Epílogo

EPÍLOGO

*.*.*

Todo siempre tiene un final...

Y todo final siempre tiene un comienzo.

Mi corazón en ningún momento dejó de palpitar con locura desde que miré los enormes edificios de la ciudad de Moscú reflejados a varios metros de nuestro camino. Y aun ahora en que recorríamos el centro de la ciudad en la que nací, mi corazón seguía agitándose, escarbando en mi pecho con ganas de agujerearlo.

Eran tantas emociones combatiendo en mis nervios al mismo tiempo.

Volvería a ver a mi familia, volvería a escuchar las voces de mis pequeños hermanos otra vez, y solo saber que los tendría entre mis brazos y los estrecharía con fuerza, una gran emoción floreció en mi estómago, repleto de temor y felicidad.

La última vez que los vi mis padres seguían molestos conmigo, como les dije que había conseguido un empleo muy bien pagado fuera de la ciudad no les pareció lo correcto, después de la dura situación por la que pasábamos no querían perder a su hija mayor. Pero lo hice, me fui pidiéndoles que cada cierto tiempo fueran al banco a sacar el dinero que había ganado para ellos.

También les mentí acerca de mi empleo, ¿quién iba a decirle a sus padres que trabaja para un laboratorio secreto, siendo examinadora de un experimento que sanaba hasta la más grave enfermedad con su sangre? Nadie. Les dije que trabajaba para una compañía que fabricaba medicamentos, su establecimiento se encontraba fuera de la ciudad, y que por el horario que tenía, muy pocas veces podría marcarles. Muy pocas veces lo hice...

Después de todo lo que ocurrió en el laboratorio y que ahora estamos en Moscú, no sabría qué explicación darles a mis padres cuando los volviera a ver.

Mordí mi labio resistiendo el cosquilleo retorciéndose ansiosamente en mi cuerpo mientras miraba todos esos vehículos militares repletos de soldados armados recorriendo las calles de la ciudad con lentitud, observando cada rincón que sus miradas alcanzaran a ver. Mientras tanto, a su alrededor podía notar como las personas que recorrían las calles de la ciudad andaban sin ningún gramo de temor saliendo y entrando de los locales del centro.

Hacían su recorrido sin preocupaciones, caminando con normalidad, haciendo compras y conversando con otras personas antes de que el toque de queda comenzara en la ciudad.

Un soldado nos había mencionado del toque de queda en la ciudad y pueblos alrededor de la zona en la que sucedió el ataque de los contaminados. Aunque hasta entonces, no había pasado nada anormal en la ciudad, ni en ninguna otra parte.

Y esperaba que no pasara. Mejor que no pasara.

Dirigí la mirada a esos dedos que se entrelazaban con los míos, apoyando nuestras manos sobre uno de mis muslos. Desde que salimos de la ciudad, Rojo no ha querido soltarme. Subí la mirada por todo su torso hasta su rostro torcido. Podía ver apenas desde sus lentes de sol, esos orbes aturdidos persiguiendo cada estructura del centro de la ciudad, sea pequeña o grande estudiaba su complexión y color. No conocía las enormes empresas de Moscú, no le hablé de los edificios o incluso del puente sobre el mar por el que tiempo atrás habíamos pasado. Había quedado encandilado por el mar.

No era él el único contemplando la ciudad desde que llegamos, observando y analizando alrededor cuando di una mirada al resto de los experimentos, el experimento blanco que había estado con 07 Negro al mando del grupo, estaba en nuestro vehículo militar, y era el más intranquilo de todos. Fuera de su aspecto severo y peligroso, el enfermero blanco no dejaba de torcer su cuello a todas partes, hundir su entrecejo pálido bajo su oscurecida cabellera a la que le hacía falta un corte. Sus manos se anclaban al pequeño respaldo de nuestros asientos mientras se mantenía vigilando abrumadoramente a las personas que poco faltaban para cortar el metro de distancia entre el vehículo en el que estábamos.

De pronto su mirada se quedó clavada en un hombre de tercera edad que se había detenido justo al lado del final de la banqueta para cruzar la calle que el vehículo de nosotros cruzaba. Alzando su mirada anciana para toparse con la del enfermero blanco, oculta detrás de las gafas. Su gesto despreocupado cambió a confusión al estudiar no solo al enfermero blanco, sino al resto de los experimentos en nuestra camioneta. Seguramente preguntándose, ¿Quiénes éramos todos nosotros? Pues no llevábamos puesto un uniforme militar, ni menos veníamos armados.

El suspenso me estremeció las vellosidades cuando cambió de un estado confuso a uno asustado, palideciendo su rostro en tanto recorría por segunda vez, el resto de rostros del vehículo militar frente a él.

Entre esos rostros que vio durante el movimiento lento del vehículo, también reparó en Rojo, y se apartó sacudiendo las bolsas de carga aparentadas por sus puños, amenazando con soltarlas y salir corriendo. Eso hundió mi entrecejo, preguntándome por qué parecía asustado aquel hombre si la única diferencia que más abrumada y aterraba de los experimentos, eran sus ojos y estos estaban ocultos. Aunque claro, había más diferencias y eran su altura y apariencia tan perfecta de los experimentos, y esos orbes ocultos por lentes oscuros, fuera de eso, todo lo demás era idéntico a un ser humano común y corriente.

—Será mejor que se enderecen y bajen sus rostros, no queremos llamar la atención. Créanme, es mejor no hacerlo por ahora— soltó el soldado en un tono nada espeso.

Rojo miró por última vez sobre su hombro antes de enderezarse tal como hicieron los otros, pero, aun así, sus miradas terminaron inclinándose detrás de los hombros de los soldados sentados frente a ellos. Era imposible dejar de ver lo que te rodeaba cuando era nuevo para ti. Podía notar lo mucho que a Rojo le costaba creer que era real todo lo que observaba, ¿y a quién no le costaría creerlo? Hasta a mí me costaba, se sentía tan irreal, parecía un sueño en el que estábamos a punto de despertar.

Sería difícil de aceptarlo, pero así era, habíamos pasado de estar en el laboratorio a estar en una ciudad habitada. Sin muros ni pasadizo de laberintos, ni incubadoras y cámaras mucho menos un enorme techo a punto de colapsar. Estábamos fuera.

—Tal vez en un futuro sean capaz de recorrer estas calles—mencionó él, agregando al final—, si nada empeora.

En un futuro. Esas palabras se reprodujeron en mi cabeza y me pregunté cuanto tiempo debía pasar para que se cumpliera...

— ¿Los experimentos también? —La pregunta de Mila fue inesperada para él. Una de sus delgadas cejas se arqueó con elegancia en tanto se cruzaba de piernas junto al enfermero blanco, esperando a que el hombre respondiera—. ¿Ellos recorrerán las calles en ese futuro?

—Como dije...—dejó en suspenso, mirando a todos con un extraño gesto que me inquietó—, esa no es una pregunta que deba responder, pero supongo que también tendrán la suerte de hacerlo junto con ustedes. No estamos tan locos como esas personas del laboratorio.

Sus palabras inyectaron en mi inseguridad, su voz había sonado dudosa, sospechosa, no pude creerle, y no era la única que se sentía igual. El resto también sospechaba y Mila había creado una mueca en sus carnosos labios, fijando su mirada en el hombre como si buscara que dijera algo más.

