Uno, Dos, Tres

UNO, DOS, TRES

(AAAH!! Pronto sabrán a qué se debe mi grito, los amo)

En alguna parte fuera de la base.

Nastya.

Se sentía como si hubiese caído desde un precipicio donde el impacto destrozó cada parte de mí, haciéndome pedazos.

Perdí mi honor, mi dignidad, mi identidad, la fidelidad a mí misma y a lo que desde pequeña se me enseñó a valorar, ya que nadie tenía derecho a arrebatarle la vida a otros y yo hice eso con cientos de personas inocentes, empezando por los mismos experimentos.

Lo que fui antes de ese mensaje en el hospital, y lo que creí ser en la base no se comparaba a lo que realmente me convertí cuando firmé ese trozo de papel y solté los gusanos en la matriz. Me volvió el monstruo de todos.

Fui tan descaradamente ingenua para caer en la trampa de Anna, Esteban y Robert, me apantallaron algo completamente distinto y al igual que el resto, me lo creí todo como una niña de 6 años.

Me dijeron que era una misión enfocada para matar a esas criaturas deformes y caníbales, y para atrapar a Chenovy y darle fin a sus actos abominables que quería poner en marcha en el exterior junto al estado ruso. Pero al final era una misión para matar a todos, y todos eran personas, y robarles muestras de sangre e información para que esos imbéciles hicieran su propio laboratorio creando lo mismo que él, pero con un objetivo más repugnante.

Me mintieron y yo les creí como una tonta, cuando desperté en la base volvieron a mentirme y seguí creyéndoles a todos. Más aun a él..., y lo irónico de todo esto era que fue Siete el que más me utilizó de todas las formas.

El hombre que me rescató del sótano, el que fue por mí a la zona verde y el que me mantuvo viva en el área negra solo para conseguir sus tierras y nombre humano, era el mismo monstruo del que me embaracé.

Apreté el mentón con el resentimiento que me abría el pecho y se encajaba como puñal, las lágrimas se derramaron pegándome más la tela de la venda que pusieron alrededor de los ojos. Esto era muy cruel, no había peor traición que la del hombre al que quise en lo poco y por el que sentí agradecimiento por todas esas veces en que me salvó, y las cuales no fueron más que actos frívolos donde solo fui para él un intercambio en beneficio de su gente y nada más que eso.

Me salvó y no porque le importara un poco mi vida sino porque tenía una recompensa.

El ardor en el vientre me apretó los labios. Removí las muñecas en las esposas raspándome la piel contra el metal cuando quise llevar las manos a esa zona. Traté de resistir, respirar hondo y no quedarme hasta que pasara, pero terminé inclinándome hacia adelante cuando el dolor no cesó.

—¿Te duele algo? — la voz de Gae se levantó junto a mí.

Y solo sentir su mano recargarse en mi hombro con preocupación, me sacudió ladeándome hacia el lado contrario con tal de apartar su tacto de mí.

—No me toques— espeté por lo bajo y con la voz temblorosa.

Pese a mi condición no escondería la rabia que les tenía, por muy amable que fuera él me mintió al igual que todos. Recargué parte de mi cuerpo en la puerta lidiando con el resto del dolor que fue disminuyendo, solté una entrecortada respiración, desinflando el pecho cuando los músculos internos se relajaron. Estos cólicos me aterraban, y no era lo único que me tenía asustada, sentía escalofríos recorriéndome los huesos, no podía controlar la pesadez en mi respiración ni el sudor pegándome la ropa a la piel, desde que me subieron a la camioneta y me vendaron los ojos estos síntomas habían empezado y no terminaban.

Los golpes del hombre no tocaron mi vientre, pero sabía que aun así y siendo tan pequeño y un embarazo que podría tener complicaciones, resentía todo lo que yo sentía. Sabía que lo estaba haciendo ahora mismo, me lanzaron tantas verdades y tantas crueldades que con todos estos sentimientos no sabía cómo combatirlos e impedir que le hicieran daño también. No podía desvanecer la ira que endurecía mis músculos, ni la amargura carcomiéndome los órganos, ni el miedo y el resentimiento al hacerme creer que no era más que una buena persona.

Seguía costándome asimilar el cambio tan rotundo porque en la mañana fui solo una testigo, una chica que vio algo y estaba siendo protegida porque su vida se hallaba en peligro, y en tan solo horas me convertí en la culpable, atacada, humillada y tratada como una delincuente tal y lo que era.

Tenía heridas sobre heridas que ni siquiera se habían alivianado con los hechos anteriores, y sabía podían cicatrizar, pero heridas como estas no lo hacían tan pronto y menos aún las más profundas. No dejarían de doler tan fácilmente y las marcas seguirían ahí, recordándome lo ocurrido, lo que les hice, las muertes y el sufrimiento con las que tendría que aprender a vivir. Pero ahora todo era tan oscuro y comprimido, y no dejaba de ser torturada hasta por mis propios recuerdos, sintiendo que me envenenaban y que agonizaba.

Solo quiero descansar.

Era más de lo que podía procesar, más de lo que podía cargar, todo en lo que creí era una farsa, y lo único cierto que me quedaba en la vida, era nada más que el atisbo de esperanza que crecía en mi vientre y, aun así, tenía que tener cuidado para que no me lo arrebataran.

Los repentinos movimientos bruscos de la camioneta sacudieron mi cuerpo y mordí mi labio soportando las náuseas. Se sentía como si recorriéramos un camino de tierra y baches, un camino que iba en bajada con mucho movimiento.

Ni siquiera sabía si realmente me llevarían a una cabaña de aislamiento, me hicieron dudar cuando me vendaron los ojos, y cuando les pregunté, Anya dijo que no tenía derecho a saber y que el motivo por el que ocultaban mi mirada era para evitar que me grabara el camino de vuelta si se me ocurría escapar.

Como si pudiera...

No lo haría, solo cometería otro error, haría que me encerraran de una vez por todas y tenía intenciones de evitar las rejas. Me quedaba una sola cosa por perder y haría lo que fuera para mantenerlo conmigo así que, con los recuerdos volviendo a mi cabeza, quizás, tal y como ellos dijeron, podría conseguir algo a cambio. Pero ya no sería tan tonta y soltarlo todo por ahora era un riesgo, así que lo que me restaba era esperarme, ordenaría mis pensamientos, mis sentimientos, las heridas y mi vida... o lo que restaba de ella.

La velocidad disminuyó luego de girar, sacándome de mis pensamientos antes de sentirla detenerse en algún lado.

—Llegamos— la voz de la coronel me amargó la boca—. Teniente, quítele la venda.

Las manos de Gae volvieron sobre mi rostro, deshaciendo el nudo y deslizando la gruesa tela solo para que los rayos del sol alumbrando el parabrisas me cegarán contrayéndome los parpados. Bajé el rostro, el ardor en los ojos era insoportable y la pesadez también, me costó adaptarme a la luz, parpadeando hasta aclarar por lo menos la vista y darles forma a los asientos de enfrente.

—Estas más pálida que antes — Gae inclinó su rostro mirándome el perfil y el calor de su mano recostándose en mi frente me estremeció —. Tienes fiebre, ¿qué tan mal te sientes?

Ladee el rostro hasta dejar de sentir su mano antes de enderezarme y encarar su mirada grisácea con el rencor tan latente en mí.

—Eso a ti no te importa— espeté.

Gae apretó sus labios, más que una mueca fue en un gesto de culpa que detesté.

—Estarás bajo nuestro cuidado temporal— hizo una pausa abriendo la puerta de su lado antes de deslizarse de los asientos—, así que tiene que importarme.

El portón que dio me encogió de hombros y la puerta junto a mí fue abierta enseguida mostrándome la silueta de Anya con una mueca en los labios. Apenas pude prestarle atención al árbol que se asomaba detrás de ella antes de ver el movimiento de su brazo, ordenándome una sola cosa.

—Sal del auto.

Obedecí, deslizando mi cuerpo del asiento y apretando al instante los dientes, tragándome un sollozo cuando al salir sentí el pinchazo de dolor expandiéndose en el costado de mi cuerpo, justo en las costillas.

Me duele mucho. Quise llevarme la mano a esa zona, lo único que conseguí fue herir más la piel de mis muñecas.

—¿Sucede algo, Nastya?

No respondí, tratando de no hacer ningún gesto delante de esa mirada celeste en tanto salía de la camioneta blindada. El dolor apenas disminuyó a excepción de la pesadez en el vientre, pero lo que hizo que recargara la espalda en el vehículo fue la debilidad haciendo que mis rodillas flaquearan. Me sentía aún más débil que en la camioneta y eso solo terminaba por preocuparme, perder las energías en tan solo horas y sentirme tan sedienta y sudorosa no estaba nada bien, estaba empeorando, necesitaba descansar ya.

El canto de los pájaros levantándose en alguna parte sobre mí, me alzó el rostro. Extendí los parpados aclarando aún más la vista solo para quedar inmensamente atrapada con el color verde que abundaba alrededor, pinos y árboles frondosos de gran tamaño, trozos de tronco en el suelo y arbustos por todos lados.

Estábamos en un bosque y no parecía ser uno grande, de eso me di cuenta al encontrar la carretera a unos metros de nosotros, ¿por qué me trajeron aquí?

—Necesitaremos medicamentos, coronel— la voz del teniente dirigió las miradas a la cajuela abierta de la camioneta, él se hallaba colgándose mi mochila en el hombro y por poco estuve de preguntar si trajo el cobertor tejido cuando lo vi cargando con la caja de ropa que Sarah le pidió a Siete para mí—. La testigo tiene fiebre.

Esas palabras lograron que su indeseable mirada volviera a repararme con detenimiento. Anya frunció sus labios en un gesto de lastima bajando la mirada al abrigo que usaba manchado de comida putrefacta, una acción que no era más que una confirmación de mi mal aspecto, la decisión que tomó se hacerme recorrer ese camino a la camioneta.

—¿Es cierto eso? —me preguntó volviendo su mirada a mi rostro—, ¿te sientes mal?

¿Hablaba en serio? Hacía frío, pero sentía el sudor que me recorriéndome la frente. Tantas cosas quise escupirle, pero solo llené mi boca de amargura tragándome los reproches e insultos que no me servirían de nada.

—Anoté los medicamentos, teniente, una vez terminemos de transferirlo, los conseguiremos.

—Estamos fuera de la base, ya no hay imagen qué mantener ahora quítame las esposas—fue lo que atravesó mi boca.

Palabras resentidas que hundieron su entrecejo y aseveración esa mirada mostrando que no le había gustado nada que se lo ordenara.

