11. Sí, me gustó mucho
SÍ, ME GUSTÓ MUCHO
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Noveno recuerdo de Experimento Rojo 09
Ahogué un gemido quejoso sintiendo como el dolor de mi pecho y cabeza fluía por todo mi cuerpo hasta mi vientre cuando llegué al final de mi liberación.
Mi mano apretó la porcelana del lavabo de mi baño, resistiendo los escalofríos recorriendo cada uno de los músculos de mi cuerpo. Instantáneamente sentí ese cosquilleo pasearse por todo mi cuerpo que, un minuto atrás, había sentido pesado y adolorido a causa de la acumulación de mi tensión.
Solté una larga exhalación cuando todo mi interior se sintió aliviado de la tensión, apartando mi mano y dejando que lo largo de mi bata terminara cayendo hasta la mitad de mis pantorrillas. Abrí los ojos frente al espejo sobre el lavabo en el que me recargaba y en el que no tardé en lavar mis manos. Una vez cerré la manecilla de agua, me dedique a mirar el reflejo de mi palidez, esas esclerotizas negras y esos orbes de un rojo inhumano, solo para sentir un inmenso asco hacía mí mismo.
Ya no quería esto, no me gustaba sentir esas sensaciones adoloridas oprimiendo mi cuerpo y obligándome a tocarme con la única necesidad de no ser tocado por otras manos que no pertenecían a Pym.
Odiaba mi tensión.
Odiaba mi cuerpo.
Odiaba mi naturaleza.
Me odiaba a mí mismo.
— ¿Te sientes mejor? — aquella voz femenina y llena de preocupación, se escuchó ahogada del otro lado del baño de mi cuarto, detrás de la cortina negra que utilizábamos para tener procacidad.
Esa voz pertenecía a la examinadora que enviaron a observarme para saber que realmente me bajara por mí mismo la tensión.
No tardé en empujarme para enderezar mi espalda y alzar mi brazo lejos del lavabo hacia la cortina negra, solo para correrla y encontrarme con esos orbes aceitunados me observaba con impaciencia. Inquietos, así los noté mientras se apartaba de la entrada del baño sin dejar de mirarme.
Desde mi lugar pude percibir el olor y el calor de su cuerpo. Esa sensación llena de fragancia que olfateaba siempre que alguien sentía atracción hacia mí.
Me repugnó ser capaz de darme cuenta de lo nerviosa que la hacía sentir, y no me repugnaba porque ella fuera fea, sino porque no era Pym. Nunca me atraería como Pym.
De hecho, estaba seguro de que nadie me atraería como ella.
Asentí sin ganas de responder, tratando de normalizar mi agitada respiración, sintiendo esa pesadez en mi cuerpo que no era a causa de la tensión acumulándose otra vez, sino del cansancio de no haber descansado lo que necesité.
—Menos mal — suspiró con frustración antes de apartarse un poco más—. No puedo creer que esa mujer no esté aquí, se supone que debe estar presente cuando te éste ocurriendo la acumulación.
Sabía que por mujer se refería a Pym, pero no había sido su culpa no recordar que yo habían pasado más de 48 horas sin ser liberado. Ni siquiera yo lo recordé, y es que estaba tan hipnotizado por ella cuando la recosté en mi cama, entre mis brazos y todavía besé sus carnosos labios, que no pude recordar ni mi propia clasificación. Mi tensión se había sobre acumulado en mi organismo hasta llegar a cosquillear mis extremidades y hundir mi pecho con punzadas de dolor que se sentían como si me pincharan agujas. Tanto había sudado que las sabanas de mi cama y mi almohada estaban empapadas, pero no había sido culpa de Pym.
Se había quedado dormida y no quería despertarla preferí recostarla en mi cama... Ella no había podido dormir en toda la noche, saber de su experimento infante le había afectado mucho. Pero me propase, y cuando ella se despertó en mi cama, verla
Por mucho que me afectara saber que recostarla en mi cama no le había gustado, estaba en lo correcto.
Apreté mis labios en una mueca sin decir nada, bajando el resto de mi bata para que cubrir mis muslos en tanto la miraba guardando en su bolso rojo si apresurarse la crema con la que se untó las manos que me tocaron y liberaron.
Mi cuerpo empezó a sudar mucho, estremecerse y con el paso de los minutos el dolor en mi pecho aumentó de tal forma que sentí como si me pincharan con agujas, contrayendo mi cuerpo en quejidos. Sabía que se había acumulado la tensión, y aunque trate de soportarlo hasta que Pym llegara, no lo logré.
