Te encontré

TE ENCONTRÉ
*.*.*

(¿Trajeron sus palominas y su bate? Entonces pueden leer este drama)

El shock me extendió aún más los ojos, incapaz de pestañear, clavada en todos esos condones que seguían extendidos en la palma de su mano.

¿Que las hembras eran estériles y a los machos les sobraba fertilidad? ¿Y cómo sabía él sobre eso si era solo un guardia? La mujer que fue una enfermera infantil estuvo más cerca de los experimentos que él.

No, no, no, no y no. De ninguna manera podía ser cierto, ¿verdad? Si Siete era fértil y conocía sobre los condones y el embarazo, ¿por qué no dijo nada? Si conocía eso, entonces debía de conocer lo que provocaba la liberación de esperma en la mujer o, ¿no? No tenía sentido que solo supiera una cosa y desconociera el resto, era tonto, absurdo.

Y si él no dijo nada, entonces era imposible que fuera fértil.

—¿Cómo sabes que son fértiles? — ni siquiera dudé en tardar en preguntar, pestañeando numerosas veces en tanto hacía una ligera negación de cabeza—. Dijiste que fuiste un guardia, así que no estuviste cerca de ellos, o, ¿sí?

Sus párpados se contrajeron repentinamente, y hubo un inquietante instante de silencio en él en el que dejó su mirada reparando en mi rostro con extrañes, antes de mirar hacía el barandal de la escalera, confundido.

—¿Cuándo dije que fui un guardia?

La boca se me cerró de golpe, apretándola cuando me di cuenta de que nunca dijo nada sobre qué puesto ocupaba en el laboratorio.

—Arriba...—mentí rápidamente. Y mientras escupía maldiciones en mis entrañas, traté de no lucir nerviosa —, en la oficina después de que preguntaras si fui examinadora, lo comentaste.

Ahora el que apretaba los labios era él, tomándose otro instante para dejar caer la mirada en el agua, como si estuviera perdido en sus pensamientos, seguramente buscando un recuerdo que no existía.

—Lo habré olvidado.

—¿Cómo sabes que los hombres son fértiles? — proseguí, más confundida que preocupada por el error que cometí.

Esos ojos azules regresaron a mi rostro, comencé a sentirme nerviosa cuando otro segundo más permaneció en silencio observándome, estudiándome como si tratara de resolver algo de mí.

Me repetí que él no podía sospechar de mí. Por lo menos no podía sospechar que yo era esa mujer con la que se acostó, en aquel entonces, no tenía las raíces castañas a lucir y mi heterocromía estaba oculta con lentillas y detrás de unos anteojos. Ahora tenía otro aspecto, cabello corto y con flequillo, y dos ojos de diferente color, así que era imposible que supiera quien era yo.

— Estuve un tiempo en el salón donde se archiva información de los experimentos— respondió con lentitud, empuñando los condones para retirar su brazo frente a mí.

Mordí mi labio sabiendo de qué sala hablaba, se encontraba en el centro del laboratorio también. Anna nos había ordenado que además de las muestras de sangre de experimento, sacáramos información de la computadora que había en ese lugar.

— Supe del error con el que nacieron las hembras— mencionó, sin dejar de repararme —, su matriz infantil y la esterilidad que heredaron de algunos trabajadores del laboratorio.

Una mueca estuvo a poco de crearse en mis labios y no por lo que contaba sino porque no dejaba de observar hasta el mínimo detalle de mi rostro.

Estaba poniéndome muy nerviosa.

—También la fertilidad en los machos, la cual alcanza la producción de hasta 8 crías en el vientre de una hembra en la primera copulación.

Palidecí.

Un corto circuito en mi cabeza me dejó congelada solo un momento, teniendo un apagón en todos mis sentidos antes de un escalofrió retorciendo hasta el último de mis músculos.

Él notó mi estupefacción, y sin hacer ningún gesto de burla ante mi silencio, dejando únicamente un rostro serio y firme, levantó de nuevo su mano extendiéndome los condones.

—Por supuesto, tú no eres una hembra— Encogió ligeramente de hombros—, tu cuerpo es débil y no tiene el mismo organismo así que rechazarías sus fluidos, pero no cambia el hecho de que puede llegar a suceder—aseveró.

Perdí el apetito, apretando en mi puño el paquete de galletas abierto.

¿Pueda llegar a suceder?, ¿después de cuantas? Siete se vino en mí 4 veces. Quedé horrorizada solo recordar las veces que lo hicimos, las veces que sentí su cálida liberación tocando mi fondo y lo tranquila que me sentí con ello, porque según yo, él era estéril.

— Debes estar bromeando — esbocé, todavía incapaz de creerlo—. ¿Estás seguro de que todos son fértiles?

Alzó un poco su mentón, su mirada azul dejándose caer sobre mis labios un instante antes de asentir con un extraño fruncir en su entrecejo.

—La información en esa computadora no es errónea—repuso al instante y en una cansada exhalación—. Están basados en estudios que hicieron con vientres falsos hace mucho tiempo.

Con vientres falsos, él se refería a las cajas musculares en donde se desarrollaba el embrión durante 9 meses. Un escalofrió erizó las vellosidades de mi piel, ¿acaso estaba diciendo que hubo experimentos que tuvieron hijos?

No, no, pero saber eso no era importante en este momento, sino la fertilidad, la maldita fertilidad.

La mirada voló de su rostro moreno al piso de incubación con la intención de encontrar a Siete. Pero debido a mi posición, lo único que podía ver de toda esa zona eran los barandales que se extendían hacía la escalera de asfalto. Ni siquiera podía alcanzar a ver un rastro de su ancha espalda, o de la figura de esa mujer.

¿Él estaba escuchando esta conversación? ¿Sabía sobre su fertilidad? ¿Sabía que podía dejarme preñada? ¿Y aun así se vino en mí todas esas veces?

No. No creía en la posibilidad de que Siete supiera de su fertilidad y el uso de los condones, y aun así se viniera en mi sabiendo que podía quedar embarazada en un lugar donde no había salida, y no había futuro. No tenía sentido así que seguramente él no sabía que era fértil, o también sabía lo mismo que Richard y por eso ni siquiera se preocupó.

Si. Eso era lo más probable.

Y tal vez ni siquiera tenía por qué asustarme tanto, él y yo éramos internamente muy diferentes, mi cuerpo quizás había rechazado sus fluidos las otras veces en que lo hicimos.

Eso solo lo averiguaras el día en que llegue o no tu periodo.

¿Y cuándo sucedería eso? Recordaba perfectamente que había tenido mi periodo días antes de que el grupo de Jerry me encontrara.

Todavía faltaba tiempo... y para cuanto se acercarán los días en que lo averiguaría tal vez ni siquiera estaríamos vivos.

—Deberías buscar al infante—Sus palabras recordándome la emoción de esa niña, fueron como golpes en el rostro—, si tardas tanto se asustará y llorará.