—Quíteselas, soldado.

Hizo una señal al militar quien no tardo en moverse de su lugar, apartándose del tronco y aproximándose a mí al tiempo en que estiraba su brazo y alcanzaba el mío. Con un tirón fue suficiente para voltearme sintiendo como mis manos eran liberadas de los grilletes en tan solo segundos. Me las miré observando la piel enrojecida de mis muñecas que no tardé en sobar, detallé bajo la yema de mis dedos la pequeña herida en una de ellas, recordaba hacérmela al querer zafarme del metal, así como también del agarre del soldado para correr hacia la niña.

Su llanto, su desespero por llegar a mí y esas palabras... ¿quién sería capaz de perdonar mis actos? Después del infierno que les hice pasar y por esas pérdidas, nadie lo haría, pero ella lo hizo y eso me rasgaba el corazón.

— Hay que movernos.

Su orden llegó en ecos y apenas pude moverme y voltear cuando de repente el soldado volvió a tomarme del brazo, apartándome de la camioneta y haciéndome tropezar con la debilidad en mis piernas.

Me quejé cuando me obligó a enderezarme y a rodear la camioneta tal como ella y el teniente estaban haciendo, y a punto estuve de forcejear
si no fuera porque al alzar la mirada al frente, me encontré aquel tejado que se agrandaba cada vez más frente a nosotros.

Pestañeé prestado más atención a la estructura, se trataba de una cabaña de dos pisos, y el techo caía en dos grandes piezas que por poco llegaban al suelo creando en la tierra una gran sombra, dándole un aspecto llamativo. Tenía un balcón al costado de la segunda planta y una chimenea en la planta baja con grandes ventanales que le adornaban. Por el aspecto desgastado de las paredes y partes de materiales colgando del tejado, parecía llevar tiempo abandonada. Una malla de madera rodeaba apenas una corta parte del enorme terreno separándolo apenas de los pinos del bosque, con un cobertizo que se asomaba detrás de la gran estructura, una camioneta sin neumáticos, un par de columpios que aun parecían en buenas condiciones y un bote grande en malas condiciones.

Volví a enfocar la mirada en la cabaña, la entrada parecía un pequeño recibidor con una escalera de madera que llevaba a un camino terroso, el cual dirigía a varios metros a un puente que terminaba frente al lago.

Un lago.

El corazón se me contrajo y estremecí con el panorama que se ampliaba más, el modo en que el cielo se reflejaba en el agua era hermoso. Tan bello que no pude quitarle la mirada de encima disminuyendo la velocidad de mis pasos cuando lo tuve a tan solo un metro.

— ¿Te gusta? — la pregunta de Anya me sacó de mi embelesamiento—. Este lugar es el más cercano a la base, pero te recuerdo que no vienes a pasar vacaciones y no tienes permitido recorrer el bosque. No puedes pasar la alambrada que rodea la cabaña, ¿entendido?

Eso me hizo volver a mirar la cerca, tenía una idea de lo que podría ocurrir si la pasaba, sin embargo, no quise que me sacaran de la base para intentar huir.

—La cabaña tiene su propio sistema de seguridad, hay sensores de movimiento en todo el terreno y sobre la cerca, cualquier movimiento se registran en los dispositivos de los soldados que te van a mantener vigilada día y noche— explicó, la vi acelerar el paso hacía la entrada en la alambrada—. Si intentas escapar, los soldados tendrán derecho a dejarte encerrada en la cabaña el resto de los días.

No me sorprendía, era como un toque de queda, tal como el que tuve en la base el cual era no salir después de tal hora y no recorrer nada más fuera del jardín. No cometería una tontería, había cosas que quería evitar y ser encerrada aquí o en otra parte mucho peor, era una de ellas.

Dejé de ver el bosque cuando el soldado me detuvo, Anya se posicionó delante de la alambrada abriendo el candado y siendo ella la primera en entrar al terreno. Moví las piernas bajo la orden del soldado y eché pronto una mirada al faro que se hallaba junto al puente de madera, debía medir un poco más que la cabaña, una de sus paredes estaba derrumbada formando una montaña de escombros y dejando su interior visible, así como esa escalerilla al mirador.

Tanto el faro como el puente estaban dentro de la alambrada así que no sería contra las reglas ir y contemplar el atardecer. Algo tan bello como eso me despejaría. Me haría olvidarlo.

Con una corta exhalación, aferré mi mano al barandal y subí con pesadez los pocos escalones que me llevaron a la amplia entrada de la cabaña. La coronel se aproximó al umbral sacando una llave y abriendo la cerradura antes de extender la puerta que rechinó. Su interior estaba sombrío y apenas se dejaba ver, ella no tardó entrar en tanto el soldado me tomaba del codo obligándome a hacer lo mismo con un leve empujón.

La madera chilló bajo nuestras pisadas y no dudé en pasear con cansancio la mirada en el recibidor y en lo sala que se acomodaba junto a mí con un gran umbral que llevaba a su interior. La luz del exterior que se adentraba entre las rasgaduras de los cortineros en las ventanas, dejaba vislumbrar parte del cuarto, así como esa chimenea que se hallaba en contra esquina, delante de un par de muebles cubierto por sabanas. Era la sala. Y esos no eran los únicos muebles que la componían, había uno más colgando de una de las paredes pared cuyo telón remarcaba la curva de un televisor.

El pitido detrás de mí me volteó clavándome en la mujer que se acomodaba delante de una segunda pantalla junto a la puerta, tecleando y presionando secciones a las que apenas pude leer. El aparato tintineo otra vez y de repente todo alrededor se iluminó con las bombillas que se encendieron a lo largo de la cabaña.

Revoloteé la mirada sobre todo lo que alcanzaba a ver, encontrando la escalera que se acomodaba al final de todo, pegada a la pared y frente a un salón que llevaba a la cocina, también estaba amueblada con una extensa barra, una estufa y un refrigerador al que se le había caído la manta.

Fuera de la cocina se acomodaba una pequeña mesa cuadrangular con dos sillas, la pata de una parecía reforzada con un trozo de madera nuevo y sobrepuesto, y solo pasear la mirada en el grosor de las paredes, me di cuenta de que había algunos cuadros repletos de polvo adornando lo largo de las paredes que componían la sala.

—Revise el perímetro— la orden provino de Anya y no presté atención a quién se lo decía, ateniendo únicamente los pasos que abandonaban la cabaña—. Y teniente, usted revise el segundo piso, acomode un poco la habitación de ella, tomara la última, las sábanas deben estar embolsadas.

Pronto sentí un leve roce en el hombro que me torció el rostro, Gae reparaba en mi rostro y cuello con una mirada seria.

—Te buscaré un botiquín— aseveró dándome pronto la espalda—, tus heridas tienen que ser curadas ya que nadie las atendió en la base.

—No hay botiquines aquí, mandaremos atraer uno—la voz de Anya no tardó en alzarse, dando a notar que su comentario la incomodaba—. No obstante, debe entender que no hubo tiempo para curarla, teniente.

—Si lo hubo para tomar sus cosas, también lo habría para saber si sus heridas no eran graves.

— No cuestione mis actos. Debe entender que tuvimos que actuar rápido y sacarla antes de que trataran de hacer otra locura.

—Como diga mi coronel.

Lo vi subiendo la escalera, por otra parte, la molestia me apretó los labios, podía entender que tuvo que actuar rápido por la furia de los trabajadores, pero hacerme pasar por ellos, no era necesario. Todavía podía sentir los alimentos golpeando mi cuerpo...

Cobarde.

¿Por qué no te mueres?

Suicídate, no vales nada.

Un escalofrió recorrió mi espinilla y el corazón se me estrujó con el recuerdo de sus gritos, de la ira en sus voces. Me obligué a no recordarlos cuando sentí el ligero ardor queriendo extenderse en los músculos del vientre y moví las piernas saliendo del recibidor. La fatiga hacia lentos mis pasos, trabándome conforme avanzaba a la mesa.

Me detuve y paseé un par de dedos sobre la estructura de una de las sillas antes de tomar el pequeño y colorido florero que adornaba el centro para contemplarlo. Estaba tan empolvado que no podía admirar los dibujos en su estructura. No importaba, limpiaría la cabaña una vez me sintiera mejor, eso me ayudaría a despejarme.

Dejé el florero en su lugar para dirigirme al interior de la cocina, aferrándome al umbral debido al cansancio. Una barra grande y de cubierta de porcelana se extendía delante de mí con una licuadora y una tostadora de wafles dentro de un par de bolsas. Al otro lado se extendía un par de alacenas que se acomodaban las cajoneras y un microondas eléctrico, en el centro de ellas se acomodaba la estufa cubierta por una manta, en tanto el refrigerador se hallaba acomodada contra la pared a mi costado y frente a la barra.

Tenía el aspecto de una casa común y corriente, muy cómoda, sencilla, aunque más fría y un poco sucia. La suciedad era lo de menos, era bella con esas paredes de madera y esa chimenea que tentaba a encender. Era tan diferente a la base, tan distinta de la cocina que llegué a ver en el área negra, pero suficiente para mí.

Sería el lugar donde pasaría dos largas semanas, sin las miradas de odio, sin insultos, sin nada que me lastimara ni me amenazara, ni me atormentara con lo que ocurrió y a lo que hice.

Sin Jenny.

Sin Sarah.

Sin él, sin Siete.

Estaría completamente sola.

El taconeo de Anya me levantó el rostro de la barra y el aroma a cítricos retorció el interior de mi estomago llevándome una mano al abdomen antes de arrugar la nariz antes de ver su figura pasando junto a mí.

Rodeó la barra mirando las alacenas, mi mirada no pudo evitar caer de nuevo sobre la sortija cuando la vi levantar ese brazo para tomar una de las cajoneras.

—La cabaña está equipada con todo lo necesario menos con comida —informó, abriéndola para mostrarme la vajilla de plástico—. Eso lo traeré cuando vuelva, posiblemente, con más soldados.

Se aproximó al lavabo en el centro de la barra, giró la llave dejando que el agua cayera unos segundos antes de cerrarla.

— Tiene agua, gas y electricidad— siguió hablando apartando esta vez la sabana que cubría la estufa con cuatro quemadores —. Podrás encender la chimenea siempre y cuando haya madera disponible, lo cual por el momento no lo habrá.

Podría cortar algunas ramas y con eso bastaría para encenderla, aunque fuera por poco tiempo.

