Examinadora
EXAMINADORA
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Jadee agotada de tanto correr y aun así mis piernas temblorosas y adoloridas no dejaron de moverse sobre el oscuro pasillo. Corriendo, huyendo de lo que fuera que fuere lo que me perseguía.
Un gruñido bestial, potente y letal se levantó detrás de mi, penetrando mi columna de escalofríos de miedo y horror. Doble el corredizo y detuve el paso con tanta fuerza que casi tropezándome con los pies descalzos. Las dos bestias frente a mi se inclinaron mostrándome los colmillos de sus hocicos ensangrentados, gruñendo bajo, despiadados, amenazantes.
Garras largas, delgadas y filosas teñidas en color negro se abalanzaron sobre mis hombros y caí de espaldas lanzando el primer alarido, patalee, me retorcí cono gusano. La primera bestia que me tenia debajo de sus garras separó su hocico antes de esos tentáculos se enredaran alrededor y se lo cerraran. El crujir de su quijada dislocada le lanzó un gemido de dolor y entonces mas tentáculos se alzaron desde atrás de mi y sobre la bestia, tomándola del tronco y alzando fuera de mi al mismo tiempo en que la otra criatura también fue levantada.
Los tentáculos tan familiares y aterradores tomaron sus patas traseras y delanteras y halaron, una y otra y otra vez. Huesos crujiendo, bramidos bestiales y pieles negras y escamosas rompiéndose ante mi, derramando todos esos órganos y sangre por el blanco suelo y paredes.
—Eres mía.
Y esa gruesa voz varonil, emergiendo como un siseo bestial, rasgado en letalidad, detrás de mi, me inclinó la cabeza.
Ahí estaba él. El hombre más hermoso que pude haber visto en toda mi vida y al que saqué de aquella incubadora, completamente irreconocible ahora. Venas negras revestían por completo su cuerpo corpulento y mayormente desnudo, engrosadas bajo su pálida piel como si faltara nada para reventarse. Sus colmillos habían crecido fuera de su boca retorciéndole los labios amoratados. Sus mejillas ahuecadas y su mentón manchado de sangre que goteaba por el ancho cuello donde un tentáculo sobresalía fuera de una pequeña herida, y por encina de sus pectorales gruesos.
Con un solo brazo cuyas garras eran aun mas despiadadas que las de las bestias que asesinó, y con tentáculos gruesos y largos remoliéndose desde su hombro rasgado y estirándose hacia mi... sobre mi cuerpo, sobre mis extremidades para girarme y quedar delante de él.
Rodearon mis muñecas extendiendo los brazos a los costados, y mis tobillos par separarme las piernas desnudas. Desnuda. Yo estaba desnuda con únicamente la delgada prenda interior de las bragas y el sujetador.
Su larga lengua se relamió los labios cuando sus orbes negros y letales me recorrieron de arriba a bajo, desprendiendo un hambre feroz.
—Eres toda mía—ladró con la tensión notoria en su quijada.
Me removí cuando se arrodilló entre el espacio en mis piernas y una corriente frívola y cálida me recorrió desde el centro de mi vientre cuando una de sus garras se paseó sobre los frágiles pliegues que apenas asomaban bajo la ropa interior. La apretó contra esa parte inflamada y masajeó de arriba abajo y haciendo círculos perezosos, y el calor que revoloteó contra mi epicentro y como alas de mariposas me arqueó la espalda y me hizo gemir.
Entonces se inclinó sobre mi y temblé con su aspecto y con el roce de sus tentáculos sobre la mejilla, remoliéndome para apartarlos de mi. Sus orbes me observaron la boca como a un trozo de carne, y luego extendió una media mueca. Su cuerpo no emitía calor...
—Decídete— el helado aliento me perforó la boca, esa por la que yo solté un jadeo cuando aumentó el movimiento de su garra enviando una descarga de placer —. ¿Me tienes ganas o me tienes miedo, Pym?
No lo sé. Quise decir. Pero de mis labios no salían palabras, más que temblores cuando acercó su boca torcida bajo esos larguísimos colmillos que casi rozaban su nariz. Torcí el rostro hacia el costado en reacción y una risa ronca se desató contra mi cuello.
—¿Y?— ronroneo y hundió su nariz en mi limpia piel, suspirando en un ronco gemido como si lo que oliera fuera lo más delicioso en el mundo—, ¿será que te tengo ganas o solo es el hambre que he reprimido contra ti todo este tiempo?
Rizo sus colmillos contra la piel y su aliento frío volvió a removerme debajo de él.
—Quizás sea hambre— volvió a olerme y esta vez su lengua me saboreó el hueco en mi cuello hasta la clavícula y sobre mi hombro—. ¿Por qué no lo descubrímos?
Y entonces abrió mucho esa boca de tal forma que las comisuras se le reventaron, y sus colmillos se enterraron en mi hombro, atravesándome el hueso y tirando de la piel hasta despegármela, centímetro a centímetros reventando cada tejido delante y salpicando sangre y mas sangre. Grité de dolor y me retorcí cuando arrancó el trozo de carne y se lo metió a la boca con las garras, saboreando conforme masticaba y tragaba y cerraba los párpados hundiéndose en un gesto de delicia.
—Sí... es solo hambre.
Gritos de dolor y alaridos chillones estallaron en mis oídos cuando se volvió contra mi como una bestia, y supliqué y me retorcí cuando me arrancó otro trozo de piel del pecho y volvió a inclinarse y no se detuvo. Una y otra vez, mordiendo y arrancando, mordiendo, masticando y tragando partes de mi.
Extendí los párpados con un grito horrorizado atascado en la garganta mientras recibía el asfixiante silencio de la habitación y levantaba la espalda del colchón en el que me hallaba. El pecho me revoloteaba agotadamente, el corazón latiendo en mis sientes. Estaba sudorosa y alterada, tan aterrada que tomé el rifle y lo apreté contra mi cuerpo como si eso fuera suficiente para ahuyentar la sensación de esos colmillos sobre mi piel y el penetrante dolor que sentí, haciéndome temblar como si mis huesos fueran a romperse.
Una pesadilla. Solo fue una pesadilla. Me repetí. Todo el horror que había visto y todo lo que había sentido recientemente con eso y con él, combinados en una pesadilla tan horrible y tan extraña... perturbadora.
Tragué grueso y removí las piernas con la sensación fantasmagórica de esa garra masajeándome esa zona inquietantemente húmeda para luego recorrer con violencia cada parte del enorme dormitorio. Él no estaba aquí, y tal como había sucedido en aquel almacén ni siquiera en el baño cuya puerta se mantenía abierta mostrando su interior, lo encontré. Hallar la habitación vacía y tan escalofriantemente silenciosa, fue tan abrumador que su clasificación brotó de mis labios:
—¿Rojo?
El corzón quiso saltarme asustadizo cuando la única respuesta fueron las farolas parpadeando, oscureciendo y sombreándolo todo de horrible manera. Pero me dije que su ausencia no debía atemorizarme tal como lo hizo en aquel entonces, él debía estar ahí afuera, en el pasillo merodeando, revisando al rededores mientras yo volvía a dormir como si no hubiera peligro.
