La plaza de las cabezas

LA PLAZA DE LAS CABEZAS
*.*.*

Claro, ya lo suponía. No había otra respuesta de por qué me encontraba en este lugar. Todo guiaba a una sola y obvia razón. Yo trabajaba aquí. Pero el hecho de saber que era nutrióloga y examinadora no aclaraba nada en mi cabeza y cada minuto que pasaba en este laboratorio aumentaban las preguntas.

Examinadora y nutrióloga, ¿qué relación tenían una cosa con la otra? Además, ¿de quién era examinadora? Obviamente de esta sala, porque estaba enumerada como la 3.  ¿De qué experimento? ¿Desde cuándo? Por Dios, ni siquiera conseguía recordar nada. Mi mente estaba en blanco, vacía, esto era frustrante.

Desesperante.

Respiré hondo para calmar mis pensamientos. Lo último que debía sucederme en esa situación, era enloquecer. Levanté la mirada de mi fotografía y la clavé únicamente en él, en esos orbes carmín que estudiaban el gafete en mis manos con una clase de profundo interés.

Él... ¿Cómo antes no se me ocurrió preguntar si me conocía?

Él tenía una examinadora y no era ninguna coincidencia que justo entráramos en esta sala y él se entornara en esta habitación, y moviendo esos archivos, encontrará un gafete con mi nombre.

Pero esta era el área de niños, ¿como podía pensar que yo fui su examinadora? ¿A caso me pusieron a cuidar de dos experimentos de distintas edades? Entonces, seria posible que yo fuera su examinadora. ¿Podía tener eso relación con que no quisiera matarme? Si era así, tenia sentido el porqué me miró con esa expresión cuando me dijo que él era Rojo después de haberlo liberado de la incubadora.

Pero la manera en la que él miraba el gafete era diferente... incluso me confundió. Su semblante se transformó a uno serio, y con el entrecejo contraído, podía atisbar ese resentimiento en él.

— Yo...— detuve las palabras relamiéndome los labios cuando lo miré. Él aparto sus orbes carmín del gafete y los depositó con el mismo recelo en mí—. ¿Soy tú examinadora?

Sentí una extraña tensión desatarse a nuestro alrededor, y crecer más cuando retiró la mirada y tensó su mandíbula.

—Originalmente no—espetó.

—¿A qué te refieres?

Si no era su examinadora, ¿por qué me trajo aquí? Parecía conocerme...

No pude quitarle la mirada mientras se apartaba de mi lado para rozar mi hombro. Cuando giré para seguirle con la mirada, él paró junto al umbral, alzando su brazo y señalando un pedazo de madera en el que se hallaba escrito unas palabras.

—Que desde el inicio fuiste la examinadora de él— volvió a espetar en un tono más bajo... más marcado.

Leí enseguida la numeración que colgaba junto a la entrada y una pizarra blanca en la que se escribía un listado que no tardé en Cercarme y leer:

ExVe 13.

Experimento Verde número 13.

Clasificación titular: enfermero auditivo y de vibración, bajo nivel y rendimiento físico.

Masculino.

Periodo infantil: 10 años de edad con apariencia de 6 años.

Etapa de maduración completada: Etapa 1 infantil.

Etapa de maduración en proceso: Etapa 2  fallida.

Trituración asegurada, y en espera de su mejoría genética.

¿Trituración asegurada? Recordé a los experimentos incubados y como Rojo bajó la palanca de trituración de la incubadora ocho matando a esa mujer. ¿La información en esta hoja, no se refería a ese tipo de trituración?

No, de ninguna manera. Ellos no serian capaz de triturar a un niño, ¿verdad?

De ser así no diría trituración asegurada. ¿Lo asesinaron, a un niño? ¡¿Un niño?! ¡Hijos de ...!

—Andando.

Los pasos de Rojo me sacaron del shock, alce la mirada a su ancha espalda atravesando la salida de la habitación.

— Entonces no conocíamos, ¿no es así ? — pregunté, apresuradamente siguiéndolo por detras. Sin embargo, me ignoró.

