Te equivocaste de hombre

TE EQUIVOCASTE DE HOMBRE
*.*.*

(Imaginen que aquí hay un bonito separador)

Apenas pasaron minutos desde que bajamos los escombros, y no pude dejar de pensar en lo que él dijo.

No es suficiente para mí.

...Te sacaré de este maldito laboratorio.

Estaba muy confundida, el comportamiento de este hombre empezaba a inquietarme. No podía entender como esas palabras se escucharon como si estuviera preocupado por mí, y gracias a ello, una historia trágica estaba siendo escrita en mi cabeza, y por loco que fuera, los personajes principales éramos Siete y yo.

Imaginaba lo que sucedería si la protagonista le mencionaba al experimento que ella no quería salir a la superficie todavía.

Si le mencionaba que se encontraría con esos bastardos que la dejaron en el sótano y le hicieron daño.

Y si le mencionaba que quería cambiar su aspecto físico porque tenía miedo de que todo lo que le sucedió se repitiera. Porque quizás, seguirían creyendo que el frasco con sangre de experimento era de ella y que tratarían de hacerle daño otra vez.

Trataba de imaginar cómo reaccionaría Siete si le contara ese medio lado de la historia, y para ser franca, en mi cabeza él volvía a acorralarme contra la pared, con una mano deslizándose alrededor de mi cintura y la otra apretando la boquilla del arma en mi cabeza.

No quería que me acorralara de esa forma otra vez. La manera en que me hizo actuar en el baño y la manera en que me analizó, me tenía muy inquieta. Me abrumaba no saber cómo me estudiaba y qué tanto podía predecir de las reacciones de mi propio cuerpo como para saber que mentía o estaba siendo sincera.

Por lo tanto, el final de la historia en mi cabeza era inconcluso confuso, turbio e impredecible. Pero, a pesar de ser tan impredecible, había una parte de mí que no dejaba de repetirme una y otra vez que intentara contárselo a pesar de todo.

Que, en vez de intentar escapar, tratara de aferrarme a él.

Sin él no podría sobrevivir y salir a la superficie. Era un un experimento que podía ver temperaturas, sentir vibraciones y escuchar sonidos a kilómetros, nadie que estuviera en mi lugar desperdiciaría dicha oportunidad. Y sí lo convencía de que necesitaba cambiar mi aspecto, sería más la probabilidad que tendría para escapar de este lugar sana y salva, que tratar de sobrevivir por mí misma.

Sonaba muy egoísta, ¿cierto? Utilizar a un experimento para sobrevivir... Un experimento que me habían amenazado de muerte dos veces.

No quería y no debía hacerlo, pero si no era él, ¿quién más? No me quedaba nada, y el laboratorio cada vez más colapsaba, cada vez más se hundía, cada vez más era difícil permanecer con vida. Al parecer, él era lo único que me quedaba. Y no estaría mintiéndole, solo ocultando información. Sería como decir una verdad, pero a medias, ¿cierto? Tal y como sucedió en el baño.

Me mordí el labio antes de subir el rostro y mirar lo poco que alcanzaba de su perfil varonil, la perfección misma se asomaba hasta en el último centímetro de su rostro, pero el atractivo se volvía siniestro con las sombras que el asco le dibujaba, oscureciendo aun más esa mirada a la que nunca podría acostumbrarme. Estaba estudiándolo, quería saber qué tanto decía su silencio, su imponencia, su firmeza. Si acaso él pensaba en lo que sucedió en el baño cuando me acorralo, o si seguía o no sospechando de mí. Y es que, desde que abandonamos la habitación hasta entonces, él no hizo ninguna otra pregunta.

¿Ya no dudaba de mí? Todavía podía recordar la manera en que secó las lágrimas cuando se lo confesé, no me miró más con esa cruda malicia. Era como si me creyera.

Y si me creía, entonces tenía una oportunidad de intentar convencerlo...

— ¿Crees que tu grupo habrá salido? — la pregunta rebotó de mis labios en un tono bajo, casi como si lo murmurara. No estábamos en un lugar seguro como para hablar en un tono moderado, así que traté de hablar más bajo—. Pasamos mucho tiempo ocultos probablemente seamos los únicos aquí.

Di una mirada sobre mi hombro a la montaña de escombros que cada vez más estaba lejos de nosotros. La revisé deseando que ningún monstruo o parásito apareciera y la cruzara.

— Sé que no debemos hacer ruido —susurré, sintiendo como el corazón comenzaba a bombear la sangre rápidamente—. Pero si solo me vas a quedar tú, quiero saber que no me vas a dejar.

Esperaba estar diciendo las palabras correctas para insertar duda en él y así sacar el tema al que quería llegar. Pero el hombre seguía tan frívolo que mis esperanzas se veían lejanas.

— No sé si confías en mi—exhalé antes de lamer mis labios y continuar—. Y no sé si confiar en ti.

Detuvo su paso poniéndome nerviosa y giró dejando que sus depredadores orbes sombreándose me observaron un instante como si lo dicho le resultara interesante.

— No sabes si confiar en mí...

Asentí.

Acortó la distancia entre los dos con un par de pasos que me dejaron endurecida, me intimidó con la imponencia de su cuerpo a solo centímetros de palpar el mío, sombreándome hasta empáñeseme con esa bestial mirada, oscura y gélida.

— ¿Cuál es la razón de que desconfíes de mí? —sentí la vibración de su voz penetrando mis sentidos, y esa exhalación apenas acariciando una pequeña franja de la piel de mi frente.