Cuando salió a deshacerse de eso y yo me acomodé en la cama extendiendo la pierna para masajearla, no recordaba haberlo visto volver y estaba segura de que ya había pasado tiempo...¿Durante cuanto estuve dormida? Esperaba que no fueran horas y horas.
Me deslicé fuera de la cama y me levanté todavía con el rifle apretado en manos. El aroma putrefacto como si mi cuerpo estuviera pudriéndose bajo la pegajosa sangre, trató de asquearme y voltearme el estómago, pero ahora mismo eso era lo que menos importaba.
¿Dónde estaba él?, ¿todavía seguia ahí afuera? Lo que mas me inquietaba era pensar que en el tiempo que estuve dormida, hubo peligro y él lo enfrentó... y salió herido, y por eso seguía sin estar aquí.
No, si algo así sucediera, él vendría para despertarme y movernos.
Relamí los labios apenas un poquito más tranquila de los estragos de la pesadilla y di una mirada a las farolas que dejaron de parpadear alumbrando todo por completo. Me acerqué a la puerta que daba al pasillo con intenciones de salir y buscarlo, de no ser porque una hoja pegada a la misma llamó mi atención, en ella estaba escrita una orden. La arranqué y la leí.
No salgas hasta que vuelva.
Estaría prestando atención a la letra cursiva tan perfectamente escrita en el papel y en el hecho de que él sabia escribir de tal modo, pero había algo mas que me preocupaba. ¿Por qué no debería salir? Me acerqué a las persianas para mover un par de ellas y ver a través de la ventana, preguntandome qué había estado haciendo él todo este tiempo.
Obtuve la respuesta cuando, entre tanta penumbra lo vi. Sobre los escombros de un derrumbe, arrodillado y ligeramente inclinado, dándome la espalda. Estaba a varios metros de aquí. Sin la playera puesta, lo único que llevaba puesto eran sus pantalones, todo su torso estaba desnudo, y una ancha espalda en la que los músculos tensos se le remarcaban bajo la pálida piel conforme movía sus brazos. Sus brazos. Dos brazos. Apenas un atisbo de emoción me encendió pero se apagó tan abruptamente cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo.
Se estaba devorándose los órganos de la mujer muerta en el pasillo. Y por más que intenté apartar la mirada, no lo hice, no pude. Había quedado petrificada, sintiendo como los músculos del estómago empezaba a contraerse.
Sus garras arrancaban y trozaban desesperadamente partes del interior del cadáver para llevárselas a su boca. Y aunque no podía verle la cara, la forma en que movía su cuerpo y rostro, me daban a saber que estaba disfrutándolo.
Los huesos de las costillas de la chica estaban esparcidos en el suelo, rotos así como uno que otro trozo de carne...las nauseas me invadieron.
Vi el rostro pálido y muerto de la chica joven, como de mi edad, y no pude si quiera expresar lo que sentí al imaginar que en lugar de ella era yo a la que le había abierto el abdomen y los muslos tal como esa pesadilla. Tal como mi pesadilla.
Las palabras de Roman volvieron a mí cabeza, mencionando que el experimento enloqueció de hambre y se comió a sus compañeros. Y Rojo 09 ahora mismo parecía enloquecido al probar la carne humana.
La respiración se me desató, desequilibró otra vez y tuve miedo, mucho miedo era como ver a una bestia desesperada y hambrienta, y no una persona, no más un hombre.
Pero él seguía consiente, ¿verdad?
Él seguía siendo Rojo 09, ¿cierto?
De un momento a otro, el trozo de carne del que sus garras se aferraban, fue soltado. De los labios se me escapó un jadeo y del cuerpo un temblor cuando luego, lo vi levantarse lentamente. Incorporándose por completo con esa figura imponente y escalofriante en la que sus omoplatos se marcaban. Sus garras se extendieron, parecían un poco crispadas: eran tan largas y apostaba a que filosas también. Se quedó en esa posición, cabizbajo y tenso mirando el suelo, o eso quise pensar. No estaba segura, pero solo podía ver su perfil.
Hasta que él torció su rostro de una forma tan brusca que me sacudió el estómago con nauseabundos espasmos.
Quedé en shock. Más asustada que consternada, viendo de qué forma se encontraba su rostro. Estaba torcido en mi dirección, sus ojos clavados en la ventana... en mí. Pude construir sus retorcidas facciones y esos largos colmillos que deformaban sus carnosos labios. Toda la parte inferior de su rostro estaba manchada de sangre, la sangre incluso le goteaba del mentón.
Con ese aspecto y su macabra mirada parecía un monstruo. No parecía ser el mismo.
No parecía ser Rojo.
Era más como el de mi pesadilla.
Todo mi cuerpo se estremeció y mis rodillas amenazaron con dejar de funcionar cuando bajó de los escombros. Tan solo lo vi retirar la mirada y lamerse con esa larga lengua el rastro de sangre en sus colmillos para luego empezar a caminar en mi dirección, reaccioné.
Me aparté cuando no pude mirar más, y cuando sentí esa presión nauseabunda subiendo desde la boca de mi estómago hasta todo mi esófago. Corrí al baño y vomité sin poder evitarlo. Y mientras me colocaba en rodillas y escupía los últimos restos de lo poco que había consumido horas atrás, escuché la puerta cerrarse.
Los nervios se me alzaron de punta.
No necesitaba dar una mirada de rabillo para saber quién había entrado y quién estaba acercándose. Limpié mi nariz con el dorso de mi mano y decidí levantarme para caminar al lavabo y, sobre todo, cerrar la puerta. Pero había sido demasiado tarde cuando su mano y esas largas garras se anclaron en el borde del umbral. Entonces solo pude quedarme quieta con un aterrador miedo perturbándome el corazón.
Las rodillas me temblaron al igual que las piernas con su intensa presencia que, cada segundo, crecía debajo del umbral. Con su intensa mirada clavada únicamente en mí, y esas garras deslizándose un poco más sobre la madera, produciendo un ruido espeluznante. No pude soportarlo más y levanté la mirada en dirección al espejo, contemplando su reflejo.
Sus orbes diabólicos me observaban desde esa posición detrás de mí. Una mirada macabra y diabólica destacando a causa de esos largos colmillos. No había una sola gota de sangre en su rostro impecable y ni una sola mancha en sus grandes pectorales de tal forma que por poco estuve a nada de preguntarme si lo que vi al otro lado de esa ventana fue una alucinación porque ni siquiera esos dos colmillos largos fuera de su boca se hallaban manchados.
Cono deseé que fuera solo una alucinación, pero las manchas de gota en sus botas de combate, y sus nudillos y uñas con garras apenas enrojecidos, me afirmaban cruelmente lo que vi.
Toda esa tención se escapó de mi cuerpo al ver que con frustración hundía sus cejas. No le había gustado que lo viera comiendo. Sabia cuanto había tratado de mantener oculta esa parte de él. Sabia que le aborrecía lo que le estaba sucediendo y que, pese a eso, seguía luchando por mantenerse cuerdo, consciente y no volverse un monstruo. Pero, ¿qué iba a saber yo? Por un momento pensé que estaba revisando el perímetro, no me cruzó por la cabeza que estuviera haciendo otra cosa.
