Te utilicé

TE UTILICÉ
*.*.*

(LOS AMO, DRAMA QUEEN)

—...Así que empieza por decirme, si no quieres que sea peor, Nastya.

Los sentidos flaquearon ante la tortura con la que sus carnosos labios soltaron esa advertencia, con una sensual lentitud que por poco embobaban mi boca para que imitara sus movimientos

O peor aún. Tentando mi boca para hacerla abrir y devorar la suya tanto como deseé hacerlo abajo, besarlo con una locura desmedida.

Arrancar el sabor de esa textura cálida y suave con cada movimiento de mi lengua, degustarla hasta perderme en la adicción que me provocaba y volverme dependiente de ello.

No. No voy a hacer eso. Mi entrecejo se hundió tratando de no perderme en ese deseo carnal, sintiendo como al cerrar los parpados las ultimas lágrimas se derramaban en mis mejillas, goteando una que otra contra sus pectorales: recorriendo esa endurecida y blanca piel hasta encima de sus areolas.

—De esta manera no quiero tenerte, deja de acorralarme— casi se lo gruñí.

Traté de torcer el rostro hacia un costado, con la necesitada urgencia de romper con el contacto tan estacándolo entre nuestras bocas. Pero mi siquiera pude moverme ni un par de milímetros debido a los dedos apretando más mi quijada.

— Tendrás que acostumbrarte porque así es como te voy a tener, mujer— la vibrante ronquera con la que, arrastraba peligrosamente cada palabra sobre mi boca, no solo secó toda mi cueva bucal, sino que perforó mi cuerpo con un escalofrió estremecedor.

Una maldición se escupió en mis entrañas, las cuales estaban encantadas con ese calor concentrándose en mi entrepierna, y abrumadas por la hechizante ronquera de su voz que intentaba apagar esa maldita culpa y bloquear el ardor acalambrando mis nudillos después de romper la mitad del espejo en el lavamanos.

Odié todavía más la fuerza de sus feromonas.

No. Mejor dicho, estaba odiándome más por no poder combatirlas tan si quiera un poco, no poder apartarlo de mí y de una vez por todas, terminar con todo esto en vez.

Terminar con mi lamento que por mucho que Anna y todos los demás involucrados me hayan mentido, al final era culpable por soltar los gusanos. Era igual de culpable. No podía hacer nada al respecto y llorar era una pérdida de tiempo de lo que ya estaba harta y fastidiada.

Y terminar con el engaño a Siete. Le omití la verdad para sobrevivir, aunque el hecho de confesarle lo del frasco que no era mío, me hizo creer que me mataría. En serio que sí. Aun así, permanecí ocultándole la verdad e involucrándome con él más de lo que no debí.

Por eso también tenía que terminar con la atracción sexual entre los dos, al menos con la de él. Porque él era un experimento capaz de matar, y yo la mujer que cometió un error. Si dejaba que esta lujuria adictiva creciera con el engaño de por medio, no terminaríamos en nada bueno.

—No puedo acostumbrarme con esta tensión — me queje, sintiéndome perturbada cuando por un instante, parte de mi boca quiso cerrarse y lamer su labio inferior.

Una vez más empujé con desespero mi mano contra su torso rotundamente caliente y sin esperar más, tiré de mi rostro con la intención de alejarme de la tentación.

Pero esos dedos terminaron ladeándome tras apretarse más a mi quijada, profundizando escandalosamente el toque de nuestras bocas y esa humedad de su aliento remojando no solo la piel de mis labios, si no esa parte tan sensible de mi cuerpo dónde un acalambrado calor invadió el interior de los músculos más bajos de mi vientre.

Las rodillas me flaquearon ante esa palpitación tan indeseable tensionándome el sexo.

—Sabes por qué te tengo así— A mi mente el recuerdo del baño de mi destruida habitación llegó, sintiendo como apenas apartaba sus labios un centímetro de los míos—. Aunque no está de más decir que me gusta sentir hasta la última parte de tu cuerpo estremecerse bajo el mío.