Sin evitarlo presioné el botón rojo junto a mi cama, ese siempre presionaba cada que se me acumulaba la tensión en el cuerpo y mi examinadora no estaba presente. Aunque eso sucedía muy pocas veces porque ella siempre me liberada mucho antes de que la tensión lograra acumularse en mi cuerpo, sin embargo, desde que mi examinadora comenzó a faltar muy seguido, dejando a Pym como mi examinadora suplente, apretaba el botón constantemente.
No me gustaba apretarlo porque al hacerlo sabía que no sería Pym quien atravesara esa cortina de mi cuarto, no sería ella quien me tocaría y acariciaría mientras nos besáramos, sino esa examinadora que pusieron para intimar conmigo.
Quería hacerlo con ella. Que mis manos la tocaran, la acariciarán con tal delicadeza que se estremeciera con mi tacto. Quería tomarla entre mis brazos, amoldar su pequeña complexión a la mía, sentir su calor y descubrir cada rincón de piel cubriendo cuerpo hasta saciarme con nuestras diferencias, besar esos labios carnosos de tamaño pequeño, y llenarme de ella.
Yo quería... No. Deseas escucharla decir mi nombre una y otra vez tal como sucedió en mi sueño mientas me apretaba contra su dulce cuerpo, produciendo sonidos en ella. Deseaba liberarla de su tensión. ¿Qué se sentiría hacérselo? ¿Qué sentiría ella? ¿Qué sonidos soltaría si llegara a tocarla? Sabía que me deleitaría escuchándola, descubriendo sus gemidos ahogándose en mi piel.
Solo pensar en ella, en lo que se sentiría ser tocado por sus pequeñas manos otra vez o ser correspondido por sus labios hacía que un escalofrió resbalara hasta mi vientre concentrándolo de todo tipo de sensaciones cálidas y estremecedoras que me inquietaban, intensificaban más mis ganas de hacerlo.
Esto era incontrolable. Mi cabeza daba vueltas cada vez que pensaba en ella y en estos últimos días que la había visto. A veces me enojaba conmigo mismo porque si no fuera por ese beso, estaría sintiéndome controlado, pero la besé, ya estaba hecho, probé esos deliciosos labios y quería más.
Quería más de ella.
Lancé un largo suspiro entrecortado sacudiendo esos pensamientos al sentirme nuevamente agitado y tenso, acalorado por la concentración en mi vientre. No quise echarle una mirada a esa zona y solo trepé a la cama, deslizándome hasta la esquina del colchón para acomodarme tal como siempre hacía.
Ignoré el resto de mis inquietantes pensamientos, tratando de tranquilizar el ritmo de mi corazón acelerado. Aunque me gustaba sentirme así con ella, había algunas reacciones en mi cuerpo tan inquietantes que todavía no lograba entender.
—Lo bueno que el reloj en tu muñeca notificó a la recepcionista de la sala, sobre tu acumulación—soltó tras negar con su cabeza y echar a mirar hacia la cortina negra del umbral de mi habitación.
Miré hacia mi muñeca derecha, clavando la mirada en ese objeto de color negro, ancho y largo que rodeaba toda esa zona, dejando a la vista una pantalla cuadrangular en la que se mostraban mis signos vitales.
Tintineaba con fuerza cada vez que mi presión subía y mi corazón aceleraba sus latidos. Semanas atrás no teníamos este reloj, al menos no yo. Pero nos lo dieron con la única regla de que Debíamos ponerlo en nuestra muñeca, utilizarlo solo cuando nos fuéramos a dormir. De alguna forma, ese reloj estaba conectado al computador de la mujer a la que llamaban recepcionista de la sala y la cual se encontraba en el centro de nuestra sala 7.
Comencé a quitármelo de la muñeca, aproximándome a sentarme sobre el colchón de mi cama y llevar el reloj debajo de mi almohada.
—Ayer vi a tu pareja en la sala 9, es muy linda, ¿lo sabes? — no esperé esas palabras que hicieron sacudir mis pensamientos. Le devolví la mirada, observando esa nueva curva en sus labios, apenas era una sonrisa a medias—. ¿La has visto?
No quería pensar acerca de ese experimento al que emparejaron conmigo, tampoco que Pym había tenido que hacer la elección porque yo no quería hacerlo. Me sentía, más que molesto decepcionado de que me emparejara al final
—Sí—sinceré con frialdad. Había visto la imagen de esa hembra muchas veces ya que Pym me había dejado su perfil. La verdad es que prefería ver el papelito que guarde del color de los ojos de Pym, que la de mi futura pareja dueña de una mirada grisácea y perlada. A pesar de que era bonita por la forma en que se marcaban sus pómulos con suavidad, y esos carnosos labios se curvaban naturalmente en su rostro, y a pesar de que su lacio cabello negro corto hasta los hombros llamaba mi atención, no había nadie como Pym.