— ¿Está seguro de eso? —inquirí, seriamente esperando a que esa mirada se pusiera sobre mí, lo cual sucedió enseguida cuando él se dio cuenta de la tensión en el grupo.

—Relájense—bufó, sonriendo a medias—, una vez llegado tendrán su propia habitación también, será como si estuvieran en su hogar.

—Lo dudo mucho—musité, dejando que mi mirada resbalara sobre mis pies un momento antes de clavarlas en la carretera. Una idea muy tonta había iluminado mi cabeza, pero sacudí ese pensamiento. Saltar del vehículo no serviría de nada, solo empeoraría las cosas intentar escapar ahora mismo. Desde un principio no tuvimos salida para esto, nos tenían acorralados, no tuvimos elección...

Ni siquiera nos habían dado nuestras armas aún, tal como ese experimento había dicho.

—Unos minutos más y llegamos —informó uno de los soldados. Me sentí abrumada, pestañando y viendo en todos los sentidos.

El vehículo aumentó la velocidad, haciéndonos aferrar nuestras manos al largo banco en el que nos sentábamos. El resto de camino hubo solo silencio entre nosotros en tanto seguíamos una dirección recta sin doblar esquinas, alejándonos cada vez más de la poblada ciudad. Solo saber que nos estábamos alejando, incluso de las calles que llevaban a mi antigua casa, volcaron mi estómago.

Pasaron lentamente los minutos para recorrer nuevamente una carretera vacía de estructuras o personas. Pero solo pasó menos de una hora para que en la lejanía se alcanzaba a ver unas enormes torres de concreto, rejillas de púas y una línea de soldados formados cuyos uniformes poco a poco empezaron a tomar forma.

Quedé en shock cuando miré que junto a uno de las torres un pequeño camino de tierra guiaba hacia un enorme muro de ladrillos que rodeaban un gran edificio ancho y poco alto. Súper entonces que ahí era a donde nos dirigíamos.

Era la base de la que hablaron y en la cual nos dejarían, ¿cierto? Miré hacia el otro lado de la carretera, tratando de alcanzar a ver lo poco que quedaba de las sombras de Moscú antes de sentí como el vehículo giraba en torno al camino de tierra para detenerse frente a esas largas rejas metálicas que atrajeron toda nuestra atención.

Temblequeé asombrada por la altura del muro y las torres que se acomodaban a cada lado de la entrada frente a nosotros. Miré todos esos militares uniformados, caminando de lado al lado del muro, custodiando el edificio, cuidando que nada ni nadie saliera sin su permiso...

El temor de saber que nos tendrían rodeados de más soldados, de cientos de militares armados picoteo cada parte de mi cuerpo, me envolvió en una fúnebre sensación inquietante.

—Bienvenidos a su nuevo hogar temporal— escuché decir algo soldado, y tan pronto su voz exploró poco de nuestro alrededor, las miradas de todos estaban puestas sobre él, negativas, severas, molestas.

Ese no sería nuestro hogar nunca...

De pronto las rejas metálicas comenzaron a recorrerse mecánicamente, y el vehículo no tardó en empezar a adentrarse.

Con los nervios en punta, la mirada quedó clavada en el perfil de Rojo. Y por como apretaba su mano a la mía, podía notar la mucha preocupación en él, porque lo que sucedería detrás de ese muro era desconocido. Malo o bueno, era completamente desconocido.

Una vez adentro no podríamos salir, saldríamos solo cuando ellos dijeran. Dijeron que nos dejarían salir cuando supieran que no había más de esas monstruosidades en la superficie, y también en el subterráneo. La pregunta que más me atormentaba era si Rojo y los demás como él, también saldrían de estos muros. Debían dejarlos salir, debían dejarlos hacer su vida tal y como ellos querían.

Si no los dejaban en libertad, si los volvieran a encerrar o si trataban de experimentar con ellos, estaba segura que Rojo y los otros los matarían, no se dejarían arrastrar otra vez. Sin embargo, ellos no serían los únicos que actuarían de inmediato si todo lo que nos dijeron resultara ser mentira, yo también lo haría, tomaría un arma y dispararía por Rojo y mi familia.

Tan pérdida estaba en mis pensamientos que no me di cuenta de que el vehículo se había estacionamiento junto a unos camiones militares de los que los otros sobrevivientes ya habían bajado, y se habían quitado los lentes de sol.

Nosotros no tardamos en levantarnos de nuestros asientos, algunos experimentos saltando del vehículo al suelo y otros apresurando sus pasos a los pocos escalones que colgaban al final del vehículo.

Rojo y yo los imitamos, nadie en el grupo bajaba la guardia observando en miradas endurecidas todo el entorno peligroso. Sobre todo, ese edificio a varios metros de nosotros. Era grande, no de altura, pero sí de anchura, con muchas ventanas sin barrotes en sus tres pisos. La terminación de su techo tenía la forma singular de un arco picudo y a sus lados dos torres pequeñas de ladrillo.

Para ser sincera, el lugar tenía forma de una iglesia y un castillo de dragones sin color ni belleza. Tomando en cuenta que también tenían un enorme almacén junto a lo que parecía ser el estacionamiento en donde estábamos parados. Un almacén de entrada ancha donde un par de vehículos de misiles se acomodaban.

— ¡Gugu! — la exclamación de una voz femenina irreconocible nos giró a todos el cuello en una sola dirección. Desde una de las puertas del edificio se apresuraban a salir tres figuras femeninas, dos de ellas correteando a la que vestía de negro, con una falda formal hasta sus pantorrillas delgadas y unos tacones de altura promedio. Pero ella y su cabello platinado con la cima de su nuca oscurecida a lo largo de pocos mechones, no fue lo que llamó mi atención.

Lo que llamó tanto mi atención que hasta abrió mis labios, fueron esa endemoniada mirada enrojecida repleta de largas pestañas que pertenecían a una delgada adolescente de al menos 14 años de edad.

Para mi sorpresa, llevaba puedo un vestido floreado y un par de sandalias blancas. Su aspecto impecable y saludable, y ese osito de peluche abrazado hacia su estómago me hicieron pestañar. Quedé en shock, todavía reparando en el atuendo de los que aseguraba y era la mujer sobreviviente que dijeron que era una de las secretarias en el laboratorio. Vestía unos pantaloncillos cómodos, y un jersey azul que resplandecía su verdosa mirada debajo de ese cabello negro desarreglado que colgaba por encima de sus hombros.

Estudiar sus miradas de sorpresa y emoción y analizar su aspecto, solo hizo que ya no supiera que reacción tener. Pero, ¿qué estaba esperando ver en ellas? Encontrarlas usando harapos, sucias y mal tratadas... Sí, eso estaba esperando ver, esperando a que todo fuera una ridícula mentira con que nos mantendrían en buen estado.

—Señorita Lidy, trajo a las chicas— soltó el hombre en una emoción falsa, algo que la mujer de vestimenta negra ignoró, dando una forma disgustada a sus labios antes de vernos a todos nosotros y volver a clavar la mirada en el hombre al mando.

—Llegas tarde—puntualizó, deteniéndose a tan solo medio metro de nosotros. Señalando con exageración su reloj en la muñeca—. El camino en auto a una velocidad demandada, dura cinco horas, no siete, Gugu.

