10. Sabes mejor que en mis sueños
SABES MEJOR QUE EN MIS SUEÑOS
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Octavo recuerdo de Experimento Rojo 09
Mi piel seguía recordando su calor, no sabía cómo era posible que siguiera intacta en mi cuerpo, que mi torso sintiera sus brazos rodearme y que sus manos se aferraran en mi espalda. Todavía podía sentir en mi pecho el retumbar acelerado de su corazón, sentir su respiración agitada y recordar su sollozo.
Y cuando pensé que terminaría perdiendo la cordura ante sus palabras susurradas a centímetros de mis labios, ella volvió abrazarme con la misma fuerza. Todo lo que sabía en ese instante era que quería tenerla así, siempre.
Rodeando su delgado cuerpo con mis brazos, manteniéndola conmigo, cerca, dándole de mi calor para cuidar de ella, consolarla, aunque no sabía si lo estaba haciendo bien. La palabra consolar lo aprendí de ella cuando me contó la historia de una pareja que perdió a su hermano menor: que el marido consoló a su mujer que lloraba, en un abrazo protector.
Esperaba que mi abrazo la consolara, que fuera igual de protector que la del hombre de esa historia. Pero al final me obligué a romper el abrazo cuando otra temperatura se aproximaba a mi cuarto.
Se lo hice saber a ella cuando vi que apartar mis brazos de su cuerpo la confundió otra vez. Ella solo asintió, volviendo a la mesa, guardando sus cosas en la enorme mochila antes de que esa mujer desde el otro lado de la cortina pidiera a ella nuevamente acompañarla con sus cosas.
Desde ese momento en que la vi salir secando antes sus mejillas, no volvió a aparecer en mi cuarto. Pase toda la noche recostado contra el respaldo de mi cama, en la misma posición sosteniendo los perfiles que ella había dejado, y solo no podía revisarlas por estar pensando en todo lo que había sucedido, preguntándome si ella había dejado de llorar.
Era la primera vez que la veía de ese modo, y solo ver como su rostro se transformaba y se volvía tan frágil a punto de romperse, supe que no quería volverla a ver en ese estado...
Si te pasara... No podría resistirlo. Sus palabras no dejarían de reproducirse en mi cabeza con esa tonada de voz tan ahogada y débil.
Estaba preocupada por mí, preocupada de que me ocurriera lo mismo, ¿por qué yo también era su experimento? Solo un experimento, no sabía de qué modo tomar esas palabras, pero que se preocupara por mi bastaba, era suficiente para saber que al menos, significaba algo para ella...y que correspondió mi abrazo, que dos veces la tuve entre mis brazos, aferrándonos uno al otro.
Yo tampoco quería que me sucediera lo mismo que su experimento, que no cumpliera las expectativas de los científicos y volvieran a crearme con mejoras, si lo hacían, entonces la olvidaría, olvidaría a Pym y la primera vez que la vi... Olvidaría todo, su voz, su mirada tan azul que me envolvía, su hermosa sonrisa y hasta nuestros abrazos...
Unos golpes en la pared junto a mi cama, me hicieron torcer la cabeza en esa dirección, retirando todos esos pensamientos para cerrar mis ojos y darme cuenta de que, del otro lado, había una temperatura, pegada a la pared.
Aunque ya la había sentido antes y sabía a quién le pertenecía, estaba acostumbrado a sentirla todos los días, una pared era lo único que separaba su cama de la mía, su cuarto del mío.
Y esos golpes también los reconocí, aunque muy pocas veces ella golpeaba nuestra pared, como una señal de comunicación.
—Quiero saber algo, 09... ¿Por qué estabas tocando a tu examinadora? — Tampoco era la primera vez que escuchaba su voz, sin una pisca de emoción atravesando esa pared hueca, falsa.
Pensé en sus palabras que solo trajeron el recuerdo de Pym contra mi cuerpo otra vez, esa sensación creciente en mi cuerpo devolver abrazarla y consolarla.
—No te importa— solté bajo una exhalación, mirando la cortina, comenzando a desear que ella volviera atravesando ese umbral... con una sonrisa.
