Monstruo de la número 13
MONSTRUO DE LA NÚMERO 13
*.*.*
La idea de saber que había más personas me aceleró el pecho. Tomé una bocanada de aire llenando los pulmones de esperanza. Los dedos me temblaron sobre el teclado, pero no dejaron de moverse con rapidez y nerviosismo.
—. Estoy aquí.
Me desinflé cuando la respuesta no llegó al instante, y seguí escribiendo con el mismo sentimiento, creyendo que me contestarían.
—. Estoy con tres personas más, estamos atrapados.
Giré para revisar al hombre en el suelo, seguía sin moverse. Observe la incubadora diez antes de volver al computador para escribir de nuevo.
—. Cinco, somos cinco. No sabemos cómo salir de aquí, las puertas no se abren.
Los segundos pasaron y seguía sin obtener respuesta, revisé la hora, apenas paso un minuto en que llegaron sus mensajes y no estaban respondiendo a los míos.
Siguieron los minutos y la desesperación me hizo golpear el escritorio antes de alcanzar la silla y sentarme. Decidí volver a escribir, insistiendo:
—. ¿Están ahí?
—. Respondan por favor.
—. Respondan.
—. Por favor...
— ¡Respondan! —grité, golpeando esta vez la mesa con las dos palmas.
El sonido hueco exploró el enorme salón y volví a teclear, rogando que me respondieran. ¿Por qué no lo hacían? ¿Acaso les sucedió algo? Pero no había pasado ni un minuto en que les respondí.
«No lo entiendo. Ya no quiero estar aquí.»
Un largo y ronco gemido me puso la piel de gallina, un escalofrió bajó y subió a lo largo de mi columna para permanecer en mi nuca, cosquillando justo en donde tenía la herida.
Volteé al instante clavando la mirada en el hombre que yacía en el suelo frente a la incubadora 9. Despertó. Su brazo se mantenía levantado, levemente inclinado sobre él y su mano encajando los dedos sobre la parte superior de la máscara.
Su cuello se tensó de tal forma que parte de sus gruesas venas se remarcaron en la piel que se alcanzaba a ver y de repente, de los agujeros de la máscara salpicó un líquido amarillento espumoso que se esparció sobre el metal negro. Me levanté cuando lo oí quejarse en un gruñir y me aproximé, hinchándome junto a él creyendo que se estaba ahogando con el vómito.
—Recuéstate de lado— le pedí y extendí los brazos queriendo tomarlo del hombro para ayudarlo, pero ni siquiera pude tocarlo cuando su brazo me empujó, apartándome de él.
Se movió apenas, acomodándose de costado hasta darme la espalda, quedé petrificada con el charco de sangre en el suelo y, peor aún, con la sangre que se esparcía a lo largo de su espalda que, a pesar de estar cubierta mayormente de escamas, se asomaba la piel magullada por los agujeros en su columna de los que se derramaba dicha sangre: agujeros en donde antes estuvieron los cables que él se arrancó dentro de la incubadora.
Tragué con fuerza obligándome a reaccionar y apartar la mirada para enfocarme en él, mantenía su peso sobre sus brazos sin dejar de toser, su enorme cuerpo temblaba y apenas pude ver más de ese liquido espumoso salpicando el suelo cuando volvió a derrumbarse sobre su espalda.
Su pecho se agitaba, incluso podía escuchar su cansada respiración esbozar con fuerza desde los ductos de su mascara.
—Tienes que quitártela — mi voz tembló. Estaba insegura, dudaba, desconfiaba—, no te... no te permite respirar bien.
No dijo nada, se mantuvo en la misma posición, agitado, jadeante y tembloroso, con los brazos a los costados y una pierna levemente doblada. Seguía consiente, despierto, de eso estaba segura por la tensión con la que sus manos se apretaban al suelo. Estaba en muy malas condiciones, ¿y si se moría?