Temblé sintiendo las piernas de gelatina cuando sentí ese tonificado muslo acomodándose brusca e instantáneamente en el espacio bajo mi entrepierna me impidió detener la exigencia en mi sexo.

La tortura comenzó cuando ese montón de áspera tela que cubría su caliente y endurecido musculo se presionó contra ese par de pliegues desnudos e hinchados de tensión. Respingué contra su cuerpo, golpeando más mi boca contra la suya en la que escupí un gemido que salió mayormente mudo, congestionado por el placer que ese roce tan escandaloso provocó.

Mis uñas se hundieron en la piel de su torso solo sentir como esa tela se humedecía de mi propia lubricación.

—Maldición, Siete —jadeé entre lágrimas, cuando volvió a presionarse no solo una, sino hasta dos veces.

Me desinflé entrecortadamente cuando una tercera vez se presionó como si masajeara esa zona tan empapada.

Esto no estaba nada bien, si lo dejaba seguir acabaría conmigo y no podría decir nada.

—¿Es que piensas tentarme así? — aventé, moviendo mi boca contra la suavidad y caliente carnosidad de la suya que se tensionó—. ¿Con tus feromonas crees hacerme hablar? Lo único que lograras será que te tenga unas malditas ganas de montar y no termine por decir nada.

Gruñí aquello rabiosa de la tensión entre mis piernas, exigiendo desvergonzadamente su miembro dentro penetrándome con bestialidad.

Exigiendo sus embestidas con el movimiento de su cadera y sus jugueteos con mi sexo tal y como lo hizo en ese maldito sofá donde mi cordura se fue al demonio con él.

Y sentir como esas oscuras comisuras estiraban sus labios en una retorcida mueca que apenas se asemejaba a una sonrisa diabólica que coloreé en mi cabeza, me estremeció con tanta rotundidad que ni siquiera pude retener el jadeo.

— Ganas son las que tengo de arrancarte la ropa y alimentarme de lo que te escurre aquí abajo—su gruñido ronco y bajo rozando sus dientes contra mis labios no se comparó al profundo roce que hizo ese bulto tan endurecido y agrandado contra mi vientre.

Y solo sentir sus caderas menearse y apretándome esa palpitante erección bajo la cremallera de su uniforme, bombeó sangre descontrolada y caliente a todas partes de mi cuerpo.

El gemido que me arrebató contra mi voluntad quedó marcado en sus carnosos labios, esos que sentí rígidos, antes de sentirle inflar con fuerza su pecho solo para exhalar en un ronco e hipnotizo sonido.

—Pero no estoy aquí para saciar mi apetito, así que empieza por decirme qué te incitó a tener este maldito impulso— su peligrosa advertencia vino acompañada del ligero apretón de sus dedos en mi muñeca contra la pared junto a mí: esa cuyos nudillos se acalambraban por las heridas—. ¿Por qué razón te viste en la necesidad de lastimarte?

Apenas pude sentir sus labios apartarse un milímetro de mi boca, pero no lo suficiente como para no dejar de sentir el roce de su suave textura o esa exhalación que trataba de adormecerme la fuerza de voluntad.

Se me arrugó la frente, frunciendo hasta las cejas al sentir pavor de lo que ocurriría cuando le dijera que todo este tiempo lo estuve engañando.

Que fui una de las involucradas.

Que solté los gusanos que terminaron contaminando a los experimentos que se incubaban ese día.

—Nastya...

Su bestial voz llamándome en un tono engrosado como si retuviera un gruñido, zarandeó mis músculos bajo la piel.

—Te lo diré —susurré con el aliento atemorizado, sintiendo como el movimiento de mi boca se moldeaba a la suya como si estuviera por besarlo—. Pero deja que me aleje más de tu boca, porque no puedo pensar con claridad teniéndote tan cerca.

Y, al instante, volví a tratar de torcer mi rostro hacia un costado con la intención de crear distancia. Aquel movimiento tan brusco y desmedido en el que no pude si quiera librarme de sus dedos, consiguió que el agarre fuera más brusco y esa carnosa boca se apartara de mí, apenas un par de centímetros, sintiendo como mis labios se invadían de una brisa helada y extraña ante la ausencia del calor de los suyos.

