Sucios placeres
SUCIOS PLACERES
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Capítulo con contenido +21, no apto para todo publico, escenas explicitas.
Siete.
La tenía como deseé tenerla. Su pequeño y ligero cuerpo contra el mío, devorando esos carnosos labios que desprendían miel y perdición.
Sentí sus trabas y titubeos tratando de corresponder la ferocidad brusca con la que acometida su boca. Había deseado besarla con tal intensidad, y no iba a detenerme hasta saciarme del hambre incontrolable que le tenía.
Adentré mi lengua en su pequeño interior, degustando con salvajería la suya, hundiendo una mano en su cabello aferrándome a su pequeña nuca para ladear su rostro y embestir aún más a su boca, embriagándome del éxtasis que producía hasta reprimirle un chillido.
Mía, toda mía. La bestia en mi interior deseó tomarla a lo bruto y estamparla aquí mismo y contra la pared, arrebatándole gritos de placer.
Estaba conteniéndome mucho, apenas podía mantener mi poca cordura y recordarme lo pequeña que esta humana era. Una embestida con la fuerza que endurecía los músculos de mi cuerpo y la desgarraría. Entonces sus gritos serían de dolor.
Masajeé su glúteo, y apretar esa engordada y firme textura llena de suavidad bajo mi palma la hizo estremecerse contra mí, escupir su gemido que derramó los jugos manchándome la pretina del pantalón. Estaba tan duro que, si la escuchaba gemir más, terminaría viniéndome sin necesidad de estar dentro de su delicioso interior.
Sus piernas envolvieron con más fuerza mi cintura cuando la aparté de la pared, sentándome en el retrete con ella sobre mi regazo apretando sus desnudos glúteos contra la dureza de mi pene, ese que me estiró los labios. La haría mía en el baño y sobre esa cama una e incontables veces hasta que olvidara quién era yo y quién era ella.
—¿En serio sabes lo que significa hacer el amor? —musitó, tirando de mi labio inferior.
Recargó su pecho contra el mío y el tamborileo de su corazón fue melodía para mis oídos. Estaba nerviosa, y percibía temor en ella.
—¿O solo lo dijiste para tenerme de este modo?
Las comisuras se me estiraron contra su pequeña boca en una torcida malicia, sintiendo su piel calentarse bajo mis manos que por ningún momento dejaron de acariciarla.
No estaba tan equivocada. Quería tenerla sobre mi boca, apretándola contra mi cuerpo, pero las palabras habían salido de mis labios sin siquiera pensar. Impulsos como estos no los cometía antes, pero con ella empezaban a ocurrirme a menudo.
Fue en libros donde leí la muy usada frase ¨hacer el amor¨, y hacía referencia a la intimación sexual entre parejas, involucrando los sentimientos de por medio en cada beso, caricia y movimiento que se hacía en el acto. Pero ese el dulce y puro amor que escuché mencionar de mi examinadora que apostaba que lo encontraría en mi pareja, no lo conocía.
No iba a mentir, sentía curiosidad saber lo que experimentaría susurrándole dulzuras y acariciándola con lentitud mientras la alimentaba con el placer de mi miembro.
—¿Tu qué crees? — inquirí con pausa, besando su mentón.
Y estaría besando una vez más y saboreándole la piel tanto como quería, sino fuera por la contracción detrás de su pecho y sus uñas hundiéndose en la piel de mis hombros.
Decepción.
Dolor.
—Creo que...— se detuvo, como si tuviera temor a equivocarse—, estas utilizándome.
Apreté la comisura izquierda, su mano deslizándose sobre la piel de mi pectoral, rozándome el pezón con la fría textura de su pequeño pulgar, me suavizó la saliva.
—Me endulzas el oído con engaños para obtener lo que quieres.
Jugueteó suavemente con el pezón y la areola, y una mueca se me torció cuando bajó hacía mi abdomen tomándose su tiempo para dibujar cada musculo endurecido por su tacto.
—¿Qué es lo que quiero? —la ronquera envolvió mi voz y la engrosó.
Esta humana era un enigma. Su corazón se contraía por lo que se pensaba de mí, pero estaba provocándome sin siquiera darse cuenta de ello. Cuando mostraba esta clase de inocencia y malicia me embelesaba.
—Sexo—esbozó y se alejó de mis labios, apretando ese par de empapados pliegues contra la erección, torturándome con el ardor en mi glande—. Si me hubieras dicho que querías tener sexo estaría montándote, pero que utilices esas palabras sin sentirlas me quitó las ganas.
Mis dientes crujieron ante el meneo que hizo sobre mi pene, deslizando su cuerpo hacia atrás, levantando su trasero e incorporándose de tal forma que la tela de su camisón le cubrió esa dulce piel de su entrepierna.
No, pequeña, no te permitiré apartarte de mí.
Mis manos estrujaron sus muslos con brusquedad, tirando de ella y abriéndole las piernas hasta devolver su deliciosa y mojada piel sentándose sobre mi miembro, ahogándome entre dientes un gruñido ronco, sintiendo el derrame contra el uniforme y también el líquido deslizándose de su sexo contra mi cremallera.
Tembló y quiso empujarse hacia atrás. Una mano le apretó el muslo y la otra la tomó de la quijada, atrayendo su bonito rostro hasta estamparme la boca contra la suya llena de perversas tentaciones que quise acometer.