Volví sobre el inodoro cuando no pude contener las nauseas vomitando el resto de lo poco que comí. Y detesté porque de nuevo estaba demostrándole que tenia miedo y algo mucho peor... cuando me dije que trataría de ocultarlo para no herirlo. Porque parte de mi no quería herirlo. Ya no quería verlo más del modo en que lo vi desde que supe que estaba contaminado,
porque él no tenia la culpa de absolutamente nada, así que me esforcé por tragar, contener el resto de las nauseas, limpiarme los labios, acomodarme un mechón duro detrás de la oreja, respirar hondo y enderezarme con una mirada que le reparó de rabillo.
— ¿Te... llenaste? —Mordí mi labio arrepintiendome instantaneamente de la pregunta más tonta que se me pudo ocurrir hacer con tal de acallar el silencio.
No pude si quiera buscar su mirada pero pude jurar que sentí que su rostro bajaba ligera mirando las gotas de vomito esparcidas por el suelo en forma de caminito corto hasta el retrete.
—Creo que debí escribir que tampoco miraras por la ventana—soltó en un aspero tono.
Sabía que estaba molesto, y por supuesto, esto solo hizo que la tensión entre nosotros fuera aun más incomoda...Y muchísimo peor que cuando me puso sobre su regazo, me habló de su celo y lo que se tenía que hacer para bajar la fiebre y que quería tener sexo conmigo, y yo me perdí en eso olvidándome del subterráneo, de que estaba herido y de que yo apestaba a basura echada a perder y mi aliento era el rey de los de los hedores.
—Creo que debiste mencionar que irías a comer, pero ya pasó.
Era como si mi cerebro no captara que tenía que callarme.
—Ya pasó —arrojo en un aspero bufido que me apretó más los labios, la torcedura en sus labios me dejó clavada, mi comentario le había molestado.
Me miró solo por un instante de una forma abrumadoramente intensa, antes de cortar la conexión y acercarse al lavabo. Los músculos saltaron bajo mi piel cuando lo vi arrancarse el primer colmillo largo que sobresalían fuera de sus labios como si de una astilla se tratara.
Solo entonces mi mirada cayó sobre esos extraños dedos que utilizaba para sacarle el segundo colmillo: dedos semi deformes cuyos nudillos no se notaban ni trazaban el hueso... Me di cuenta de que el brazo entero que se había arrancado en la zona canina, estaba completamente reconstruido, regenerado y envuelto en una extraña capa entre blanca y rojiza que no era de sangre ni de piel. Parecía estar hinchado desde debajo del hombro hasta la yema de sus dedos cuyas uñas también estaban bajo esa capa.
Su brazo le había vuelto a crecer por completo... Eso era una locura. Creí que ya nada en este laboratoro podría dejarme tan perturbada, despues de ver experimentos humanos, sangre que curaba heridas, hinundaciones y monstruos, y sin embargo, ver su brazo bajo una capa que me recorgaba a las serpientes mudando de piel, lo superaba.
Y su costado... su hermoso y corpulento torso repleto de músculos sin una mancha de sangre— porque apostaba que al igual que si boca, también se las limpió—, y sin una sola herida. Ese gran pedazo de carne que le hacia falta finalmente se había regenerado.
Eso podría decir que su cuerpo tenia la capacidad de regenerar también los órganos que le atrancaron, porque ahora mismo él se veía bien, se veía completamente recuperado como si nada le hiciera falta.
— Tarde o temprano iba a tocarme verte hacer...eso —decidí cortar con el silencio, pero de nuevo fue una maña idea.
— Y cada vez que me veas, veras como despellejaba y me tragaba los restos de esa humana— arrastró barriéndose la quijada con las garras—. Ahora no me permitirás tocarte ni acercarme a tí. No solo me temes, me tienes asco.
— ¿Eso es lo que te preocupa? Tú no me das asco —recalqué.
—¿Estas segura?— enfatizó entre colmilos mirando a la taza.
—Eso... —retuve la palabra sintiendome molesta, ¿cómo quería que no sintiera nauseas al ver cómo le arrancaba la piel a un cadaver y se la metía a la boca? No era él el que me dio asco, fue lo que lo vi hacer. Si fuera así, ni siquiera soortaría mirarlo —. No debería importarte cómo te miren otros por lo que tienes que hacer para controlarte.
Mis palabras lo parecieron encenderle una mecha cuando apretó la quijada y entorno su depredadora mirada sobre la mía, un atisbo de impotencia e ira seguía en esos feroces orbes cuyo carmín apenas seguían notorios. Sin dejar de penetrarme con intensidad como si deseara atravesarme en su silencio, movió sus largas y musculosas piernas acercándose a mi, eliminando la distancia que yo no pude retroceder. Se detuvo tan cerca de mi que el pecho se me rozaba a su torso y aun más cuando nuestras respiraciones congeniaban: era duro y su calor penetraba la ligera tela de mi camiseta de tirantes, perforando los pezones y erizando la piel al rededor. Eso...eso no me molestó.
—Me importa como me mires tú.
Un vuelco y el corazón se me soltó con acelerados latidos calentándome la sangre, algo inexplicablemente filoso acarició apenas mi rostro y cómo deseé no haber tenido esa pesadilla sobre él ni haberlo visto comer así.
—Lo que mas debería importarte... —Hice una pausa cuando casi tartamudeé —y lo que mas deberías querer es hallar una manera de curarte y salir de aquí.
—Lo que más quiero es que no dejes de verme como una persona—aclaró, apretando su mandíbula. Respirando tan fuerte que sus exhalaciones acariciaron por completo mi rostro.
—Te veo como una persona.
No le estaba mintiendo. No estaba hablando solo por hablar. Lo veía como una persona, lo veía como a un hombre. Como ese hombre al que saque de la incubadora, como el hombre que me protegió todo este tiempo. Ahora mismo lo veía así. A lo que le tenia miedo y me repugnaba era ese maldito virus que lo deformaba por momentos y lo volvía una bestia hambrienta como el momento en que estuvo comiéndose desesperadamente el cadaver de la monstruosidad y el de la chica. Para mi él no era eso y a eso le temía, a que el virus terminara convirtiéndolo en un monstruo y no pudiera si quiera controlarse. La idea de que esos orbes carmín nunca mas volvieran, y la idea de que su voz...
—Te veo como una persona—lo repetí y mi mirada revoloteo sobre sus pectorales y el modo en que se remarcaban con una de sus respiraciones—. No es mi intención mirarte y tener miedo cada vez que te veo en esas condiciones en las que tu aspecto cambia mucho. No puedo evitarlo cuando siento que el virus podría terminar por convertirte en uno de esos monstruos, pero... pero eso no significa que te trate como a uno porque sé no sepa lo mucho que a ti te afecta estar así.
Su intranquilidad y esa tensa ira se ablandaron en las facciones de su rostro y en esa quijada que casi se desencajaba de lo mucho que llegó apretarla, mis palabras lo habían tranquilizado y no pude entender cómo le importaba tanto lo que yo pensara de él y su situación.