Mis parpados se extendieron, parpadeando solo para encontrarse con esa comisura izquierda estirándose torcidamente en una desquiciante y temeraria mueca que me agitó los nervios, sacudiendo ese órgano tan palpitante detrás de mi pecho.

El escozor amenazó con adueñarse de mis ojos cuando tras apretarme un poco más la quijada, subió más mi rostro para dejarme cruelmente atrapada en esos feroces orbes reptiles platinados, dueños de una escalofriante oscuridad y una severidad tan perturbadora como enigmática.

No pude creer que, a pesar del momento, todavía me descubriera construyendo hasta el último rincón de su rostro, memorizando esas desgarradoras facciones que creaban un hombre dominante, atractivo y temerario.

—Habla, mujer—esbozó en un tono espeso y peligroso, sin desvanecer esa torcedura de mueca que retorcía su oscura belleza.

Mi mentón tembló con una terrible sensación de temor invadiéndome los huesos, la adrenalina me descompuso la respiración, apretujando mi pecho todavía más con el suyo por la manera en que se inflama desequilibradamente.

Esos feroces orbes que devoraban mis fuerzas, dejaron de mirarme para clavarse en esa parte de mí, en la manera en que mis areolas endurecidas se pronunciaban bajo la tela y contra la piel de su torso desnudo.

Estaba segura que él sabía que estaba sintiendo miedo ahora mismo. Miedo de sus reacciones y de lo que pudiera hacerme, miedo de que su rostro se transformara en odio y rabia tal y como Dmitry lo hizo aquella vez en el bunker, antes de abofetearme y entregarme a Jerry.

Y por ese miedo que estaba emitiendo mi cuerpo poco a poco, seguramente él sentiría que ocultaba algo. No iba a dejarme salir de esta hasta que se lo dijera tal y como sucedió en el baño de mi destruida habitación.

Aunque decirle o no dependía de mí decisión, no iba a quedarme callada. Estaba cansada de lamentarme, hastiada de enterrarme más en el maldito papel de villana en el que Anna me envolvió. Y sumando a eso, harta de engañarlo cuando él no se lo merecía, ya bastante le habían mentido manteniéndolo encerrado en un cuarto y en una incubadora.

—Te utilicé— revelé, recibiendo esos despiadados orbes rasgados que, sin pestañear, subieron para clavarse con rotunda frialdad en los míos—. Te utilicé para poder sobrevivir.

La voz por poco se me rasgó de temor. Aún con esa inexpresiva mirada tan fijamente sobre mí, intenté endurecer el rostro para no romperme. A duras penas lo logré debido al miedo haciéndome temblar.

— Sabia que sin ti no iba a durar un día en este lugar— recalqué, la mirada se me cayó un instante sobre el tenso vaivén que hizo su manzana de adán—. Mirabas temperatura, sentías vibraciones, escuchabas a la perfección. Eras el hombre ideal para mi supervivencia, por eso intenté que te quedaras conmigo hasta que cambiara mi aspecto.

Respiré tan hondo como pude cuando el aliento se me escapó porque, con esas últimas palabras que solté, ver como esa comisura izquierda se arrugaba sin estirarse no fue la única reacción que tuve de él.

Ese rostro varonil con toda su cabellera desordenada y uno que otro mechón negro cubriendo su frente, se enderezó delante de mí construyendo no solo una aterradora sombra cubriéndome la piel de una gélida y miserable presencia, sino dibujando también horripilantes sombras sobre sus diabólicos orbes en los que el color platinado desapareció sin dejar rastro, dejando únicamente esas escalofriantes esferas negras ser lo único que retorcieran hasta la última fibra muscular de mi cuerpo.

Y temblequeé.

Toda mi existencia se hizo pequeñita e insignificante, temblando como un manojo de nervios hasta deshacerme ante el amenazador peligro que toda su sombría y enigmática imponencia emitía.