Hundí el ceño al ver esa mueca mucho más marcada en sus labios que mantenían un color mezclado entre el purpura y el marrón.

—Había tráfico, como en toda ciudad— respondió él, tratando de enmendar su molestia con una extraña—. Ella es la señorita Lidy Elizabeth Kazlov la agente que el gobierno envió y que estará al tanto de lo que harán con los experimentos, también será la que los represente.

— ¿Y qué harán con nosotros? — retomó el soldado naranja la pregunta antes de que alguien más lo hiciera. Dio un par de pisadas lejos de la mujer pelirroja, dando un aspecto amenazador hacia la mujer joven llamada Lidy.

—Por ahora nada— replicó ella tras estudiarlo con una rápida mirada lejos de ser de interés —. Después se hará una junta en la que estarán presentes para saber sobre eso, por ahora solo repartiremos sus habitaciones después de una inspección.

——¿Una inspección? — esta vez pregunté yo, llamando la atención de esos ojos azul cielo repletos de pestañas largas y negras.

—Eso dije — recalcó en un tono áspero—. Primero los desinfectaran con un baño que deben hacerse todos sin excepción, después les harán una serie de preguntas personales, esto no sucederá con los experimentos, solo con los trabajadores... Por último, les repartiremos a cada uno una habitación— continuó, sacándome apenas del tomento en mi cabeza—, serán vigilados día y noche, pero podrán salir y recorrer alrededor cuando quieran, no están en la cárcel. Tienen libertad solamente detrás de estos cuatro muros, ¿entendido?

Esperó una respuesta de nosotros, una que no fue respondida ni con la peor de las miradas clavada hacia ella.

—La vigilancia esta duplicada—agregó tras un resoplido cansado llevando sus manos detrás de su cintura—, cualquier duda que ustedes tengan pueden preguntarme a mí o a estos sobrevivientes—señaló con un leve movimiento de su cabeza, a la mujer a su lado izquierdo y a la adolescente del otro lado.

Esa última sonrió con emoción, una sonrisa tan sincera que me confundió, me atolondro contrayendo mis cejas. Nadie que fuera obligado a estar aquí o que fuera maltratado por estas personas sonreiría así. Nadie...

— ¿Están decidiendo sobre nosotros? — espetó Rojo, desbaratando el agarre entre nuestras manos en tanto aquella mirada de Lidy de posaba en él—. Nosotros podemos hacerlo por nosotros mismos, no necesitamos de nadie más.

Aquella mirada azul se afiló con severidad en Rojo, una rápida mira le dio al resto de los experimentos antes de disminuir solo un poco la mueca que llevaba en sus carnosos labios para hacerla hablar.

—Están en territorio ruso, no pueden decidir sobre ustedes cuando no tiene una identidad, no pertenecen a ninguna parte social ni denominación, prácticamente no existen, y si decidieran por ustedes mismos en esta zona estarían muertos o presos—sus palabras que había sido soltadas sin titubeos y con seriedad, me hicieron tragar.

Me abrumé porque en gran parte ella tenía razón, cualquier extranjero sin permiso u otra persona sin huellas digitales era arrestada y reportada, llevada a prisión. Pero los experimentos eran algo más que personas sin huellas, no existían y habían sido creados contra la voluntad del gobierno.

— Nosotros les estamos dando una oportunidad de ser alguien, una vez decidido, serán registraremos bajo un nombre y un apellido que ustedes elegirán. Su nacionalidad será la de nosotros— No me esperé esas palabras que fueron acompañadas con el asentimiento de la secretaria sobreviviente a su lado.

Quedé atascada entre todo lo que decía, preguntándome si era cierto o solo una trampa, una mentira. Se sentía tan irreal, tan fantasioso. Mi razón no pudo entenderla, no pudo comprenderla, ¿estaba diciendo que registrarían los nacimientos de Rojo para hacerlo un ciudadano? ¿Estaban diciendo que los aceptaban como personas? ¿Iban a liberarlos? ¿Los dejarían hacer una familia? Mi cabeza estaba tan repleta de preguntas que por ese instante todo dio vueltas ante mis ojos.

— ¿Aún no nos creen? —aseveró, analizando nuestros blanquecinos rostros—. Esos monstruos mataron personas, invadieron nuestro territorio, hay quienes no quieren que ustedes vivan en nuestro país porque los consideran culpables de lo que pasó en Kolonma1, pero no somos inhumanos como para matar a una especie nueva y fuerte.

— ¿Quiénes lo decidirán? —inquirí, mi tono había salido débil, tuve que carraspear ates de ver sus orbes azules encima de mí.

—Pronto lo sabrán, ya que todos ustedes estarán presentes—determinó y suspiró—. Así que, si quieren nuestra ayuda, tendrán que cooperar. Me acompañara para desinfectarlos y llevarlos a sus habitaciones, ¿de acuerdo?

Nos miró con detenimiento, esperando otra vez a que dijéramos algo. Pero todos habían quedado en blanco, pensativos, atrapados entre la duda y la preocupación.

—Queremos nuestras armas de ser así—la voz del enfermero blanco se abrió paso en el silencio que la pregunta de Lidy había dejado.

—Sí claro, y luego podrán matarnos, ¿no? —refutó, arqueando su ceja, llevaba una sonrisa irritada en sus labios

— ¿No estarían ustedes intentando lo mismo con nosotros? —contraatacó Rojo en casi un gruñido, sus puños inesperadamente se apretaron. Tan solo vi como en todo su blanco cuello se marcaban sus venas, apreté mis labios. Estaba confundido, tan confundido que le molestaba mucho.

—Dijeron que nos darían las armas de vuelta, si no nos la dan sabremos que mienten. Denos las armas y te seguiremos—reclamó el enfermero blanco, dando un paso adelante, firme y peligroso mastranzos sus apretad

—Escúchenme—exclamó ella—, no les daremos sus armas a menos que confíen en nosotros, si lo hacen, nosotros confiaremos en ustedes también, como para darles sus armas. Sin confianza, no haremos nada por ustedes. No somos estúpidos, sabemos que si les damos sus armas en una oportunidad estarían matándonos.

— ¡Y lo haríamos! —gruñó el experimento del área blanca, respingando su voz en mis huesos.

Miré hacía el experimento adolescente, como se guardaba en su rostro un susto a causa de la tensión en el ambiente. Saber eso, y ver cómo incluso se recorría de su lugar para acercarse Lidy y anclar una de sus manos en su antebrazo, golpeó mi cabeza. Nos temía... Le temía a su propia especie, o al menos las amenazantes posturas de Rojo y el enfermero blanco. Pero hubo algo más que me dejó pensando, algo que hizo click. ¿Quién se acercaría a una persona sabiendo que esta miente y que es peligrosa?

Ella era solo una adolescente, sí, pero en este momento su comportamiento no estaba mintiendo. Confiaba en Lidy tanto que hasta se aferraba a ella.

— Hemos tenido demasiado obedeciendo órdenes, cayendo en trampas, siendo manipulados y experimentados como para saber que lo que dices es una mentira—arrastró esta vez el soldado Naranja, rencoroso, receloso ante la firmeza de la mujer que de un momento a otro había cruzado sus brazos por encima de su pecho. Él se hallaba casi al final del grupo de sobrevivientes, cubriendo con su enorme e imponente figura a la mujer pelirroja que sostenía el bebé esta vez en sus brazos y no en la mochila.