—Aunque tampoco debería importarte como te mire una extraña a la que apenas conociste en el área roja hace unos... días— dije, apretándome los labios en una linea grueso cuando vi como sus labios apenas se ladeaban en una lobezna torcedura.
—¿Una extraña?—Hizo un lento muy movimiento de cabeza—. Yo no diría eso.
—Bueno... No conoces nada de mi.
—Excepto que te gusta gritarle a las alarmas como si fueran personas y que no sabes nadar— Movió tensamente esa quijada y esos largos labios pronunciando las palabras con un sentido del humor perezoso.
En algún otro momento estaría extendiéndome una ligera sonrisa, sí, una sonrisa que me hubiera gustado mucho hacer si tan solo nuestra situación fuera distinta. Pero no lo era, no con este laboratorio y el peligro andante, no después de que casi muriera y de verlo comer un cadaver.
—Ahora que estamos mejor, que tu herida sanó y que mi pierna ya casi no duele..., deberíamos continuar— inquirí—, ¿no lo crees?
La parte derecha de sus labios tembló casi como si quisiera estirarse cuando enderezó su rostro bajo un parpadeo sombrio de la farola.
—Como quieras—arrastró entre dientes.
Como quieras. Una palabra que se podría tomar como que le molestó que cortara esto, pero el tono en su voz me hacia dudar mucho que fuera así. Y para colmo ninguno de los dos se movió, ninguno de los dos apartó la mirada. Yo sabía que como dije aquello debía ser la primera en buscar un espacio, deslizarse y escapar de su cercanía y alistarse para seguir con el camino, pero no pude. No pude ni aun cuando alzó sus largos dedos con esas uñas largas y filosas, para deslizar sus blancos nudillos sobre mi mejilla pegajosa. No pude cuando se inclinó sobre mi y me levantó el rostro con sus garras bajo mi quijada para que su cálido aliento me humedeciera la boca.
—No sabes cuanto estoy deseando besarte —más que un comentario sonó a una urgencia ronca y gruñonamente baja que exploró cada fibra de mi cuerpo.
—Yo también.
Que alguien me dijera, por favor, que no había soltado aquello y que solo lo pensé, que solo fue un pensamiento fugaz y nada mas que eso. Pero hasta el calor en mis mejillas me traicionaba tanto como el revoloteo del corazón y esas delgadas alas en lo profundo del estomago vacío.
—Entonces bésame, Pym.
Su nariz rozó la mía y fue bajando hasta mi mejilla en una clase de caricia estremecedora que debilito a mis piernas. Las manos se me volaron a los costados de la pared detras de mi buscando donde aferrarme, estaba segura que terminaría cayendo al suelo en cualquier momento si él no se apartaba de mí. Y ganas le sobraban para querer hacerlo.
Podía sentir cono me deseaba, y esa tensión suya me adormecían los sentidos. Si por mi parte racional fuera, lo estaría empujando, tomaría la mochila y le dirías que estaba loco y que saliéramos de aquí y buscáramos el área naranja, pero... ¿por qué no lo hacía?
Porque quería besarlo también.
Por supuesto, tampoco unos besos me matarían. Pero, lo que si me mataría, era el hecho de que él me dejara sola.
Estaba enferma por desear su boca. Estaba enferma aun sabiendo que estaba contaminado y que acababa de comer carne humana, y que yo estaba sucía, bañada en sangre pegajosa y apestosa como si la piel estuviera pudriéndose. Peor aun, que yo acababa de vomitar justo en el retrete a su lado.
Y entonces mi cuerpo se deslizó por un pequeño espacio entre los dos, demasiado estrecho en el que nuestros cuerpos se rozaron enteros, escapando de su intenso calor, de esos calientes nudillos bajo mi mentón y de esos carnosos labios que estuvieron a nada de rozarse con los míos. Escapar de la tentación de todo lo que no tenía que suceder entre los dos, de lo que no tenia inicio ni fin. Y fue como subir a una montaña rusa y caer en picada, las mariposas apagandose e intercambiandose por ese hilo de disgusto que me molestó.
—Vámonos — mi voz sonó casi dura, urgente—. Si no hay peligro..., vámonos. Necesitando encontrar a los del área naranja.
Salí del baño y alcancé el rifle de dónde lo había dejado caer. Estaba furiosa, y no sabia si era porque no cumplí con ese deseo, o si era porque de nuevo estaba a punto de perderme en él en el momento inapropiado, perderme en esa atracción que desataba en mi cuando lo tenia cerca y demasiado cerca. No sabia si eso tenia algo que ver con su celo, o si su celo destilaba algo para adormecerme las extremidades de ese modo. O si era simplemente porque lo deseaba desde que me besó en la ducha o desde que me colocó sobre su regazo y me frotó contra su gruesa dureza, o desde que lo libere y lo vi desnudo..., no sabia nada con claridad. No lo entendía. No conseguía entender nada de lo que fuera que estuviera sintiendo por él o como lo sentía. Pero en lo único que quería era enfocarme en salir de aquí, solo en eso debíamos pensar los dos, en ver si había alguna cura y salir de aquí antes de que fuera demasiado tarde. No hacer ese tipo de comentarios ni flirtear, no tener ese tipo de acercamientos, no mirarnos con esa intensidad, no perdernos uno en el otro.
Tan solo me colgué el rifle al hombro, sin siquiera dar una mirada a esos pasos sigilosos asomándose en algún lado detrás de mi, tomé la mochila de la cama. Misma que me fue arrebatada de las manos cuando su enorme y grande brazo me rozó por encima del hombro para arrebatármelas con sus garras pasándola por encina de mi cabeza.
El calor de su torso rozandose a mi espalda tanto como ese ligero aliento humedeciendo justo detrás de la oreja, me endureció la columna y en menos de nada esa espalda se encontraba delante de mi, sus músculos moviéndose conforme se colgaba un azada a su ancho hombro y se dirigía a la puerta.
— Andando —siseó la orden cuando inclinó la cabeza de tal modo que pude ver parte de su perfil y esos orbes oscurecidos mirandome desde su hombro —. No estamos tan lejos del área naranja.
Quizás saber aquello debió tranquilizarme o confundirme como para preguntarle, pero seguía atrapada en esos mismos pensamientos, en ese ultimo casi beso, y en esta clase de relación y atracción tan inquietantemente retorcida y complicada que había empezado entre los dos. Pero no tendría por qué afectarnos porque solo éramos compañeros, lo único que nos mantenía unidos era el área roja y nuestro prioridad era salir de aquí vivos y sanos. Solo eso.
Y el futuro era tan incierto.
Abrió la puerta y tan solo lo vi detenerse a un costado y darme una mirada de arriba abajo, casi me detuvo el paso.
—Tu pierna— arrastró con lentitud, un tono espetante y bajo, antes de volver sobre mi mirada—, ¿te sigue doliendo?
—No tanto.—Me relamí los labios. No esperé que me lo preguntara después de eso, pero tampoco tenía por qué sentirme incomoda o sorprendida. Aun así, estaba sintiéndome un poco intimidada cuando no apartó su mirada y mucho menos pestañeó conforme me acercaba a él y al estrecho umbral—. Ya no me duele como antes... De hecho duele mucho menos.