—Estas subestimándome, Nastya—gruñí y la tensión exploró lo largo de mi ancho cuello en tanto acariciaba la piel tierna de su muslo, trepando hasta sus glúteos—. ¿Crees que te engañé?
Hundí dos de mis dedos entre ellos, rozando su pequeño agujero con las yemas que la tensionó, apretándole sus carnosos labios. Quiero comerme esta parte de ella, pero era tan pequeña que ni la punta de mi glande le entraría por muy lubricada que estuviera.
—Sexo es lo que quiero conseguir— arrastré toqueteando la zona con la uña—. Pero no soy de los que mienten.
Su trasero se endureció, recibiendo sus dedos estallando sobre mi antebrazo y deslizándose a lo de las venas con la intención de detenerme.
—¿En serio me harás el amor? —su voz por poco tembló cuando mi uña repitió la acción.
— ¿Por qué no intentarlo? — ronroneé.
Bajé, deslizando ahora los dedos en su entrepierna y sobre toda esa piel que dibujaba sus pequeños pliegues hinchados que aflojaron sus músculos.
Estaba tan mojada y lista para mí que sentí la piel de mi glande punzarme de exigencia por embestirla y mi boca secarse, sedienta de beberla. Desde que probé esta parte, mi hambre fue más incontrolable e insaciable. Me volví adicto a ella, consumiendo sus jugos y saboreando su interior.
Abrió sus carnosos labios cuando me adentré más y gimió con la presión que hicieron mis dedos sobre su sexo, acelerándome el pecho. Como me encantaba hacerla gemir, era mi delirio y mi morbo verla venirse con mi masturbación.
— Si digo algo es porque lo haré y a mi manera—Lamí la estructura de su boca y apreté su clítoris jugosa y túmida que la hizo respingar sobre mí y jadear contra mis labios, esos que tomaron posesión de su boca en un beso lento, de esos que tanto parecen gustarle hasta desinflarla en un suspiro.
Estrujé su botón una y otra vez entre mis dedos, sintiendo sus labios torcerse en una mueca que devoré y sus músculos sacudirse bajo la piel.
—Si te endulcé el oído es porque planeo endulzar hasta la última fibra de tu cuerpo—Me saboreé su labio inferior.
Los dedos se me mancharon de su lubricación, masajeando su botón entre mis yemas, una masturbación lenta y pronunciada sintiéndola desarmarse contra mí, llevando sus manos a recargarlas sobre mis pectorales.
Ya la tengo.
—Te enseñaré lo que hacerte el amor significa para mí, preciosa — Se me estremeció ante el movimiento circular de mis dedos, fue una delicia sentir su estructura sacudirse bajo mis manos—. Entonces desearas más de lo mismo.
—Te escuchas tan seguro, ¿será cierto? —provocó juntando su boca contra la mía, apretándome los dientes ante la tortura del desliz suave y coqueto de sus manos recorriendo los músculos de mi torso.
Sus yemas construyeron cada fibra de mi cuerpo con pausa, y la sensación que produjo me mordió el labio. Esa manera de tocarme y acariciarme, era lo que me volvía loco de ella.
— Tendrás que satisfacerme—la ronquera en su dulce voz y el movimiento que le acompañaron sus delgados dedos cayendo sobre el cinturón para desajustarlo estiraron una parte de mis labios—, y no hablo solo de lo carnal.
—Así será—arrastré, rozándole mis dientes.
— ¿Esa es una promesa?
No respondí y le solté la quijada, y sin dejar de masturbarla con la misma calma, apreté sus dedos en mi puño cuando trató de sacarme el cinturón.
—Ahora desnúdate, pequeña—ordené—. Quiero verte desnuda antes de tenerme dentro de ti.
Se me tensionaron los músculos más de lo que ya estaban endurecidos al sentirla morderse su pequeño labio, estremeciéndose una vez más.
—¿Por qué no lo haces tú? —susurró, sus pequeños dedos juguetearon con los míos que todavía le sostenían sin brusquedad—. Desnúdame con lentitud, con eso podrías empezar a endulzarme un poco.
—Antes de hacerte el amor, quiero ver cómo te desnudas frente a mí — pausé, apretando su pequeño botón—, mientras te masturbo.
—Veo que al caballero le gusta el morbo—jadeó contra mi boca.
—No sabes cuánto—la voz se me engrosó—. Así que empieza a desnudarte, pequeña.
Su corazón aumentó el ritmo siendo el sonido perfecto para mis oídos.
—Como ordene, señorito.
Enderezó su rostro y me deleité desde la oscuridad con cada curva de la belleza que se dibujaba en su pequeño y delgado rostro. Nunca podría cansarme de contemplarla, dibujando en mis labios una maliciosa sonrisa al ver sus ojos revoloteando en todas direcciones frente a mí, buscando mi mirada. No era tonta, ella sabía que la miraba. Y la seguiría mirando con intensa perversidad, desnudándose en tanto la acometía con mis dedos.
Movió sus manos de mi cinturón, rozando con sus uñas el falo sobre la tela del uniforma. Aferró sus dedos a los bordes de su camisón y observé cada mínimo movimiento que hizo, alzándolo sobre su ancha cadera y la curvilínea cintura que poseía, esa que al sujetar con ambas manos podía frotarme los pulgares.
Las curvas que poseía me arrebataron.