—Si eso es lo que deciden y no quieren confiar—pausó, sin mueca ni gesto en su rostro dándole una mirada al soldado naranja—, entonces no puedo ayudar a defender su existencia...

—No se preocupen— la mujer de orbes verdes junto a ella le interrumpió—. Nosotros estábamos igual al principio, intentamos una vez escapar porque todo lo que nos decían se escuchaba demasiado bueno para ser real. Pero si no lo fuera, negro 55 y naranja 11 no estarían ayudándolos. Pasaron por lo mismo que ustedes, no se atreverían en meter a otro infierno a su misma especie si estas personas estuvieran mintiendo— pareció muy convencida de lo que decía, y no era la única convencida al ver que los dientes del enfermero blanco dejaban de apretarse con fuerza—. Solo intenten confiar y lo sabrán.

— ¿Y cuándo eso suceda ya estaríamos encerrados otra vez? —con un tono socarrón e irritado, Rojo soltó esa pregunta. No esperando que el soldado naranja se interpusiera con otras palabras que lo dejaron hueco:

—Lo haremos.

— ¿Qué? —escupió Rojo. La piel de mi cuerpo se erizó al ver sus orbes diabólicos abiertos de una forma aterradora clavándose en el par de orbes naranjas—. No voy a poner en peligro a mí...

—No tenemos elección, tampoco pienso poner en peligro a los míos—interrumpió antes de que Rojo terminara. Y cuánta razón tenía él, estábamos atrapados, siendo observados por todos esos soldados en lo alto del muro.

— Sí esta mujer está mintiendo...—pausó el enfermero blanco esta vez, dando una mirada a Rojo antes de dar varios pasos rumbo a Lidy quien en todo momento permaneció firme—. Será la primera a la que le arrancaré la piel.

Lidy arqueó una de sus cejas coloridas a la misma vez en que levantó un poco su mentón y estiró una leve sonrisa sin miedo ni pánico cuando él se detuvo a solo medio paso de ella. Uno tan cerca del otro que el mismo pavor se añadió a mis huesos con el miedo de que uno de los soldados llegara a dispararle si él llegaba a tocarle un pelo a ella.

—Arrancaré trozo por trozo hasta drenar el último de tus sollozos...—sus escalofriantes palabras escupidas en un tono engrosado y bestial no provocaron nada en ella.

—Entendido, Shakespeare—soltó Lidy sin titubeos, apartándose de él para ver al resto con severidad—. Síganme, dramáticos— Y sin decir más, nos dio la espalda, caminando por su propia cuenta sin siquiera detenerse a mirar si las seguíamos o no. Porque al final sabía que la seguiríamos.

Me sentí abofeteada mentalmente, todas esas sospechas empezaban a esfumarse conforme ella avanzaba, transformándose en preguntas. No estaba entendiendo su comportamiento, si realmente ella estuviera mintiendo y solo quisieran a los experimentos desde cuando que nos habrían tomado a la fuerza sin necesidad de mentirnos una y otra vez. Pero aun teniéndonos en esta posición, rodeados por grandes muros y rodeados por cientos de soldados armados haciendo imposible que escapáramos, seguían diciendo que ayudarían a los experimentos, que nos liberarían después de un tiempo.

Ese hecho era desconcertante. Desde cuando que nosotros habíamos perdido la oportunidad de escapar, de disparar y matar a muchos de ellos. Ellos tal vez... estaban diciendo la verdad.

No pasó mucho cuando el primero en seguirla fue el experimento del área blanca, dando una rápida señal a los suyos para que hicieran lo mismo. Lo imitaron con duda, viendo hacía lo alto de los muros una vez más. Hice lo mismo, antes de ser incitada por Rojo y su mano nuevamente tomándome con delicadeza de la mano para caminar rumbo al edificio.

—No me gusta esto, no quiero que volvamos a estar encerrados—le escuché decir a Rojo después de que se inclinó un poco hacía mí—. Siento que algo malo ocurrirá.

—Tal vez...— me detuve a pensar bien en las palabras que soltaría en voz baja—, quieran ayudarnos.

Mi pregunta hizo que su entrecejo se contrajera con extrañez, sus labios se retorcieron prontos en una mueca separada.

— ¿Por qué lo crees? — quiso saber.

—Estamos rodeados y no tenemos armas, está claro que no podríamos contra ellos si intentáramos escapar. Entonces, ¿por qué siguen diciendo que nos ayudaran y nos liberaran? —inquirí a voz baja y leve—. Desde cuanto que perdimos la oportunidad de escapar.

Hubo un silencio en el que desvió su mirada al umbral del edificio al que nos dirigimos y al que no tardamos en adentrarnos. Observando un estrecho pasadizo corto con una puerta en cada lado—cada una con nombre diferente—que llevaba a un salón amplió con una larga y grande escalera de porcelana sin barandales. Pensé que la subiríamos, pero ella terminó cruzando de largo, pasando al pasillo que se ocultaba en un gran espacio detrás de la escalera.

—Si crees que es así, Pym, te apoyaré, pero no dejaré que nadie te ponga un dedo encima—terminó diciendo al final.

(...)

Al principio nos habían puesto a todos en un mismo salón enorme, dividido a la mitad por una larga cortina gruesa, enviando de un lado a los hombres y del otro a nosotras, las mujeres.

Solo saber que no estaría junto a Rojo, me puso más nerviosa.

Nos adentraron a unas duchas que se notaban que habían sido instaladas ese mismo día, con un umbral del que colgaba otra cortina para mantener nuestra privacidad de los otros. Sin regaderas y coladeras, con un agujero en el centro del suelo de porcelana. Estaba bien iluminado como para ver que habían colgado mangueras a lo largo del techo separada una de otra por más cortinas azulejas. Mangueras que pronto fueron abiertas desde alguna parte, derramando un extraño líquido amarillento con un olor extraño. ¿Qué era eso? Mi estómago se volcó con el aroma, tuve que cubrirme la nariz para no olerlo.

Miré al resto de las chicas, como se mantenían observando al rededor y sobre todo el agua amarillenta cayendo de las boquillas de las muchas mangueras acomodadas en el techo.

— ¿Qué es esto? — escupió la pelirroja para mi sorpresa, fue la primera que se atrevió a meter la mano debajo del líquido cayendo para luego olfatearlo—. Tiene un olor muy extraño.

Mordí mi labio inferior solo recordar lo que Jerry había gritado en el laboratorio acerca de ella y los bebés que esperaba de aquel experimento naranja...

No imaginaria lo mucho que debieron sufrir ambos cuando los perdieron.

—Sea lo que sea, quieren que nos mojemos con ella— comentó Mila, rodeando uno de los charcos ya creados en el suelo.

—Quítense sus ropas y tallen cada centímetro de su cuerpo— la orden fue dada de una mujer que topaba casi a la tercera edad, adentrándose a la ducha al pasar debajo de la cortina—. No traguen esa agua, es desinfectante, puede hacerles daño.

