Esa no es la luz del sol
ESA NO ES LA LUZ DEL SOL
*.*.*
¡No está funcionando...! Mi interior no dejaba de gritar aquello, quebrado, destrozado.
No podía explicar lo que sus palabras provocaban en mi interior en tanto se repetían en mi cabeza, pero era insoportable como esos ecos escalofriantes martillaban el dolor en mi pecho, escarbando en lo profundo de mi corazón para detenerlo. Arrebatándome hasta el aliento.
Mi rostro se dejó caer abatido por la realidad, dejando que mi destruida mirada reparara en ese pecho manchado de sangre, pero sin ninguna herida en su piel, esa piel que con cada tacto de mis manos se estremecía. En mi garganta un largo sollozos se construyó de solo pensar que ese estremecimiento jamás volvería a sentirlo otra vez, pensar que esos labios jamás pronunciarían mi nombre, y su bella mirada no volvería a contemplarme.
Solo ver su aspecto, su inmovilidad y palidez hizo que todo ese ardor oprimente subiera desde la punta de mi estómago hasta mi garganta donde el sollozo adolorido escapó entre mis apretados dientes. Cada pulgada de mi existencia estaba siendo torturada con la peor de las crueldades, arrebatándote de un segundo a otro al ser que más amabas. No podía entender cómo ni siquiera pude hacer nada para ayudarlo, para evitar que la bala atravesara su pecho, justo en su corazón, ¿por qué? ¿Por qué de todos los lugares de su cuerpo, la bala tuvo que terminar en su corazón? Esto era injusto...
Dolía mucho. Era tan doloroso, insoportable, y, sobre todo, inaceptable. No. No iba a aceptar este hecho, no lo haría. Rojo no podía estar muerto.
— Hazlo otra vez—pronuncié apenas, buscando su mirada—. Ti-tienes que volver a intentar—chillé, mi chillido rasgó por completo mi garganta. Mis manos se lanzaron a tomar las suyas para llevarlas sobre el pecho de Rojo, y cuando lo hicieron el quejido de dolor a causa de la bala en mi brazo me hizo quejar—. Repítelo..., ¡repítelo otra vez, por favor!
Sus ojos abiertos en par me observaron con sorpresa, solo un segundo me miró antes de ver el cuerpo de Rojo. Podía ver claramente, para mi lamento, que su rostro reflejaba pena. Pena hacia mí, porque él sabía algo que también sabía yo, pero solo no quería aceptarlo.
—Lleva varios minutos muerto, no se puede, lo siento— murmuró secándose el sudor de su frente con el dorso de su mano Estaba a punto de gritarle que lo hiciera, llorarle a ruego que lo repitiera, cuando alguien más interrumpió.
— Los experimentos somos diferente a ustedes, que lleve varios minutos muerto no quiere decir que la reanimación no funcione con él, por ende, repítelo— La áspera voz del experimento Negro se dejó escuchar en un tono severo mientras detenía su paso a centímetros del cuerpo del hombre. Torció su comisura izquierda en una maquiavélica sonrisa a la vez que elevaba el arma para señalarle en una amenaza: —. Sera mejor que empieces a hacerlo.
Aunque el arma no hacía falta, noté como los nervios del hombre comenzaban a brotar con un leve temblor en todo su cuerpo. Clavó su mirada en la boquilla del arma negra y larga antes de alzar sus orbes y ver al experimento con un gesto asustadizo.
—Que me apuntes con un arma no significa que él resucitará.
— ¿Por qué pierdes el tiempo hablando? —escupió el soldado Naranja, parecía irritado del hombre, una severa molestia que arrugaba su frente debajo de todos esos delgados mechones que se pegaban a su piel debido al sudor—. Hazlo por esa mujer que espera un hijo de él.
Esas últimas palabras se me clavaron en mi corazón, estremeciendo de horripilantes espasmos mi cuerpo cuando la gran mayoría de las miradas de los experimentos que se encontraban a metros de nosotros, volvieron a posicionarse sobre mí con un inexplicable gesto, casi como si se preguntaran de qué estaba hablando el soldado naranja. Pero a diferencia de ellos, las miradas de los sobrevivientes que seguían en la misma posición sobre sus rodillas, estaban llenas de temor y espanto, seguían observando tanto a los cadáveres de Rossi y Augusto, como a los cuerpos de los experimentos que se habían vuelto a acomodar cerca de la única puerta por la que un pequeño grupo de ellos, salió con sus armas entre manos.
Ni siquiera pude preguntarme a dónde irían o sí regresarían. Solo apreté mis labios manteniendo mis sollozos atascados en mi pecho, y cuando vi al hombre moreno cuyos zafiros se detuvieron también en mí, sentí que me destruiría. Asintió sin más, al instante volvió a empujar sus manos contra el pecho de Rojo, una tras otra, repitiendo el proceso de compresiones y el conteo susurrado por sus labios antes de inclinarse y expulsar aire a la boca de mi Rojo...
La tensión e impotencia no solo volvió a llenar el ambiente de la habitación con olor a muerte, sino mi propio cuerpo en los que mis dientes castañeaban de la fuerza que hacía con tal de no soltar los ruidosos sollozos, las lágrimas no dejaban de brotar, no dejaban de caer de mi mejilla sobre aquellas mejillas de pálida piel en la que se deslizaban, quería acariciarlas suavemente, que las yemas de mis dedos sintieran su calidez y sintiera como esa piel se estremecía debajo de mi tacto.
