Vibrante y crepitante

VIBRANTE Y CREPITANTE
*.*.*

No hacía falta abrir los ojos para darme cuenta de que me hallaba recostada en un largo sofá de textura rasposa, y por la manera en que la tela rozaba gran parte de mi cuerpo, podía saber que seguía en ropa interior.

Había vuelto a mis sentidos hace tan solo minutos atrás, pero escuchar esa irreconocible voz masculina levantándose peligrosamente detrás de mí, me hizo mantener los parpados cerrados todo este tiempo aparentando que seguía durmiendo. Me mantuve atenta y en alerta a los susurros inentendibles que se levantaban en la lejanía, al igual que el sonido del agua en movimiento. No estaba sola en donde fuera que me habían dejado, de eso me di cuenta, y no solo había una persona a mi alrededor, había más.

No dejaba de preguntarme quiénes eran ellos y por qué me salvaron. No podían ser del grupo de Jerry ni nadie que realmente me conociera, de ser así estaría muerta. De ninguna manera arriesgarían sus vidas y volverían por alguien que les arruinó, por lo tanto, estas personas debían ser sobrevivientes que no lograron salir al exterior todavía.

Sí, y esa sería una buena razón suficiente para abrirme los parpados y reparar en cada uno de ellos. Pero por alguna razón preferir seguir aparentando estar dormida.

Por otro lado, había una cosa que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza. Eran los tobillos, esos que inevitablemente volví a mover, y los moví con mucha duda y lentitud solo para darme cuenta de que, en efecto, el dolor no me pulsaba más. No había una sola pisca del ardor que recordaba haber sufrido en el sótano, ya no estaba esa sensación tan desgarradora presente.

Estaban curados, ¿cómo era posible?

La única manera de curar una herida tan grave era si, entre todas estas personas, se encontrará un experimento enfermero.

Apreté un poco los labios. No recordaba nada más que el momento en que vi, bajo la tenue iluminación del sótano, a esa bestia sin ojos buscándome. Después de ese momento en que decidí ahogarme, todo lo demás eran fragmentos de escenas oscuras y sin mucha claridad. Pedazos de recuerdos extraños y abrumadores que producían un desconcertante estremecimiento en mi piel.

Entre ellos estaba la sensación fantasmal de agua atascada en mi garganta, y un dolor insoportable oprimiéndome el cuerpo entero.

O también esa caliente mano tomándome de la espalda para sacarme del agua y aprisionarme contra un cuerpo varonil lleno del más perturbador calor nunca antes sentido. O esos largos dedos hundiéndose en mi cabello para sostenerme de la nuca. Y esa voz masculina ahogando su tono ronco y crepitante contra mi sien, rozando esos cálidos labios de textura suave contra mi piel.

Por último y lo que más me mantenía con los pensamientos perturbados, era el recuerdo de esos diabólicos y aterradores orbes a centímetros de mí, resplandeciendo entre la oscuridad y el parpadeo de la descompuesta iluminación de aquel sótano en el que había sido abandonada. Esa mirada grisácea tan petrificante y endemoniada, de escleróticas negras, no pertenecían a una persona normal, sino a un experimento termodinámico.

Uno aterrador.

Recordar esos orbes reptiles tan horripilantes, hacía que un escalofrió se deslizara desde la punta de mi cabeza hasta la planta de mis pies.

Ninguno de los experimentos que venían en el grupo al que Jerry ordenó que me sacaran del bunker, llevaba una mirada grisácea tan cargada de intimidación. Por lo tanto, él era un experimento sobreviviente que seguía atrapado en el laboratorio.

Y ese hombre artificial creado a base del ADN de trabajadores con muy buenas facciones y genética reptiliana, estaba aquí. Claro que sí. Debía estar en el mismo lugar en el que me encontraba ahora mismo.

Pero él no pudo sanar mis heridas. Sabía que los experimentos con el color de ojos carmín, verdes y blancos, eran los únicos experimentos que podían regenerar cualquier tipo de herida, enfermedades, tumores y mal formaciones o, incluso, organismos malignos en el cuerpo. Y aunque él tenía esos iris grises que se parecían mucho a los experimentos enfermeros del área blanca, que tuviera escleróticas negras era lo más extraño. Inusual.

Los únicos experimentos enfermeros que tenían escleróticas negras eran los de mirada carmín, los experimentos del área roja. El resto que poseía mirada termodinámica pertenecían a las áreas peligrosas, eso fue lo que me dijo una de las sobrevivientes.

Eso quería decir que él pertenecía al área negra.

Apreté levemente mis labios, saliendo de mis pensamientos solo para estar atenta a mi alrededor. Estaba silencioso. No se escuchaba ningún ruido de agua en movimiento, ni gruñido, ningún otro sonido aterrador o demasiado extraño.

Había tanto silencio en el ambiente que me sentí abrumada, pero más que nada, ansiosa por abrir los párpados y echar una rápida mirada a las personas de la habitación.

Quería saber quiénes eran o cuántos de ellos eran experimentos.

Quería buscar al dueño de esos orbes reptiles...

Sentí una profunda necesidad de saber si eran o no peligrosos, si tenían o no armas, si uno de ellos me conocía o si todos ellos eran solo individuos que trataban de sobrevivir a este infierno.

A pesar de ser salvada por ellos, o por él, me sentía en peligro.

Respiré lo más profundamente silencioso que pude, y solo hasta que sentí mis pulmones saciarse con el oxígeno y soltarlo con bastante lentitud, decidí extender un poco los parpados. Solo abrirlos lo suficiente como para ser capaz de vislumbrar toda esa agua sucia cubriendo gran parte de la porcelana del suelo que por un instante se oscureció a causa del parpadeo de las farolas en el techo.

Y lo que terminó iluminándose bajo los constantes parpadeos, fueron esas botas varoniles color negras cubiertas mayormente por el agua, que se cerraban alrededor de un par de pantorrillas ocultas bajo unos jeans nada ajustados y de un color olivo opaco. Cerraría los ojos solo saber que aquella persona estaba a tan solo medio metro de mí, si no fuera porque me di cuenta de que estaba dándome la espalda.

Sin abrir demasiado mis parpados, moví hacía atrás un poco la cabeza y subí la mirada por esas largas piernas que tomaban forma musculosa bajo la tela uniformada, con la intención de analizar al hombre. Pero la visión en mi ojo izquierdo se nubló distorsionando el uniforme. Un pinchazo de dolor en la esclerótica que me hizo cerrar el parpado y ahogar un quejido.

Maldije, sabía a qué se debía el dolor, y era a causa del lente de contacto que llevaba puesto por demasiado tiempo, con la única finalidad de ocultar mi heterocromía. Sabía que tenerlos por demasiado tiempo era perjudicial, resecaba la pupila y dañaba el ojo, lo irritaba. Y eso era lo que estaba sucediéndome.