Entre sus brazos llevaba numerosas prendas de ropa que pronto dejó caer al suelo, separándolas en más de quince prendas. En total de mujeres, tomando en cuenta a los experimentos femeninos que también estaban con nosotras, éramos veintidós. Los hombres eran más, nos duplicaban en número.

— Una vez terminen se pondrán estos atuendos, son tallas medianas por lo que les quedaran grandes ya que veo que todas ustedes son mujeres delgadas. Por eso también trajimos cinturones —señaló, levantándose del suelo para vernos a cada una —. ¿Qué están esperando a ducharse?

Una mirada nos compartimos todas, a pesar de que esa no había sido una pregunta escupida con severidad por la mujer mayor, quedamos dudosas, desconfiadas. Por otro lado, uno de los experimentos femeninos que pronto reconocí como rojo 23, fue la primera en acercarse a una de las primeras mangueras del techo, despojándose de su chaleco y su camiseta negra antes de que la cortina que se acomodaba junto a su manguera, terminara cubriendo más de la mitad de su cuerpo cuando ella dio un par de pasos más, bajo el agua.

No paso mucho cuando el resto de los experimentos hizo lo mismo, aunque muy a su pesar verde 16 se comenzó a desnudar para ocultarse detrás de las cortinas de la segunda manguera.

Me animé a hacer lo mismo, sacando mi sudadera de un solo movimiento, frente a todas esas miradas preocupadas, acercándome una de las tantas mangueras. No había otra opción. Bañarnos era lo que debíamos hacer, de otro modo si nos negábamos, complicaríamos las cosas.

Dudosamente me desabroche mis jeans frente al chorro de agua amarillenta que caía de la manguera frente a mí. Poco a poco me desnude al igual que las demás sobrevivientes. Mirando, una vez desnuda, vientre. Quería tocarlo, dejar que mis dedos acariciaran esa parte en la que se ocultaba un pequeño bulto que se desarrollaría y tomaría forma con el tiempo, pero no lo hice, y no iba a hacerlo, cometer ese error dos veces seria de idiotas.

Así que me abstuve, dejando que el agua espesa resbalara por todo mi cuerpo desnudo, tuve cuidado de que no cayera ninguna gota del líquido sobre mi rostro. Evité mirar al resto, hundiéndome en el intenso aroma del líquido pegajoso que mantenía un olor poco similar a los desinfectantes que utilizábamos antes de tocar los cuerpos de los experimentos infantiles. Tal vez contenía alcohol, tal vez no, no lo sé, el olor era muy extraño.

Volví a ver mi vientre solo por un instante hundiéndome en numerosas preguntas antes de que algo más llamara mi atención. El agua que caía ahora en el suelo y sobre mis pies había dejado de ser amarillenta para volverse transparente y más fresco.

Confundida por lo que vi, alcé mis manos dejando que el agua cayera sobre las palmas de mis manos para saber que esta vez era agua y no más el extraño desinfectante, y, además, ese aroma intenso y extraño había disminuido en segundos, oliendo a nada.

No tardé en dejar esta vez que el agua cubriera toda mi cabeza y rostro apretando mis párpados mientras tallaba cada pulgada de mis mejillas y cuello, así como cada pequeña franja de piel de todo mi cuerpo que había quedado pegajoso a causa del líquido amarillento.

—Deben estar asustadas, no se preocupen niñas aquí no hay monstruos, y no me refiero a esas cosas del laboratorio en el que estaban— su voz un poco rasgada recorrió todo el extremo del salón, nadie volteó a verla, todas se mantuvieron terminando su baño.

—No estamos asustadas— esa voz perteneció a una de los experimentos femeninos que por mucho que intenté, no alcancé a ver debido a la cortina que la cubría por completo.

—Eso es mucho mejor— soltó la mujer mayor desde la entrada, la vi recorrerse, acercarse más a la cortina como si estuviese a punto de salir—. Ahora las habitaciones son para cuatro personas, se dividirán en grupos para repartirles su cuarto. Estos estarán equipados con alimentos, un cambio extra para cada una y material higiénico femenino suficiente. Será mejor que lo mantengan limpio.

El pecho se me desinfló de golpe como si sus palabras picharan mis pulmones como a un globo. La idea fe que no estaría en el mismo cuarto que Rojo, no me gustó...

— ¿Y si tenemos pareja y queremos estar con él? —Pestañeé ante la pregunta cuya voz supe que pertenecía a la pelirroja, ella al parecer estaba a solo una manguera lejos de mí lugar.

—Así que tuvieron tiempo de romance ahí abajo—bufó desde el umbral —. Pues entonces tú y tu pareja compartirán cuarto con otros dos, es lo único que diré. Terminen ya su baño chicas y cámbiense.

(...)

Volvieron a dividirnos, llevando a todos los experimentos a un salón diferente que el de nosotros. Fue inevitable no sentirme aterrada y preocupaba preguntándome que estarían haciendo con Rojo...

No sabía por qué motivo se los habían llevado a otra parte, pero eso si era sospechoso, no me daba buena espina. Quería ver a Rojo de inmediato.

El lugar a donde nos transportaron estaba en el mismo pasadizo que el cuarto donde nos dieron las duchas. El salón estaba repleto de escritorios ocupados por personas uniformadas, y frente a ellas una siento disponible en el que nos pidieron sentarnos.

Las preguntas que me hicieron, todas tenían que ver solo con mi familia, cosas personales y de salud, ninguna había sido respecto al laboratorio. Pensé que me preguntarían de ello, pensé que me preguntarían cómo y desde cuando trabajé en él, que hacía o que era en el laboratorio, pero no fue así.

Incluso la mujer que me cuestionó, me pidió el número de teléfono de mis padres para contactarlos. Y saber que lo haría y que me dejaría hablar con ellos, hizo que se me oprimiera el pecho.

La ansiedad me picoteo el estómago al ver que ella comenzó a marcar en el teléfono, sin dejar de dar miradas de la hoja donde anoté el número al teclado numérico del teléfono sobre su escritorio. Estaba marcando a mis padres, les estaba llamando.

Se llevó el auricular del teléfono a la oreja solo un instante para luego extendérmelo con una leve sonrisa sincera.

—Está marcando—informó, dejando que todos mis nervios viajaran a medida que mi brazo se movía y mis crispados dedos envolvían el teléfono sin cuidado. Lo acerqué a mí, acomodándolo, escuchando ese familiar sonido de espera en la otra línea. Un sonido rítmico y lento, son cesar.

—Diles que pueden venir a verte a la base militar mañana a las 3 pm, tendrán tres horas antes del toque de queda— me recordó algo que desde el inicio en que me senté frente a su escritorio me dijo.

Asentí de inmediato y entonces retuve el aliento cuando del otro lado de la línea alguien contestó.

— ¿Sí? — de golpe, todos mis intestinos se hicieron nudo al reconocer esa dulce voz que no había escuchado hace más de diez meses atrás.

—Soy Pym, mamá — escuché como arrastraba con sorpresa y emoción su respiración antes de nombrarle por teléfono. No pude evitar sonreír a labios cerrados, escuchando lo mucho que me extrañaba, preguntándome cuándo vendría a verlos, y ahí fue cuando la detuve contándole del lugar en donde estaba.

