Zona verde
ZONA VERDE
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(Por tercera vez imaginen aquí un bonito separador)
Si tan solo pudiera descifrar el gesto que tensaba su rostro, quizás estaría resolviendo un gran misterio que se desataba en él.
Pero no podía, no entendía qué clase de mirada era esa en la que oscurecía sus feroces orbes sobre mí. Reflejaba una seriedad tan inquietante y abrumadora, como si su sangre venenosa no fuera una sorpresa. Respiré hondo sintiendo como mi pecho se apretaba más contra el suyo. A pesar de estar tan pegada a su cuerpo que producía una corriente eléctrica tan delirante, el dolor palpitándome el tórax lograba impedir que me perdiera en su intenso calor, en su enigmático toque, en su inquietante acercamiento y en esa siniestra mirada reptil.
—Dijeron que la sangre de experimento negro era venenosa — mi voz por un momento se escuchó desgastada. Tuve que aclarar la garganta y tragar para continuar: —. Por eso estoy aquí, voy a ir al laboratorio donde guardan la sangre de los enfermeros verdes, si me inyecto su sangre, podré curarme.
Analizó mi rostro con mucha lentitud, pero la severidad seguía intacta en él, aturdiéndome demasiado. No me creía y no intentaría convencerlo si era lo que él estaba esperando de mí. Estábamos en un túnel en el que gran parte de nuestros cuerpos se cubrían de agua, sumando a eso el hecho de que estábamos junto a un pasillo que daba al área a la que quería llegar, y el cual estaba repleto de huevecillos de quién sabe qué cosa, y que lo más probable era que estaba cerca de nosotros.
— No estoy pidiendo tu ayuda— aclaré en un tono bajo, pero lo suficientemente claro para él.
Estallé mis manos sobre el grosor de sus hombros.
— Si solo vas a quedarte callado o tienes planeado apretarme a tu cuerpo y apuntarme con un arma para saber si digo o no la verdad, entonces vete— le tenté y con toda intención alzando más mi rostro para encararlo —. Mi vida depende de cada minuto y no voy a malgastar ninguno.
Lo empujé intentando apartarlo, pero esa mano estallando en una de mis muñecas para levantarla y aprisionarla a la pared al mismo tiempo en que esa otra alcanzó mi mentón subiendo mucho mi rostro para eliminar los escasos centímetros entre nuestros rostros y dejar solo un milímetro entre nuestras bocas, me congeló.
—Silenció—su advertencia arrastrada con una intensa tensión en su boca y ese pulgar sellándome los labios, me desarmó entera—. Eres muy ruidosa, mujer.
Una acción que no esperé fue verlo torcer su rostro con una perturbadora velocidad al interior del túnel. Varios de sus mechones negros desordenados terminaron cayendo sobre su frente dándole un aspecto diferente que en otras circunstancias estaría poniéndome nerviosa.
Y nuevamente se inclinó sobre mí, de tal forma que mi adolorido pecho resintió lo mucho que el suyo se apretó al mío, ahogando en lo profundo se mi garganta un chillido. Un segundo retuve hasta el aliento cuando él se quedó en esa posición en la que le sentí mover su cabeza y estirar sus brazos a lo largo y alto de la pared rocosa.
Temblé. Tuve mucho miedo de moverme un milímetro, solo creer que él estuviera sintiendo algo... sintiendo alguna vibración, o escuchando algún ruido o viendo alguna temperatura.
Y esperaba que no fuera así. Ya no tenía las fuerzas suficientes para escapar de un parásito o una monstruosidad. Me sentía tan cansada y adolorida del pecho con cada respiración que nuevamente sentía que perdería la conciencia en cualquier instante.
Lo que detestaba de esto, era que, si algo nos atacaba ahora, terminaría siendo una maldita carga para él.
Algo que él no quería, y algo que yo odiaba ser con rotundidad para alguien.
Los pensamientos se me hicieron cientos de morusas cuando él comenzó a incorporarse, haciendo que su puntiaguda nariz recorriera en una caricia tan inesperada, una parte de mi mejilla.
Mia parpados se cerraron adormecidos por la sensación de cosquilleó cálido que dejó esa simple y pequeña caricia, antes de abrirlos y hallarme con esa terrible mirada platinada tan cerca que, instantáneamente me sentí atrapada en esos orbes tan magnéticos.
Me hundí en esa inmensa oscuridad que se desataba en sus orbes reptiles, de la tal forma que hasta el dolor de mi pecho olvidé.
Así como olvidé todo lo que nos rodeaba y lo que me estaba matando cada vez más.
Mis labios se abrieron para soltar el aliento y no a causa de esa mirada depredadora consumiendo hasta el último trozo de mi alma, sino al reconocer, por la cercanía de su mirada, los pocos centímetros que restaban entre nuestros labios para acariciarnos con tanta profunda sensibilidad tal y como ocurrió debajo del manto térmico.
Esa textura carnosa y rotundamente suave, llena de una sensación tan excitante que hasta entonces quise olvidar... todavía podía sentirla en mis labios. Y aunque el hecho de recordar su textura fuera perturbador para mí —porque solo fue un simple toque—, una parte de mi interior susurraba que no era suficiente el recuerdo...
Que deseaba más de ellos como de él...
—¿Sabes a dónde debes ir? — sus palabras susurradas tan desquiciantemente cerca de mi boca solo aumentaron aquel deseo que me gritaba romper con los centímetros de nuestros labios—. ¿Has recorrido este lugar antes?