Pero solo no pude hacerlo, no pude ni moverme más, sentía todo mi cuerpo preso del momento, era una sensación asquerosa, repugnante ver como esta vez el hombre se mantenía firme, impulsando más fuerza en sus brazos, logrando que con el esfuerzo el sudor comenzara a gotearle más. Solo saber cuántos minutos pasó desde ese momento, el dolor en mi cuerpo empezó a quemarme la piel, comprimirme los músculos, desbaratar cada pulgada de mis huesos, hasta evaporizarme.
Él no estaba reaccionando.
No estaba funcionando.
No funcionaba tal como dijo el hombre... ¿por qué no lo hacía? La herida en su corazón estaba regenerada, igual la de su pecho, ¿entonces por qué no reaccionaba? ¿Por qué Rojo no estaba volviendo a respirar?
Por favor, por favor, por favor abre los ojos. Mi alma suplicaba a gritos chillones lo que mis labios no pudieron soltar a causa de los enormes nudos ahorcándome, asfixiándome. Gritos tan siniestros que aumentaban mi llanto con rotunda fuerza, una desesperación que tronaba mis huesos, una desesperación que estaba a punto de estallar mi cráneo junto con el tormento de todos esos recuerdos.
No podía contra todos ellos reproduciéndose en mi cabeza como ciento de películas, ¿acaso eso serían lo único que tendría de él? ¿Recuerdos solamente y nada más? No, yo quería tener más que recuerdos de Rojo, quería tener a Rojo, vivir con Rojo, sí. Hacer una vida con él. ¿Podríamos tener una vida juntos? ¿Viviríamos juntos?
Recordaba muy bien que me hice esas mismas preguntas aquella noche en que no pude conciliar el sueño sabiendo que Rojo volvería a su incubadora al día siguiente. ¿Rojo y yo no podríamos hacer una vida? ¿No podríamos tener una familia alguna vez? ¿Alguna vez lo dejarían salir del laboratorio al exterior? Esas preguntas rondaban sin límite en mi cabeza, y no pude soportar la angustia y el miedo de saber que ya no lo volvería a ver, que él una vez terminado su maduración se emparejaría en el bunker, se olvidaría de mí. Yo no quería olvidarme de él.
El miedo se había adueñado de mi cuerpo esa noche que me levanté de la cama en la que Adam se hallaba recostado, y sigilosamente salí de la habitación, corrí asustada con ese pensamiento para volver a la sala 7, para volver al cuarto de Rojo y saber que él seguía ahí aún. Cuando abrí esa cortina verde, lo primero que vi fue a él, su cuerpo recargado contra el respaldo de su cama, la misma posición que siempre hacía cuando no podía dormir y cuando quería pensar, recuerdo muy bien que se miraba hermoso, tan atractivo como siempre. En ese instante en que mi corazón se convulsionaba conmocionado, sus orbes se levantaron de sus descalzos pies para clavarse en mí, repararon en mi pijama y la bata abotonada por la mitad.
Y es que del miedo ni siquiera me había puesto las pantuflas, había salido descalza para llegar hasta él con el temor de que fuera demasiado tarde para decirle que yo también lo querían.
Que yo también sentía lo mismo por él.
Ni siquiera lo pensé dos veces cuando corrí hacía él con la respiración agitada, con el corazón a punto de ser escupido de mi garganta. Alzando los brazos para tomar su rostro una vez que él se arrastró en una esquina de la cama lejos de la pared. Y lo besé, lo besé con euforia devorando sus labios de un glorioso sabor, pidiéndole que...
Me dejara hacerle el amor.
Aunque él no sabía que significaban esas palabras, que sentimiento tenían para decirlo de tal forma que las lágrimas brotaran de mis ojos. Esa noche fue inolvidable, mágica la forma en que mis manos le acariciaban con suavidad, la forma en que él me acariciaba con dulzura, jamás iba a olvidar la manera en que terminé desnudándolo y besando cada franja de su deliciosa piel llenando su cuerpo de sensaciones nuevas para él, haciéndolo retorcer de placer.
Esa fue, la manera en que lo hice mío, le arrebaté su virginidad, tomé el primer paso para enseñarle otras formas diferentes de intimar con la persona que te gustaba.
Ahora entendía todas esas veces en las que Rojo se me acercaba hasta el punto de eliminar todo especio personal uno del otro, las maneras inesperadas en las que rozaba su piel con la mía, o ese beso tan arrebatador que me dio al salir del túnel de agua. Me pregunté cómo era posible que alguien como él conociera esas cosas, y por qué quería hacerlas conmigo. Todo se debía a que lo había olvidado, había olvidado al hombre que amé, aunque mi piel le seguía recordando.
Lo único que dejé que él me quitara esa vez fue mi pantalón de pijama con dibujos de nubes, adentrando sus manos a mí pequeña prenda interior donde sus dedos acariciaron de una forma tan inesperada que terminé gimiendo sonoro, cubriendo mi boca con mis manos por el temor de que los otros experimentos en sus cuartos nos escucharan. Y entre el delirio de esas pocas horas que faltaban para que él fuera llevado a su última maduración en incubadora— pocas horas que tendríamos para estar juntos—, se lo hice. Lenta y cuidadosamente disfrutando de sus gestos placenteros y dolorosos con cada suave meneo que hacía con mis caderas, aunque al final, terminé perdiéndome por completo en él al igual que él en mí.
Pero a pesar de que estaba estallando de un placer sentimental con sus embestidas pronunciadas que iban en aumento, en mi memoria aún estaban esas claras palabras que le lloré contra su boca:
Sí quiero estar contigo.
Escapemos juntos, Pym. Esa fue la respuesta que obtuve de él, antes de que llegáramos al final de nuestro delirio en un gemido ahogado en la boca del otro solo para estrecharme al final entre sus brazos.
