14. Quiero estar contigo
QUIERO ESTAR CONTIGO
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Alerta: contenido adulto explicito.
Cuarto recuerdo de Pym.
Perdí el número de veces en las que mi cuerpo se deshizo en forma de suspiro, un largo hilo de dióxido repleto de sentimientos dolorosos que debilitaban todas mis fuerzas. ¿Y cuál era la causa? La misma de hace ya varios meses. Él. Rojo. Rojo 09 era la causa de que mi pecho se oprimiera con tanta fuerza que sentía como mis huesos pinchaban mí acelerado corazón, era un dolor insoportable, cansaba mi alma. Y lo peor de todo es que no podía deshacerme de él, sin importar qué hiciera.
Un día pensé que me acostumbraría a esto, y que cuando pasará un tiempo y él fuera transferido al bunker con su pareja, simplemente dejaría de sentirme tan desecha, destruida, con el alma partida en centenales de fragmentos llenos de los recuerdos de él y yo. Pensé que al llegar el último día me sentiría mejor que otras veces, y esa fue la mentira más grande que quise creer y que al final no pude hacerlo.
No pude hacerlo porque resultó que no se trataban de sus feromonas afectándome, se trataba de algo más fuerte que eso. Una fuerza que terminé soltando en su cuarto horas atrás cuando él me desenmascaró, cuando se dio cuenta que él me hacía sentir algo... Y a pesar de todo lo que él sabía que sucedería y no habría un nosotros, quería pasar su último día conmigo.
No como examinadora y experimento, sino como amantes, dos amantes que sabían que al final no estarían juntos.
No pude más con ese pensamiento y me eché contra esos labios que no tardaron en corresponderme al instante mientras me derretía debajo de sus descuidadas y maravillosas caricias que hundían mi cuerpo en calor. Ese había sido el momento más magnífico donde por un instante todo había desaparecido: las reglas, el laboratorio, los experimentos, nada de eso existía, solo nosotros dos.
Al fin ese beso con el que había soñado tantas veces había sucedido en realidad, esos brazos me rodearon otra vez después de tanto desearlos para darme cuenta que ese cuerpo varonil me anhelaba como nunca nadie me anheló. No tuve el control sobre mí misma, mi cuerpo y alma hacían lo que por meses habían querido hacer con él.
Y cuando olvidé todo eso que me atormentaba, me lastimaba, me hacía añicos con todo tipo de pensamientos, reaccioné otra vez contra mi voluntad volví a la realidad que no deseé. Recordar que estábamos del otro lado de la habitación pequeña de Rojo estaba los examinadores vecinos, guardó tanto miedo en mi interior que me apartó de Rojo.
No podía hacer, ni mucho menos debía, nuestros gemidos serian escuchados y algo terrible acontecería entonces. No podía permitirle que le hicieran más daño si alguien nos atrapaba de esa forma. Así que solo pude reprimirme, insultarme en mi interior y rogar por no volver a esos labios. Al final, volviendo a huir de lo que sentía por él.
Pensé, en verdad que pensé que con apartarme de su regazo había impedido algo terrible para él, pero no me di cuenta de que lo terrible ya estaba aconteciendo frente a mis ojos al reparar en todo su aspecto.
Todo su cuerpo sudoroso, sus orbes desorientados y oscurecidos, y esos carnosos labios secos que se mantenían entreabiertos arrastrásemos con rapidez y pesadez el aire, me congelaron. Su tensión se había acumulado, algo que no debía suceder ni aunque el experimento se excitara después de ser liberado de su tensión.
Daesy me lo explicó, la tensión se acumulaba cada dos días, y cuando era liberada del cuerpo del cuerpo del experimento, y este se excitaba con su hembra, la tensión no se acumulaba. Pero, ¿por qué en rojo 09 sí sucedió así? Él había intimado con su pareja, ¿por qué se veía tan mal después de apartarme de él? Solo en ese instante me di cuenta de que entonces él no había intimado con blanco 09, de ser así, los síntomas no le estarían afectando como en ese momento.
Aunque saber eso de ninguna manera me ayudó, cuando rojo 09 me había acorralado, poseyendo mis labios con una locura insaciable mientras esa una de sus manos se deslizaba bajo mi bata, por toda mi piel con una suavidad inmediata que volvió mis huesos gelatina.
No pude detenerlo, y tal vez no podría hacerlo sabiendo que estaba al límite de su tensión. Recuerdo muy bien que en ese instante pensé que debía hacerlo, quería hacerlo y él también, podríamos encontrar la forma de hacerlo rápido, ahogando nuestros gemidos. Pero un brusco movimiento de sus brazos empujándome hacia la cajonera junto a nosotros, logró que mi cuerpo se estampara contra las delgadas manecillas metálicas, lastimándome. El movimiento hizo que esta misma se volteara tirando todo lo que estaba sobre ella y en su interior.
El quejido que solté apenas sosteniéndome del pecho de él, acompañado del resto de sonidos habían sido suficientitas para ser escuchados en la sala de entrenamiento. No, no había sido culpa de rojo 09 y la mirada de arrepentimiento que me dio en ese instante en que regreso a si mismo sin apartarse un centímetro de mí, me cortó el aliento.
Adam había entrado en compañía de alguien más, apartando a rojo 09 de mi cuerpo, y golpeándole el rostro hasta hacerlo retroceder. Iba a golpearlo una segunda vez, sino fuera porque el otro examinador le detuvo.
No quise irme. No quise apartarme de ese modo de rojo 09, que Adam tras discutir y quejarse de él, me arrastrara fuera de la sala sin creer en mis explicaciones, sin escucharme sin dejarme despedirme de él. Ese momento era lo que me mantenía llorando como niña pequeña, atrapada en la ducha de mi habitación, con el agua limpiando mi cuerpo de todo el espumoso jabón que coloqué.
De golpe, cerré las llaves de la ducha, el agua dejó rápidamente de fluir. No tardé nada en salir y empezar a cambiarme mientras mi cabeza seguía reproduciendo todo lo sucedido, haciendo que hasta mi misma piel siguiera palpando cada minuto de los recuerdos como si segundos atrás acabaran de acontecer.
