9. No podría resistirlo

 NO PODRÍA RESISTIRLO

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Séptimo recuerdo de Experimento Rojo 09


Observé su contraída mirada zafiro y esos labios entreabiertos con movimientos temblorosos sin saber que decir. Contrajo más sus cejas, confundida, tratando de hallar una explicación, pero sin responder a mi pregunta aún.

No pude dejar de mirarla con severidad, mostrando el enojo que sus palabras descuidadas habían incendiado en mí, no era solo el abrazo que le dio al guardia, no era el beso correspondido, mucho menos que me llamara animal y de que ella no pasaría la noche conmigo: aunque eso era algo que ocurría cuando ella tenía que ir a cuidar de su experimento, pero sucedía que ese guardia no era su experimento, era un hombre a quien besó y abrazó.

Ni siquiera lograba entender con exactitud lo que estaba sintiendo en este momento, lo que vibraba y ardía en ni interior conforme reproducía las escenas. Pero algunos de esos sentimientos eran claros, estaba impotente con mis nudillos blancos de tanto apretar mis puños, recordando que después de que me dijo que me trataría como uno de los suyos, se contradecía hablando de emparejarme como si fuera nada, un objeto y nada más al final.

Era como escucharla decir que no quería estar conmigo... Quería dejar de ser mi examinadora suplente, enviarme al bunker, hacer que me gustara otra... Sabía muy bien que yo también me contradecía, había esperado tanto ese momento de emparejarme y terminar mi etapa adulta, pero ahora eso era algo que no quería, si sucedía, entonces son vería más a Pym. Pero, ¿era eso lo que ella quería? Por eso había sacado el tema de los perfiles, ¿quería dejar de verme para tener tiempo para él? ¿Él era su pareja?

Odie el silencio que se creó a nuestro al rededor. Odie sentir arder hasta mi fuerte respiración con la opresión en mi pecho que empezó a doler.

—No— su vos apenas salió con claridad, en un tono tan dulce y extraño, sin desvanecer en mismo gesto. Sin dejar de analizar mí silencio—. No, no lo dije con esa intención, no es que quiera que dejemos de vernos.

Sus palabras me confundieron más de lo que ya estaba. Pensando una y otra vez en la extraña y delineada emoción que llevaba en su hermoso rostro, si la emoción no era a causa de que dejaríamos de vernos, ¿entonces de qué era? ¿A caso era por qué quería verme emparejado?

—Si no es por esa razón— espeté, dejando que mis ojos cayeran en sus pies que se habían empezado a mover, en dirección a la mochila—, ¿cuál es entonces?

Levantó su mochila del suelo para colocarla en un pequeño espacio de la mesa, la abrió y metió su brazo para sacar una carpeta que pronto empezó a hojear.

—Te seré franca, en realidad me dieron los perfiles para que yo eligiera por ti, querían que lo hiciera en ese instante, pero pedí que me las prestaran todo el día— pronuncio, sacado otra carpeta—, porque quiero que elijas tú. Quiero que elijar a tu pareja, no me gustaría que otros lo hicieran.

Ninguna de las razones de las que pensé, salieron de esos labios. Solo le hacía emoción que yo decidiera por mí mismo con quién quería emparejarme. Solo repetir esas palabras en mi cabeza mis puños dejaron de apretarse tanto, pero el enojo seguía y ese sentimiento seguían ahí, sin disminuir solo un poco.

Emparejarme con una de mis compañeras, eso era lo que ya no quería. Ahora estaba seguro, más seguro de con quien quería estar...

Con Pym.

Con ella, solo con ella quería emparejarme. Sin permitir que nadie más la besara o abrazara tanto como yo deseaba hacerlo. El único problema era que eso no estaba permitido.

—Las encontré— escuché decir en un tono apenas de emoción, pero no se volteó, permaneció hojeando el folder rojo entre sus manos.

No tenía que preguntar ni mucho menos echar una mirada para saber que esas hojas eran los perfiles de mis compañeras.

— ¿Y si no quiero? — Me atreví a levantarme, permitiendo que la toalla resbalara de mi vientre y cayera en el suelo, frente a mis pies, dejándome desnudo—. ¿Qué sucedería si yo no quiero, Pym?

Mi pregunta la hizo dejar de hojear y voltearse con lentitud.