Su voz había pasado de ser emoción a ser preocupación cuando le dije, pero no le hablé del laboratorio, solo le repetí que algo había salido mal pero que estaba bien, estaba todo bien. Luego de su histérica preocupación, le mencioné que podían visitarme mañana, siempre y cuando firmaran un documento de privacidad que pide la base para poder ver lo que del otro lado de los muros se ocultaba. Claro que tampoco pude explicarle de qué estaba hablando, mucho menos que estaba embarazada, pero después de mucho aclararle que su hija mayor estaba sana y salva, sin ningún rasguño en su cuerpo, al final logré tranquilizarla, y colgué con una corta despedida entregándole el teléfono a la mujer de cabellera negra.

—Ellos pueden visitarte tres veces a la semana, tú eliges los días. Hay un teléfono en cada habitación, pero solo tienen que pedir permiso para utilizarlos, ¿está bien para ti? — me preguntó, levantando en un nanosegundo sus cenas como una señal para responderle. No tarde en asentir en silencio, pasando de ver sus orbes grises a ver la cortina verde detrás de ella que separaba a los experimentos de nosotros, los sobrevivientes—. Hemos terminado, puedes salir. A fuera te repartirán tu habitación.

Mordí mi labio y sin nada más me levanté de la silla con la necesidad de salir del salón y encontrar a Rojo. Pronto recorrí el resto de los pocos escritorios en los que aún permanecían algunas de las sobrevivientes, y entre ellos estaba Adam, respondiendo al hombre uniformado que anotaba en un cuaderno.

Torció su rostro y esa mirada marrón resguardada en seriedad se clavó en mí un momento, había sido casi una conexión inquietante que se desvaneció al instante en que él se volvió al hombre. Recordé que su familia no vivía en Moscú, pero solo sabía eso y nada más de su familia.

Hasta donde recordaba, no conca mucho de Adam...

Encontré rápidamente con la mirada la salida, estaba del otro lado del último de los escritorios, pasando la cortina verde que no tardé en rozar con mi hombro, dando una mirada al otro lado de la sala donde algunos experimentos estaban acomodados en pocos escritorios.

Hundí mi entrecejo cuando volví a revisar los asientos ocupados, y sentirme confundida y perdida al no hallar entre ellos a Rojo. ¿Dónde estaba? ¿Estaba en el pasillo? Apresuré mis pasos hasta que mi mano alcanzo la perilla que no tardé en empujar para abrir la puerta haciendo el blanco pasadizo que por un momento me recordó al laboratorio.

Mi corazón se removió asustadizo debajo de mi pecho al recordar ese lugar. Pero un instante ese palpitar aterrador disminuyó cuando al salir por completo al pasillo largo, ese perfil masculino fue lo primero que vi. Le reconocí de inmediato a pesar de que estaba vestido diferente, esta vez usando una camiseta verdosa que iluminaba su perfecta piel.

Era él, era Rojo y estaba en compañía de varios experimentos, entre ellos el soldado naranja. Los labios de Rojo, al igual que el de algunos otros experimentos se apretaban con extrañes, todos manteniendo clavada su mirada en una persona en específico frente a ellos.

Tan solo guíe mi mirada un poco más a su derecha, encontré a la pequeña adolescente abrazando su oso de peluche, ella movía sus labios en dirección a los experimentos. Les estaba contando algo... y apenas alcanzaba a escuchar esa dulce tonada aniñada que no entendí. Pero por ese gesto entenebrecido en ella supe que estaban hablando de algo malo.

Eso hizo que me acercara a ellos logrando de inmediato que Rojo se percatara de mi presencia, volteando a mirar y recorrer mi cuerpo vestido de unos jeans huangos sostenidos por un cinturón pequeño y una camiseta de tirantes cuyo escote dejaba a la vista un poco de mi pecho.

Se apartó del grupo al instante en que me vio, a pasos grandes para acortar la distancia creada entre los dos. Estiró su brazo que pronto se amoldó a mi cintura cuando los dos nos detuvimos cerca del otro.

— ¿Te lastimaron? — quiso saber, sus cejas se mantuvieron fruncidas con preocupación.

—No—respondí, viendo de reojo sobre su hombro a la adolescente seguir hablando con el resto—. ¿Te hicieron algo a ti? — fue la primera pregunta cuya respuesta quería saber de inmediato.

—Es extraño, después de la ducha me hicieron elegir un nombre y apellido—respondió en un ápice seriedad, sorprendiéndome, confundiéndome, contrayendo mi entrecejo y ladeando un poco el rostro con inquietud.

— ¿Un nombre? —repetí, dudando de haber escuchado mal. Él asintió sin dejar de reparar mi rostro con sus orbes carmín, asegurándome entonces.

—Me hicieron escribirlo, y firmar con mi pulgar que yo quería ese nombre.

Mi cabeza pareció hacer corto circuito, reiniciándose, procesando y colapsando otra vez. Le habían pedido ponerse un nombre, y un apellido... Un nombre y un apellido, y firmar con el dedo.

— ¿No te sacaron sangre o te inyectaron algo? — insistí. A pesar de haberle dicho que creía que ellos estaban diciendo la verdad, todavía había una profunda y pequeña parte de mí que seguía dudando, tratando de hallan que ellos nos estaban engañando. Que todo esto era una maldita trampa a pesar de todo.

—Solo fue la ducha, la ropa y el nombre—recalcó, antes de sentir sus dedos escalando un poco de mi cadera a mi cintura, enviando una clase de escalofrío desde esa zona a otro el resto de mi cuerpo—. No estoy del todo seguro, pero creo que tienes razón y ellos quieren ayudarnos. Ese infante etapa adolescente nos contó todo, revisamos su pulso tocando su muñeca y su temperatura para saber si mentía, y no lo hacía.

Sentí mis pulmones vaciarse al escuchar sus palabras, me sentí peor que antes sino pude procesar por completo lo que me había dicho. ¿Cómo podían saber que por la temperatura conocerían si ella mentía o no? Sabía que cuando se aceleraba el pulso, era porque la persona mentía, pero nada más.

Miré de nuevo a la niña, mis labios relamidos se prepararon para preguntarle a Rojo qué tanto les había contado, pero entonces no pude hacerlo ni mucho menos entender más cuando del salón en el que estábamos antes salió Lidy en compañía de una mujer uniformada con el resto de los sobrevivientes y experimentos detrás de ellas.

Y tan solo se dirigieron hacia nosotros con la intención de pasarnos de largo, la mujer uniformada cuyo cabello se hallaba lamido en un chongo oculto tras una gorra, comenzó a ordenarnos seguirla. Miré a Rojo y él hizo lo mismo, su mano, esa misma mano que se tomaba de mi cintura, tuvo otra nueva dirección hacía mi mano que rodeó suavemente.

—Será mejor que empecemos—comentó al ver que otros ya las seguían. No dije nada contra eso al ver la seguridad que él mantenía, sin preocupación esta vez. Movimos nuestros cuerpos detrás del resto de las personas, siendo guiados por todo el pasadizo de vuelta a esa área abierta en la que estaba la enorme escalera de porcelana. No tardamos en subirla, escalón por escalón hasta llegar a un segundo piso.