No había nadie como esa mujer que me volvía loco. Nadie me provocaba lo que Pym me producía, nadie me hacía sentir tan insaciable como ella, solo para que al final me diera cuenta de que ella estuviera lejos de mi alcance.
Me volvería un hombre dentro de dos semanas más, y lo peor era que ser el hombre de Pym sería la única cosa en este lugar que no podría ser. Ya lo había aceptado una parte de mí, pero la otra seguía queriendo intentar, desear, anhelarla con infinidad.
Pensar en que solo faltaban un par de semanas para mi última etapa de maduración para llevarme al buker con mi futura pareja, apretaba mis puños con fúnebre fuerza hasta blanquear mis nudillos. Saber que intimaría con esa hembra del área blanca tal como aquellas dos personas tenían sexo contra mi incubadora, me desplomaba la respiración.
Era como perderlo todo, y lo haría, perdería a Pym dentro de dos semanas más y nunca la volvería a ver...
— ¿Y no se te hace bonita?
—Es hermosa— pensé en Pym, sí, Pym era hermosa, preciosa, era magnifica. Y no hablaba de su físico sino de su personalidad, la forma en que se comportaba conmigo y su manera de pensar. Amaba lo que me hizo ser.
Desde el momento en que cruzó la puerta empezó a construir un nuevo rojo 09 en mí, enseñándome que podía ser más de lo que imaginé.
—Entonces te encantará intimar con ella, ¿no? —comentó en un extraño tono que parecía juguetón, retiré la mirada de sus labios abiertos que mantenían ahora una completa sonrisa que me hizo suspirar.
—Deseo hacerlo, he soñado con hacerla mía.
Sus cejas se alzaron con sorpresa, una risa divertida salió de sus labios, se estaba riendo de mí. No sé qué tenía de malo mi comentario como para que se riera así, pero me hizo imaginar que ella pensó que hablaba de mi futura pareja.
Yo deseaba tener sexo con Pym, y nadie más. Desnudarla, besar su vientre y penetrarla,
—Supongo que fue Erika quién te dijo como se hace la verdadera intimación, ¿no?
—No me ha enseñado nada acerca de eso, Pym me lo explicó—esbocé sin ganas, recordando ese momento en que le conté lo que ocurrió y ella me dijo que esas personas estaban teniendo relaciones sexuales. Pero, aunque quise saber más detalles, ella ya no me lo explicó.
—Nunca imaginé que pudiera ser ella, por cierto, ya no falta mucho para que Pym llegué— su voz hizo que levantara la mirada—. Una hora, más o menos, así que... —hizo una pausa suficiente para acomodar su bolso sobre su hombro derecho—. ¿Quieres que me quede hasta que ella llegué?
Pym me hacía esa pregunta siempre que mi examinadora avisaba que volvería y que no necesitaba más de Pym por el momento.
— ¿Quieres que me quede hasta que Erika vuelva?
— ¿Tú quieres quedarte conmigo, Pym?
—Si tú quieres, sí.
— Es lo que más quiero, pero sin que ella vuelva.
A la única persona que quería que me acompañara hasta el resto de mi último aliento, era ella. Solo Pym.
—No necesito que te quedes— respondí sin emoción, doblando mis rodillas tras un suspiro y dejando que mis brazos descansaran su adolorido peso sobre ella. En ese instante esos orbes me recorrieron en silencio antes de que a sus labios se agregara una leve mueca torcida.
—Entiendo, recuerda estirar tus músculos, el efecto de tu tensión todavía no pasa por completo— pidió, colgando su bolso en su hombro. Y sin decir nada más, miré su silueta cubierta de la larga bata desapareciendo de mi alcance bajo la cortina, dejándome solo.
Pero tan pronto como ella abandonó mi cuarto, sentí un estremecimiento en mis nervios al percatarme de una segunda temperatura acercándose con rapidez. Mi corazón saltó y aceleró cuando la reconocí, y el momento incomodo de mi liberación se desvaneció.
Sabía a quién pertenecía esa fuente colorida de un calor tan dulce, tan suave y frágil, hipnotizaste. Pero aun reconociéndola, anhelé verla, así que cerré mis ojos para poder contemplar su figura del otro lado de momento cuarto. Una delgada silueta en colores naranjas y rojizos con la forma femenina deteniéndose junto a otra a medio metro de mi cuarto. Pude escuchar su corta conversación con mucha claridad:
—Tienes la cara demacrada, ¿estás bien? — esa era la voz de la mujer con la que intime, me pregunté qué significaba demacrada. No recordaba haberla leído en el diccionario.