Más se intensificó solo sentir como su aliento se mesclaba con el mío tras jadear, y como su crepitante voz a solo centímetros había sido suficiente para sentirla como si fuera soltada contra mi boca.
—Deja de verme la boca y responde, mujer.
Y pestañeé, con un pequeño respingón en mis huesos cuando esa voz engrosada salió del lento movimiento de sus carnosos labios, llenos de una clase de advertencia.
—No— respondí de inmediato y con sinceridad, soltado mi aliento contra sus carnosos labios. Ese del que estaba bastante consiente de su mal olor—. Pero sé que toda la zona verde está aquí, tengo un mapa con el cual guiarme.
Movió su rostro en dirección al corredizo, reparando en los huevecillos colgando en las paredes y en el camino que se extendía a lo desconocido.
—Quiero que subas al pasillo— ordenó, haciéndome sentir la vibración que su ronca voz producía en su endurecido pecho.
Enseguida uno de sus brazos se apartó de la pared para hundirse en el agua antes de volver a salir con un arma apretada en su mano.
—¿Me ayudaras? —esbocé esperanzada.
—Es por eso que estoy aquí— espetó y enderezó su rostro, haciéndome pestañear por la manera en que esos feroces orbes se encontraron conmigo—. Ahora sube, te llevaré a la zona verde.
Su aliento que acompañó a sus crepitantes palabras, acarició mis labios inquietantemente sedientos de algo. Fue como si mi alma entera estuviera esperando esas palabras por la manera en que terminé soltando una exhalación de emoción.
Ni siquiera esperé a nada cuando tras asentir, me giré de perfil, moviendo mis piernas de tal forma que su muslo abandonó mi entrepierna. Al instante aparté mis manos de sus hombros para aferrarlas a la rocosa pared y empujarme hacia adelante de tal forma que mi cuerpo quedó recostado.
Me deslicé recorriendo los pocos centímetros que me hacía falta para salir del túnel. Y solo sentir como uno de mis muslos chocaban con los escalones del corredizo comencé a subirlos.
En todo momento, mi mirada no dejó de revisar los huevecillos dándome cuenta de que solo se concentraban en el principio de ambas paredes. De eso me di cuenta, solo echar una mirada más atenta al resto del largo corredizo — el cual no parecía tener un final— podía ver el resto de las paredes.
Sentí, conforme sacaba la mitad del cuerpo fuera del agua hasta el último de mis músculos pesarme de manera abrumadora. Sumando a eso, el inquietante y aturdidor frio que se deslizaba por encima de mi piel para hacerme temblar. Sujeté el arma para dar un par de pasos frente a la pared repleta de bolsas de tejido donde en su interior algo parecía moverse.
Quedé perturbada, sin saber qué demonios eran en realidad. Me costaba creer que fueran de parásitos, ellos no tenían ninguna habilidad de reproducirse. Era cierto que, las personas que completaron la alteración de los gusanos caníbales, utilizaron diferentes cadenas genéticas. Pero no podía ser posible que los parásitos se reprodujeran. A menos que la alteración por la que pasaron cuando los solté en las sustancias que alimentaban a los incubados, diera como resultado esta mutación para reproducirse.
Si era posible que tuvieran la capacidad de unirse a los órganos de sus huéspedes y hacerlos suyos para sobrevivir a nuestro entorno, esto también podía serlo.
—Salgamos de aquí— esas palabras no fueron soltadas por mi boca.
Me volteé hacia donde esa voz masculina tan familiar se escuchó, o eso intenté hacer porque terminé inclinándome delante de la pared con huevecillos, llevando una de mis manos a cubrirme con fuerza la boca cuando sentí algo subiendo por el esófago y atascarse entre los músculos.
Tosí con tanta fuerza al sentir que me ahogaba. Las piernas me temblaron con debilidad casi haciéndome caer de rodillas. Me ardió la cabeza y zumbaron mis oídos con el esfuerzo solo hasta que escupí la sangre contra la palma de mi mano.
Y arrastré aire sonoramente sintiendo el palpitante zumbido en mi pecho y ese horripilante dolor haciendo muecas en mis labios y ahogando sollozos en mi garganta.
¡Maldita sea dolía mucho! Esta vez el dolor era más horrible que en la enfermería. Mi pecho estaba ardiendo casi como si se quemara y ni hablar de loa músculos de mi garganta que se sentían como si algo los hubiese atravesado.
Estuve a punto de limpiarla en el manto térmico para empezar a caminar, pero tan solo intenté mover una de mis piernas entre el agua, me sentí tambalear y balancear hacia ese par de huevecillos en la pared que escurrían baba amarillenta.
Apenas pude reacción con el movimiento de mis brazos extendidos para evitar que chocara contra ellos, cuando esos largos dedos tomándome del brazo tiraran con rotundidad de mi cuerpo hacia un costado.
Instantáneamente los huevecillos desaparecieran de mi vista, intercambiándose por ese uniforme militar marcando un torso perfectamente tonificado, en el que no solo mi cuerpo chocó con brusquedad, sino que una parte de mi rostro también lo hizo. Un quejido de dolor se ahogó en mis labios muy cerca de uno de sus pectorales.
Mi brazo cuya mano sostenía el arma, voló a recargarse en su cadera — donde se hallaba el grueso cinturón con todas las demás armas—, con la intención de empujarme. Pero fue demasiado tarde para apartarme, cuando esos dedos, tras soltar mi brazo, rodearon mi cintura por encima del manto térmico para, todavía, pegarme más la dureza de su cuerpo.