—Cuatro personas dormirán por habitación no importa el sexo, así que vayan haciendo grupos—exclamó la uniformada deteniéndonos al umbral de un pasillo repleto de puertas cada dos metros. Se giró, contando en silencio el número de sobrevivientes que éramos—. Los rojos tendrán su propio cuarto, sabemos que tienen necesidades sexuales cada 48 horas.

Me pregunté quién les había hablado de los rojos, aunque seguramente se los había dicho uno de los experimentos que salvaron antes de encontraros, porque estaba segura que la mujer que era secretaria no sabía nada respecto a los experimentos. No había secretarias en las salas, y hasta donde sabía ellas eran abstenidas de informarse acerca de los experimentos y de lo que nosotros hacíamos con ellos.

— Así que suponemos que tendrán pareja para esas necesidades—agregó Lidy con las manos atadas detrás de su cintura. Nuevamente sentí una extraña incomodidad cuando algunas miradas de los experimentos pararon en Rojo y en mí.

— ¿Y si no queremos pareja para intimar? — rojo 23 soltó la pregunta en un tono disgustado, cruzando sus brazos por debajo de su pecho, haciendo que el escote de su camiseta de tirantes fuera más pronunciado.

Ella tenía razón, un experimento no necesitaba de la ayuda de nadie más para bajar su tensión por sí mismo. Nadie entendió eso, y sus examinadoras prefirieron ayudarlos solo para ganar más dinero.

—Entonces podrás arreglártelas tu sola— soltó en respuesta la mujer uniformada, y sin esperar respuesta de ella, prosiguió—: Quienes no quieran pareja para esas necesidades sexuales ahórrenos las preocupaciones. Por otro lado, como no tienen pareja dormirán con otras tres personas en una misma habitación, no hay otra.

«Cada habitación cuenta con dos literas, comida y un baño. Además de un vestuario añadiendo la ropa interior para cada uno y materia higiénica suficiente para la mujer, más tarde daremos lo de los hombres. Es una regla que mantengan limpias sus habitaciones incluyendo el baño. Podrá salir y entrar del edificio a la hora que deseen, igual que recorrer los pasillos e ir al comedor de la primera planta, pero está prohibido que entren al almacén y toquen los vehículos militares.

Si van a marcar a sus familiares, pidan permiso una hora antes de llamar, es una regla, quien no lo haga no se le desbloqueara el teléfono en todo el día. Si van a entrar a una habitación o sala de cualquier planta, toquen la puerta con su debido respeto y esperen a que les abran...»

Por un momento sentí como si pensaran que no habíamos tenido educación, explicándonos cada cosa que podíamos y no hacer con todo y detalles pequeños. La uniformada dejó de hablar al fin, y con eso comenzó a repartirnos en diferentes habitaciones empezando por los experimentos rojos... Y cuando lancé una mirada hacía ellos, encontrando que solo uno de los trece experimentos rojos estaba emparejado con otro experimento. Que para mi sorpresa era verde 16.

¿En qué momento ellos...? Recordé la vez que Jon y todos ellos llegaron a nuestro bunker, esa vez en que Rojo me pidió buscarla solo para terminar hallándola teniendo sexo con alguien en una de las habitaciones. ¿Era él? Debía serlo, pero en todo este tiempo nunca los vi juntos.

Se adentraron a la primer recamara del pasadizo, cerrando esa puerta para cubrir su interior y desaparecer de nuestras vistas. Rojo apretó mi mano, me di cuenta hasta ese momento en que comenzó a caminar que nos habían repartido la habitación frente a la de verde 16. Observé el suelo, mis extremidades temblando metras sentía el ritmo acelerado de mi corazón martillarme las sienes. Toda esa congestión de ansiedad en mi propio cuerpo me hizo mirar al resto de los sobrevivientes, temerosa y confundida. Seguía en una guerra interna que obstruía mis sentidos y llenaba mi cabeza de preguntas nuevas, mi imaginación trató de jugarme una mala broma derrumbando todo lo que había razonado sobre estas personas, haciéndome cree que la habitación no era más que una celda llena de barrotes.

Una broma ridícula que terminó volviéndose humo cuando cada vez más entrabamos en ese cuarto de cuatro paredes y una enorme ventana mostraba la vista de lo que se hallaba del otro lado de los muros.

Eso me detuvo en seco con la mirada clavada en ese limpio cristal que podía abrirse con solo quitar un simple y pequeño seguro. Dejé de sentir que la mano de Rojo se entrelazaba con la mía, escuchando el sonido de una puerta cerrarse detrás de mí, y aunque quería girar a ver la puerta, no pude quitarle un ojo encima a esa vista. Era hermosa. Mis piernas no tardaron en empezar a acercarme al marco de la ventana mientras repara en la sombra de mi ciudad que se hallaba cruzando pequeño bosque del otro lado de la carretera fuera de los muros.

Mis pensamientos se aclararon, poco a poco comencé a procesar cuando mis dedos quitaron el seguro de la venta para abrirla y dejar que esa mezcla de vientos frescos se adentrara a la habitación a la que le di una rápida mirada. Estaba atrapada entre la vista y el rio de mis pensamientos.

No nos habían atacado, estábamos rodeados de cuatro paredes y aun así dijeron que estaban para ayudarnos. No nos encerraron en una celda y nos dieron salida al menos del edificio a toda hora. Le pidieron a Rojo elegir su nombre y firmar, y nos dieron una habitación para los dos con comida y agua, un par de camas bien tendidas, un baño y material higiénico. Tal vez...era cierto, nos estaban ayudando, nos estaban protegiendo.

Eran militares, ella una agente del gobierno, si quisieran matarnos y llevarse a los experimentos desde cuando lo hubieran hecho...

— ¿Pym? —La voz crepitante de Rojo no fue lo que me estremeció, mucho menos la brisa del exterior extendiéndose en cada centímetro de mi cuerpo. Lo que me estremeció fueron esas manos deslizándose por mi cintura desde atrás—. ¿Te sientes bien?

—Solo estoy pensando —musité. Su cuerpo pronto se acomodó junto a mí, entornando la mirada a reparar en mi rostro, y no en la hermosa vista frente a nosotros.

— ¿En qué piensas? —quiso saber, girando mi cuerpo un poco con el agarre en mi cintura, haciendo que dejara de ver la sombra de la ciudad para subir el rostro y observar su espléndida y enigmática mirada debajo de esos mechones oscuros que se pegaban a su frente.

—En que se me hace difícil creer que estemos aquí—Y era cierto, seguía sintiendo que era un sueño—, fuera del laboratorio y a salvo, lo dos...—cabizbaja miré mi vientre, llevando esta vez mi mano sobre esa área para tocarla por encima de los botones de mis jeans—, los tres.

Dijeron que por meses estaríamos en este lugar, ¿qué sucedería cuando el bebé se desarrollé y crezca con el tiempo dentro de mí? Era obvio que se me notaría el embarazo, ellos se darían cuenta y empezarían las preguntas. ¿Qué sucedería cuando supieran que el bebé era de Rojo?

—El infante femenino dijo que eran buenas personas, la trataron bien, le dieron dulces y le regalaron ropa y juguetes, creo que nos trataran igual que a ella y a esa mujer...

—Pero, ¿qué hay del bebé? —cuestioné, levantando de nuevo la mirada a él —. No te he hablado de todas las etapas del embarazo, pero en dos o tres meses más comenzara a notarse que espero un hijo tuyo. ¿Qué harán ellos cuando sepan que es tuyo?