— ¿Él está bien...? —escuchar un poco de esa melodiosa tonada erizó cada una de mis vellosidades, me removí inquieto en mi posición sintiéndome nuevamente agitado.
—Está dentro, no ha desayunado aún y también se ve cansado—Estaban hablando de mí, saber que Pym preguntó por mí aceleró mi corazón todavía más.
— Por cierto, deberías pedir que traigan esta semana a su pareja.
— ¿A su pareja por qué? —su voz sería ladeó un poco mi rostro.
— Al parecer rojo 09 quiere intimar con ella ya, le pregunté y dijo que hasta quería hacerla suya—una risa se añadió en la conversación, y no era la risa de Pym sino la de esa mujer. Apreté mi mentón hundiendo el entrecejo al sentirme disgustado de que le dijera algo que no era cierto. No era con ese experimento con quien quería intimar, sino con Pym, solo con Pym —, ¿entiendes su significado? Dios santo, casi muero de risa ahí dentro.
Escuche a la mujer despedirse de Pym mencionando que también iría descansar porque tenía un par de horas libres. Después de eso vi su temperatura apartarse de mi vista, dejando solo la figura de Pym a mi alcance. Desde mi lugar pude ver como levantaba sus brazos para pasarlos por encima de su cabeza una y otra vez suavemente, un acto en el que me pregunté si le dolía esa parte de su cuerpo o se arreglaba el cabello corto.
Los nervios despertaron en mi estómago cuando en instante comenzó a caminar, abrí los parpados clavados en la cortina que fue estirada enseguida. Mordí mi labio inferior porque no pude evitar apreciar esa belleza adentrándose a mi cuarto. La reparé con la mirada, contemplando en todo lo que pudiera de esa mujer que tenía hipnotizado, atrapado, pensando en ella día y noche. Quedé clavado en su calzado de zapatillas de apenas dos centímetros de tacón, subiendo con lentitud para saber que no llevaba pantaloncillos que cubrieran esos delgados tobillos de piel blanca que incluso me dejaban ver un poco de sus pantorrillas.
Su piel seguramente era suave, tan suave que sería capaz de perderme en su tacto.
Seguí observándola en ese tiempo detenido, encontrando como la bata cubría gran parte de su cuerpo, apenas haciendo curvas desde lo que parecía ser su cadera, abotonada hasta la mitad de su cuello, ese mismo que olfateé el día en que la coloqué sobre mi cama.
Levanté la mirada a su rostro ovalado de respingón, su pálida piel marcando cada una de sus pequeñas y delicadas facciones, pronto atisbé ese leve enrojecimiento en sus mejillas pecosas. Sin límites, reparé en su cabello que estaba suelto, aunque varios mechones por encima de sus orejas estaban sujetados hacía atrás de su cabeza, se miraba esplendida con ese peinado. Contemplé sus carnosos labios enrojecidos y humedecidos con una clase de brillo labial que desde mi posición pude saber que eran sabor fresa, el aroma de su labial y el mismo perfume que llevaba puesto hizo que relamiera mis labios.
Deseaba mucho volver a besarla.
Un beso para mí no era suficiente, no bastaba. Quería más.
Cada día que la miraba era como si viera por primera vez... pero lo que sentía en mí hacía ella, cada vez era más fuerte e inesperado. Mis piernas desearon moverse, saltar de mi cama para llevarme hasta ella, y dejar que mis brazos la tomaran de su cadera y la atrajeran a mi cuerpo.
Sin embargo, no lo hice, eso era algo que no podía hacer después de recordar lo que sucedió cuando ella despertó en mi cama. Solo recordarlo me daba temor de volver a cometer algo que a ella le asustara y le disgustara. En realidad, no me dijo que le disgustara que la llevara a la cama, pero vi su cara, memorice su gesto palidecido y sobresaltado cuando al abrir sus ojos lo primero que vio fue a mí... recostado frente a ella. No quería imaginar que gesto pondría si despertara en el momento exacto en que la besé.
Lo último que quería era disgustarle a ella.
Hubo algo que me desconcertó, además de su silencio y que sus cejas temblaran como si quisieran fruncirse, podía ver en sus ojos mucho enrojecimiento, sus parpados estaban inflamados y oscurecidos. Ella no había dormido, ¿cierto? Abrió por esos segundos mucho sus labios, quería decir algo, pero parecía no encontrar las palabras. Ese gesto, esas reacciones... me pregunté si esos gestos eran a causa de lo que pasó en la madrugada de ayer.