No le respondí a su petición, aunque quise, porque la respuesta era más clara que cualquier otra cosa para él. No podríamos escapar, no saldríamos ilesos si lo intentábamos, a él lo castigarían y probablemente a mí me enviarían a la cárcel por tratar de sacar a la superficie a un experimento del laboratorio. Si no era la cárcel, era la muerte. De una u otra forma las cosas no saldrían a nuestra manera, así que esa vez en la que estuve entre sus brazos escuchando su cálido corazón latiendo acelerado, nos hicimos una promesa.
Una promesa que apenas empezaba a cumplirse, y que ahora... que ahora parecía querer romperse, volverse nada más que recuerdos dolorosos que amenazaban con destrozar cada parte de mi cuerpo.
Repentinamente una fuerte inhalación me sacó de mis pensamientos, aquella promesa se esfumó al igual que el resto de los recuerdos que pasé con Rojo en su cuarto cuando algo frente a mi realidad sucedió.
Algo que me abrió los ojos con los peores estragos, nublando mi panorama en lágrimas gruesas y calientes. Mis sentidos terminaron colapsando en un fuerte zumbido, y solo por ese instante hasta mi respiración se detuvo, un instante sofocador antes de sentir que en lo profundo de mí ser un cosquilleo esperanzador comenzara a florecer al ver aquellos labios carnosos y masculinos abrirse para arrastrar el aire del exterior.
¡Despertó! Él despertó al fin. ¡Mi Rojo despertó!
Mis manos cubrieron mi boca de asombro al no resistir todas esas sensaciones que fluyeron al instante. Esa emoción saltarina que campaneó mi cuerpo para hacerlo temblar y estremecer de escalofríos, estiraron mis labios en una sonrisa abierta de la que salió mi exhalación entrecortada, una sonrisa tan alzada de dolor que mis lágrimas cayeron con mucha más fuerza. Entonces ya no pude contener más esos rotundos sollozos al ver como sus parpados se abrían con lentitud, aunque apena lo suficiente como para dejarme ver esos orbes resplandecientes que mi alma entera anhelaba volver a contemplar. A admirar, a amar...
—Pym...— Mi cuerpo gimoteó sonoro al escuchar su cansada voz llamándome en un susurro. Escucharlo otra vez, llenó de vida cada rincón de mi interior.
No esperé ningún segundo más cuando todo mi cuerpo actuó demasiado apresurado, desesperado, demostrando lo mucho que lo necesitaba a él, aventándose sobre el suyo pero con el cuidado de no lastimar su pecho, pero seguramente ni siquiera iba a lastimarlo. Mis antebrazos se acomodaron de golpe a cada lado de su cabeza para tomar su rostro con delicadeza, acariciar esas húmedas mejillas en las que mis lágrimas siguieron cayendo con mucha más constancia a causa de la felicidad cosquilleándome.
Quise decir algo cuando al rozar sus labios terminé creando un pequeño espacio entre nosotros, pero los chillones gemidos no dejaron que mis labios pronunciaran palabra, solo pude contemplarle todo lo que pude, hundiéndome en la felicidad de ver sus ojos clavados en mí.
—¿Qué pasó...? —arrastró cada palabra con pesadez. Estaba muy cansado, podía verlo en la forma en la forma en la que sus ojos querían caer otra vez, sentirlo por la manera en que respiraba con dificultad.
Moriste, y yo estaba a punto de morirme si no abrías los ojos. Quise responderle en un sollozo que tampoco pudo salir de mi garganta.
Trague con fuerza los nudos, aclarando incluso los músculos de mi garganta para hablar:
— ¿Te du-duele... te duele el pe-pecho? —alargué en un gemido tembloroso, limpiando sus pomelos con las yemas de mis pulgares sin dejar de reparar en él, dibujarlo, contemplándolo mientras él pestañeaba con cansancio, hundiendo sus pobladas cejas en confusión.
Estaba vivo. Todo mi ser se llenó cada segundo en el que él respiró, de felicidad. Y gemí cuando sus dedos rozando una de mis mejillas me sorprendieron, estremeciendo hasta mis entrañas.
Se sentía bien, que me acariciara otra vez... era un milagro.
— No, me siento cansado— apenas terminó sus palabras, fue que rompí con los centímetros de nuestros rostros para cubrí con mis labios los suyos en un profundo beso en el que apenas sentí su correspondencia. Pero eso había sido suficiente para volcar mi corazón y hacerme suspirar, estremeciendo mi cuerpo antes de que él cortara el beso con rapidez —Pym...
Me nombró cuando sus hermosos orbes se detuvieron en una parte de mi cuerpo, todo su gesto terminó cambiando, entornándose a uno sorprendido de la peor forma.
Se levantó de golpe haciéndome apartar para que no termináramos chocando, sintiéndome perdida cuando sus brazos se movieron hacía mi brazo izquierdo y sus ojos contemplaron toda esa manga manchada de sangre. Contemplaron el agujero en la parte baja de mi hombro.
El horror talló sus orbes carmín, sus labios se abrieron y movieron, pero de ellos no salió la voz. Sus dedos apenas tocaron mi mano izquierda que ahora se hallaba recargada en su pecho.
—Tengo que curarte—el tono ronco y bajo de su voz con mucha más vida, me hizo negar frente a esa preciosa mirada que amaba tanto—. Estas sangrando mucho.
Ignoré el resto de sus palabras solo para agotar los centímetros que separan su cuerpo del mío y rodear— pese al terrible dolor en mi hombro— su toso con mi brazo sano en un temeroso abrazo en el que todo mi cuerpo se comprimió, se hizo tan pequeño contra el suyo cuando él rápidamente me correspondió. Rodeándome con una fuerza indescriptible que me hizo suspirar largo.
—Moriste—sollocé y tragué el dolor que se construía en mi garganta. Seguramente él ya se había dado cuenta de ese hecho.