Aumenté el movimiento de mis dedos sobre su botón, haciéndola jadear en tanto la tela rosada se expandía sobre sus pechos, mostrando esa ligera tela negra que le rodeaba la curva de sus pechos con sensualidad, dejando solo la superficie visible y un escote entre las copas provocador.
La torcedura en mis labios se ensanchó cuando la prenda subió cubriéndole el rostro, y empujé dos de mis dedos entre sus pliegues, enterrándolos en la delicia de ese estrecho espacio de músculos tensos que se contrajeron, arrebatándole un chillido de placer que se ahogó contra su camisón.
—Cielos— jadeó.
Será sucia la forma en que la deseaba envolverse en el placer, pero este morbo con ella me tiene enfermo.
—Deshazte de la última prenda.
No me detuve, embistiendo con vaivenes lentos y profundos sus estrechas paredes, volviendo torpe sus brazos que sacaron con desespero el camisón, despeinando su cabello rubio y levantándole todo el flequillo. Mordió su labio resistiendo a perderse en el placer, hundiendo sus cejas en un gesto del que me alimenté.
Con la misma torpeza y el temblor apoderándose poco a poco de ella, buscó el mueble del lavamanos, dejando su prenda sobre mi camiseta uniformada, para doblar sus brazos hacía su espalda. La prenda negra se desajustó y me lamí los labios con la lentitud en la que sus manos deslizaron sus tirantes, dejando ese par de perlas claras con pezones rozados y endurecidos.
Los músculos se me calentaron y sentí el órgano latente acelerarse ante la exquisita imagen delante de mí. Su cuerpo entero llevaba la marca de mi perdición, mi adicción era ella y mi destrucción.
—Eres hermosa— La palabra le quedaba corta para lo que me provocaba.
Me incliné, tomando entre mi otra mano la suave estructura de uno de ellos, acariciando bajo la yema su pezón y esa areola en la que se adornaba un coqueto luna. Sus manchas eran únicas, otro detalle que la premiaban en belleza.
—Pequeña y deliciosa— lamí la dureza.
Jugueteé con ella hasta estremecerla y hundí la boca para chuparla.
—Perfecta.
Succioné y las penetraciones aumentaron, profundizando los dedos con brusquedad hasta arquearle la espalda.
Gimió sobre mí y sus manos estallaron sobre mis hombros, meneando sus anchas caderas contra mis dedos y hundiendo sus uñas. El dolor que me provocaba no era nada. Y nada se comparaba al dolor de mi erección exigiendo embestirla.
—Maldi...ción— Su cuerpo se sacudió—. Haces magia con esos dedos.
Y la que falta hacer con mi miembro.
Estaba a punto de venirse y quería admirarla cuando llegara a su orgasmo. Levanté el rostro y los dedos se me deslizaron a lo largo de su cuello para acercarla sin brusquedad a mí. Su gesto de placer era un deleite, con esas cejas pobladas frunciéndole y su carnosa boca incapaz de cerrarse y detener los jadeos.
—Te gusta que te contemple mientras te masturbo— Rocé mis labios contra los suyos, conteniendo el frenesís de besarla con vehemencia en ese estado.
—Y a ti te encanta ver cómo me vengo.
—Como no tienes una maldita idea—escupí contra su boca.
Le arrebaté un gemido cuando aumenté el ritmo, masajeando con mi pulgar su pequeño botón. Sus cejas se hundieron y apartó su rostro de mí, inclinando su cabeza atrás. Apreté el agarre en su cuello obligándola a enderezarse y rocé mis labios a los suyos.
—En mi boca—farfullé y el temblor aumentó en su pequeño cuerpo amenazando con hacerla pedazos —. Quiero devorarme tus orgasmos.
Me alimenté de sus gemidos escupiéndose contra mis labios cuando profundicé las embestidas, marcándolos con el placer que la llenaban y la aproximaban a su liberación.
Sus uñas escarbaron la piel de mis hombros, recibiendo su orgasmo que estalló contra el hueco de mi boca cuando la embestí con un feroz beso, haciéndome gruñir debido al ardor explorando lo largo de mi falo torturado por no ser el que provocara sus sonidos.
Me hundí más en la delicia de su boca, devorándola con hambruna y vehemencia sin permitirle recuperar el aliento, sintiendo el roce de sus pechos agitados contra los míos.
Quiero más de ella, más de la miel que emana su piel. Quiero besarla entera y tocar hasta el último milímetro de su cuerpo.
La quiero conmigo, viva y a salvo, siempre. En el exterior, ella y yo, siempre.
Gruñí y una mueca se me estiró ante la rubia que atravesó los huesos. La mano en su cuello se deslizó a los costados de su pequeña quijada, presionándola con brusquedad hasta arrebatarle un quejido.
— Dime que no decidirás apartarte de mí, Nastya—gruñí bajo, sacando los dedos de su interior manchándome los pliegues de sus jugos—. Si te haré el amor será porque de este deseo no vas a huir.
Estrujé su clítoris entre mis dedos, sacudiéndola sobre mí y erizándole la piel ante mi jugueteo.
— Dilo—exigí, masturbándola con movimientos circulares.
Jadeó y tembló cuando aumenté el ritmo, deleitándome con la belleza de su rostro perdido en la tortura.
—Mujer.
Su corazón se estremeció.
—No lo haré —gimió, mordiendo su labio cuando aumenté el estímulo—. No me apartaré.