—Te vez cansado— su voz tembló, no esperé que sus orbes se enrojecieran—. ¿No quieres descansar? Puedo ir por el desayuno una vez que descanses unas horas.
Se acercó a la mesilla dando una mirada al suelo con desanimo en tanto dejaba que sus carpetas cayeran en la mesa, y se descolgaba la enorme mochila que cargaba su espalda. La estudié, había algo raro en ella, más que disgustada por haberla metido en mi cama, parecía desanimada... pensativa y triste. ¿Estaba triste por lo que hice o por qué aún seguía pensando en su experimento infante?
— Tú te vez igual —sinceré con preocupación, dando una rápida mirada a su cuerpo antes de reparar en su perfil vacío, observando sus carpetas, observando esas manos que torpemente acomodaban las carpetas en la mesa—. No dormiste— no pregunté porque lo sabía con solo mirar su rostro—. Tus ojos están hinchados, y te vez muy pálida Pym.
Abrió sus labios para arrastrar aire como si sus pulmones lo necesitaran con urgencia. Incorporó su figura, reparando en mi rostro.
— Ya tendré un tiempo para dormir, no te preocupes—soltó, sus labios apenas se estiraron en una pequeña sonrisa que no llegó a iluminar sus ojos—. Gracias por lo de ayer— dijo, en un ápice de dulzura. Mi cuerpo se estremeció con su inesperado agradecimiento, sabía por qué las decía, pero entonces, ¿no estaba molesta por lo que sucedió anoche?
—No quería que durmieras en la mesa, era incomodo por eso te cargué hasta mi cama, pero eso te disgustó—lo último lo solté ásperamente, cuando esa mirada se detuvo en mis labios. Entonces la vi negar levemente con la cabeza, manteniendo esa pequeña sonrisa estirada en sus humedecidos labios rosados.
—Para ser sincera me tomó por mucha sorpresa—Sus palabras provocaron que una chispa de emoción floreciera en mi estómago, una que hizo que mis brazos bajaran de mis rodillas para aferrarse a las sabanas y guardad ese nuevo deseo de besar sus labios—. Pero no me disgustó.
No le disgustó.... No le disgustó dormir en mi cama junto a mí, ¿eso quería decir que entonces le gusto?
— ¿Te gustó? —la pregunta salió de mi boca, sus bellos orbes se abrieron más casi como si estuvieran a punto de brincarle del rostro.
—M-me tomó por sorpresa...—soltó, sus labios se estiraron en una temblorosa mueca. Inevitablemente arqueé una ceja, ¿qué significaba eso? No era una respuesta clara.
—Podemos descansar los dos en mi cama—solté al instante en que ella calló, viendo en el segundo sus ojos se ampliaban y pestañeaba, esas mejillas enrojecieron un poco más—. Eres muy pequeña y no pesas nada, los dos cabemos perfectamente en este colchón.
—N-n-n-no.
— ¿Por qué no podemos? —no tardé en preguntar, contrayendo un poco la mirada, mi boca quería soltar una pregunta más.
—Po-porque tomé c-café—informó y su constante tartamudeo ladeó mi rostro y hundió mi ceño. Me di cuenta de algo en ese instante en que sus palabras chocaron en mis pensamientos desvaneciendo la emoción que en un principio cosquilleó mi cuerpo. Todo el tiempo que estuvo cuidando de mí me di cuenta que cuando ella tartamudeaba era porque se ponía nerviosa...
No.
La ponía nerviosa las cosas que yo le decía. Sí, era exactamente eso. Poco a poco conocía más de ella, incluso cuando su mirada temblaba y volaba en todas direcciones sin poder detenerse sobre mí, eso indicaba que también estaba nerviosa.
— ¿Lo dices porque podrían castigarte si te encuentran durmiendo o porque no quieres dormir conmigo? —inquirí, el tono de mi voz salió serio. Esperé su respuesta, viendo la reacción en blanco tornando en su rostro. Volvió a pestañear en mi dirección, abriendo sus labios y cerrándolos.
Hacía ese movimiento cuando no sabía que decir.
— No... No es eso—alargó en un tono casi bajo. ¿Qué quiso decir con eso? Se mordió su carnoso labio inferior, ese al que varias horas atrás descubrí su delicioso sabor. Un sabor que ya había olvidado y quería volver a recordar—. ¿Por qué no descasas tú? — Evadió una respuesta—. Me gustaría que descansaras.