Y gemí, esta vez ahogando aquel sonido inadvertido sobre su pectoral, al sentir como su intenso calor se abrazaba a mi tembloroso cuerpo como un cobertor. E hipnotizada por ese calor tan abrazador que adormecía mis sentidos, su otra mano me tomó del rostro para levantarlo. Me deshice por la calidez en la que sus dedos envolvían mi fría y sudorosa mejilla, y por como ese pulgar se recostaba sobre mi labio inferior para acariciarlo con lentitud.
No, no lo estaba acariciando, él estaba limpiando la sangre que escupí, podía sentirlo por la manera en que su pulgar se movía, ahora, sobre una de mis comisuras.
Todavía con la respiración acelerada y hueca, subí la mirada que se había quedado observando su pulgar en mi boca, hasta su rostro. Y me sentí indudablemente envuelta por esos orbes diabólicos que se mantenían recorriendo hasta la última pulgada de mi rostro. No pude evitar hacer lo mismo con el suyo, observando con una clase de confusión, como sus carnosos labios se apretaban en una larga línea y esas oscuras cejas apenas tensas creaban una pequeña arruga.
—Estoy bien...— me sorprendieron mis propias palabras escapando de mis labios.
No dudé en darle una mirada al oscuro interior del túnel y al resto del camino del corredizo, vigilando que nada apareciera trepando los techos o las paredes.
—Tenemos que seguir antes de que la madre venga—susurré—, y antes de que yo empeore, lo ultimo que quiero es volverme una carga para ti.
El brazo que rodeaba mi cintura se deslizó fuera de mí, liberándome de su agarre al mismo tiempo en que lo hizo su mano en mi mejilla dejando una brusca ausencia. Le devolví la mirada encontrándome con la frialdad apoderándose de sus orbes.
Tan gélida, tan... sin emociones que lo único que pude hacer fue hundir el entrecejo, confundida.
—En ese caso procura mantenerte a mi lado—espetó—, es una orden.
—Sí.
Se apartó y me dio la espalda apretando el grosor del arma en dirección al corredizo, vi crecer la distancia entre los dos antes de que su imponente cuerpo se distorsionara y sentir ese liquido resbalando de mi nariz. Lo limpié con el dorso observando la sangre fresca.
—¿Qué demonios estas esperando para caminar? —su espeso gruñido apretó mi quijada y volví a limpiarme la nariz.
El derrame nasal seguía, aunque no era mucha sangre. Me moví enseguida tratando de encontrar fuerzas para ocultar mi dolor y la debilidad delante de él.
(...)
Tres largos pasillos rocosos y casi con finta de cueva, se extendían frente a nosotros. Cada uno separado del otro por alrededor de 10 metros de distancia. Cada uno con un letrero perfectamente colgado y del mismo material de vidrio, pero con diferente título:
Bloque de habitaciones.
Zona negra.
Zona verde.
Esas últimas palabras escritas en el pasillo que justamente se encontraba a mi izquierda, se repitieron letra por letra en mi cabeza.
Mis labios se movieron en una ligera sonrisa en la que retuve ese alivio, mientras repasaban el pasillo rocoso que llevaba a todo el centro de los laboratorios donde se creaba, mejoraba y refrigeraba la sangre específicamente de los experimentos verdes y, por supuesto, al área en la que eran incubados para su nacimiento y su maduración.
Sentí como en mis temblorosas piernas se inyectaba esa necesidad de aventarme a correr a su interior para llegar a uno de los laboratorios e inyectarme de una vez por toda la sangre, antes de que empeorara.
Pero la razón por la que me quedaba tan quieta y tan ansiosa, era porque Siete se encontraba revisando cada uno de los pasillos detenidamente. Tomándose el tiempo de buscar temperaturas a la vez en que buscaba vibraciones o algún sonido extraño proveniente de ellos.
Se movió con firmeza al pasadizo que llevaba a las habilitaciones de los trabajadores de ambas zonas. Extendió sus parpados enrojecidos delineados por espesas pestañas negras y clavó su mirada en el agua. Por largos segundos se quedó así, al pie de ese pasillo como si quisiera hallar algo. Empezaba a torturaba el sofocante silencio sobre nosotros. Ese silencio tan aterrador en el que ni siquiera el suave movimiento del agua se escuchaba.
Di una mirada sobre mi hombro hacia el largo corredizo detrás de nosotros, habíamos dejado muy atrás el pasillo de los huevecillos. No dejaba de revisarlo, cada minuto volteaba y echaba una mirada con el temor de que algo apareciera trepándose a los muros o, moviéndose entre el agua, aunque estaba segura que de ser así, Siete lo sentiría.
Estaba sorprendida de calmado a nuestro al rededor, como si los monstruos y parásitos hubiesen desaparecido. Y aunque eso debía tranquilizarme y relajarme porque estaba tan cerca de curarme, no lo hacía. De algún modo se sentía como si en cualquier momento el infierno se soltaría sobre nosotros.
Mordí mi labio reteniendo un quejido que más de ser de dolor, era por el frio que convulsionaba mi débil cuerpo. Llevé mis brazos para abrazarme como si eso fuera suficiente para disminuir los temblores, pero no lo fue, y presté atención al perfil de Siete y la manera en que él se acercaba, esta vez, al segundo pasadizo rocoso. Leí el nombre que titulaba el pasillo que examinaba. Era la Zona negra.