Me sentí desconcertada cuando algo dentro de mí deseó que esa exhalación recorriera absolutamente hasta los rincones más ocultos de mi cuerpo.

—Lo que hiciste en el baño —solté despacio—, y lo que dijiste bajo el manto.

Enarcó una ceja y las mejillas se me calentaron.

— ¿Piensas que te abandonaré? — inquirió, ladeando su rostro un poco con lentitud, varios de sus mechones terminaron deslizándose sobre una parte de su frente con ese leve movimiento—. ¿Piensas que te pondré un arma en la cabeza y te aplastaré con mi cuerpo?

—Pienso en que después de que me apuntaras con el arma dos veces y dijeras que me abandonaría si me volvía una carga es suficiente como para que desconfíe de ti.

Su comisura tembló estirando por un instante sus labios en una torcedura que retorció la sensualidad de su rostro. El calor volvió sobre cada poro de mi piel y movió su mano para llevarla sobre su frente antes de levantar los mechones negros que amontonó debajo del casco militar. Y no supe qué mirar, si la torcedura que disminuyó con severidad, la manera en que los músculos de su brazo se marcaban bajo la piel, o el modo en que ese simple movimiento lo hizo lucir tan enigmático que quedé en suspenso.

— No seré un hombre de palabra para ti, pero no mentí cuando dije que te sacaría de aquí Nastya— estuve a punto de jadear al escucharlo decir mi nombre, sintiendo hasta el último poro de mi piel estremecer de ese extraño deseo ante la manera tan ronca en que lo dijo—. En tanto no me seas una carga permanecerás a mi lado, de eso me encargaré una vez te lleve a la enfermería.

Ni siquiera me había tocado y ya estaba estremecida. No era momento de sentirme atrapada en él o sus palabras, tenía que controlar las hormonas y enfocarme a lo que quería llegar.

—Tengo miedo —sinceré, y el tartamudeo no era parte del plan, había sido provocado por un inquietante espasmo recorriéndome el cuerpo—. Tengo miedo, Siete.

La voz me tembló cuando lo llamé y pareció inesperado para él por la manera en que endureció la mandíbula. Eso quería decir que lo estaba haciéndolo bien y tomé la oportunidad para poder convencerlo.

Manipularlo. Usarlo. Tenerlo para mí protección, para mí.

Soy una desgraciada, sé que me voy a odiar por esto.

— ¿De mí? — espetó, y en esos largo segundos en que quedé en silencio, me abrumó no verlo pestañear ni una sola vez—. ¿Me temes?

Moví ligeramente la cabeza en negación. Y sin dejar de verlo remojé los labios.

—Tengo miedo de lo que...— me retuve intencionalmente. Obligué a que mi mirada comenzara a temblar sobre la suya, tratando mostrarle que sentía miedo de decirle y a la vez sentía una profunda necesidad de confesarle—. N-nada... olvídalo, no vas a...

Vi como la inexpresivo se apodero de él luciéndolo frio y temible. Ese gesto, era el que no deseaba ver en este momento.

—No es nada — solté, todavía sin dejar de temblar la mirada sobre sus orbes, con la necesidad de que él preguntara—. Sigamos, todavía nos falta cami...

Mis labios temblaron al no poder continuar con las palabras cuando atisbé su brazo alzándose y esa mano estirarse hacía mi con una única intención: deslizarse en mi mejilla.

Retrocedí de golpe como si temiera mucho a que me tocara. Sus dedos— que permanecía a centímetro de mi—, se apartaron empuñando una de sus armas en su cinturón. Su rostro aseverado se alzó alargando unas siniestras sombras alrededor de los parpados que intensificaron esa mirada depredadora sobre mí.

Me di cuenta que posiblemente cometí un error al apartarme de él. Seguramente pensaría que me aparté porque sabría si tenía miedo o estaba mintiendo. Sí tenía miedo, pero me aparté porque no quería que me tocara sabiendo cómo reaccionaría mi cuerpo con su toque. Me envolvía en una clase de burbuja que simplemente me hacía olvidar de todo lo que me rodeaba.

Que me tocara tanto en tan poco tiempo estaba frustrándome y de una manera sexual. Esta no era otra cosa que una atracción sexual y lo que sucedió bajo el manto térmico cuando respingué contra su entrepierna, me lo confirmó.

En ese instante estaba teniendo unas aterradoras ganas de tener sexo con él. Y no quería sentirme así de nuevo, me asustaba sentirme tan sedienta de bajar su cremallera y menearme contra ese bulto tan palpitante de calor hasta sentirlo dentro.

No sé qué hizo Chenovy en sus experimentos para que este me frustrara tanto a pesar de estar rodeados de monstruosidades.

Era horrible.

—Si no vas a decirme déjate de dudas y sigue caminando— arrastró en un tono serio, clavándose en mis labios—. Mantén esa boquita sellada hasta que lleguemos.

Se volteó levantando el arma y avanzando sin mí. Me sentí angustiada y no tardé en seguirlo. Lo arruiné. O, quizás él no tenía ninguna pizca de interés en mí.

(...)

Tres camillas largas se extendían a lo largo de la pared a mi derecha.

Por otro lado, en la pared izquierda se hallaban las repisas ocupadas por todo tipo de medicamentos, uno que otro recipiente flotaba en el agua debido a que las primeras tres repisas de las estanterías estaban hundidas.

Di un par de pasos para terminar de adentrarme bajo el techo de la enfermería y reparé en todos los medicamentos en tanto escuchaba a Siete cerrar la puerta detrás de mí. Estaba un tanto sorprendida de que la enfermería estuviera completa.