Mis palabras parecieron no gustarle cuando sus puños se apretaron aún más, engrosando las venas purpuras bajo su pálida y blanca piel. Y siguió apartándose de mí, yendo en dirección a la salida de la sala. Ignorándome.

¿Por qué se veía tan molesto?
Confundida y atemorizada, apresuré mis pasos para darle alcance. Para incluso, colocarme frente a él como si eso fuera a detenerlo.

Su endemoniada e hipotónica mirada se conectó con la mía, y sentí como me atravesaba con ella, enviando escalofríos por todo mi cuerpo.

— ¿Me conocías mucho antes de que todo esto sucediera? —repetí la pregunta. Observando la forma penetrante en la que reparaba mi rostro, mostrando su imponencia.

Dio un paso más cerca de mi y no me moví cuando me cubrió con su imponente sombra, recorriéndome con esos feroces orbes. Solo entonces un estremecimiento me invadió desde el lóbulo de mi oreja con el roce de su nudillo cuyo dedo enrollaba un mechón de mi cabello.

— ¿Cuál sería la diferencia si te respondiera, cuando ni siquiera recuerdas nada?  —esbozó bajo y en tonalidades roncas.

Una emoción floreció en mi estómago. Definitivamente era un sí. Me conocía. Por eso me trajo a esta sala, aueria que recordara sobre mi y sobre él.

—Que me conoces, que me has visto antes. Esa es la diferencia— solté tan rápido él dejó de hablar—. ¿Por qué no me dijiste que me...? — hice una pausa sabiendo que la pregunta sería una tontería hacerla porque en un principio no se me ocurrió preguntar—. ¿Cómo me conociste?

Su mandíbula se había apretado tanto que terminó torciéndose. El enojo que resplandecía en su mirada se ablandó, y lanzó un largo suspiro entrecortado que me hizo pestañas. Era como si quisiera decirme algo que le molestaba, pero que al final se había arrepentido. Su actitud, su cambio de gesto eran extraños. No solo me conocía, él con todo ese comportamiento estaba diciendo algo más.

Nunca esperé lo que a continuación ocurrió. Tomarme de la cintura y hacerme retroceder hasta pegarme a la pared, era algo que no imaginé. Al menos no estando en un lugar abierto en donde cualquier cosa aterradora pudiera venir.

—Dímelo— pedí mientras le sostenía la mirada—. No recuerdo nada, no quiero seguir en blanco.

Si Rojo me conocía, quería decir que alguno de los sobrevivientes también. Esa simple ilusión me aceleró la respiración, aun más él cuando sus largos dedos me apretaron la cintura. La forma en que me tenía, la manera en que me miraba o la forma en cómo antes se comportó, me hacían preguntar sobre la relación que teníamos. Solo eso, solo eso me bastaría para entender algo... de nosotros.

De él.

—No eras mi examinadora real. Pero como deseé que lo fueras desde el principio que comencé mi etapa adulta. Así te miraría más veces de las que pude mirarte— replicó. Una de sus manos se deslizó por mi mejilla, levemente hasta acomodarse y que su pulgar acariciará mi pómulo cuidadosamente—. Estuviste meses conmigo cuando mi examinadora faltaba, pero no fue suficiente para mí— respondió con esa notable decepción en su mirar y ese tono espeso en su voz—.  Una vez día te pedí ese gafete.

— ¿P-por qué mi gafete?

—Para recordarte, porque pensé que no volvería a verte—respondió, dejándome en blanco. En un largo suspenso.

Sentía que la respiración empezaba a hacerme falta.

—Me dijiste que no me darías tu gafete porque lo perdiste— hizo una pausa para inclinar su cabeza y juntarla con mi frente—. Hemos hallado su ubicación.

Exhaló, su aliento acaricio mi nariz, y me estremecí. Cuanto daría por recordarlo todo, o por recordar al menos la mitad de todo lo que perdí.

—Se lo dejaste a un muerto—espetó.

Poco de lo que dijo decía mucho, o eso entendí. Entendí por qué me mantenía a salvo, por qué se me acercaba de esa forma, porque me había besado y tocado así. Pero era más confuso solo pensar en una relación entre él y yo. ¿La tuvimos, o él... solo se había interesado?