¡La niña! Quise abofetearme al olvidarme de ella.

Aparté de golpe la mirada del piso de incubación solo para torcer parte de mi cuerpo y lanzar una mirada al interior de la cocina. A poco estuve de mover las piernas para irla a buscar, cuando esa mano instantáneamente alcanzó mi brazo, deteniendo mi impulso.

—Se te olvida algo.

Volví a girar, dejando caer la vista a esa mano que se estiraba aún más frente a mí, por poco tocando mi mentón con los condones.

—Tómalos—no fue una orden, sino una petición.

¿Tomarlos? Pero claro que no volvería a tener sexo con Siete, y no por lo que Richard dijo, sino por lo de la ducha.

Lo que ocurrió en ese maldito cuarto había cambiado todo.

—Si no los tomo es porque no lo...

—Hazlo, niña—me interrumpió —. Las feromonas de los negros son las más peligrosas que existen, con poco que te atraiga tienes suficiente para cambiar de opinión.

¿Y cómo demonios sabia él de eso? ¿También lo supo de la sala donde se guardaba información de los experimentos?

De cualquier forma, él tenía razón. Bastaba con tenerlo enfrente a muchos metros para embobarme, y cada que lo tenía de frente y a tan corta distancia terminaba haciendo una locura con él. Pero si de algo estaba segura, era que trataría de estar acompañada de alguien o estar ocupada en el área para no quedar sola.

Aunque, ¿cuál era la posibilidad de que él se me acercara después de lo que me dijo?

Mucha, porque tú sabes que no es solo odio lo que él siente. También tiene atracción sexual por ti y lo más probable era que por eso terminaba teniendo sexo contigo a pesar de guardar odio y rabia.

Sin pensarlo más y sin ánimos de seguir con la charla, moví mi brazo y estiré la mano tomando esos metálicos materiales para guardarlos en el bolsillo de mis jeans.

—Bien— espeté.

Y sin siquiera darle una mirada a ese rostro moreno, me volteé para encaminarme a la cocina con esa ansiosa inquietud palpitándome el corazón.

— Búscala bien y diviértela un rato— le escuché decir por detrás.

Me adentré, acercándome a la barra donde descansaban los alimentos chatarra,
cuando debajo de la mesa de plástico no había nadie escondido. Hice como si empezará a buscarla, dando una mirada del otro lado de los alimentos acomodados, pero en realidad seguía perdida en esa preocupación, preguntándome si debía o no acercarme a Siete y preguntar.

No. No lo hagas.

Era una muy mala idea si llegaba a acercarme a él sabiendo lo que sus feromonas me provocaban. Y después de lo que solté y lo que sucedió, lo más inteligente seria permanecer lo más apartada de él desde ahora y el resto de los días.

Así que no te alarmes, Nastya, tu cuerpo probablemente los rechazó. Me repetí aquello cientos de veces, pero me di cuenta de que muy difícilmente dejaría de pensar en ello.

Me aparté de la barra en tanto hacia lo posible de guardar el resto del paquete de galletas en mi bolsillo trasero, y miré hacia aquella puerta marrón que permanecía abierta, dejando a la vista una parte del interior de la habitación.

—¿Dónde estará esa niña? — me atreví a soltar con una mueca inquieta en los labios.

Intenté enfocarme en el juego, y tras dar una mirada a la salida de la cocina, moví las piernas hacia el umbral, revisando detrás de la puerta marrón antes de adentrarme al sombrío cuarto. Desde mi posición eché una mirada a cada uno de los muebles e incluso al interior del baño que apenas se veía.

—¿Estará en el cuarto? — pregunté al aire, tratando de enfocarme fuera de mis pensamientos.

No encontrar un pequeño cuerpo asomándose de alguna parte, me hizo aproximarme a la litera, produciendo ese sonido suave en el agua.

Tan solo me detuve frente a ella, y le di una mirada a la cama de arriba, reparando en el pequeño barandal y esas sabanas acumuladas, dando a notar que alguien había dormido ahí arriba.

Incliné mi cuerpo hacia adelante doblando al instante un poco las rodillas, sintiendo la incomodidad en la entrepierna, y revisé debajo de la primera cama que ya no era ocultada por el agua.

—Aquí no está — sostuve en un tono dulce y alargado, enderezándome para dar una mirada al resto del cuarto.

Caminé con mucha lentitud en dirección al sofá, mirando detrás del respaldo solo para saber que tampoco estaba escondida. La litera, el mueble de cajoneras y el sofá eran los únicos lugares donde ella podía esconderse aquí, a menos que estuviera en ese baño.

Y lo cual era lo más probable.

Pasé de largo el sofá, acercándome hasta detenerme bajo el umbral del baño cuya puerta blanca se encontraba en gran parte abierta, casi pegada a la pared.

Ahí me di cuenta, cuando dejé caer la mirada al agua, de ese leve reflejo rojizo extendiéndose a un costado de la puerta.

Ya la encontré.

Sin siquiera echar una mirada al interior del baño, mi mano se aferró al pomo de la puerta. Y tan solo tiré de ella, ese pequeño cuerpo vistiendo una playera roja respingó de sorpresa.

—Te encontré —canturreé, con una ligera sonrisa.

Y esa risilla ocultándose detrás de la palma de su mano, exploró un poco del interior del baño.

—Otra vez, otra vez—pidió, saliendo de su lugar—. ¿Podemos jugar otra vez?

— Sí, ¿por qué no? —ladeé el rostro con dulzura—. Apenas empieza a ponerse divertido.

— Pero ahora yo cuento y tú te escondes.

No esperé eso y negué con la cabeza enseguida.

—Soy demasiado grande— me señalé—, no hay lugares aquí donde pueda esconderme sin terminar mirándome.

El único lugar donde cabría seria bajo la cama, pero había agua, y sería muy fácil de encontrarme. Otro posible escondite era detrás de la estructura del piso de incubación o detrás de las máquinas expendedoras.

Detrás de la estructura nunca.

—¿Qué te parece si mejor cuento otra vez, y tú te escondes? — le pregunté observando como apachurraba sus labios en un mohín.

—Es que yo quería encontrarte.

Agachó el rostro, con ese nuevo puchero que me hundió el entrecejo.

—Si hay escondites para ti—apresuró a decir—. No eres tan grande como 06 Negro o como el hombre que da miedo, así que si cabes tras las puertas o los muebles.

Mordí mi labio inferior, quería decirle que no, en serio no quería ser yo la que se escondiera. No había escondite para mí.

—Bien— solté sin poder más—, pero déjame encontrarte una vez más y luego te toca a ti, ¿qué te parece?

—Sí — ni siquiera dudó en soltarlo con emoción, saltando para mi asombro, haciendo chapotear un poco el agua en tanto construía en sus labios una sonrisa contagiosa.