— ¿Elegir por ti mismo? — Su pregunta que había empezado rápidamente, terminó con lentitud y en un tono bajo cuando de un segundo a otro se volteó para verme de frente, dejando que sus hermosos orbes azules resbalaran por toda mi desnudez, sin poder evitar cubrir parte de su rostro con su pequeña mano y retirar la mirada de mí—. Estas... desnudo...

Supe que no se esperaba que dejara a su vista mi hombría, era algo que la incomodaba, pero, aunque fuera incorrecto yo no estaba arrepentido de hacerlo.

No estaría nunca arrepentido cuando mi premio era ese hermoso sonrojo que me encantaba provocar en sus mejillas y que ahora mismo resaltaba confusamente de ella, tan adorable, tan preciosa.

Se veía tan preciosa que ese enojo hacia ella se esfumó de mi cuerpo y dejó solo esas sensaciones desconocidas que aún me consumían a causa del recuerdo de verla besando esos labios y abrazando ese cuerpo, esas sensaciones que me hacían comportar de esta manera, y buscar más en ella. Entonces reaccioné, mis piernas se movieron, cortando más la distancia creada entre nuestros cuerpos, frente a ese rostro sonrojado cuya mirada se hallaba de nuevo clavada en mi rostro.

—Hablo de emparejarme, Pym—retomé el tema, sin disminuir la lentitud de mis pasos, cada paso que me hizo ver lo mucho que provocaba en ella, y lo mucho que ella me provocaba a mí. Como mi corazón volvía a retumbarme el pecho, y ese cosquilleo se reanimaba en mi estómago—. No quiero emparejarme.

Pestañeo, dejando que sus ojos se deslizaran en el folder rojo que sostenían sus manos, un segundo antes de ver mis piernas, se dio cuenta de que poco faltaba para acorralarla como lo hice el día de ayer.

—Oh... ¿Por eso te enojaste? — Pasó de verme las piernas a verme el rostro, y noté su nerviosismo aumentando, y vi como sus piernas emprendieron con rapidez para apartarse de la mesa y recorrerse a un espacio entre ella y la pared, entonces no me detuve.

—Sí, porque no quiero dejar de verte.

Eso pareció sorprenderle, su sonrojo disminuyó un poco, negó con la cabeza, volviendo a mirar mis piernas que no se detuvieron.

—Pe-pero...— suspiró la palabra, empezó a respirar con rapidez en tanto mi sombra comenzaba a cubrir su cuerpo—. Aun cu-cuando la elijas no dejaremos de... vernos.

— ¿Estas segura de eso? — pregunté tan rápido como pude, dejando de caminar, quedando a solo centímetros de que nuestros cuerpos se rozaran. Ella parecía perdida clavando su mirada en mi pecho antes de levantarla para verme a los ojos y negar.

—S-so-solo nos estaremos viendo hasta que termines esta etapa— No me gustaron sus palabras, y ella notó ese disgusto en mí—. Es inevitable... —murmuró, noté como sus ojos por poco y caían en mi vientre, pero los cerró y miró en otra dirección—. S-si no lo eliges tú en este día o el de mañana o pasado ma-mañana, ellos te pondrán con cualquiera y no podrás conocerla sino hasta que termines tu etapa, y seguirás intimando con tu examinadora. De otro modo si tú la eliges y yo habló con Daesy, seguro que te dejara cono...

— ¿No hay ninguna forma de que seas tú?

—No— soltó sin dudar, mirando nuevamente mi pecho en un gesto de frustración, esa respuesta hizo que el hueco volviera a mi pecho—. No hay ninguna forma de detenerlo, a ellos no les importa más que sus...

Se detuvo de golpe, dando grandes pestañeos desconcertados un instante antes de devolverme la mirada, confundida.

— ¿Qué dijiste? ¿Conmigo? — se señaló, desorientada—. ¿Quieres que sea yo tu pareja?

Vi la forma en que había palidecido, como sus palabras sonaron paulatinamente, sorprendida, inquieta con mi confesión. Y temí, temí que me dijera que no, que no era posible, que no me quería como su pareja, pero no pude detenerme para soltar las siguientes palabras en un tono ronco:

—Es lo que más quiero, Pym.

Respiró por sus carnosos labios, moviéndolos otra vez sin saber qué decir o cómo reaccionar.

—No... No podemos...—fue su respuesta, sería, retumbando en mi cabeza, perforando mi pecho, agujereado mi miedo hecho realidad—. No podemos, Rojo 09. Eso es... Eso...— respiró nuevamente agitada, tratando de hallar palabras, mirando a todas partes excepto a mí.