Miré la puerta blanca completamente cerrada al otro lado de las camillas, a pesar de que no tenía letrero colgando sabía que era el baño. Ahí podré cambiarme las lentillas.

Arrugué la nariz cuando un desagradable aroma comenzó a penetrarse en mis fosas nasales. Fue inevitable que no llevara la mano a cubrirme la nariz y la boca en tanto buscaba a qué pertenecía ese mal olor.

Era como si algo se estuviera pudriendo.

Giré al costado donde solo había un par de archiveros juntos y un enorme cactus artificiales que cubría gran parte del escritorio y la silla de cojines rojos, la cual parecía estar siendo ocupada por alguien. Hundí el entrecejo cuando reparé en lo único que se podía ver encima del escritorio.

Mechones largos y negros se extendían sobre la textura de madera del escritorio... Mechones que estaban siendo recorridos por muy pequeñísimos gusanos amarillos. Pero los mechones y los gusanos no eran lo más desconcertante, sino esos dedos largos y necróticos que pertenecían a una mano.

Era un cuerpo. Definitivamente, y a pesar de que no podía verlo por completo, se trataba de una mujer. Me moví con lentitud en tanto mantenía el arma apuntando a su cabeza, cualquier cadáver podría ser usado por los parásitos para su crecimiento, y este quizás no era la excepción.

El hedor incrementó y solté una muy corta exhalación contra la palma de mi mano solo examinarla. Llevaba puesta una bata en gran parte amarillenta debido a su putrefacción. No sé le veía el rostro debido a que sus brazos se acomodada a cada lado de su cabeza.

Parecía llevar semanas sin vida. Seguramente se escondió aquí cuando todo este infierno inició y al final terminó muriendo.

—No es un peligro— su inesperada voz soltándose detrás de mí hizo que un ligero estremecimiento se adueñó de mi cuerpo—. Hemos revisado este perímetro antes.

En ese momento en que analizaba el cuerpo de la mujer con demasiada sospecha y temor, un inadvertido picor adueñándose de la garganta, me hizo ahogar una tos contra la palma de la mano. Traté de no toser con fuerza recordando que estábamos en un lugar todavía peligroso, así que me obligué a aguantarla, aclarar la garganta y tragar para disminuir el inquietante picor.

—Eso es bueno—dije bajando el arma y mirando el mapa del laboratorio, el cual se hallaba en la pared detrás.

El comedor no estaba muy lejos de esta zona, siguiendo un camino recto llegaríamos directamente y en menos de una hora. Un nudo en el estómago me hizo tragar con fuerza. No sé qué voy a hacer, no sé cómo escaparé de él. Sigue sin preguntarme por qué desconfiaba y tenía miedo, el tiempo se me está terminando.

—Sé que ya te hice la pregunta antes, pero, ¿cómo llegaste al grupo de Jerry? — una parte interna se burló de mí por no poder controlar la ansiedad.

Si no lograba hacerlo interesarse por mí, tendría que utilizar el arma. Aunque no había probabilidad de que, entre los dos, fuera yo la que ganara.

—Los encontré en el comedor.

—Sí, después de que me llevaran al sótano.

Necesito que preguntes. Un silencio abrumador me apretó los labios.

—¿Qué pasó cuando salieron? ¿Es cierto que todos están en la base? — decidí preguntar, alzando la mirada del cadáver solo para encontrarme con la suya inexpresiva—. ¿Les hicieron algo a ustedes?, ¿los obligaron a volver aquí?

Apretó su mandíbula cerrándome la boca de inmediato.

—Deja de hacer preguntas y empieza a buscar el medicamento— su seca orden acompañada de el severo movimiento de su mandíbula señalando las repisas, me hundió el entrecejo.

No le caía bien a este experimento y aunque eso no me interesaba supe que no tenía oportunidad para convencerlo. Exhalé con fastidio y guardé el arma en el bolsillo antes de voltearme. No levanté la mirada del agua para tener que encontrarme con esos orbes que sentí fijamente sobre mí y me aproximé a las estanterías en la pared.

Revisé los fármacos, todos llevaban etiquetas en la parte de superior, por lo tanto, sería más fácil encontrar lo que buscaba. Conforme fui leyendo, obligándome a no mirar hacia el lado en el que se sentía todavía esa sensación tan fija de una mirada encima de mí, me di cuenta que no estaban ordenados conforme al abecedario.

Comencé a leer los ingredientes de algunas de ellas, y no encontrar lo que buscaba me hizo dirigirme a la segunda y tercera estantería que se acomodaba junto a la primera. Pase saliva queriendo disminuir el picor en la garganta y seguí buscando cualquier caja o botella que sirviera para bajar la fiebre encontrando un par de frascos de Acetaminofén en las repisas más arriba.

Exhalé, con una apenas, visible emoción en mis labios antes de estirar el brazo para alcanzarlo al mismo tiempo en que me puse de puntitas. Abrí el botecillo y tomé dos tabletas, la máquina dispensadora de agua estaba al final de las repisas y dejé el frasco para acercarme. Tomé un cono de papel y lo llené de agua metiendo las píldoras a mi boca y tomando un trago.

—Creo que ya está —exhalé en un susurro sin una pizca de emoción, antes de volver a llenar el cono con un poco más del agua que sobró. Y tan solo lo llené, volteé a el escritorio, pero no para ver el cadáver de la mujer, sino para buscar a Siete.