—Contaré en el baño, así que ve a esconderte, tienes 5 minutos— Hice un pequeño movimiento con mi mentón hacia la puerta.

Y ella no tardó nada en asentir, saliendo apresuradamente del baño hacia la habitación.

Me acerqué a la puerta solo para cerrarla, y quedarme perdida en la madera blanca. Solté una larga exhalación, una que por poco pareció una queja solo saber que tendría que esconderme.

Pero, ¿qué importaba? Solo era un juego, no había problema si no encontraba un lugar donde esconderme, con que ella se divirtiera un momento estaría bien.

Y con que yo me apartara de Siete, también estaría bien.

De lo único que no podría apartarme seria de lo que Richard dijo.

No podría creer que ni una sola maldita vez se me ocurriera dudar y preguntarle a Siete si era o no fértil. Ahora no podría olvidar nunca lo de su fertilidad, sería otra tortura, otro tormento, una preocupación más que añadir a la lista.

Esperaba que estas cuatro veces que lo tuve dentro, mi cuerpo rechazara su esperma. Terminar embarazada en un lugar tan peligroso como este y de un hombre que no solo decía odiarme, sino que estaba genéticamente alterado y mi cuerpo todavía mantenía residuos de veneno, no era nada bueno...

—¿Como pude ser tan confiada? —musité, dejando caer la mirada en el mueble de lavamanos, donde esa tela uniformada y mojada se hallaba extendida sobre la porcelana.

Pestañeé, de repente saliendo fuera de la preocupación de la fertilidad de Siete. Hundí apenas el entrecejo cuando reconocí la tela y la cual, formaba una amplia camiseta varonil.

Era la camiseta militar de Siete. ¿Qué estaba haciendo aquí?

Me aparté de la puerta con pasos ligeros para acercarme al mueble. Al llegar, no tardé en estirar mi brazo y deslizar mis dedos sobre la tela, repasando la forma redondeada del cuello hasta lo largo del hombro donde recordaba haber vomitado. Estaba completamente humedecida, y en realidad, había unas partes de la tela de la que todavía escurría agua

La acababan de lavar.

¿Siete la lavó? O, ¿ella se la lavó?

Seguramente ella.

Mordí mi labio inferior, repasando la tela a detalle. Fue imposible no recordar otra vez lo que hicimos en la ducha, y no en el seno, mucho menos en lo que dijimos, sino en la manera en que él se inclinó y dejó que su nariz acariciara la mía.

Dios. Sentir su lóbulo rozándose al mío, frotándose sin romper ni un solo instante la conexión tan profunda entre nuestras miradas, fue la mejor de las caricias me dio.

Y de todas las que yo le di, la mejor fue cuando toqué su rostro con la misma mano con la que tocaba ahora mismo su camiseta.

Repasar a detalle la estructura de su quijada y esa mejilla, sentir su calor, su firmeza y suavidad, la perfección de su piel moldeando a detalle su rostro, ¡maldición!, se sintió fascinante. Mi corazón se emocionó tenerlo así de cerca, ser yo la que se inclinará contra él y acariciara su nariz con la mía de la misma manera en que él lo hizo, acariciarlo con esa delicadeza.

Fue la primera vez que le toque así, y me encantó tanto que todavía quería tocarlo. Acariciarlo de ese modo fue como si hubiese expresado esa clase de sentimiento que había guardado por él.

Y el cual debí guardarme solo para mí.

Apreté muchísimo mis labios cuando el recuerdo trató de helarme la boca del estómago tal y como sucedió en la ducha.

Ilusionarme con creer que su razón para dejarme viva era porque creyó en mí, para que al final fuera porque mi culpa era tan grande que pensó que el peor castigo para mi seria quitarme la vida, terminó haciéndome sentir patética.

No era una mentira que realmente pensé en quitarme la vida alguna vez, porque no soportaba los recuerdos de la muerte de los niños y experimentos que encontraba a mi paso.

No había peor infierno que el que guardaba en mi memoria, y ese me perseguiría para siempre. Así que quería terminar con ello. Pero no pude hacerlo, no, quería volver con mis padres...iniciar de nuevo, olvidarme de todo esto como si nada hubiera pasado.

Pero algo así jamás se olvidaría.

En fin. Ya era un hecho que me tocaría pagar mis errores en este lugar, así que definitivamente planeaba sobrevivir hasta donde pudiera luchar.

—Bien. Ya es hora de buscarla— susurré, repasando un momento más la camiseta militar bajo mis dedos antes de voltearme y aproximarme a la puerta.

Tras abrirla, salí hacia la habitación, tomándome mi tiempo en mirada a cada uno de los muebles.

—¿Dónde estará? — canturreé por lo bajo.

Revisé detrás del sofá y bajo la cama nuevamente y hasta detrás del mueble de cajoneras creyendo que seguramente la pequeña había tomado uno de esos escondites, pero al parecer no estaba en la habitación.

Me dirigí a la cocina con lentitud, revisando también detrás de la barra y el espacio en el interior de la misma, el cual tenía campo suficiente como para caber y esconderme ahí...

Y quedar atrapada sin poder salir.

Salí de la cocina, deteniéndose para dar una mirada a lo que pudiera ver del área negra, pasando de largo el piso de incubación. Atisbé la figura de Richard recorriendo el centro del enorme lugar, acercándose a una de las enormes puertas metálicas con una radio en su mano que no tardó en levantar hacia su rostro.

Sigue tratando de comunicarse con alguien.

Revisé lo que pudiera ver del estrecho pasillo de la ducha, ese pasadizo mayormente oscurecido al que me acerqué hasta detenerme bajo el umbral, atenta a cualquier extraño sonido que se produjera en su interior.

Mordí mi labio inferior, porque de alguna forma me había recordado a cuando escuché el quejido de Siete, y él terminó diciendo que me tenía más ganas, que la atracción entre nosotros era más fuerte de lo que creyó...

Nada. No se escuchaba nada. Aunque era imposible que la pequeña se hallara escondida ahí, le daría miedo la oscuridad del cuarto de ducha, ¿o no?

—Voy a entrar—exhalé pausadamente.

Y me adentré a esas sombrías paredes hasta tener de frente la pared blanca y a mi costado la entrada al pequeño cuarto.

Me asomé sin bajar el escalón, revisando su interior para saber que ella no estaba aquí. A poco estuve de apartarme, pero el rostro se me torció hacia el tanque de agua junto a mí, reparando en ese agujero en la cima de su estructura blanca. Ese pequeño hoyo creado por la bala que Siete disparó del arma que apuntaba a mi cabeza, terminó en su interior.

A pesar de que me dije que era mejor mantener mi mente alejada de él y lo que ocurrió, terminó siendo imposible. Sintiéndome de nuevo atascada en ese cumulo de pensamientos que tuve.

Me dejó viva en el túnel solo porque creyó que me suicidaría.