Él no dijo nada más e hizo un leve movimiento de mentón que casi pareció un asentimiento y, sin moverse del umbral, echó una mirada al corredizo y a alguna parte en especifico de esa zona. Su perfil, Dios, no importa cuanto lo mirara y cuanto supiera que no era el momento, era más hermoso y perfectamente perfilado que el de cualquier persona promedio, algo así solo con cirugía se obtenía y él lo tenia todo por naturaleza.
Una belleza extraordinaria y espeluznante.
Me decidí a que no me hundiría más en esas telarañas confusas que me hacían reaccionar de estos modos y salí al pasillo, rozando sin querer el antebrazo con las abdominales de su torso. Una acción que me endureció y que, de alguna manera me di cuenta de que le retuvo una respiración antes de rodearme y empezar el recorrido.
En silencio, le seguí el paso por detrá de él. Revisé el pasillo que dejabamos atrás. Mi mirada baja no pudo ignorar algo en el camino, justo a la izquierda en el pedazo de pared agujeradas, y fueron los restos del cadaver de la chica. Su camiseta rasgada y su torso completamente abierto del abdomen hasta las costillas. Trozos de carne adornaban los escombros.
Cerré la boca en una arrugada mueca llevándome la mano al estómago. Lo único intacto eran su rostro, vientre y pecho, y estos últimos cubiertos todavía, aunque sus piernas también por los jeans ... excepto una de ellas cuya tela se mantenía rota en la parte inferior del muslo donde le hacia falta un gran trozo de piel, manteniendo un aspecto como si le hubiesen pegado una mordisca voraz.
Retiré la mirada con una sensación lánguida, una que aumentó escociendome los ojos. Traté de ocultarlo, de enfocarme en algo más , pero terminé clavada en esa ancha espalda viril frente a mi, en esos omoplatos que se movían apenas bajo su blanca piel y en esa remarcada linea que se ocultaba detrás de sus pantalones. No pude evitar imaginarme una situación distinta a esta, él sano y nosotros a salvo, fuera de aquí... quizás coincidiendo en algún lugar, una cafetería, o en la biblioteca, en algún concierto o en un bar... Él en un bar, eso e imaginarlo con escleróticas blancas era algo imposible de lograr. Porque nació aquí, fue creado aquí con ese físico, esa estremecedora belleza, esas habilidades y esas escleróticas que me hacían temblar de todas las formas. Y, cruelmente por culpa de lo que fuera que ocurrió, ahora estaba pagando un precio que él no merecía.
¿En serio podría haber alguna cura para él? Esa pregunta no dejaba de susurrarme, de hacer hueco en mi pecho y hundirse hasta el estomago. Porque eran obvias las advertencias de Roman, porque aunque él luchara tanto para no volverse una bestia desatada, llegaría el momento en que sucedería y no sabíamos cuando. Y yo no quería que llegara ese momento para él.
Quería que saliera de este lugar tanto como quería que mejorara, pero..., ¿y si a donde nos dirigíamos no había nada ni sabían de nada para ayudarlo? Si no sabían nada que lo curara, ¿entonces, qué sucedería?, ¿dónde más debíamos buscar?
—¿Encontraste algun mapa o...? — me sorprendió el hilo de voz con el que hice la pregunta y tuve que aclarar un poco la garganta.
—Encontré uno a unos corredizos de aquí—su respuesta neutral me hizo asentir.
Así que... después de deshacerse de su dura extensión, recorrió los alrededores. Si se tomó ese tiempo, quería decir que debí dormír por horas. Eso explicaba por qué apenas y sentía incomodidad en la pierna en la que caí, pero no lo suficiente como para moletarme al correr. No me dolía, solo era una ligera contracción cada que recargaba peso sobre ella. Dormí lo suficiente cómo para que el músculo se relajara también y de algun modo, eso no me agradó.
Yo dormí, mientras él seguro que no descansó y se mantuvo atento a cualquier peligro. Lo que me relajaba era que se veía mejor que antes, su brazo regenerado bajó esa extraña capa apenas traslúcida y sin ninguna herida.
Lancé una mirada a cada pasillo que se extendía a nuestros costados. Rojo 09 ni siquiera giró a mirarlos ni titubeó con revisarlos como si estuviera seguro de que estaban despejados, como si supiera que estábamos a salvo, y siguió el camino hasta recorrer tres pasadizos más que nos llevó a una división de salones de operativos y un centro de seguridad con puertas metalicas extendidas a los costados.
La iluminación no era nada buena en esta zona, y las pocas farolas que aun servían no solo no alumbraban lo suficiente como para aclarar por completo cada centimetro de los corredizos que se extendían a sus costados, no dejaban de parpadear, iluminando muy poquito y sombreando demásiado los interiores de los salones. Apenas podía vislumbrar las grietas en los suelos y las paredes más cercanas a notroso, un agujero en uno de los techos del corredizo junto al enorme mapa cristalizado, y cumulos de vidrios fragmentados y muebles derrumbados junto a cadaveres.
Tragué en seco y miré a Rojo 09 quién tomaba una dirección al pasillo a su derecha. Lo seguí a dos pasos de su espalda, echando un vistazo al mapa en el que apenas podía vislumbrar algunas zonas bajo la escasa luz: según, este era el corredizo que llevaba a un par de almacenamientos de equipo electrónico y de mobiliario, y más adelante de la zona infantil, el área naranja.
Creí que nos habíamos alejado demasiado, pero en realidad, no estábamos nada lejos, ni mucho menos lejos del comedor el cual se hallaba en una desviación de nuestro camino, un cortísimo pasillo a unos metros de la instalación neonatal, y eso por poco me alivio. Solo fue ansiedad lo que terminé sintiendo en su lugar, y de nuevo la pesadumbre en el pecho y esa pregunta que surgió hacia minutos volvió a mi cabeza.
Si a mi me perturbaban el hecho de llegar a esos sobrevivientes y no hallar nada que lo ayudara, no quería imaginar qué tanto lo torturarían a él sus pocas probabilidades, no quería pensar negativamente en nada sino en la fuerza de voluntad que él tenia como para soportar el virus y lo que le hacía.
—Cuidado— su voz espesa en una profunda advertencia y esa mano tan inesperadamente recostada en mi vientre, me apartaron la mirada del mapa.
Detuve el paso por la fuerza de su mano y el toque de sus largas garras, sus orbes feroces se movieron sobre los fragmentos grandes y pequeños de cristales esparcidos por el suelo como montones de granadas, más adelante de nosotros. Parecían haber sido antes la pared que complementaba la sala de seguridad: su interior repleto de ordenadores apenas visibles que creaban una media luna, una expandedora de alimentos, una maquina de expreso en el suelo y una mesa de billar.
Hasta billar tuvieron en este lugar...Asentí sin meterme tanto en esos detalles, y él me apartó la mano para continuar su camino.