Me aferré con todo lo que pude, apretando los dientes para no chillar del dolor en mi brazo. Todo lo que quería por ahora, era estar así con él, acomodar mi cabeza sobre su pecho y escuchar su corazón palpitar aceleradamente, así como en este momento lo estaba haciendo. Cálidos retumbados en su pecho que eran música para mis oídos, alimentaban mi cuerpo, escondían mis más grandes temores.
— Estabas muerto y yo... —No pude terminar de decirlo, las emociones fluyeron estremecedoramente en mi cuerpo, aumentando los nudos que con anterioridad me había tragado para poder hablar—. Me estaba volviendo loca.
Enseguida me deshice entre sus brazos cuando lo sentí a él acurrucarme más contra su pecho, cuando sentí sus labios depositar un suave beso en mi coronilla intentando tranquilizar mi llanto, y lo mucho que mi cuerpo temblaba. Su corazón palpitaba acelerado, hacia vibrar su caliente pecho que se inflaba con su lenta respiración.
Era esplendido. Tenerlo así de cerca era lo mejor que pudiera sucederme, y quería mantenerlo así siempre.
—Estoy bien—susurró contra mi oído, la simple tonada de su grave voz me estremeció el cuerpo. Me encantó estremecerme—, estoy bien, Pym, pero tú no lo estas— repitió, y esta vez sentí como apartó sus brazos para anclar sus enormes manos a mi cintura, rompiendo el abrazo, alejándome unos centímetros de él, lo suficiente como para que su mirada se contactara con la mía en una inquietante mirada—. Déjame sacar la bala.
Esta vez no puse objeción, pero volví a sonreír de felicidad dejando que las últimas lágrimas resbalaran de mis lagrimales frente a esa enigmática mirada carmín que contemplaba con preocupación mi herida. Una mirada de la que tuve miedo de no volver a ver jamás, al final, había abierto sus ojos.
Mi ser entero se sintió aliviado, pero todavía había otra parte de mi cuerpo que dolía además del ardor en mi hombro... mi vientre. El dolor en esa zona era igual al de los cólicos que tuve en el bunker, solo que esta vez sentía como en leves calambres se deslizaba desde mi abdomen hasta mi espalda baja. Y ese dolor, no era normal, no estaba bien.
Sabía a qué se debía, todo mi cuerpo estaba tan afectado por Rojo que también le estaba afectando a mi embarazo. Saber eso, hizo que llevara mi mano al vientre. Estaba mal, lo sabía, si no tomaba control con mis emociones desde este instante, las cosas se complicarían y me afectaría aún más, al final tendría un... Sacudí esos pensamientos, no iba a permitirme perder a este bebé.
—Perdóname, no pude protegerte—sus palabras endurecieron mi quijada, oprimió una flecha dolorosa en mi pecho. De ninguna manera me merecía ese perdón, no había sido su culpa, no había sido nuestra y al final yo no había podido hacer nada para protegerlo a él. Estaba a punto de perderlo, así que no tenía por qué disculparse.
—No fue tu culpa—solté bajo, estirando mi brazo sano solo para que mis dedos alcanzaran su mejilla y lo acariciaran con ternura, una caricia suficiente para estremecerlo a él—. Y sí me protegiste, así que no pienses más en eso.
Asintió sin pensar, vi como sus comisuras temblaban en un movimiento que me hizo saber que él seguía culpándose. Miró mi hombro una vez más, contrayendo un poco sus parpados en tanto revisaba la herida. Tomó mi ante brazo izquierdo para levantarme un poco el brazo. A pesar de que lo movió con delicadeza sin tocar la herida, el movimiento había sido suficiente para que mis músculos se contrajeran y en mi garganta se construyera un quejido que terminé soltando con fuerza cuando esos dedos apretaron mi piel herida para jalar levemente la piel.
Él apartó sus dedos de esa sensible área en tanto vio la forma en que apretaba los dientes, hundiendo sus cejas con preocupación.
—No alcanzó el hueso—hizo saber, deslizando sus dedos hasta mi mano donde con lentitud comenzó a acariciar mis dedos, enviando corrientes eléctricas a través de esa zona hacía todo mi cuerpo. Extrañaba ese tacto que no tardé en corresponder pese al dolor.
— ¿Có-cómo sabes eso? — quise saber.
—Porque alcanzo a verla— respondió levemente sin dejar de observar la herida, esta vez ocultando sus orbes debajo de sus enrojecidos parpados, dejándolos clavados en mi brazo. Ese acto me confundió, ¿podía ver la bala con los ojos cerrados? ¿O estaba viendo mi temperatura? De pronto movió su rostro encofrando sus parpados cerrados en una sola parte de todo mi cuerpo, mi abdomen. Me sentí inquieta cuando hundió un poco más sus cejas, inevitablemente llevé mi mano a cubrir parte de mi vientre al sentir el ardor en esa misma zona.
— Ya no lo veo, pero la siento— Sus palabras me estremecieron el corazón, nuevamente mis ojos se escocieron solo pensar que estuve a punto de perderlo para siempre, no conocería a nuestro hijo, no lo vería crecer—. El bebé está cálido.
Quise rodearlo, sentirlo entre mis brazos solo un momento más y besarlo con todas mis fuerzas, pero no lo hice, no solo porque sabía que no era el momento, sino porque de alguna forma me sentía segura de que tendríamos el tiempo de abrazarnos más veces de las que pudimos dentro del laboratorio. Tal vez estaba equivocada, no lo sé, pero así lo sentía. Así lo anhelaba.