—Entonces solo déjame abrazarte — pedí, sintiendo mi corazón golpeando mi garganta donde algo duro se apretó alrededor de esta, complicándose por primera vez, respirar—. Quiero abrazarte, Pym.

Me estremecí con mi propia petición, sintiendo muy heladas mis extremidades.

Ahora no sabía que cara tenía ella, no sabía que gesto era ese, quería saber si le disgustó mi petición o si le había asombrado, pero no conocía esa mirada. Sus ojos permanecían abiertos con sus orbes clavados en mí, temblorosos, sus delgadas cejas pobladas extendidas, y esos labios carnosos entreabiertos, soltando el aliento.

Pero cerró su pequeña boca y ese gestó cambió a uno asustado, sonrojando sus mejillas, confundiéndome la manera en que se mordía su labio inferior, dejando un largo silencio a nuestro al rededor.

Moví mi brazo, guiándolo a su rostro para tomarlo, para ahuecar mi mano en su suave mejilla izquierda, pensé que ese tacto la apartaría de mí, pero la sentí estremecerse sin cerrar sus parpados. La quería, en verdad anhelaba sentirla junto a mí, abrazarla otra vez...

—Solo déjame abrazarte— repetí las palabras en un tono bajo, serio, seguro de lo que quería, sin dejar de acariciar con mi pulgar lo que pedirá de su preciosa mejilla—. Pym...

Mi cuerpo amenazó con eliminar todo centímetro que alejaba nuestro cuerpo del otro, y el suyo... amenazó con correrse por el espacio que apenas le dejaba para salir de mi acorralamiento.

—Pe-pero... —soltó en susurro, exaltada, confundida—. Pero eso... Es que yo...

—Solo una vez— interrumpí, sus ojos azules se cristalizaron cuando alzó la mirada y me volvió a ver, buscando una salida.

Sí, eso era lo que ella quería, hallar una salida de todo esto, pero si no podía hacerla mi pareja, entonces, solo quería abrazarla, besarla, solo eso, aunque no me conformaría. Al no ver ninguna señal de que ella hablaría, y al sentirme tan necesitado de abrazarla me permití llevar mi otro brazo a su cuerpo, dejando que mi mano se anclara en su costado, donde mis dedos se ajustaron en lo que parecía ser su cadera.

Y se estremeció de nuevo, debajo de mi toque, ella suspiró, ahora, abatida, más desorientada que antes, sin dejar de pedirme con la mirada que me apartara...

Algo que no hice, y no tenía intención de hacer, deseaba tanto saber cómo se sentiría ser rodeado por sus delgados brazos, como se sentiría que no existieran centímetros que nos apartaran uno del otro, así que tiré de su cadera para que su cuerpo golpeara con el mío y esas manos tan pequeñas volaran a mi pecho para detener el impacto de su rostro contra mi pecho: el delicado contacto de sus dedos fríos tocándome, me hicieron jadear.

Cada parte de su ropa rozando mi caliente piel, incluso su calzado que tuvo que moverse con mi jalón, tocaron los dedos de mis pies. No me conformaba con sentir su ropa y no su piel, pero tenerla así de cerca si me que gustó mucho, tanto que no pude evitar rodear ese brazo en su cintura, anclando mi mano a su espalda, haciendo que ella permaneciera en shock, con su mirada perdida en mi pecho que era tocado por sus manos.

— Déjame abrazarte como él te abrazó— Deslicé mi mano de su mejilla para pasearla hasta su cabeza donde de un solo movimiento con delicadeza la acerqué sobre mi pecho, cumpliendo mi deseo al sentirla deshacerse en mi abrazo bajo un suspiro—. Yo también quiero sentirte cerca de mí.

...Al menos solo una vez.

Otro suspiro y fui yo el que terminé deshaciéndome al sentir como sus manos se empezaron a mover sobre la piel de mi pecho, provocando contracciones tensas en cada musculo de mi cuerpo que amenazaron con hacerme gemir conforme sus manos bajaban y se deslizaban alrededor de mi torso, correspondiéndome.

Pero hubo algo que llenó mi cuerpo de escalofríos, su abrazo no era débil y aunque pensé que me abrazaría forzadamente debido a que no iba a darle salida. No la sentí así, tal vez era porque estaba tan encantado con sentirla cerca de mí y sentir todo el calor de su cuerpo transfiriéndose a través de su ropa hacía mi cuerpo o tal vez no lo quise ver, no lo sé, pero sus manos se aferraron con fuerza a mi cuerpo, recostando su cabeza por completo en mi pecho para cerrar sus ojos y, por tercera vez, suspirar con profundidad, dejando que nuevamente su cuerpo se estremeciera contra el mío.