Me vestí lo más lento posible, colocándome los jeans de la bata y el camisón, y una vez terminado, me encaminé con la misma lentitud hacía la puerta, sin ánimos de salir, sin ánimos de cruzar el umbral y enfrentar a Adam. Apostaba a que seguramente ya se encontraba en mi cama, recostado y cobijado con mis sabanas, esperándome y lo que era muy seguro, preguntándose por qué estaba tardando tanto en salir.
Quería tener un tiempo para llorar sola, necesitaba desahogarme de todo lo que se guardó mi interior antes que soltárselo a Adam de una vez por todas y complicar las cosas para rojo 09. Él no solo se había atrevido a golpearlo y llamarlo un violador, también se atrevió a enviar una queja a dirección sobre lo que él me hizo, pidiéndoles que enviaran a alguien para castigarlo y bajar su tensión.
Para él... la maldita respuesta de la dirección había llegado enseguida. Confirmando que lo harían enseguida, agregando también una disculpa hacía mí. Una tonta disculpa que yo no quería, al igual que no quería que lastimaran a rojo 09.
Giré la perilla de la puerta, abriéndola en segundos, dejando que toda la frescura de la habitación entrada a un baño completamente húmedo. Y tan solo di los primeros pasos, esa mirada marrón se plantó en mí, incomodándome.
— ¿Estas bien? Tardaste horas en la ducha— comentó. Su voz seca y sus palabras me crearon una mueca. Me dirigí a la cama, sin darle ninguna pequeña mirada hasta sentarme en el otro extremo de esta.
—No fueron tantas, necesitaba relajarme—le inventé tras un largo suspiro en el que aún me sentí asfixiada. Acomodé mi cuerpo sobre el colchón para arrastrar el cobertor y cubrirme, quería perderme en la profundidad de mis sueños para despertar horas después de que incubaran a rojo 09—. Descansa— musité, acomodando mi cuerpo de tal forma que terminara dándole la espalda a Adam, quedando, para mi desgracia, con la mirada clavada en el reloj sobre la cajonera junto a mi cama. Seis horas más, y lo recogerían para llevarlo a su última inmoderación, después de eso no lo volvería a ver.
Mi corazón se oprimió con ese pensamiento, y lo único que pude hacer, lo único que supe por ese momento que debía hacer era cerrar mis ojos, sintiendo como poco a poco ese brazo masculino y de piel bronceada me rodeaba por la cintura.
La incomodidad me removió sobre el colchón, volvió a abrir mis ojos para mirar por segunda vez el reloj frente a mí.
— ¿Segura que estas bien? —Apreté mis labios cuando esa pregunta la soltó muy cerca de mi hombro, a pesar de que mi camisón cubría esa parte, sentí la calidez de su aliento atravesar hasta mi piel—. El lugar donde te lastimaste, ¿no te duele?
—No... No te preocupes que estoy bien—respondí levemente, y agregué—, y estoy muy cansada.
Él no movió por nada su brazo de mi cuerpo, dejando que incluso sus dedos tocaran levemente la piel debajo de mi estómago, justo el área donde rojo 09 había tocado mientras nos besábamos, deshaciendo cada milímetro de mi complexión con su tacto. Era incomodo que alguien que no fuera rojo 09, me tocará... Incomodo, nada agradable.
Todavía me costaba aclarar en qué momento Adam había dejado de gustarme con exactitud, siempre pensé que había sido cuando terminó nuestra relación, sin embargo, sentía que había sido mucho antes de que termináramos. Tal vez en ese entonces ya sentía algo por 09, algo de lo que no me había dado cuenta hasta que se acumuló de tal forma que era imposible retenerlo al final.
Mordí mi labio tratado de no removerme o quitar el brazo de Adam, nuevamente clavando la mirada en el reloj viendo como los minutos eran agregados a él conforme avanzaba la noche.
Esa noche traté de dormir, en serio que traté de cerrar mis ojos y desvanecerme en el sueño. Pero no lo logré, mis ojos me traicionaban revisando el paso del tiempo en el reloj mientras mi mente se llenaba de todo tipo de preguntas y recuerdos, llenando mi cuerpo de una impotencia insoportable.
Onceavo recuerdo de Pym y Rojo.
Esa manera en que me miró en ese momento en que la tenía acorralada contra la pared, una mirada llena de sorpresa y miedo, no dejó mi cabeza. Me mantenía profundamente atrapado en esa escena congelada, afligido, arrepentido de lo que le había hecho. No tenía conciencia en ese entonces de mis acciones, pero esa no era una explicación, solo pensaba en lo mucho que deseaba hacerlo con ella. Descubrir con las yemas de mis dedos toda la piel de su cuerpo mientras le retiraba prenda por prenda. Deseaba con locura acariciar cada centímetro de su pequeña figura y reparar en su estructura, olor y sabor de su piel con mis labios y lengua.
Era como sentir hambre. Un hambre insaciable por ella que no se llenaba con galletas ni sándwiches, no, mi hambre era otro tipo de comestible que no se masticaba entre dientes, y que sabía que solo podía llenarse con una sola cosa de toda mi existencia. Pym.
Quería hacerla sentir todo lo que ella me hizo sentir a mí, estremecerla hasta las entrañas tal como ella me estremecía con el más pequeño de su tacto. Pero lo arruiné, perdí el control, no pude detenerme más cuando ella se apartó de mí, dejándome con un gran apetito de liberarme en ella, perdido en que lo único que quería en ese instante era intimar con ella. La estaba obligando a hacer algo que ello no quería... Cuando ese guardia entró, la apartó de mí y me golpeó el rostro con su puño, dijo que era una escoria infeliz, un animal.
Un animal...
Lo único que pude hacer fue quedarme quieta, viendo como él se la llevaba cada vez más lejos de mi cuarto, llevándose su calor. Llevándose esa mirada que no volvió a verme. Una mirada que no volvería a ver jamás.
Estaba arrepentido, arrepentido de no poder controlarme con ella, de, todavía, empujarla con esa fuerza contra mis cajoneras y lastimarla hasta hacerla quejar, solo hasta ese momento me detuve para caer encuentra de que no solo se había golpeado el costado izquierdo, sino que una de mis manos que había apretado su pierna, dejó esa área de piel enrojecida.