— Esta feliz de que su padre haya vuelto a la vida —suspiré las palabras, atenta a esos orbes que se iluminaron al ponerse de golpe sobre mi mirada, y sonrió, estirando esos carnosos labios en una sincera sonrisa que solo aumentó mis ganas de besarlo otra vez.
—No voy a dejarlos—exhaló las palabras, palabras que hicieron morder mi labio inferior—. Te sacaré la bala.
—Pero hazlo rápido —Interrumpió el experimento 07 que a pasos grandes y lentos se detuvo detrás del cuerpo de Rojo, atrayendo rápidamente nuestras miradas—. No podemos perder tanto tiempo, debemos subir al siguiente piso de esta construcción.
— ¿Siguiente piso? —la pregunta resbaló de los labios de Rojo. Estaría haciéndome la misma pregunta si no fuera porque recordé toda la estructura interna y externa de la planta eléctrica en la que el laboratorio se escondía. Cada año nos dejaban salir unos días del laboratorio con un permiso para ver el exterior, para recorrer el pueblo en el que se hallaba la planta eléctrica o ver a nuestras familias, después de ese día, volvíamos al laboratorio. Era obligatorio salir a la hora que se nos permitían y regresar a la hora que ordenaban. Aunque yo solo salí dos veces, fue suficiente para saber que esta cámara de gas había sido construida para evitar todo tipo de riesgos.
Si un experimento escapaba, o si algún animal creado genéticamente subía de los elevadores hasta esta superficie, las cámaras de vigilancia en las paredes reaccionaban al reconocer los localizadores en el cuerpo de los experimentos, y emitían una señal de alerta que enviaba el gas venenoso por los conductos de ventilaciones para matarlos. Al parecer la cámara de gas había funcionado matando a todos esos experimentos deformes que se hallaban acumulados en una de las esquinas de la habitación. Pero estaba segura que la cámara de gas no funcionaría esta vez, si las personas que se mantenían vigilando a través de las cámaras seguían con vida, desde el primer momento en que los experimentos tocaron este piso, los de seguridad estarían encendiendo la cámara de gas para erradicar toda evidencia del laboratorio sin importar si nosotros los empleados seguíamos vivos y descontaminados.
Sí, al fin había recordado ese detalle, y lo imbécil que había sido Jerry al enviar a los experimentos a este piso.
Eso quería decir que esas personas estaban muertas, pero, ¿qué las mató? ¿O de qué escaparon? Jerry dijo que había más agujeros en otras partes del laboratorio, no solo en el área del comedor. Esa era la respuesta, los monstruos excavaron agujeros y lograron salir del laboratorio hacía otras partes de la planta eléctrica, evadiendo por completo la cámara de gas.
Al final, los monstruos habían salido al exterior, desatando el infierno.
—Hay una escalera que lleva a una puerta en la que se necesita un código que desconocemos—mencionó, apartando sus oscuros orbes para ver a los sobrevivientes acumulados en el centro de la habitación.
— ¿Alguno de ustedes sabe el código? Sera mejor que respondan de una vez—y esa pregunta no había rebotado de los labios del experimento 07 Negro, sino de otro experimento cuyos orbes grises con escleróticas blancas, se contrajeron en severidad ante los trabajadores.
Vi como el temblor se añadió en la gran mayoría de esos delgados cuerpos que compartieron miradas. Uno de ellos y que reconocí al instante, se levantó con su imponente figura uniformada, clavando su mirada grisácea en la del experimento casi como una mirada retadora.
— ¿Qué nos sucederá si uno de nosotros sabe el código? —inquirió espesamente el hombre de la cicatriz en la mejilla. Los labios de 07 Negro se redujeron a una sonrisa ladina que solo brindaba un aspecto más petrificante a su rostro, ligeramente juvenil.
— Tú lo sabes — afirmó el experimento que aposté a que pertenecía al área de enfermeros blancos, cuya mirada se sombreó más debajo de su cabellera negra colgando mechones sobre su frente. Por supuesto, la mitad de los soldados del laboratorio, sobre todo los que cuidaban del área del elevador, sabían los códigos para abrir las puertas de seguridad de la planta.
— No les sucederá nada, se quedarán aquí, esa es la orden—sentenció 07 Negro enseguida.
—A parte de este piso, hay dos pisos más sobre nosotros, y el resto de las habitaciones contiene un código diferente, así que, no, no te los voy a dar al menos que nos devuelvan las armas, las necesitamos para protegernos, fuera de estas paredes están esas monstruosidades—soltó casi espetándolo, sin desvanecer ni poco de la seriedad que mantenía.
—No—Detrás de mí, el cuerpo de Adam se levantó, se incorporó con los puños apretados—. No solo nos darán las armas, nos llevarán con ustedes, todos juntos podremos salir de aquí y sobrevivir.
—Eso suena mejor—pronunció el hombre de la cicatriz, ladeando el rostro con una torcida mueca—. Detrás de esa puerta hay otras tres de seguridad con códigos diferentes, si alguien las llega a tocar o colocar tres veces el código incorrecto se electrocuta, ¿entienden?
—Además, esos tres salones con las tres puestas de seguridad, están construidos de material resistente, no podrán agujerarlos—añadió Adam, rápidamente siendo atisbado por 07—. Somos los únicos que conocemos la salida y el mundo, nos necesitan.
—Eso no va a suceder—exclamó 07, casi parecía un gruñido por la forma en que apretó sus dientes, enfurecido—. Los que trabajan en este laboratorio no se merecen nuestra protección, así que mejor digan los códigos de una vez si no quieren morir —aventó las palabras, levantando su arma en señal al hombre de la cicatriz, y tan solo lo hizo, unos cuantos experimentos le imitaron. Y a pesar de que esas armas señalaron tanto a Adam como a otros sobrevivientes, fue un acto suficiente para que Rojo de inmediato soltara mi brazo solo para poner atención a la escena peligrosa que se desataba detrás de él, alzando un poco sus brazos frente a mis ojos.