Más diminuta me sentí cuando le sentí respirar largo y con profunda lentitud par exhalar encima de mí, bañando hasta el último centímetro de mi rostro con todo ese suave y hechizante calor.

—¿Y crees que me utilizaste?

Un escalofrío sacudió ligeramente los músculos de mi cuerpo ante el crepitar tan rotundamente marcada de su gozo y esa vibración de su pecho.

—No lo creo, lo sé —articulé con rapidez, aclarando la garganta cuando atisbé la presión que hizo ligeramente con su mandíbula—. Aunque en la enfermería no pude, aun así, tuve esa intención. Pero cuando me encontraste en el túnel, si te utilicé.

Y entonces, esa comisura se estiró más, sus carnosos labios se separaron mostrando esa hilera de dientes blancos desbocó mi corazón con latidos nerviosos y adoloridos.

Escupí cientos de maldiciones en mi interior cuando sentí ese calor espolvoreándose sobre mis mejillas, al igual que ese cosquilleo nervioso invadiendo el interior de mi estómago. Sensaciones que ni siquiera debía estar sintiendo ahora mismo, estaba siendo producidas para mi lamento.

—Se te olvida que no soy un simple humano, pequeña — soltó paulatinamente bajo y peligroso, al mismo tiempo en que su pulgar se apartó de mi quijada solo para deslizarse a lo largo de mi mentón y detenerse debajo de mi labio inferior.

El pequeño toque, me hizo tragar.

—Sé que no eres un simple humano— aclaré al instante y esa última palabra me salió forzadamente cuando él negó con la cabeza una sola vez.

—No estas entendiendo— pronunció volviendo a ladear ese rostro en el que me perdí completamente—. La forma en que tu cuerpo reaccionaba antes de la enfermería te delató, y aun después siguió haciéndolo.

Pestañeé sintiéndome confundida y apenas desconcertada porque no estaba entendiéndolo, ¿qué quería con eso de que mi cuerpo me delató?

La confusión que me hizo sentir se tambaleó ante la presencia de esa cálida yema trepando sobre mis labios. Y el simple contacto y la manera en que dibujó la estructura de mi boca, me la abrió para exhalar corto, una corta exhalación que por poco se convirtió en un inesperado gemido cuando su muslo hizo un movimiento contra mi zona llena de fragilidad y todavía hinchada.

Hice un crujido con los dientes, apretándolos tanto como pude, al igual que las piernas cerrándolas contra su músculo para detenerlo de hacer otro movimiento.

¿Por qué está rozándose a mi sexo? Acababa de decirle que lo utilicé y que se moviera así, no estaba ayudándome en nada.

No te pierdas, Nastya.

—Nunca lograste utilizarme y hasta entonces no has podido hacerlo —tiró de mi labio inferior, solo para soltarlo y hacerlo rebotar—. Si estoy aquí es porque quise que sobrevivieras y si sigo es porque todavía lo quiero así.

No sabría explicar qué me hizo sentir su aclaración que, a pesar de haber sido soltada en un tono inesperadamente ronco, la sentí envuelta en frialdad y crudeza. Pero el hecho de escucharlo recalcar eso ultimo logró que algo tratara de romperse en los oprimidos huesos de mi pecho, en tanto ese pulgar acariciaba con profundidad mis labios.

—¿Por qué quisi...? — detuve mi cuestión, arrepintiéndome de inmediato tras negar con la cabeza. No debía haciendo preguntas ahora mismo, debía estar mencionando mis razones de una vez por todas.

—Termina tu pregunta— soltó paulatina y espesamente, mientras ese pulgar seguía acariciando mi labio inferior, repasando su estructura con profundidad.

Volví a negar con la cabeza, apretujando apenas mis labios contra el toque de su pulgar: una acción que él observó solo un instante.

Si supieras la razón por la que intenté utilizarte no estarías jugando con mi boca. Y si conocieras la razón por la que intenté utilizarte te habrías arrepentido de salvarme.