Si pudiera explicar con palabras lo mucho que me gustó sentirla abrazarme así, no encontraría las palabras correctas, y mucho menos podría inventarla con el creciente nuevo deseo que hizo que inclinara mi rostro para recostar mis labios sobre la coronilla de su cabeza. Había sido un acto tan inesperado que mi corazón latió desbocado, sintiendo pavor de que ella rompería el abrazo.

Pero no lo hizo. Sucedió lo contrario, la sentí removerse, apretarse más contra mí cuerpo, más de lo que no pensé que podría, y no me detuve bajo mi agitada respiración, hundí mi mano en toda su cabellera corta, en todos esos hilos delgados y ondulados repletos de suavidad para aferrarme mucho más a ella. Hice lo mismo con mi brazo rodeado su cintura, que poco, impidiendo que nuestros estómagos se apartaran un milímetro del otro. Así, pegados, sintiendo nuestros movimientos, palpando mi pecho con el suyo tan... acolchonado cuando respirábamos.

—También quiero besarte—confesé, sin apartar mi boca de su cabello, respiré hondo ese aroma a chocolate que me fascinaba—. Pero eso no sucederá, ¿verdad, Pym? No podré tocar tus labios y descubrir tu sabor...

Se me secó la garganta cuando un extraño calor se implantó en la palma de mis pies acompañada de la vibración del suelo, ni siquiera tardé en romper nuestro abrazo, apartándome de golpe de ella, de su calor de su toque no porque la escuché murmurando en respuesta a mi pregunta, sino porque sentí la aproximación de una tercera temperatura, acercándose a nuestro cuarto.

La miré un instante, como romper nuestro contacto la había aturdido, sin quitarme la mirada de encima esperando a que explicará que había sucedido. Pero no lo hice. No había tiempo.

Sabía que si me encontraban abrazándola de esa manera me castigarían y seguro que también le dirían algo a ella, así que me devolví lo más pronto posible a mi cama, tomando de la pequeña cajonera una de mis batas para comenzar a ponérmela con normalidad un segundo antes de que esa cortina fuera levantada para mostrar el cuerpo de una mujer de avanzada edad cuya mirada se clavaba en una sola persona.

—Señorita Pym, necesito que me acompañe— Reconocí ese rostro femenino, al igual que su amargada voz, ella era la nueva recepcionista que recibía a los examinadores de la sala 7—, es importante.

Miré a Pym mientras me deslizaba la bata por mis muslos y escuchaba el revoloteó de mi corazón ahora en mi cabeza, ella vio de reojo con sus mejillas sonrosadas, hasta ese momento siguió perdida sin saber cómo reaccionar.

—E-e-entiendo—Asintió en pestañeos, caminando en proximidad a la mesa donde tomó su carpeta en movimientos endurecidos.

— ¿Yo le dije que tomara sus cosas? No—La detuvo la mujer, alzando su desagradable voz—, volverá en cuanto terminen de darle la noticia.

Su ceño se hundió, la confusión hizo que sus labios se torcieran una mueca cuando volvió a mirar a la mujer del umbral.

— ¿Cuál noticia? — quiso saber, el sonrojo en sus mejillas estaba intacto. No pude dejar de contemplarla y preguntarme, a pesar de todo si mi abrazo le había gustado... Mi cuerpo todavía sentía su calor, sus brazos aferrándose con temor a mi cuerpo, sus dedos acariciando la piel desnuda y caliente de mi espalda... Todo eso.

—Se lo dirán una vez que me acompañe...—repuso la mujer, dejando que la cortina volviera a caer dejando como última imagen a ella dando su espalda. Por otro lado, Pym soltó una exhalación, moviendo sus piernas hasta el umbral, tomando sin detenerse la cortina, y antes de atravesarla, se giró para verme con esa mirada angustiada.

—Volveré enseguida.

(...)

Esas últimas palabras que salieron de sus labios diciendo que volvería enseguida, se volvieron horas. Dos horas, para ser exacto, en ni un momento dejé de ver el reloj y la cortina verde, preguntándome por qué ella no volvía.

Lo único que pude hacer para no sentirme tan inquieto fue sentarme sobre mi colchón, recargando mi espalda contra el respaldo de la cama, doblando mis rodillas, recargando mis brazos sobre ellas, era la típica pose que hacía para poder pensar, perderme en mis pensamientos, y darme cuenta de que había cometido un error grandísimo con ella...