—¿Qué problema tienen con llevarnos? ¿Realmente somos todos nosotros culpables de lo que sufrieron aquí?
El tono dulce de una voz femenina llamó la atención del experimento 07. Esos orbes repletos de un color miel brillaban de molestia hacía los experimentos que parecían estar al mando del grupo, en tanto con pasos lentos se abría camino para estar frente a los sobrevivientes.
Se cruzó de brazos logrando que con eso su busto debajo de su chaleco antibalas se apretara más.
— Ya mataron a los culpables de este desastre, supieron el motivo por el que lo hicieron y la realidad por la que fueron creados—recordó—. Pero no son a los únicos a los que les han mentido, a nosotros también, nos traicionaron y también nos quisieron matar. No tuvimos nada que ver con ellos, están siendo igual de inhumanos que ellos.
Ella tenía razón, sus palabras eran ciertas, aunque no se sabía si había entre ellos algún otro que estaba del lado de Rossi y Augusto, pero el resto eran inocentes. Personas que solo trabajaban en el laboratorio sin conocer realmente su propósito, tenían el único objetivo de ganar dinero y alimentar a sus familias.
Un susto se guardó en la sima de mi garganta cuando esos labios secos y de oscuras comisuras se estiraron en una escalofriante sonrisa que remarcó más esos orbes demoniacos. Una sonrisa tan aterradora que no afectó ni un poco a la seriedad de las únicas personas que permanecían de pie, enfrentándolo.
—O nos matas y mueren con nosotros tal como esos infelices querían, o hacemos tregua y nos llevan con ustedes—soltaron esos labios pequeños y rosados de la mujer de cabellera rizada, la sonrisa macabra del experimento del área negra, tembló de disgusto—. Nadie aquí los va a ayudar, a menos que nos ayuden...—y su voz dulce repentinamente se había engrosado cuando esas delgadas cejas castañas se fruncieron a causa de que el arma de 07 se había movido señalándola—, bajo una tregua que se respetara aun saliendo de este lugar.
Hubo un terrible silencio alrededor donde nada más que las respiraciones se alcanzaban a escuchar. Miré la ancha espalda de Rojo, como él temía porque algo se llegará a desatar que involucrara nuestras vidas otra vez, y no era el único, de alguna forma sentí que 07 Negro le dispararía a ella y a los demás sin inmutar un poco, pero entonces me sorprendió la manera en que retiró el arma.
—Bien—espetó a dientes apretados, reparando en el cuerpo entero de la mujer que mantenía la misma posición firme y sin miedo—. Solo a los soldados les daremos las armas, nadie más las tendrá durante su estadía con nosotros, ¿trato hecho, hembra?
—¿Hembra? —al repetir esa palabra, ella arqueó una ceja—. Con eso nos basta para proteger a los nuestros—respondió ella en la misma tonada, apartando su mirada satisfactoria para ver al hombre de la cicatriz y a Adam.
— Pero queremos las armas en este momento, no después—apresuró a decir Adam, dando un paso adelante, un paso más lejos de nosotros.
Con la quijada a punto de desencajarse, 07 torció su rostro masculino e hizo una señal a los experimentos, una que logró que estos empezaran a devolver las armas a los soldados sobrevivientes una vez que se apartaron de la pared junto a la puerta y dirigieron sus pasos a ellos, en silencio. Solo hasta que vi que los soldados sobrevivientes aun tomando el arma se apartaban de los experimentos sin intención de dispararles, pude respirar solo un poco aliviada, en cambio Rojo ni siquiera les apartó la mirada de encima, como si pensara que tarde o temprano los sobrevivientes o experimentos dispararían.
Un ardor en mi vientre, casi como cólicos, llevó mi mano a cubrir esa zona,
—Pero si por alguna razón llegan a disparar a uno de los míos o intentar lastimarlos, la tregua termina y todos ustedes mueren.
—No hay ningún problema con eso—reparó en decir la mujer al arrebatar de las manos de uno de ellos una escopeta antes de cargar el arma y clavarle la mirada a 07 y al enfermero blanco—. No somos estúpidos.
07 Negro chasqueó los dientes aun en una mueca en la que era fácil de saber lo mucho que quería gruñir. No le gustaba a tregua, o peor aún, no le agradaban los humanos sobrevivientes. Mis huesos amenazaron con saltar de mi piel cuando de un instante a otro teníamos esa demoniaca mirada sobre nosotros, observándonos, o, mejor dicho, observando a Rojo.
—09, apresúrate a sanar a tu mujer, tienes dos minutos, debemos salir de este lugar— soltó, mirándome de reojo un momento antes de comenzar a apartarse, y solo cuando estuvo lejos Rojo se giró, volviendo su mirada en busca de la mía.
Mordí mi labio inferior antes de verlo tomar mi brazo con delicadeza, dejando que sus pulgares acariciaran mi piel para trepar hasta la herida donde se quedó un momento analizándola.
— Respira profundo—me ordenó, con una suavidad de voz—, voy a meter mis dedos en la herida, te dolerá, preciosa.
—He sentido peores dolores—murmuré, un tono sensible que elevó esa mirada. Lo había dicho por él, verlo muerto, saber que no respiraba y que la bala había atravesado su pecho deteniendo su corazón, era como sentir que mi corazón también se detenía.
(...)