—Rojo... —La voz me quiso traicionar a causa de los nuevos nervios. No debería ponerme nerviosa, pero allí estaba, godo mi interior temblando por él—. ¿Pasó algo entre nosotros? ¿Tuvimos una relación? ¿Nos besamos antes?

Apartó su rostro del mío, al igual que apartó su mano de mi mejilla y la otra de mi cintura, dejando una ausencia de calor que no me gustó. Me miró, profunda y seriamente, endureciendo sus labios en una línea recta llena de disgustos.

—¿Qué te hizo pensar que tuvimos una relación?

La sombra que asomó sobre sus orbes carmín, dándole un aspecto diabólico en contorno con su pálida tes, me inquietó.

—Por la forma en que me proteges...—respondi. Para su pregunta habían otras respuestas, pero solo esta fue la que mas tenia valor para mi. Su firmeza para protegerme sin importar qué, me hacia pensar que tuvimos algo—. ¿Por qué otra razón me protegerías?

Su comisura derecha tembló, hubo un ligero apretón y un inquietante suspenso en su silencio que me hundió el entrecejo.

—¿Liberarme de la incubadora no es una razón factible para protegerte?

—Que me protegieras no es lo único que me hizo pensar que nosotros dos...

—Tu y yo — detuvo las palabras ladeando su rostro en tanto recorría el mio con suma lentitud: mirando desde mis labios hasta mis ojos—, no tuvimos ninguna relación.

Pero ásperas palabras de alguna forma trataron de perforarme, dejándome confundida. Si no tuvimos ninguna relación, ¿qué significaban todas esas interacciones conmigo? La manera en qué me veía y tocaba, la forma en que mi cuerpo, por muy desconcertante que fuera, reaccionaba cada que me tomaba ... Quizás no tuvimos ninguna relación pero, ¿si hicimos otra cosa como besarnos?

—Pero..., ¿nosotros llegamos a be...?

Detuve la pregunta cuando me tomó de la nuca acercándome a su rostro y rozando al instante su anular sobre mis labios en una advertencia de silencio. Me tensé. Torció su rostro para ver detrás de su hombro y que hiciera ese rotundo movimiento en el que se le marcaban las venas, me asustó.

Apreté mis labios para no inmutar sonido alguno, e incliné mi cuerpo, revisando el mismo lugar que Rojo. Preguntándome si estaba viendo o no alguna temperatura. Rojo se volvió, pero en vez de decir algo, solo movió su cabeza en señal a la salida. Una clara señal de que debíamos irnos.

Llevé mi mano al asa de la mochila colegial y asentí antes de sentirle empujarme levemente para salir por el enorme umbral sin puertas. Quedé un tanto aturdida en cuanto salimos. No había pasillos a nuestro alrededor, pero delante de nosotros había uno muy corto que llevaba a un área ancha y sombría. Miré con estupefacción el suelo y luego a Rojo quien esperaba a que caminara.

La verdad era que deseaba desaparecer. No quería dar una segunda mirada el suelo, solo para saber que lo que miré al principio era real y probablemente no era mucho más aterrador qué lo que se acercaba a esta zona, pero dejaba horrorizada.

Pedazos de carne cubrían el suelo ensangrentado delante de nosotros, órganos que colgaban de las paredes como si fueran retratos que recordar.

Dios mío.

Y esa cabeza humana que colgaba al final del umbral del pasillo...

Cuando quise correr para llegar al otro lado y terminar con el atroz recorrido, Rojo me detuvo. Y aun conservando su silencio, negó. Eso solo quería decir que aquello se guiaba también por el sonido, o tal vez Rojo no lo sabía, pero era mejor no hacer ruido.

—¿Sabe que estamos aquí?— no inmuté sonido alguno, tan solo el remarcado movimiento de mis labios y el de mis manos que pronto lo hizo volver a negar.

Aun sabiendo eso, no pude sentirme aliviada. A pasos grandes cruzando el pasillo, sin poder evitar tocar con las suelas de mis zapatos los trozos de piel que, al pisarlo, un sonido desagradable emanaba de ellos.