— ¿Te obligó a tocarla? Es contra las reglas.
—Tuve el permiso— añadí sin más, habiendo al fin el folder rojo y viendo que la primera hoja llevaba la imagen de un experimento hembra del área negra, clasificación 22.
Tan solo vi sus ojos y ni siquiera tuve que seguir reparando en el resto de su rostro femenino para saber que no me gustó.
Hojeé el resto de las imágenes con información de las hembras solteras, no me interesó ninguna, ni aun viendo la imagen de 11 Rojo quise emparejarme con ella, el interés que tenía por tocar incluso sus bucles, había desaparecido.
No quería elegir a una sola de ellas, estaba seguro... en mi mente ya no cabía otra imagen que no fuera la de Pym, y mis brazos al sentir su delgado cuerpo estremecerse y al sentir su calor, no querían tener otro cuerpo apretando y protegiendo que no fuera el de ella.
Por primera vez maldije en mi interior, tal como mi examinadora maldecía en voz alta. Y solo pensar que Pym quería que yo eligiera a una, me enojaba otra vez... Hacía que esa impotencia confusa volviera a apretarme los puños.
Porque no sabía que hacer ahora que mi segunda fase de maduración se aproximaba, solo me quedaría una para luego enviarme al bunker con una hembra desconocida, y no la iba a volver a ver a Pym... ¿Por qué tenía que ser así? ¿Por qué esa tenía que ser mi único caminó? ¿Por qué no podía quedarme con ella? ¿Por qué tenía que ser tan diferente a ellos?
Deseaba ser igual a ellos, entonces, podría quedarme con ella...
— ¿Te pidió tocarla en esas partes...? — Golpeó la pared un par de veces después de terminar sus palabras—. Me da asco cuando tu examinadora te pide que la toques. Eso no viene en el reglamento. ¿Por qué ellos pueden incumplir y nosotros no? Nos dan el castigo, pero ellos no son castigados.
Respiré hondo, reteniendo un segundo el oxígeno en mis pulmones mientras procesaba esa última frase que había sido escupida con enojo. Era cierto. Mi examinadora incumplía muchas reglas que no debían ocurrir entre experimento y examinador, incluso, hacia cosas o me ponía a hacer cosas que ni siquiera venían en lo permitido. La toqué algunas veces de formas que la hacían gemir, y al final el castigo fue para mí.
Muchas veces me pregunté por qué me castigaba a mí si ella era la que tomaba mi mano y me ordenaba tocarla, ponía su boca contra la mía y me ordenaba besarla.
—Deberías castigarla, no dejes que hagan contigo algo que es indebido para ellos... — dejé de hojear el resto de los perfiles para entornar la mirada de vuelta a la pared y escucharla—. Se siente bien cuando los castigas a golpes.
(...)
Extendí la sabana sobre mi cama, amoldándola alrededor del colchón hasta dejarla ordenada al igual que todo lo demás en mi cuarto. Había recogido todos los libros y acomodado los pinceles y las temperas dentro de los cajones, quería ahorrarle un trabajo extra a Pym, ya que los examinadores debían ordenar nuestro cuarto. Aunque mi examinadora no lo hacía, me ordenaba a mí hacerlo, y a pesar de que Pym no me ordenara a mí hacerlo, yo lo hacía por ella.
Me cambié lo más pronto posible de bata al darme cuenta de que esa temperatura tan familiar... tan reconocible que anhelaba mi cuerpo volver a sentir, se aproximaba a mi cuarto.
Era ella.
Así que deslicé la tela blanca por encima de mí humedecido torso hasta bajarla y cubrir mis muslos, esta vez, quería que ella me hallara vestido. Y cuando la cortina comenzó a ser levantada, no tardé en voltear para ver su delgado cuerpo vistiendo su bata de examinador detenerse un momento para conectar con nerviosismo su hermosa mirada con la mía.