Era la primera vez que me sentí así, tan perdido tan fuera de lo que conocía de mí, era la primera vez que abrí la boca e ignoré sus peticiones, la ignoré para cumplir mis deseos cuando mi propia examinadora estaría castigándome por responderle de esa manera o mostrarle mi enojo... Pero con Pym eso era diferente.

Con ella me sentía diferente, me comportaba diferente, era otra persona, una que no sabía que existía dentro de mí y la que salió justo horas atrás para acorralarla y abrazarla contra su voluntad. Así se sentía cuando te daban la libertar de hablar, de expresarte, de experimentar, ¿cierto? Nadie te callaba, nadie te decía que no tenías el derecho de opinar, pero Pym me dio ese derecho, y para ser sincero, sentí que me sobrepasé con ello.

Tuve un rotundo miedo de que a causa de mi enojo bastara para que ella dejara de ser mi examinadora y se apartara de mí, pero también estaba muy confundido, solo recordar la forma en que correspondió mi abrazo y analizar cada fibra temblorosa de su cuerpo, la confusión crecía en mi interior, y hacía que ese deseo creciera en mi de nuevo. ¿Le había gustado abrazarme tanto como a mí me gustó?

Posiblemente solo estaba confundido, solo sabía que no pude detenerme, en ese momento no podía detenerme más, sentí que la escena de ellos besándose y abrazándose se había apoderado de mí. Entonces actué sin pensar...

Porque yo también quería hacer lo mismo con ella, y no solo lo mismo...

Ser el único que lo hiciera con ella.

Todos mis pensamientos se desboronaron, se esfumaron cuando clavé instantáneamente la mirada en la cortina verde al sentí una temperatura cercana. El miedo que sintió mi cuerpo cuando la vi adentrarse con un par de hojas entre sus manos y sin darme una sola mirada, desapareció, trayendo como remplazo una desconcertante sensación al ver la piel alrededor de esos orbes cristalinos evadiendo mí mirada, inflamada y enrojecida, como si se hubiese tallado los ojos.

Algo me inquieto en ella, en su silencio, en sus pasos lentos acercándose a la mesa, en esa gota de agua tan diminuta que resbaló instantáneamente de uno de sus lagrimales, mojando más sus mejillas que hasta ese momento me di cuenta de que estaban humedecidas. No me gustó su apariencia, su cambio de gesto en tan solo horas. Tomó con desgano su mochila, arrastrándola cerca del pedazo de mesa en el que ella se recargaba, y sollozo, cabizbaja apretando sus ojos un momento.

Ese sonido ahogado oprimió mi pecho, me lleno tanto de confusión que fue inevitable para mí dejar de analizarla, buscando su mirada. ¿Qué le estaba ocurriendo? ¿Por qué estaba llorando? Podía reconocer que esas gotas diminutas de agua eran lágrimas, lo leí en las historietas que ella me trajo, pero, ¿por qué ella? ¿Por qué de pronto estaba llorando?

—Yo...—su voz rasgada me extrañó, no me gustó esa tonada, mucho menos cuando negó débilmente y su mentón tembló—. Mi experimento no pasó... maduración infantil.

Un escalofrió sacudió cada hueso de mi cuerpo, dejándome congelado ante sus palabras. Lo único que pude recordar fue a ese infante de ojos verdes que vi en las duchas la primera vez que conocí a Pym. Y no hacía falta explicarme lo que esas palabras significaban, mi examinadora me lo repetía una y otra vez desde que fui un infante.

Si no pasaba la maduración en cada etapa, no volvería a despertar de mi sueño. Era el miedo que arrasaba con nosotros los experimentos, no cumplir las expectativas de los científicos que se encargaban de la evaluación de nuestra maduración.

¿Por eso estaba llorando? ¿Le había afectado tanto que su experimento no pasara la maduración? Nunca había escuchado que a un examinador le afectara esas cosas, que se soltara a llorar por su experimento... Mi examinadora me dijo, además, que usaban tu genética para recrearte con mejoras.

Ella seguro que volvería a verlo dentro de unos pocos años.

—Esos malnacidos me lo matar...—no terminó esa frase que fue un ahogado gruñido inesperado, sus puños se apretaron con fuerza—. ¿Puedes...? —se detuvo otra vez, metiendo las hojas en su mochila antes de llevar el dorso de su mano y limpiarse las mejillas.