El pulso empezó a detenerse conforme avanzábamos, y mis ojos a abrirse conforme ese umbral nos daba mucho más que ver del otro lado.

Parecía una enorme plaza que antes era de descanso o juegos, y a su alrededor, un numero de pasillos que guiaban a una sala igual a la que salimos. Sin contar la sala anterior, esta plaza que contenía varios asientos de madera y columpios rotos, expendedores de alimentos y bebidas con botes metálicos de basura, llevaba a 16 salas para experimentos infantiles y neonatales, y un largo pasillo extra con puertas cristalinas destartaladas que anunciaba la salida de dicha plaza.

Lo peor no era ver colgadas una cabeza humana en cada pasillo, o que por toda la plaza se expandieran huellas catastróficamente grandes de sangré, o pedazos de carne y huesos. No. Lo peor era saber que había más de tres salas para niños y bebes en este laboratorio.

Si estas eran las habitaciones de experimentos infantiles, y cada sala contenía mas de 10 habitación...

Dios. Entenebreció cada uno de mis huesos cuando un desgarrador pensamiento llegó a mi cabeza: que todos estos restos también podrían pertenecer a esos niños.

Rojo me empujó, haciéndome reaccionar. Invitándome a bajar la corta escalera que se extendía frente a nosotros con cinco peldaños de porcelana. Miré una vez más al rededor, la poca iluminación de las farolas que apenas servían o apenas seguían de pie a los lados de los asientos de madera.

Me tomó del brazo y tiró inesperadamente de mi cuerpo. Había estado a punto de pisar un maldito hueso que si no fuera por él, ya habría hecho ruido. Salí de mis pensamientos, y puse mucha más atención al camino por el que andábamos, sabiendo que Rojo nos llevaba en dirección al pasillo de salida. El único pasillo a oscuras en el que colgaba una cabeza femenina a la que le hacía falta la nariz y la boca, y a la que todavía.

Mi cuerpo y mi mente no estaban soportando ver todas estas atrocidades. Sentía que desfallecería en cualquier momento porque sabía muy bien que la monstruosidad que había hecho todo este adorno ensangrentado con partes humanas, seguía vivo y por supuesto, en este lugar. En cualquier parte de este gran lugar.

Antes de adentrarme a toda esa oscuridad, miré por última vez a Rojo, encontrándolo con los párpados cerrados revisando cada sala con cuidado. Entré, apartándome de su cuerpo y teniendo mis brazos extendidos, tratando de encontrar una pared como guía. Pero el pasillo parecía ser más espacioso de lo que pensé.

Ahogué un quejido cuando algo duro y agrandado sobre el suelo me hizo tropezar tan inesperadamente: un quejido que solté en jadeo debido a esas grandes manos tomándome de la cadera y jalándole de mi para pegarme a ese duro torso y pecho viril.

Fue un instante que me dejó inmóvil, sintiendo como sus pectorales se tensionaban y agrandaban con cada respiración, cada músculo apretándose a mi espalda. Sintiendo como esa misma lenta y fuerte respiración se cernía sobre mi mejilla, rozándola de una estremecedora calidez que me adormeció contra mi voluntad.

—Camina con cuidado—su aliento penetrando la sensible piel de mi oído en un apacible y ronco susurro que me apretó los labios.

¿Que demonios era esto? Era lo mismo que sentir cuando me tomo de la cintura y me sentó en su regazo, era como si me inyectaran afrodisíaco, adormeciéndome las extremidades y volviéndome gelatina ante su toque. Y lo peor de todo era que lo estaba sintiendo cuando nuestras vidas peligraban otra vez.

Arrugue los párpados tratando de controlarme y asentí. No era el momento y teníamos que continuar antes de que fuera demasiado tarde. Me aparté y casi titubeé con desliz de sus dedos hacia mi cintura moviendo a un costado e invitándome a continuar.

Suavemente Rojo comenzó a guiarme en silencio y en segundos ya estaba envuelta en un sofocante miedo. No sabía que tan largo era cada pasillo que tomábamos bajo la oscuridad, pero si sabía que mis pies estaban pisando asquerosidades a las que no quería imaginar forma ni color.