Hubo un silencio suficiente en el que mi corazón quiso acelerarse más de lo que su presencia ya había provocado. Pude reparar en ese instante en su rostro, y darme cuenta de la leve inflamación en sus ojos y esas ojeras pintando sus parpados. ¿Había pasado la noche llorando por su experimento?
—Buenos días— Su tono de voz no fue el mismo al de otras veces cuando llegaba a mi cuarto, este tenía un ápice tímido, nervioso.
Se terminó por adentrar a mi cuarto con la charola llena de extraños desayunos entre sus pequeñas manos, esas mismas que se habían aferrado con temor a mi espalda, y las cuales quise volver a sentir. Cortó con la conexión de nuestras miradas para pestañar y aproximarse con rapidez a la mesa, dejando la charola sobre esta misma para descolgar su enorme mochila y acomodarla en el suelo.
— Esta vez elegí unos hot cakes con tocino de pavo—explicó señalando uno de los platos donde había dos enormes tortillas hinchadas—, también te traje miel natural, ¿ya has probado antes la miel?
Hundí un poco el ceño, ni siquiera reconocía esa extraña palabra.
—No—fue mi respuesta. Notando la manera tan rápida y temblorosa en la que tomaba los platos de porcelana para sacarlos de la charola a la mesa. Había algo raro en ella, podía notarlo en su comportamiento, en cada uno de sus movimientos apresurados, ¿era por lo de su experimento?
—Traje algunos juegos para pasar la tarde, después de ducharte podremos jugar, ¿te parece? —mencionó, sacando la charola y haciendo un movimiento que la hizo casi tropezarse con la silla, eso fue suficiente para empezar a caminar en su dirección, algo de lo que ella se dio cuenta enseguida para posar sus orbes sobre los mío.
La contemplé, viendo como con cada paso que yo daba hacía su cuerpo inmóvil, su respiración aumentaba, esos orbes temblorosos repararon en todo mi rostro, en cada detalle de mí antes de detenerse en mis ojos. Y me detuve cuando estuve lo suficientemente cerca como para que nuestras respiraciones se rozaran, moví mi brazo y ahuecar su rostro en mi mano para levantarlo un poco más hacía mí, deslizando mis dedos hasta su suave mejilla que no tardé en acariciar.
Suaves caricias en las que ella cerró sus ojos y suspiró contra la corta distancia de nuestros labios. Cada parte de mi cuerpo sintió como ella se estremecía de una forma tan inquietante con mi toque, con mi calor. Eso bastó para encender el deseo insatisfactorio de rodearla otra vez y apretarla contra mi cuerpo. Ella era hipnotizaste, me atraía, todo de ella me atraía con fuerza, ni siquiera yo podía detenerme cuando tan solo la miraba.
Pero odié como lucía esta vez al igual que como la vi ayer, así de cerca su cansancio podía verse notablemente, la fragilidad en sus ojos... como si en cualquier momento fuera a llorar otra vez.
— Lloraste —No hacía falta preguntar, su rostro me lo demostraba.
—Un poco—en vano trató de sonreír, porque tan solo curvó sus labios, estos temblaron desapareciendo toda sombra de una sonrisa—. En realidad, mucho...
—Se te nota— La escuché respirar antes de que asintiera en silencio. En ese instante deje que mis dedos recogieran uno de sus mechones para acomodarlo detrás de su oreja.
— La verdad es que tampoco pude dormir—confesó al final, negando un poco con su cabeza.
—Puedo...—hice una pausa, acariciando ahora con delicadeza su pómulo—, puedo prestarte mi cama para que descanses.
Vi como esas mejillas se sonrojaban ante lo dicho, pero no pude contemplar su color cuando rápidamente retiró la mirada, bajando su rostro y torciéndolo para ver hacia la mesa.
—Estoy bien, no te preocupes —dijo con apenas una sonrisa. No esperé sentir sus cálidos dedos tomando mis manos para alejarlas de su rostro y luego soltarlas—. Sera mejor que desayunemos...
(...)
—Y el lobo sopló, sopló y sopló... Sopló y sopló otra vez...