Creí que me encontraría con su mirada observándome desde el escritorio. Pero estaba dándome la espalda, movía la cabeza con mucha lentitud a lo largo de la pared de las camillas, revisando que todo siguiera libre y seguro...

Me animé a mover las piernas en su dirección sintiendo un extraño e inquietante cosquilleo apenas en el interior de mi estómago, no más fuerte que los retorcijones. Le ofrecería el cono con el resto de agua que quedaba, sabiendo que al igual que yo, él tampoco había tomado nada de líquidos.

Tan solo estuve a pasos de llegar a esa ancha espalda en la que uno que otro músculo se le marcaba, dejó de revisar la pared volteando en mi dirección. Esos orbes reptiles y de tan perturbadoras escleróticas negras pronto me capturaron deteniendome el paso y haciéndome titubear.

—Tampoco has tomado agua durante varias horas— expliqué, y apreté los labios cuando ni aún con mis palabras él apartó su mirada de mi rostro.

Estaría sintiendo apenas una emoción solo imaginar que me miraba por lo que sucedió en el pasillo, de no ser porque me miraba como si le desagradara.

Me detuve a tan solo un paso pequeño de cortar por completo con nuestra distancia, estirando el brazo frente a él quien no tardó en mirar al cono.

—No es mucho, pero va ayudar— terminé diciendo, haciendo un ligero movimiento con la mano para que lo tomara.

—Bébelo — ordenó espesamente, dejando que esos orbes reptiles volvieran a mi rostro otra vez—. Puedo permanecer semanas sin necesidad de comer y beber— soltó y eso alzó mis cejas en una clase de sorpresa.

—¿Semanas? —esbocé con sorpresa. Debía ser una broma, ¿tanto tiempo sin comer y beber? Nadie podía sobrevivir más de una semana sin agua—. Es imposible.

—Eso díselo a los humanos que me crearon.

Es verdad, después de todo él era un experimento, y si Chenovy pudo mejorar sus sentidos y su sistema inmune, obviamente también todo lo demás.

— ¿Cómo sabes que puedes durar sin comer tanto tiempo? — me arrepentí de la pregunta. No era momento de hacer una pregunta así, menos sabiendo que seguramente no me respondería—. Olvídalo.

— ¿Olvidarlo?

Esa erre tan pronunciada con asperidad, me hizo subir la mirada de sus pectorales a esos orbes diabólicos que se mantenían levemente contraídos en un gesto que me hizo saber que algo no le había agradado.

— ¿En cuánto tiempo hará efecto el medicamento? — soltó esa nueva pregunta en un tono espeso.

Se me apretaron los labios en una mueca confusa. Una mueca que titubeo cuando inesperadamente su rostro se nubló a causa del movimiento de una de las lentillas. Llevé mi única mano desocupada a tallarme el parpado ligeramente frente a la mirada atenta del experimento.

—Una hora más o menos —respondí secamente, apartando la mano del parpado.

—Una hora—repitió severo y asentí —. En ese caso mantén el edredón en tu cuerpo hasta que salgamos.

Se dio la vuelta y verlo dirigirse a la salida me aterró. No puedo dejar que me lleve al comedor, tengo que hacer algo.

—Espera — la voz me salió con desespero y se detuvo para mi asombro, Volteando para intimidarme y empequeñecerme con su frialdad —. Antes de irnos, ¿crees que pueda ir al baño?

No pude evitar que mi corazón reaccionara acelerándose con temor, su rostro inexpresivo me dio una respuesta y a pesar de eso me mantuve esperando a que saliera algo de sus labios.

—Quisiera utilizar...

Me detuve cuando por tercera vez ese picor en la garganta se adueñó tanto de mis músculos que me hizo torcer inesperadamente delante de él, llevando mi mano a cubrir mi boca para cubrirme. Tan solo terminé de hacerlo sintiéndome un poco confundida por la resequedad que sentí además el ardor, incorporé el rostro, devolviendo la mirada a su rostro, ese que inspeccionaba con seriedad el mío.

— Quiero hacer mis necesidades— terminé diciendo y me arrepentí sabiendo que se daría cuenta de mi mentira —, y lavarme los ojos, desde hace tiempo que me duelen mucho.

Eso último lo añadí casi como una queja.

— Tienes un minuto — soltó, y solo escucharlo, mi corazón dio un vuelco para acelerarse ansiosamente—. Hazlo rápido.

Sin siquiera asentir y perder un segundo del tiempo que se me dio, me giré. Con pasos apresurados en dirección a aquella puerta al final de la sala y la cual se mantenía cerrada.

Me sentí tan desesperada por llegar, que el brazo que se mantuvo apretándose contra mi estómago se estiró con la necesidad de alcanzar la perilla. En cuanto la alcancé y empujé la puerta, ese baño de azulejos blancos se dejó ver completamente estable. Entré y...

—No la cierres.

Su severa orden me apretó los labios y volteé encontrando su ancha espalda.

—¿Por qué? — quise saber.

— Si una temperatura aparece, no quiero que nada te separe de mí.

Pestañeé no esperando esa respuesta, no pude quedar más confundida sintiendo como se me alteraban los latidos de mi corazón.

No obstante, cerrar la puerta era algo que quería y debía hacer. No sólo cambiaría las lentillas, también revisaría mi cuerpo y mi rostro para saber de qué se trataban estos síntomas, el ardor en la garganta no se iba.

—Solo voy a emparejarla— informé, volviendo a pasar saliva.