—Las reglas son simples, puedes salir por la noche, pero después de tres horas te metes, y no hay salidas después de las 10 de la noche. No puedes cruzar la alambrada ni entrar al lago. Si intentas salir e intentas huir estarás en encierro parmente y quedará registrado en tú historial. Eso podría ser perjudicial para ti y la posición en la que te encuentras—advirtió—, te conviene no intentar nada aquí, si quieres obtener algunos beneficios cuando recuerdes, ¿entendido?

Dejé caer la mirada sobre la barra de porcelana cuando a mi mente llegó todo lo que me dijo en la sala. Lo que hice, para lo que realmente me contrataron y por qué enviaron a Siete por mí. Según ellos lo que yo sabía podía ser información importante que desconocieran y que también podría ser valiosa.

No lo recordé todo, todavía tenía lagunas, pero sí recordaba la primera vez que Anna apareció en mi vida cuando un hombre y colega de mi padre, me ofreció el puesto de trabajo, dándome una tarjeta para contactarla. Confié en él así que lo hice, la contacté. Recordaba la primera vez que la vi y cuando me mostró el video de esas criaturas deformes y a Chenovy alimentándolas; recordaba sus manipulaciones y las pocas juntas en las que me presentó al resto del equipo donde habló del supuesto plan y por qué no contactaba con la policía ni se lo confiaba al estado.

Recordaba sus nombres, sus rostros y a su hijo el que nos mantuvo vigilados a cada hora en el laboratorio; recordaba las constantes llamadas cuando me negué a colaborar y sus palabras prometiéndome dar todo lo que necesitara y con ello el órgano para mi hermana y su rehabilitación. Sabía tanto, pero la pregunta era qué sabía Anya y los otros de ellos, y qué podía ofrecerles que ellos desconocieran para, por lo menos, evitar lo peor.

No iban a dejarme libre, no iban a dejarme en paz, no les importaba mi vida, no les importaba lo que sintiera tan solo lo que sabía y eso lo tenía claro. Me utilizaron, me mintieron y me metieron en una fosa de leones hambrientos, me destrozaron y no permitiría que acabaran por destrozar lo poco que quedaban de mí. Nadie me ayudaría, solo yo podía y de algún modo, tenía que hallar la manera de mejorar mi vida.

—¿Qué me sucederá si recuerdo todo? — quise saber. Aferré las manos en el marco cuando la incomodidad en el vientre volvió y quise enderezarme, pero no lo logré así que levanté la mirada, encontrándola recargando parte de sus codos sobre la barra—, me refiero a, ¿qué beneficios obtendría cuando recuerde y se lo cuente a ustedes?

—Depende si lo que recuerdas es información útil o no— Entrelazó sus manos—. Si no lo es, en tu situación podrías no obtener nada a cambio.

—Si es útil, ¿q-qué sucedería? —la debilidad en mi voz me hizo aclarar la garganta.

—Como dije, no estarás libre, eso quítatelo de la cabeza— enfatizó, oprimiéndome el pecho—. Estas en una posición muy difícil, pero tendrás derecho a un abogado una vez recuerdes y podrás pedir lo que sea a cambio de tu testimonio.

Se me descompuso aún más la respiración, la opresión y el temor me entenebrecieron y sentí el ardor acumulándose en mis ojos. Sabía que no merecía inmunidad, nadie que fuera causante de tantas muertes podría tenerla, pero la quería, de algún modo quería obtener algo a cambio y para hacerlo tenía que pensar bien las cosas antes de hablar.

Me rehusaba a pasar el resto de mis días en una prisión.

— Podrían disminuirte años, o podrían confinarte en algún terreno parecido a esta cabaña hasta cumplir la pena que se te dé, tienes muchas alternativas.

Pasar el resto de mi vida sola en un lugar como este... Aparté una de las manos del umbral, deslizando los dedos encima del grosor del abrigo y sobre la parta baja de mi abdomen, muy cerca de mi vientre, no, no estaré tan sola.

—¿Podré ver...? — La voz se me fue en una exhalación y respiré hondo antes de continuar: —. ¿Podré ver a mi familia?

—Si tienes un buen comportamiento, quizás se te permita— soltó, miró repentinamente a mi mano, esa que me obligué a retirar y devolver al marco —. Pero si te refieres a que puedes verla en estos momentos, es un no. A ningún trabajador se le permite ver a sus familiares y tú no eres la excepción, pero podrás tener una llamada con ellos más adelante.

Más días sin saber de mí, más días sin saber que seguía viva, más días sin saber dónde estaban y por qué sus teléfonos no estaban encendidos. Abrí los labios a punto de hacer otra pregunta, pero tan solo volví la mirada a ella lista para soltar la voz...

—Espero que entiendas que nada de lo que hicimos es injusto— Sus palabras me cerraron con brusquedad los labios —. Se que estás enojada por lo que pasó en la base, porque se te esposó y se te hizo recorrer ese camino delante de todos.

Sentí como los labios se me torcían en una mueca llena de amargura que por poco se convirtió en una mueca de dolor debido al ardor que se extendió en mi labio inferior donde recibí los golpes del hombre.

—Pero la ira de los trabajadores y experimentos fue causa de lo que hiciste —enfatizó enderezándose de la barra—, y debía encontrar un modo de tranquilizarlos y que las cosas no se salieran de control.

Claro, debía calmar la rabia de aquellos que trituraron experimentos aun sabiendo que eran persona...

—Debió costarte mucho ese plan—arrojé, y el sarcasmo le arrugó los labios.

—Cómo te costó a ti mantener esa mascara, ¿no? Tragándote tus sentimientos y hacer cómo si no te importara—soltó al instante—. Debo admitir que casi me la creo, Nastya, casi me creo tu papel de que no estabas dolía por mi compromiso con el experimento con el que te acostaste en el área negra.

Dio un par de pasos a lo largo de la estructura de la barra negando con la cabeza.

— Hasta que demostraste cuanto te dolió saber que la única razón por la que Siete te mantuvo viva tanto tiempo en el subterráneo era porque obtendría mucho a cambio de tu vida.

Sentí como si me hubieran golpeado de nuevo, pero esta vez en pecho, rompiéndome aún más los huesos. Quise tragar el cumulo de nudos que sus palabras crearon, pero ni siquiera pude pestañear cuando el ardor volvió sobre mis ojos acumulando las lágrimas.

—Y con lo que vi en la sala ...—pausó, mirando repentinamente al suelo —, respondió todas mis dudas. Llorabas como si él te hubiera traicionado.

Porque lo hizo, me mintió, me utilizó, me hizo creer que era otra persona.

—Te gusta, ¿verdad? — su pregunta tan abrupta como su mirada levantándose en mi dirección y esa sonrisa a medias, hizo que un escalofrío me recorriera desde la coronilla hasta la planta de los pies—. Lo quieres, sientes algo por mi prometido Siete y ese sentimiento viene desde el laboratorio.

—No— la mentira salió en un tono tembloroso y rogué a mi interior no mostrar el dolor que los recuerdos sobre él me provocaban, pero la herida era tan reciente y con cada segundo se habría más.

—¿Estás segura de que no? — Entrecerró sus parpados dudando de mi

—Te lo dije en tu habitación hace días, y te lo vuelvo a repetir— Me enderecé del umbral apenas logrando mantenerme en pie y forzándome a endurecer el rostro —, lo que ocurrió en el laboratorio no tiene importancia, así que supéralo Anya.

Extendió la parte izquierda de sus labios antes de volver a negar mientras hacia un sonido con los labios.

—Sí que te esfuerzas. Debiste conseguir trabajo como actriz, entonces no hubieras tenido ningún problema con la ley— bufó con irritación, apretándome los labios y encogiéndome de hombros cuando de repente golpeó ambas manos en la barra —. Deja de lado las mentiras porque no te creo nada, no dejabas de mirar la sortija cada que la tocaba y con tu llanto en esa sala te fuiste de cabeza así que pierdes tu tiempo tratando de ocultarlo.

— Se supone que tu trabajo es vigilarme, mantenerme a salvo y saber si recuerdo algo importante o no— le recordé casi en un gruñido. Sintiendo como el temblor aumentaba en todo el cuerpo —, no meter tus narices en cosas pasadas que no tienen que ver con tu cargo.

Apretó la mandíbula con brusca fuerza, le ardía que se lo recalcara y no tardó ensanchas sus labios antes de mirarse la sortija.

—Tú no sabes lo que abarca mi puesto y lo que puedo o no hacer ya que estas bajo mi cargo y todo lo que tenga que ver contigo y el laboratorio — aclaró jugando con el anillo.

—Con lo que le hice a todos en el laboratorio —le aclaré —. No con cuantos hombres me involucré.

— Keith y yo nos vamos a casar después de que vayas a juicio— levantó la voz y mi pecho se hundió más, un iceberg cayó sobre la boca de mi estómago—. ¿Por qué no estaría indagando en la mujer que estuvo con él y la cual lloró como si todavía creyera que estaban juntos?

Dolor. Odio, rabia, celos, decepción y agonía, todo se acumulaba en mi interior a punto de hacer erupción si ella seguía hablando. Y es que sus palabras se me encajaban como puñal porque el problema era que así lo creí, aunque no lo recordara muy en el fondo sabía que era el hombre con el que estuve en el área negra y creí que podríamos intentar estar juntos después de todo por lo que pasamos, la atracción seguía y él no dejaba de mostrar preocupación por los residuos..., hasta que supe la verdad, hasta que supe que nada de eso fue real.

—Me aborrece que quieran verme la cara de tonta y eso es lo que tratas de hacer— aventó entre dientes —. No engañas a nadie, ¿por qué te cuesta tanto aceptarlo? Te gusta, está claro que lo sigues queriendo, Nastya.

—Y si lo quise, ¿qué importa ya? Nunca le importé— estallé sintiendo la ira calentándome la piel del rostro—. ¡Él solo me usó para entregarme a ustedes! ¡Me usó para su propio beneficio!

La exclamación me rasgó el alma, mostrando la herida que no debía. Retuve las lágrimas que quisieron derramándose nublando su mirada y su reacción sorprendida. Y por poco llevé una mano a mis labios al darme cuenta de lo que dije, pero sentí la pesadez en el vientre acumulando un incómodo ardor que me llevó a sostenerme del marco de la entrada al instante en que las sienes me punzaron.

—Ya está lista la habitación.

La inesperada voz del teniente interrumpiendo en la cocina llegó en un zumbido que me apretó el entrecejo y no presté atención en el hombre que atravesaba el umbral junto a mí.