Aunque la historia que me contaba era interesante mencionando a tres animales cerdos que antes no sabía su forma ni color—y mucho menos que hacían comida con ellos—, no pude prestarle del todo atención, estaba perdido tanto en mis pensamientos como en ella misma.
Desde que llegó a mi cuarto la había notado muy extraña en todas las actividades que hicimos hasta caer la noche, ella parecía perderse en sus pensamientos, y para ser exactos, a pesar de que sonreía como si se divirtiera en los juegos de mesa o las historias que me contaba, supe que todo era una farsa, que ella estaba fingiendo, que esas sonrisas no eran reales, sinceras. En la ducha, mientras me bañaba, mientras ella tallaba mi cabello y yo mi pecho, me di cuenta de la forma en que miró el tallador en mis manos, eso hizo que recordara la primera vez que nos conocimos. La primera vez que entré a la ducha de los infantes en la sala 1 donde ella le tallaba lo pies a su experimento, apostaba a que recordaba ese momento mientras me bañaba.
Por eso quería deshacer la poca distancia que separaba nuestros cuerpos, alzar mis brazos, quitarle ese libro con una pasta gorda y pesada, tomar su cadera y atraerla a mí. Sentir su calor, acurrucando su cabeza sobre mi pecho y sentir su respiración, como cada pequeña pieza de su composición se estremecía entre mis brazos.
Quería consolarla con lo único que se sabía, abrazarla...
Pese a esos pensamientos que me desorientaba, saciaban el deseo de gobernarme y actuar contra mi fuerza, no lo hice, no pude moverme, solo pude contemplarla. No pude dejar de estudiar la manera en que a veces se detenía para respirar como si el aire le hiciera falta, deteniéndose para mirar desanimada el libro y volver a retomar la lectura.
Lo extrañaba. Extrañaba a su experimento... y mucho.
Después de todo, aun cuando ese niño volvería en miniatura con si mismo físico, no la reconocería. Yo no sabía lo que se sentiría si alguien no te reconociera más... si todos los momentos que pasaste con una persona repentinamente desaparecieran de tu cabeza.
No podía decir que sentía la misma tristeza que Pym, de hecho, la desconocía por completo, pero podía decir que mirarla de ese modo, también me afectaba.
Me afectaba tanto que lo único en lo que podía hacer era pensar en consolarla con mis brazos.
—...Y el lobo se comió a los cerditos, fin— Cerró el libro tras sus palabras, antes de levantar la mirada y clavarla en mí. Fingiendo calma y postura mientras dejaba que su espalda se recargara contra la pata de mi cama—. ¿Te gustó?
Arqueé una ceja, dándome cuenta de que no había escuchado nada del principio de la historia, pero no fue ese final lo que me dejó aún más confundido, sino su repentino tono dulce y seguro, dejado atrás la voz triste que salía mientras leía...
Estaba fingiendo esa sonrisa y esa tranquilidad, mi preciosa estaba ocultando su dolor, aunque no hacía falta analizar su apagada mirada para saber que hacia lo posible por no llorar, cuando en realidad parecía que quería llorar con todas sus fuerzas.
— ¿No te gustó? Es un final trágico...— estiró una media sonrisa antes de terminar exhalando: —, pero no todos los finales son como nosotros queremos que sean.
—Pero hay algo que no entiendo— empecé, ceñudo, recordando con anterioridad las historias que me contó—. ¿Es el mismo lobo de la mujer de la capa roja? Si es así, no se la comió porque la amaba, sino porque quiso comerse a esos animales...
Un momento quedó en silencio para al siguiente estirar sus carnosos labios en una sonrisa abierta que separó mis labios y floreció un cosquilleo en el interior de mi estómago.
Le había hecho gracia mi pregunta, y saber que se iluminaron sus hermosos ojos azules, me había hecho sonreír a mí también, inevitablemente ante esa mirada que pronto me contempló al igual que yo a ella, reparando en cada centímetro de su rostro y la manera tan radiante en que se sonrosaban sus mejillas.
Esa sin duda alguna en todo el día había sido la primera sonrisa sincera.