Tal vez sí querían ayudarnos, pero si llegáramos a hacer algo que llamara su atención, sus intenciones cambiarían. No lo sé, estaba tan confundida y asustada aún. Solo quería ir a casa, llevar a Rojo con mi familia, y hacer una junto a ellos...

Sus oscuras cejas castañas se fruncieron, arrugando su frente un poco. Me observó permaneciendo en silencio unos segundos. Repentinamente uno de sus brazos terminó rodeando toda mi cintura, atrayéndome con un solo tiro mi cuerpo para chocar contra el suyo.

—Yo también estoy asustado, Pym, mi cabeza está llena de preguntas, tal vez ellos no quieren hacernos daño y tal vez el bebé no les interese. Pero no bajaré la guardia—aclaró, inclinándose un poco para que su aliento abrazara la piel sensible de mi rostro—. Por ahora deja de preocuparte— pidió, dejando esta vez que sus brazos me envolvieran por completo desde lo alto de mi espalda para acurrucarme a su caliente pecho, inesperadamente—. Uno de los míos dijo que el estrés afecta el embarazo, y la falta de descanso y la buena alimentación también lo hacen.

—Estoy bien— suspiré tras un segundo de silencio, apenas una sonrisa cruzó por mis labios a causa de sus palabras en tanto sentía su pecho inflarse con su respiración profunda.

Tenía razón, estar tan inversa en mis pensamientos y preocupaciones afectaba también al bebé, era un alivio que después de todo por lo que habíamos pasado no le afectara. Pero no podía seguir atentando contra eso, pensando una y otra vez en lo que probablemente no era cierto, solo engaños de mi mente. No lo sé, solo esperaba que fuera así... ¿qué más nos quedaba hacer?

—Tienes razón—exhalé la palabra muy a la fuerza, dejando que mis manos se tomaran a su dura cadera para rodearlo en un abrazo también—. Hablé con mis padres—le mencioné, mirando hacía la puerta de la habitación que permanecía cerrada—, mañana vendrán a este lugar a las 4 de la tarde. Quiero que... quiero que los conozcas.

Hubo silencio, un silencio que pronto él rompió.

—Soy físicamente diferente, los asustaré, ¿no lo crees así? —curioseó en un tono bajo y serio, pegando sus labios en la coronilla de mi cabeza.

Lo pensé, si mañana venían mis padres, seguramente se asustarían por el color autentico e inhumano de los ojos de Rojo. Sabía que no lo aceptarían a la primera y quizás a la segunda vez que lo vieran, pero yo haría que lo aceptaran con el tiempo sin importar qué. Debían hacerlo, y sabía que lo harían.

Lo que no sabía era cómo reaccionarían cuando supieran que todo este tiempo les había mentido del lugar donde trabajé. Negué con la cabeza hacía su pregunta, sin alejarme un centímetro de su pecho.

—Verte sería algo nuevo para ellos, pero nada más—no soné muy segura de lo último—. Tarde que temprano te aceptaran.

Quería que lo conocieran, quería que supieran que Rojo era parte de mi vida. Estaba asustada con lo que ocurriría mañana y me maldije porque no podía dejar de preocuparme por eso.

— Dime... ¿qué nombre elegiste para tú? —me animé a preguntar recordando lo que en el primer piso me había dicho. También me animé a cortar nuestro abrazo solo para subir el rostro y ser capaz de contemplar cada facción de su atractivo rostro.

—Me mostraron una larga lista de nombres y apellidos—mencionó, una de sus comisuras oscuras se estiró en casi una sonrisa que disfruté ver—. Pero al final elegí Alek Petrov.

Lo miré con extrañes, en tanto ese nombre se comenzaba a reproducir sin un final en mi cabeza con el tono grave y ronco de su voz, crepitando en mi interior. Alek era un nombre que trajo consigo tantos sentimientos como recuerdos antes de que el parasito fuera soltada. Un recuerdo sobre todo en el que mientras le tallaba su espalda en la ducha, le pregunté que cuál era el nombre que más le gustaba de todos los personajes masculinos de las historias que le conté, y que a él le gustaría ponerse. Y él respondió...

—Alek es el nombre...

—Sí—me interrumpió enseguida, alzando más esa sonrisa que pronto aleteó en mi corazón, alborotándolo de calor —, es el nombre del hombre lobo que se enamoró de la caperuza roja—sostuvo, esta vez contemplando mis labios, destruyendo centímetro a centímetro de nuestra distancia—. ¿Sabes por qué lo elegí?

No lo sabía, por supuesto que no lo sabía.

— ¿Por qué lo elegiste? —sentí una profunda curiosidad de saber el porqué, aunque muy profundo de mí, parecí saber a qué se refería.

—Porque él era un depredador enamorado de su presa, pasó con nosotros durante un tiempo y se convirtió en un lazo más fuerte donde luché por protegerte no solo de mí sino de los otros depredadores—cada una de sus palabras me estremeció, me dejó encandilada como si de pronto escuchara un cuento de hadas.

No tuve duda alguna de que era cierto.

Una típica historia para adolescentes se había hecho una realidad en nosotros, ¿quién iba a decirlo? Sonaba a un cuento de hadas, pero con un final incapaz de ser imaginado por nosotros mismos.

— Lo que le pasó a ese hombre lobo con su pareja, nos pasó a nosotros— suspiró contra mis labios, dejando que parte de su nariz rozara con mi mejilla cuando él ladeó un poco más su rostro, pestañeé de pronto cayendo en su encanto olvidándome de la puerta cerrada y de la habitación—. Su lucha no terminó para protegerla, mi lucha para protegerte tampoco termina aquí en este lugar, porque siempre te protegeré Pym.

Siempre te protegeré. Su voz tan enigmática pronunciando cada una de esas letras hundió mi pecho. Rojo siempre había sido tan elocuente, sabía expresar con maravillas sus emociones y siempre conseguía hacerme sentir tan frágil. Me hacía sentir diminuta con cada una de esas palabras.

—No —solté, alzando un poco la mirada de sus carnosos labios a punto de rozar los míos, para ver su encantadora mirada que se extrañó por mi negación—. Luchemos por buscarnos una vida juntos, nos la merecemos.

Inesperadamente se mordió su labio inferior, un acto imposible de apreciar, él era encantador.

—Eso me gusta más—susurró, satisfecho.

Y me besó, un beso tan profundo y encantador en el que ambos terminamos suspirando en la boca del otro. Sus besos siempre me hacían olvidad todo lo que nos rodeaba, la forma en que me saboreaba, la manera en que me envolvía entre sus calientes brazos. Rojo... Alek era mi frenesí, mi final.

Mi final. Nosotros no teníamos final, siempre sería impredecible el mañana, curiosos y dudosos de lo que nos acontecería, no sabíamos lo que nos esperaría al cruzar cada puerta, al abrir los ojos después de despertar. La verdad era que todo nuestro mundo era incierto. Pero al menos, lo cierto era que estando en sus brazos me sentía protegida, y eso era suficiente para mí.

Era suficiente mientras nos tuviéramos uno al otro.

Suficiente, mientras nuestras vidas siguieran entrelazadas y no existiera ninguna otra amenaza.

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