Siete pertenecía a esa área. En los laboratorios de dicha zona fue donde su código genético se construyó a base de ADN de trabajadores y ADN de reptiles. Me pregunté sí acaso había visto las maquinas en donde construyeron su ADN. O si acaso conoció el área donde fue incubado. ¿Qué pensaba sobre todo este laboratorio y de ser él mismo? Seguramente sabía que era una especie de clon de muchos trabajadores.
¿Sabe que nació de una caja muscular y no de un vientre materno? Se apartó del pasillo para dirigirse al último corredizo. Me di cuenta de por qué los revisaba con demasiada atención, él también sentía que algo no encajaba en todo este silencio. Pasamos por un nido de, aparentemente, parásitos y que la criatura o las criaturas que los pusieron no estuvieran cerca era extraño.
Una de mis manos resbaló hasta mi estómago cuando sentí esas contracciones nauseabundas. Pensé que se me pasaría el malestar en ese par de segundos, pero solo sentir como los músculos se apretujaban de tal forma que me hicieran sentir ese líquido caliente subiendo por toda la garganta, terminó inclinándome hacia adelante...
Y vomité.
Quise creer que serían restos de lo que tomé en la enfermería o jugos gástricos, pero no, al reparar con dolor en el color rojizo del líquido diluyéndose en el agua.
Era sangre. ¿Ahora vomitaba sangre?
Se me nubló la mirada por esas lagrimas que solo resbalaron de mi mejilla, cuando levanté el rostro del agua, para encontrarme instantáneamente con esos orbes reptiles que habían dejado de revisar la zona naranja para mirarme casi de la misma manera en que me observó en el corredizo de los huevecillos.
—Entremos...—mis labios temblaron cuando nuevamente esa contracción estomacal me devolvió el rostro al agua para hacerme regurgitar.
Un horrible y estremecedor dolor se adueñó de mis entrañas mientras veía la sangre salir de mi boca y golpear contra el agua. Ni siquiera pude evitar toser un quejido para escupir lo último que restaba de mi garganta.
Las rodillas me flaquearon amenazando con trozarse y hacerme caer en ese instante en que respiré con mucha fuerza. Aclaré la garganta, soltando un gemido de dolor mientras sentía como enseguida los vuelcos en mi estómago disminuían hasta desaparecer. Sin embargo, lo único que no desapareció fue el palpitante dolor de mi pecho, y ese ardor en los muscular de mi abdomen.
Y solté una exhalación muy lejos de ser de alivio antes de tratar de incorporarme y recuperar mis fuerzas...
Pero de repente, esos brazos musculosos apareciendo de la nada. Rodeándome de los hombros y tomándome por debajo mis piernas, para alzarme en el aire, haciendo que ahogara un sonoro jadeo.
Mis manos se sacudieron asustadizos para sostenerse de esos anchos hombros cuando mi costado y parte de mi pecho chocó contra ese par de pectorales, y cuando mis labios estuvieron a punto de rozarse en su marcada mandíbula.
—¿Q-qu-qué... ha-aces? — tartamudeé y más que de sorpresa, fue de dolor, levantando el rostro de inmediato.
El corazón se me saltó con el roce de mis labios sobre la caliente piel de su mandíbula, provocando que esa corriente eléctrica se deslizara en el interior de mi estómago donde el dolor no amortiguó.
Por otro lado, aquel contacto que pareció más un beso que dejó sangré en su mandíbula, no le afectó para él. Se notaba en esos sombríos orbes que se mantenían en severo movimiento sobre cada uno de los tres pasillos.
—¿No es evidente lo que hago, mujer? —Nos giró en un movimiento en el que su rostro se distorsionó y se adentró a la zona verde conmigo contra su pecho, dejando atrás la división, hundiéndonos en un par de amplias paredes rocosas—. Te llevaré en brazos el resto del camino.
No pude creer que pese al dolor mi corazón reaccionara con un vuelco para volver y acelerarse.
—Pero, to...odavía tengo...— me detuve cuando mi voz salió tan rasgada que tuve que aclarar la garganta para continuar: —. Todavía tengo fuerzas para caminar.
— A este ritmo morirás mucho antes de llegar—me envolví en la ronca vibración de su pecho.
—¿Conoces el lugar donde almacenan la sangre? — Por segunda vez aclaré la garganta, los músculos de mi garganta se sentían irritados y repentinamente inflamados—. Tengo un mapa en la mochila, puedo...
—No necesito de un mapa— se escuchaba irritado—, he recorrido estas zonas antes.
—¿Esta segu...?
—Shh—el sonido tan inesperado y tan inesperadamente susurrando contra mi sien, me endureció hasta la última fibra de mi cuerpo.
Me sentí apretar más contra su pecho por las manos que me cargaban, acurrucándome contra la intensidad de su protector calor. Hasta ese momento en que un quejido resbaló de mis labios bastante cerca de su hombro debido al dolor que sentí con el apretón, me di cuenta de que aceleraba el pasi.
Y entonces lo vi. Sí, lo vi.
En una de las paredes que todavía se alcanzaba a ver del curvilíneo corredizo que llevaba de regreso al túnel, dos tentáculos se vislumbraron mientras un tercero se alargaba por encima del techo. El horror me rasgó el rostro y soporté el ardor en mi garganta queriendo hacerme toser antes de recostar mi pecho contra el suyo tenso y rodear su ancho cuello con la intención de llevar el arma y apuntar al parasito.
Al instante recosté mi rostro sobre su hombro y me mantuve atenta al camino que dejábamos atrás, ese mismo que desapareció al igual que los tentáculos debido a la manera en que Siete nos acercó a la pared a nuestra derecha.