La lastimé dos veces.
Había estado tan atrapado en esa escena que aun cuando enviaron a una examinadora a intimar conmigo, no pude dejar de pensar en Pym y en lo que le hice. Quería salir... Quería buscarla, disculparme y sanar su herida.
Quería despedirme de ella también. Pero ahora estaba lejos de mi alcance. Y desde entonces habían pasado horas y horas en mi cuarto, caminando de un lado a otro, lanzando libros al suelo, desordenando mi cama por la desesperación que me consumía, esa impotencia quemando mis puños con ganas de golpear las paredes, agujerarlas, romperlas.
—Pym—la nombré, y mi cuerpo comenzó a sentir una desagradable vibra que me hizo temblar. Apreté los dientes y giré a la cortina, quería salir...
Quería salir y buscar a mi mujer.
La necesitaba.
Me desordené el cabello, sacudiendo todos mis mechones con la palma de mi mano. Mi cuerpo tembló por el impulso de atravesar la cortina a la que pronto me encaminé y terminé alzado de inmediato, encontrando toda la sala de entrenamiento vacía. Sin guardias merodeando, sin la mujer de los anteojos que se acomodaba detrás de lo que era la recepción.
No había nadie, nadie cuidado de nosotros otra vez, eso fue lo que por un instante me desoriento, y por ese instante mis impulsos de ir a buscar a Pym aumentaron. Sin embargo, traté de detenerme al ver todas esas camas en lo alto del techo de la sala, eran lo único que se mantenían en movimiento. Las analicé, recordando que la primera vez que no había guardias en la sala, ni la recepcionista ni examinadores, rojo 11 intentó salir de la sala, ni siquiera llegó a pasar la plaza del exterior cuando una extraña alarma se encendió en todas las salas. Un sonido tan agudo y ensordecedor que hundió todo rincón. Los soldados empezaron a aparecer en pocos minutos, y supe, lo mi examinadora, que ella había matado a uno de los soldados.
El castigo que le dieron la había desaparecido de su cuarto por más de dos meses. Y cuando la regresaron a nuestra sala, y vi el color tan pálido de su piel marcando hasta sus huesos. Ella me contó que la habían encerrado en una pequeña caja, sin agua y comida, y que cuando la sacaban era para drenar la mitad de su sangre.
Un castigo que nadie quería tener. Sabía que si intentaba salir las cámaras me verían, la alarma se encendería y entonces me castigarían... Cerré la cortina frente a mis ojos, dejando que mi respiración se soltara con una fuerte exhalación.
Saber que ni siquiera podría salir a buscar a Pym, y mucho menos escañar con ella de este laboratorio hizo que algo muy helado cayera en la boca de mi estómago. Era una horrible sensación acompañada por ese dolor apretando cada vez más mi garganta.
Clavé mis ojos en el reloj sobre la cabecera de mi cama, faltaban solo tres horas para que me recogieran, tres horas para volver a la incubadora... Tres horas que, al finalizar, nunca volvería a ver a Pym.
Mi mente se hizo un desastre, Volviéndome loco, levando mis manos a desordenar con frustración mi cabello otra vez. Volví la mirada de inmediato a la cortina, y hasta ese momento, todo mi cuerpo se heló al sentir desde la planta de mis pies, ese calor de una segunda presencia que no pertenecía a ninguno de los experimentos en sus cuartos.
Al principio pensé que era una mentira, que me lo estaba imaginando, pero cerré mis ojos, ocultándolos debajo de mis párpados para darme cuenta de que era verdad.
Una delgada temperatura se acercaba en el pasillo fuera de nuestra sala, a pasos apresurados para entrar... Y sin detenerse, seguir caminando en dirección a los cuartos de mi lado. La respiración se me detuvo cuando la reconocí, cuando esa temperatura tan cálida y suave se encaminaba únicamente hacia mi cuarto.
Era ella. Era Pym, mi Pym había vuelto a la sala 7, ¿para verme? Los nervios me invadieron el tamborileo de mi corazón iba cada segundo más en aumento acompañado de una opresión en mi pecho. Cuando vi que solo faltaban pasos para que llegara a mi cuarto, no pude controlar más el impulso de caminar y alzar la cortina...
Alzarla frente a esa sorprendida mirada cristalizada dueña de unos preciosos orbes azules que bombearon frenéticamente mi sangre. No pude evitar reparar en todo su rostro que era lo único que me inquietó en ese segundo, sus labios mordisqueados y en enrojecimiento en sus escleróticas me dieron a entender que había estado llorando, ¿por lo que le hice?
Con ese pensamiento, mi corazón se detuvo de golpe.
—Pym...— Se mordió su labio inferior, rompiendo el contacto de nuestras miradas para revisar detrás de ella, vi como observaba las cámaras con temor. El mismo temor que yo tuve hace minutos atrás.
—Se me olvidaron unos libros en tu cuarto— soltó para mi desilusión al saber que no venía a verme. Se adentrará sin más a mi cuarto dejando que parte de su mochila negra rozara con mi torso.
Giré confundido, soltando la cortina para que nos cubriera de las cámaras, observando como ella se dejaba la mochila sobre la mesa y bajaba la cremallera de la misma. Hasta ahí mis ojos se dejaron caer sobre el resto de su cuerpo, sobre esa bata larga y arrugada, y esos extraños pantaloncillos huelgueados de un azul muy claro con figuritas extrañas y de diferentes colores: parecían ser hechos de una tela muy delgada y suave. No era solo el pantaloncillo lo que arqueó mi ceja, sino ver sus pequeños pies descalzos.
No se puso zapatos.
— Siéntate en la cama, tengo que ocultar algo.
No la entendí, ¿qué iba a ocultar? ¿No se le habían olvidado unos libros? Pero la obedecí, aproximándose tras unos segundos en que la vi sacar unos libros y esconder un par en los cajones bajo la mesa. Me acomodé apenas sobre el colchón, sin dejar de observar ahora como ocultaba el otro libro justo en una de las cajoneras donde la empuje.