Hubo otro silencio, abrumador que hizo que los latidos de mi corazón fueran más fuertes, pero no acelerados. Se giró, levantando al fin su mirada enrojecida, su ceño temblorosamente fruncido y esos labios apretados resguardando otro sollozo, algo muy pesado cayó en mi estómago.

Tal vez no entendía ese llanto o lo que sentía no volver a ser examinadora de ese experimento verde, pero... solo sabía que no me gustó verla llorar, no me gustó verla así.

— ¿...abrazarme?

Retuve el aliento ante su petición acortada, ante ese tono tan ahogado que a pesar de todo entendí. Se aproximó, vi esa extraña inquietud en su caminar como si necesitara llegar a mí. Una necesidad que me hizo deslizarme lo más pronto posible para salir de la cama, y tan solo mis pies tocaron el suelo, ni siquiera pude reaccionar cuando su cuerpo se estampó contra el mío.

Aunque no me moví ni un milímetro, sentirla chocando contra, hundiendo su rostro en mi pecho, enviando sus brazos a rodear mi torso, aferrándose con fuerza a mi cuerpo con sus manos apretando parte de la bata que cubría mi espalda como si quisiera arrancármela, todo eso me dejó inmóvil, en shock. Estremeció lo más profundo de mi cuerpo, comprimiendo cada pequeña parte de mí, volcando mi corazón, apretando mis pulmones cuando ella ahogó un sollozo contra mi pecho.

Un sollozo en el que todo su cuerpo tembló y se comprimió, en el que mi corazón se sacudió y estremecía, fue ahí cuando mis brazos la tomaron, la rodearon y la apretaron a mi cuerpo, un abrazo tan diferente que el anterior, tan profundo que ese endurecimiento volvió a mi garganta.

—Lo volverán a crear...—No supe si era correcto decirle, probablemente ella ya lo sabía, pero aun así esperaba que mis palabras la tranquilizaran.

—No me reconocerá... No recordará nada de lo que hicimos juntos— murmuró, removiéndose contra mi cuerpo, pero sin apartarse un milímetro de mí.

Quedé pensado, atrapado entre el indeseable tono de su voz y el significado de sus palabras, buscando que decirle para tranquilizarla, pero no vida nada a mí, mi cabeza estaba vacía. No conocía nada al respecto, nada acerca de lo que sucedía una vez que volvían a crearte al no pasar una de las maduraciones, pero no tener palabras para disminuir su sollozo me frustró. Solo pude inclinar mi rostro, y tal como había hecho antes, besar la coronilla de su cabeza, escuchándola gemir. Había sido un sonido que bastó para sacudir mis entrañas, comprimirlas y estremecerlas otra vez.

— Que no te hagan eso a ti, nunca—la escuché decir, con ese tono roto que provocó más inquietud en mí, más opresión en mi tórax. Soltó su aliento, un cálido aliento que atravesó la tela de mi bata, humedeciendo la piel de mi pecho, tensando esa zona de mí contra mi voluntad.

No era momento de sentir ese tipo de tensión en mi cuerpo que se concentraban en la parte baja de mi vientre. No, no lo era. No con ella llorando.

—No dejaré que me pase— susurré roncamente contra sus cabellos con su delicioso aroma, volviendo a besarla, sintiendo como otra vez su cuerpo se deshacía de una larga exhalación.

Torció su rostro un poco para recostarlo sobre mi pecho, pude ver como las lágrimas brotaban de su precioso rostro enrojecido, de esa mirada que se clavaba perdidamente en alguna parte de la pared junto a nosotros. De pronto apartó su cabeza de mi pecho solo un poco como para subirla y depositar su enrojecida mirada en mí en un movimiento que envió descargas eléctricas a todo mi cuerpo. Un movimiento que cortó mi aliento y entreabrió mis ojos al darme cuenta de los centímetros de cerca que habíamos terminado.

A pulgadas de que nuestras narices que tocaran, a centímetros de que nuestros labios se rozaran... Ella también pareció notarlo, pareció sorprenderse con la cercanía de nosotros, pero no se movió... permaneció en esa posición, observando mis orbes que no miraban sus ojos, sino sus carnosos labios abriéndose para decir algo.

— Si sucede—su aliento abrazó la piel de mis labios, los hizo humedecer—, no podría resistirlo...


LOS AMOOOOO MUCHISISIISMO <3

-Lizebeth.

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