Emparejé la puerta y solté una entrecortada exhalación antes de aproximarme al lavabo, ese que se hallaba al final del baño, con un amplio espejo ovalado colgando firmemente a la pared. Me coloqué delante de él antes de estirar el manto y limpiar el polvo que lo empañaba, necesitada de verme la cara.

Estaba impecable de suciedad, no había ninguna mancha que cubriera la piel de mis mejillas, frente y mentón, todo de mi rostro estaba limpio a diferencia de esa cicatriz sobre mi labio inferior o la herida bajo mi mismo mentón. Pero esa palidez me desconcertó al igual que el sudor enrojeciéndome algunas zonas, tenía unas horribles ojeras bajo mis irritados ojos. Y solo prestarle atención a una de las escleróticas, mi cuerpo terminó estremeciéndome de miedo.

Las venas del ojo derecho se reventaron, la sangre cubría menos de la mitad de la esclerótica. No sabía si se debía a la fiebre o a las lentillas, pero era horripilante.

¿Por qué me miro tan mal? Miré al lavabo cuando el recuerdo de la inyección regresó, haciendo temblar mi mentón. Empezaba a asustarme que esta fiebre y aspecto, así como el dolor en la garganta no fuera por beber agua sucia, sino por la sangre de experimento negro.

Pero no podía ser posible que apenas estuviera haciendo efecto, ¿o sí? Acomodé el cono de agua contra uno de los grifos y, sintiendo una horrible tensión palpitándome los músculos, llevé ambas manos a mover el manto detrás de mis hombros para tomar el camisón rosado y levantarlo velozmente hasta dejar a vista todo el estómago.

Tragué, mientras reparaba en él, la zona en la que todavía recordaba haber recibido la inyección, no estaba enrojecida ni amoratada, y solo llevar mis dedos a ese lugar para toquetear y oprimir, pude saber que tampoco sentía dolor.

Seguí repitiendo esos movimientos por cada zona de mi abdomen, dando una mirada a mi aspecto en el espejo antes de devolverla al estómago. No me dolía. En realidad, ninguna parte de mi cuerpo me dolía a excepción de la garganta.

Sin dejar de tocarme volví la mirada a mi reflejo, esta vez para repararme. Si fuera el efecto de la sangre de experimento negro, estaría doliéndome alguna parte del cuerpo, pero solo era debilidad, solo era fiebre lo que tenía, y por obviedad mi rostro iba a palidecer.

Además, había pasado ya más de un día, quizás dos, desde que me inyectaron sangre de experimento negro. Cualquier tipo de veneno comenzaba a surtir efecto en tan solo horas, no tenía sentido que después de algunos días apenas comenzara a tener síntomas.

No te alteres, Nastya. Me repetí mentalmente aquello, mientras seguía observando mi apariencia, tratando de convencerme que estaba bien, que estaría bien después de haber tomado las cápsulas.

— Sí. Esto que tienes es una infección —musité, apartando las manos de mi estómago para descolgar la mochila de mi espalda y colocarla encima del lavabo—. Solo una infección.

Una vez más reparé la palidez de mi cara delgada y miré a la puerta que permanecía mayormente cubriendo el otro lado de la enfermería. La observé con temor de que Siete se acercara y la abriera, y tras respirar una vez más, abrir la cremallera del bolsillo más grande —donde había guardado el otro recipiente de lentillas extras— para sacarlo y abrirlo.

—Maldición — solté entre labios, cuando revisé en ese par de lentillas completamente pegadas a la tapadera del recipiente.

El líquido se había secado. ¿Y cómo no iba a secarse? Estuvieron mucho tiempo enfrascadas. Ya no servían las lentillas.

Recordé que había guardado más recipientes, así que dejé ese en alguna parte del mueble para sacar otro y abrirlo.

Me sentí abrumada solo ver que estaba igual. Pero todavía tenía un tercer recipiente más, de él dependería. Lo saqué, y lo reparé en el hueco de mi mano, sintiendo como el corazón me martillar mis sienes con el miedo de que estuviera igual que el resto.

Era muy probable que así fuera, ¿y qué pasaría si también estaban pegadas y secas? Solo me quedarían las lentillas viejas, pero no podía seguir usándolas. Ya estaban infectando mis ojos, si las usaba más, podían empeorar.

Mordí con mucha fuerza mi labio inferior mientras me obligaba a abrirla de una vez por todas.

—No puede ser — escupí casi con rabia al ver que también estaban pegadas al recipiente. Ganas no me hacían falta para tirar el recipiente al agua, pero no lo hice debido a que, si producía ruido, él vendría aquí.

Apreté los dientes para no terminar gruñendo de la impotencia que sentí, dejando que una de mis manos se pasara desesperadamente por mi largo cabello castaño en el cual apenas se asomaba la raíz rubia: el crecimiento de mi cabello natural.

Di una mirada a la puerta, y verla acomodada en la misma posición apenas me relajó. ¿Qué debía hacer? Tenía las botellas refrigerantes de las lentillas, pero de nada me servirian si las lentillas ya estaban pegadas y secas. Lo único que me quedaba era lavar las viejas y volvermelas a poner.

Con cuidado de no producir ruido, abrí una de las cajoneras del mueble de lavabo para comenzar a meter los envases, ocultarlos. No los metería a la mochila, no me servirían y menos me quedaría con la evidencia, sería muy peligroso.

Apresuradamente me decidí abrir uno de los siguientes bolsillos y a sacar la botella refrigerante. Estaba decidida a lavarlas, pero esa idea solo pudo vislumbrarme en mi cabeza, sin hacerse realidad cuando al levantar la mirada para revisar de nuevo la puerta...