—Abrí las ventanas para que se ventilara. Anoté todo lo que necesitara y que tiene que llegar hoy mismo— apenas pude entender sus palabras y observar cómo le extendía una libreta pequeña que ella tomo, antes de que él se volteara y me mirarme—. Tú habitación es la del balcón, esta al final del pasillo. Puse tus cosas en el tocador, hay agua caliente para que te des un baño y te cambie de..., ¿Te sientes bien?

No, siento que me muero.

—Estoy bien—me forcé a decir que mi voz salió en una abatida exhalación. Me enderecé al darme cuenta de que estaba erguida por el ardor y respiré hondo mirándolos a ambos y forzándome a soltar como si ninguna parte me doliera: —. Si ya no hay ninguna otra regla que deba saber, iré al cua...

No pude siquiera terminar la oración cuando de mis labios resbaló un quejido con el dolor palpitándome desde sexo y extendiéndose hasta acalambrarme el vientre.

—¿Dónde te duele, niña? —Gae se acercó y reaccioné apartándome de él.

Les di la espalda saliendo disparada de la cocina con la mirada clavada en las sillas del comedor, No voy a perderlo. Solo debo recostarme y estaré bien.

—¿Qué te ocurre?

La voz del teniente rebotó detrás de mí y lo ignoré, llevandone una mano al vientre ahogando una mueca de dolor y tratando de acelerar el paso con la necesidad de alcanzar una silla. Pero tan solo extendí el brazo aferrándose al respaldo, todo alrededor distorsionó y las piernas me fallaron, y único que sentí fue el golpe contra el suelo.

—¡coronel, llame al médico!

(...)

El olor impregnado de alcohol fue lo que terminó removiéndome sobre el colchón. Las sienes me punzaron haciéndome quejar antes de extender los parpados con pesadez, la vista se me fue aclarando, vislumbrando el techo amaderado de una habitación antes de bajar la mirada y vislumbrar la sonda que se conectaba a mi brazo, perteneciente a una bomba de infusión acomodada a la cama.

—Al fin despierta, señorita Nastya.

Aparté la mirada clavándome repentinamente en el hombre de avanzada edad que se apartaba de la cama con un trozo de algodón en mano.

—Soy el Doctor Owen Sanders—se presentó y su presencia terminó confundiéndome al igual que la máquina de hemograma que se acomodaba al lado de una mesa con materiales médicos que estaban siendo revisador por una enfermera—, ¿cómo se siente?

—¿Qué me...?

Detuve las palabras al recortar los calambres en el vientre. El miedo me invadió, y al instante removí los brazos encima del colchón para llevar las manos sobre el vientre y bajar la mirada. Quede perturbada al darme cuenta de que no llevaba puesto los jeans y que estaba únicamente en bragas, pero lo que terminó dejándome peor fue reparar en mi entrepierna y en toda esa piel de los muslos que apenas sentía humedecidos, manchada de carmín. Un rojo oscurecido que también se extendía ligeramente sobre una pequeña parte en el colchón en el que me hallaba recostada.

Sangre.

Es sangre.

El horror me rasgó la garganta en un sollozo que no detuve, traté recargué parte de mi peso en uno de los brazos antes de empujar con brusquedad parte de mi espalda con desesperación queriendo revisarme...

—Tranquila— el hombre de avanzada edad me extendió el brazo, apretando sus dedos en el hombro para impedir que me sentara—. En su condición actual no es bueno que se altere.

El corazón se me contrajo en un puño apreciado, aun escuchándolo no pude tranquilizarme ni obedecer, soltando las lágrimas que recorrieron mis mejillas con la respiración descompuesta porque esto no era poca sangre.

—¿Lo...? — hasta la voz se me rasgó, sintiendo como todo comenzaba asfixiarme y comprimirme—. ¿L-lo per-dí?... ¡Respóndame! ¿Perdí a mi bebé?

Sacudió la cabeza en negación.

—Tuvo una amenaza de aborto.

Y esas palabras se enterraron en mi pecho como agujas heladas.

—Es importante que se recueste y se tranquilice, por favor— Me empujó más del hombro devolviendo los centímetros que empujé de mi espalda al colchón—. Debe permanecer acostada y evitar todo tipo de movimientos bruscos si no quiere empeorar, ¿entendido?

Soltó mi hombro y dejó el algodón sobre una mesilla donde descansaba una caja médica. Volví a mirarme la entrepierna sintiendo las contracciones de mi corazón y es que era todo lo que tenía, todo a lo que me aferraba.

—Señorita Nastya—su voz autoritaria me devolvió la mirada al hombre quién revisaba unas hojas entre sus manos—. Le hice una prueba completa de sangre y debo decir que los resultados no son favorables.

Eso me atemorizó.

—¿Qué dicen los resultados? —solté al instante queriendo saber.

El hombre se sacó los lentes del bolsillo colocándoselos para mirar el historial:

—Que tiene de siete a ocho semanas de gestación— me respondió, alzando las cejas sin dejar de leer.

Siete a ocho semanas. Fue inevitable no deslizar los dedos por encima del vientre en una clase de caricia y preguntarme en qué momento fue que me embaracé. Siete y yo tuvimos tantos momentos íntimos, pudo suceder en cualquiera de ellos.

— Tiene perdidas considerables de calcio y potasio, pero lo que me preocupa en sus resultados es que tiene baja la hemoglobina, su sistema inmune no está en el rango que debe estar, existe una disminución tanto en los glóbulos rojos como en los blancos y se encontró restos de materia desconocida toxica lo que me lleva a preguntarle, ¿sufrió de una infección en la sangre?

—¿Materia toxica? — sus palabras me dejaron aturdida y asintió.

—¿Tuvo o no alguna infección?

Lo procesé, dejando caer la mirada a la sonda que se conectaba a mi brazo, ¿infección en la sangre? A mi cabeza volvió Frederick y las jeringas que sacó de su mochila llenas de líquido negro, el recuerdo me entenebreció, sintiendo todavía como más encajó en mi abdomen y parte del vientre, inyectándome todo el contenido sin una pisca de misericordia, se burlaron de mí dolor, de lo que me iba a suceder después de eso y de que no tendría ningún modo de sobrevivir.

Casi morí en los brazos de Siete si no fuera por lo que hizo, vomité sangre varias veces y los dolores eran tan insoportable que me costaba hasta respirar, el cansancio que sentí, el frío y la pesadez en los parpados, todavía eran palpables en mi mente... ¿Sería la sangre de experimento Negro lo que hizo que mi hemoglobina bajara?, ¿dejó toxinas? Pero, ¿cómo?

Siete me inyectó sangre de un experimento Verde y recordaba perfectamente que Jenny me dijo una vez que vio cómo él me inyectada sangre de Tayler, desde ese momento no volví a tener síntomas y aun cuando salí del laboratorio seguí sin ellos. ¿Qué no la sangre de los rojos regeneraba por completo?, ¿acaso dependía del tiempo en que tuve los residuos en mi cuerpo?

—¿O sufrió de alguna intoxicación? —continuo.

—Sí—pronuncié con lentitud antes de arrepentirme y negar con la cabeza —. Me envenenaron, pero se supone que ya estoy curada.

—¿La envenenaron? — repitió mis palabras y levanté la mirada de mi brazo para encontrarme con la del doctor que no parecía seguro de mi respuesta.

Asentí con pausa.

—¿Esa materia puede dañar a mi...?

— ¿Hace cuánto de eso? — se apresuró a preguntar.

Quedé muda, no sabía con exactitud cuanto tiempo pasé en el subterráneo, pero sabía que estuve envenenada el mismo día en que el grupo de Jerry abandonaba el laboratorio...

—Creo que...

—Fue hace dos meses.

Mi cerebro repitió la inesperada voz femenina que se levantó con cruda asperidad en alguna parte a mi costado, y solo reconocerla torcí el rostro de inmediato, encontrando a Anya al otro lado de la cama, de pie y con los brazos cruzados, y con una seriedad en su mirada, la cual permanecía fijada en mí en tanto apretaba sus labios.

—Si mis cálculos no me fallan, fue hace dos meses desde su intoxicación—El taconeo de sus pisadas apenas rebotó en el cuarto, rodeó parte de la cama acercándose al tocador que se hallaba junto a la pared, se volteó recargando parte de su cuerpo en las cajoneras —. Pero nuestros expertos ya la atendieron, sin embargo, todo al respecto con ese tema es confidencial.

¿Expertos? Días atrás apenas supo de la sangre de experimento negro que me inyectaron y ni siquiera hizo más preguntas al respecto, y, a decir verdad, tampoco me preocupé, no sentí más síntomas y me confié de ello, me quedé con eso nada más creyendo que no habría más residuos.

—Entiendo—asintió el medico regresando su mirada a mí —. Después de tratarla, ¿le recetaron que debía tomar anticoagulantes y medicamentos para deshacerse de los residuos?

—Se supone que estaba curada—dije, todavía sin poder creerlo.

—No lo está del todo, si quedaron residuos en su cuerpo puede deberse al tiempo en que permaneció la toxina en su sistema, y para terminar su recuperación se necesitaba de una medicación, si unos expertos la atendieron, no me explico cómo pudieron pasar por alto este hecho — espetó y mi mirada se perdió en el techo—. Por la cantidad restante no son letales, pero tiene que eliminarlos.

—Pero usted me va a dar algo para eliminarlo, ¿no? —mi voz sonó con preocupación.

—No está entendiendo la situación, ¿no le indicaron explícitamente usar anticonceptivos en todo momento?

—Fue una regla —respondió Anya por mí y me miró fijamente—. Pero al parecer lo ignoró o no lo usó adecuadamente, y también evadió informarnos sobre esto.

—coronel — exhaló el doctor, alzando la cabeza—. No pretendo ofenderla y sé que usted está cargo de la paciente, aun así, la paciente es la que debe responderme.

— Como dijo usted, Doc, soy la encargada de ella — informó y seguí sin darle una mirada—, y mi voz también tiene valor en esta habitación.

El hombre apachurró sus labios y volvió a mirarme.

—¿Cómo es que ignoró una regla tan circunstancial? — se escuchó molesto—. En su condición actual esta no debía ser ignorada, aun cuando los restos no son letales podrían ser los causantes de un parte de sus resultados y a largo plazo podrían complicarse al tener este embarazo...

Dejé de escuchar el resto de su explicación, entenebreciendo y sintiendo como la respiración se me descomponía, simplemente no podía entender ni quería aceptarlo, tanto dolor que sentí con los residuos, ¿para que al final todavía tuviera en el cuerpo y que podrían complicarme? No, no, de ninguna manera, esto tenía que ser una broma de mal gusto

Dos golpes a la puerta lo hicieron apartar su mirada de mí, la enfermera se acercó abriéndola enseguida y mostrando a una mujer con la misma vestimenta y una melena negra, arrastrando dentro de la habitación un carrito medico con un monitor grande.