Comenzaba a preocuparme, más que su condición, su existencia. Las escamas en todo su cuerpo que bajo la densa iluminación resplandecía, eran estremecedoras, eran del tamaño de mis pulgares, gruesas, parecían una segunda. Además de eso, las graves heridas en su espalda y la máscara atornilla a su cuello, ¿cómo podía alguien en este estado seguir con vida? No, ¿cómo podía alguien sobrevivir con tornillos en el cuello?
«Esto es una locura. Creo que sacarlo fue una muy mala idea.»
Y eso me dejó aún más nerviosa. Aun así, pese a lo desconocido, él estaba sangrando mucho, estaba en muy mal estado.
Me puse de pie y corrí fuera de las incubadoras recordando que en los casilleros junto a la escalerilla se hallaba un botiquín de primero auxilios, con eso podía ayudarlo. Abrí el casillero y tomé la caja de la primera estantería, las piernas me titubearon repentinamente cuando mi mirada cayó sobre las tijeras que se asomaban en el bolsillo de la bata colgada en la puerta metálica.
Mi única defensa.
La tomé colocándomela enseguida y escondiendo aún más las tijeras en el bolsillo me devolví a él. Abrí el botiquín una vez me arrodillé y saqué todo lo necesario para desinfectar y curarlo.
—Necesito que te recuestes bocabajo— dije tomando el algodón y remojándolo con clorhexidina —. Tengo que curarte para que dejen de sangrar. Voltéa....
Detuve las palabras cuando enderezó su espalda lejos del suelo al tiempo en que movía sus brazos, aferró los dedos en las tuercas atornilladas a su cuello y tiró de ellas desatándome una ráfaga de descargas eléctricas.
La sangre comenzó a derramarse conforme sacaba el grosor de los tornillos de lo profundo de su piel. No pude creer lo largo que eran y detuve el aire en los pulmones sin apartar la mirada al no oír ni un solo quejido de dolor en él.
Aumentó su fuerza sacándoselos de un tirón y el tintineo metálico de las tuercas en el suelo se alargó como ecos estremecedores erizándome la piel. Seguí sin reaccionar observándolo ahora tomar los extremos de su mascara y trozarla en tan solo un instante, provocando que las escamas se despegaran de sus brazos mostrando el grosor de esos bíceps dibujarse bajo su entallada piel. Comenzó a levantarse la máscara, revelando la anchura del resto de su cuello donde más escamas cubrían su piel, mismas que también recorrían una parte de esa mandíbula cuadrangular.
No pude prestar atención al resto de su rostro al ver la tensión en esos carnosos labios entreabiertos y como apretaba con fuerza sus dient...Colmillos. No eran dientes, eran colmillos.
Lanzó la máscara la cual se estrelló en pedazos contra la incubadora ocho donde el golpe hizo que el rostro de la que se mantenía cautiva, se elevara sobresaltada. Los trozos cayeron al suelo y me tomó unos segundos reponerme, enderezarme y alejarme de él al levantarme.
Tenía el corazón en la garganta, martillando los músculos mientras recorría la piel pálida y rosada del resto de su masculino rostro y de nuevo, prestar atención a todos esos colmillos que se asomaban entre sus labios.
Otro escalofrío me agitó cuando la escena perturbadora se recreó en mi cabeza y me concentró en una parte de él. No en los agujeros en su cuello, no en sus colmillos, si no en las escamas que cubrían toda la parte de sus parpados esparciéndose por encima de su nariz y sobre toda su frente la cual se sombreaba bajo los mechones negros de su cabello.
Y se inclinó, un movimiento inesperado que me hizo retroceder, sus brazos se estiraron para recargarse en el suelo. Quise recorrer su espalda y revisar sus heridas, pero verlo levantarse me dejó quieta como una piedra en mi lugar.
Su sombra se agrandó, centímetro a centímetro creciendo frente a mí.
En verdad que era alto.
Muy... muy alto.
Varias escapas resbalaron de su cuerpo y aunque algunas zonas seguían cubiertas por las mismas, otras ya no y esas fueron las que evité ver. El miedo me mantuvo clavada en su perfil y solté el dióxido de manera lenta cuando con lentitud me dio la espalda.