Lo que me tenía tan confundida con él, no era solo que, pese a que fuera una involucrada y me confesará lo del túnel, terminará teniendo sexo conmigo, sino el severo enojo que pareció mostrar tras tentarlo a matarme.

Lo que acometeré contigo será peor que la bala de un cañón, y esto por pedirme matarte, pequeña.

¿Por qué reaccionar así? ¿Por qué llamarme pequeña, frotar su nariz con la mía y besarme de ese modo y al final decir que solo era sexo?

¿Me mantenía viva con el mismo objetivo?, ¿todavía esperaba a que me suicidara?

Levanté inesperadamente uno de mis brazos, estirándolo hacia el tanque para sentir dos de mis dedos deslizándose en la fría textura áspera. Mordí mi labio inferior al perderme en el recuerdo del sonido de mi trasero golpeándolo a causa de sus bestiales embestidas.

Perdiéndome también en el sonido de nuestras pelvis golpeándose en compañía de nuestras empapadas partes íntimas explorando un incontrolable y desmedido placer, se reprodujo en mi cabeza como si estuviera sucediendo delante de mí.

Me estremecí, abriendo los labios por los que estuve a poco de soltar un jadeo cuando esa presencia húmeda se deslizó sobre el par de pliegues cubiertos de mi bóxer.

Termina con esto, Nastya. Aparté los dedos del tanque.

Venir a la ducha a revisar había sido una muy mala idea.

Llené mis pulmones de oxígeno antes de voltear sobre mis talones y salir hacia el área con esa humedad palpitándome en la entrepierna más que la incomodidad.

Me detuve revisando los costados del área negra en busca de algún movimiento extraño que delatara a la niña. Por otro lado, encontré a Richard llevándose la radio de nuevo a su boca, haciendo un movimiento con sus labios antes de encaminarse pausadamente a la escalera de asfalto.

Sin poder evitarlo, di una mirada a la cima de esa enorme estructura, sintiendo apenas esa agitación en el pecho y para mi lamento esos nervios acelerando un poco la respiración cuando apenas pude ver ese brazo ancho y esa mano apretada al barandal además de ese perfil varonil dueño de una cabellera negra y desordenada.

Mis piernas se movieron solo dos pasos lejos de la ducha sin apartar la mirada de su perfecto perfil que, a pesar de no poder verlo claramente por la poca iluminación y las sombras, en mi mente ya había una imagen de él.

Mordí mi labio, solo con sentirme atrapada en esas pocas partes que se lograban ver de él, le daba todavía más la razón a Richard. Más de lo que no debí.

Y es que me di cuenta de que no era solo porque su físico me atrajera. Siete me gustaba, y aunque solo fuera un poco, ese sentimiento me atormentaría porque él era el hombre que podía terminar con mi vida en tan solo un santiamén si se lo proponía.

Pestañeé. Ese perfil masculino y toda esa cabellera negra a la que todavía podía recordar mis dedos aferrándose, fueron cubiertos de mi vista cuando el cuerpo de 06 Negro pasó detrás de él, acomodase casi a su lado, con ese hermoso bebé en un brazo y el otro brazo moviéndolo hacia adelante para dejar que su mano descansara sobre la parte trasera de su brazo musculoso.

Y ver como esos largos y delgados dedos se deslizaban a lo largo de su antebrazo, repasando esas venas que saltaban de su blanca piel, hizo que esa fría opresión sobre la boca de mi estomago me desinflara con lentitud.

Perfecto. Solo esto te faltaba, Nastya. Sentir unos malditos celos que no deberías sentir.

Un torbellino de calor invadiendo toda la parte de mi pecho no se comparó al calor que contraía los músculos de mi estomago cuando ese rostro de facciones suaves se torció en mi dirección.

A pesar de las sombras que se alargaban en su bonito rostro y oscurecían sus ojos, pude saber que estaba mirándome.

¿En serio? Dibujé en mis labios una amarga sonrisa al descubrir lo que trataba de hacer. Estaba marcando territorio.

Ridículo.

Absurdo e inmaduro. No había razón para que ella dejara a saber que todavía se sentía atraída y buscaba algo con él.

Adelante. Quise escupir aquello entre labios, tentándola, pero no lo hice.

Aun así, que buscara y siguiera tocando donde quisiera y sin limitaciones. Esperaba que terminara con su maldita atracción, así terminaba con mi delirio también y dejaría de sentirme tan atrapada con cada recuerdo que tuviera de los dos.

No quise seguir mirando más, apartando al instante la mirada, haciendo como si le restará importancia para atisbar un instante a Richard subiendo los peldaños de asfalto y mirar hacia los costados del área negra.

En realidad, sí que me importaba. Pero no iba a demostrar que sentía algo por él cuando había una brecha entre los dos, su odio y rencor, y la mucha confusión y temor que me provocaba. Había tenido suficiente con qué lidiar hasta entonces, y todavía tenía un infierno en mi memoria con el que debía luchar, no quería cargar con los celos.

Si estar en el área negra seria todo lo que nos quedaba, no perdería mi tiempo pensando en lo que realmente pasaba con él.

Con un agridulce sabor que traté de tragar, hice como si buscara a la pequeña en la lejanía, alzando un poco mi cuerpo poniéndome de puntitas para saber si vislumbraba alguna silueta pequeña del otro lado de la escalera de asfalto.

Era imposible que ella se escondiera de ese lado. Era un poco peligroso por la pared agrietada y los pedazos de casillero sobre el lavamanos, y quizás ellos ya la habrían sacado de ahí atrás.

Respiré hondo y con fuerza, tratando de despejar mi mente y desvanecer esa sensación helada en el estómago. Y a pesar de que no pude eliminarla, solté una larga exhalación llena de ansiedad, obligándome a ver la escalera metálica. Con una mueca en los labios, y esa inquietud de mirar nuevamente al piso de incubación, me acerqué.

Seguramente Verde 56 subió la escalera para esconderse en la oficina. Era lo más probable ya que no había escondites seguros en el área. Aunque para ser franca, arriba tampoco había muchos escondites.

Al estar frente a la escalera, dejé que una de mis manos sacara las galletas del bolsillo trasero para tomar un trozo y masticarlo. Lo guardé en el mismo lugar solo para aferrar mis dedos sobre el barandal y comenzar a subir los escalones, uno a uno, resistiendo la incomodidad en mi entrepierna y esa humedad todavía haciendo presencia.

De inmediato lancé una mirada hacía el estrecho pasillo de la oficina, justo en la puerta blanca que daba hacía un armario repleto de productos y material de limpieza. Me pregunté si la pequeña estaría ahí, su interior no era nada profundo, pero si era seguro que una niña cabría ahí.

Me detuve a tan solo escalones de llegar al último peldaño metálico cuando mi rabillo derecho atisbó esa figura pequeña y rojiza asomándose detrás de una de las máquinas expendedoras vacías al costado de la escalera.