Ignorando la sensación incómoda, me dediqué a abrí nuevamente ese parpado para seguir revisando al hombre delante de mí. Atisbé instantáneamente ese cinturón grueso rodeando toda su ancha cadera, tenía varias fundas de las que salían mangos de armas de diferentes tamaños.

Armas. Esa palabra se iluminó en mi cabeza.

Una tensión se apoderó de mis dedos, deseando tomar una de ellas. Las conté, eran muchas, diez fundas... diez armas, sin contar los bolsillos cuadrangulares abotonados en los que seguramente se hallaban los cartuchos. Mi mirada viajó de su cadera ancha al chaleco antibalas que cubría por completo su espalda y al resto del uniforme verde oscuro que vestía. Ese definitivamente no era el uniforme que utilizaban los soldados del laboratorio, el de ellos era negro con gris, no de este color.

Este uniforme era el que usaban los militares rusos. Se me detuvo el aliento, eso quería decir que el gobierno ruso se dio cuenta de los experimentos, o, ¿los contaminados lograron salir? Antes de que ser descubierta, el grupo de jerry encontró varias de criaturas escarbando en los techos, estaban buscando una salida del subterráneo, pero si hubiesen salido a la superficie, los militares no estarían aquí, estarían a fuera matando a las monstruosidades. El exterior sería un caos si esas cosas contaminaban a otros.

¿Acaso los sobrevivientes fueron los que avisaron del laboratorio y por eso están aquí? El horror rasgó mis entrañas solo imaginar que había más militares en el subterráneo; que habían bajado para investigar y averiguar qué ocurrió; sacar información de las cámaras del laboratorio o venir aquí con la información que les fue dada en el exterior.

Esto estaba mal, pesimamente mal. Si se daban cuenta de mi..., si se daban cuenta de lo que hice y de cuál era mi verdadera identidad, no me encerrarían, me matarían.

Estuve a punto de levantar la cabeza del colchón y dar una mirada veloz al rededor, buscar y contar cuantos más como él había en el complejo, cuando el hombre delante de mí hizo un inesperado movimiento con los brazos que me hizo cerrar los párpados de golpe y recostar mi mejilla contra el cojín del sofá.

— ¿Ya han aparecido sus localizadores?

Un respingón estuvo a punto de adueñarse de mis huesos cuando esa voz varonil acalló el repentino silencio. Le pertenecía al militar delante de mí.

—No— hundí el entrecejo ante el crepitar ronco y grave de aquella voz, era como oír el sonido de madera bajo las intensas llamas del fuego y tuve la sensación tan abrumadoramente familiar de que antes la había escuchado en alguna parte.

En el sótano.

— Esto es extraño, que sus localizadores se apaguen es extraño — habló una voz llena de dulzura agudeza.

Una mujer estaba con ellos, pero su voz que se escuchaba a metros de mí, me era irreconocible, quizás no la conocía. Quizás ella también era un soldado, aunque su voz era demasiado dulce para pertenecer a la milicia. ¿Era una sobreviviente? Para ser franca, nunca llegué a conocer ni a un cuarto de los trabajadores del laboratorio debido a que debíamos cuidar nuestra identidad. No confiar en nadie, y ser invisibles para muchos.

Ser invisible fue algo que al final no resultó, salió perfectamente mal, al menos para mí. Apreté mi mandíbula solo recordar la escena en que fui descubierta, la maldita escena en que esos imbéciles me traicionaron armando una historia para que mis palabras no fueran creídas por nadie.

Solo esperaba que quienes me dieron la espalda también tuvieran su merecido, igual que Anna y Esteban.

Posiblemente Jerry había contado todo lo que sucedió, dando los nombres de los que me enviaron a mí y a los demás al subterráneo por las muestras, para que fueran arrestados.

Aunque sentía que eso último no había sucedido. Después de todo Anna era una de las senadoras, tenía mucho dinero de por medio al igual que Esteban. Mucha gente y, hasta del mismo gobierno, trabajaban para ellos. Lo más probable era que ahora mismo estuvieran escondidos.

—Este era el punto de reunión, dijimos que vendríamos aquí después de seis horas, ya han pasado dos horas más— añadió la misma mujer—. Debieron dar comunicadores a cada grupo.

—Aquí no hay señal de ningún tipo, no hemos encontrado lo que nos impide comunicarnos— Esa voz vino del militar delante de mí, la cual pronto quedó amortiguada por sus pies moviéndose entre el agua, apartándose cada vez más.

— Utilizar radios no funcionaría, por eso se nos dio a cada uno un localizador y una pantalla para encontrarnos— terminó diciendo esa nueva voz engrosada que se levantó de alguna parte de la habitación.

Sus palabras me hicieron recordar cuando uno de los que trabajaban para Anna y esteban, mencionó que una vez se terminara de mejorar y experimentar con los gusanos, enviarían a un individuo a enterrar una serie de aparatos alrededor de la planta eléctrica.

La planta eléctrica era la enorme estructura que se mantenía de ocultaba este laboratorio, en fin. Los aparatos que enterraron, eran capaces de bloquear todo tipo de comunicadores tanto del subterráneo como de la misma planta eléctrica externa.

—Quizás el último grupo se topó con un contaminado y eso los retraso— Hice un conteo mental, contando esa nueva voz masculina flotando en alguna parte a mi derecha, ya eran 4 hombres y una mujer en el lugar—... ya saben, todavía hay muchas de esas horribles criaturas vivas.

—O encontraron más sobrevivientes y por eso se han tardado.

Me quedé asombrada, ¿cuántas personas estaban aquí? ¿Y cuantas de esas personas eran militares?

—Opino que deberíamos irnos, ustedes conocen la salida al exterior, ¿no es verdad? — Esa definitivamente era la voz de otra mujer, una más adulta, pero nada familiar— Deberíamos salir, este lugar podría ponerse peor, ya vieron que esos parásitos están creciendo más.

—Opino lo mismo, hemos tenido suerte de no ser atacados pero si nos tardamos más, quizás ya no tengamos esa misma suer...

—No nos moveremos hasta que llegue el último grupo o pase el tiempo estimado— y esa voz espesa y llena de gravedad, se abrió paso otra vez y enseguida, callando a la mujer—. Si quieren irse, háganlo sin mis soldados.

Sentí repentinamente inquietud, confundida mientras me preguntaba en dónde había escuchado esa voz. ¿En qué lugar la escuché? ¿A caso lo conocía? No, los hombres que conocí en este laboratorio no tenían una tonada tan pronunciada y crepitante como la de él. Quizás solo estaba confundiéndome.

—Siete, solo piénsalo, ¿y si ellos ya salieron? —preguntó una de las mujeres. Por otro lado, mi cabeza no dejó de repasar esa primera palabra pronunciada por ella.

¿Siete? ¿Desde cuándo llamaban a los militares por números?