Dio un paso en el que más escamas resbalaron de su cuerpo y siguió caminando apartándose de mí. Noté que se dirigía a la incubadora ocho donde la chica se mantenía atenta a sus movimientos.
—No te muevas—mi voz salió rasgada por la adrenalina del miedo. Carraspeé con desasosiego—. Alto. Quédate ahí. Manos a la cabeza.
Se detuvo al instante, inclinando su cabeza de tal modo que algunos mechones se removieron en tanto se restregaba la mano al rostro.
—Voltéate...
Un segundo me tomó respirar y un segundo le tomó a él empezar a moverse, dejándome ver ese perfil varonil.
Todavía no se había girado por completo y todo mi cuerpo ya se había estremecido. Me sentí... ¿cómo decirlo? Débil, pequeña, frágil. Indefensa ante esa potente imponencia que derramaba su cuerpo tosco, alto, ancho.
Bajé la mirada a su cuello y lo que encontré me tomó por mucha sorpresa. Me consternó. Antes estaba segura que las heridas eran graves y profundas, pero entonces ya no podía decir lo mismo, porque no había ninguna. La sangre manchaba su piel, pero está ya no estaba magullada, ni siquiera hallaba un rasguño.
Me acerqué con el cuerpo endurecido, incapaz de creerlo. Incrédula. Pero entre más me acercaba más me di cuenta de que sí, las heridas en su cuello ya no estaban. Desaparecieron.
Imposible.
—Y-yo... t-tú— pestañeé y sacudí un poco la cabeza, viendo fijamente una y otra vez esas zonas sin agujeros—. ¿C-có-cómo...? — La boca me tembló, algo más del rostro me temblaba—. ¿Cómo lo hiciste?
Me escuché alterada, ¿y quién no lo estaría cuando un par de heridas graves desaparecían, así como si nada?
Arqueó el lado izquierdo de sus carnosos labios y sin pensarlo me hallé recorriendo cada parte de su rostro. Sus pómulos levemente pronunciados estaban libres de escamas al igual que sus mejillas y esos carnosos labios de estructura alargada, algunas zonas de su quijada se revelaban como también la parte izquierda de su frente y sien, y aunque una gran y tétrica capa de escapa cubría por completo el área de sus ojos y nariz, fue suficiente para confundirme. Un rostro pincelado de facciones macabras y enigmáticas.
Y me perturbé. No solo por el toque siniestro que él desprendía, sino por el hecho de que sentía que me estaba mirando debajo de sus escamas. Pero, ¿cómo podía?
Qué escalofriante.
— ¿Qué te hicieron en este laboratorio? — cuestioné con rotundidad. No había otra forma—. ¿Qué les hicieron? ¿Qué son ustedes?
Movió sus muslos, paso a paso acercándose a mí, entenebrecí cuando me cubrió bajo su enorme sombra.
—¡No te me acerques! — exclamó y mi mano que llevaba todo este tiempo apretando las tijeras fuera del bolsillo de la bata, se extendió golpeando su pegajoso pecho.
La dureza de su pectoral me desconcertó, pero no tanto como el inmenso calor que emitía a través de las escamas. No obstante, aquello lo detuvo, pero no disminuyó la torcedura en sus labios aun cuando inclinó su rostro mirando al objeto en mi mano. La retiré y apretándolas a mi abdomen di un paso atrás.
— Te salvé, tienes que responderme al menos— recordé. Él enderezó su rostro hacia mí—. ¿Cómo puedes verme?
El silenció se alzó entre los dos. Un silencio en el que solo nos mantuvimos mirándonos, o eso creía que estaba haciendo. Pude percibir esa sensación siniestra que me brindaba su presencia, pero quise ignorarla. Ignorar era todo lo que podía hacer para no temerle más de lo que ya lo hacía.
— ¿Cómo desaparecieron tus heridas? — Señalé a su cuello con las tijeras—. ¿Qué te pasó?