Estuve a poco de soltar una risilla cuando todavía más se asomó mirando en mi dirección. Pero me hice la que no se daba cuenta, enderezando mi rostro y lanzando una revisada al pequeño pasillo de la oficina como si la buscara.

Me obligué a mantener la compostura, hacer como si no hubiera visto nada y seguí subiendo, mordiendo mi labio para resistir la risa, esa que lamentablemente no pude retener más y que terminé soltando por lo bajo cuando llegué al último escalón.

Decidí permanecer en el escalón por lo menos un minuto para no ser tan mala, llevando mi mano al bolsillo trasero con la intención de sacar el paquete de galletas y comer un trozo más.

Mis dedos se deslizaron en el primer bolsillo donde creí haber guardado el paquete y no encontrarlo, hicieron que mi otra mano volara al segundo bolsillo trasero solo para darme cuenta de que también estaba vacío.

Por segunda vez volví a revisar los bolsillos, metiendo los dedos en su interior y no encontrar nada me hizo volver a negar.

El paquete de galletas ya no estaba.

Y giré con la mirada cayendo directamente a los escalones metálicos, sobre ese enlace metálico y esos trozos de galletas esparcidos de un escalón a otro y a lo largo de los metales.

Mis labios se fruncieron con desagrado, estampando mi mano contra la frente, retirando todo el flequillo solo saber que había dejado caer mi porción y, por si fuera poco, la comida que planeaba que me demorará todo un día. Porque no tenía intención de tomar la lata de fruta mixta en la mesilla de cristal, ni mucho menos tomar otra porción de comida con la intención de que nos durara más tiempo.

—Tonta—susurré sintiéndome molesta conmigo misma.

Me incliné sobre el primer escalón, ahogando en la boca un leve quejido al sentir esa palpitación apenas de ardor en mi sexo. Estiré el brazo, recogiendo los primeros trozos de galleta dispuesta a juntarlos todos y comérmelos luego.

No iba a desperdiciarlos.

Tras meterme un trozo pequeño de galleta a la boca y masticarlo, bajé el siguiente escalón, tratando de recogerlos rápidamente para seguir con el juego y encontrar a la niña. Hasta que es inquietante sensación invadiéndome, me hizo alzar la mirada del escalón hasta el piso de incubación...

Donde esa sombría y ancha figura masculina se hallaba recargada en el barandal frente a mí.

Y respingué.

El corazón me subió a la boca un instante antes de volverá mi pecho para sacudirse con locura, por poco atravesándome el pecho cuando quedé perdida en ese par de pectorales desnudos que, aun pese a los metros que nos separaba, pude verlos inflarse con una enigmática lentitud que hasta mi propio pecho lo imitó.

Incapaz de pestañear y mover un solo dedo en mí, deslicé la mirada en esos anchos brazos extendidos a cada lado de su cuerpo, y esas venas que saltaban bajo su blanca piel, alargándose por encima de sus antebrazos hasta muñecas cuyas manos apretaban diferentes objetos: mientras uno apretaba una radio, la otra se apretaba contra el barandal.

A penas pude preguntarme por qué tenía una de las radios de Richard, cuando atisbé el vaivén en la manzana de adán de su ancho cuello, reparando desde esa mandíbula marcada y esos carnosos labios hasta esa nariz tan perfilada y esos feroces orbes depredadores en los que se extendían espeluznantes sombras que hacían lucir su rostro diabólico e hipnótico.

Un rotundo calor se espolvoreó hasta en el último poro de mi cuerpo, estremeciéndome con notable profundidad cuando me di cuenta de que esos orbes estaban clavados con intimidante y estremecedora intensidad en mí. Por poco jadeé sintiendo ese temblor nervioso añadiéndose a mis músculos.

Me enderecé, con la respiración alterada inflando de manera irregular mis pechos, marcando ese par de bultos detrás de mí camisón. ¿En qué momento se recargó en ese barandal? No hacía minutos atrás que vi a esa mujer acariciando su brazo del otro lado del piso.

No pude mover un solo milímetro de mi rostro al sentirme tan arrebatada ante su gélida mirada. Me di cuenta que esa inexpresión en su rostro era la misma que emitía en la ducha y como lo odié, como deseé dejarle la marca de mi mano en su mejilla.

Como si leyera mis pensamientos, una curva se estiró del lado izquierdo de sus labios, un gesto suficiente para retorcerle su belleza y desvanecer la frialdad, suficiente para que ese escalofrió recorriera la piel y me estremeciera.

Y entonces, esa mujer alta y de cintura pequeña cargando al bebé en su costado, se acomodó a su lado, rozando parte de su pecho cuyos pezones se marcaban bajo la tela rojiza, contra uno de sus músculos brazos extendidos. Con sus cejas hundidas y sus labios en forma de corazón apretados, mostró un gesto confuso y molesto con el que miró a Siete, pidiendo una explicación de lo que sucedía.

Extendí una torcida mueca que esa entenebrecida mirada reptil observó con severidad, apretando su quijada varonil un momento antes de apartar toda su imponente masculinidad del barandal.

Se volteó enseñando esas sombras alargándose por toda su ancha espalda, lo vi cruzar al otro lado del piso de incubación con firmeza y lentitud, desapareciendo mayormente su cuerpo de mi vista.

Di una mirada de reojo al cuerpo de 06 Negro quien seguía recargada contra el barandal, escaneándome con desagrado, con una notable mueca temblorosa en sus labios.

Alzando mis cejas en un gesto instantáneo devolví la mirada a los trozos de galletas. Los rejunté de los siguientes escalones, pasándola por alto y como si no me interesara qué haría ella o qué le preguntaría a él. Alcancé la envoltura de galleta en donde metí todos los trozos antes de guardar el paquete en el único bolsillo vacío, delantero de mis jeans, esta vez procurando meterlo bien para que no se me cayera.

Y cuando llegué al último escalón, bajando al suelo y hundiendo mis pantorrillas en el agua, solté una larga exhalación repitiéndome que por ahora jugar con la niña era en lo único que debía concentrarme.

—Eres muy sin vergüenza.

Y esa voz aguda brotando a medio metro y sobre mí, me levantó el rostro del agua con el entrecejo apretado, solo para encontrarme con ese rostro de suaves facciones torcido en el mismo gesto disgustado.

— Si quieres quitarte la vida, hazlo, una boca menos que alimentar—escupió entre dientes, recargando uno de sus brazos en el barandal mientras con el otro sostenía al bebé—. Pero no lo tientes a él a participar con tu muerte. ¿O es así como piensas tenerlo atrapado?

¿Qué?, ¿de qué demonios estaba hablando?

—Los escuché en la ducha. La típica humana que amenaza al hombre con suicidarse si lo abandona, ¿eres así de zorra?