¿Por qué evadió responderme? Apreté mis labios y asentí sin dejar de observar su comportamiento, no iba a forzarla a responder por mucho que quisiera saber. Tal vez no quería dormir conmigo no solo porque no quisiera, sino porque podría meterla en problemas.
—Lo haré—hice saber, escuchado su exhalación enseguida, una exhalación en la que vi como su cuerpo se relajaba un poco.
—Me alegra—musitó, confundiéndome más—, y mientras descansas saldré a recoger unos documentos que debo firmar y entregar a la recepcionista, luego iré por nuestro desayuno frio y volveré, ¿te parece?
Más me parecería que durmieras conmigo. Quería decírselo, pero tragué esas palabras, mordiendo mi labio inferior, un movimiento que ella rápidamente observó.
—Como quieras, Pym.
(...)
No importó cuánto tiempo intenté conciliar el sueño, no pude hacerlo. Estaba cansado, mi cuerpo me pesaba al igual que mis parpados, pero lo único de mí que no parecía estar exhausto era mi cabeza que no dejaba de atraparme con todo tipo de pensamientos.
Todos tenían que ver con Pym.
Todos tenían que ver con ella y con lo que sucedió estos días.
Analizar esas situaciones en que la que la tuve en brazos y la besé me hizo saber que había cambiado algo entre nosotros en el mismo momento en que Pym cruzó la cortina. Sentí ese extraño espacio de separación entre los dos que me hizo sentir incomodo, con la enorme necesidad de romper todo espació, pero ella también estaba incomoda, lo noté. Y no sabía a qué se debía su incomodad o porque mis comentarios la ponían nerviosa, tampoco sabía si la razón por la que evadió una respuesta a mi pregunta o por la que se negó a dormir junto a mí había sido a causa del abrazo que le di para consolarla o porque despertó en mi cama con mi brazo rodeando su pequeña cintura y mi rostro descansando a centímetros del suyo. No lo sé y no saberlo solo hacía que mi cabeza diera vueltas y más vueltas.
Muchas preguntas cruzaban en mi mente sobre ella, ¿le gustaba? ¿Lo que yo sentía lo sentía ella también? ¿Le gustó mi abrazo? ¿Ella también deseaba sentir mis brazos? Eran tantas que sentía que me explotarían mis sienes. Era incontrolable, era insaciable lo que sentía por Pym, pero también lo que era incontrolable era el miedo de perderla. Sabía que ella ya tenía pareja y que probablemente todo lo que yo quería hacer con ella, él ya lo había hecho.
Esa sensación que sentía cada que pensaba en que seguramente él la abrazaba y besaba cientos de veces oprimía todo mi cuerpo, quemaba mi carne pedazo por pedazo llenándolo de una imponencia que me apretaba los puños y los dientes con fuerza.
Al principio creí que lo había entendido ese sentimiento, que ella me gustaba mucho, pero había algo más, ese gustó se volvió algo más fuerte, una nueva necesidad de hacerle sentir todo mi afecto, demostrarle y decirle todo lo que me gustaba de ella, y darles las razones del por qué. Acariciar y contemplar cada centímetro dulce y delicado de su composición, dibujar su desnudo cuerpo con las yemas de mis dedos, con mi mirada y con mis labios en cada beso que depositara en su piel.
Solo pensar en qué sabría su piel, me ponía sediento.
Era tan fuerte esa necesidad tensando mi cuerpo que sentía que en algún momento explotaría y se adueñaría de mí.
Mis pensamientos se acallaron cuando esa deliciosa temperatura acercándose a mi cuarto fue sentida por mí ser, mis nervios volvieron a dispararse y una idea poco inteligente cursó en mi mente.
No abras los ojos, Rojo 09. Esas palabras se repitieron una y otra vez, recordando esa vez en la que dormía en mi cama y que su dulce voz me despertó. Le pedí que me acariciara, que así me dormiría, aunque en realidad no podía dormir teniéndola tan cerca, sintiendo sus dedos suavemente acariciando mi cabello. Era una sensación asombrosa, quería tenerla así de cerca... ¿Podría volver a suceder?
Mis orbes sin abrir sus parpados apreciaron la figura enrojecida de Pym cruzando la cortina nuevamente después de un par de horas fuera. Pero solo dio dos pasos para detenerse, torció su rostro en dirección a mi cama. Saber que estaba mirándome hizo que algo revoloteara en mi estómago, y aunque ella comenzó a caminar un segundo más tarde, ese cosquilleo permaneció.