Seguí sus pisadas, pisando donde él, los lugares limpios. Casi en puntitas cuando dejaban un pequeño espacio y casi saltando cuando no había donde más pisar más que adelante, pero él lo hacia perfectamente bien y más rápido que yo. Más sutil, mas agilidoso sin verse nada gracioso a diferencia de mi que tuve que levantar los brazos cuando me quedé en un solo pie por un par de segundos sin saber dónde pisar. Salté, chocando el costado contra la pared, mi mano voló en busca de él: rodearle del brazo picando creí que perdería el equilibrio, pegando mi pecho a su músculo y encajando los dedos a su caliente piel, sintiendo una de sus gruesas venas palpitándome en las yemas.
Pude escuchar un muy, pero muy, bajo resoplido escapando de sus carnosos labios, aunque ni siquiera volteó a verme porque su mirada feroz se mantenía revisando el corredizo de mas adelante. Mordi el labio inferior mientras lo soltaba cuando vi lo que nos esperaba, y él se empezó a mover.
Rodeamos cuidadosamente la montaña de piedra y arena que se amontonaba en el centro, pertenecía al enorme agujero en el techo sobre nosotros, ese donde colgaba la farola y los cables electricos: su interior era tan profundo y sin fondo que no parecía ser un derrumbe cualquiera, ni un derrumbe provocado por un estruendo. Alguien o algo lo escarbó. Eso era seguro.
Pero si Rojo 09 caminaba con seguridad, apenas moviendo su rostro a los lados, entonces aquello no estaba cerca de nosotros, ni ningun otro peligro.
De pronto, el agujero dejó de ser tan perturbador para mí cuando unos amontonados tentaculos negros junto a la entrada de un corredizo en tinieblas, delgados y largos sobre el suelo y junto al cadaver de una bestia, llamaron mi atención.
Eran de él. De eso estaba muy segura. Se los había arrancó.
—Interrumpían mi regeneración—le oí susurrar entre colmillos, apenas ladeando su rostro pero sin mirarme desde su hombro.
Por eso la herida en su costado tardó en sanar.
—¿Do-lió?—pronuncié con mucha lentitud.
—No.
Miré la capa que envolvía todo su brazo regenerado, esa misma que él comenzó a arrancarse mostrando una piel ligeramente rosacea en la que sus venas se engrosaban hasta adornarle las muñecas y esos nudillos blanquecinos.
Por poco me recordó a las serpientes y a los lagartos que mutaban de piel, pero el proceso era un poco similar al de una lagartija cuando le crecía la cola. Eso me recordó a los reptiles que vivos en el laboratorio de la zona X. Los utilizaron para crear a Rojo 09. Crearon un ser humano extraordinario, aquí, en este mismo infierno.
—Mantente a un paso de mi.
—Sí— musité, bajo, tal vez demasiado bajo, aproximándome muy cerca de su espalda, oculta bajo su enorme sombra, bajo esa terrible oscuridad a la que nos aproximabamos debido a que el resto de las farolas del pasillo habían sido arrancadas.
(...)
Un enorme umbral de piedra se agrandaba frente a nosotros, con un enorme espacio de porcelana blanca que llevaba a una división de salas con paredes coloridas y numeraciones enormes junto a cada puerta de cristal.
Parecía que el lugar no había sido tocado por ninguna de esas criaturas ni por nadie más, limpio y desolado, y terriblemente silencioso. Eso pensé mientras nos acercábamos cada vez a la escasa iluminación de la zona y vislumbraba la sangre que manchaba a lo largo de la pared rosada a nuestra derecha, como si alguien hubiese recargado su herida y se hubiese arrastrado. Eso no era todo, al lado del enorme letrero detenido del cristal de arcoíris que anunciaba la zona infantil, se hallaba un pedazo de carne...y no precisamente pequeño.
Tragué y me moví junto a Rojo 09 en todo momento. Otro trozo de piel se extendía a unos metros de nosotros frente a la enorme entrada de una de las salas.
—Por aquí — Hizo un movimiento de cabeza hacia la derecha, justo donde esos trozos de piel se extendían como si dibujaran una clase de guía, y no queria saber a dónde nos llevarían si los seguiamos los rastros.
Movi las piernas. Inquieta por el lugar, por lo alto que era el techo y los colores tan vivos en las paredes, las manos pequeñitas que se pintaban a cada tanto sobre ellas y todas del mismo tamaño y forma, por lo que supe que en realidad no fueron pintadas por niños. Las salas se acomodaban a lo largo del ancho corredizo, y me di cuenta de que el numero junto a los umbrales iba de mayor a menor cada vez que pasábamos de una en una. Sus interiores expancivos eran algo que me abrumó, me inquietó lo grandes que eran y lo que contenían.
Dentro de alguas a las que le eché una mirada, habían todavía más habitantes coloridas y de un tamaño pequeño, un
espacio de juegos para pequeñines con alfombra en forma de rompezabezas, un espacio medico, y otros objetos en el centro que no pude hallarle una razón.
En otras mas adelante, en lugar de los juegos tenian máquinas fisioterapeuticas, y otros mas tenían un un pequeño laberinto de piedra en el centro. Mientras tanto, otras dos salas, sus puertas completamente de cristal, tenían rejillas metálicas dejando pequeños espacios visibles del lugar. No tenían nada de color, mas que habitaciones mas agrandadas, un pequeño comedor, un espacio médico mas extenso con maquinas de examinación interna, y en alguna esquina, lo que parecían ser pesas aplastadas y sacos de boxeo rotas. Parecía una clase de celda, lo cual era abrumador tomando en cuenta que, si esta fue una instalación para cuidar de los niños, ¿por qué habían sacos de boxeo?
Todo alrededor tenía el aspecto de un hospital y una recamara de juegos.
Aquí fue donde Rojo 09 debió crecer cuando fue niño. Desde aquí comenzó a ser enseñado y a mejorar sus habilidades, probablemente.
La curiosidad me invadió con ganas de preguntarle sobre estas salas, si recordaba cuál fue la suya, qué recordaba y qué hacia aquí y en la zona adulta: porque si esta era el ala infantil, suponía que el ala adulta era donde estaban las habitaciones en las que él estuvo antes de que lo incubaran.
Quería saber mucho más que eso, cómo por qué lo ponían en incubación cada tanto tiempo, y cómo era tratado. Si le ponían un casco que emitia descargas eléctricas cada que lo sacaban para transferirlo a otro lugar, ya tenía una respuesta de muchas que hacían falta. Pero las otras...
Tal vez en otro momento.
Cada sala contenía poco más de quince cuartos. Y sin contar el resto de las habitaciones en las demás salas de entrenamiento, ¿qué tantos experimentos vivieron en este laboratorio? Mas de cien niños en esta ala... sin contar el ala de bebés y la de los adultos. Debieron ser cientos, quizás.
Y me sentía un tanto aliviada de no encontrar un cuerpo pequeñito en los suelos de cada una de ellas. Solo esperaba que el ala de bebés también estuviera vacía.
Detuve el paso en seco, de repente todo aquello viajó lejos de mi cabeza cuando vi la numeración de la siguiente sala: sala 3.
El número me era familiar, el umbral de un azul muy claro y su interior de un color más profundo con nubes blancas dibujadas en un costado de la sala donde más lienzos de tamaño pequeño, se hallaban junto a mesas con temperas tiradas.
