El alma abandonó mi cuerpo a través de un grito de dolor tan desgarrador que terminó destruyendo cada pequeña pieza de mi composición al ser golpeada por la primera bala... La segunda, sin embargo, había terminado en el cuerpo de otra persona, y no en el mío.
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