— Te hubieras ido cuando decidiste dejarme, Siete— tenté a decir, dejando caer la mirada sobre sus pectorales cuando las palabras salieron apagadas de mi boca.

Contemplé la manera en que su pecho se inflaba con profunda lentitud, un par de centímetros y la parte baja de mi mentón se rozaría contra esa dura estructura.

Tuve una enorme intención de aparta mi mano de su torso para subirla y dibujar no solo ese par de pectorales, sino cada musculo que formaban su cuerpo una última vez, pero solo pude deslizar mis dedos sobre unos centímetros de su costado, repasando esa caliente y endurecida estructura que mis labios apetecían recorrer.

—Habrías estado en el exterior ahora mismo, a salvo con los demás — mi voz salió hastiada pero herida —, y no encerrado en este maldito lugar pagando algo que no debes.

Y esos dedos volviendo a mi quijada para levantarme todavía más el rostro de tal forma que se me estirara el cuello, crearon un quejido en mi garganta.

Un quejido que fue acallado ante el suave e instantáneo contacto de esa puntiaguda nariz rozándose contra la mía. Esa suavidad en la que estuve a poco de perderme si no fuera porque terminé entenebrecida al encontrarme con su depredadora mirada llena de una estrujante intensidad.

Y volví a temblar solo para sentir como se me rompían los huesos.

— ¿Estas reprochándome por qué volví o porque no te dejé morir? —los huesos se me sacudieron ante sus espesas palabras, esas que estaban llenas de un aire irritable—. Se más clara, mujer.

Negué con la cabeza o eso intenté debido a su agarre, al final solo pude fruncir las cejas y apretar la mandíbula.

—Te estoy agradecida de que volvieras por mí y me salvaras todo este tiempo—
aclaré sin titubeos—, porque si algo es cierto es que no hubiera sobrevivido en la zona verde con parásitos cerca, si no fuera por ti.

Recargué mi nuca contra la pared, eliminando el toque de nuestras narices solo para encontrar como esa mirada espeluznante, ligeramente se ladeaba hasta dejar caer del montón de su desordenado cabello negro, un delgado mechón sobre su blanca frente.

— Pero me hubiera encantado que tuvieras una clase de vida fuera de este infierno— repuse con sinceridad, sentí como una parte de mis labios se estiraba con burla a mis palabras—. Pero él hubiera no existe, y ahora vas a tener que estar sobreviviendo aquí. Eso es lo que me enoja.

El remolineo de fuego y hielo en el estómago, comenzó a producirme nauseas

— ¡Pero no tanto como me enoja lo que hice y lo que no puedo hacer por esos malnacidos! —La rabia que aquellas gruñidas palabras desataron en mi me apretaron los puños, sintiendo el pinchazo de dolor invadiendo los huesos de mis nudillos heridos.

Maldita Anna Morózova, perra desgraciada. Ojalá mueras tú y todos los malditos perros que tuvieron que ver en esto.

—Deja los rodeos, mujer— El agarre en mi quijada se volvió más fuerte—, y di lo que hiciste.

—Te arruiné la vida— confesé, esas palabras tenían marcadas los sentimientos de culpa—. Eso fue lo que hice, Siete.

El dolor y la rabia me retumbaron en el pecho y punzaron mi cabeza. Respiré hondo llenando mis pulmones de valentía, pero titubeé cuando vi el temblor de una de sus oscuras cejas y esa rigidez adueñándose se su quijada.

A pesar de que el subterráneo quizás no era vida para él ni para el resto de los experimentos por no tener la libertad de hacer lo que quisieran, al menos tenían algo parecido a vida.

No corrían el riesgo de morir en cualquier momento, no vivían todo el tiempo atemorizados y ocultándose en lugares pequeños o apretados como lo hicieron desde que solté los gusanos. Dormían tranquilamente en vez de escuchar gruñidos o bramido de dolor, y en vez de hacer guardias a cada momento como él hacía que hasta entonces ni siquiera lo había visto descansar.

—Tu vida, la de esa mujer en el almacén, la de esos niños de los que te hablé debajo del manto y la de todos los experim...