Hermana, me has manchado los pies de azul...
Una risita infantil muy lejana tocó mis pensamientos estremeciéndome y erizando las vellosidades. Y no, estaba segura que esa vocesilla llamandome hermana y su risita, no pertenecía a ninguno de mis hermanos pequeños.
Me descubrí en menos de nada, adentrándome a la sala cuidadosa de no pisar los cristales rotos de las puertas. Manchas de sangre se extendían por el camino dirigiéndose al fondo de la sala y atravesando lo que parecía ser otro umbral que llevaba fuera de la sala, pero eso no me detuve. Observe algunas de las habitaciones que mantenían sus puertas abiertas. Cajoneras, juegos de mesa, un librero, una mesa con sillas infantiles, una cama individual con mantas coloridas y con dibujos animados, un televisor en la pared pintoresca, un baño al fondo. Las habitaciones tenían todo para la comodidad de cualquier niño juguetón, y por suerte todas estaban vacías, sin sangre, sin cuerpos pequeñitos... Tal como en las anteriores salas vacías, se habían llevado a los niños antes de que algo mucho peor llegara.
Pero de nuevo, eso no era lo que me importaba saber, ni lo que me llamaba a dentarme más, dejando atrás la clase de recepción en el centro del espacio medido. No cuando me detuve en cierta habitación enumerada, con un letrero en el centro de la puerta que anunciaba que la habitación seria limpiada próximamente.
Me acerqué, tomé el pomillo dorado y abrí la puerta, un cuarto de un profundo azul se vislumbró delante de mi, con cientos de dibujos adornando las pared, mas aun la que se hallaba junto a la cama cuyos cobertores de austronauta se mantenían desordenados: la almohada blanca con una ligera capa de polvo.
No era lo único con polvo. El lienzo que se acomodaba junto a la cama se veía tornado en un color arenoso, opacando el dibujo a medias de un niño con traje de austronauta. Una sonrisa de felicidad mientras sostenía lo que quizás iba a ser el casco pero todavía estaba sin finalizar. El enorme televisor también estaba empolvado y la mesa en el centro. Esa misma que estaba acumulada de muñequitos de spiderman y dinosaurios, y algunos libros amontonados.
—¿Qué haces aquí? —La voz profunda y áspera del hombre detrás de mi, por poco me hizo respingar.
Su sombra alcanzaba a agrandarse bajo mis pies, y supe que lo tenia a unos pasos de mi espalda, pero no pude voltear a verlo, ni pude detenerme.
—Creo que... — Tragué saliva cuando no pude completar la oración —. Creo que estuve en esta habitación antes.
—¿A qué te refieres?— su voz se engrosó, sus palabras arrastradas con un tono siseante al que pude prestar atención mientras me adentraba más—. ¿Estás recordando?
—No lo sé...—fue mi respuesta, confusa porque nada era claro—. Creo que no... S-solo quiero ver un poco y tal vez pueda hacerlo...
Sabias que no era el momento para detenernos, sabía que cualquier minuto podía ponernos en riesgo, pero había algo en esta habitación...Algo que me oprimía el pecho.
Repasé los libros dentro de un cubo de basura junto al librero, libros que terminé tomando y leyendo sus títulos. Era sobre el cuerpo humano, enfermedades, historia, ciencia, química, matemáticas, álgebra y calculo. ¿Le daban este tipo de libros a un niño?
¿Rojo también leía estos? No, ¿le enseñaban? Por supuesto que sí, alguien debió enseñarle todo lo que sabía, alguien no podría aprender matemáticas si no se le enseñaba.
—¿Tenían profesores aquí?— no pude soportar la incertidumbre susurrante.
Él no respondió por esos segundos en los que devolví los libros al cubo. En realidad, no tenían por qué responder, no estábamos para conversar. Ni mucho menos para detenernos a curiosear. Pero, solo por unos segundos. Solo serian unos segundos y luego seguiríamos con el camino porque si de algo estaba muy segura, era que este cuarto en particular me resultaba familiar.
Dejé los libros en el cubo y me acerque a los del librero. Estaba repleto de cuentos infantiles de princesas, cuentos de hada y más que nada, comics de superhéroes.
—Examinadores, Pym, así les hacíamos llamar.
—¿Examinadores? —musité al instante, observando los Funkos pops se acomodaban en un pequeño espacio entre todos los libros y comics. El del Hulk se vislumbró en mis pensamientos dentro de una cajita que antes tuve en mis manos. Recordaba haber regalado algo parecido, pero este..., ¿fue este?, ¿se lo di al niño de este cuarto o solo se me hacia familiar?
—Son los que se ocupaban de nosotros durante nuestro crecimiento y aprendizaje en cada etapa antes de ser enviados a incubación y ser transferidos a otra sala.
—¿Qué tanto les enseñaban en estas salas ademas de lo básico?
—Lo que se nos enseñaba, dependía de la etapa de maduración. Aunque seguro ya te hiciste una idea, se nos enseñaba a usar nuestras habilidades y a intensificarlas.— lo escuché detrás de mí, apartado. Podía notar su sombra en el suelo moviéndose fuera del umbral de la habitación—. Experimentabamos las capacidades y sensibilidades de nuestro propio cuerpo entre otros aspectos.
¿Por qué los llamaban examinadores, que tenían de diferente para no llamarlos niñeros o, mejor dicho, profesores?
¿Qué tanto le enseñaron sobre el sexo? Sabía que lo aprendió al ver a dos personas haciendolo, eso fue lo que me dijo, pero..., alguien le había dicho que a eso se le llamaba acto de amor así que alguien debió explicarle más al respecto.
Y ese alguien, ¿le enseñó a besar?
La curiosidad por saber cómo fue que se le enseñó eso, comenzó a picarme la punta de la lengua...
Tuve que tragarme la pregunta. No estaba merodeando en esta habitación para averiguar algo sobre Rojo 09, sino sobre mi. Giré contemplando de nuevo los dibujos y luego las temperas cerradas junto al lienzo, antes de acercarme al pequeño armario y observar tres batas pequeñas bien colgadas y planchadas. Ni camisas, ni pantalones, ni siquiera zapatos.
¿Usaban solo esto?
¿Rojo 09 usaba esto también?
—En la etapa infantil es lo único que vestían —le oí responder a mis espaldas, como si a pesar de que no mirara mi rostro, se hubiera dado cuenta de mis pregunta.
—¿Y... en la etapa adulta? — no pude evitar preguntar, mientras repasaba la textura de las batas con las yemas de mis dedos. Eran delgadas, demasiado delgadas que transparentaban.
—Usabas eso o unos simples pantalones de pijama con el mismo aspecto— esbozó.
Nunca usaron ropa normal, ¿solo batas hospitalarias? Pero él... No pude evitar torcer ligeramente el cuello y mirar sobre mi hombro esos pantalones oscuros que remarcaban sus muslos duros con la cadera recargada en el umbral ceñida por ese grueso cinturon bien colocado. Bueno, cambiarse, cerrar la cremallera, abotonarse y sujetarse el cinturón era algo que se aprendía por sentido común.