Su respuesta me alimentó la mueca en los labios, acelerando el ritmo de mis dedos hasta llenarla toda y hacerla estallar contra mis labios.
—No, no lo harás —recalqué besando sus labios con lentitud y abandonando su botón para llevar los dedos a la pretina del pantalón.
El sonido la estremeció con fuerza y más lo hizo la piel caliente y endurecida de mi falo saltando de la prenda y contra lo largo de la piel de su vientre. El glande le llegaba a su pequeño y curioso ombligo. Así era el tamaño de las erecciones que me provocaba.
—Levanta la cadera—ordené, soltando su quijada y tomando uno de sus pechos, la suavidad y su tamaño me fascinaba. Esta humana tenía las curvas y los tamaños correctos para enloquecerme—. Vas a montarme.
—No.
Una ceja me tembló severa ante su negación. ¿Qué estaba tratando de hacer ahora?
—¿No? —Ladee el rostro, besando sus labios y acariciando su pezón con la uña de mi pulgar—. ¿No quieres?
Jugueteé con la dureza, haciéndola rebotar con mi uña, en tanto mis otros dedos se aferraron a la piel de su cadera, apretándola para menearla contra mi miembro. Su cuerpo se desinfló entrecortadamente y la mandíbula se me tensó sintiendo su empapada piel mojándome parte del falo.
Esta humana era una maldita delicia en todo sentido.
Inhalé, expandiendo con miserable fuerza mis pulmones, llenándome de esa placentera y tan hechizante miel que su piel emanaba.
—¿Prefieres que te haga el amor en la cama? —sus labios se tensionaron con la pausa en la que moví la boca—. Pero eso ya lo tengo planeado, pequeña.
—No—soltó y negó con la cabeza, sus dedos acariciaron los cabellos que me colgaban en la nuca—. Quiero, pero...
Sentí sus anchas caderas meneándose contra miembro sin necesidad de mis manos. Estrujándolo con la piel fresca y empapada de ese par de pliegues, rozando mi dureza con su sexo.
Los dientes se me apretaron arrastrando aire conteniendo un gruñido ronco, el glande se me manchó de los jugos que contenía.
Si sigue meneándose así, no tardaré en venirme sobre su piel.
—Hay algo que quiero saber antes de ti.
Volvió a menearse y no pude con sus provocaciones sacando una mano para apretarle la quijada.
—Deja los rodeos, mujer—advertí. Quería levantarle sus caderas y enterrarme de una en ella, empotrarla con bestialidad y sentir sus uñas arañándome la piel del placer que deseaba darle—, y ve al grano.
— ¿Eres fértil?
La curva izquierda de mis labios se me estiró en una media sonrisa de sensualidad ante su instantánea e inocente pregunta, calentándole las mejillas.
—¿Por qué preguntas? Sabes la respuesta — la sentí estremecerse y su corazón contraerse, temió a mis palabras.
—¿Por qué no me dijiste que lo eras? — en su voz hubo un ápice de preocupación.
—La probabilidad de dejarte preñada es nula— aseveré, devolviendo la mano a su cadera, dibujando el tallo de su cintura curvilínea —. Tu cuerpo es pequeño y débil, estoy alterado genéticamente, no aceptarías mis fluidos, no tienes esa capacidad.
Si bien nunca experimenté, conocí mucho de las muestras de exámenes que hicieron con el esperma de experimentos décadas atrás y dentro de una caja muscular imitadora del útero de un hembra fértil y con la capacidad de aceptar la carga de nuestra genética.
—¿Estás seguro? — dudó cosquilleándome los labios con su tibio aliento—. Él parecía muy seguro cuando lo mencionó, y no puedo quedar embarazada en un lugar co...
—Humana—la interrumpí entre dientes—. No soy compatible contigo, y si lo fuera, te habría dejado preñada desde la primera vez que tuvimos sexo.
Una de las manos se deslizó sobre la calidez de su vientre, estremeciéndose y endureciéndose ante mi tacto. Hice presión con los dedos confirmando mis palabras cuando no sentí temperatura que no fuera la suya.
—De ser así, Nastya, desde cuando lo sabría—alargué arrastrando la erre—. El desarrollo del embrión con nuestra carga genética es más acelerado, por lo tanto, estaría sintiendo la temperatura de mi generación.
Mi pulgar le acarició el rastro de piel, rozando la uña con su monte reluciente que se contracto ante mi caricia.
—Pero eso no te sucederá —susurré contra la piel de su mentón, besándola.
Era imposible reproducirnos con humanas, pero para el resto que llevaba menos carga genética reptil, no. Estuve a punto de matar una humana que cargaba dentro otra temperatura. Estaba preñada de un experimento rojo, un experimento que, siendo igual de fértil, no tenía los mismos niveles de alteración.
—Eres humana, incapaz de ser fecundada por un experimento negro— la crudeza en mi voz, endureció su montón —. No tendrás neonatales míos, deja de dudar.
Se me tensaron los labios ante la contracción muscular detrás de su pecho.
¿Por qué mis palabras te hieren, humana? No estarás queriendo un neonatal, ¿o sí?
—Aun así... —Tragó, y sus tibios y suaves sus dedos trepando sobre mi mejilla y acariciando su textura con suma lentitud me tensionaron más—, quiero que uses un preservativo.
La mandíbula se me apretó. Esta humana no estaría hablando en serio.
Creía más en las palabras del humano al que temía que en el experimento que salió al exterior y volvió al subterráneo por ella también.