Conforme avanzábamos, un pequeño rayo de luz apenas se alcanzaba a vislumbrar muy adelante. Aceleré el paso fuera del tacto de Rojo, deseando llegar a ese pasadizo de una. La delgada farola de luz que aclaraba aquel entorno, era suficiente como para saber que no había nada peligroso. Y con esa leve luz, apenas pude leer lo que titulaba el umbral del pasillo como bloque de habitaciones "T".

Estaba a punto de adentrarme en él, cuando...

Una húmeda mano se enredó en mi cabello y haló tan fuerte que por lo inesperado que fue no pude detenerla. Parte de mi costado golpeó contra un bulto baboso y escandalosamente frío.

—Co...mida...

Me paralicé al escucharla. Al escuchar esa suplicante voz femenina tan cerca de mi odio.

Traté de apartarme, y en cuanto logré záfame del agarre, el flash de luz iluminó un segundo aquel rostro sombreado femenino cuyos ojos marrones estaban pidiendo auxilio.

Era una mujer.

—Por favor...—volvió a rogarme—. Por favor ayúdame, tengo mucha hambre...

—Ro-Rojo— lo llamé cuando en otra iluminación pude ver el resto de su cuerpo cubierto por una extraña baba verdosa, y un perturbador gusano retorciéndose fuera del ombligo de su deformado estómago.

Oh no. Eso era un tentáculo o lo mismo que le salía a Rojo de los brazos.

La mano de Rojo. tirando de mí enseguida, me apartó de ella en un instante.

—No te acerques— espetó, alejándome de los quejidos y suplicas de la mujer que comenzaban a desesperarme—. Está contaminada.

Abrí la boca para hablar y rogar porque al menos la sacáramos de ahí, cuando la mujer lanzó un largo grito de dolor que me hizo saltar, y todavía saltar otra vez cuando ese crujir desde el interior de su cuerpo se escuchó. Mis ojos se abrieron con escándalo y horror cuando vieron como aquel tentáculo se estiraba con fuerza, rasgando la piel de su estómago conforme salía.

Me aparté aterrorizada antes de sentir la mano de Rojo tomarme del brazo y obligarme a correr. Tropecé torpemente cuando hice los primeros movimientos, completamente escamada por ese agonizante aullido. No supe hacia donde corríamos, todo lo que estaba en mi mente ahora mismo era ella, su estómago estirarse y esos gritos insufribles, aterradores.

Mi cabeza dolió, sentía que el cráneo me explotaría con tanta atrocidad. Traté de concentrarme en correr únicamente, y soporté todo hasta que estuviéramos en un lugar seguro.

No sabía cuántos pasillos habíamos dejado atrás para que llegáramos a uno donde la luz alumbraba por completo nuestro entorno, pero no nos detuvimos. Rojo parecía no tener intención de detenerse y eso solo me decía que había experimentos o, que algo nos estaba persiguiendo.

Suplicaba porque eso último no estuviera sucediendo.

Mis palabras fueron cruelmente ignoradas por Dios cuando, ese gruñido bestial de adelante, nos detuvo de golpe a mitad de la entrada a otro pasillo de habitaciones. Rojo torció con rapidez la cabeza a los lados en busca de, seguramente una salida.

—Están por todas partes—gruñó por lo bajo—. Ahora mismo cualquiera podrá darse cuenta de nuestra ubicación.

Esas sin dada eran palabras que no quería escuchar jamás.

—Voy a tener que dejarte y atacar, Pym—soltó con los colmillos apretados.

Miré a todas partes, temiendo encontrar a una de esas monstruosidades. Pero no había nada en los pasillos. Posiblemente, seguían lejos de nosotros siguiendo aquel grito sin ni siquiera darse cuenta de nosotros. Y fuera la distancia que fuera, teníamos tiempo de hacer algo para salvarnos.

—Sigue dos pasillos más a la derecha y enciérrate en la habitación del centro, no entres en ningún otro pasillo ni cuarto, ¿entendido? Si el baño contiene una bañera de cerámica, voltéala y ocúltate dentro de ella, esconderá tu temperatura.