Y a él le quedaban muy bien los pantalones, más que una bata que apenas le cubría su entrepierna.
—¿Qué sucede?
Alce la mirada encontrándome con la ferocidad de sus orbes apenas carmin, mirándome con una profundidad que un estremecimiento en el vientre me tomó por sorpresa. Curvó la comisura izquierda de sus labios como si lo presintiera y no pude creer que pese a la situación, las mejillas se me calentaran
—¿T-todavía... es seguro?— musité.
Entornó su mirada un instante en los dibujos, serio, sin cerrar sus parpados, luego se enderezó del umbral, ladeando el rostro y mirando a la perilla de la puerta antes de entornarla sobre mi y con una intensidad en la inesperadamente el corazón se me agitó un poco.
—Lo es— recalcó, apenas mostrando sus colmillos con el tenso movimiento de sus labios rojizos—. ¿Has recordado algo estando aquí?
Hubo algo en su pregunta, un tono debajo de esa profunda asperidad, quizás, ansioso, y apenas audible. O tal vez no era nada debido a que su expresión permanecía seria. Aun así, había algo que nunca llegué a preguntarle cuando lo liberé de la incubadora.
—No— Negué con la cabeza en respuesta y volví la mirada a los dibujos—. Nada.
No importaba cuanto los viera, o viera toda detenidamente la habitación, nada más volvía a mi mente. Quizás llegué a entrar aquí y conocí al niño de esta habitación. O quizás estuve trabajando en esta misma sala y por eso el número de sala me resultaba conocido.
—En ese caso, continuemos— ordenó.
Mordí el labio inferior y asentí, no iba a rehusarme. Aunque era una lastima que no consiguiera recordar ni siquiera algo de mí relación con este laboratorio, alguna pista pequeña, lo que fuera de esta habitación que resultaba tan familiar.
Cerré cuidadosamente las puertas de madera y comencé a rodear la mesa en el centro: ademas de los muñequitos acomodados en un tablero de monopolio, había una tablet de videojuegos junto a una baúl de mediano tamaño en el que se escribía: "No tocar. El tesoro de Richy."
Richy... Richard...
Detuve los pocos pasos que di cuando el nombre resonó en mis pensamientos, mejor aun, ese baúl de madera blanca revestido de cuentas de vidrio con cadenas doradas adornando los bordes que, de algún modo, vislumbró en mis recuerdos el momento en que recibí una muy parecida como regalo de mi madre a mis dieciséis años para guardar joyería.
Tomé el baúl más rápido de lo que lo pensé, era la misma que en mis recuerdos, la misma mancha en el borde de donde la madera se curvaba por encima y que recordaba que yo misma la hice cuando la manché con el esmalte de uñas rojo y la recubrí con pintura acrílica blanca creyendo que no se notaría, cuando sí... La abrí de inmediato y en lugar de los aretes y los collares que recordaba guardar aquí, habían unas cuantas cartas bien dobladas y un mi tono de estrellas hechas de papel colorido amontonadas como confeti. Las mismas que yo hacía cuando niña y con las que me obsesioné tanto que incluso llenaba varias botellas de vidrio con lucecitas para adornar mi habitación.
Esto me traía gratos recuerdos que en algún otro momento me harían sonreír. Debí darle está caja al niño, pero, ¿por qué...? Detuve el pensamiento cuando atisbé ese lazo azul que sobresalía de entre el montón de estrellas en uno de los rincones, un lazo satén que parecía atado a una clase de carnet grueso. Ese carnet en el que apenas se veía un pedazo de una fotografía, mostrando únicamente una parte de un cuello delgado. Lo que me resultó tan extrañamente familiar y fue suficiente para convencerme de tonarme unos segundos mas, fue la pequeña estrella dibujada en el lazo azul.
No me detuve y lo saqué. Repasando en la fotografía en su costado que mostraba un rostro femenino y juvenil. Su cabello castaño oscuro, levemente ondeado y acomodado sobre sus hombros, le daban afinidad a esas facciones tan ligeras y a esa pequeña nariz repleta de pecas que terminaban esparciéndose un poco sobre sus sonrosadas mejillas.
Se me cortó el aliento cuando vi el color de sus ojos. Ese azul tan claro y profundo como el cielo. Y ese lunar, el mismo lunar que tenía...
Debajo de mí labio inferior.
Quedé tan perturbada como confundida que me costó moverme, que dude muchas veces en tomarlo creyendo que estaba imaginándolo, sin embargo, al final lo hice, reaccioné y terminé de inclinarme para tomarlo entre mis dedos. Aún en shock, leí el nombre que titulaba por debajo de la fotografía.
Pym Jones Levet.
Femenina.
24 años.
Tipo de sangre O positivo.
Población número 167.
Lugar administrativo en la corporación G.A.H.A (Laboratorio central de genética artificial humana-animal):
Fisioterapeuta y examinadora de la zona infantil sala 3.
—Esta... Esta...—Hice una pausa para tragar y encontrar mi voz en tanto subía la mirada en dirección a ese par de orbes rasgados que ya estaban clavados en mí—. Esta soy yo.
Asentí sin saber si sentirme tranquila o no, pero esta vez no pude detener mi lengua:
— ¿Pu... puedes contarme más de lo que les enseñaban aquí? —casi lo susurré, cuidando de no levantar la voz—, mencionaste que alguien te dijo que el sexo era un acto de amor.
Me retiró la mirada y la posicionó en la mesa con las dos sillas de esa misma habitación. Estaba repleta de libretas, juguetes y otras cosas que por lo abullonado que estaban, no podía saber lo que eran.
—¿Estas curiosa por ese tema? —arrastró curvando la comisura izquierda de sus labios. No pude creer que pese a la situación, las mejillas se me calentaran—. Nuestros examinadores apenas y respondian dudas respecto a nuestra existencia y partes del cuerpo del sexo opuesto, nos decían que el acto sexual solo lo experimentariamos una vez terminaramos la etapa adulta. Por ello no sé mucho al respecto sobre el acto sexual, solo lo que te dije.
— ¿Examinador? — repetí completamente confundida cuando nos acercamos a la siguiente haitación cuya cama estaba bien tendida, y muchos de los muebles completamente vacios a excepsión de la mesa donde descansaba un par de archivos y una tablet.
—Cuidador, o un niñero, pero más que alimentarnos y enseñarnos, era el encargado de mejorar nuestras habilidades y mantenernos vivos, así como prepararnos para nuestra maduración.
Arrugué la nariz, entonces no deberían llamarlos examinadores sino prácticamente niñeros y ya, ¿por qué ponerles un nombre que no tenía relación alguna con lo que se hacía? ¿O había algo que todavía no me decía sobre ellos?
Sali de los pensamientos cuando lo vi remover los archivos de encima de la mesa para luego, sacar de ellos, una hoja escrita. Traté de leer su contenido, juré haber visto mi nombre en lla, pero fue en vano tratar de confirmarlo cuando él la aplastó en su puño.
La dejó caer sobre todas esas cosas y con el movimiento que hizo después buscando nuevamente, hizo que un
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