No me sorprendía que un experimento de Chenovy acababa de llamarme zorra, sino sus incoherencias. A poco estuve de sentirme asustada, pero, ¿amenazar a Siete con suicidarme?, ¿en serio escuchó todo lo que hablamos en la ducha o se lo imaginó?

Una sonrisa torcida y de frustración se ensanchó en mi rostro, y la cual la hizo arquear una ceja.

—¿Así que te gusta meter tu super oído en problemas de dos?

—¿Problema de dos? —escupió, pero sin levantar la voz, y alargó una mueca. Ese pequeño rostro cachetes y me mejillas sonrosadas se giró, bajando su mirada carmín en mi dirección, y tan solo me miro lanzó unos balbuceos como si hasta él estuviera diciéndome algo —. Tu muerte es tu problema, y él no es tu pareja para que lo metas en tonterías, así que deja de humillarte.

—No sabes nada, ¿verdad? —Crucé de brazos negando con la cabeza.

Y ella apenas ladeó el rostro como si no entendiera mis palabras, en tanto esos brazos gorditos y esas pequeñas manos se estiraban hacia mí, desde arriba.

—Meterte sin saber nada y sin ser su pareja, esa sí es una tontería— le aclaré, de pronto viéndola torcer con fuerza su rostro, como si lanzara una mirada sobre su hombro hacía el resto del piso de incubación.

Y se apartó también del barandal, dando la espalda para desaparecer de mi vista, ignorando mis palabras.

—Que ridículo.

—¿Ridículo? —Richard apareció en el radal, acercándose con una ladina sonrisa en su rostro—. ¿No has encontrado a la niña?, ¿necesitas ayuda?

—¿Quieres ayudarme a buscarla? —inquirí.

—No me gustan los juegos de niños, como verás, soy todo un adulto—se señaló.

—¿Y yo que soy? Pensé que era una adulta.

La sonrisa se le extendió, y un instante sus hoyuelos hicieron que el pesar de la ducha y Siete se desvanecieran.

—Una adulta con mente de niña, por supuesto— Hice cara de ofendida y él negó acercándose a la escalera, recargándose en el barandal—. No es una ofensa, pero hay adultos que nacen para estar con los niños y es claramente lo que se ve en ti. Yo, por ejemplo, no sé tratarlos y jugar o intentar hacerlo, me aburre, además tengo. Soy como un viejo amargado, aunque no tanto como el experimento Siete.

La sensación helada se esparció a lo largo de la boca de mi estómago y solo pude fingir que aquello me provocaba gracia.

—Bien señor amargado, voy a buscarla—encogí de hombros y él se apartó del barandal dándome la espalda.

Camine hacia el lado izquierdo de la ancha escalera metálica. Encaminándome a la pared en la que se encontraban las máquinas expendedoras, esas mismas que pase de largo hacia el resto del área negra, haciendo como si la buscara detrás de la estructura del piso de incubación. Haciendo como si no supiera de su cuerpo moviéndose todavía detrás de esas máquinas, asomando su mirada inocente entre los pequeños espacios.

—¿Dónde se esconderá esta niña? — pregunté llevándome un dedo al mentón.

Mostré tranquilidad e interés, cuando mi interior era un huracán de temores y rabia en la que palpitaba una inquietante necesidad de subir el rostro y saber si él o ella estaban mirándome o hablando sobre mí.

— Sí que se esconde muy bien— murmuré, forzándome a mantenerme concentrada en el juego.

Di unos pasos al frente casi llegando al final del área negra, casi tocando la última pared antes de voltéame y dar una mirada de nuevo detrás del piso de incubación, sin mirar arriba.

—No sé dónde está.

Entonces miré las expendedoras contrayendo mis ojos como si sospechara de algo.

—¿Acaso se esconderá detrás de las maquinas?

Chasqueé los dientes y moví las piernas, y tan solo me acerqué a la primera máquina, a punto de revisar detrás de ella, esa risilla divertida se levantó y ese pequeño cuerpo salió de un salto frente a mí.

—Me encontraste — esfumó con una sonrisa de emoción.

—Te encontré otra vez—canturreé y la sonrisa en mis labios titubeo cuando inesperada vi esos brazos extenderse y su pequeño cuerpo estampándose contra el mío.

El shock me golpeó endureciéndome al instante, dejándome con la mirada perdida en el cristal de la expendedora donde nuestro reflejo se veía. No había esperado el abrazo, menos sentir ese estremecimiento nostálgico en mi cuerpo al imaginarme que su calor era el calor de mi hermana dándome su último abrazo cuando le dije que me iría lejos de la ciudad por un corto tiempo.

Ese fue el último abrazo que le di.

—Me tardé mucho en encontrarte esta vez— comenté, dejando que una de mis manos apenas tocara su cabellera en una clase de caricia—. Eres muy buena escondiéndote.

Ella asintió varias veces de perfil contra mi estómago.

—Mi examinadora me enseñó, ella me decía qué hacer para que no me encontraran— repuso ella, rompiendo su abrazo para levantar su mirada y encontrarse con la mía—. Ahora yo cuento y te busco, ¿verdad?

Oh no. Ahora menos era cuando debía estar sola esperando en un lugar a ser encontrada.

—¿Y si te busco una vez más y luego me buscas tú? — inquirí.

Y ella, haciendo otro puchero en sus labios negó con la cabeza sacudiendo toda su corta cabellera cuyos mechones castaños golpearon sus mejillas.

—Dijiste que después de encontrarme una vez más yo contaría —me recordó y casi lucio como si estuviera regañándome cuando levantó su dedo.

—¿Segura que no quieres esconderte? — seguí insistiendo—. Es más divertido esconderse y además podría haber premio...

—No— aseguró con una sonrisa y dio un paso atrás —. Yo quiero encontrarte.

Traté de no sentirme nerviosa o preocupada, porque sentía que algo sucedería cuando me escondiera en alguna parte.

Muy a fuerzas terminé asintiendo, fingiendo una sonrisa de tranquilidad.

—Bien, es mi turno de esconderme.

Forcé una sonrisa al sentir nervios, esperaba que él no estuviera escuchando, porque si lo hacía, sentía que quizás trataría de atraparme en mi escondite. Tenía esa maldita sensación de que trataría de buscarme, pese a lo dicho en la ducha, para tener sexo otra vez.

Con sus feromonas tan intensas y lo que sentía haciéndolo aún más fuerte, mi dignidad seguiría por los suelos, por eso esconderme sola estaba siendo aterrador.

Solo espero que el imbécil no me busque. Así que definitivamente no tocaría la oficina para esconderme, ni mucho menos la ducha.

—¿Dónde cuento? —me preguntó, dando sus pequeños saltos de triunfo —. ¿Me encierro en el baño a contar o cuento aquí?

Lo pensé un momento. Quizás debía decirle que contará en la oficina, o en la ducha, así me evitaba tentaciones en dado caso que no encontrará un escondite adecuado.