— ¿Qué estás haciendo? — quise saber cuándo la vi volver a la mesa, a su mochila, y rebuscar algo en su interior. Volvió a sacar otros libros, y estos los acomodó sobre la mesa desordenadamente. Se veía muy nerviosa, temblorosa y desesperada, justo la forma en que yo lo estaba y seguía estándolo—. Pym, ¿qué estás haciendo?
—Espera— el hilo de su voz me estremeció el cuerpo, oprimiendo más mi pecho, y entonces por tercera vez revisó la mochila, sacando algo de uno de sus bolsillos que me dejó inquieto.
Era una larga hilera de pequeños paquetes cuadrangulares de un tono amarillento, me pregunté que eran, porque golosinas no podían ser. Las observó, Ella se miró dudosa y atemorizada desde mi lugar. No entendí que estaba haciendo, por qué razón había sacado esos libros cuando dijo que se había olvidado de unos, pero no importo, esta era mi oportunidad, sí, mi oportunidad de disculparme y despedirme de ella.
No hacía falta más que menos de tres horas para irme y no volverla a ver, al menos tenía que ver sus ojos una vez más.
—Pym, lo que pasó en la tarde—hice una pausa, ella permaneció en su lugar, viendo el material amarillento en su mano—, perdóname. No quise lastimarte.
—No fue tu culpa, ni siquiera tengo rasguño en esa parte—expresó, levantando esa mirada azulada que me dejó tan oprimido al ver como derramaba un par de lágrimas. Estaba llorando—. No fue tu culpa— repitió en un tono más bajo sin dejar de mirarme fijamente, e, inesperadamente dejando que sus piernas se movieran rápidamente hacia mí.
Un segundo fue suficiente para que todo mi cuerpo se alterara cuando la vi a solo centímetros de mí un segundo para que todo mi entorno se sacudiera, y repentinamente fuera el calor de su cuerpo golpeando contra el mío y sus brazos rodeando mi cuello con fuerza lo que terminara equilibrando toda mi presión... Todos mis tormentos y miedos. Todo mi mundo.
Quedé en shock, sintiendo como el calor emergía con más intensidad de mi cuerpo, calmando mi desesperación, calmando en ella el temblor de todo su cuerpo. Estaba abrazándome, aferrándose con tanta necesidad a mí que no pude evitar jadear, correspondiéndole con mis brazos rodeando su pequeño cuerpo para atraerla más a mí.
—Lo siento tanto— susurró, la calidez de su aliento chocando con mi oído, me hizo suspirar. Se sentía tan bien abrazarla, se sentía como si repentinamente estaría con ella para siempre.
Inhale su delicioso aroma a coco y chocolate, no era el aroma común que conocía de ella, pero aun así era esquicito, así que seguí llenándome de lo que ella era: la mujer que admiraba, la mujer que deseaba a mi lado, la única pareja que tendría mi corazón, porque mi corazón ya era de ella desde el momento en que pisó mi habitación.
— Déjame hacerte el amor.
Un frío intenso que antes no existía en mi cuerpo me abandonó en una entrecortada exhalación a causa de sus desconocidas palabras soltadas en un tono dulce. No sabía a qué se refería, pero esas palabras ya habían provocado algo en mí. Se apartó de mí, pero no lo suficiente como para que dejara de sentir su calor. Su rostro se colocó frente al mío, a centímetros de rozar mi nariz con la suya, quedé inmóvil cuando vi el brillo anheloso en su hermosa mirada.
—Quiero intimar contigo como si fuéramos parejas— susurró, y mis ojos se abrieron con lentitud, sorpresa y una emoción pinchando el interior de mi cuerpo fue lo primero que sentí. Sus labios mordisqueados no tardaron en cobijar los míos en un beso sensible y lleno de estremeciendo que se me sacudieron los huesos y jadeé en su deliciosa boca que no paró su lento movimiento.
La seguí con la misma lentitud, hundiéndome en su textura suave y fresca de sus carnosos labios, en ese sabor a menta que reconocí de la pasta dental. Deseé chupar toda esa menta hasta que no quedara ni un sorbo solo para descubrir su sabor natural, ese sabor de ella que disparaba descargas placenteras y dulces en todo mi cuerpo.
Mis manos volaron a su cadera, aferrándose esta vez con delicadeza, no quería volver a lastimarla. La atraje un poco más hacía mí, abriendo mis piernas, haciéndole un campo para su cuerpo. Un campo en el que ella se moldeó perfectamente a mi cuerpo.
Con su calor tan cerca, perforando cada pequeño pedazo de mi piel a pesar de la ropa, su boca aumentando los movimientos de nuestros labios, sus manos hundiéndose en la raíz de mi cabello dando caricias y su cuerpo meneándose apenas contra el mío, fue suficiente para que esa descontrolarle tensión placentera se concentrada en mi miembro de tal forma que me endureciera. Ahogué un gemido ronco cuando se apretó contra el bulto bajo mi bata, las entrañas se me estremecieron con el contacto entrecerrando mi entrecejo.
Se apartó de mí, rompiendo todo contacto entre nuestros cuerpos por al menos unos centímetros, había sido un movimiento inesperado que por tercera vez me dejó desorientado, pero esta vez pude tener control de mí mismo. Sus labios enrojecidos se relamieron con su pequeña lengua, dejó que su mirada descansara en una parte baja de mí y por si fuera poco sentí sus manos caer de mis hombros a mis muslos donde sus dedos tomaron el borde de mi bata blanca.
Y cuando la sentí tirar de ella hacía arriba, supe lo que quería hacer. No tardé en ponerme sobre mis pies de tal forma que provocará que su mirada subiera más a causa de mi altura. Pronto, la sentí subiendo la bata por mis muslos dejándome cada centímetro más desnudo ante su preciosa mirada. Le ayudé a sacármela de mi cuerpo encorvándome un poco y alzando los brazos, dejando caer al final, la bata al suelo.
Me sentí ansioso, los nervios cada vez más acumulándose en mis músculos cuando esos orbes encantadores bajaron para reparar en toda mi desnudes, y me estremecí, un jadeo se formó en mi garganta cuando una de sus manos se dejó apoyar con delicadeza en mi pectoral derecho. Una suave calidez que me fascinó. Bajó, lentamente en caricias débiles, dibujando con la yema de su pulgar cada parte de mi abdomen. Se me apretaron los dientes cuando la vi observar más abajo de mi vientre, cuando sus hermosas mejillas manchadas de pequeñas pecas, se sonrosaron y cuando esos labios se mordisquearon. Retuve el aliento, pensé que iba a tocarme ahí al mover su mano, pero no sucedió, se detuvo y contrajo su brazo hacía su bata.