—No, el hombre lobo y caperucita son una historia aparte, este si es un lobo malo— explicó desvaneciendo un poco esa sonrisa que quise acariciar, repasar, dibujar en mi mente —. ¿Sabes? Me recordaste un poco a él.
Pestañeé, de pronto perdido cuando cerró sus labios y se los mordió antes de mirar el libro sobre sus piernas. Oh no, esa fragilidad había vuelto a ella...
—Le conté la historia de Hansel y Gretel y me preguntó si la bruja era la madre de blanca nieves, fue algo... muy tierno de 13.
No sabía de qué historia hablaba, pero si de que 13 era la clasificación de su experimento área verde. Ahora que lo pensaba, muy pocas veces ella me habló de él, pero cuando lo hizo cuando lo mencionó, la sonrisa que se creaba en sus labios, anchando sus mejillas y brillando en su mirada, era inolvidable.
Ahora esa sonrisa titubeaba, se rompía en tristes recuerdos.
— ¿Las cosas que haces conmigo, las hiciste con él?— solté la pregunta paulatinamente con inseguridad a cometer un error. Ella no dudo en asentir un poco entusiasmada, respirando con fuerza.
—También jugamos Twister y monopolio, pero a él...—suspiró, la observé en su silencio, en como su mirada que se mantenía mirando el suelo de una forma tan profunda, como si estuviera recordándolo—. Le encantaba pintar— volvió a curvar sus labios, pero su sonrisa tembló y cayó—, era un muy buen pintor... dibujo una casa con su mascota imaginaria. Padres imaginarios...
Se volcó mi corazón cuando escuché como su voz amenazó con rasgarse, un tono que no quería escuchar en ella. Como si estuviera a punto de romperse... Volver a llorar.
—Desde que le di el primer color supe que sería un buen pintor...— respiró con complicación, mirando ahora, perdidamente el suelo—. Él llevaba una sonrisa en su rostro cuando me eligió como su examinadora... y lo trituraron, así como si na...
No pudo ni terminar la palabra cuando el sollozo se resbaló de suaves labios y ella apretó sus dientes con fuerza, una fuerza de dolor que terminó rompiéndola, cristalizando su hermosa mirada, mojando su rostro en lágrimas que estremecieron mi cuerpo entero oprimiéndome al instante.
La impotencia que sentí al verla en ese estado no lo soporté, mi cuerpo actuó de inmediato sin permitir pasar un segundo, apartándose de la silla en la que me sentaba y dejándome caer sobre mis rodillas frente a ese rostro que mordisqueaba sus carnosos labios para no soltar sus sonoros sollozos. Y como si ella supiera lo que estaba a punto de hacer, se lanzó contra mi cuerpo, con sus brazos extendidos para rodear mi torso y aferrar sus manos a mi espalda con rotunda necesidad que me soltó el aliento.
Jadee entenebrecido cuando enterró su rostro sobre ni pecho para ahogar el sollozo rasgado, ese mismo que hizo vibrar mi pecho y lo oprimió. La apreté con mis brazos una vez que rodeé su pequeña anatomía, atrayendo aún más su cuerpo que no tardó en temblar, deshacerse en llanto.
—Lo trituraron...— gimió, mi corazón se volcó, sentí como si algo empezara a picarme en pecho—, no le dieron tiempo, ¿que había de malo... da-arle otra oportunidad para madurar?
Besé sus cabellos, sintiendo ahora como se deslizaban un poco más para ahuecar su rostro cerca de mi cuello donde soltó su respiración, logrando que la calidez de su aliento acariciará la piel de mi cuello, provocando que un escalofrío se construyera en toda mi espina dorsal.
—Era un niño bueno...— volvió a gemir, algo muy duro obstruyó mi garganta por la que respiraba—. Estaba creciendo bien, no lo entiendo...
Yo tampoco lo entendía, ni siquiera sabía la razón por la que nos crearon... y qué era lo que nosotros teníamos que tener como para mantenernos con vida. Desconocía todo.