Me encontré con esa sombría figura masculina, y esa mirada depredadora iluminándose bajo el umbral, con el parpadeo de las farolas tanto de la enfermería como del baño.

Jesucristo.

Respingué con rotunda fuerza, sintiendo como mi corazón subía hasta la garganta donde un grito se ahogó a causa de su presencia.

—No aparezcas así — expresé en un susurro exaltado, aunque con la respiración cortada por el susto—, casi lanzo un grito.

Mi reacción no pareció afectarle en nada a la severidad de su rostro, y esa desconcertante mirada que se mantenía estudiándome. Estuve a punto de pensar que miró los envases, pero no pudo haberlo hecho, las guardé en el cajón tras revisar la puerta.

—Te dije un minuto —me recordó—. ¿En qué tanto te entretuviste?

—Revisaba mi aspecto— expliqué, moví nerviosamente la mirada a la mochila revisando que no se dejara ver los envases ni los frascos de pintura —. Pero todavía no me he lavado los ojos, necesito un minuto más.

Sus piernas tonificadas se marcaron bajo el uniforme cuando comenzó a acortó la distancia entre los dos. El sonido del agua y su creciente figura me tensionaron porque tal como sucedió antes en mi habitación me hallaba de nuevo junto al lavabo.

—¿Qué? ¿Por qué te estas acercando a mí? —me sentí confundida porque no se detenía cuando tal como esa vez, quedaba menos de un metro para llegar a mí—. ¿Vas a acorralarme otra vez?

Me hice la confundida, pero no me respondió y tampoco se detuvo, todo lo que hizo fue enfundar el arma y apretar su comisura casi como si fuera a torcerla con una siniestra diversión.

— Hablo en serio, quédate quieto— sonó como una advertencia—. Q-quieto...¡Shu!

Y a causa de mi temblorosa orden, sus carnosos labios se torcieron en apenas una mueca atractiva que duró un instante para al siguiente desaparecer.

Si me va a acorralar. Conté la distancia restante manteniendo no sabiendo si debía intentar huir o quedarme quieta. Pero me quedé quieta, encarando su mirada todavía confundida por su repentino acercamiento. Ese que esta vez no tenía explicación porque no había dicho ni hecho nada que le hiciera creer que ocultaba otra cosa.

Tres pasos.

Dos pasos.

Un paso...

Y se detuvo a tan solo centímetros de palparme el cuerpo, pegándome la espalda al mueble y levantándome mucho el rostro para mantenerle la mirada, buscando una explicación en esos orbes depredadores en los que no pude dejar de perderme por la intensidad que derramaban sobre mí.

— ¿Qué?, ¿ahora qué fue lo que hice? — aventé molesta, sintiendo como los nervios provocados por su acercamiento comenzaban a tensionarme los músculos—. ¿Qué me vas a hacer?

—¿Tanto me temes?— arrastró con espesa lentitud a la vez que alzó su brazo y lo estiró en mi dirección.

Un suspiro estremecedor abandonó mi cuerpo y un estremecedor calor se adueñó de toda mi fuerza cuando esa mano con delicadeza se deslizó en la sudorosa piel de mi mejilla. Los parpados quisieron cerrarse cuando sus otros dedos acariciaron por encima de una de mis sienes. Los sentí tomando uno de mis mechones antes de que su pulgar me acariciara el pómulo, no entendí como esa simple caricia se sintió tan maravillosa.

Esas mismas que, al estar lejos de él, no extrañaba.

—Estas tentándome— no esperé esas palabras, y tampoco supe cómo debía responderla—. Y haces que quiera tentarte, mujer.

Algo muy cálido estremeció mi entrepierna y un hormigueo se adueñó de mi estómago.

—No sé de qué hablas...—se me cortó el aliento solo sentir deslizar sus dedos por detrás de mis orejas, levantarme el rostro y obligándome a encontrarme con esa mirada bestial quemándome con su intensidad—. Nunca te tenté.

—No, mujercita — remarcó la última palabra antes de morderse ese labio inferior y de una manera tan inesperada que mis parpados se abrieron para admirarlo en todo detalle—. Lo hiciste y sigues haciéndolo.

Las tonalidades roncas y vibrantes remarcando su forma de llamarme se deslizaron como humedad en mi sexo y apreté las piernas, temblorosa y asustada por mi propia reacción.

— ¿A caso pensaste que te acorralaría en el pasillo? — inquirió al mismo tiempo en que me dejó sentir como una de sus manos se deslizaba con tanta demencia hacía mi mentón para sujetarlo—. ¿Por qué lo haria?, ¿qué más me ocultas, Nastya?

El miedo se insertó en la boca de mi estómago y negué enseguida o eso traté debido a su mano sosteniendo mi mentón.

—N-no— solté en una clase de exhalación cuando ese pulgar se acomodó debajo de mi labio inferior —. Es que no puedo pensar o enfocarme cuando me tocas así... La manera en que te me acercas mucho me confunde por eso me aparté en el pasillo, porque no quiero que me toques.

Enarcó una ceja y me hizo temblar cuando observó mi boca con un siniestro interés. No tuve por qué soltar tanto y hablar de más me hizo sentir avergonzada.

— ¿Esa es la razón de tu miedo?— el pulgar en mi mentón comenzó a trepar centímetro a centímetro de mi labio inferior. Lo acarició con una provocación tan delirante que no pude evitar disfrutarlo—. ¿Temes que se te moje el coño cada que me acerco a ti?