Se acercó a la mesa con lentitud, sus pasos apenas podía escucharlos y con ese leve sonido podía saber que ella caminaba sigilosamente. Llevaba algo en sus manos repleto de un color purpura libre de temperatura que pronto dejó sobre la mesa, seguramente era la comida ya que ella dijo que la traería al regresar. Volvió a torcer su rostro hacía mi cama, un momento se quedó mirándome y yo traté de mantener mi respiración profunda y lenta...
Quería que se acercara... Que se acerca y volviera a acariciarme, eso era lo que quería.
Retiró la mirada alejando sus pequeñas manos de la mesa y moviendo sus carpetas con la misma lentitud de antes, como si quisiera evitar hacer ruido, ¿para no despertarme? Volvió a mirarme, esta vez dando solo unos pasos para después detenerse y mirar a la mesa, atisbé esa indecisión en ella, en la forma en que su cuerpo se movía como si quisiera acercarse a mi cama o ir a la primera silla de la mesa.
Mordí mi lengua, sintiéndome ansioso al saber que no continuaba caminando, y tuve con la intención de abrir la boca e invitarla a acariciarme el cabello, pero entonces su rostro lanzó una mirada hacía mí, y no fue lo único que hizo. Comenzó a caminar lentamente, sin detenerse un segundo hasta estar justo frente a mi cuerpo, a medio metro de mi rostro recostado en mi almohada. Sentía el calor de su mirada observándome, recorrerme. Sus manos apenas se recargaron en el colchón muy cerca de mi hombro derecho.
Con todas mis fuerzas deseé que me rozara, que me tocara, que me acariciara.}
Sentí que los minutos pasaron a nuestro alrededor, ella permaneció sin movimiento, observándome, moviendo de vez en cuando su rostro en todo mi cuerpo. Quería abrir los ojos y saber que tanto miraba de mí, pero permanecí con los parpados cerrados, estaba inquieto y ansioso, sintiendo ahora como sus manos se depositaban suavemente sobre el cobertor que cubría menos de la mitad de mi cuerpo, y lo subía por encima de mi pecho.
Estaba cobijándome.
Un jadeo se construyó en mi garganta cuando sus fríos nudillos rozaron parte de una de mis clavículas mientras me cubría. Me estremecí con ese diminuto contacto, deseando más. Permanecí lo más quieto que pude, observando ahora como ella se inclinaba un poco sobre mí. Con la poca claridad de sus colores originales, apenas pude vislumbrar las facciones de su bonito rostro.
— ¿Estas...? —su susurro fue muy diminuto, apenas audible para mí—. ¿Estas... dormido? —volvió a musitar—. Creo que no.
Mi cuerpo se tensó cuando de inmediato, esa mano de dedos delgados se colocó sobre mi almohada, sus yemas se sintieron rozando mi cabello, y para mi sorpresa no se detuvo, sus dedos con fragilidad se hundían en mi cabello y rozaban mi cabeza en suaves caricias que enviaban descargas eléctricas por todo mi cuerpo.
El deseo en mi interior se había vuelto realidad, y se sentía muy bien.
—Lo siento...— sus palabras susurrados me confundieron, ¿por qué estaba pidiendo disculpas? —. Quiero poder hacer algo por ti, pero a mí tampoco me hacen caso.
Mi entrecejo estuvo a punto de hundirse a causa de eso, que, aunque no eran soltadas en un tono neutrón sino uno muy bajo— demasiado bajo—, podía escucharlas claramente teniéndola así. No entendí de qué estaba hablando, pero quise saberlo.
La escuché suspirar, un largo suspiro que acaricio todo mi rostro y volvió a estremecerme. Siguió acariciándome, un instante sin dejar de observarme en silencio. Los minutos a nuestro alrededor se perdieron en caricias y en silencio, en ese cuerpo cerca de mí y ese rostro contemplándome.
—Sí, me gustó mucho.
Bajo mi pecho el corazón se volcó, se sacudió y aceleró su ritmo para dejarme sorprendido, confundido. Varios pensamientos oscurecieron mi cabeza mientras sus palabras se reproducían, ¿qué le gustó? Esa curiosidad intensificándose picoteó mis labios, amenazando con abrirlos.
—Me gustó mucho... demasiado, 09—emitió en un hilo de voz —. Esa es la respuesta...
¿Qué le había gustado tanto? Quería saberlo y esta vez mis labios se movieron como aquel entonces, inevitablemente para sacar la pregunta de mi cabeza hacía mis labios.