Creí, horrorizada, que el parásito aparecería trepando con gran rapidez en el techo de la zona, pero durante todos esos segundos nada sucedió. Incluso el silencio al rededor era tan abrumador y desconcertante que frunció con fuerza mi entrecejo. ¿No se dio cuenta de nuestra presencia?
Salí del pensamiento cuando se detuvo inclinándose contra la pared. Iba a girar el rostro lejos del umbral, pero me di cuenta de que nos adentró a una de las salas de la zona verde. Sin embargo, no era la sala en la que se almacenaba la sangre.
Inquieta y aturdida revisé los muebles de la sala, lo primero que vi fue esa cocina integrada contra una de las esquinas de la sala, luego ese sofá hundido mayormente en el agua acomodado frente a un televisor sobre un mueble grande y ancho. Solo reparar en esa barra de comedor con sillas flotando en el agua, me di cuenta de que esta era una sala de descanso.
El corazón se me apretujo ansioso y temeroso al saber lo que esto significaba. Nos volveríamos a esconder, pero ya no tenía tiempo para esconderme y esperar más.
Me aparté rápidamente de su ancho hombro solo para levantar el rostro y encontrarme con su perfil asimétrico a escasos centímetros de mí. Esa huella de sangre que dejé en su quijada seguia intacta.
Su escalofriante mirada rasgada se movió fuera de la puerta: esa que había logrado cerrar sin producir el más mínimo sonido.
Y se movió y nos volteó, dejándome ver como sus bestiales orbes se paseaban con una abrupta y tan inquietante seriedad en cada parte de la sala de descanso, ignorándome.
Quise decirle que no había necesidad de esconderlos, estirar el rostro y susurrar le al oído que tenía un arma y sabia usarla. Que no había necesidad de escondernos, ¡no había tiempo!
Pero en cuanto empezó a cambiar, mover sus tonificadas piernas por esa agua, apenas produciendo un leve sonido, ese ardor se apoderó tanto de mi garganta reseca que no puse detenerlo más.
Mi desocupada mano alcanzó a tomar una parte del manto que todavía envolvía mi cuerpo solo para cubrirme la boca y toser, toser con tanta fuerza que sentí que el alma se me saldría del cuerpo.
Me zumbaron los oídos, la cabeza me punzó de dolor por el esfuerzo que hice, inclinando parte de mi cuerpo hacia mis piernas. Sentí esa espantosa mucosidad agrandándose en mi garganta para ser escupida contra la pesada tela del manto.
Respiré y con demasiada complicación, sintiendo como los espasmos sacudían de frío y debilidad mi cuerpo contra el suyo, contra ese calor que se intensificó.
Revisé los coágulos de sangre en la tela sintiéndome quebrar, sintiéndome abrumada cuando mi cuerpo fue apartado involuntariamente del suyo para que mi trasero y parte de mis descalzos pies se recostaran y se deslizaran sobre una suave textura libre de agua que reconocí como la barra del comedor.
Solo sentir sus brazos apartándose de mi espalda y bajo mis piernas en un desliz tan brusco, me levantó el rostro y me lo torció lejos de la tela de inmediato. Apenas pude encontrarme con esos diabólicos orbes sin un ápice de miedo y ese rostro delineado con una masculinidad tan escalofriante, cuando inesperadamente se inclinó.
La calidez con la que su mejilla se palpó contra la mía no se comparó al calor que emergió de sus carnosos labios, esos mismos que se rozaron contra la frágil piel de mi odio
Los labios se me abrieron temblorosos, a punto de soltar un gemido.
—Quédate aquí — la orden tan espesa y susurrada, marcando inquietantemente esa erre hizo que me mordiera el labio inferior.
Y se apartó. Así y sin más, sin decir ni una otra palabra me dio su espalda, su ancha espalda en la que se marcaban los músculos debido a la tela mojada.
Sus largas y musculosas piernas se movían con tanta firmeza, con tanta imponencia, mientras se desenfundaba una de sus muchas armas rodeando su ancha cadera y se acercaba a la puerta.
Se iría. Iba a salir, iba a dejarme..., ¿para matar a ese parásito solo?
Me sentí asustada, uno de mis brazos a punto de estirarse con ganas de detenerlo al verlo estirar su otro brazo para tomar la perilla de la puerta. Vi como los músculos se le marcaban bajo esa blanca piel y como esas venas se le saltaban cuando la abrió y salió.
Y me dejó sola. Sola otra vez, con el silbido de mi respiración rellenando por instantes el silencio. Con los oídos zumbando, pero todavía atentos a cualquier otro ruido que prohibiera del otro lado se la puerta.
Apretujé mis labios, hundí mi entrecejo, un gesto de intranquilo y desesperado que se transformó en un gesto de dolor.
Ese maldito ardor volvió a mi pecho, contrayéndome el tórax como si algo quisiera romperlo.
Ahogué un quejido entre mis apretados labios, un sollozo que quiso quebrarse debido al dolor. Llevando mi mano a esa parte de mi cuerpo mientras con la otra apretaba el mango del arma con ganas de trozarla. Estaba doliendo muchos.
Lo peor de todo es que ese mismo dolor comenzó a extenderse hacia mi estómago en forma de un malestar tan insoportable que por poco me dobló hacia adelante. Terminé recostándome sobre la barra cuando no pude soportarlo más, preguntándome qué tanto estaba haciendo el veneno. Era como si empezara a deshacer pieza por pieza mi interior. Una tortura.