Algo trató de iluminarse en mi cabeza; una escena en la que escuchaba en el sótano, a una voz bastante similar nombrando el mismo número. Aunque no era de extrañar que antes lo hubiese escuchado, tenía demasiado claro que estas personas me encontraron, y uno de ellos fue el que me sacó del agua.

Quise abrir los párpados otra vez y dar una rápida miradilla al frente con la necesidad de recorrer todas y cada una de las figuras, pero fue algo que ni siquiera pude intentar al escuchar el repentino movimiento del agua en alguna parte.

—Eso es imposible, niña— rectificó el militar, y el sonido de una cremallera siendo bajada, fue lo siguiente que se escuchó antes de que él volviera a hablar: —. Se nos dio una orden, seis horas para volver aquí y esperar a los demás grupos. Nueve horas en total, en dado caso de que algo se interpusiera en nuestro camino o encontráramos a más sobrevivientes, y no han pasado todavía.

— Mientras no se cumplan las horas, seguiremos aquí—interrumpió otra vez ese hombre, su tono grave y severo apretó mis labios. Estaba segura que esa voz la había escuchado antes, y esa inquietud por no reconocer a quién le pertenecía comenzaba a preocuparme.

— ¿No sería mejor que un grupo de ustedes nos llevaran al exterior? — preguntó la misma mujer—. Hay personas aquí que necesitan ser atendidas.

—Dividirnos es arriesgado— aclaró aquella voz masculina, y la manera en que su voz remarcó la erre por poco me hizo morder el labio inferior—. No pondré a mi gente en peligro.

¿A su gente? Estaba un poco confundida, había escuchado a varios experimentos expresarse de la misma manera dentro del grupo de Jerry. Y este hombre, había dicho lo mismo que ellos, como si fuera uno..

— Pero, ¿qué sucederá si una de esas cosas nos ataca? — la desesperada voz de la misma mujer que pedía ser llevada al exterior, me tensó—. ¿Qué hacemos si nos rodean más de uno?

— Si no quieres que suceda, manten la boca cerrada—ordenó con asperidad.—. No obstante, si tanto quieres irte, adelante, una carga menos.

—Lo que Siete quiere decir es que tenemos armas suficientes para combatirlos, sumando los mantos termodinámicos en nuestras mochilas—respondió uno de ellos.

El laboratorio estaba repleto de monstruos. Fueras a donde fueras, encontrar un lugar a salvo era realmente imposible, las áreas podrían ser lugares seguros mientras todas las entradas se mantuvieran bloqueadas, pero el bloqueo se mantenía con una buena electricidad, y la electricidad estaba fallando demasiado en el laboratorio. Así que al final, los únicos lugares donde mayormente eran seguros, mientras se mantuvieran vigilados, eran los bunkers.

Y es que los bunkers estaban hechos de material resistente al igual que los almacenes de armamento. Eran imposibles de penetrar a menos que fuera por medio de las ventilaciones.

Todavía podía recordar por lo que pasé antes de que fuera encontrada por Jerry y su grupo de sobrevivientes. Días antes, corría con desesperación junto a una mujer que llevaba en sus brazos a un infante; una niña del área verde. No teníamos armas para defendernos de esa cosa, y al final la mujer fue alcanzada por esos largos tentáculos que la tomaron de las piernas. Tentáculos que pertenecía a una de esas criaturas babosas mutantes que antes eran solo gusanos. Sus tentáculos tiraron de la mujer y la hicieron caer, estampar su cuerpo contra el suelo al mismo tiempo en que sus brazos soltaron al infante para aferrarse a la pared.

En mi cabeza, estaba fresco ese momento en que la niña se arrastró y se levantó entre lágrimas corriendo hacia mis brazos, esos que la rodearon con muchísima fuerza para levantarla y apretarla contra mí.

El rostro de la mujer era algo que nunca olvidaría, estaba lleno de horror y sus labios reventados por el golpe, gritaban que la ayudara mientras cada segundo más era alejada del pasillo en el que estábamos. No había nada que hacer, más que correr cuando en tan solo unos segundos, aquella criatura saltó sobre su espalda, encajando todos esos colmillos amarillentos en su omoplato para arrancar trozo por trozo de su cuerpo.

Desde ese instante estuve días con la niña, ocultándonos bajo un manto térmico, escondiéndonos de lugar en lugar con una herida en la pierna, hasta que nuevamente fuimos encontradas por un par de monstruosidades de carne y hueso. No había escapatoria, la niña pesaba mucho y yo tenia lastimado el muslo, cada movimiento que hacía con esa pierna dolía. Correr estaba siendo una carga para mí y cada vez más teníamos encima a esas deformidades. Así que tuve que hacer algo...

Al final un par de hombres armados, me hallaron oculta en un montón de escombros rocosos, aferrada a mi mochila únicamente, con todo el cuerpo embarrado de lodo y sangre para que las monstruosidades no encontraran el olor de mi carne fresca.

— Además... — pausó, y el sonido del agua en movimiento se levantó un par de segundos —, podemos localizar a los contaminados con mucha facilidad, estaremos preparados mucho antes de que nos encuentren.

Eso quería decir que tenían varios experimentos termodinámicos con ellos para interceptar la temperatura de loa contaminados, o llevaban alguna clase de tecnología que localizaba los chips insertados desde nacimiento en las piernas de los experimentos. Supe que los hombres que estaban al mando de la seguridad tanto externa como interna del laboratorio, tenían pantallas que se conectaban a varias de las cámaras del subterráneo, así como también, ubicaba el lugar en el que se encontraba cada experimento. Pero encontrar una de esas pantallas, sería algo casi imposible. Lo más probable, era que en este grupo había varios experimentos termodinámicos.

Salí de mis pensamientos cuando un silencio fue todo lo que sucedió un segundo más tarde. Un silencio tan largo y potente después de su dominante voz que, me aturdió. Por poco me hizo abrir los parpados con la necesidad de revisar, escanear y analizar a los presentes.

Pero tan solo levanté unos centímetros los párpados con la necesidad de ser capaz de vislumbrar algo...

Ese suave movimiento del agua levantándose desde el terrible silencio y en la lejanía, me los cerró de nuevo.

Un instante los nervios y el temor me invadió cuando poco a poco, ese sonido fue cada vez más claro; más cercano, como si viniera algo en mi dirección.

Maldije, porque eso era lo que estaba sucediendo. Alguien estaba viniendo al sofá donde me hallaba recostada, ¿cierto?

Se me tensaron los dedos sobre el cojín, cerrándose un poco sobre la tela cuando inesperadamente el sonido cedió; desapareció de mis oídos. Nuevamente un perturbador silencio se abrió paso, dejando como único sonido, mi corazón golpeando mis sienes con sus latidos como si fueran látigos. Y es que se sentía como si alguien estuviera viéndome con profunda atención. Estudiándome, examinándome pulgada a pulgada.