—Disculpen la demora, tuve unos inconvenientes en la escalera, el soldado fue muy amable en ayudarme a subir el monitor.

—Nastya, ella es la doctora Meyer, es ginecóloga obstetra y te atenderá.

La nombrada se volteó con el carrito andante, extendiéndome una sonrisa que la deslumbró.

— Hola, Nastya, debes ser la nueva mami y por lo visto una muy hermosa— se acercó, cruzando la habitación—, sin duda esos ojos podrían heredarse, ¿no lo crees?

Sus palabras contrajeron mi corazón de emoción.

—Mi nombre es Meyer Novikova, pero puedes decirme Mey— Acomodó el carrito junto a mí dejando una maleta médica sobre la mesita que el doctor le acercó—. Como dijo el doctor James, voy a hacerte un ecocardiograma fetal. Mi objetivo principal es descartar todo tipo de complicaciones gestacionales, para así brindar un campo más visible de la condición de tú embarazo.

El doctor le pasó mi historial que ella no tardó en hojear.

—Siete a ocho semanas de gestación—indicó—. Veo que presentas la hormona hCG bastante elevada para las semanas adquiridas, dime, ¿ya sabías de tu embarazo?

Asentí con cautela.

—¿Hace cuánto? —Sacó un par de guantes sin disminuir la sonrisa.

—Unas semanas, usé un par de pruebas de embarazo.

Anya entrecerró los ojos contrayendo su entrecejo en confusión, y la obstetra giró un poco más el monitor de tal modo que no pudiera ver casi nada, a excepción de la parte trasera.

—Voy a pedir que te recorras un poco la ropa interior y me dejes parte de tu vientre visible.

Asentí, llevándome las manos enseguida a los pliegues de las bragas para recorrerlas un poco sobre mi cadera desnudarte el pequeño bulto pronunciado, cuya piel era adornada con la marca de la prenda interior.

—Alguien por ahí ya se está haciendo notar, ¿eh?

Se acercó a mí levantándome la sudadera por encima del ombligo, sacó un boté rosado de sus artículos, y tras abrirlo, pasó sus dedos por el gel antes de aproximarlos a la piel de mi abdomen y untarme el vientre, estremeciéndome con la frescura.

—Tenemos un vientre rígido—notificó palpando un par de dedos—. ¿Te duele o sientes molestia cuando toco?

Negué y dejó el embacé sobre la mesilla, la enfermera le pasó un aparato blanco que ella tomó enseguida.

—Primero lo primero —lo acercó con lentitud—, revisaremos si tenemos latidos.

La textura dura y fría del aparato se recostó con delicadeza en la cima de mi vientre, la pantalla se iluminó y ella lo movió a lo largo y ancho sin apartar la mirada del monitor.

Uno.

Dos.

Tres.

Los primeros segundos acontecieron y el monitor no emitió sonido alguno dejando un abrumador silencio, levanté la cabeza de la almohada y estiré el cuello queriendo ver algo en la pantalla.

La obstetra siguió deslizando el aparato sin detenimiento, el doctor se acercó detrás de ella observando también el monitor y contrayendo la mirada en un gesto que no me gustó.

Hizo un movimiento lento con el aparato sobre mi vientre, y se me aceleró la respiración llenándome los pulmones de temores cuando en los siguientes segundos seguí sin escuchar nada.

—¿H-hay algo mal? —tembló mi voz—. Quizás sea el volumen que no está bien puesto y por eso no se escucha, tal vez está en mute y...

Un suave latido emitiéndose del monitor se adueñó de la habitación.

Y fue como recibir una descarga brusca de felicidad, una tan potente de sentimientos y emociones que me extendieron la sonrisa que derramó mis lágrimas.

—A que es una bonita melodía, ¿eh? —me preguntó Mey.

El bombeo aumentó en fuerza retumbándome el pecho de una sensación indescriptibles, es hermoso.

Anya se apartó del tocador con el entrecejo tenso y las sensaciones no dejaron de invadirme dejándome hechizada con el compás de mis latidos y el melodioso bombeo que sería de ahora y para siempre uno de mis preferidos.

— Para ser tan pequeño tiene un corazón muy fuerte—oí decir—, y no detecto anomalía cardíaca, muy bien.

Hizo movimientos sobre el botoneo del monitor antes de seguir deslizando el aparato nuevamente a lo largo de mi vientre.

— Se muestra un útero bastante agrandado—La obstetra señaló la pantalla y quise mirar también, algo imposible por la posición en que se hallaba—. Y aquí lo tenemos Doctor...

La quijada del hombre se apretó y sentí inquietud cuando lo vi escribiendo algo en el historial.

—¿Qué pasa? —pregunté.

— Pasa que tenemos un saco gestacional perfecto y de buen tamaño, y un feto completamente normal, Nastya.

Sentí como la emoción me desarmaba pieza por pieza sobre la cama, está bien, mi pequeño está bien.

—Está muy bien formado para las semanas que tiene, entre 49 o 56 días y sus extremidades ya están formadas. Noto los cinco dedos...

—Quiero verlo—rogué alzando más la cabeza de la almohada.

—Disminuye el aumento y vuelve a revisar—ordenó el doctor ignorándome—. Vuelve a revisar.

—Sí, lo sé, el espacio uterino es demasiado amplio — comentó ella.

Ninguno de los dos apartó la mirada del monitor, la ansiedad me apretó los dedos encima de las costillas y la Obstetra siguió deslizando el aparato con más lentitud en cada centímetro del abdomen hasta que de repente...

El latido se duplicó y el bombeo se volvió aún más sonoro y brusco apoderándose de cada centímetro de la habitación.

—¡Caramba! —esbozó ella—, y ya veo por qué.

El doctor arrugó su rostro en un gesto de desaprobación que me preocupó.

—¿Qué sucede? — solté, alzando apenas unos centímetros parte de mi espalda, de nuevo queriendo ver algo—, ¿ocurrió algo?, ¿el bebé está bien?

—¿Qué si están bien? — me corrigió extendiendo inesperadamente una sonrisa y la entendí —. Están muy bien, bastante diría yo.

Seguí sin entenderla y como si se diera cuenta, giró parte del monitor frente a mí.

— Tenemos una, dos y tres bolsas gestacionales— apuntó a la pantalla—, un triple embarazo, tres fetos en buenas condiciones y bien formados, felicidades.

Sentí como si me lanzaran una bomba estallando al instante con cientos de emociones. Mi espalda volvió a caer sobre la cama. Todo a mi alrededor desapareció y lo único que resonaba en mis oídos eran sus latidos una y otra vez recorriéndome el torrente sanguíneo, latiendo junto a los míos como uno solo.

Todo este tiempo creí que era uno y ahora eran tres. Voy a tener tres hijos de Siete y yo...

—Procedo para invitarla a hacerse una interrupción— la voz del doctor me invadió como un escalofrío retorciendo los huesos—. En su condición un embarazo múltiple no es aceptable, empeoraría más rápido de lo que cree.

—No—me negué, al tiempo en que bajaba la sudadera cubriéndome más del abdomen cuando la obstetra apartó el aparato de mi vientre—. Los voy a tener.

— Permítame aclarárselo más, señorita Nastya— se me acercó—. Su cuerpo no está preparado para soportar 9 meses de gestación, tendrá un desorden de complicaciones que podrían poner en riesgo su vida e incluso podrían llevarla a tener un aborto en el que hasta su salud se vería implicada.

—Pero usted puede ayudarme.

—Estamos hablando de un embarazo triple, y sumando al resultado de su examen y los residuos tóxicos que perseveran en su cuerpo, no veo buenos resultados futuros— Negó con la cabeza —. ¿Qué le hace creer que esos residuos no llegarán a afectar a los bebés?

Solté el aliento, ¿podía afectarlos? Pero no eran letales, ¿cómo les haría daño? A punto estuve de mencionar la sangre de experimento rojo, pero ya no había manera de obtenerla, no estábamos en las zonas del laboratorio dónde podría conseguirlas y la única manera era en la base y con un experimento, y nadie iba a querer ayudarme después de saber quién era yo.

— Se ven bien y sanos, pero eso no indica que el día de mañana seguirán así y usted no empeorara— negué con la cabeza cerrando los parpados y negándome a seguir escuchando cuando sentí que me estallaría la cabeza—, por su bien, le recomiendo la suspensión de su embarazo.

—No.

—Tiene mi autorización para proceder con la interrupción—la voz de Anya me hirvió la sangre—. Hoy mismo hacemos los papeleos.

—¡Dije que no! — exclamé, apoyando mis brazos a cada lado de mi cuerpo para empujar mi espalda y sentarme, recargándome en el respaldo de la cama— Voy a tenerlos. Nadie tiene autorización para decidir sobre mis hijos.

Enarcó una ceja y poco faltaba para que los ojos se le cayeran de su rostro.

—Ah no. Déjame recordarte que en tu situación actual tengo parte de la autoridad para decidir sobre ti en dado caso de que te encuentres en riesgo, tal es el caso el cual te traerá problemas que podrían empeorarte— espetó y rodeó el monitor hasta quedar al pie de la cama—, y tengo el deber de llevarte ante la justicia, viva. Además, estoy segura que este embarazo no es normal y ambas sabemos de qué hombre provienen, ¿no es así, Nastya?

Espeto las últimas palabras entre dientes y la ira opacando el azul de su mirada me tensionó, lo sabe. Sabe que son de Siete.

—¿O me lo vas a negar?

Abrí los labios queriendo negarlo, pero de mis labios no salió ni una sola palabra y negó nuevamente con la cabeza.

—Dado que no será normal, dele una cartilla para que la llene y firme— hizo una señal al Doctor quién hundió el entrecejo como si hubiera algo que no entendiera —, Nastya Romanova va a aceptar la interrupción de su embarazo.

—Dije que no voy a aceptar nada. Tú no eres nadie para obligarme así que cierra la boca—casi lo exclamé, endureciendo la mandíbula y mirando al doctor—. Medíqueme o deme todo lo que se necesite porque seguiré con esto hasta tenerlos.

Nadie decidiría por mí y no me importaban las consecuencias correría el riesgo, los tendría porque eran míos, los tendría porque eran todo lo que tenía, eran todo lo que me quedaba en la vida y nadie me los arrebataría solo por mis errores.