Doble mis rodillas y las contraje hacia mi estómago con tal de que el malestar disminuyera, pero fue todo lo contraría cuando esas contracciones musculares, tensaron mi cuerpo y torcieron mi rostro contra la barra para vomitar. Ese líquido rojizo y burbujeando embarrándose en la porcelana verdosa de la barra también embarró una de mis manos en la que terminé escupiendo baba con sangre.
Arrastré el aire como pude a mis adoloridos pulmones, solo para sentir esos sollozos mudos torciendo mi rostro y enrojeciéndolo de miseria. Negué otra vez con la cabeza contra la barra, lo que me estaba sucediendo era tan injusto. Pudieron simplemente dispararme y así terminar con mi vida, no hacerme sufrir de este modo...
Sí, me equivoqué, mi ignorancia, mi ingenuidad me hicieron matar a muchos y por eso terminar así, pero el castigo que se me dio y este dolor estaban siendo demasiado.
Traté de enfocar mi mirada en la puerta, apretando con mi otra mano el arma y apuntando a ella. Los minutos que empezaron a contarse desde ese momento, en que la perilla no fue girada, y ni un solo ruido fue emitido del otro lado, me hundieron en un desespero tan infernal que comencé a temblar.
Temblar de miedo, de frio, dolor e impotencia. Sentí como la puerta y el resto de la sala de descanso comenzaban a distorsionarse debido a las lágrimas que se me acumulaban en mis ojos, ese caliente líquido a punto de derramarse sobre el pequeño charco de sangre junto a mí. ¿Por qué no estaba regresando? ¿A caso le pasó algo?
Llevé parte del manto contra mi boca cuando la resequedad en mi garganta me hizo toser de nuevo, una y otra vez. Sentir como sensación tan gelatinosa y asquerosa se atascaba por todo mi esófago, me torció nuevamente el rostro, levantándome apenas de la barra para toser con más fuerza cuando empecé a ahogarme.
Una y otra vez seguí tosiendo, cerrando mis parpados a causa del esfuerzo para escupir aquello que se derramó en la oscura tela. El dolor que se proyectó en cada centímetro de mi debilitado cuerpo cuando finalmente mi esófago quedó libre y mis pulmones absorbieron oxigeno con desesperación, fue tanto que no pude ahogar el quejido largo y entrecortado.
Apenas iba a dejar recargar mi frente contra la barra, hundir mi boca contra la materia para quejarme otra vez, sintiendo nuevamente ese temblor adueñándose de mi cuerpo...
Cuando esos cálidos brazos moviéndose con una abrumadora velocidad sobre mí, para rodearme los hombros y tomarme de las piernas, me lo impidieron. Fui bruscamente volteada y levantada lejos de la barra, sintiendo como mi cuerpo saltaba contra esos fuertes brazos y se golpeaba contra aquel torso tan fundido en calor que se me sacudieron todos los huesos bajo la piel.
Gemí contra su hombro rotundamente estremecida, es él. Una de mis mano se recostó a su pectoral, aferrándose a su uniforme con inquietante temor.
—Mantén tu mirada en el camino que dejamos atrás — escuchar el crepitar de su voz y la penetración de su cálido aliento contra mi piel tan fría y sudorosa, me hizo soltar una entrecortada exhalación.
Mis labios se curvaron en una débil sonrisa esperanzada.
— Cualquier cosa que veas Nastya, házmelo saber.
Apenas pude responderle con un asentimiento cuando sus brazos se movíeron de tal forma que mi cuerpo volvió a saltar antes de ser apretada contra su intenso calor, haciéndome pequeñita.
Se volteó atravesando la sala, y me obligué, en ese instante en que mis ojos atisbaron el umbral de la sala de descanso pasar sobre nosotros, a empujar el adolorido pecho para recargarme contra el suyo de tal forma que mi rostro quedara encima de su hombro. Al mismo tiempo dejé que mis brazos se deslizaran hacia encima de sus omoplatos, sintiendo esa instantánea tensión en sus músculos. Casi como si estuviera a punto de rodear su cuello, junté mis manos para sostener el arma. Y decidida a mantenerme en alerta tal y como él lo ordenó, levanté el arma para disparar a cualquier cosa que apareciera delante de mí.
Estaba dispuesta a cuidar nuestras espaldas. Realmente estaba segura de que haría eso por los dos, para no ser una carga entera para él...
Pero, tan solo pasaron unos minutos en que recorrimos más del corredizo, apartándonos no solo de la sala de descanso si no de ese cuerpo gelatinoso hundiéndose mayormente en el agua con todos sus tentáculos negros flotando a su alrededor, comenzaron a pesarme mucho los parpados, amenazando con caer sobre mis ojos y no abrirse jamás.
El cansancio en mis parpados no era lo único con lo que batallaba para mantenerme atenta, ni siquiera prestar atención a la parte izquierda del corredizo, el cual una de las paredes se encontraba agujerada, dejando a la vista el interior de un salón con varias estanterías repletas de cajas de madera.
—Me volví una carga—la debilidad se notaba hasta en mi voz.
Parte de mi rostro terminó recargándose—contra mi voluntad— en su cuello, y mi mirada había terminado vagando perdidamente por esas montañas de escombros que dejábamos atrás, sobre todo ese par extremidades humanas putrefactas emergiendo sobre el agua que, en cualquier otro momento estarían aterrándome.
Estaba sintiéndome tan cansada y adormecida que hasta mis manos comenzaron a perder fuerza para sostener el arma y apuntarla conforme avanzábamos.
Las fuerzas estaban abandonándome ya.
