ExRo 09 Liberado
EXRO 09 LIBERADO
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Mis manos sudaban de los nervios y la desesperación. Lo poco que alcancé a mirar y lo mucho que escuché de las incubadoras, hicieron que mis músculos se tensaran de inmediato. Volví las manos a la palanca enroscando los dedos y la levanté de inmediato.
—Sistema de eliminación acelerado, desactivado.
Con la respiración helada, me aparté. Envié la mirada a las primeras incubadoras, había sido demasiado tarde. El agua adquirió el mismo color carmín en la cuarta y quinta incubadora. Torcí el rostro al otro lado, y cuando miré la sexta incubadora del mismo modo dejé de respirar nuevamente.
«Rojo09.»
—No—susurré, caminando temblorosa.
Los órganos rebotaban en el interior de la incubadora siete, pero el cuerpo de la octava se encontraba ileso, pero con tan solo unos minutos en su reloj.
Aceleré el paso rodeando la incubadora y guiándome a la novena, solté el aliento cuando lo vi, intacto de la cabeza a los pies, cabizbajo, haciendo una lenta negación de cabeza. Apenas sentí poco alivio, poco, porque me di cuenta que los dígitos en sus pantallas seguían retrocediendo, con un minuto de diferencia de la incubadora ocho.
Si esa palanca no los detenía, sería uno de los botones, pero antes de cometer otra estupidez tenía que confirmarlo. Tenía que ayudarlos, ellos eran seres humanos. Aunque esas escamas y su capacidad para verme a través de su mascara me hacían dudar, y ni siquiera sabía si eran peligrosos.
— ¿Estás seguro que es la maquina? —mi voz salió alta, casi como un grito desesperado cuando me detuve delante de su incubadora—. Ya vi que la palanca no es, pero hay dos botones, ¿sabes cuál es?
Eché una mirada a la incubadora ocho, un minuto con treinta segundos faltaba para que se encendieran.
— ¿Azul? —pregunté, atenta a su mascara.
Negó con un ligero movimiento y asentí.
Entonces el rojo... Es el rojo, ¿cierto?
A apenas lo vi inclinar su cabeza y salí disparada como flecha directo a la máquina. Las aspas de la incubadora ocho empezaron a sonar como propulsor de avión y el solo pensamiento de estar sola si morían, me retumbó el corazón en la boca y lancé la palma de la mano, apachurrando el botón colorido.
Un par de pititos y el sonido de las aspas disminuyendo casi instantáneamente me hicieron voltear, sintiendo los músculos del cuello tensionarse por la fuerza. El reloj de la ocho estaba en números ceros, pero el cuerpo en su interior intacto.
«Por poco.»
—Se terminó...
Pero la adrenalina seguía ahí, haciendo que mis extremidades me temblaran y el corazón siguiera excavándome el pecho. Me di cuenta, y eso solo me petrificó más, que esta clase de situación me daba un deja vu. Era extraño sentir que antes también había tocado esta máquina, o al menos antes también la había visto. Estuve aquí, o en alguna otra parte muy parecida.
Me aparté de la máquina. El cuerpo de la incubadora ocho se sacudió, encorvándose y extendiendo sus brazos para sostenerse una de sus rodillas. Una delgada hilera de sangre salía de sus pies. Lo hirió.
Alzó su rostro prestándome atención cuando me acerqué, solo entonces ver como un cumulo de escamas se habían desprendido de la cima de su pecho, mostrando ese par de bultos morenos, me di cuenta de que era una mujer. De su mascara salieron burbuja y ver su puño estallarse con ira contra el cristal me estremeció.
— ¿Puedes escucharme? — le pregunté—. ¿Sabes cómo puedo sacarte de aquí?
Esperaba que me asintiera, pero no lo hizo. Solo devolvió su mano a la rodilla y se quedó mirándome. Estaba agitada. Asustada, después de todo yo también lo estaría al despertar y darme cuenta que estuve a punto de ser triturada viva.
Una vibración lejana me apartó la vista, el puño del noveno golpeaba con fuerza el cristal queriendo llamar mi atención. Me acerqué, atisbando las escamas que su ultimo golpe, desprendió de su piel.
— ¿Cómo te saco? — repetí la pregunta.
Mi cuerpo se encogió cuando el suyo se impulsó sobre el cristal, enorme, su sombrea intimidante cubriéndome de inmediato. Aferró una de sus manos al cristal y quedé en shock, atenta a cada centímetro suyo, su rostro que se inclinó mostró a detalle cada fracción de su mascara y no ver un visor siguió aturdiéndome. Sus escamas brillaron a pesar de la poca luz en el laboratorio y juré ver cómo la manzana de adán se movía a lo largo de su cuello escamoso.
Extendió su siguiente mano y presté aún más atención, viendo como señalaba a la pantalla en su incubadora.