—Si esa es la decisión de la paciente, no hay nada más por hacer, coronel— aceptó el hombre con una exhalación tomando una carpeta de la maleta médica—. Le haré un listado de indicaciones y medicamentos que deberá tomar, tendrán que ir a consultas para control de embarazo y entregarme los resultados a mí, o en este caso a algún otro médico especializado.

Anya roto los ojos y él alzó una hoja donde comenzó a escribir tomando como refuerzo un tablero.

—Debe entender que el consumo excesivo de medicamentos podría poner en riesgo su embarazo—siguió hablando —, y el no tomarlos, la pondrían en riesgo a usted ya que el mismo la desgastara más de lo que ya está. Los principales meses serán importantes, por lo tanto, las dosis se mantendrán disminuidas y serán tomadas cada tres días. Para contrarrestar el desbalance le daré complementos que serán inyectados. Se sentirá agotada y temblorosa los primeros días, así que recomiendo que permanezca en cama la primera semana.

Arrancó la hoja antes de mover las piernas lejos de la cama y detenerse frente a Anya para dársela.

—Consiga lo primero para esta noche. Una inyección de complementos y toma de vitaminas después se la cena, y mañana la primera medicación.

—Eso haremos, doctor.

Él asintió volviéndose y tomando sus cosas en tanto la enfermera y la obstetra desconectaba el monitor.

—Deseo lo mejor para la futura mami y los trillizos— me sonrió—. Le enviaré un correo de su ecografía a la coronel, para que tenga un bonito recuerdo.

Abandonaron la habitación y solo ver a Anya hacer lo mismo, me hizo soltar una larga exhalación, sentí como cada fibra de mi cuerpo se estremecía cuando sin detenimiento deslicé mis manos sobre el vientre, sintiendo como cada fibra de mi piel se erizaba ante la calidez que emitía.

Una inevitable sonrisa se asomó en mis labios, la incertidumbre y un brusco miedo junto a una incontrolable felicidad se apoderaron de mí, siendo la última más que ninguna. Este era el fruto de lo que nunca fue y, aun así, sabiendo que nunca lo tuve para mí de la forma en que quise, me sentía inevitablemente feliz.

Con tanta miseria y tantos pecados, este momento se sentía tan profundo que tenía miedo de que se tratara de un sueño o que mi mente me jugara una mala broma. Karma o no, lo atesoraría, ahora sentía que no estaba tan sola, teniéndolos a ellos, cargando con sus vidas tan inocentes, tendría algo por lo cual luchar.

Tendría algo por lo cual levantarme cada mañana pensando en una alternativa. Pagaría por mis actos, porque eso era lo que debía hacer, pero lo haría de un modo en el que no los perdería, los vería nacer, los vería crecer, seguiríamos juntos porque la información que tenía en mi memoria era mucha, y podía obtener algo a cambio de toda ella.

No obtendría la libertad a cambio, pero vivir en una cabaña aislada como esta, viéndolos crecer y jugar, sería mi fortuna.

Sentí que mis fuerzas se triplicaron, la claridad en mi mente era tanta como mis ánimos por continuar.

Acaricié la inflación una vez más antes de alzar el rostro y prestar atención a la habitación. Era espaciosa y más fría que el cuarto de Siete, y el techo caía a los costados disminuyendo un poco la altura. La cama en la que estaba era amplia, con un respaldo de madera y dos mesitas acomodadas a los costados adornadas por un par de lámparas.

Había una cajonera de madera junto a la puerta por la que salieron, y a unos metros de la cama y cerca de una segunda puerta que mostraba el interior del baño, un tocador donde se acomodaba la caja de ropa y mi mochila.

Torcí el rostro hacía el lado izquierdo del cuarto, reparando en el sofá individual que estaba al lado de un par de ventanales grandes, las cortinas desgastadas se mantenían extendidas a los costados mostrando del otro lado el balcón y el anochecer. Quedé un poco confundida porque recordaba que apenas pasaba del mediodía cuando me trajeron aquí,  debi estar inconsciente por horas.

Deslicé las piernas fuera de la cama y me incorporé cuidadosa de no hacer un movimiento brusco al enderezarme. De ahora en adelante trataría de no hacer ningún esfuerzo, tendría que ser cuidadosa. Volví la mirada sobre mis muslos nuevamente recorriendo las manchas de sangre y sintiendo la incómoda humedad de las bragas contra mi sexo antes de lanzar una mirada a la mochila y a la caja encima del tocador.

No tardé nada en mover las piernas en esa dirección. Necesitaba cambiarme la ropa, pero antes, había algo más que me importaba saber y el único modo era revisando esa mochila. Detuve mis pasos y la tomé abriendo el bolsillo más grande y sintiendo la tranquila al encontrar el colorido cobertor de Anhetta acumulado en su interior. Lo saqué acariciando su textura endurecida.

Si supiera que sería tía de trillizos, estaría saltando como una loca encima de la cama, desordenando todo a su paso y haciendo un alboroto con su emoción.

Jennifer seguro le acompañaría.

Una nostálgica sonrisa se apoderó de mis labios, las extraño mucho.

Ni siquiera había pasado un día desde que deje de ver a Jenny y a Tayler, y ya quería verlos...

Salí de mis pensamientos dejando sobre la cama el cobertor que lavaría más tarde, volví a la mochila removiendo el resto de las prendas que se hallaban en su interior, eran los camisones que Anya compró y la playera negra de Siete también estaba dentro de la mochila, así como también el tinte de cabello rubio.

Todo menos las bragas que dejé secando en la ducha...

Saqué dos camisones y una sudadera, y metí el resto de las prendas antes de acomodar la caja delante de mí y extender las tapas. No tenía ropa interior ni ropa cálida más que camisones y sudaderas delgadas, no usaría las bragas ensangrentadas ni esperaría a que se secaran andando con mi intimidad al aire, mucho menos usaría el abrigo cuando ya no soportaba el aroma que emitía al estar manchado de restos de comida. En estos momentos me importaba más mi salud y la de mis hijos que el orgullo el cual, quizás, podría llegar a ser mi descuido.

Rebusqué entre los paquetes de prendas, leyendo cada una de las etiquetas hasta dar con una etiquetada como prenda interior, abrí el paquete sacando el sostén y las bragas negras con encaje, no lo pensé mucho y las tomé, tomando también unos jeans y guardado el resto de paquetes.

A punto estuve de dirigirme a la puerta de enseguida si no fuera por el chirrido de la puerta siendo abierta detrás de mí haciéndome respingar, giré hacia la encontrándome con la silueta de Anya adentrándose a la habitación. Su mirada cayó a mis muslos manchados de sangre y solo ver su mueca me incomodo, moviéndome rápidamente el brazo y tomando el borde de la sudadera que llevaba puesta para cubrirme un poco más las piernas.

—Eres toda una caja de sorpresas. ¿Cuándo ibas a mencionar que estabas embarazada de Keith?

Su pregunta me dejó inmóvil, se movió con lentitud atravesando la habitación hasta detenerse a unos pasos frente a mí.

—Y no me vengas con que no es de él, porque por un mes estuvieron perdidos en el subterráneo, y contando el tiempo hasta ahora, han pasado el mismo tiempo que llevas en cinta.

—¿Por qué tendría que contárselos? — le respondí con otra pregunta —. No soy menor de edad y ustedes no son mis padres, por lo tanto, no tengo porque hablar.

—Claro que tienes, porque estas bajo nuestra protección— me levantó el dedo añadiendo fuerza a las palabras—. Eres una testigo y pronto una culpable, ¿crees que con ese embarazo te salvaras de la cárcel? Solo Dios sabrá con qué intenciones te dejaste embarazar de él. Lo sabías, ¿no? Ya sospechabas que Keith te entregaría a nosotros, por eso te embarazaste para asegurarte de tener un modo de...

La ira me brotó y mi mano se estrelló en su mejilla callándola al instante, el sonido rebotó en la habitación antes de verla llevarse la mano a su mejilla y enderezar el rostro con el enojo saltándole sus ojos.

—Estoy harta de que creas saber lo que es cierto y lo que no de mi —escupí hastiada—. Te haces toda una conclusión sin saber antes el contexto de cómo fueron las cosas.

—¿El contexto de cómo fueron las cosas? —repitió, enderezándose a la vez que apartaba su mano del enrojecimiento en su mejilla—. Creo que puedo darme una idea de cómo fue. Te ilusionaste porque te protegía y te dejaste influenciar por sus feromonas, ¿no? Tú ingenuidad no tiene límites al creer que saldrías ilesa después de matar a muchos y al creer que estarías junto a un experimento al que quisiste matar también.

Endurecí la mandíbula cuando quiso temblarme el mentón.

—Y no, no me estoy burlando de ti, pero, ¿qué querías que pensara con este embarazo? Hay videos sobre tú actuar en el laboratorio y testimonio de quienes estuvieron presente cuando revelaste quién eras y lo que hiciste, eso es suficiente para darme una idea del tipo de persona que puedes llegar a ser—explicó —, una mujer que es capaz de quedarse callada entre los sobrevivientes sin mencionar que es una de las que provocó el caos.

Cuanta verdad había en sus palabras que cayeron como un iceberg en la boca del estómago, al final eso fue lo que hice en el grupo de Jerry, quedarme callada. Estaba asustada, aterrorizada y arrepentida, solo quería salir ilesa de todas las muertes provocadas, escapar de lo que hice sin perecuaciones e intentar olvidar. Y sabía que, si ellos lo sabían, me dejarían a la merced de una monstruosidad, o me matarían.

—¿Él lo sabe?

Su pregunta me tamborileó de ansiedad el pecho.

—Te pregunté que si Keith sabe de tu embarazo—casi lo exclamó.

—¿Por qué iba a decírselo al hombre que solo me usó? — lo solté forzando a que mi voz no delatara la opresión en el pecho —. No necesito que tú prometido sea el padre de mis hijos ni mucho menos que lo sepa, así que tranquila porque no le pediré que los mantenga.

Arqueó una ceja.

—¿Y lo harás sola?

No respondí y ella resopló.

—Madre soltera, pero también la mujer culpable de cientos de muertos, ¿estás segura que podrás con todo eso? — inquirió con asperidad—. ¿Crees que una vez los tengas, te van a dejar conservarlos, así como así? Una vez nazcan iras a la cárcel, ¿si lo entiendes?

—Si no es que recuerdo antes de dos semanas— le recalqué sus propias palabras—, y que lo que recuerde sea de su interés.

Eso era lo que más me aterraba, no tener nada que me beneficiara y que ellos lo supieran todo. Pero decírselo en este momento, todavía no.