—¿Por qué silo yo? Podemos escondernos ambos.

—Te aseguro que no — rompió mi agarré —. Vete. Te daré tiempo.

—¿Y dejar que te abran el estomago como la ultima vez? Casi mueres— avente entre dientes—. No quiero ir a ningún sitio sin ti.

Con desesperación lo tomé de la muñeca y tiré de su brazo obligándolo a seguirme, corrimos dos pasillos más y entramos a la habitación que señaló. Colocando el seguro en la puerta y apartándonos de ella.

La habitación en la que nos hallábamos, mas que una recamara, parecía una pequeña casa. Contenía casi todo lo que una, solo que el espacio era mucho mas reducido y todo estaba acumulado y desarreglado por todas partes. Una cama matrimonial con dos mesillas de noche a cada lado y un par de lámparas. Una guitarra cerca al sofá individual frente al televisor. El baño junto a un armario, el cual ya estaba siendo revisado por Rojo, y una pequeña cocina sin estufa, con su alacena puertas colgada en lo más alto casi llegando al techo.

—No tiene cerámica, aun así te ocultaras en el baño y esperaras a que regrese por ti—dijo, acercando el paso hacia mi.

—Nada nos ha encontrado todavía y quizás se alejen, así que no hay razón para que te vayas—susurré.

—Tu temperatura no es solo el problema, tu aroma esta expuesto a cualquier depredador y hemos dejado un gran rastro de él.

—Ocultémoslo entonces— di una mirada a la alacena.

—Es lo que tengo planeado hacer.

Y solo verlo acercar su brazo a sus largos colmillos, me hizo extender mis manos y detenerlo. La última vez se puso muy débil porque perdió demasiada sangre. No iba a permitirlo sabiendo que podían encontrarnos. Sabiendo que podía haber otra salida, quizá otro modo de cubrir mí aroma.

—No con tu sangre— pedí. Su mirada reptil me observó con severidad—. Creo que hay otra manera.

Corre a la cocina. Revise cajón en cajón, los cubiertos eran todos de plástico, ni siquiera habían baterías ni cuchillos para defendernos. Me acerqué a la alacena y extendí las puertas.

Si el olor de nuestra carne era lo que atraía a esas cosas, otro aroma fuerte podía apartarlos. La kétchup, tres envases de jugo de pepinillos y uno de jalapeños, fue lo único que se me ocurrió que podían cubrir mi aroma. Tenían un olor fuerte así que, a diferencia de otros embutidos o latas, estos eran más fuertes, ¿no?

Haría una locura con tal de sobrevivir, pero, ¿qué importaba? Con tal de que Rojo no me bañara en su sangre otra vez. Me deshice de la sudadera lo más rápido posible abriendo el envase de los pepinillos y, levantarlos por encima de mi cabeza.

Miré a Rojo por última vez y como su rostro se movía en cierta dirección fuera de la habitación, respiré hondo y no esperé más cuando el jugo empezó a bañarme desde la coronilla, y cubrir gran parte de mi rostro y estómago. Abrí la segunda lata de jugo y mojé el resto de mi cuerpo.

Aunque no estuve por completo empapada, me detuve, cuando otro pensamiento tocó mi mente. Si podían olerme, entonces, ¿podían oler a Rojo también? ¿Qué pasaría si lo olfateaban y descubrían que estaba aquí, oculto?

Los experimentos también se devoraban a los experimentos.

Temblé y tomando otro frasco me acerqué a Rojo, quien pronto me dirijo esa mirada severa y endurecida, y me tomó de los hombros e inclinó su cabeza para acomodarla en mi cuello y olfatear, o eso creí.

—Si pueden olerme a mi, también podrían olerte a ti—susurré contra su oído.

Sus orbes se encontraron con los míos cuando al incorporarse, empecé a untar su pecho y espalda con el jugo, con una precaución en la que el líquido no llegara a caer al suelo. No pude terminar de cubrirlo cuando me arrebató el frasco y apretó sus dientes, clavando repentinamente su rostro en alguna de las paredes de la habitación.