Dios. Temblé aun más cuando acortó el resto de la distancia entre nuestros cuerpos, embriagadondome en su calor y el roce exquisito de mi pecho contra su duro y vibrante pecho, haciéndome pequeñita bajo su potente sombría y dejando que una sola respiración profunda fuera suficiente para estremecerme debajo de él. Ay no, estoy teniendo unas horribles ganas de folllarme a este experimento.

—¿Es eso, Nastya?, ¿O existe otro motivo?—tiró de mi labio al mismo tiempo en que alzó más mi mentón clavándose la oscura y penetrante frialdad de su bestial mirada —. Responde, ¿a qué le temes?

La dulce y excitante sensación de la cálida de su dedo deslizándose con una sensible caricia a lo largo de mi labio, separó mis labios para dejar escapar el aliento entrecortadamente. La mano que sostenía el cono de agua estuvo a punto de dejarlo caer al sentir como repasaba la textura del labio antes de rozarse con tanta delicadeza sobre mi labio superior. Un hormiguillo de calor se estampaba contra mi rostro que no dejaba de trazar cada curva de los labios como si los dibujara.

— A salir del laboratorio — lo dije, al fin lo dije—, temo ir al exterior luciendo así.

Sus orbes reptiles se endurecieron, la felicidad oscuridad que emitió me intimidó.

—Es por lo del frasco y los hombres que me hicieron daño—no dudé en seguir—. Si tú y los tuyos pudieron salir, quiere decir que el grupo de Jerry también y si salgo me reencontraré con ellos. Van a seguir pensando que el frasco era mío y querrán lastima...

—No se permitirá que te toquen —recalcó con bestialidad. Ahí me convencí, de que podía utilizarlo para que me protegiera—. El resto de mi gente podrá confirmar que no mientes cuando se te haga el interrogatorio.

El miedo me invadió y negué enseguida. No solo se me había acusado del frasco con sangre de experimento, cuando me llevaron con Jerry, y me ataron a la silla, uno de sus hombres me metió un arma a la boca. Jerry estaba seguro que el frasco era mío y era parte de todo esto, y que si mentía haría que un experimento viniera a examinarme y me matarían. Por otro lado, si decía la verdad, me enviarían lejos del bunker para que sobreviviera sola.

Así que tuve que decir la verdad para que me dejaran vivir, que fui yo la que solté los gusanos en la matriz de los incubados, y con tal de salvarme el pellejo mencioné que Anna me había engañado como si eso fuera a justificar todo lo que provoqué.

— ¿Crees que les harán caso a ustedes? —susurré, y por la manera en que su comisura izquierda tembló en casi una severa mueva, me di cuenta de que esa pregunta me había molesta. Pero era cierto.

Para la humanidad él y su gente no existían. Aquí en este laboratorio los trataron como si no tuvieran voz y derechos, no sería diferente en el exterior cuando era mucho peor.

— ¿Y si intentan matarme a pesar de que se los digas? — expresé con un leve apretón de mis labios—. Por mucho que les juré que ese frasco no era mío, y por mucho que les rogué que no me cortaran los pies, lo hicieron y todavía se rieron.

Tuve un impulso por llevar mi mano a su abdomen para aferrarse de forma dramática a su uniforme. Pero me abstuve, no quería dramatizar, o lo arruinaría.

— No quiero salir luciendo así — Volví a negar—. No voy a salir con este aspecto.

Me escuché tan decidida que hasta me sorprendí. Mordí mi labio inferior, dejando un largo silencio con la necesidad de que él dijera algo, pero no lo hice y su seriedad me abrumó.

—Ayúdame —pedí y me sentí una desgraciada por querer utilizarlo así—. Contigo podré hacerlo más rápido.

Exhaló dejando que su aliento acariciara algunas zonas de mi frente. Su inexpresión perturbaba, más aún cuando me estudió con esa frialdad, era como si no me creyera.

— Sé que si cambio mi aspecto no dejaré de sentir miedo...—me detuve solo para arrastrar aire por la boca —, porque me reencontraré con ellos. P-pero ellos no me van a reconocer, así que...

—Y se te ocurrió decírlo después de recorrer más de la mitad del camino—interrumpió, brusco y severo.

—Porque no confiaba en ti y sigo sin confiar—sinceré rápidamente, un vuelco se sintió en mi pecho cuando él, bajo la sombra de su grueso casco enarcó una ceja —. No dije nada porque tal vez ni siquiera te importé.

—¿Cómo demonios planeas cambiar tu aspecto? —escupió entre dientes y su irritación me tensionó.

Estuve a poco de apresurarme a decir lo que tenía en la mochila, pero me mordí la lengua. Eso era algo que él no debía saber todavía, si lo mencionaba me preguntaría de dónde lo saqué. No hicimos ninguna parada en otra habitación que no fuera la mía y si le decía que tomé de ahí lentillas y un frasco de pintura de cabello él empezaría a hacer preguntas que no sabría cómo responder.

—Las habitaciones...—me detuve repentinamente cuando un ardor muy extraño comenzó a hormiguear el pecho. Llevé mi mano enseguida a esa zona para sobarla, preguntándome por qué de la nada estaba doliéndome más que—. Podemos volver a las habitaciones o a las salas de descanso, si busco bien podría encontrar algo que me sirva. Siempre hay salas de descanso o habitaciones cerca de las áreas, y detrás de la enfermería hay un camino que lleva al área...

—Eso no sucederá —su espesa orden se estrelló en mi cara con desilusión—. Se han colocado bombas de gas venenoso en gran parte del laboratorio, desviarnos sería arriesgarnos y dada las circunstancias en que esta el laboratorio no nos queda tiempo.