—Y aun si eso pasa, ¿qué vas a poder hacer estando tan arrinconada? Primero, tienes pocas oportunidades, y segundo, ¿en verdad eres tan ingenua para creer que te los van a dejar después de saberse quién es el padre? — extendió una mueca negando con la cabeza de tal forma que un par de sus rizos golpearon su rostro—. Los niños que provengan de humanos alterados deberán estar en el mismo lugar donde vivirán los demás por protección, a ese mismo lugar ira Pym Jones, la joven que espera un hijo del experimento rojo, pero tú..., ¿en serio crees que te permitirán vivir ahí?

—No tengo por qué vivir ahí y menos tienen por qué forzarlos a ellos a estar en ese lugar.

—Serán bebés cuando suceda, no te van a recordar...

— Son mis hijos, Anya. Mi sangre, mi sufrimiento. Están creciendo en mi vientre no en el de nadie más — aclaré entre dientes —. No podrán quitármelos ya que no tienen ese derecho, a ellos no les he hecho ningún mal.

Apreté el abrigo contra el abdomen resistiendo el desespero y el miedo de mis palabras, no podrían quitármelos, ¿verdad? Las aletas de su nariz se extendieron con una fuerte inhalación, apretó los labios y miró el suelo.

—Bueno, primero preocupate por recuperar la memoria y tenerlos si eso es lo que quieres— Negó con la cabeza—. ¿En serio quieres ser madre después de todo lo que hiciste?

—Y solo por mis errores, ¿ellos tienen que pagar? — le pregunté.

—No te estoy sugiriendo un aborto.

—Eso parecía.

—Lo único que trato de hacer es hacerte entender que cuelgas de un delgado hilo, podrías morir.

He sobrevivido a situaciones peores.

— Los voy a tener no importa qué tan riesgoso sea.

Sonrió con burla y volvió a negar.

—Sarah te dijo que tenías 26 años, en realidad solo tienes 22—Extendió sus parpados esperando mi reacción, sin embargo, eso no me importaba—. La tienes muy difícil. Eres joven, tú cuerpo está demasiado débil y carga con complicaciones debido a la toxina, eso sumando a que serás juzgada, que no hay nadie que testifique en beneficio tuyo y te quedan dos semanas para recordar todo antes de ir a juicio y, por último, no tendrás a nadie que te apoye durante tu embarazo.

—Tendré a mi familia—recalqué la palabra —. Aunque no me dejen estar con ellos, podré contactarlos y pedir su apoyo...

Se deshizo de una larga exhalación mirando hacía el suelo.

—Podrás contactarlos una vez me ponga en contacto con la persona encargada de los derechos y la protección de los experimentos, ella es la que se encarga de sustentar lo que Pym Jones necesita y si acepta tú caso, se encargará de darte todo lo que necesites para tener esos bebés, ya que nosotros no te podemos proveer con suplementos y medicamentos—soltó —. En dado caso de que no lo acepte, te quedará pedir ayuda a tus padres.

Me dio la espalda encaminándose de regreso a la puerta.

—Hablaré con el ministro, él ya debe estar en la base y debe saber de tú situación— Se detuvo tomando el pomo entre sus dedos antes de girarlo—. Keith también ya debe estar ahí...

El corazón se me saltó tan solo oírla nombrarlo, el calor aumentó en todo mi cuerpo y verla abriendo la puerta con intenciones de atravesarla me hizo dar un paso al frente y soltar:

—Espera.

No tardó en voltear con los labios arqueados.

—¿Me vas a pedir que no se lo diga? —inquirió en un bufido—. No me corresponde a mí decírselo, no es mi problema, pero lo informaré debido a que es necesario. Además, él también tiene la misión de mantenerte vigilada. Sin embargo, ahora que estas fuera de la base y que se sabe que es el padre, todo cambiará. Quien sabe, quizá lo remuevan de tu caso, lo que sería bueno para ti ya que parece que no lo quieres cerca, ¿o sí?

No entendí por qué escuchar eso último hundió mi pecho en una inquietante sensación que quise desvanecer.

— Ya que el doctor indicó que no hicieras esfuerzos por estos días, quédate en el cuarto— me ordenó—. El teniente te traerá algo de comer más tarde y yo volveré con todo lo que necesitamos para que vivas aquí.

Dio un portón, dejando que el sonido comprimiera mi pecho y el silencio me vaciara en una larga exhalación. Traté de no ponerme ansiosa por sus palabras y no tomarle importancia al hecho de que Siete estaba en la base y ella se dirigiría al lugar para informar también de mi embarazo, no era el momento para preocuparme y sentirme ansiosa. Debía tener cuidado hasta de mis propias emociones ya que todavía seguía en riesgo. No podía alterarme, no podía estrenarme al saber que, después de tanto, todavía tenía residuos.

Una sonrisa de ironía cruzo mis labios, Frederick y sus hombres cumplieron con la amenaza que me hicieron una vez en el sótano y a pesar de que los residuos no eran letales, podrían empeorarme con el embarazo. Y ya no había sangre de experimento rojo ni verde para restaurarme, para ayudarme, para mejorarme.

Cerré los parpados y respiré hondo cuando la impotencia quiso enfurecerme, me contuve y la desvanecí, al parecer este sería mi calvario, pero haría lo posible porque ellos no fueran afectados, nacerían y yo estaría ahí para verlos crecer.

Solo yo, sin él, sin Siete.

Ignoré la opresión que no desvanecía en el pecho, y me aproximé a la puerta junto al tocador. Tomé el pomo para abrirla enseguida, dejando en tan solo un segundo el interior del baño visible.

No esperé que fuera amplio, con azulejos de piedra adornando las paredes y una enorme tina al final del cuarto. El lavabo se acomodaba en el centro de una barra amplia con el mismo tamaño que el espejo en la pared frente a mí, y con dos cajoneras colgando de cada lado.

Me adentré acercándome a la barra donde dejé la ropa limpia antes de enderezar el rostro hacia el espejo. A pesar de estar ligeramente empañado, mostraba parte de mi reflejo, ese mismo del que me arrepentí de ver. Los halagos de la obstetra llegaron a mi mente y no pude creer que me llamara hermosa al tener este aspecto. Por supuesto, eso era parte de su trabajo.

Dejando de lado mi cabello enmarañado y con restos de lo que me aventaron en la base, la suciedad, las heridas y los moretones habían tomado más fuerza en la piel de mi rostro, el lado izquierdo de mi labio inferior estaba amoratado y levemente ensanchado, mi mentón también tenía un gran enrojecimiento y ni hablar de la inflamación en mi parpado derecho ni la herida que se extendía sobre una de mis cejas y sobre el puente de mi nariz.

Estaba irreconocible. Bajé la mirada al cuello antes de llevar mi mano y rozar los dedos en la piel manchada de sangre seca, acercándome a la zona enrojecida donde se hallaba la herida. Era de unos centímetros y aunque ya no sangraba podía sentir el ardor palpitándome todavía.

Volvieron a lastimarme tal como en el sótano. Lanzaron la primera piedra aquellos que también cargaban con pecados similares, me juzgaron como lo peor cuando también fueron por años unos monstruos.

No sería yo la que abriría la boca confesando lo que les hicieron a los experimentos en el subterráneo solo por un ataque de resentimientos, pero esperaba que uno de ellos lo hiciera en su propio beneficio y los hundiera a todo, y si eso no sucedía, hallaría el modo en que empezaran a indagar en lo que se hacía en el laboratorio. Así como yo pagaría por mis actos, ellos también por los suyos.

No diré que estaba decepcionada, pero lamentarme de los hechos en el laboratorio seria como arrepentirme también de lo que cargaba en el vientre, y no lo estaba. Si nada de eso hubiera ocurrido, no me habría relacionado con Siete y no los tendría.

Y quizás no tendrían un padre presente, pero me encargaría de serlo todo para ellos, de ser yo lo único que necesitaran en sus vidas. Haría lo posible por reconstruir algo para nosotros una vez que reacomodara todo lo que había recordada de Anna y ellos y hablara a cambio de algo que me beneficiara.

Sabía que sería un largo camino por recorrer, pero tan solo esperaba lograr ser alguien mejor que los mereciera. Y sepultar mi pasado para no decepcionarlos.

Moví los brazos para empezar a quitarme el abrigo y apoyarlo sobre el brazo, me daría una larga ducha para relajarme, trataría mis heridas, comería y dormiría, eso era lo único que quería hacer por ahora, tratar de reconstruirme y olvidar a su padre. Me deshice de la sudadera, revisándome el costado donde había recibido el rodillazo, la piel apenas permanecía enrojecida, pero dolía al palparme con los dedos.

Sin perder más tiempo me saqué las bragas y desajusté el sostén antes de sacármelo y dirigirme a la tina cuyo interior estaba enterregado de suciedad, había una columna de ducha en la pared y no tardé en girar una de las llaves escuchando el brusco sonido en la tubería antes de ver el agua salir del fregadero y limpiar el suelo de la misma.

Batallé para conseguir agua caliente y tan solo sucedió, me hundí debajo de ella soltando un alargado suspiro. Cerré los parpados, sintiendo como cada musculo se relajaba, necesitaba esto, sentir de nuevo esa sensación de alivio y seguridad que él me brindó desde la noche en que dormí sobre su pecho.

Sensación que no fue más que una ilusión mía.

Minutos me tomé antes de lavar cada parte de mi cuerpo y tallarme la cabellera con las yemas. A falta de shampoo y tallador esto era lo único que me quedaba, aunque una vez los tuviera no dudaría en volver a ducharme.

Salí usando uno de los camisones como toalla momentánea debido a que eso era lo que no había en el baño, como tampoco papel. Terminé de secarme y empecé a vestirme, abotoné los jeans al sentir que todavía no me apretaban y me deslicé una sudadera encima del camisón.

Aparté la ropa sucia en un costado y colocándome delante del lavado me revisé las heridas una vez más, la del cuello apenas seguía sangrando. Desenredé el cabello observando los centímetros que abarcaban de mi raíz, debería pintármelo ya que el tinte de cabello estaba en la mochila, no habría razón para mantener dos tonos de cabello que no favorecían.

Aunque con tantos moretones, en estos momentos nada me haría lucir bien.

Unos golpes a la puerta de la habitación, me hicieron salir del baño, crucé todo el cuarto cuando no se detuvieron y tras tomar el pomo dorado, lo giré, abriendo la puerta que no solo me mostró un pequeño pasillo y una habitación en frente, si no al teniente con una bolsa de compras en su brazo y una charola repleta de aperitivos y...