—Lo medí, lo pesé, lo bañé, no había nada fuera de lo normal en él, excepto su sangre incapaz de regenerar, pero...—de detuvo para respirar entrecortado—, en todo lo demás era muy bueno...
Seguí sin saber que decir, solo podía escucharla hablar de su experimento, escucharla llorar, contándome entre sollozos lo último que hicieron. El tiempo pasaba a nuestro al rededor, en ningún momento la aparte solo un poco, ni aun cuando repentinamente había dejado de sollozar, aflojando sus brazos alrededor de mi cuerpo hasta llegar al punto de dejarlos caer al suelo, con lentitud.
Entonces lo supe después de varios minutos, y no tuve que echar una mirada a su bello rostro para saber que se había quedado profundamente dormida... en mis brazos, a causa de su lenta y suave manera en la que respiraba, en la que su aliento acariciaba y humedecía la piel de mi pecho travesando la delgada tela de mi bata. Pero lo hice, dejé que mi rostro bajara hacía su cuerpo para encontrar su pálido rostro completamente apoyado en mí, con sus ojos ocultos debajo de sus enrojecidos parpados y sus carnosos labios entreabiertos por los que respiraba.
Sus mejillas seguían sonrojadas al igual que la piel de su pequeña nariz de tantas veces que se la talló. Había caído rendida, y lo inesperado era saber que estaba en mis brazos, dómida. Era algo que nunca había imaginado, y solo saber que verla descansar contra mi pecho, hormigueó esa parte de mí.
Repentinamente miré hacía mi cama y pensé sí estaría bien o mal recostarla, no pensé mucho en las consecuencias porque definitivamente no quería despertarla o dejarla en el suelo. Eso era algo que no haría, así que moví mis brazos sin saber muy bien donde ponerlos, colocando al final uno debajo de sus piernas mientras el otro la sostenía por detrás de sus hombros, la acomodé de tal forma que su cabeza no se apartara de mi pecho en ni un momento. Y la cargué, levantándome del suelo lo más sigiloso posible para no despertarla, y cuando lo hice, giré y me encaminé a la cama que no estaba muy lejos de nosotros.
Tan solo me incliné para poder recostarla sobre mi colchón, la sentí removerse, un extraño ronroneo abandono sus preciosos labios eso y sentirla acurrucarse más contra mi pecho calentó mi cuerpo de inmediato. Saltó mi corazón, apoderándose de los huesos de mi pecho con cada fuerte latido.
Un sonido y movimiento que me dejó inmóvil, con esa descarga eléctrica bajando por todos mis músculos hasta mi vientre. Me había dejado encantado, maravillado que deseé volverla a escuchar ronronear. Pero sacudí mis pensamientos para reaccionar y terminar de apoyarme más contra el colchón para recostarla, dejar su placido cuerpo que no tardó en girarse, acomodándose sobre su costado para darme la espalda.
No pude evitar sonreír al verla en mi cama... En mi cama, con su cabeza recostada en mi única almohada. Mordí mi labio al tener una intensa intención que no sabía si era buena o mala, quería acostarme también, con ella... rodearla con mis brazos, ¿eso estaba bien? ¿Sucedería algo si dormía con ella? Clavé la mirada en el umbral, en esa cortina verde de la que esperaba que nunca fuera levantada por manos de otras personas, si alguien venía en busca de Pym... y nos hallaba juntos o la hallaban dormida en mi cama... no sabía que sucedería.
Instantáneamente una idea se iluminó en mi cabeza y no tardé en aproximarme a su mochila, no sin antes darle una mirada a su cuerpo. Tomé su mochila que se hallaba sobre una de las sillas, y cuando vi que la cremallera estaba abierta, adentré mi mano a su interior, buscando entre todos los objetos y materiales que ella tenía ahí guardados...
Mi corazón latió alborotado, asustado de que ella despertara y me encontrara revisando sus cosas sin haberme dado el permiso.