Contemplé la última habitación en la que estábamos detenidos después de subir un par de largas escaleras hasta un tercer piso, esperando con impaciencia a que el soldado con la cicatriz en el rostro introdujera el código en la pantalla pegada a la puerta metálica. Más que una habitación, parecía una caja fuerte en la que apenas cambiamos. Casi rozábamos nuestros cuerpos con el de otros. Todas las paredes de la habitación, tomando en cuenta el techo y el suelo estaban revestidas de metal igual que las otras habitaciones en las que estuvimos cuando en los pisos de abajo, las cuales mantenían ocultas las escaleras que nos llevaron hasta aquí.
Los monstruos no habían podido entrar a estas salas de seguridad, pero si habían podido cruzar de otra forma para llegar al otro lado a tras de los pasillos que conectaban a las salas revestidas de metal.
Las monstruosidades habían utilizado los ductos de ventilación que se conectaban del exterior de la planta, hasta el interior del laboratorio, porque, un piso atrás nos encontramos con unos ductos demasiado dañados y golpeteados, como si algo pesado hubiese estado arrastrándose en su interior. Aunque también, y lamentablemente, en los techos y suelos de los pasadizos que conectaban con las habitaciones en forma de caja fuerte—debido a las paredes, suelos y techos metálicos—estaban agujerados. No eran demasiados agujeros, pero eso nos mostraba que definitivamente esas monstruosidades habían encontrado la manera de salir al exterior.
De eso nos dimos cuenta cuando salimos de la cámara de gas y subimos esa larga escalera de barandales rotos dueña de una sala cuyo techo y suelo estaba repleto de agujeros, y solo unos pocos agujeros estaban sin terminar.
Estaba claro quienes habían escarbado en el concreto, y quienes intentaron escarbar en las partes revestidas de metal, y ver los agujeros nos dábamos una lamentable idea de lo que seguramente nos esperaría después de atravesar las puertas de seguridad que solo se abrían al introducir un código correcto.
Un tintineo que provino desde la pantalla de la puerta, hizo que la mano de Rojo apretara la mía en un agarre firme antes de ver como el soldado de la cicatriz extendía su mano y empujaba la puerta metálica. En un segundo el panorama del otro lado del umbral se extendió, al igual que esas ondas ruidosas que emitían las varias bocinas colgadas en los techos, un ruidoso sonido alarmante que era capaz de amortiguar todo tipo de voces.
Era una alarma, y ese tipo de sonidos querían decir que algo terrible había sucedido. Lo peor de todo es que nosotros sabíamos a que se debía. Las monstruosidades habían hecho de las suyas aquí, en la superficie.
—Andando—la exclamación de 07 Negro se escuchó apagada. Fue él el primero en atravesar la puerta, sin darnos una pequeña mirada, con el arma lista para disparar entre sus manos.
Rojo tiró levemente de mi brazo izquierdo— cuya herida de bala había sido regenerada, llevándose hasta el dolor de los músculos de mi brazo—, invitándome a mover las piernas al igual que habían hecho los demás, y lo hice, sintiendo el aliento al filo cuando mis ojos se pasearon por todos esos enormes tubos que se pegaban en lo largo de un pasillo alargado frente a nosotros. Un pasillo iluminado por sus largas farolas que se dividía en dos.
—Ese camino nos llevará a los motores de combustión, y del al final de la sala esta la salida al exterior —habló el de la cicatriz, señalando con su brazo el lado izquierdo del pasillo. 07 Negro se acercó, apartando de su camino a uno de los infantes para revisar el pasadizo bajo una sospechosa mirada, revisarlo durante unos largos segundos en los que la habitación solo se hundió en ese horripilante sonido que solo parecía anunciar peligro.
Un terrible peligro.
No dejé de ver en ni un momento ambos pasillos, temerosa de que por uno de ellos se apareciera algún monstruo listo para atacarnos.
—Guíanos—le ordenó 07, y pronto sucedió, el hombre de orbes grisáceos se movió apresuradamente, trotando por todo el pasadizo de concreto. Lo seguimos en silencio, todos alerta a cualquier cosa fuera de lugar. Algunos experimentos ocultando sus orbes bajo sus parpados para buscar temperaturas.
Lo segundos pasaron voraces, la tensión y miedo se añadió en nuestros huesos cuando al finalizar el pasillo, otra puerta metálica con un pequeño ventanal en lo más alto, apareció. Ese ventanal me recordó al área roja, a todas esas puertas que llevaban a diferentes pasillos del laboratorio.
Tuve ese inquietante deja vu que recorrió mi cuerpo en una clase de escalofríos, y quise detenerme al sentir por un momento que estaba nuevamente en los pasadizos blanquecinos del laboratorio, a punto de atravesar una puerta entre abierta que nos llevaría de regreso al infierno.
Mis dedos se aferraron a los nudillos de Rojo, mi cuerpo se acercó más al suyo solo para sentir seguridad de que lo que atormentaba mis pensamientos era solo eso, una idea tormentosa y nada más cuando vi al hombre detenerse para que con lentitud, tras revisar por la ventanilla, abriera la puerta dejándonos apreciar ese cuerpo arrumbado en el suelo... sin cabeza, sin brazos, y con un arma cerca del ensangrentado pecho del que le fueron arrancados varios órganos.
Con una mirada que le di fue suficiente para sentir como se me volcaba el estómago, la aparté de inmediato viendo al soldado naranja alejarse de la pelirroja para llegar al umbral donde estiró su cuello y movió su cabeza, buscando temperaturas.
Muy en mi interior comencé a rogar porque no encontrara ninguna, a menos las contaminadas.
— No hay temperaturas—apenas pude escuchar la voz de Rojo, y cuando miré en su dirección, abrió sus ojos, atisbé rápidamente su preocupación, y esos labios se apenas se separaban alistándose para hablar: —, pero eso no quiere decir que estemos a salvo.
—Encontraremos un lugar donde estemos a salvo—y por alguna razón, me escuché segura.