Y esa sensación tan penetrante que amenazó con acelerar también mi respiración hasta volcarla, se fortaleció al escuchar a centímetros de mí, ese nuevo sonido que hacia la ropa al rozarse y estirarse con fuerza.

Demonios, demonios, demonios, demonios. Alguien acaba de inclinarse junto mí, ¿no es así? Esa pregunta resonó en mi cabeza.

Quería equivocarme, quería pensar que quizás estaba dándome la espalda, pero no, esa tensión tan silenciosa, y esa sensación de alguien observándome a solo centímetros, seguía tan palpable que endureció hasta el último músculo de mi maldito cuerpo.

—Mujer...

Y mis entrañas, todas, se me estremecieron cuando esa vibrante y crepitante voz baja y peligrosa terminó siendo soleada a una distancia amenazadora mente corta.

El problema no fue solo su crepitante voz repitiéndose en mi cabeza, sino ese cálido aliento cubriendo como un cálido manto hasta la última pulgada de piel en mi rostro.

Mis labios temblaron soltando un inesperado y traicionero aliento como reacción, sintiendo como hasta las vellosidades de mis brazos se erizaban. Ay no, se dio cuenta de que estoy despierta.

No esperé en ese instante que un par de yemas llenas de un calor estremecedor, se deslizaran sobre la piel adolorida de mi mentón para sostenerlo en una suave caricia lo suficientemente inesperada como para hacerme jadear.

Y se sintió como si una de mis manos tuviera una clase de imán bajo la piel cuando de inmediato se levantó del colchón, volando de golpe para estamparse contra la ancha muñeca dueña de los dedos que apretaban mi mentón. El sonido de nuestras pieles golpeándose exploró mis sentidos además de un leve ardor entre mis dedos. Sin embargo, nada de eso se comparó al estremecimiento sacudiendo con rotunda fuerza mis sentidos, cuando al abrir los parpados y subir la mirada, esos horripilantes orbes palatinados y de escleróticas negras fueron lo primero que vi... a centímetros de mí.

Temblequeé. Y sentí hasta el corazón dándome un salto asustadizo para volver con rotunda fuerza y azotar mi pecho por la manera tan escalofriante en que ese rostro masculino a centímetros del mío, se sombreaba. Mis brazos estuvieron a poco de moverse y empujar su rostro lejos del mío, pero ningún músculo de mi cuerpo fue capaz de moverse cuando una parte de mi lo recordó.

Recordó esa misma mirada llena de una hipnótica malicia apareciendo en el sótano. Y no solo fui capaz de recordar sus ojos, sino el calor de su mano comparándola con el calor de aquellas manos tomándome del cuerpo para sacarme del agua y, sobre todo, recordé su voz. Su voz llena de un tono ronco y grave, vibrante y crepitante como una madera siendo quemada por las llamas del fuego.

Era él, el experimento adulto que me sacó del agua era él.

Por segunda vez me estremecí con el recuerdo, y sentí desinflarme en el momento en que esos orbes comenzaron a reparar en mi rostro, pulgada a pulgada de cada facción que lo conformaba, y lo hacía con una inquietante profundidad y lentitud como si de pronto estuvieran construyéndome, que hasta mi propio cuerpo comenzó a endurecerse y centrarse.

Y sin darme cuenta, en ese instante en que los segundos se volvieron eternos a nuestro alrededor y una nube oscura se llevó todo instinto y conciencia, reparé también en su rostro cuyas facciones llenas de una masculinidad tan petrificante, estaban inquietantemente hechas por las manos del diablo.

Si que se empeñaron en crear con demasiada perfección cada centímetro de su rostro alargado; esos pómulos marcados bajo su blanca piel; esa respingona nariz de aletas perfectamente estiradas; esas curvas en sus carnosos labios largos que poseían un agradable color rojo sangre y un tamaño que antojaba a descubrir con los dedos u otra cosa; y ese mentón casi ovalado, poco cuadrangular, con su levemente ancha quijada. Todas esas facciones bajo una mirada rasgada marcada por un par de cejas bien pobladas y negras, además de esos mechones negros de su cabellera desordenada cubriendo parte de su frente, le daban un aspecto escalofriante y atemorizante, así como también, un atractivo tan imponente e inquebrantable.

Una belleza aterradora e hipotónica. Algo imposible de ignorar, pero también, algo imposible de mirar.

Algo tan perfecto que naturalmente no existía por sí solo. No era de extrañarse encontrar un hombre con este aspecto físico cuando se trataba de humanos artificiales creados con grandes habilidades reptiles dados por Chenovy.

Ese maldito hombre loco estaba obsesionado por la belleza. Y vaya que cumplió su propósito.

—Demonios— me desinflé. Mis parpados se extendieron un poco más, sorprendida de haber soltado inesperadamente esa palabra entre labios.

Me arrepentí de inmediato cuando mi mirada terminó cayendo sobre sus carnosos labios, atisbando como su comisura izquierda se estiraba levemente en una clase de mueca que torció su macabra belleza.

Una mezcla de calor se espolvoreo en mi rostro cuando vi esa misma comisura temblar para desvanecerse en tan solo una franja de segundo, quedando únicamente en mi memoria.

Me sentí desorientada y abrumada cuando ya no pude quitarle la mirada de encima a esos labios, contemplando la manera tan lenta en que empezaba a separar sus labios uno del otro, y con esa misma lentitud respiré yo, llenando mis pulmones con necesidad.

— ¿Demonios? — repitió mi susurró, bajo, ronco y peligrosamente cerca.

Y por segunda vez su aliento se ciñó sobre mí sensible piel, estremeciéndome de una forma tan escandalosa que sentí sacudirme.

Iba a cortar con ese tacto, pero me sentí repentinamente asustada y confundida cuando su pulgar comenzó en un lave, pero desconcertante movimiento, a acariciar mi mentón. Entonces fui incapaz de romper el contacto sintiéndome repentinamente adormecida, débil.

— Mantente con los ojos abiertos. Me sirves mejor así que haciéndote la dormida — su vibrante voz me cerró los párpados contra mi voluntad.

Un inexplicable cosquilleo se paseó desde mi pecho hasta el resto de mi cuerpo, adormeciéndome. No, no, esto no era adormecimiento ni ninguna debilidad. ¿Qué demonios era? Se sentía como si todo de mi se relajara, pero, también, como si todos mis sentidos estuvieran encantados... hipnotizados.

Pero el movimiento de sus dedos soltando mi mentón y deshaciendo el agarre de mi mano en su muñeca — esa misma que había perdido fuerza —me los extendió otra vez, pestañeando numerosas veces, todavía perdida.