Las palabras se me arrebataron cuando los dedos en mi quijada se apartaron para hundirse en mi cabellera, aferrándose a mi nuca para empujar con una brutalidad dolorosa mi rostro hacía esa carnosa boca que se tragó mi gemido sollozo.

Mi alma entera se desprendió de mi cuerpo, siendo perforada por su boca devorándome con una efusividad tan desmedida que hasta perdí el aliento.

Por otro lado, los dedos de mi mano hundiéndose en la piel de su torso lo empujaron al tiempo en que mi rostro luchó por apartarse. Pero solo sentir esa lengua, emergiendo para comenzar a saborearme la textura de mis labios como si de dulces se trataran, degustándolos con tanto desespero y tanta necesidad como si su vida dependiera de ellos, empezó a deshacer mis fuerzas.

Deshaciéndome pedazo a pedazo, volviéndome nada.

Se apretó mi existencia con notable fuerza sin dejar un solo centímetro de nuestro cuerpo separado del otro. El calor protector y dominante que su piel y sus endurecidos músculos desprendían empezó a asfixiarme.

—¿Siete...?

—Te tengo de la misma forma en la que te tuve en ese baño— refunfuñó contra mi boca. Sus dedos apretándose a las raíces de mi cabello—. Y que me sueltes tu carga más pesada cuando aún tengo las armas puestas, no es de inteligentes.

Sus dedos manchados de la sangre de mis nudillos abandonaron mi muñeca de la pared para adentrarse en el poco espacio entre nuestros cuerpos, aferrándose a su ancho cinturón, justo sobre uno de los mangos de armas que se oprimía en mi estómago.

— ¿No te aterra? — inquirió amenazante, pronunciación mucho esa erre—. ¿No te da miedo lo que puedo hacerte?

Asentí con la cabeza, terror a la muerte en este momento sí, ¿y quién no lo tendría? Nadie querría morir. Pero también me daba terror ver un gesto de odio y rabia reflejado en su rostro, y ese gesto estaba segura que lo tenía ahora mismo.

—¿Como no voy a aterrarme? — por poco sollocé contra su boca que se alargó como si se torciera en otra mueca—. Pero a tus armas no es a lo que tanto temo, Siete. Y no me voy a excusar por qué le hice esto a tu gente, demasiado cansada me siento con la puta culpa con la que cargo.

Eso ultimo lo aventé espesamente entre el crujir de mis dientes, tirando de mi rostro para apartarme de sus labios otra vez, de nuevo esos dedos en mi quijada me mantuvieron en la misma posición.

— ¿Estas tan segura? — preguntó, la asperidad de su voz se anudó a mi garganta, esa que dolió cuando la mano en el mango de su arma se apartó solo para ahuecar una de mis mejillas—. Ni la atracción entre nosotros puede evitarme empuñar el arma y dispararte a la cabeza o dejarte morir fuera del área, porque no hay sentimiento de por medio más grande que la ira que guardé por humanos como tú.

Se me arrugó el rostro hasta enrojecerlo ante sus frívolas, pero gruñidas palabras, sintiendo ese pinchazo reventándome el pecho, y ese líquido adueñándose con desgracia de mis ojos, esos que se mantenían ocultos bajo mis parpados.

—Si quieres matarme o sacarme del área, hazlo— tenté con un marcado movimiento de mis labios, sintiendo como las lágrimas seguían derramándose de mis ojos—. No voy a oponerme, pero si me dejas viva en el laboratorio voy a seguir luchando por sobrevivir.

Y pese a sus dedos enterrados en mi cabellera, quise empujar mi cabeza hacía atrás deseando tener lejos esa boca, algo que no logré cuando esa boca se cerró sobre la mía en un vehemente beso lleno de sentimientos desgarradores.

El sonido que sus labios produjeron sobre los míos, fue una melodía que me quebró en un sollozo que a duras penas logré tragar, pero lo que no logré ocular, fueron ese par de lágrimas deteniéndose por sus mejillas.