—Tengo unos en los jeans que dejé en la oficina, pero también hay en el mueble de la habitación — apresuró a decir, removiéndose sobre mi—. Iré por ellos.
Sentirla empujar su trasero hacia atrás y fuera de mis muslos, me colmó. La tomé de los muslos apretando mis dedos para devolverla y estallar su tierna y mojada piel contra mi punzante falo.
Jadeó y crujieron mis dientes, tragándome un quejido ronco cuando apreté más su exquisita piel y la froté a lo largo de mi pene, bañándome con su lubricación y rozándome contra su sexo.
—Siete...—escucharla gemirme aumentó la histeria de la bestia que deseaba poseerla.
—No, mujer— la bestialidad de mi voz emergiendo a centímetros de su rostro la estremeció—. Todavía no gimas mi clasificación hasta que esté dentro de ti.
Nos levanté del retrete, apretando sus muslos en tanto aproximaba a la puerta.
—¿Qué haces? — preguntó, sus piernas rodearon con fuerza mi cintura, sintiendo el roce de sus tobillos contra mis glúteos—. ¿A dónde vamos?
Su aliento me cosquilleó la mejilla, palpando la húmeda y suave piel de sus labios.
—¿A dónde crees? —arrastré en el mismo tono engrosado.
Tomé la perilla de la puerta y quitándole el pestillo la abrí. La habitación quedó a mi disposición, con la poca iluminación sombreando su entrada con la puerta cerrada y los muebles que le llenaban hasta el último rincón.
Me detuve frente al dichoso mueble abriendo el tercer cajón del que recordé que la pequeña encontró los condones. Cachivaches y objetos insignificantes a montones llenaban su interior, pero reconocí esas piezas cuadrangulares y doradas esparcidas junto a una libreta ligera.
—Son esos — me señaló estirando su brazo al cajón. Su pequeño perfil fue cubierto por todos sus mechones rubios—. Llévatelos todos.
Una arruga se extendió sobre la comisura cuando enderezó su rostro con ese par de orbes coloridos recorriéndome la boca y esa leve torcedura alargándose en sus carnosos labios rosados que se mordisqueó.
En la oscuridad podía contemplar las curvas de su belleza, pero el color de su piel y de sus ojos, como algunas características físicas de ella, se opacaban. Nada se comparaba a tenerla bajo un poco de luz, detallando su perfección.
—Llévame a la cama—incitó con ronquera, inclinándose hacia mí.
Sentí la fricción entre nuestros pechos, y su piel tibia y suave contra el calor de mis duros pectorales le aceleraron su respiración. Era fácil deducir su gesto y el nerviosismo que emitía con el tamborileo de su órgano palpitante. Le gustaba sentirse sobre mi cuerpo, le gustaba mi calor corporal y estar entre mis brazos.
Saber que le haría el amor la tenía encantada.
—Voy a ponerte uno y te montaré — provocó, frotando su pequeña nariz con la mía y dejando a sus dedos juguetear con los mechones de mi cabello—. También quiero endulzarte.
La tonada dulce de su voz y su insinuación, me tensionaron. La pequeña quería hacerme el amor, y aunque presentí que me lo diría, escucharla soltarlo con su mirada contemplándome me dejó inexplicable.
—Si así lo quieres—arrastré con asperidad, hallando la confusión haciéndola pestañear y entreabriéndole sus labios.
Desilusión.
No se esperaba esta reacción de mí y no debió esperar otra cuando ni yo mismo sabía qué era lo que estaba sintiendo. No estaba acostumbrado a la dulzura, caricias y frotes, pero no iba a mentir que sentía interés en que me lo demostrara, montándome con lentitud, acariciándome la piel con sentimientos reales y puros.
La presioné a mi cuerpo y tomé todas las tiras de paquetes guardándomelas en el bolsillo del pantalón. Cerré el cajón sin producir un solo ruido y giré, acercándome a la litera de metal rojo. La primera cama individual estaba en mi radal, sobre ella la haría mía de todas las formas perversas que deseaba y, del modo dulce en que le prometí.
Trepé una de las rodillas sobre el colchón húmedo, y recargando mi peso, tomé su ancha cadera y la aparté de mi cuerpo, empujándola contra la cama sin el más mínimo cuidado. Su espalda azotó en el centro de la misma con sus cabellos esparciéndose a los costados de su rostro, y el rebote de su cuerpo desnudo y esos orbes exóticos pidiendo explicación por la brusquedad, me remarcó una mueca cruda y gélida.
Me incorporé, contemplando al pie de la cama cada centímetro de esa piel morena y clara contorneando curvas seductoras del cuerpo pequeño y humano al que me volví adicto.
Entendí la preferencia de algunos experimentos por esta especie. El sabor de la piel de Nastya era el éxtasis de mi paladar y mi tacto, y el aroma que emitía cuando se excitaba embelesaba mis sentidos, destruía mi poca humanidad. Me volvía un animal que solo deseaba en poseerla y domarla a todas horas.
La vida en este lugar no me alcanzaría para disfrutarla en todos los sentidos.
Movió sus brazos recargando el peso de su espalda sobre sus codos y pestañeó cuando por minutos no me vio mover, más que levantar el rostro y contemplar lo que me comería con lentitud.
Le di la espalda, caminando hacia la puerta marrón. El único sonido llenando mis oídos era el agua golpeándose contra mis botas y su corazón contrayéndose con fuerza.