Sentía que caía en los suaves brazos de Morfeo. El dios que me llevaría a un largo y eterno sueño. O así lo sentí.
Sin embargo, algo en mi interior me estaba advirtiendo que no debía cerrar los ojos, que tenía que mantenerme alerta, despierta.
Pero estaba siendo bastante difícil para mí. No podía prestarle atención a nada más que a mi corazón latiendo con demasiada lentitud en mi cabeza.
Lo extraño era que ya no sentía el picor en mi garganta, mucho menos el ardor en mi abdomen, pero era un hecho que el palpitante dolor en mi pecho seguía intacto al igual que ese frío tratando de consumirme los huesos con espasmos estremecedores. Y si no fuera porque los brazos de Siete me mantenían apretada al intenso calor de su cuerpo, estaría temblando con rotundidad.
Sentí estirarse en mis labios una extraña sonrisa que más parecía ser una mueca, porque me di cuenta de que, ahí, entre los brazos de Siete, ya estaba colapsando.
—E-ellos tu...tuvieron razón...— acallé en un largo y arrastrado susurro una pizca del silencio tan perturbador creciendo alrededor.
Estaba refiriéndome a los hombres que me inyectaron la sangre de experimento. Recordando justo lo que dijeron con una maldita sonrisa psicópata en sus rostros antes de dejarme en el sótano tal y como Siete y los otros me encontraron.
—Si no eran lo-os to-obillos desangrándome, sería el a-agua— me sentí agitada de la respiración con solo decir aquello. Hasta hablar me estaba costando mucho—. Si no era el agu-a ahogándome, se-ería un monstruo— arrastre cada palabra con muchísima lentitud—. Si n-n-no era un monstruo...
Me detuve para respirar con lentitud, sintiendo como mi pecho al inflarse, se presionaba más contra el de Siete. Ese toque tan profundo entre los dos, con anterioridad me habría hecho jadear, pero en vez de eso me hizo soltar un sollozo largo que ahogué sobre su hombro a causa del dolor en mi pecho.
— Seria la sangre de experimento negro l-lo que me ma-ataría— tras decirlo, dejé que mi cabeza se recostara sobre su hombro—. Y ya me está matando, Siete.
Me apreté a su cuerpo queriendo aferrarme a su calor.
— Me lo merezco...
Apenas solté eso, una pequeña risa llena de ironía, quiso resbalar de mis labios. En vez de eso fue un sollozo de dolor.
Me retorcí contra el cuerpo de Siete cuando el pecho se me comprimió insoportablemente, haciendo que retuviera la respiración en una inhalación ruidosa. Hasta los dientes se me apretaron y se me engancharon los labios cuando sentí que el tórax se me saldría. Algo líquido y muy caliente subió por todo mi esófago para contraerme y hacerme vomitar sobre el hombro y pecho de Siete.
Era sangre...
Toda la poca fuerza que me restaba se me desvaneció de tal manera que el arma en mis dedos resbaló hacia el agua, dejando mis brazos colgando sobre su hombro y parte de mi rostro recostado contra esa parte de su pecho manchada con mi sangre. Entre respiraciones arrastradas y quejosas, mi mirada se cristalizo, un instante creí que lloraría, pero al siguiente esas ganas se apagaron cuando mis parpados se comenzaron a cerrar.
—¡Maldición, mujer!
Ese gruñido retenido entre sus dientes siendo soltando contra una parte de mi cabeza al mismo tiempo en que esos brazos que me sostenían, sacudían mi cuerpo. Hicieron que mis músculos respingaran y, apenas, lograran que mis parpados se abrieran sobre esas manchas de sangre.
—Trata de mantenerte despierta— no fue una petición sino una orden hecha con la misma tonada, apenas haciéndome pestañear con mucha pesadez—. Llegamos.
Y eso logró que un atisbo de emoción removiera mi cabeza sobre su pecho con la intención de girar mi rostro y enviar mi mirada hacia el frente. Vislumbré esas largas mesas repletas de trozos de cristales y pedazos de techo, acomodadas junto a una larga pared en la que se mantenían esas repisas todavía intactas, llenas de material que atizaban en laboratorios.
La mirada se me nubló un momento, pero con otro lento pestañeo, pude ser capaz de reparar en todo el resto del lugar en el que nos habíamos adentrado. Como esas triples maquinas computarizadas del tamaño de un auto acomodadas en el centro del salón, las cuales se utilizaba para construir y mejorar la genética de los experimentos. Estuve a punto de negar con la cabeza al descubrir que este no era el salón donde se refrigeraban las muestras de sangre cuando...
Encontré esos amplios refrigeradores acomodándose junto a una máquina expendedora de alimentos casi por completo vacía.
Apenas sentí como mi corazón saltó de felicidad solo enfocar mi mirada en esos refrigeradores que, aunque apagados y con las puertas cristalizadas quebradas, permanecían llenos de frascos con sangre intactos.
—Los refrigeradores...— arrastré las palabras, moviendo todavía uno de mis brazos para señalarlos—. La sangre está ahí, pero no sé dónde... las inyecciones.
Con pesadez, dejé que mi mirada se paseara por el resto de los muebles. Pero me costaba enfocar la mirada sin que la misma se nublara o distorsionara debido al cansancio y también estaba demasiado cansada como para pensar
Jadeé repentinamente fuera de mis pensamientos ante el inesperado movimiento de Siete. Estaba siendo apartada de su intenso calor abrazador solo para sentir como mi trasero se presionaba en la parcelada de una de las largas mesas repletas de escombros - que pertenecían a un profundo agujero en techo sobre mí- y para sentir mi espalda recargaras contra la asperidad de la pared.