—Te creí más fuerte, pequeña — su gruñido ahogado en el hueco de mi boca, me comprimió el corazón al tamaño de un puño pequeño—, llegué a pensar que te mantendrías callada por más tiempo, pero te subestimé.

¿Qué?

Esa palabra apenas se iluminó en lo profundo de mi cabeza, como todo un cúmulo de pensamientos confusos y aturdidos que sus palabras construyeron pero que al instante fueron amortiguados cuando ladeó su rostro y hundió esa carnosa boca con rotunda voracidad contra la mía.

Su mano en mi nuca se apretó más para, el desespero y la locura con la que empezó besarme, me hicieron jadear. Un jadeo que se alargó cuando empujó esa larga lengua en mi interior sin ninguna pisca de amabilidad, acariciando mi lengua que quedó embriagada por sus caricias, tentada a reaccionar, a moverse, a entregarme a la bestialidad con la que Siete trataba de poseerme.

Esa estremecedora descarga placentera invadiendo mi vientre, humedeció todavía más aquellos labios apretujados contra su muslo. Pero el calor invadiéndolos no se comparó al intenso y tan inesperado calor que ese bulto presionándose contra mi vientre emitió a través de mi camisón cuando se agrandó más.

Mis sentidos temblaron ante ese ronco gemido saliendo de su boca: un sonido tan vibrante y tan exquisito que hundió mis cejas con fascinación.

No, no, no, esto no está bien.

Una parte de mí, afectada por sus feromonas deseó la bestialidad con la que trataba de poseerme y con la que me tentaba a corresponder. Pero la otra parte que era mi conciencia intacta, confundida y contraria a la debilidad que me hacía sentir Siete, gritó que lo detuviera.

Y gritó tan fuerte, que esas corrientes acalambradas fluyendo a través de mi cuerpo me hicieron respingar.

Mordí ese carnoso labio superior para torcer mi rostro nuevamente, recibiendo esa queja ronca y gruñida escupiéndose contra mi mentón. El corazón me estalló con palpitaciones desconcertantes y abrumadoras cuando esa inesperada risa varonil, ronca y engrosada brotó escalofriantemente, solo un instante dejando huella en esa parte de mí.

¿Qué significa esa risa?

— ¿A qué te refieres? — susurré sintiendo como ese par de labios se apartaban del mentón, dejándome ver el enrojecimiento de sus labios tan tentadores conforme enderezaba su rostro apenas unos centímetros de mí—. ¿De qué hablas?

Nuestras respiraciones se mezclaban jadeantes. Pero la mía aumentó de ritmo ante el miedo y la confundió que empecé a sentir cuando no solo vislumbré la manera en que sus labios se torcían tras apretar su quijada, sino la manera en que esa esférica mirada demoniaca empezó a mirarme.

Una mirada que, a pesar de ser tan hipnótica, era aterradora, bastante diferente a las otras veces en que llegó a mirarme.

—¿Lo sabías? — el aliento se me escapó con esa pregunta resbalándome de la lengua con apenas temor y un amargo sabor—. ¿Ya lo sabías o qué? Respóndeme.

El escozor volvió a mis ojos como el temblor a mis muslos cuando ese pulgar acarició mi pómulo con delicadeza, pero me rogué no llorar, no romperme delante de él.

— El almacén no fue el único lugar donde miré tu temperatura— articuló, y la manera tan tensa en que sus largos labios se movieron para espetar aquello, me apretaron los labios—, incluso antes de que todo esto empezara, también te vi.

El shock me golpeó el cuerpo con demasiada brutalidad.

Los parpados se me extendieron en una clase de perturbadora sorpresa, sus palabras me habían alterado tanto que por segunda vez se me aceleró la respiración.

¿Qué demonios estaba diciendo? ¿Cómo que me había visto antes? ¿Dónde me miró? No, no, no, esas preguntas ni siquiera eran importantes. ¿Por qué nunca me lo dijo?, ¿por qué todo este tiempo se quedó callado?

Tantas preguntas se formularon tanto en mi cabeza como en la punta de mi lengua que mis labios hicieron todo tipo de movimientos sin saber qué soltar.