—¿Con ella te libero? — terminé pronunciando en voz baja.
Asintió con lentitud y desconfíe.
Una cosa fue darme cuenta de lo extraño que resultaba ser hablarle. Si el vidrio era temblado o laminado, no solo sería difícil de romper también de lograr que el sonido atravesara al otro lado, pero, ¿cómo es que teniendo una máscara de oxígeno podía entender lo que decía? ¿Qué era él? Perturbaba.
Observé como las venas de su brazo se marcaron bajo su piel cuando lo devolvía contra el cristal, su grosor resaltaba de una forma tan llamativa pintándose en largos caminos encima de ese bíceps.
Bajé a su estómago, donde una capa de piel apenas se dejaba visible, revelando un par de abdominales. Bajé más y me detuve en su entrepierna, en ese bulto que me ladeó el rostro y hundió el entrecejo. No tuve que quedarme tanto tiempo mirando para confirmar su sexo y sentir como las mejillas, perturbadoramente, se calentaban.
Hombre.
Él era hombre.
Y yo estaba cometiendo una tontería al mirarlo como si todo alrededor hubiese perdido importancia. Creaban vida en este lugar, vida humana, pero no del todo, este hombre no era normal, no era completamente humano.
Me centré en la pantalla entrando al menú bajo al reloj pausado, el inicio me llevó a un cumulo de ventanillas que empecé a leer cada una. La mitad se enfocaba en su mascara de oxígeno y los adormecedores de las sondas uno, tres, cinco y diez, y solo dos de las ventanillas se enfocaban en el sistema de la incubadora. Entré a una y quedé aún más confundida.
— ¿Desactivar sistema?
Negó con la cabeza.
— ¿Desactivar seguridad de la cámara de incubación...? —Me dio la razón y volví a dudad—. Si le pico, ¿serás libre?
Con un pausado movimiento, asintió. El estómago se me llenó de una extraña sensación. Ansiedad y miedo. Quería preguntar otra cosa más importante que eso, pero no sabía si respondería con la verdad con tal de salvarse y ser liberado.
Leí la ventanilla una vez más, y tras tomar una fuerte respiración lo hice, desactivé el sistema de la cámara de incubación. Al instante en que lo hice, el sonido mecánico fluyó desde la parte inferior de su incubadora. Las aspas se ocultaron bajo un falso suelo y el agua en su interior lanzó una burbuja antes de comenzar a descender en volumen.
Se estaba vaciando, cada segundo más su enorme cuerpo bajaba al ritmo en que lo hacía el agua, arrastrando con el peso los gruesos cables que conectaban a su mascara y el resto de su cuerpo. Quedó de rodillas con ambas manos sobre el suelo. Estremecí solo ver como un cumulo de sondas negras se acomodaban desde su nuca a lo largo de su espalda, penetrando su piel escamada.
Eché un brinco con el golpe de su mano en el cristal antes de ver como aferraba los dedos en los tubos a los costados de su máscara y tiraba de ellos con rotunda fuerza, arrancándolos en tan solo un santiamén. Tomó el tercero de adelante y abrí los ojos en grande cuando vi que, conforme salía, la sonda se volvía más delgada y babosa. Era demasiado larga, ¿acaso eso estuvo dentro de él?
Y estremecí, porque de los agujeros de su mascara, un humo grisáceo emanó al instante en que su pecho se desinfló.
—Campo de liberación ExRo 09, activado, ¿desea reanudar? —la voz robótica emitiéndose de la misma pantalla me tensionó, alcé la mirada y presté atención a las nuevas ventanillas.
Mordí el labio, una indicaba cancelar su liberación y la otra era todo lo contrario. Piqué a una de ellas y...
—ExRo 09 liberado.
Un chasquido largo y un vapor emitiéndose a lo largo de la incubadora me sobresaltaron, retrocedí percibiendo el hedor a azufré y me cubría la nariz observando luego como el grueso vidrio se partía en dos, extendiéndose a los costados como un par de puertas guiándome a mi destino. Él.
Ahora sí, no había nada que nos separara.
Ese pensamiento lanzó una señal a mi cerebro, una de advertencia que me petrificó. Las rodillas me temblaron y las manos me sudaron, pero no dudé en dar el primer paso hacia él, perdida cuando no supe cómo ayudarlo. Escuchar la fuerza de su respiración y verlo así de cerca, de rodillas, era tan nuevo y desconcertante. Su cuerpo llevaba ese aroma a azufre, empapado y con las escamas brillosas bajo la poca luz.
Extendí los brazos sobre él y de nuevo dudé cuando los dedos estuvieron a centímetro de tocar sus hombros, pero lo hice. Y tan solo mi piel tocó esas pegajosas escamas, el calor me abandonó casi como una abominable descarga eléctrica.