— ¿Dónde tendrás el letrero rojo de privacidad? —susurré la pregunta más para mí que para ella, saqué una de sus carpetas que no tardé en hojear, luego saqué otra, silenciosamente que revisé y en la cual, entre tantas hojas con cientos de palabras enumeradas como si fuera una clase de reglamente, encontré el letrero, doblado.
Volteé la cabeza para ver sobre mi hombro y revisar el cuerpo de Pym, y al no ver ni un solo movimiento o escuchar otro ronroneo, desbloqué el letrero, tomándolo del pequeño hijo que servía para colgarlo en los clavos de la pared fuera de mi cuarto. Mis piernas empezaron a moverse, paso a paso hasta llegar a la cortina verde donde me detuve en seco.
Si alguien me miraba poniendo el letrero seguro me castigarían, mi examinadora era la única que ponía el letrero y nadie más debía hacerlo, eso era lo que sabía. Pensé en cómo colocarlo y lo único que se me ocurrió fue sacar mi brazo, deslizándolo por la pared fuera del umbral, fuera de la cortina. Busqué, temeroso, lo más pronto posible uno de los clavos hasta dejar colgado el letrero, y cuando lo hice, retiré de golpe mi brazo.
Escuchando el silencio y nada más, sin sentir ninguna temperatura acercarse al cuarto. ¿Quería decir que nadie me vio? Sí, eso era probablemente. Al no sentir ni oír nada raro, volteé con lentitud, con la mirada fija en ese pequeño cuerpo recostado en mi cama.
Solo verla, la necesidad de ir y acostarme junto a ella, crecía más. Torturando mis sentidos, nublando mis pensamientos, quería, en verdad quería dormir a su lado, pero, ¿estaba bien? ¿Ella se molestaría? Volví a moverme sin pensar demasiado en las consecuencias hasta llegar frente a mi cama donde observé el calzado de sus pies y no tardé en quitárselo con delicadeza y dejarlos en el suelo...
Lo que tampoco tardé en hacer, fue treparme sobre el colchón, sintiéndolo hundirse por mi peso, y mientras trepaba hacía el pequeño espació que había en la cama, no dejé de ver su rostro, ese que de solo mirarlo me demostraba que ella en verdad necesitaba dormir.
Empecé a recostarme, inclinando hasta recostar parte de mi cuerpo sobre mi costado cerca y frente de su delgada figura, en cada uno de mis movimientos el corazón no dejaba de subir por mi garganta hasta mi cabeza, golpeando mis sienes una y otra vez. Observé su belleza, la contemplé cuanto pude sin recostar mi cabeza, en ese instante, me permití llevar mi mano hasta su rostro, recogiendo sus mechones y retirándolos con delicadeza, las yemas de mis dedos rozaron la piel de su mejilla, y entonces esos labios se abrieron, pronunciando algo que no esperé jamás:
—Cero... nueve...
Todos y cada uno de mis músculos se contrajeron, se estremecieron ante ese murmuro a centímetros de mí. No sabría explicar la manera tan pérdida en la que me encontré, como de golpe se me detuvo el corazón para volver y latir con más rapidez, colocándome tan nervioso y ansioso que solo pude lamerme mis labios.
Escucharla normarme mientras dormía, escuchar mi clasificación salir de esos rosados labios que deseaba con locura besar, había sido fascinante, precioso.
Dilo otra vez... Quiero escucharte llamarme, Pym. Si me llamas otra vez, no podré resistirme. Me sentí perdido, tan perdido e hipnotizado por ella que una nueva necesidad acogió todos mis pensamientos de golpe cuando mis ojos se clavaron en una sola parte de ella.
Sus carnosos labios.
Oh sí...
Quería besarla, eliminar todo centímetro que nos apartara uno del otro para rozar sus labios, saborearlos, descubrir su delicioso sabor, apostaba a que serían más que deliciosos, me volverían loco
—Nueve...—Ese estremecimiento enviado a causa de su ronroneada voz me hizo contraer la mirada, ahogando un gemido al sentir como mi entrepierna se excitaba. Entonces no pude controlarme más, no teniéndola así, recostada en mi cama, bajo mi sombra a centímetros de mi rostro, llamándome... Nombrándome a mí... Solo a mí.