El shock me palideció y quise negar. Pero era claro que harían algo como esto.

—Se nos dio un máximo de 52 horas para abandonar el subterráneo— informó, inyectando miedo en mi cuerpo. Mientras, una parte de mi cabeza, trataba de hacer un conteo de las horas que habían pasado desde que fui rescatada—. No importa si uno no sale, en cuanto el tiempo termine estas bombas se activarán y para que suceda, no hace falta mucho.

El aliento escapó de mis labios entrecortadamente, desinflando con pánico mi pecho solo para dejarme helada y con la mirada perdida en alguna parte de sus pectorales. Él tenía razón, seguro que solo faltaban más que horas para que sucediera.

Pero quizás sobra un poco de tiempo, y solo necesito de un par de horas suficientes para cambiar mi aspecto. No, era muy arriesgado. Teníamos suerte de que ninguna monstruosidad estuviera persiguiéndonos ahora mismo, pero eso no quería decir que dentro de las próximas horas seguiríamos sin ser atacados. Si nos arriesgábamos a desviarnos del camino y algo ocurría, estaríamos atrapados.

— Si con eso no te es suficiente— arrastró en un tono engrosado—, matamos a Jerry.

¿Mataron a Jerry? Subí el rostro con sorpresa, pero a pesar de saber que lo mataron, no cambiaba nada, al final los hombres que estuvieron en aquel salón lo escucharon todo, sabían de mí. Me reconocerían.

—Sigue sin ser suficiente para mi— me quejé: —. ¿Es que no lo entiendes? Todavía estarán los hombres que lo acompañaron. Aun si tú les demuestras que no miento nada cambiará, no te tomaran en serio. Eres solo un experimento que fue creado por ellos, y si a mí no me creyeron menos a ti.

Vi como esos labios se abrían en un chasquido de su lengua, un sonido severo e irritado.

— ¿Arriesgarías tanto la vida solo por tu aspecto? — endureció cada una de sus palabras, marcando la pronunciación de la erre.

—Sí lo haría.

Sus orbes reptiles se tornaron en una aterradora oscuridad que por poco me atemorizó.

—Aun sí es sin ti — mis palabras arquearon una de sus cejas—. Y no me vas a detener.

—¿Crees que puedas sobrevivir sin mi?—espetó y el pecho se me estremeció—. ¿Crees poder salir de aquí antes de que las bombas se activen? Soy el único que conoce el conteo regresivo.

Temí tragando con duda.

—No lo sé, pero sí puedo sobrevivir sin ti—en mi boca eso sono casi a una mentira —. Si lo hice antes del sótano, puedo hacerlo ahora que sé que la salida en el comedor sigue intacta. Correré ese riesgo.

Y tras soltarlo pensando en que esas palabras servirían de algo, me giré, dándole la espalda para quedar delante del lavabo.

—Así que vete de aquí y alcanza a los tuyos— esbocé y tomé la mochila para comenzar a cerrar la cremallera de dos de los bolsillos—. Yo me voy a quedar.

Sí. Es mejor así, no quiero utilizarlo.

Los escalofríos brotaron de mi cuerpo cuando sentí esos largos y calientes dedos tomándome de la quijada desde atrás, para apretarla con fuerza y torcerme el rostro hacía la izquierda. Un jadeo se me escapó cuando con el roce de su carnosa boca hincándose sobre la delicada piel de mi oído.

—Menuda humana terca —escupió y con tanta asperidad contra la profundidad de mi oído y un movimiento tan lento de sus labios, que mi corazón se estremeció de miedo—. Si buscabas un príncipe que te salvara cuando se te diera en gana te equivocaste de hombre.

—Tú eres el que se equivoca — jadeé—. Si buscara un príncipe le habría pedido al teniente que me acompañara para que tú te quedaras con el grupo. Pero no lo hice y tampoco te lo pedí a ti, no me hace falta que me rescaten, durante mucho tiempo he sobrevivido sola y sé cómo cuidarme.

—Como te cuidaste en el sótano, ¿no es así? — gruñó bajo y con una bestialidad tan vibrante, apretándome la mandíbula—. Sí así es como quieres jugar mujer, juguemos. Será interesante ver como sales o no del subterráneo.

Sus dedos soltaron de golpe mi quijada, dejando la ausencia de su calor en mi piel, endureciendo mis manos sobre la mochila. Una opresión en mi pecho me detuvo la respiración cuando, así y sin más, escuché el movimiento del agua justo detrás de mí.

Levanté la mirada hacía el espejo frente a mí, solo para ver el reflejo la parte trasera de su ancho cuerpo, abandonando el baño con una amenazadora y firme intención.

Una desesperación picosa llenó de un temeroso temblor todo mi cuerpo, tentándolo a girar, mover las piernas, estirar los brazos y detenerlo cuando vi lo que estaba haciendo.

Se estaba yendo.

Él... me estaba abandonando.

(Imaginemos que aquí hay un bonito gif que loa incita a seguirme en mi Instagram)

Hola bellezas, perdon por tardar, pero tuve que leer y releer y volver a releer editando el enorme capítulo porque se me venció el word. Iba a publicarle ayer, pero tuve una inesperada junta familiar. Con esto del covid tuve que regresar con mis padres temporalmente y ahora estamos levantando una enorme alacena para guardar cosas que se necesitaran.
Pero aquí tienen su enorme capítulo.

Espero que les haya gustado.

Los amoooo.

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