Cree que me iré y la dejaré.
Alcancé la palanca del interruptor junto al marco de la puerta y la bajé sin perder tiempo oscureciendo el cuarto, dejando únicamente una porción escasa de luz proviniendo del único foco solar colgando de la pared del otro lado de la habitación. Su luz era insuficiente para lograr vislumbrar de este lado del cuarto las sombras, lo cual no me era problema.
Si algo sabíamos los experimentos negros, era que el tacto intensificaba en la oscuridad, y planeaba sentir y disfrutar hasta la última molécula del cuerpo de esta humana, lo mismo le sucedería a ella cuando la tocara.
Presioné el pestillo de la puerta y el tamborileo regresó detrás de su pecho, retumbando contra sus huesos. Me aparté de la madera y volteé, la vi removerse sobre el colchón, sentándose y retrocediendo con el empujón de sus largas piernas abiertas, dejando a mi vista ese montón de piel deliciosa que me devoraría antes de hacerle el amor.
Moví los muslos marcando el sonido en el agua que la hizo lamerse sus labios con nerviosismo y revolotear esa mirada en todas direcciones, contrayendo sus parpados como si tratara de vislumbrar mi sombra.
Sus pequeños y delgados dedos se acomodaron los cabellos detrás de sus orejas cuando detuve el paso. La vigilé, seguía buscándome, encogiéndose entre sus hombros y removiendo sus piernas con nerviosismo, apretándolas contra su entrepierna. Su excitación era tanta que no podía contener el ardor en su sexo, y yo la palpitación en mi glande.
Dejé que los segundos nos torturaran y alcé el rostro conteniéndome las ganas de echarme sobre ella. Cerrando los parpados, conté las temperaturas como las vibraciones del área negra, buscando aquellas que no pertenecían al lugar o llevaban otro color. Debía asegurarme que estábamos y estaríamos a salvo, que los chillidos de placer que arrancaría de los labios de esta humana no serían problema.
Tendré que taparle la boca.
Devolví la mirada a la humana en la cama, ese par de pechos remarcando sus areolas rozadas y esos pezones rojizos se sacudían debido a su respiración. Sin subir al colchón, incliné parte del cuerpo sobre el mismo, estirando los brazos a los costados de sus pequeños tobillos y cerca de sus talones. Esos que la desangraban en el sótano, haciéndole perder casi la vida entre mis brazos.
Como me alimentaria destrozar las manos de los bastardos que la lastimaron. Mejor aún, matarlos.
Respingó, con el tacto de mis yemas rodeándole el hueso y tirando de ella por lo largo de la cama y con brusquedad. La atraje cerca de mí, rozando mis labios en la piel de uno de sus talones, acaricié la palma de su piel y besé sus tobillos, tal acto la hizo respirar con profundidad.
Trepé sobre el colchón y sin sentarme sobre los muslos, acomodé las rodillas a los costados de ancha cadera. Deslicé las manos por debajo de sus rodillas, levantándole las piernas de tal modo que su trasero también se despegó del colchón y su espalda terminó recostada.
Su mirada no dejó de buscarme, seguramente preguntándose lo que haría.
La alcé más arrebatándole un jadeo de sorpresa cuando solo la mitad de su espalda quedó sobre el colchón, acomodé sus pantorrillas sobre mis hombros y rodeándole el abdomen con un brazo pegué sus glúteos a mi torso.
La tensión aumentó el endurecimiento de mis músculos remarcándolos bajo la piel cuando construí ese par de pliegues carnosos enrojecidos y empapados revelando ese pequeño sexo con el que jugaría. Lamí los labios, sediento, ansioso y hambriento por las perversidades que deseaba hacerle.
—Voy a comerme todo esto— advertí, dejando que mi aliento se desplegara sobre toda esa fragilidad de ella.
Exhaló con fascinación, abriendo sus labios y cerrándolos para tragar y asentir frente a mí.
—Adelante— tentó, ladeando su rostro y estirando una curva coqueta en su boca em tantos sus labios acariciaban su cabello rubio—. Come todo lo que quieras.
La seducción en su voz, inclinó mi rostro poseído por la imagen y rocé la nariz a lo largo de la frágil y tierna piel, haciéndola temblar y removerse. La respiré como una bestia necesitada, sintiendo la expansión de mis costillas marcándose en la piel de mi torso.
Deliciosa.
Exquisita.
Placentera.
Exhalé sobre ella con la ronquera emitiéndose de mí y estremeciéndola, y abrí los labios dejando que la lengua se me recostara sobre la piel, lamiéndole hasta el último milímetro y rozándole el sexo, probando de su adictiva miel.
Gimió, abriendo mucho esa carnosa boca en una mueca de placer, dejando que esos delgados dedos se hundieran apenas en el colchón cuando besé su reluciente monte y lo saboreé, produciendo el morbo en el sonido.
—Todavía no empiezo — ronroneé chupando uno de sus pliegues, sus cejas se fruncieron temblorosas jadeando—, y mira el gesto que me muestras.
—¿Querías que pusiera cara de amargada? —jadeó cuando lamí su sexo y lo palmeé con punta de mi lengua arqueando su espalda.
Extendí uno de mis brazos alcanzando su mentón, rozando sus carnosos labios con el pulgar de mi dedo solo para sentir su jadeo cuando succioné su otro pliegue y lo saboreé.