—Protéjanse—exclamó 07, había sido más una petición que una orden que no tardamos en poner en marcha. Tomando la única arma que tenía conmigo entre mis manos para darle una última mirada a esos experimentos que ocultaban detrás de sus espaldas a los infantes, dándoles la orden de no alejarse de ellos en ningún momento.
Los estaba protegiendo. Tal como Rojo hizo con la enfermera verde. Entre todos ellos encontré rápidamente a ese par de infantes que parecían ser de menor edad que el resto de los infantes escondiéndose detrás de las espaldas del soldado naranja y la pelirroja. Estaban tan aferrados a ellos dos, y ellos dos tan aferrados a esos niños de escleróticas negras y orbes platinados, como si fueran sus padres.
Respiré hondo y les di una última mirada antes de empezar a avanzar al como otros lo estaban haciendo para salir del pasadizo, pero cuando tan solo moví mis piernas, la espalda de Rojo apareció frente a mis ojos, deteniéndome enseguida.
—Quédate detrás de mí, Pym —ordenó, pronunciando la primera palabra con fuerza, en un ápice de seriedad—, no te alejes de mi lado.
—No lo haré—sostuve.
En segundos, habíamos pasado de estar en el largo pasadizo a recorrer en un tipo de almacén mucho más enorme y de techos realmente largos con máquinas grandes y entubadas unas a otras, con enormes agujeros en los suelos. Agujeros de un tamaño suficiente como para que una enorme criatura pasara a través de ella. Me perturbé conforme avanzábamos y encontrábamos más agujeros, profundos y oscuros. ¿Qué tan resistentes eran sus garras como para ser capaz de escarbar en asfalto?
La pregunta resbaló fuera de mi cabeza cuando algo más llamó mi atención siendo capaz hasta de volver mi estomagó. Pedazos de extremidades humanas empezaron a aparecer frente a nosotros, arrumbadas sobre las maquinas chapeadas de sangre o sobre el mismo suelo ensangrentado.
Había sido una masacre, una terrible y horripilante masacre... cadáveres de personas que vestían el mismo uniforme gris, personas inocentes que trabajaban para sustentar a sus familias murieron a causa del laboratorio. Entre todos esos cuerpos humanos solo encontramos a una monstruosidad sin vida a la que le habían agujerado el estómago.
Mordí con temible fuerza mi labio inferior sintiendo esos nervios ahumando cada pequeña parte de mi interior cuando al final de todo ese almacén, junto a una larga escalera metálica igual a la que se acomodaba fuera de la cámara de gas, se hallaba una enorme entrada de puertas abiertas iluminada por la luz solar...
Del exterior.
—Salimos al fin—musité asombrada e incrédula al sentir que probablemente todo esto era solo un sueño y que despertaría tarde o temprano de él nuevamente atrapada en el laboratorio. Me sentí asustada, porque si esto no era un sueño y estaba sucediendo realmente, muchas cosas peores nos esperarían al cruzar ese umbral, entonces.
Miré a mí alrededor sintiendo el sudor del pánico emerger en mis manos, observé a los experimentos que se apresuraban en trote a atravesar el umbral debajo del perturbador sonido de alarma aun intacto sobre nosotros. Desapareciendo de nuestras vistas con sus armas alzadas y listas para disparar a cualquier cosa que se atravesara. Rojo que no se detuvo en ningún momento soltó mi mano una vez que volvió a acomodarme detrás de él, parecía atento a toda esa cálida luminosidad que se expandía por primera vez frente a sus ojos, tomando cada vez más una forma desconocida, y muy perturbadora.
Una forma que al fin los experimentos conocerían, pero que quizás conocerían en sus peores condiciones.
El frio del exterior se hizo presente con los últimos pasos que dimos del otro lado del umbral, acompañado del aroma a tierra mojada. Y por ese nanosegundo en que la luz seguía cegándonos con su intensidad blanqueando todo alrededor, sentí que todo estaba bien, que todo estaba en orden, no había peligro por ahora. Sin embargo, me equivoqué rotundamente cuando la claridad frente a nosotros cayó cuando todos alzamos nuestros rostros al cielo...
Dejándonos saber que no era la luz del sol la que nos cegaba, sino enormes farolas colgadas en helicópteros que se paseaban con lentitud frente a la planta. Mis oídos rápidamente se fundieron en el ruido mecánico que las aletas de los helicópteros hacían, un ruido había sido opacado por el retumbado sonido de la alarma dentro de la planta eléctrica.
Y temblé sintiendo como si el cuerpo se me fuera a romper en cientos de piezas cuando dejé caer la mirada detrás de esas enormes torres eléctricas, entendiendo el por qué todos los experimentos habían levantado sus armas y el por qué Rojo me había ocultado detrás de su espalda antes de salir a la tierra mojada. No fue porque temieran al exterior, sino porque vieron muchas temperaturas fuera de la planta...
Como una amenaza.
No pude creer lo que estaba viendo.
Eran cientos de hombres, cientos de personas, cintos de soldados uniformados, ocultando sus cabezas detrás de enormes cascos, cargando sus enormes armas a varios metros de nosotros, posicionados mientras nos señalaban, y mientras los experimentos les señalaban a ellos.
Con el horror escarbando en mi acelerado pecho, una de mis manos voló apresuradamente a la camiseta rota de Rojo para aferrase a ella temerosa de que él disparara, aterrada de que esas personas le dispararan a él otra vez.
—¡No dispares, Rojo, ¡por favor no lo hagas! — mis palabras apenas se escucharon estremecidas cuando un sonido agudo en la lejanía se levantó sobre nosotros:
— ¡Esta es la armada rusa, tiren las armas al suelo y levanten las manos!
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