—Te sacaré de aquí— informé, deslizando ambas manos en su brazo cuya piel humana emitía calor bajo mis yemas—. Vamos.
No levantó su rostro, pero se veía tan débil, amenazando con que en cualquier momento se desmayaría. Me acomodé a su lado y tomé su brazo para acomodarlo sobre mis hombros. Traté de rodear su tosco torso, lo cual, para mi sorpresa, fue imposible cuando los dedos no lograban aferrarse debido a las escamas. Era enorme para mí, su sombra incluso me cubría por completo y el calor que emitía... ese intenso calor.
La pantalla de su incubadora destelló parpadeando de rojo y un repentino temor de que se cerrara y nos dejara atrapados, se adueñó de mí.
—Intenta levantarte— pedí, viendo la pantalla con el mismo temor—, tenemos que salir, cr-creo que se va a cerrar...
No dijo nada, pero movió su brazo apoyando su enorme mano en el suelo para empujarse y comenzar a levantarse. Tan solo estuvo de pie, sentí inclinarme con su peso, pesaba demasiado. Dio el primer paso fuera de la incubadora, las piernas le temblaron y traté de mantenerme firme, pero todo mi cuerpo cayó cuando al salir volvió a tambalearse perdiendo el equilibrio por completo, llevándome con él.
Todo mi cuerpo estrelló contra el suyo, gimiendo de dolor ante el golpe que se desató en mi mejilla al cochar con su pegajoso pecho, sentí como las escamas se mesclaban con la piel y ante el insoportable calor, respingué. Gateé fuera de su torso sacudiéndome las escamas del cuero para acomodarme sobre las rodillas y tomarlo de los hombros antes de sacudirlo.
—¿Estas bien? — me preocupé. No emitió ningún solo sonido y aun menos un movimiento cuando volví a sacudirlo ligeramente—. ¡Ey! ¡Por favor, reacciona!
Su silencio me puso nerviosa, parecía inconsciente, ¿cuánto tiempo estuvo en esa incubadora? Con el mismo miedo, incliné parte de mi cuerpo, acercando el oído a uno de los agujeros de su mascara. Pude escuchar la pesadez en su respiración, incluso en su pecho se notaba la complicación con la que respiraba.
Me erguí y lamí los labios sin saber qué hacer, seguí mirando a su mascara teniendo ese cosquilleo en la punta de los dedos con la necesidad de quitársela. Quizás era eso lo que le complicaba respirar. Sin pensarlo tanto, aferré las yemas a los bordes de su mascara y revisé la dureza de su estructura, no había botón ni un modo de desarmarla. La forma en que rodeaba su cuello me hundió el entrecejo, no encontraba el modo de sacársela, y lo que más me desconcertó fue ver como se le pegaba al cuello al cual, por mucho que traté de separar, no lo logré.
Sacudí las escamas de mis manos y volví a estudiar la máscara, se me ocurrió despegar las escamas que cubrían parte de su cuello y la base metálica alrededor de este, solo entonces, al descubrir toda esa piel blanquecina y enrojecida alrededor de dos tuercas, terminé entenebreciendo. Aparté los dedos sintiendo el pequeño vuelco en el estómago ante lo que veía, estaba enterrada en su piel. La máscara...
Se la clavaron.
«No puede ser cierto. Tiene que ser una broma.»
Acerqué más el rostro y rocé las yemas en una de las tuercas, petrificada ante la fría textura de esta, la situación era tan aterradora que me costaba creer que esto fuera real. Volví a respingar ante el inesperado pitido elevándose delante de mí. Al instante estiré con fuerza el cuello sintiendo los músculos tensionándose de dolor, y giré el rostro guiándome al lugar del que provenía.
En la computadora sobre el escritorio, una pestaña se abrió y en ella una serie de palabras comenzaron a transcribirse, dejándome aturdida.
Volví a enfocarme en él, no verlo moverse me hizo levantarme de inmediato, apartándome del hombre no sin antes volver a mirarle la máscara. Aceleré el paso y en cuanto llegué noté que se trataba de una ventanilla de chat abierta, y las palabras seguían escribiéndose por sí solas...
-. ¿Están ahí?
-. ¿Hay alguien con vida?
-. Se registró movimiento del área roja, ¿hay alguien ahí?
-. Somos once sobrevivientes en el área negra, la mayoría con armamento.
-. Repito, ¿hay alguien en el área roja?
Respiré con mucha fuerza y todo ese aire se atascó en mis pulmones. Las sienes me palpitaron, sentí que me explotaría la cabeza al igual que todo el cuerpo llenándose de un escalofriante shock.
Volví a leerlo, y sin poder creer lo que estaba sucediendo, tallé los parpados para releerlo todo. Sí, no me lo estaba imaginando, esto estaba sucediendo.
Once.
Once personas.
«Hay más personas aquí.»
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