Voy a destrozarte de placer, pequeña.
Su boca atrapó mi pulgar, y sentir su lengua enroscarse y chuparme la yema me deslumbró, apenas me sentí desorientado en la sensualidad perversa que emitió su acción.
Esta humana no dejaba de sorprenderme.
—Hazlo—su incitación me extendió las comisuras contra sus pliegues.
Ella estremeció.
—Así será—ronroneé.
Me hundí entre sus pliegues, abriéndole paso a mi lengua para acometer su sexo con lengüetazos que le arquearon la espalda. Un gruñido me perforó sintiéndome aturdido en el cambio de sabores que se desprendieron de su piel, apretando la mano en su cadera y abriendo más la boca para hundirme con brusquedad hasta succionar la delicia de su sexo. Le arranqué un gemido que le sacudió los pechos y le hizo cubrirse la boca.
Succioné con más fuerza deseando tragarme todo su sabor hasta secarla entera, hundiéndole las uñas en el colchón y perdiéndole la mirada en alguna parte.
—Métela —gimió cuando succioné una vez más cerrándole sus parpados—. La quiero dentro, embistiéndome como lo hiciste en el sofá.
Tal petición no negaría.
—Cómo deseé, mujer—escupí las palabras contra su sexo—. Todo lo que quiera se lo daré a mi ritmo, a mi manera.
Sin dejar de saborearla, tiré más de sus caderas y con rotundidad, y sosteniendo su peso con ambas manos, empujé la lengua, penetrando su sexo con brutalidad, arremetiendo todos esos músculos pequeños.
El chillido que le estalló contra la palma me hizo gruñir insatisfecho.
La embosqué con lengüetazos y penetraciones feroces que le retorcieron el cuerpo incontrolablemente. Me alimente de su rostro quebrantos en gestos del placer que le producía, sus gemidos no pudieron ser acallados ni por sus manos que le traicionaban estampándose contra el colchón y contra se frente, aturdía y sin saber qué hacer.
Temblequeó ante mi succión, chupando hasta el último trozo de su interior, recibiendo ese chillido entre dientes y sus jugos del orgasmo que la sacudió entera y la deslizó. Succioné y saboreé su interior, estremeciéndola en otro gemido antes de sacar la lengua y besarle el sexo.
—¿Por qué demonios no dices mi clasificación? — escupí entre dientes, admirando sus pechos saltándole a causa de sus reparaciones temblorosas.
Sus mejillas estaban sonrosadas, contorneando su bonito rostro.
—¿Por qué tengo que decirlo? — jadeó, lamiéndose sus labios—. Solo lo diré si tu...
Lamí los pliegues acallando sus palabras en un gemido.
—¿Si yo qué, preciosa? — Besé su monte—. Continúa.
—Solo lo diré si tú dices mi nombre cuando te monte ahora mismo —continuó, y se mordió el labio con coqueteo.
—¿Quieres montarme primero?
—Sí— ni siquiera dudó —. Luego me harás el amor y nos acostaremos en esta cama.
Una ceja me tembló ante sus palabras.
Bajé su cadera acomodando sus piernas sobre mis muslos y recostando el resto de su espalda sobre el colchón.
—¿Acostarnos en esta cama? — pronuncié a la vez que me incliné sobre su cuerpo agitado, acomodando un brazo encima de su cabeza y contemplando esa mirada revoloteando en mi búsqueda.
—Quiero dormir...— pausó, abriendo con duda sus labios—, contigo y entre tus brazos.
Que soltara su ofrecimiento, sin temor a ser rechazada me ladeó el rostro.
Leí en libros escenas como estas, la humana que soltó los parásitos quería lo típico en un laboratorio donde no había más para nosotros.
—¿Quieres dormir conmigo y entre mis brazos?
La pregunta en mis labios sonó cruda y áspera. La idea de ella acurrucándose entre mis brazos, durmiéndonos en esta cama mojada, no podía ser imaginada y me pregunté en qué momento se le ocurrió que podría suceder.
Contemplé la manera en que apretó sus labios y hundió con temor sus cejas, arrepintiéndose. Pestañeó y su mentón tembló, inclinando su rostro hasta darme su pequeño perfil.
—Olvídalo, solo acuéstate
Deslicé los dedos a lo largo de su quijada, apretándola y enderezándole el rostro a la vez que eliminé los centímetros hasta rozarle la nariz con la mía. Estremeció ante el toque y el frote que siempre la debilitaba y la encogía contra sus hombros.
Me alimenta cuando se vuelve tan vulnerable a mis caricias, y tan excitante cuando demuestra lo mucho que le gusta que la toque.
—No he dado mi respuesta— recargué la erre con bestialidad.
—¿A no? — inquirió—. Creí que tu silencio también contaba como una.
La inocencia en su voz no se comparó a la de sus ojos clavados con seguridad en mi mejilla, como si hubiera encontrado mi mirada.
—No voy a dormir— Ese órgano detrás de sus pechos agitados volvió a comprimirse. Le solté la quijada, hundiendo la boca en la piel de su delgado cuello para besarle la piel—. Pero sostenerte en mis brazos sería interesante.
Repartí besos hasta la tierna piel de sus pechos devorándome la ternura y dureza de sus pezones con los que jugueteé.
Besé la piel de su abdomen, besándole su pequeño ombligo que le contrajo el estómago. Lamí su vientre plano, saboreándome la textura de calor que emitía, sintiéndola estremecer.