Seguí pestañeando, tratando de desvanecer y desaparecer ese adormecimiento tan perturbador en mi cuerpo, como si hubiese sido repentinamente hipnotizado. Ni siquiera podía pensar con claridad, tenía mis pensamientos encajonados en alguna parte demasiado oscura de mi cabeza.

Él, por su parte, se levantó, dando un par de pasos para retroceder y girarse, algo que terminé atisbando todavía confundida. Clavando la mirada en su ancha espalda cubierta por un chaleco antibalas, y esa cadera dueña de unas piernas bien tonificadas y marcadas bajo la oscura tela uniformada, rodeada de un cinturón con fundas ocupadas por armas pequeñas.

Fue ahí, cuando esas sensaciones se desvanecieron de mí cuerpo y cuando mi mirada resbaló por el resto de su cuerpo para reparar su vestimenta, que me di cuenta de que él también llevaba puesto el uniforme de un militar ruso, y un casco cubriendo gran parte de su cabeza. Ese casco que recordé que él llevaba puesto en el sótano.

Se me hundió el entrecejo, y sin esperar nada, me empujé con los extremos de mis brazos para levantar mi espalda del sofá y aventar la mirada con demasiada confusión por todo el lugar, encontrando esas cuatro paredes todavía firmes conformando una enorme sala de descanso con una cocina integrada en una contra esquina, cuya alacena había sido asaltada, vaciada por completo.

Además de la cocina con las barras siendo ocupadas por innumerables mochilas gordas a varios metros de mí, se hallaba un par de mesas rectangulares extendidas delante de una entrada que dejaba ver el amplio pasillo— poco iluminado— por el que corría agua repleta de materia y suciedad. Agua sucia que entraba a la sala de descanso y golpeaba las paredes del lugar con suavidad.

Lo que me inquieto un poco, no fue el agua hundiendo poco a poco el lugar con, quizás, restos humanos, ni mucho menos las bancas de las mesas ocupadas por cuatro mujeres, dos hombre y tres niños —que debido al color de sus escleróticas y de sus orbes rojos, supe que eran enfermeros. Sino todos esos cuerpos uniformados, que se acomodaban detrás de las personas sentadas. Algunos recargados contra la pared a cada lado de la única salida, y otros manteniendo sus rostros clavados en alguna parte de la sala, con sus parpados cerrados.

Los conté a cada uno. Eran quince militares sin contar al experimento uniformado, a las mujeres, a los hombres y los niños enfermeros.

— ¿Qué hacen los militares aquí? — traté de hacerme la sorprendida.

Algunos de los rostros que tenían cascos puestos se giraron para verme. Entre ellos las personas que habían tenido extrañamente sus parpados cerrados revisando las paredes, giraron lentamente sus cabezas, clavando sus miradas en mí.

Y entonces un pequeño escalofrío apenas sacudió mis huesos cuando reparé solamente en las miradas con escleróticas negras y rasgadas.

No todos eran militares. En eso me equivoqué. Eran experimentos también, y todos ellos estaban uniformados. Usaban el uniforme militare ruso, no el uniforme del laboratorio.
Eso quería decir que los experimentos también venían del exterior...

Venían del grupo de Jerry.

— ¿Por qué están aquí? — me sentí repentinamente alterada, mirando a cada experimento como si no pudiera creerlo. Lanzando miradas tanto a los uniformados humanos como al experimento de orbes platinados quien detuvo su caminar bajo el umbral solo para girarse y clavarme su feroz mirada—. ¿Cómo fue que encontraron el laboratorio?

Estaba alterada y con la respiración acelerada, sólo pensar que esos experimentos estuvieron con Jerry. Tuve que repetirme que, si fuera así, alguno ya me habría reconocido.

— ¿Te preocupa más el cómo lo encontramos que el por qué no hemos salido de aquí? — uno de los uniformados inquirió con burla. Un hombre alto al que no tardé en clavarle la mirada y reparar en sus orbes azules de escleróticas blancas, así como en su cuerpo apartándose de la pared y sus manos cargando un arma larga con silenciador.

Devolví la mirada a cada experimento uniformado, reparando con lentitud en lo poco que podía ver de sus rostros a causa del casco y la poca luz parpadeante de la sala. Traté de hacer un reconocimiento, pero lo cierto era que, ni yo misma recordaba el aspecto de los experimentos que me llevaron al sótano. No obstante, si ellos me recordaran, sin duda estaría muerta.

Por otro lado, me di cuenta de que las miradas carmín y cetrinas— casi naranjas— se repetían entre ellos, ningún otro experimento llevaba los orbes platinados, lo cual reafirmaba que el experimento de orbes grisáceos era el que me sacó del agua.

— Deberías estar aliviada porque te encontramos, en lugar de eso pareces un poco intranquila —terminó diciendo otro militar. Su figura masculina se hallaba recargada contra una puerta de madera con el letrero típico de un baño público, y su mirada marrón llena de seriedad, se paseó por mi cuerpo.

Un desagradable sabor subió por mi garganta y se calcó en mi lengua al recordar la mirada perversa de esos hombres que, tras atarme al drenaje, comenzaron a sacarme la ropa, arrancarla de mi cuerpo, rasgándola hasta romperla. Fue inevitable no alzar un brazo y extenderlo sobre mi pecho para cubrirlo de su mirada, esa misma que pronto volvió a mi rostro, únicamente reparando en cada parte de mi cara.

—Porque se suponía que no había salida— mentí, pero tan pronto lo dije, me arrepentí —. ¿Cuántos de ustedes bajaron? ¿hay otro grupo como este?

Los labios del hombre se torcían en una extraña sonrisa como si lo que dijeras le apareciera gracioso. Abrió su boca, iba a responderme, si no fuera porque, desde la entrada de la sala de descanso, una voz varonil se levantó, clara y severa:

—Lo único que te debe importar, es el hecho de que te hemos encontrado.

Ni siquiera levanté la mirada para torcerla y reparar en el dueño de aquella grave voz que por poco me hizo volver al recuerdo de hace unos minutos atrás. Solo me dediqué a dar una tercera revisión a los experimentos uniformados que habían vuelto a cerrar sus parpados y clavar sus miradas en las paredes.

Seguí tratando de reconocer a alguno de ellos, al igual que reconocer a alguno de los hombres que vestían uniforme, creyendo que, si experimentos sobrevivientes habían bajado de nuevo al subterráneo con el objetivo de rescatar a más, seguramente lo habían hecho también personas que antes trabajaban aquí.

Aunque si lo pensaba mejor, podría estar equivocada. El grupo de Jerry estaba conformado alrededor de 90 sobrevivientes, sin contar a los que perdimos tras la explosión en la oficina de Chenovy, en fin. No fueron más de 15 personas y experimentos los que estuvieron presente en el momento en que fui descubierta. Y si uno de ellos fuera uno de esos experimentos, entonces no seguiría viva, o al menos no con las manos desatadas, ¿cierto?