La vigilé, la forma tan apresurada en que desabotonaba botón por botón para dejarme apreciar más el pantaloncillo de figuras que llevaba puesto, apenas moldeando sus piernas: esas que muchas horas atrás había acariciado. Desabotonó diez botones más de su bata, dejando el resto de ellos abotonados sobre lo que parecía ser una segunda prenda de ropa, un camisón blanco que ocultaba su estómago y tal vez, algo más... arriba. Regresé la mirada a sus pantaloncillos, todavía recordando lo que detrás de ellos se ocultaba, esa piel tan suave y húmeda, esa piel que con mis caricias la hizo gemir como nunca.
Quería arrancárselo, tocarla y escucharla gemir.
— ¿Quieres quitármelo? —Dejé de apreciar el pantaloncillo y las figurillas de colores que me recordaban mucho a los dibujos para colorear que ella me había traído, y me enfoqué en su pregunta, repentinamente sintiéndome hipnotizado por su hermosa mirada. ¿Qué si quería quitárselo? Sí, quería arrancarle cada prenda y devorarla con mis labios, eso quería.
No contesté solo pude tragar, lamer mis labios, sintiendo ese profundo deseo de desnudarla. Mis manos se movieron por sí solas atrapando su cadera para atraerla a mí, acortando los únicos pasos que nos separaban, rápidamente mis dedos se aferraron al pequeño inicio de sus pantaloncillos que atisbé.
Me incliné, repartiendo el peso de mi cuerpo sobre mis rodillas, sin esperar nada a comenzar a bajar sus pantaloncillos, liberando esa piel impecable y blanca que poco a poco formó un par de piernas, su vientre está cubierto por otro tipo de prenda rosada que aprecia muy delgada, formando un extraño y llamativo rectángulo entre sus piernas.
Sabía que lo que se escondía del otro lado de esa prenda, era más piel frágil y suave, pero fuera de eso, nunca lo había visto, y repetidamente solo ver esa forma tan elegante y llamativa entre sus piernas tan suaves, una extraña sed me invadió. Dejé que el pantaloncillo resbalar por el resto de sus tobillos mientras dejaba que mis nudillos rozaran en suaves caricias todo el largo de sus piernas hasta llegar a esa prenda.
La sentí estremecerse con mi toque, una reacción que terminó gustándome mucho. Mis dedos se anclaron a la delgada prenda pegada en cada lado de su cadera, ya cual llevaba un pequeño moño de listones negro adornando una de las horillas. Tiré del pliegue y cuando tan solo baje un poco es prenda, sentí su cuerpo endurecerse. Subí el rostro hacia esos orbes tan atentos a mí y esos labios mordisqueados con nerviosismo, su sonrojo y la forma en que me miraba, como si rogara que se lo quitara de inmediato cosquillaron el centro de mi vientre.
No había rostro más esplendido que el de ella, ni mitad que me tuviera tan cautivo, atrapado en todas estas sensaciones que solo me hacían anhelar más, más y más de ella y de esto.
Halé la prenda hacia abajo, mi boca se secó cuando fui rebelando más de lo que pude imaginar, inevitablemente sintiendo como se me aceleraba el corazón y como mi respiración se soltaba entrecortada. Y cuando ya no quedó ni un centímetro de piel oculto en esa delgada prenda, algo más se me endureció.
Solté la tela rosada que se deslizó hasta sus pies, mis dedos no dudaron en ir a esa dirección de su vientre y tocarlo sin inmutarse, tocar esa deliciosa franca de piel que tomaba una forma autentica y rectangular, perfecta, hermosa, hipnótica, tan inquietantemente diferente a lo mío...
Era tan suave que no podía dejar de acariciarla mientras sentía como Pym comenzaba a temblar. Además de su suavidad, su estructura delicada y atractiva que se estremecía con mi tacto, emitía un aroma tan delicioso que me atrajo como a un depredador. Inclinando mi rostro a su vientre, hundiendo mi nariz en su piel para respirarla hondo, llenarme de ese aroma exquisito que comenzó a desesperarme.
Me sentí como ese lobo Alek cuando olfateo el cuello de la mujer caperuza. Así tal como el describió las sensaciones, era lo que estaba sintiendo ahora mismo.
Solté inevitablemente una clase de ronroneo y volví a inhalar más abajo, en esa humedad piel deliciosa, el gemido dulce de Pym escapando de sus labios con sorpresa inesperada de mi acción, envió descargas eléctricas por todo mi cuerpo. Pronto sus manos rápidamente se tomaron de mi cabeza, hundiendo sus dedos en mi cabello.
—09— su voz temblorosa me sacudió el vientre, me hiso gemir.
—Hueles delicioso— solté, mis labios pegados a esa mojada piel que no dude en besar, descubriendo un sabor tan inquietantemente delirante que me heló la sangre.
Una escalofriante familiaridad llegó a mi cabeza. Ya antes había saboreado algo parecido, aunque cuyo sabor jamás me había hecho sentir tan insaciable. No quise pensar en ese recuerdo con mi examinadora y hundí mi boca para dar otro beso en esa parte, dejando que mis manos se deslizaran por la suavidad de sus muslos hasta ese trasero tan redondeado que apreté entre mis manos cuando mi lengua lamió ese trozo de piel.
—Espera, ah... — gimió, y para mi sorpresa, tiró con fuerza de los mechones de mi cabello para apartarme, alzar mi cabeza y clavar mis ojos en los suyos oscurecidos de una forma tan cautivadora—. Acuéstate en la cama.
Amé el tono severo de su dulce voz, nunca la había escuchado así, nunca me había dado una mirada cuyo color azul de sus ojos se viera tan profunda y atractiva... pero pude descubrir el deseo que tenía en su mirada.