—Ya olfateó — informó, su tono muy bajo y serió. Entenebrecí—.  Estará siguiendo tu rastro hasta aquí. Voy a tener que moverte a otra habitación.

Horrorizada por sus palabras, sentí su firme mano tomarme del brazo y tirar de mi hasta sacarme del cuarto. Miré sobre mi hombro temiendo que una monstruosidad apareciera repentinamente, pero hasta el silencio era insoportablemente sofocante. Peor aun ver a Rojo con la mandíbula desencajada y los párpados cerrados moviendo su rostro en cada rincón.

Doblamos de pasillo en pasillo hasta que nos adentró en una habitación mas amplia que la anterior. Las farolas del cuarto parpadeaban, llenándolo todo de sombras.

—¿Nos está siguiendo?

Hizo un tenso movimiento con la cabeza, y aunque negó no quería decir que estábamos a salvo.

—Aun si no se han percatado, están cerca de este bloque. Tendré que distraerlos para apartarlos de aquí.

¿Distraerlos? ¿Ya no era solo uno el que me olfateó, si no más? Salí del pensamiento cuando lo vi tomando la perilla y abrir la puerta mostrando el pasillo al otro lado.

—No —rogué en un susurro, aferrándome a la polo de Rojo y horrorizada contemplé la puerta pensando en una sola cosa—. Cubrimos nuestro aroma, ya no dejamos rastro. Si no saben donde estamos, solo escondámonos aquí en silencio. Puede que se aparten.

—Si se percatan de tu temperatura...

—Quizás no se guíen por eso—traté de convencerlo.

Volvió a cerrar sus pálidos párpados y dio una ravisada a lo largo de las paredes del pasillo. Podia notarlo tenso y dudoso ante mi petición, pero aun así cerró la puerta.

Apenas pasaron unos segundos en los que pude suspirar, antes de ver el grosor de sus venas profundizarse casi como si fueran a rompersele. Repentinamente tiro de mi brazo apartando e bruscamente de la puerta y retrocediendo, quedé confundida con su acción y todavía ver como mostraba sus colmillo apretados, como si escupiera en sus entrañas una maldición airado.

Tuve una horrible corazonada solo ver que mientras me apartaba hasta el fondo de la habitación, él no quitaba la mirada de aquella puerta.

Algo ya se había percatado de nosotros y venía hacia aquí rápidamente.

Y esa vibración apenas siendo palpable bajo los pies, fue la peor de las confirmaciones.

Las vibraciones siguieron, crecieron cada vez más hasta tensar mucho mi cuerpo, ese mismo que fue empujado por Rojo dentro del baño, de tal forma que me hizo caer junto a la ducha.

Solo ver su intención de cerrar la puerta a sus espaldas y dejarme encerrada, me hizo correr a él y aferrarme aun mas a su brazo, rogando con la mirada que no fuera.

—Maldición, Pym.

—Quédate conmigo —volvió a rogar en un susurro —, por favor...

La ira y el desespero le desencajaron la mandíbula, las venas de su cuello engrosarse hasta remarcarse sobre su quijada entendida, se oscurecieron.

—No seas testaruda y quedate aquí —casi lo gruñó en susurro, sus largos dedos rompieron mi agarre y volvió a darme la espalda.

—No —Me interpuse y cerré la puerta colocando el seguro, encerrándonos a los dos.

Seré testaruda, pero no ingenua. Si él dejaba la habitación, era seguro que no volvería y ya demasiado se sacrificó por mi. Esta última vez ver como esa monstruosidsd abría sus entrañas y comía de sus órganos... Si no fuera porque logré dar en la cabeza, Rojo no estaría aquí conmigo.

—Pym, apártate de la puerta —su áspera voz fue una fúnebre orden.

—Si esa cosa es igual qué el anterior o más fuerte, tratara de matarte.

—Eso no lo sabes.

—Tu tampoco. Y si son mas de uno, no tendrás oportunidad—Apreté los labios cuando mi voz quizo ronperse —. No vayas... No quiero perderte.