Nadie sería demasiado tonto para salvar a la persona que soltó los gusanos. Eso quería decir que ninguno de ellos estuvo presente esa vez.

Quizás, todavía, tenía una oportunidad de sobrevivir.

Lancé una mirada hacia mis piernas estiradas levemente sobre lo largo del sofá, atisbando la piel rosada alrededor de mis tobillos desnudos. Solo verlos, venía a mi cabeza la aterradora escena de esas largas y grandes tijeras con aspas filosas abriéndose alrededor de uno de mis tobillos. Por mucho que había rogado que no lo hicieran, esas grandes manos cerraron las aspas sobre el tendón. El bramido de dolor que solté y que recorrió incluso el corredizo fuera del sótano, ni siquiera los detuvo para hacer lo mismo con mi otro tobillo.

Y todavía esos desgraciados se estaban burlando de mí.

Moví los dedos de los pies, haciendo también rotaciones con mis tobillos, y no sentir la más mínima molestia o dolor me relajó bastante, me hizo exhalar largo hasta desinflarme.

Eso estaba bien. Ya tenía mis pies sanos, mis manos no estaban atada y yo estaba en perfecto estado como para escapar de estas personas.

Sí, escapar era algo que tenía que hacer de alguna manera. El objetivo de estos militares era recaudar información y sacarnos al exterior salvos y sanos. Estaba segura que nos llevarían con el resto de los sobrevivientes. Por lo tanto, no podía estar con estos militares y experimentos. Tendría que planear como escapar de su vista, robarles algunas armas y escapar.

Maldición, sonaba tan sencillo en mi cabeza, ¿cómo se suponía que haría eso? Tampoco podría quedarme en el laboratorio, sería el fin de mi vida. El maldito lugar no solo estaba infestado de monstruos, también estaba hundiéndose y varias de sus estructuras se estaban derrumbando. Pero no podía salir y dejar que los sobrevivientes me miraran.

¿Qué debo hacer? Mordí mi labio. Estaba metida en un lío, pero no iba a permitir que esta vez me atraparon. No podía y no quería.

Tras una larga exhalación, me animé a alzar la mirada para observar de nuevo a los uniformados. Cada uno se mantenía alerta; los militares con sus armas preparadas en sus manos para disparar; y los experimentos con sus parpados cerrados se mantenían observando las paredes, buscando temperaturas o sintiendo las vibraciones.

Ahora que lo pensaba, los experimentos tenían exactamente lo que se necesitaba para sobrevivir contra los contaminados, era como si hubiesen sido creados para este momento.

Inesperadamente, mi mirada buscó entre todos los uniformados a ese experimento de orbes platinado, ese mismo que encontré posicionado todavía bajo el umbral con su cancha y tosca figura llena de imponencia. Aunque esta vez, estaba dándonos la espalda, manteniendo su cabeza en un leve movimiento a los costados.

Me pregunté quién más estuvo con él en el momento en que me salvaron, porque había escuchado otras voces. También me pregunté si él dirigía al grupo, porque de todos, él era el que más se hacía notar no solo por su imponencia sino por el tono firme de su voz al hablar.

Movió uno de sus brazos, llevando esa grande mano hacía su casco solo para empezar a quitárselo, dejando todos esos innumerables mechones negros caer desordenadamente sobre su cabeza. Torció levemente su rostro hacia el costado izquierdo, dejando a la vista ese perfecto perfil sombreado tanto por la poca iluminación como por los mechones que le colgaron suavemente sobre su frente.

Contraje un poco la mirada notando como mantenía sus enrojecidos parpados, cerrados. No pude dejar de verlo, repararlo, y eso solo me desconcertaba más.

Ese hombre era enigmático.

Me obligué a bajar la mirada a su ancha cadera, contando todas esas armas colgando de su grueso cinturón antes de devolverla a su perfil.

¿Cómo escaparía de él y de los demás? ¿Cómo iba a quitarle las armas? ¿O nos darían a nosotros los sobrevivientes armas también? No. Solo echar una atenta mirada únicamente a los cuerpos de las personas que se encontraban sentadas alrededor de las mesas—personas que ellos habían encontrado—, podía saber que ninguno tenía un arma.

Mordí mi labio inferior, a punto estuve de hacer una pregunta, pero un ruido ahogado y alargado me levantó la mirada nuevamente, apartándola de él y moviéndola hacía donde el sonido había provenido. Clavé la mirada en el par de mesas donde se encontraban los sobrevivientes sentados, a excepción de uno de ellos, quien había movido la banca para empezar a levantarse.

Era una mujer que no dudé en reparar en silencio. Y la manera en que se movía para salir de su lugar, hacía que su cabello corto de color negro se sacudiera por encima de sus hombros.

Su mirada grisácea debajo de una hilera de pestañas oscuras y largas, se entornó a los infantes, al más pequeño de todos, y el que se había mantenido mirándola desde que se levantó. Vi el movimiento que ella hizo con sus labios largos y carnosos cuando se incorporó fuera de la banca, era como si estuviera diciéndole algo. Desde mi lejano lugar y con este profundo silencio, solo pude escuchar su susurro inaudible antes de ver al niño apretar sus labios y asentir. Y ella sonrió inesperadamente, una sonrisa que hundió mi entrecejo.

Se apartó un par de pasos para, posteriormente, girarse y comenzar a caminar, produciendo el sonido del agua en movimiento. Fue inevitable no seguirla con la mirada, reparar en ese largo camisón rosado que cubría más de la mitad de sus muslos dejando ver sus rodillas sucias y esas largas pantorrillas delgadas cubiertas por el agua. Ese camisón parecía ser lo único que ella llevaba puesto pues con solo poner atención en la parte de sus pechos y más abajo del abdomen, podía ver como se le marcaban algunas zonas íntimas.

Algo me llamó mucho la atención de esa mujer, su belleza era lo intrigante: sus facciones tan perfectamente construidas y marcadas como esa nariz tan finamente respingona, y su altura... ¿A caso era un experimento? Porque había experimentos con escleróticas blancas, lo único que los diferenciaba de los humanos, era su absoluta belleza inexistente y su altura.

Sí, ella era hermosa, indudablemente atractiva, así que debía ser un experimento.

Salí de mis pensamientos cuando ella se detuvo frente al experimento de orbes platinados. Y como si estuviera dudando, alzó tímidamente uno de sus delgados brazos y dejó que sus dedos se deslizaran ligeramente por uno de sus anchos brazos.

Aquella acción fue suficiente para que el experimento masculino elevará sus parpados y torciera el rostro para encontrarse con la atenta mirada de la mujer quien no tardó en mover nuevamente sus labios, para decirle algo.

Sentí una profunda curiosidad de saber de qué hablaba. Y por la manera en que ella no apartaba su mano del brazo de él, y apretaba un poco más sus dedos con suavidad, supe que se conocían.