Me incorporé, no tardando nada en subir al colchón sin romper contacto con esa profunda y hermosa mirada que me siguió en todo momento. Recosté mi cabeza sobre le almohada con las piernas estiradas y los brazos a cada lado de mi desnudo cuerpo, sin saber hacia dónde moverme.
Desconocía por completo lo que Pym haría, peros sabia... Sabía que sería igual a lo que esas personas hicieron contra mi incubadora, teniendo relaciones sexuales de pareja. Salí de mis pensamientos al verla acercarse, subir sobre el colchón y tomar esa hilera de cuadros amarillos que no supe en qué momento había dejado en mi cama.
Subió con una lentitud tan enigmática que me hizo tragar con fuerza sentir más sed de la que nunca llegué a tener cuando en un movimiento, se subió sobre mi cuerpo, acomodando cada una de sus piernas que deseaba acariciar y besar, en cada lado de mi cadera.
Verla así... Me puso demasiado nervioso, ansioso que solo pude llevar mis manos a su cadera x acariciándola a penas antes de encontrarlo inclinándose sobre mí, acercando su rostro hasta que nuestros labios se hundieran en besos profundos y desesperantes. Sentí sus manos apoyándose en mi pecho, acariciar mis pectorales conforme nos besábamos, nos saboreábamos uno a otro. Ladeé el rostro, deseando tener más acceso a su boca, animando a mi lengua a adentrarse hubiera o no permiso para explorarla como aquella vez.
Y de pronto, gruñí un gemido en su boca cuando se sentó débilmente sobre mi miembro y se meció sobre él de tal forma que un ardor tan delicioso y placentero explotara en mi interior en forma de más gemidos que esa pequeña garganta se tragó. Mis manos apretaron su cadera, necesitado de más de esos movimientos que ella no dudo en hacer, meciéndose con una tortuosa lentitud que hundió todo mi entrecejo, me hizo arrastrar el oxígeno para soltar otro ronco gemido.
Por primera vez quise maldecir de lo exquisito que se sentía que nuestras pieles desnudas y sensibles se acariciaran de esa forma, que mi miembro palpitara contra esa entrada suya. Quería sentir más, más de ese tipo de ardor en mí interior hasta explotar de locura.
Soltó mis labios inesperadamente, y lo que sentí después me dejó con la mirada clavada en el techo, sus labios carnosos y suaves dejaban besos en mi cuello hasta mi pecho, cada pequeño centímetro de mi piel estremecida con cada uno de sus humanos toques. Jadeé cuando entre uno de sus besos, sentí su lengua acariciar por encima de mi areola, una sensación que casi me arqueó la espalda. Apreté los labios y los lamí, cuando su boca bajó a mi estómago y esa lengüita siguió saboreando mi piel en tanto sus manos me acariciaban los costados, removiendo mis entrañas, estremeciendo hasta el más pequeño de mis rincones.
Se levantó repentinamente, dejando de besar mi cuerpo, los ojos en ese instante la observaron, preguntándome que era lo que haría. Me miró con profundidad en tato levantaba un poco sus caderas para dejar de rozar mi miembro endurecido y palpitante de deseo. Un segundo duró contemplándome antes de arrancar del material amarillento de sus manos un pequeño cuadrado que no tardó en abrirlo y sacar una extraña bolsita trasparente de su interior. No sabía decir que forma tenía pero era largo y extraño, muy extraño. ¿Qué era esa bolsa y para qué?
—V-voy a ponerte esto, ¿está bien? —su voz tembló de nervios, ver lo hermosa que se veía así, me hiso morder el labio inferior.
— ¿Qué es? —mi voz salió ronca. Ella torció una leve sonrisa nerviosa cuando dejó caer la mirada a mi miembro.
—Un condón del laboratorio— respondió en un tono bajo, confundiéndome más—. Ayuda en muchas cosas— lo último lo musitó, y tuve curiosidad en saber en lo que ayudaba, pero sus dedos fríos rodeando apenas mi miembro, desvanecieron la pregunta, contrajeron cada pequeño musculo de mi cuerpo y construyeron el gemido en mi garganta.
Su piel haciendo contacto con esa parte de mí, después de tanto tiempo en que deseé que fuera ella quien me tocara ahí, retuvo mi aliento en mi pecho haciendo que lo soltara entrecortadamente. Sus rozadas caricias, conforme bajaba, empezaron a nublarme un poco la vista de deseo y placer, anhelando más.
Me desoriente cuando sostuvo mi miembro con una sola de sus pequeñas manos. Alzó un poco más sus caderas, acomodándose un poco más sobre mí al mover sus piernas, nuevamente retuve el aliento, encontrando como acomodaba su otra mano sobre mi vientre para empezar a descender sobre mí, sobre mí...
Un quejido de dolor se fue construyendo en mi interior cuando algo tan inexplicable y desconocido comenzó a rasgar y estremecer todos mis músculos.
Mis sentidos se aturdieron y mi vientre se contrajo en descargas tan placenteras segundo después, estallado no solo en esa zona sino en mi cabeza al sentirme entrar en su interior con lentitud. Un mundo de músculos tan húmedos y suaves apretando mi miembro, acariciándolo cada vez más profundo de una forma que, aunque apenas dolorosa, era nueva y excitante.
No lo sabía... No sabía que algo como esto podía sucedernos de tal manera que el corazón saliera disparado a mi boca con mucha presión. Ni siquiera pude respirar un poco al sentirme atrancado con todo tipo de sensaciones inigualables, todas delirantes, placenteras y estremecedoras.
No pude ver nada más que ese par de cejas contraerse de placer en el bello rostro de ella, tan esplendido, tan... ¿Esto era lo que sentía ese hombre con esa mujer aquel día? ¿Esto era lo que estaban haciendo él dentro de ella de la misma forma en que Pym y yo estábamos? ¿Así era como intimaban las parejas? ¿Esto era lo que Pym dijo, ¨hacer el amor¨? De algún modo supe que sí, y más que saberlo sabía que solo era el inicio de algo que me robaría más que el aliento.
Salí de mis pensamientos cuando ella terminó por completo sentada sobre mí con cada mano sobre mi estómago, dejando de moverse, de meterme más en su delicioso interior. Solo mirándome fijamente, observando mi gesto ceñudo y dientes apretados.