Parte de lo que se veía de su frente se arrugo al mismo tiempo en que apretó su comisura, fue un gesto demasiado atrayente que me hizo pestañear.
—¿Qué cosa eres tú? Respóndeme... — ordené, más inquietante que antes—. ¿Al menos eres humano?
La pregunta salió disparada de mi boca contradiciéndome a lo firme que estaba tiempo atrás, asegurándome por completo que era humano. Pero ver sus heridas curadas me hizo volver a dudar.
Hubo un silencio en el que mis palabras dejaron de repetirse en la largura del salón. Un silencio en el que aseveró su rostro de tal forma que las sombras se alargaron bajo los mechones de cabello, dándole un aspecto tenebroso, misterioso.
No dude si quiera en volver a revisar su cuello para repetirme que, aunque físicamente pareciera humano, era evidente que...
—¿Qué te hace creer que no soy humano?
Su— muy inesperada — voz exploró mis oídos en una clase de cosquilleó que terminó en sonidos graves y roncos. Y reconocí esa extraña pronunciación en la que remarcaba la erre más que otras letras.
—Tus...—llevé la mano al cuello queriendo terminar la frase—heridas... ya no están. Desaparecieron. Y tienes escamas y estas mirándome cuando ni siquiera tienes abierto los ojos, ¿cómo puedes verme?
Chasqueó los dientes con un atisbo de irritación antes de mover sus piernas, eliminando la distancia sin dudar. Ni siquiera pude reaccionar cando lo tuve tan cerca de mí que mi propio aliento rebotó en su pecho y chocó en mi rostro. «Es enorme.»
Su enorme mano— cálida y suave— tomó la mía sin delicadeza, y la llevó al centro de su pecho. Me estremecí, mis músculos se encogieron y se volvieron piedra. Algo en su interior palpitó, siguió palpitando. Era su corazón, estaba acelerado, latía tan rápido que ni siquiera pude contar los golpes que brindaba contra sus propias costillas.
—¿Aún dudas? — Hasta la última vellosidad de mi cuerpo se me erizó ante la suave ronquera que arrastró entre colmillos y la vibración emitiéndose a través de su caliente pecho—. ¿Dudas de mi humanidad?
Lo miré. Hasta las bestias más feroces y peligrosas de la tierra tenían corazón, una creación viviente y latiente por el hombre también lo tendría. Él y los otros eran la prueba, y a pesar de que por el hecho de tener un corazón no te hacía humano, las características para serlo eran la conciencia, los sentimientos, la capacidad de establecer un pensamiento, la inteligencia y habilidad, así como otras cosas más, te hacían uno.
Su forma de responderme de alguna forma me explicó que, el que experimentaran con ellos, no los hacia dejar de ser humanos. Entonces, ¿por qué tenía un muy mal presentimiento sobre él?
Aparté mi mano de su caliente y musculoso pecho y tras retroceder repuse mi postura, firme y seria:
— ¿Qué fue lo que les hicieron aquí? —quise saber—. ¿Qué sucedió en este lugar? No recuerdo nada, ni siquiera sé que estoy haciendo aquí, necesito que me cuentes todo lo que sabes al respecto.
Separó sus carnosos labios mostrando algunos de sus colmillos en una mueca, no esperé verlo inclinar en un movimiento brusco su rostro encima de su hombro, como si mirara a las puertas del otro lado de la pantalla.
—Iniciando secuencia de seguridad en cinco segundos— La voz computarizada me sorprendió haciendo el conteo retrocesivo.
— ¿Qué significa...? — el resto de la pregunta quedó en mi garganta cuando una alarma se encendió hundiendo todo el salón, me hizo respingar.
El sonido solo había durado un par de segundos para intercambiarse por esa misma voz computarizada repitiendo:
—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 aproximándose a la puerta número 13. Acceda al sistema para bloqueo parcial o apertura permitida.
— ¿ExNe qué? — Un tintineo llamó mi atención. La pantalla en la pared metálica llevaba la misma advertencia que la voz computarizada informó.