Quizás él también la había salvado, porque era imposible que ella perteneciera al grupo de sobrevivientes teniendo ese largo camisón y estando sin ningún arma.

Quizás fue encontrada por él, y quizás también se conocían desde antes de que todo esto sucediera.

O quizás ella era su pareja porque por la forma en que ella lo tocaba, y lo mucho en que su mirada cristalina se dedicaba a reparar en él con demasiada atención, parecía gustarle.

Era una tontería que Chenovy decidiera emparejar a sus experimentos a pesar de que los experimentos femeninos no eran fértiles. Esto me lo había contado la misma mujer que me explicó sobre las clasificaciones a las que pertenecían los experimentos creados aquí.

Pestañeé con asombro cuando inesperadamente ella hizo un movimiento con su mentón hacia mi dirección. Él no tardó nada en girar parte de su cuerpo y rostro hacia donde el movimiento de la mujer había apuntado.

El cuerpo se me endureció y una clase de calor cosquilleante se paseó suavemente por mi piel en el momento en que su indeseable mirada reptil no miró en otra dirección que no fuera en la mía.

Me sentí inexplicablemente nerviosa por esos orbes diabólicos que no dudaron en deslizarse por todo mi cuerpo, desde mis pechos apretujados bajo el brassier, hasta mi vientre cubierto por una delgada prenda interior, terminando por mis largas piernas y los tobillos desnudos recostados en el colchón del sofá.

La chica se inclinó hacia él, acercando su rostro al oído izquierdo del experimento, apena rozando sus labios rosados en su plácida piel, para susurrarle.

Estaba hablando de mí. ¿Y qué le decía? En primer lugar, ¿por qué estaba hablando de mí con él? Se me apretujaron los labios cuando su mirada comenzó a subir con demasiada lentitud por mi cuerpo, antes de finalmente clavar esos diabólicos orbes en mi rostro.

Arqueé una de mis cejas con severidad, cuestionándome desde mi lugar qué tanto estaba mirándome. Sí, indudablemente hablaban de mí, pero que lo hicieran no era motivo suficiente para que me recorriera el cuerpo entero y con esa desconcertante lentitud.

¿A caso la chica me conocía? ¿Me había visto antes? ¿Estuvo en el grupo de Jerry? No, no, eso último no podía ser posible. Me recordé por segunda vez que si alguien aquí me conociera y sabía de lo que fui capaz de hacer, no estaría viva.

Él asintió hacia lo que le susurró la mujer pelinegra que, en tan solo un segundo, alejó sus labios de su oído y sin siquiera mirarme, volvió a girarse y a encaminarse a las mesas. No la seguí con la mirada esta vez, solamente porque él no me quitaba la mirada de encima. Una mirada tan intensa y penetrante que comenzaba a incomodarme...

—Tú... — solté entre labios, y un segundo más tarde me obligué a romper con su intensa mirada para clavarla en el militar que se hallaba recargado contra la puerta del baño—, ¿puedes responder algunas de mis dudas?

Él no tardó de en alzar su rostro del agua para verme en un gesto confuso.

—Tal vez— insinuó y la manera en que estiró su comisura izquierda en una cínica sonrisa me hizo saber que estaba bromeando—. Depende de qué preguntes y cuanto te cobré por ello.

Enarqué una ceja y la risa ronca brotó de sus labios.

—Bromeo, ¿cuál es la pregunta?

—¿Salió alguna de esas cosas al exterior? — aventé la cuestión.

—Más de una— respondió espesamente.

La culpa al saber que me había equivocado tras creer que no salió ninguno de esos gusanos evolucionados, comenzó a invadirme, y tanto que hasta la mirada se me cayó a sus piernas, perdida y preocupada de que alguna de esas cosas logró llegar al pueblo más cercano de la planta eléctrica abandonada.

—¿Atacaron?

—Lo hicieron—asintió—. Mataron a los que trabajaban en la planta y atacaron un pueblo con más de mil habitantes.

Me congelé sintiendo un inmenso vacío apoderándose de mí.

Si hubiera sabido que estos experimentos eran humanos, nunca habría soltado los gusanos, ¡nunca!

—¿Murieron...?

— Es confidencial— me calló—, aun así logramos atrapar a cada una de esas cosas, controlar el territorio e impedir su propagación.

Escucharle decir aquello fue como devolverme el aliento, levantando mi mirada con un escozor palpitándola, a su rostro, ese que me inspeccionó detenidamente.

— ¿Y vinieron aquí a exterminarlos? —seguí.

Apretó sus labios un momento y alzó su mentón mientras cruzaba sus brazos sobre su ancho pecho.

—Sí, creo que es obvio—respondió—. Y trajimos con nosotros a estas... — se detuvo mirando uno por uno a los uniformados de escleróticas negras—, personas termodinámicas para que nos dirigían en este lugar y vinieran por los últimos sobrevivientes. Pero no es una mentira que también vinimos aquí para recaudar información.

Recaudar información. Esas palabras fueron lo único que se repitieron en mi cabeza. Quise preguntar si sabían lo que había ocurrido, pero aposté a que ya les habían dicho. Después de todo fueron muchos sobrevivientes los que salieron a la superficie.

Mas que tener una inquietud por saber qué sucedió en el exterior, o cómo fue que estos soldados supieron de los sobrevivientes, quise saber qué tanto sabían de las personas que tuvieron que ver con este desastre...

Si era así y les habían dado los nombres de los traicioneros, entonces no podría utilizar el nombre que se me dio para encubrir mi identidad en este lugar. Pero tampoco era demasiado tonta como para darles mi verdadero nombre.

—Supongo que ya saben lo que ocurrió y lo que estos experimentos son.

—Así es.

—Entonces, ¿qué necesitan recaudar de este lugar? —quise saber.

Sus labios se apretaron, hice una pregunta que no podía responder.

—Todo, como podrás imaginarte — soltó.

Una mueca estuvo a punto de crearse en mis labios a causa de su respuesta, y un miedo a punto de oprimirme el pecho saber que ya habían tomado información del laboratorio.

—¿Cuantos sobrevivientes lograron salir de aquí?

—No tengo un número exacto, pero por lo que vi..., supongo que son más de 100— articuló con lentitud.

Cualquier otro sobreviviente, estaría sorprendido de que más de 100 personas sobrevivieran a este infierno, pero yo no. A mí me invadió opresión apachurrando mi pecho al escuchar ese número. Ese número tan pequeño en comparación al total de trabajadores y experimentos que habitaban el subterráneo.

Fue una masacre.

—Todos están a salvo en la base militar que está en las afueras de la ciudad— mencionó.

¿También los experimentos estaban en esa base? Debían estarlo, él dijo que todos así que ellos también estaban ahí, a salvo. Los pocos experimentos humanos que sobrevivieron a este desastre... a mi desastre.