—Donde tú quieras— terminé diciendo porque en realidad no quería forzarla a elegir.

Ella asintió moviéndose rápidamente en el agua para dirigirse a la escalera metálica.

Creí por un instante que subiría a la oficina por la manera en que pasó de largo la escalera, y eso estuvo a poco de hacerme retractar de mis palabras.

Pero ver como se detenía a mitad del camino y se devolvía, dejando que una de sus manos descansara en lo más alto del barandal y subiendo un escalón, me relajó.

Hasta que bajó el único escalón y entonces pasó de largo la escalera, apresurando sus pasos a adentrarse a la ducha, para mi asombro, sin miedo a la poca iluminación.

Sin pensarlo, comencé a caminar, dispuesta a alejarme del piso de incubación y buscar un escondite para mí, dando una mirada a lo alto de la escalera metálica y hacía la oficina, lugar donde definitivamente no tocaría.

Aproximé a rodear la escalera, sin dar una sola mirada a la escalera de asfalto y me adentré a la cocina. A poco estuve de decidir acercarme a la barra y esconderme detrás o dentro de ella, pero primero decidí entrar a la habitación, quizás encontraría un escondite mejor para mí bajo la cama. Me detuve delante de la litera, arrodillándome hasta mojarme las piernas para ver que tanto espacio había debajo del colchón.

—Aquí por supuesto que no—musité estirando una mueca.

Para cuando me encontrara ya estaré muriendo ahogada otra vez.

Terminé perdiéndome en lo que sucedió en el sótano después de hundirme en toda esa agua y tragarla, era inquietante que pese a los días que transcurrieron todavía pudiera recordar esa mano rodeándome la cintura para sacarme y apretarme contra su endurecido y caliente torso. Jamás había sentido un calor como el de Siete, olas cálidas de alivio y protección invadiendo mi tormenta.

Fue como si encontrara a qué aferrarme para seguir viviendo.

Y se sintió bien que dolía, dolía saber que quizás me salvó esta vez solo porque esperaba a que me suicidara. Aunque, ¿eso tenía coherencia con sus caricias, besos y preocupaciones?

—¿Te pidió que te escondieras?

A poco estuve de respingar, torciendo el rostro en dirección al baño del que salía Richard, sacudiendo sus manos al aire.

—Sí— respondí, incorporándome—. Pero para alguien tan grande como yo, no hay escondite.

—Detrás de las puertas, es lo único que te queda—Se detuvo frente a mí—. O también detrás del piso de incubación, y en el corredizo de la oficina hay un armario de limpieza, pero le arrancaron la puerta.

—Creo que me esconderé en el baño—sostuve, apenas mirando el umbral del pequeño baño—. No vayas a decir nada, ¿entendiste?

—Descuida, niña, soy como una tumba.

—Sí, no hablas, pero bien que haces señas.

La carcajada que soltó me estiró una sonrisa.

—Solo trataba de ayudarte—se excusó con una sonrisa de oreja a oreja, acercándose a la puerta—. Pero no diré ni señalaré nada.

—Más te vale, porque no tengo escondites.

Salió de la habitación atravesando la cocina con las manos en los bolsillos. Me di cuenta de que estas pequeñas conversaciones no se sentían tan incomodas como la primera que tuvimos en la oficina, el problema era que siempre fue fácil hablar con él, Richard era de esos hombres que sacaba temas sin detenimiento.

Me moví hasta llegar bajo el umbral del baño, dando una mirada de rabillo a la camiseta militar de Siete sobre el lavamanos antes de esconderme detrás de la puerta.

El silencio pronto hundió todo alrededor, y con él los minutos largos y eternos pasaron manteniéndome con la mirada contraída, revisando por el espacio que las bisagras de la puerta brindaban para ver una muy escasa parte de la habitación. Demasiado escasa, a decir verdad, lo único que podía lograr mirar era toda esa agua, y una parte de la pared de la habitación. Eso era todo.

Clavé la mirada en la madera a milímetros de mí, prestando atención a lo mucho que mi corazón golpeaba con frenética fuerza el tórax, cuando el movimiento del agua en alguna parte de la habitación, me inmovilizó no solo hasta el último músculo de mi cuerpo, sino hasta mi corazón, deteniéndolo por un latido.

Detuve una respiración entre mis pulmones ante el aumento cada vez más del suave sonido, acercándose en mi dirección. Sin poder evitarlo, incliné parte de mi rostro hacía el pequeño espacio entre la puerta y el marco para tratar de encontrar el cuerpo de la niña, ese que por mucho que contraje los parpados y deslicé la mirada en lo poco que podía ver, no hallé.

¿En qué parte de la habitación estaba? Maldición, no podía ver nada, pero estaba segura que venía hacía el baño.

—Aquí no está.

Y esa vocecilla del otro lado de la puerta sonando con decepción, me hizo pestañear dándome cuenta de que ya estaba dentro del pequeño cuarto donde me escondía.

Sí, sabía que me encontraría rápidamente.

—Iré a buscarla arriba, seguro se esconde en el baño, ¿verdad?

¿Verdad?

Hundí el entrecejo, sintiéndome un tanto confundida debido a esas últimas palabras soltadas como si se lo estuviera preguntando a alguien, pero no escuchar otra voz o algún extraño sonido y todavía, presenciar el sonido del agua alejándose cada vez más de mi posición, me hizo saber que estaba sola.

Quizás solo se lo preguntó a sí misma. Já, seguramente.

Y es que, lo que me inquietaba más de su aparición en la habitación era que ni siquiera intentó revisó detrás de la puerta y, por supuesto que era obvio que alguien se escondía detrás de toda esta madera blanca bastante apartada de la pared.

Hasta el bebé rojo se daría cuenta de que alguien estaba aquí al ver el reflejo de mi cuerpo en el agua, ¡por Dios! ¿En serio no se dio cuenta de mi presencia? No, no. Quizás 56 Verde estaba tratando de jugar conmigo, haciendo como si no me hubiera visto y como si se marchara solo para tomarme por sorpresas.

Haré como si eso me sorprendiera.

El sonido del agua se desvaneció, dejando de nuevo ese rotundo silencio a mi alrededor. Y todavía por esos segundos que conté, creí que regresaría, pero ni aun pasando un minuto se escuchó el sonido del agua.

Por segunda vez incliné mi rostro hacía el escaso espacio entre el marco y la puerta, luchando por conseguir mirar algo del otro lado de la habitación, y no ver nada ni mucho menos escuchar nada, me apretó los labios.

¿En serio creyó que no me escondía en el baño?

Chasqueé la lengua. No me moviera de este lugar, era un hecho que el baño de esta habitación era el único escondite que me quedaba y sabía que ella vendría para volver a revisar tarde o temprano así que la esperaría.