—¿Dónde me has mirado? —la voz me tembló, estupefacta mientras sentía como ese pulgar viajaba de mi pómulo hacía mis labios solo para repasarlos con caricias estremecedoras—. Si sabías lo que hice, ¿por qué no me mataste?

—Tengo mis razones para no hacerlo—Quedé abrumada ver como sus labios se estiraban en una retorcida mueca, bajo esos orbes oscurecidos.

—Quiero saber tus razones—pedí enseguida.

— No— interrumpió apenas en un gruñido en el que pude ver como sus carnosos labios se separaban y mostraba ese par de hileras de dientes blancos apretándose.

—¿Por qué? — necesité saber, y traté de estudiar su mirada, esa diabólica esencia que emitía sin pestañear, empezaba a desconcertarme como sus razones para mantenerme viva—. ¿Por qué no quieres decírmelas?

Durante todo el tiempo que traté de sobrevivir en el laboratorio, solté muchas cosas que me harían sospechar como una de las involucradas. Cosas más relevantes que las que llegué a susurrar en el almacén en donde me escondí cuando todo empezó.

—¿Crees merecerlas? — ante la ronquera tan marcada de su grave voz, un escalofrió retorció toda mi columna.

—Tan solo respóndeme por qué me dejaste viv...

Y ese dedo apretándose contra mis labios, acalló mis palabras.

— Tienes suerte de que ordenará a esa hembra mantenerse lejos de escucharnos, pero eso no durara mucho— aseveró, a mi mente la imagen de 06 Negro apenas se iluminó —. Así que mantén esta conversación sellada en tu boca y no hagas preguntas porque no soy el único que puede escucharte aquí.

Esos depredadores orbes platinados cayeron un instante sobre mi boca que todavía estaba siendo cautivada por las caricias de su pulgar, dibujando la estructura de mis labios con desconcertante lentitud.

Sacudí la cabeza como pude en una desesperada negación. Después de saber que sabía quién era yo, ¿no quería que hiciera preguntas?, ¿en serio? No, lo que más desconcertaba es que después de decirme todo esto, me besara y me tocara la boca, ¿qué demonios?

—¿De verdad crees que me voy a quedar callada? inquirí y no esperé a soltar: —. Solo respóndeme, ¿por qué me dejaste vivir, Siete?

Tras mis preguntas no dejé de analizar su depredadora mirada, esa que aseverada se dejó caer sobre mi boca antes de que de un instante a otro todo ese calor que oprimía y asfixiaba mi cuerpo, manteniéndome la espalda pegada a la asperidad de la pared, se desvaneció cuando él se apartó de un solo movimiento.

Sentí esa brisa helada comenzar a invadirme hasta la última pulgada de mi cuerpo antes de que un calor empezara a espolvorearse en el centro de mi pecho cuando esos orbes llenos de una indiscutible frialdad caían sobre mi pecho cuyas areolas seguían marcándose bajo el camisón.

—¿Crees que te voy a responder? — espetó la orden subiendo con una estremecedora lentitud a lo largo de mi cuerpo, erizando hasta la última vellosidad restante en mi piel.

—Sí — aseveré—. Porque no lo entiendo, mataste a un involucrado, ¿por qué a mí no?, ¿cuál es tu maldita razón para dejarme viva?

Los músculos del cuello se le tensionaron al igual que la mandíbula.

—De ti depende quedarte callada o ponerte en riesgo soltando tonterías— escupió entre dientes su advertencia—. Si quieres una respuesta, la obtendrás cuando yo diga. Cura tus heridas y entretente con algo, porque me voy a tardar.

(...)

Cositas hermosas, al fin capítulo. Iba a ser más largo pero no logré terminar la segunda escena que era con contenido adulto, así que pronto lo tendrán. Mientras tanto disfruten te este intenso capítulo, y pronto se viene un recuerdo. Por lo tanto habrá reto también.

Muchas gracias bellos experimentitos.

Espero que este capitulo les haya gustado.

LOS AMOOOOOO.

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