—Ahí es a donde los vamos a llevar a ustedes una ve salgamos de aquí.

Mi interior negó rotundamente a eso, yo no podía ir ahí sabiendo que me reencontraría con Jerry y esos hombres que me lastimaron, mucho menos sabiendo que me encontraría con las personas que me traicionaron.

No puedo ir ahí...

— ¿Nos darán armas también? —pregunté enseguida.

Ladeó su cabeza inesperadamente sobre su hombro derecho, su rostro se oscureció casi por completo cuando la farola en el techo parpadeó, hundiendo todo en oscuridad por unos segundos tormentosos. Segundos en los que el silencio fue acallado por el sonido del agua moviéndose cerca de mí.

—No.

Esa respuesta dada por una voz de tonalidades roncas y rotundamente graves se escuchó junto a mí, y a una distancia tan amenazadoramente corta que logró aflojar mis músculos.

Se me torció el rostro con tanta brusquedad hacia mi costado izquierdo que sentí un horrible estirón en mi cuello. Un instante solo vi oscuridad cuando levanté la mirada, y al siguiente, cuando la farola volvió a encender, una enorme figura masculina se iluminó frente a mí.

Esos aterradores orbes otra vez estaban mirándome...

Era él, el experimento que aparentaba tener la figura de un hombre. Y casi se me detuvo la respiración cuando quedé atrapada por esos orbes esféricos, emitiendo un color tan similar a la plata en el centro de sus escleróticas negras.

Eran abrumadoramente temerosos, pero también... También eran, ¿cómo explicarlo?

—¿Por qué no? —pregunté.

—Deja de preguntar—se escuchó con tanta firmeza que indudablemente negué con la cabeza, torciendo una mueca en mis labios frente a su mirada.

—¿Por qué no? —insistí y mis palabras apenas hundieron un poco sus oscuras cejas, apenas creando por un solo segundo, una pequeña arruga en el centro de su ceño —. Sé usar un arma.

Mi mirada resbaló sobre su grueso cinturón repleto de mangos gruesos de armas. Desde que los gusanos mutaron dentro de los cuerpos de los experimentos incubados, los soldados del laboratorio comenzaron a enseñarle a los trabajadores y experimentos a usar armas para defenderse. Por razones obvias, aprender a usarlas era una obligación.

—Me sentiré más segura con una, también puedo ser de ayuda—seguí, esta vez, mirando a uno de los militares—. Quiero un arma, señor, ¿me dará una?

—Dije que no.

La respuesta tan seca brotó del mismo experimento, devolviéndome la mirada a esos orbes platinados en un gesto descontento.

—¿Eres el jefe? —bufé—. ¿Acaso te tengo que pedir permiso a ti?

—Es así—recalcó entre dientes—. Soy el que tiene autoridad suficiente para dar órdenes a estos, por ende, si digo que no es no.

Estuve a punto de preguntar si eso era cierto, cuando tras mover su brazo sobre mí, aventó un pedazo de tela enorme y pesada que golpeó lo largo de mis piernas desnudas.

—Cúbrete— sonó a orden y la ronquera de su voz volvió a estremecerme, más lo hizo la manera en que levantó un poco su mentón para que las sombras se alargaran sobre sus facciones tan enigmáticas—. Mantente callada hasta que salgamos de aquí, lo que menos se necesitan son humanas ruidosas.

Solté una burla muda que logró hacer que ese par de orbes felinos cayeran de mi mirada a mis labios torcidos con mucha más fuerza.

—Sé qué es lo que debo y no debo hacer para sobrevivir, así que no necesito que una rata de laboratorio me diga obviedades— escupí cada palabra en un tono bajo, pero claro, odiando el sabor amargoso que se había insertado en mi lengua.

Una estremecedora severidad se adueñó de su rostro de facciones macabras y enigmáticas, apretando su quijada y arqueando bajo la poca iluminación, una de sus pobladas cejas a causa de mis palabras. Varias sombras oscurecieron su tétrica mirada grisácea.

Y esos dedos tomándome con rotunda fuerza de la quijada para apretarla y levantarme todavía más el rostro, hicieron que mi corazón se volcara con horror. Mi mano se estrelló contra su muñeca con la intención de romper su agarre, observando como él ladeaba su rostro para dejar que ese par de mechones negros le acariciaran la piel de su frente y se acumularan encima de su ceja izquierda.

Esos carnosos labios se separaron, apenas entre abiertos pero bastante tensos, dejándome ver un poco de la dentadura de sus dientes blanco.

—Por cómo te encontré en ese sótano, las obviedades parecen ser algo que una rata de laboratorio debe recordarte— pronunció cada palabra con severidad, y su crepitante tono estuvo a punto de producir algo cosquilleante y caluroso en el centro de mi pecho, una sensación que terminé maldiciendo después de procesar sus palabras.

Soltó mi quijada de manera golpeada, girándose para alejarse del sofá, dejándome como única vista esa ancha espalda y esos ajustados jeans uniformados en los que se le marcaba los glúteos conforme se apartaba.

Ahogué una maldición en la garganta, llevando mi mano a sobarme la quijada. Me sentí imponente solo saber que él tenía razón. Por malditas obviedades es que había terminado en esta situación.

No fui cuidadosa. No fui silenciosa. Y por confiar que el resto de los que tuvieron que ver con este desastre, no harían una tontería para culparme, fue que terminé atada en el sótano, con los tendones rotos y sangre de experimento negro siendo inyectado en mi interior.

Y temblé con eso ultimo.

Mi cabeza pitó en un sonido de advertencia. El enojo que había sentido a causa del experimento se desvaneció por completo, solo recordar que los hombres que me llevaron al sótano aseguraron que la sangre de experimento negro me mataría con lentitud, si es que un monstruo, el agua o la herida en mis tobillos no lo hacían primero.

La mirada, palidecida se me cayó hacia el abdomen, hacia el lado derecho de mi estómago, donde enseguida atisbé ese pequeñísimo pedazo de piel moreteada.

Dudé en tocarla, pero lo hice, apartando mi brazo del pecho para que mis dedos se estiraran sobre aquel enrojecimiento. Y cuando tan solo dejé que mis dedos repasaron esa zona suave y la pulsaran sintiendo levemente el dolor extenderse alrededor, una debilidad se apoderó de mí.

El miedo y la incertidumbre que se adueñaron de mi calma sólo sentir que esa herida que parecía apenas un rasguño, seguía intacta.

Había creído que, así como sanaron las heridas en mis tobillos, habían hecho lo mismo con el rasguño en mi abdomen.

Pero no fue así, tenerlo era un problema para todos mis planes de supervivencia, porque si tenía el rasguño, quería decir que esa sustancia negra y espesa seguía en mi organismo...

Matándome poco a poco.

¡BUM! Segundo capítulo y con mucha intensidad. Guárdense la ultima frase al fina, es sumamente importante.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top