—No puedo más, Pym—exhalé entrecortado esas palabras cuando, al deslizar mi mano un poco más atrás de su cabeza, enredando mis dedos en sus hilos suaves y ondulados de cabello para mover un poco su cabeza, incliné mi rostro sobre ella hasta rozar nuestras narices y descubrir ese placentero cosquilleo estremecerme otra vez con el simple tacto, contemplé la carne de sus carnosos labios en tanto ladeaba mi rostro, y rompía centímetro a centímetro de nuestras bocas...
Y tan solo mi boca rozó esa deliciosa piel, cada fibra de mi cuerpo gimió, una chispa de emoción se encendió en mi interior y la temperatura de mi cuerpo salió disparado con ese toque diminuto en el que no pude moverme y no quise moverme, solo sentir el dulce contacto y recibir un suave suspiro de su parte. Moví un poco más su cabeza con la planta de mi mano que se acomodaba delicadamente en su nuca y, cegado por el deseo, eliminé otro centímetro y moví mis labios sobre los suyos en un beso sosegado en el que atrapé apenas a causa de mi temor de que ella despertara, su labio inferior.
Temblé, excitado apunto de jadear cuando me aparté un milímetro para ver que ella no despertara. Y al ver que su rostro mantenía la misma estructura, atado y cegado, volví a inclinarme, poseyendo la línea carnosa de su labio inferior en el que, incluso, me atreví a acariciar con mi lengua, acariciar esa franja de piel hasta donde terminaba.
Mis entrañas gimieron estremecidas al descubrir un poco de su sabor, pero lo poco que descubrí con mi atemorizado beso, había sido más delicioso que cualquier otra boca que probé, aunque la única que había probado era la de mi examinadora... Aun así, este sabor destilado de su delirante boca, era incomparable.
Rompí el contacto solo para rozarme contra su boca un poco más y calmar esas ganas de poseerla en movimientos más profundos y feroces, rotundos para descubrir más de su delicioso sabor, dejando que mi lengua se fundiera dentro de su boca y la colonizara toda, y sentir como mi ser se destruía y se reconstruía en maravillas al ser correspondido por ella con las mismas ganas.
Quería eso y más...
—Sabes mejor que en mis sueños, Pym —gemí con frustración, sintiéndome completamente insatisfecho, sin darme cuenta de que ese sonido jamás debió salir de mis labios tan cerca de su rostro. Al instante creé la distancia entre nosotros cuando la sentí removerse, encontrando que mi gemido también había provocado que sus cejas se fruncieran un poco. Silencie, esperando que no despertara y abriera sus hermosos ojos, pero no lo hizo, el endurecimiento en su ceño volvió a ser natural.
Saqué con cuidado mi mano detrás de su cabeza para terminarla de recostar sobre la almohada, y me quedé unos segundos contemplándola dormir, viendo lo hermosa que se veía, era hermosa en todas las formas que podían existir.
Inevitablemente sentí ese temor... Temor de perderla, temor de no poder estar con ella, porque yo quería estar a su lado, pero, ella, ¿ella querría? Jamás olvidaría el beso que le dio a ese guardia, preguntándome por qué razón se habían besado y abrazado de la misma forma en que ella y yo lo hicimos hace poco.
Ese era mi más grande temor, que ella no quisiera estar conmigo y que él significara más de lo que yo pudiera imaginar.
Una pareja... No quería llegar a pensar en que él era su pareja o que serían pareja o la persona que a la que ella le gustaba... pero era inevitable después de verlos juntos... ¿Quién le gustaba a Pym? ¿Con quién quería estar ella? ¿Alguna vez le gusté?
—Me gustas, Pym —susurré muy quedo, dejando que mis dedos acariciaran un poco su cabello—. Dime... ¿yo te gusto?
LOS AMOOO MUCHISIISMOO.
No olviden seguirme en Intagram donde subir[e fragmentos de los siguientes capítulos y otras cosillas super intensas.
-Lizebeth.
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