Lo que llamó mi intención fue que, al lado de la advertencia, había una pestaña extra que mostraba la imagen en vivo de uno de los pasillos al otro lado del salón. Estuve a punto de acercarme para ver más de cerca, pero sentir la enorme sombra pasando a mi lado, me torció el rostro, clavando mi atención en el hombre que liberé de su incubadora.
Firme y a pasos grandes se apartó de las incubadoras, siguió un camino en el que se dirigía a las puertas del lado izquierdo del laboratorio.
—Espera—grité, rodeé la pantalla y troté en dirección a él. Iba a preguntarle qué haría hasta que...
Un sonido metálico apenas audible de una de las puertas me hizo voltear, quedé congelada a mitad del camino. Capturé rápidamente ese movimiento inusual de un puño del tamaño de mí cabeza que se estampaba contra la ventanilla cuadrangular de la puerta. El sonido era algo que no se emitía con fuerza y estuve a punto de entender que entonces la puerta era de esas que no dejaba que el sonido saliera ni entrara, y que la pequeña ventana absorbía la fuerza y no se rompía, pero todo lo que había pensado en ese instante, se esfumó como el humo.
Por instinto me moví, convencida de que era alguien. Mientras lo hacía, el sonido metálico dejó de crujir. Y una cabeza más perturbadora que los cuerpos en las incubadoras, se inclinó a la ventanilla.
— ¿Q-quién es...? —dejé que las palabras se las tragara el nuevo temblor que amenazaba con arrancarme los huesos en ese momento.
No, no era una persona.
Me entró pánico a los huesos y se sintió como si con su sola presencia del otro lado de la puerta, ya mi cuerpo se encontrara en sus garras. Mis piernas terminaron a pocos pasos del cuerpo del hombre cuando me di cuenta que esa cosa, estaba mirándome.
Repasé su aspecto, como si fuera mentira que estuviera ahí, con una puerta de separación entre nosotros. Podía mirar sus anchos hombros y lo encorvado de su espalda. Su rostro arrugado estaba deforme, gran parte de los lados de la quijada fruncida hacia las mejillas haciéndolas lucir como dos pedazos de carne amoratados, tenía una boca cortada de los bordes inferiores logrando que la piel de ellos quedara colgando, y de esas heridas salían unos grandes colmillos amarillentos que llegaban hasta su chata nariz. Mi cuerpo se contrajo en un estremecimiento que me robó el aliento cuando su lengua—que era tan delgada y larga como la de una serpiente—, lamió sus colmillos, como si empezara a saborearme. La piel se me escamó de la cabeza a los pies, volviendo mis rodillas gelatina en una sola sacudida.
El vértigo me invadió como una bola de nervios enloqueciendo cada parte de mi cuerpo. Me aparté sin poder quitarle la mirada de encima con el temor de que él entrara. Respingué de inmediato y no pude evitar gritar cuando golpeó la puerta tan fuerte que el metal rugió y las paredes vibraron amenazando con cuartearse y caer. Su puño no dejó de azotar la ventanilla, sobre todo, con fuerza, con ese aterrador deseo de derrumbarlo todo y entrar aquí.
Terminaría entrando si seguía golpeando así.
—Alerta intruso. Alerta intruso. ExNe 05 en la puerta número 13. Acceda al sistema para solicitar apertura o bloqueo.
— ¿Qué es eso? — Mi pregunta apenas fue escuchada por mí, pero no podía encontrar mi voz por completo. Mis cuerdas estaban congeladas a causa de esa cosa.
—Un experimento área negra, experimento 05.
Un escalofrió se apoderó a lo largo de mi columna ante el roce de su aliento cosquilleándome apenas la coronilla.
El mismo golpetazo alarmante estalló borrando el sonido de su voz en mi cabeza, hundiendo mis oídos en un zumbido que me dejó en shock. Aturdida de terror, llevé la mirada a las primeras puertas, y contándolas hasta llegar a la que estábamos.
Esa era la puerta número 13.
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