Subí el rostro, recargando mi nuca contra la pared antes de acallar el silencio con una larga exhalación, desinflándome con lentitud por todos esos segundos.

Y entonces todo ese calor de mi cuerpo me abandonó, dejando que esa presencia helada se abrazara hasta en la última pulgada de mi piel, cuando en lo alto de la puerta y bajo los tenebrosos parpadeos de la única farola, esos largos dedos comenzaron a aparecer deslizándose sobre la madera, apretándose a ella con una fuerza hasta hacerla crujir un poco.

El corazón se me detuvo cuando la madera comenzó a despegarse de mi cuerpo y ese chirrido horripilante de las bisagras se levantó con escalofriante lentitud llenando todo el cuarto conforme la puerta se extendía, centímetro a centímetro, dejando todo ese rastro de piel blanca y bien estirada dibujando perfectamente músculos a lo largo de un torso masculino, y un par de pectorales que se expandieron con la profundidad de una respiración.

—Te encontré.

Sentí el hechizo de la tonalidad tan bestial de su engrosada voz penetrando mis sentidos y bloqueándolos.

Peor aún me sentí, cuando al escuchar el crujir de la puerta siendo cerrada, escuché también el seguro siendo puesto cuando presionó su pulgar en el centro del pomo dorado.

Y se movió hacia mí, y ver como ese par de pectorales empezaban a disminuir la distancia y como esa intimidante sombra comenzó a cubrir cada vez más mi existencia, me extendió con más fuerza los parpados.

Demonios, no, ¡me va a acorralar!

Reaccioné tardíamente cuando solo hacían falta centímetros para sentir el roce de su torso contra mi pecho, deslizando mi espalda hacía el lado del lavamanos con la necesidad de evitar su acorralamiento.

Y tan solo sentí mis dedos aferrándose a la camiseta de Siete sobre la porcelana, esos largos dedos se aferraron a la curva alta de mi cintura, apretando sus dedos tanto en mis costillas como debajo de mi pecho izquierdo, empujándome hasta devolverme a mi antiguo lugar en un solo tirón.

Y gemí contra la cima de sus calientes pectorales cuando su enorme cuerpo se recargó contra el mío al instante sin permitirme luchar cuando ese muslo y esa rodilla se abrieron camino contra el pequeño espacio en mi entrepierna, apretándose a mi sexo envuelto en la tela de mis jeans.

Estampé mis manos contra su ancha cadera tratando de empujarlo al mismo tiempo en que sentí esas cálidas yemas deslizándose paulatinamente en la piel de mi quijada, apretándola en un agarre que terminó siendo brusco.

Sentí mis labios apretujándose a causa de ese par de dedos poniendo fuerza en mi piel, para obligarme a levantar el rostro, quedando con un jadeo ahogado en la garganta cuando el roce de esa puntiaguda nariz contra la mía produjo un enigmático cosquilleo en todo mi cuerpo. Un cosquilleo que se congeló y me entumeció al reparar en esos esféricos orbes negros que desprendían una aterradora esencia.

— ¿Por qué tratas de huir? —detuvo el gruñido entre sus dientes blancos, dejando que todo ese aliento humedeciera hasta el último milímetro de la piel de mis temblorosos labios—. ¿Tanto temes a lo que te pueda hacer, mujer?

—¿Temerte? —bufé por lo bajo, estirando una amarga mueca que esos feroces orbes contemplaron—. No te confundas, Sietecito, no le puedo temer a un experimento que fue clonado de trabajadores y completado por ADN reptil, mucho menos cuando el mismo prefiere no me matarme porque espesa a que me suicide.

La burla en mis palabras y la torcedura en mis labios le hizo temblar una de sus cejas con severidad.

—¿Estas tan segura? — arrastró, y un segundo jadeo amenazó con escapar de mis labios cuando hizo un movimiento tan entrañable frotando mi nariz y palpando apenas la carnosa piel de sus labios con los míos, que mi cuerpo se inmovilizó.

— Apártate— ordené haciendo un movimiento con el cuerpo para empujar el suyo—. Sé que viniste solo para tener sexo, y no puedo creer que pienses que lo tendrás acorralándome y dejando que tus feromonas me afecten, tuve suficiente en la ducha y no pienso perder mi tiempo, apártate.

Empujé mi cuerpo contra el suyo poniendo fuerza en mi exigencia, sus dedos en mi quijada pusieron más fuerza cuando sacudí el rostro tratando de zafarme.

—El infante tendrá que esperar porque perderás todo tu tiempo con este hombre clonado—Su aliento cosquilleó mis labios y fue una tortura tenerlo tan cerca—. Te mantengo viva porque espero a que te suicides, ¿será eso cierto?

El corazón se me contrajo ante sus arrastradas palabras con bestialidad y arrugué el rostro en busca de fuerzas para no envolverme en las sensaciones tan estremecedoras que su aliento producía acariciándome la piel de los labios.

—Te hice una pregunta, mujercita— su tono exigente pareció una advertencia.

—Sí—espeté y por poco en un hilo de aliento.

Ver como se ensanchaba la curva en sus carnosos labios me hizo llenar los pulmones de ira y ponerme de puntitas hasta palpar su boca a la mía para escupir.

— Y espero que te pese porque si no me suicidé en el túnel no lo haré ahora y nunca.

Y jadeé contra mi voluntad al sentir, tras la inclinación de su rostro, esos carnosos labios rozándose contra los míos y abriéndose de una forma tan peligrosa que el aliento se me cortó.

—Eres tan ingenua.

—Y tú un imbécil que da la espalda a los suyos acostándose conmigo—me atreví a escupir, rozándole mis dientes—. Si tanto me quieres muerta, ten el maldito valor como los bastardos que me torturaron y mátame en vez de acobardarte diciendo que esperas a que termine con mi vida.

Cualquiera diría que perdí el sentido y la cordura, y le daría toda la razón. Esto no era tener valor, esto era ser la tonta que saltaba del helicóptero sin paracaídas, ¿desde cuándo me dedico a tentar hombres para matarme? No me reconozco. Con él estoy cometiendo impulsos que no sé a dónde me llevaran.

—Veo que morir en manos de otro es lo que quieres— alargó su gruñido bajo y peligroso, y mis neuronas hicieron corto circuito solo sentir esa humedad de su aliento secándome lo profundo de la boca—, y si tanto buscas que demuestre cuanto te quiero muerta, lo haré.


(...)

HOLA TERNURITAS.

A lo que Richard se refiere con la producción de hasta 8 crías en el vientre de una hembra en la primera copulación. Es que, al momento de de que el espermatozoide fecunda el ovulo, lo dividé hasta 8 veces. Así que imagínense 8 bebés igualitos a Siete con los ojos de Nastya. Todo mundo loco queriendo ser madrina y padrino.

Esto es todo, espero que les haya gustado el capítulo.

LOS AMOOOOO!!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top