Sus orbes tuvieron apenas un brillo ante mis palabras. Ambos lo sabíamos.
Él no podría contra ellos, apenas pudo sobrevivir contra uno solo y si estos dos eran capaz de crear esas vibraciones en el suelo, debían ser grandes deformidades. No iba a lograrlo.

Y de repente, las vibraciones se detuvieron...

Frente a nuestra habitación.

Un golpe rotundo en alguna parte y el crujir de la madera convirtió mis piernas en gelatina. Rojo extendió su brazo tomándome de la muñeca para apartarme de la puerta en un rotundo tirón que me arrebató una respiración. Golpee contra su pecho y solo entonces,
hubo un silencio al otro lado que me dejó helada.

Los golpes en la habitación cesaron.

Cesaron por completo.

Y no era porque aquello se dio por vencido.

Nuevamente ese espeluznante silencio aterrador que nos hundió y que, a pesar de que sus pasos volvieron a escucharse en el pasillo y disminuyeron las vibraciones, no desapareció. Ni siquiera había sentido la mano de Rojo deslizarse dulcemente en mi muñeca por la forma en que el terror manejaba mi cuerpo en ese momento.

Fue ahí cuando un crujido del exterior me hizo respingar y gire entorno a la puerta sabiendo que esas cosas ya estaban dentro de la habitación.

Rojo me rodeó la cintura apretándome a su cuerpo, a ese calor protector que me hizo soltar entrecortadamente todo ese dióxido que había estado reteniendo en mí. Apretó levemente mi estómago y dejó acercar su rostro a mi mejilla y depositar suaves besos repartidos que calmaron un poco mi temblor.

Besos que me hicieron saber que mantenía la mirada clavada en esa puerta, lo único que nos apartaba de las monstruosidades. Besos que me hicieron saber que lagrimas se habían escapado de mí, porque sus besos significaban que él lucharía por protegerme de ellos.

Me negaba a imaginar que esto era despedida.

Porque parecía que esta seria nuestra ultima vez juntos.

Y no entendía la decisión de Rojo.

Cuando él fácilmente podía dejarme a la deriva, o ser fácilmente una carnada para que él pudiera escapar y sobrevivir, se quedaba conmigo, y todavía, se aferraba a mí. Me protegía. Me mantenía a salvo hasta donde podía. ¿Por qué? ¿Qué éramos? ¿O qué fuimos antes? Rojo podía fácilmente matarlos, alimentarse sin preocuparse de mi o de cómo lo viera, sobrevivir por su propia cuenta. Pero entonces, ¿por qué se quedaba a mi lado?

Incliné mi cabeza un poco hacia atrás y tomé una profunda respiración. Escuchando nada más que mi corazón agujerando mi tórax.

Aún tenía miedo, y era algo que no dejaría de sentir, así como luchar por sobrevivir, por salir con Rojo de este maldito infierno. Saldríamos los dos, vivos. Y él seguiría siendo Rojo, no sería como esos monstruos. No lo permitiría.

Torcí mi rostro, en busca de sus orbes carmín, aquellos que se mantenían cubiertos por sus párpados, atentos a los lados. Estiré mi brazo para alcanzar su pegajosa mejilla, y llamar su atención con el simple toque de nuestras pieles. Le acaricié un poco en tanto abría sus ojos, esos que me estremecían y me brindaban un poco de calma. Los posó sobre mí y la forma en que mantenía su entrecejo contraído, dijo que esta seria la ultima vez.

Y no lo dudaba. Pero no dejaría pasar esta forma de agradecerle cuando aún tenía la oportunidad de hacerlo. Así que atraje su rostro hasta tenerlo tan cerca de mí que pudiera sentir su aliento acariciarme los labios.

—Gracias—musité antes de acariciar sus labios con los míos. Ese par de carnosos labios varoniles que temblaron y se abrieron listos para recibirme.

Tragué antes de actuar, antes de ladear mi rostro, cerrar mis ojos y buscar sus labios en un beso profundo y lento que él correspondió al instante. Un beso convertido en besos en los que se encontró la manera de mantener todo este terror lejos de nosotros por al menos ese instante.

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