—Te hice sándwiches, no has comida nada desde que llegaste y debes tener hambre— extendió una sonrisa que remarcó sus hoyuelos y el olor del pan tostado por poco me hizo relamer los labios.

—Qué amable, gracias.

—Lo que te dije ayer con lo de Maggie..., espero que me perdones. Era una orden no decirte quién eras y no era el único con ese mandato.

Así que fue una orden hacerme creer que era inocente. Que juego más cruel.

—¿Para qué ocultármelo? —quise saber.

—Para mantenerte tranquila y porque se creía que al estar rodeada de trabajadores con los que quizás llegaste a convivir en el laboratorio, recordarías más rápido—explicó, recargando parte de su hombro en el marco de la puerta—. Nadie tenía autorización de decirte quién eras, ni revelar información sobre ti a otros.

Dejarme cerca de las personas a las que les hice daño y dejarme convivir con esos niños fue insensible, sus rostros de decepción serían algo que no olvidaría. Si querían castigarme, lo hicieron muy bien, aunque ningún castigo se comparaba con lo que él hizo.

No obstante, no entendía por qué Gae se molestaba en venir hasta aquí trayéndome sándwiches y disculpándose por lo que hizo cuando solo era una orden y sabía lo que yo hice, sabía de las muertes y el desastre que provoqué, ¿por qué disculparse?, ¿por qué trataba de ser amable conmigo?

—Espero que no rechaces la cena— sus palabras me sacaron de mis pensamientos—. Me costó tostar los panes, se me quemaron unos cuantos.

Una débil sobria se extendió en mis labios y levanté el brazo tomando la charola.

—Gracias.

—También traje un botiquín para tratar tus heridas—sacudió la bolsa de mandado en su brazo.

—No hará falta, no son graves.

Su sonrisa se volvió una mueca cuando clavó la mirada en mi cuello negando ligeramente.

—La de tu cuello es la que más me preocupa— dijo y mi mano se movió al instante rozando los dedos cerca de la herida que aún me punzaba —. Al menos debe desinfectarse y poner una bandita, ¿me permites curarla?

Dudé, podía curarme yo misma delante del espejo, pero terminé asintiendo, haciéndome a un lado para que pasara al cuarto. No cerré la puerta siguiéndolo por detrás hasta el tocador donde dejó la bolsa y sacó una caja blanca que, por un instante, se me hizo familiar.

En alguna parte vi una parecida. No, creo que fue en el subterráneo...

Me invitó a acercarme más y me coloqué frente a él, dejando el platillo en un borde del tocador al tiempo en que lo veía sacar las botellas y remojar el isopo en una de ellas.

—Provoqué las muertes de cientos de personas, ¿no deberías tratarme como una asesina?

La pregunta resbaló de mis labios y Gae contrajo los parpados como si la misma le provocara gracia.

— No sé el trasfondo de toda tu historia, pero te conocí en el subterráneo el día en que te encontraron y seguí haciéndolo en la base — Dejó la botella y se enderezó delante de mí —, no pareces ser la clase de persona que dicen los demás, solo una chica que cometió un grave error para conseguir el órgano de su hermana.

Los nudos volvieron a mi garganta y sentí el escozor adueñarse de mis ojos, me contuve para no soltar una sola lagrima y no pude decir nada. Se acercó a mí de tal modo que sentí su sombra cubrirme, dejando tan solo unos centímetros entre nosotros y estiré el cuello cuando inclinó su mano y acercó el isopo a la piel. El contacto de la materia empapada con la piel herida, arrugó mi entrecejo y me arrastró entre labios un quejido.

—Cuando recuerdes todo del laboratorio, más específicamente de lo que hiciste, no se lo menciones a nadie— sus palabras y su aliento rozándome la mejilla terminaron haciéndome pestañear —. Pide un abogado, te dará las mejores opciones a cambio de lo que tengas por confesar.

No esperé que me diera un consejo al respecto, aunque eso era lo que planeaba hacer, lo que me quedaba hacer, una vez descansara y ordenara todo, pediría hablar, pero antes decir lo que quería a cambio de mi testimonio.

—Eso haré, gracias por el consejos.

Apretó su comisura derecha, una acción que por poco me recordó a él, y tomó otra botella que no tardó en abrir y remojar otro isopo antes de volver a mi cuello, y el desliz del material sobre la herida, más que dolerme, terminó adormeciendo el dolor.

—Entonces... — alargó—, embarazada.

Los nervios cosquillaron mi estómago, no había esperado esas palabras, aunque al final, era obvio que se sabría.

—Las noticias corren muy rápido—exhalé, mirando únicamente a su chaleco antibalas.

—Bajo este techo estoy seguro que lo harán en cuestión de segundos— dijo, ladeando su rostro y provocando que ese par de mechones oscuros resbalaba encima de su frente —. ¿Como te sientes con la noticia? Si no quieres responder, no hace falta.

—Preocupada— sinceré al instante—, pero feliz.

Muy feliz.

El asintió y siguió deslizando el material cuidadoso sobre la piel una última vez antes de apartar el isopo y tomar el vendaje.

—¿Se lo dirás a él? — me preguntó.

Los nervios aumentaron acelerándome los latidos y levanté la mirada de la venda en sus manos, me encontré con el gris de sus orbes, observándome con un atisbo serio y de interés.

¿Lo sabe?, ¿tendrá una idea de quién es? No, no siento que ella se lo haya dicho.

—O, ¿todavía no lo has recordado?

—Sé quién es, y sé que no le interesará saber que será padre— por poco me trabé con las palabras.

—¿Como lo sabes? — Se inclinó sobre mí, devolviendo la mirada a mi cuello donde sentí el leve roce de sus nudillos y la calidez de la venda cubriendo mi herida —, ¿cómo sabes que no le interesa?

—Porque solo me... — hice una pausa, no le iba a decir que me usó. Tragué lidiando con los nudos en la garganta, odiaba esta sensibilidad, odiaba que me doliera—, porque lo de nosotros no fue nada y se va a casar. No quiero ser la que llame cada mes para recordarle que debe sustentar a sus hijos y visitarlos cada tanto para que no lo olviden. No lo necesitamos.

Quiero creerme eso firmemente.

—¿Estás segura?

Su pregunta me confundió tanto como la chica de su pulgar cerca de la herida, ¿segura de qué? Se enderezó mirándome fijamente.

—¿Segura que se casará?

No entendí por qué me hacia este tipo de preguntas, ¿a qué quería llegar? Alcé la mano moviendo el dedo indicado.

—Tiene un anillo aquí, y, ¿qué es más seguro que conocer a su prometida en persona?

Me arrepentí de soltar aquello, esa sería una pista para sospechar de quién podría estar hablando. Por otro lado, él soltó una exhalación antes de guardar las botellas dentro del botiquín.

—Sé que no debería entrometerme, es tu decisión, eres la madre, pero— se enderezó al hacer una pausa y sentí sus dedos recargarse ligeramente sobre mi hombro —, ¿no piensas que sería mejor que se lo dijeras antes de que lo sepa por otros o de otro modo?

Un momento volví a sentirme perdida sin entender por qué seguía inquiriendo sobre el padre, pero entonces lo entendí, Gae sabía que el padre era Siete.

—Creí que me harías otro tipo de pregunta, como si recordé algo más de mí, de mi familia o del laboratorio — encogí de hombros antes de arrastrar aire—. Sabes quién es él, ¿verdad?

Una inquietante, pero débil mueca se extendió en sus labios. Una clara respuesta.

—Y seguro también sabias para qué fue por mí al subterráneo— solté, tomando en cuenta que seguramente esa noche lo vio salir de mi habitación—, ¿por qué tendría que decírselo?

Movió su brazo llevándose la mano a su desordenada cabellera revolviendo los mechones.

—Aun si esa fue su misión, es el padre— Negué con la cabeza. No podía creer que se tomara el valor para decírmelo después de que también me mintió —. Lo quieras o no al lado de tus hijos y aún si sabes que no le interesará, tiene derecho a saber.

El corazón se me contrajo oprimiéndome de nuevo en sensaciones que no quería volver a sentir, ¿y cómo iba a decírselo?, ¿con qué cara después de saber que me engañó y me usó? Solo para recibir su rechazo y para sentir como a pesar de la decepción y la humillación sus feromonas seguirían afectándome.

—Gracias por curarme y traerme comida — fue lo únicos que dije y alzó el mentón negando ligeramente.

—No quise incomodarte, no hablaré más de ese tema—se disculpó, mirando al tocador—. Te dejaré el botiquín y te traeré unas cuantas cosas que necesitaras.

Me rodeó aproximándose al umbral.

—Te traeré el televisor del sótano— se volteó extendiendo una media sonrisa que mostró sus dientes blancos—. Es de hace más de una década, pero está en perfectas condiciones y agarra canales suficientes como para que no estés tan aburrida.

Se marchó luego de decirlo y me entorné al espejo del tocador en forma de arco reparando en el vendaje en mi cuello. La sensación de vacío y opresión seguía intacta en mi cuerpo, ya no quería pensar más en él, no quería escuchar ni oír que otros lo mencionaran, y tan solo esperaba que lo removieran, que no lo trajeran a donde me hallaba y que nunca más volviera a encontrármelo.

Que nunca supiera que esperaba a sus hijos.

Volví a mirarme el vientre cuya inflamación resaltaba un poco más bajo la tela de los jeans, más de lo que lo hizo alguna vez en la base. Quizás porque sabía que dentro crecía no uno, sino tres pequeñines. Los acaricié una vez más, soltando un alargado suspiro.

—No lo necesitamos—susurré, sintiendo como los nudos volvían a mi garganta al instante en que la presión se apoderaba de mi pecho —. No necesitamos a su padre para ser felices.

(...)

¡AAAH!

¿No se esperaban que fueran trillizos?

¿Querían uno?

¿Dos?

¿Siete?

¿Cuál fue la escena que más les gustó? Siendo sincera, me encantó la escena de la ecografía, y, ¿a ustedes?

Bueno bellas, no me queda nada más que agradecerles porque Nastya y Siete están acercándose a su 2Millon y Rojito por ahí va aproximándose a su 6Millon, estoy tan feliz y agradecida con ustedes, porque de no ser por sus recomendaciones, sus edits, las frases que publican entre muchas otras cosas, Rojito y Siete no estarían siendo conocidos.  En serio bellas, muchísimas gracias, estamos creciendo cada vez más.

LOS AMO MUCHO, MUCHISIMO.

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