Pronto esos brazos que habían sujetado mi cuerpo para acomodarme, se deslizaron lejos, dejando como ausencia un frio amenazador cubriendo hasta el último trozo de mi mojada piel.
Y temblequeé. Levantando demasiado tarde la mirada en busca de la suya, encontrando únicamente esa ancha espalda apartándose de mí, y ese casco militar sombreándose.
Solo pude seguirlo con la mirada y bajo la escasa iluminación del pequeño laboratorio. Viéndolo rodear las enormes máquinas de construcción genética, para dirigirse a los refrigeradores.
Hice un esfuerzo por separar mi espalda de la pared, dejando que el peso de mi cuerpo se recargara sobre mis brazos en el momento en que acomodé las palmas de mis manos sobre la mesa. Me arrepentí inmensamente de hacer ese leve esfuerzo cuando sentí el dolor en mi pecho expandirse. Esa potente contracción volvió a mi tórax y se esparció hasta los músculos de mi estómago para contraerlos también, apretando con tanta fuerza mis dientes, que creí que se me romperían.
Fue inevitable no soltar un sollozo audible, antes de sentirme encorvar y vomitar ese chorro de sangre sobre la piel de mis muslos manchando el short con dibujitos.
Los brazos me temblaron por poco haciendo que me balanceara fuera de la mesa. Un horrible zumbido se apoderó de mis oídos. Un amenazador adormecimiento quiso nublarme los sentidos, cerrar mis parpados sino fuera porque sacudí la cabeza, obligándome a seguir mirando la horrible imagen de mis piernas manchadas por mi propia sangre.
Y me sentí quebrar en cientos de fragmentos, con un terrible miedo rasgándome el rostro por completo, viendo como mis propias lagrimas se derramaban gota por gota y caían sobre mis piernas manchadas.
Esto era una pesadilla.
No había pasado más de dos horas desde lo del baño en la enfermería, y ahora mismo sentía que mi vida pendía de un hilo demasiado delgado a punto de ser cortado en cualquier instante.
Quizás en este momento, porque lo mismo que sentí en el sótano, estaba volviéndolo a sentir.
Sentía que estaba apagándome. Que, conforme mis parpados se cerraban, me hundía cada vez más en una profunda e indeseable oscuridad...
Y si no fuera por esa mano tan cálidamente familiar, sosteniéndome — tal y como lo hizo bajo el agua del sótano — el mentón para levantarme bruscamente el rostro de tal forma que me hiciera reaccionar y abrir mis parpados otra vez, me habría envuelto por completo en la penumbra de la muerte.
Por otro lado, en lo que sí me envolví por un segundo, fue en esos feroces orbes platinados que se mantenían sobre mí, examinándome con severidad mientras sus carnosos labios se separaban para moverse con mucha lentitud, como si estuviera diciéndome algo...
—No te duermas— Me estremecí por la manera tan aterradora en que su voz se escuchó distorsionada y lejana bajo los zumbidos en mis oídos.
Hundí mi entrecejo cuando no pude entender lo que me pedía, sintiendo como mis ojos se contraían hacia el interior de mis parpados. Solo entonces, sentí esos dedos sacudir mi rostro a los lados, abriendo de nuevo mis pesados parpados para quedarme pedida en esa carnosa boca de comisuras oscuras cada vez más cerca de mí.
—Maldición, mujer, reacciona—Y pude entender esa espesa y marcada demanda a centímetros de mi rostro, como también sentir su cálido aliento humedeciendo mis labios, esos que estaban queriendo ser abiertos por su pulgar —. Abre la boca.
Y obedecí, separando mi boca enseguida, solo para ver ese frasco delgado y cristalino con sangre oscurecida en su interior, acercándose a mí.
En cuanto sentí ese líquido espeso comenzar a llenar el interior de mi boca, esa mano en mi mentón paso a hundirse en mi corto cabello para aferrarse a mi nuca y obligarme a inclinarme hacia atrás.
Lo tragué, comencé a tragar el asqueroso sabor metálico de la sangre, a la misma vez en que mi mirada subía, encajándose en el agujero sobre nosotros: ese mismo en el que repentinamente vi caer una ligera capa de polvo acariciando apenas mi frente...
Cerré los ojos con pesadez antes de obligarme a abrirlos, para atisbar, bajo los parpadeos de las farolas, el movimiento de algo delgado y negro resbalando fuera del interior del agujero para deslizarse sobre una parte del techo.
Era un tentáculo.
Otra vez un tentáculo...
Mi garganta estuvo a punto de dejar de tragar la sangre cuando, enseguida en que reconocí lo que era, más tentáculos negros comenzaron a salir del agujero hacía los costados del techo, dejando a la vista un asqueroso bulto negro y gelatinoso mostrando una hilera de colmillos amarillentos y una larga lengua cuya baba se derramó sobre mi frente.
Eso fue lo último que miré, para sentir después como la mano de Siete abandonaba mi nuca y el frasco se apartaba de mis labios, y de una forma tan golpeada, que mi cuerpo sin suficiente fuerza para detenerse, terminó cayendo de costado sobre la mesa. Lo último que recordaba en ese momento en que un gemido de dolor salido de mis labios, antes sentir como todo alrededor perdía brillo y color para oscurecerse, fueron las manos de Siete desenfundando sus armas...
Y todos esos tentáculos saltando sobre él, sorbe el casco en su cabeza...
(LOS AMO)
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