— ¿Qué te gustó? —necesité saber, abriendo mis parpados ante esa mirada azul que por un segundo había quedado clavada en los míos, en shock antes de separar sus carnosos labios y abrír todavía más sus ojos con asombro.
Su cuerpo retrocedió solo unos pasos de la cama, y cuando sentí como sus dedos abandonaban mi cabello rápidamente mi brazo se movió y mi mano se abrió para alcanzar la suya y detenerla. No quería que se apartara ni un centímetro. Por ese instante, toda mi espalda se levantó, sentándose sobre el colchón, observando como esas mejillas empezaban a colorearse de un rosado precioso
— ¿Qué fue lo que te gustó mucho? —volví a preguntar cuando ella no respondió y me observó como si le fuera imposible creerlo.
—N-n-n-no estabas dormido, yo creí que...— No fue una pregunta, pero aun así negué, estirando la comisura de mi labio izquierdo a causa de su tartamudeo. Estaba nerviosa, y con su sonroso se miraba aún más preciosa.
—Quería que me acariciaras—admití esta vez, viendo como su mirada volaba de mí a la cortina, y de la cortina a mis labios—, todavía quiero que sigas haciéndolo, por eso me hice el dormido.
Le tomó un momento por mi confesión pestañear mientras contemplaba mis labios estirados en una media sonrisa que ella misma me provocó. Volvió a ver hacía otra parte del cuarto antes de carraspear su pequeña garganta.
—M-me lo podías haber pedido—tartamudeó con nerviosismo, y la sentí estremecer cuando mis dedos se pescaron un poco más arriba de su muñeca, quería atraerla más a mí.
—Quería que lo hicieras porque tú querías, y lo hiciste —Ensanché la sonrisa cuando su sonrojo aumentó no solo en sus mejillas sino en todo su rostro—. ¿Qué fue lo que te gustó mucho?
Una mueca se construyó en sus carnosos labios, vi el temblor en su mirada y ese extraño e inquietante movimiento de su pie derecho. Estaba nerviosa pero también... parecía incomoda, y perdida por la forma en que sus cejas se hundían en un gesto temeroso y muy confuso.
—El desayuno se va enfriar— informó, manteniendo esos labios pequeños y carnosos torcidos—. Tenemos que desayunar y hacer las actividades, ya es tarde— Me di cuenta de que era una excusa cuando rápidamente reparé en los desayunos que dejó sobre la mesa, reparé en todos los tipos de alimento que había traído en platos de porcelana y me di cuenta de algo...
—Son sándwiches y jamones fríos—rectifiqué, viendo como apretaba sus labios —. ¿No quieres decírmelo? — insistí, viendo como de un segundo a otro sus blancas escleróticas se cristalizaban, volvió a pestañar y su frente se arrugó más. Supe que ahora más que nervios, era incomodidad...
No quería incomodarla.
—No.
Aunque su palabra cayó con peso sobre mi cuerpo, una respuesta iluminó mis pensamientos, recordé una de las preguntas que le hice antes de que fuera a firmar los documentos, y entonces supe a qué se debía su respuesta... Le gustó, le gustó mucho y demasiado. Dijo mi clasificación mientras decía eso dos veces, estaba respondiendo a mi pregunta, ¿cierto?
Tal vez mi mente estaba engañándome con ese pensamiento, emocionando cada uno de mis sentidos y convulsionando mi corazón. Pero si lo pensaba bien, no había otra pregunta a la que su respuesta le quedara, ¿o sí? No, no la había. Y sí esa era la respuesta... ¿significaba la posibilidad de que volviéramos a dormir juntos otra vez?
—Pym...—mis labios la nombraron con delicadeza, con una simple tonada baja y ronca que apretó su mentón, la estremeció—. ¿Te gustó dormir conmi...?
—N-no hay que tardarnos en desayunar, quiero dejar algo de tiempo para los juegos que tra-traje para divertirnos juntos.
Mi mandíbula se desencajó con su interrupción ¿Por qué no quería responderme otra vez? ¿Había algo de malo con hacerlo? La estudié en silencio, confundido tratando de hallar en sus orbes inquietos, una explicación. Pero no hallé nada más que su propia incomodidad.
A pesar de que quería saberlo, no la obligaría, eso podría molestarla o asustarla y no quería hacer eso. Solté su brazo suavemente dejando que mis dedos acariciaran parte de su piel, sintiendo como cada vellosidad de ella se erizaba con mi toque mientras devolvía mi brazo sobre mi rodilla. Vencido por su incomodidad.
—Me encantaría jugar contigo—suspiré con decepción.
Me encantaría dormir contigo. Eso era lo que quise decir en ese momento.
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