— ¿Duele? — el tono de su voz, dueño de casi una ronquera, me hizo lamer los labios.
—No... Me gusta, Pym—gemí, era la verdad, no era el dolor el que provocaba mi fruncir de ceño—. Me gusta lo que me haces.
Mis órganos temblaron de placer cuando tan solo la sentí moverse un poco hacía delante y esos músculos tan apretados acariciaron mi miembro.
La miré asentir con un sonroso en sus mejillas al estirar esos carnosos labios en una pequeña y encantadora sonrisa, una sonrisa que no era solo de felicidad, había algo más. Podía notarlo, era otro sentimiento en ella. Repentinamente sus manos hicieron presión sobre mi abdomen para alzarse tan lento en el que sentí sus músculos halar de mí, que mis dedos se apretaron en su cadera, que mi garganta escupió un jadeo ronco entre mis apretados dientes, y mi interior gimió de placer.
—Lo haré lento—jadeó: un sonoro jadeo que mi interior clamó por oír más, volverlo gemidos contra mi boca.
Se meció sobre mí con una lentitud tan delirante que mis labios se abrieron para poder respirar a través de ellos. No dejó de moverse sobre mí, menearse al mismo ritmo cautivador y marcado en el que sentía como salía de su interior y entraba entre los brazos de sus húmedos músculos internos con dureza y un ardor delicioso en el que no podía callar mis entrecortados jadeos.
Quedé lo más quieto que pude a pesar de que mi cuerpo quería imitar sus movimientos, sostenerla con mis manos, empujarme en su interior tal como aquel hombre hizo con su pareja...
Estaba estremecido por cada descarga placentera que sus movimientos lograban construir en mi interior, pieza por pieza explotando en mi cabeza todas esas curiosidades que tuve de saber qué estaba haciéndome, por qué me hacía sentir tan perdido, estaba desvaneciéndolas todas. Haciéndome pedazos de una forma tan exquisita y nueva, haciéndome olvidar de mi cuerpo para quedar atrapado en el placer de su danza.
Solo podía sostenerla de sus suaves caderas, mis dedos resbalando y subiendo a la forma curvilínea de la piel de su cintura debajo de su camisón, querían quitárselo también, descubrir que más había debajo del resto de su ropa, pero ni siquiera podía pensar en ello a causa de lo que me estaba haciendo sentir.
—Pym...—Aumentó su ritmo produciéndome un gemido ronco que estalló en mi cuerpo.
Una punzada extasiada de calor se concentró solamente en mi miembro, con sus movimientos rotatorios y profundos, el placer escarbo mi interior hasta sacudirme el cuerpo de escalofríos, erizándome la piel, estirando un poco mi cuello y lamiendo mis labios entre jadeos y gemidos. La forma en que se mecía me tenía cautivado, no podía quitarle la mirada de encima ni en la forma en que apretaba sus carnosos labios o la manera en que hundía sus delgadas cejas pobladas y castañas. Un gesto tan precioso que solo hacía estar a punto de perder el juicio.
Y hasta ese instante en que me detuve sobre sus labios apresados y en la forma en que únicamente los abría para juntarlos en un pequeño círculo y soltar el aire entrecortadamente, me di cuenta de que era el único que había estado gimiendo desde entonces, ¿por qué ella no quería gemir? Se evaporaron todos esos pensamientos cuando al alzarse se sentó en un movimiento tan inesperado que mi espalda se arqueó y otro gemido desbordó de mis labios.
Por primera vez quise maldecir, tal como ella lo había hecho un par de veces al equivocarse en su trabajo conmigo. Pero no una maldición por equivocación, sino porque no encontraba otra expresión por lo enloquecido que me ella me hizo sentir, como si estuviera a punto de explotar todo mi interior en un fuerte gruñir. La sostuve de la cintura repentinamente en que descendió con la velocidad, no quería que disminuyera, todo lo contrario, quería aumentar la velocidad, quería que escucharla gemir, porque solo era yo el que gemía en esta habitación.
En ese instante ya no pude detenerme más, incorporando mi espalda y moviendo uno de los brazos hacia arriba con la intención de tomar su nuca y estampar su boca con la mía en desesperados besos. La besé con necesidad, emboscando el interior de su boca con mi lengua y haciéndola gemir con la rotundidad en que colonicé su deliciosa cavidad en tanto mí otra mano aferrada a su cadera la obligaba a moverse en un ritmo marcado y un poco más acelerado, aumentando la temperatura entre nuestros cuerpos y esas ráfagas placenteras concentrándose no solo en mi cuerpo, sino en el de ella.
Podía sentir su acelerado pulso casi atravesando su pecho cubierto de la bata, podía escuchar su entrecortada respiración que se forzaba retener para no gemir sonoramente, esos jadeos que soltaba en lo profundo de mi boca, la forma en que sus manos se aferraban a mis desnudos hombros o la manera en que sus uñas trataban de encajarse a mi piel. Todo eso me decían una sola cosa...
Pym estaba a punto de liberarse.
Y yo deseaba liberarla de su tensión.
Abandoné su cabeza para que mi mano se tomara del otro lado de su cadera, esta vez, el ritmo se aceleró con fuerza, y por primera vez, su gemido se escapó en mis labios. Un largo gemido ronco que creció mi apetito, me hizo aumentar no solo el ritmo de mi boca contra la suya, sino el ritmo de sus caderas de tal forma que hasta nuestras pieles al chocar produjeran un delicioso sonido que me hizo ahogar un gruñido.
Ella rompió el beso tras un gemido sonoro que terminó tratando de cubrir con su mano, pero que no logró hacerlo, dejando que el sonido llenara la habitación por un segundo. Se sostuvo de mis hombros al no poder seguir el ritmo de las embestidas, hundiendo su boca en mi cuello para acallar todo sonido que escapaba de su boca. Estaba llenando su vaso hasta la última gota, podía sentirlo.
—Rojo—aunque apenas entendí lo que dijo entre jadeos y gemidos ahogados contra mi cálida piel, muy cerca de mi manzana de Adan, quedé maravillado. Por primera vez no me había llamado por mi clasificación entera, por primera vez... había separado una frase de otra, no rojo 09, mucho menos 09, sino Rojo... Esa sola palabra no se había escuchado como si mencionara mi clasificación, se escuchó como si me nombrará. Como si fuera un nombre, como si fuera mi nombre.
La emoción fluyó en mi interior apoderándose de mí, deseando escucharla una vez más repetir esa palabra con el mismo tono perdido en el placer, como si estuviera a punto de desvanecerse en él al igual que lo estaba haciendo yo.
Pero no hubo otro sonido audible más el de los pequeños chillidos de la base de mi cama a causa de nuestros movimientos llenando la habitación, al igual que el chasquido de nuestras desnudas pieles haciendo contacto de un golpe.
Mi mirada ya no se concentraba en ella, sino en esa pared blanca en la que horas atrás la tenía acorralada, mordí mi labio inferior con rotunda fuerza hasta saborear la sangre, mis dientes se apretaron cuando todas esas corrientes de placer vaciándose solamente en mi vientre, contrayendo los músculos conforme se acumulaba hasta el último delirio de nuestro deseo.
Y mis manos empujaron su cadera con rotunda fuerza hasta hacernos explotar: a mí en gruñido de dientes apretados contra su hombro, y a ella en un delicioso e inolvidable chillido de placer soltado en la piel de mi cuello, marcando esa zona de mi cuello como suya por sus labios apretados y dientes rozando. Mis entrañas todas añoraron el sonido como suyo. Tan exquisito, tan maravilloso que quise escucharlo otra vez, quise liberarla nuevamente, sentir toda esa erupción placentera deshacer nuestros cuerpos como en este momento, uno sobre el otro con las respiraciones acabadas.
No importaba qué, ella ya era mía y yo todo suyo. Estaba atado, unido por siempre a Pym, me di cuenta de ello. Me di cuenta de lo mucho que deseaba tenerla entre mis brazos, intimar con ella, besarla, escucharla hablar, verla sonreír, sentir el calor de su cuerpo junto a mi cama. Sería difícil apartarme de mi hembra. Mi mujer. Pym. Difícil olvidarla, difícil engañarme con que podría intimar con alguien más que no fuera con ella.
Sin ella todo sería un infierno, un infierno al no estar con la mujer por la que sentía todo.
—Quiero estar contigo—solté contra su cabeza al alzar mi rostro de su hombro. La sentí apartarse de mí, incorporando un poco su espalda y llevando su rostro frente al mío para que nuestras miradas se conectaran. Un par de orbes tan azules que pronto cristalizaron, oprimiendo mi pecho con una verdad cruel para ambos.
Porque al final, no, no podríamos estar juntos.
—Deseo lo mismo—su voz se rompió, pronto sentí sus manos deslizarse de mi cuello hasta mis hombros, solo una de ellas se levantó para acariciarme la mejilla de tal forma que su contacto volviera a estremecerse a profundidad—. No sabes cuánto deseo estar contigo, Rojo.
Que me llamara otra vez así, apretó mi quijada, una fuerte impotencia de golpear nuevamente las paredes o tirar objetos al suelo, se adueñó de mí.
—No voy a poder sentir esto con nadie más, Pym —solté, mis brazos la atrajeron un poco más a mi cuerpo con el temor de dejar de sentir el calor de su cuerpo, ese calor que me hacía sentir vivo, libre, me hacía sentir hombre—. No podré hacerlo, eres la única que me ha tenido así, y la única por la que he sentido esto.
Era cierto, estaba seguro, cada pulgada de mi cuerpo y alma estaba seguro de que no podría sentir lo mismo por alguien más que no fuera ella, que lo que acabábamos de hacer era algo que no podría hacer con nadie más. El solo pensamiento de tocar a otra hembra me repugnaba, volcaba mi estómago, me daba nauseas. No eran sentimientos sinceros, era solo feromonas. ¿Por qué? ¿Por qué no solo se detenía mi maduración para poder estar con ella más tiempo? El temor de abandonarla me aturdió, no podía separarme de ella.
No lo toleraría.
— No pudo imaginarme tocarla a ella de la forma en que te toqué, me gustas tanto que duele, Pym— su mentón tembló cuando lo dije, ver como esas lagrimas resbalaban de sus ojos me desencajó la quijada—. Separarme de ti es algo que...No, no quiero hacerlo—Y mi boca se apoderó de la suya, y en un impulso por tenerla siempre para mí la tomé de sus muslos y me giré sobre junto con ella, dejando su pequeño cuerpo recostado con delicadeza sobre la cama.
Y ahí, acomodando mi cuerpo de tal forma que no la aplastara y de tal manera que no saliera de su interior, la devoré a besos, colonizando todo lo que era mío y no quería que fuera de nadie más. Intimaría con ella tantas veces pudiera hasta olvidarme de nuestra realidad. Perderme en el sabor de sus carnosos labios y en la suavidad de su caliente piel, en la danza de sus caderas contra las mías haciendo fricción con una fuerza extasiada cuando me hundía en su interior con profundidad y crueldad, atrapado en el delirio de sus gemidos de placer y sollozos de dolor ahogados en mi boca.
Cautivo de su voz llamándome desde su alma necesitada por ser tocada hasta desvanecerse. Abrazado por esas pequeñas manos que no dejaban de acariciar mi espalda, aferrándose con el temor de abandonarme. Empujado por esas piernas que me proclamaban como suyo, únicamente suyo.
Porque solo a ella le pertenecía.
Y le pertenecería aun si todo a nuestro al rededor se desmoronara y se volviera un infierno del que lucháramos por sobrevivir.
Y aun si llegara el día en que ella no me recordara, le seguiría perteneciendo.
Siempre le pertenecí a Pym.
Desde el principio en que nuestras miradas se toparon, le pertenecí.
¡LA PRIMERA VEZ DE ROJO! ¿No es hermoso? No fue como uno quisiera, pero debía ser real ante su situación, aun así es hermoso que al fin ambos se unieran. Y desde ese instante, Pym quedó embaraza de él ❤
ESTE CAPÍTULO ESTA DEDICADO A LAS BELLEZAS GANADORAS:
CaliopeAvril ❤
M26Silva ❤
AnaIbarra070302 ❤
Y la bella NanaHale❤😘
LOS AMOOO MUCHISISMOOOO <3
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