—Dormirás contra mi cuerpo— la fuerza de mi voz vibró sobre la piel de su vientre—, y entre mis brazos.
Enderecé el torso, llevando una mano a sacar una tira de preservativo.
—¿Alguna otra cosa que quieras que hagamos?
Rompí el empaque sacando el material y estirándolo sobre el glande, envolví el resto del falo. No tenía la textura como los preservativos que esa humana me enseñó a usar.
—Por ahora no tengo más— musitó empujando su espalda del colchón hasta sentarse.
Se acomodó sobre sus piernas, estirando uno de sus brazos. Sus dedos se movieron con suavidad entre la oscuridad. La pequeña estaba buscándome.
La vigilé como un depredador vigila a su presa, buscando ser mi platillo preferido.
La mandíbula se me tensionó al sentir la punta de sus uñas rozándose con la piel de mi pectoral inflándose con una respiración profunda. Hubo un titubeo que apenas atisbé en sus nudillos contrayéndose, antes de dejar sus tibias yemas extenderse a lo largo del músculo, acariciando la textura y recostando la palma de su mano con tanta cautela sobre la areola que no perdí de vista el más mínimo movimiento ni de su otra mano extendiéndose sobre mi ancho hombro.
— Prefiero que lo demás que quiera hacer contigo sea un misterio —Se movió frente a mí y me atrapó por el modo que se trepó sobre mi regazo, acomodando sus piernas a los costados de las mías.
Recargó la tierna piel de sus pezones sobre la cima de mis pectorales y admiré el mordisco que le dio a su labio inferior, buscando la sombra de mi mirada en tanto las caricias de sus manos construyeron la tensión en mis hombros.
Alzó su rostro, atinando la altura del mío y disminuyó la distancia, sintiendo el toque de mi lóbulo palpar su mejilla suave y fresca.
—Acuéstate —Sus labios rozaron el pómulo donde depósito un beso—. Te quiero todo para mí.
La comisura izquierda se me estiró y mis manos se movieran tomando el tallo de su pequeña cintura, apretándola.
—Como ordene, señorita.
Nos giré, recostando mi espalda contra el colchón y dejándola a ella encima de mi abdomen, sintiendo el roce de su mojada entrepierna manchándome los músculos.
—Móntame, preciosa— exigí y una sonrisa seductora le creció en sus labios en tanto se acomodaba un mechón —, antes de que sea yo el que lo haga.
Palmeé su glúteo y lo apreté en la palma de la mano, dándole a entender. Su pecho se agitó y se mordió el mismo labio, la piel en su entrepierna se mojó con mis palabras, aumentándole la miel.
—Esa parte será la única que no tocaras de mi— informó, alzando su ligero peso sobre sus rodillas.
Extendí una sonrisa perversa al verla retroceder con cuidado con sus manos recorriéndome el abdomen como si buscaran mi...Pegó un salto y mis dientes se apretaron cuando el glande de mi erección chocó con sus glúteos. Alzó más sus caderas y con los nervios visibles haciéndola temblar, retrocedió pasando por encima de mi pene.
Se detuvo cuando reconoció mis muslos y dejó que las uñas de sus manos tentaran sobre mi vientre, el camino que dibujaron hasta encontrar mi falo, disminuyó mi pecho.
La impotencia me desencajó la mandíbula ver sus dedos trepando sobre el material que se moldeada de más a mi erección. El tacto a través del preservativo me frustró, prefería sus tibias y suaves yemas recorriendo la textura de mi pene y repasando su calor.
—Sabes ponerte un condón.
Mejor no preguntes. No te gustará saber.
Sus dedos se detuvieron en mi glande dejando que su pulgar descansara sobre el mismo y lo masajeara. El pecho se me aceleró cuando siguió con sus movimientos, y quise arrancarme el material anhelando sentir la sensibilidad de su yema manchándome de mis fluidos.
Nada como sentirla piel con piel.
Levantó sus caderas y trepó encima de la mía, acomodando el glande entre sus pliegues empapados. La sentí estremecerse con fuerza cuando la cabeza rozó su sexo.
Y descendió.
El glande hinchado y derramado le abrió su pequeño sexo, descubriendo el ardor extendiéndose a lo largo de mi piel al descubrir los primeros centímetros de su interior. Era más pequeña de lo que antes la sentí, por ende, más exquisito y fascinante sería el placer de embestirla.
—Nastya...—gruñí, los músculos del cuello a poco estuvieron de reventarse ante la maldita pausa con la que la humana me fue enterrando en su estrecha pared muscular.
Las manos le estrujaron sus caderas con brusquedad, tenía intención de empujarla y enterrarme de una estancada hasta arrancarle el chillido que deseaba escuchar.
Cerró sus parpados y temblequeó con un gemido escapándose de sus labios, deteniendo sus caderas. Se creía llegar al final de mi falo, pero en realidad le hacían falta centímetros más para tenerme por completo dentro.
Sin amabilidad, tiré de sus caderas contra mi pelvis y con brusquedad, golpeando nuestras pieles y ahogándole un chillido. Crujieron mis dientes deseando sacarla de encina, quitarme el preservativo y enterrarme de nuevo para deleitarme hasta el último milímetro de la textura de su delicioso interior.
—Empieza— exhalé con ronquera, apretando los dedos en su cadera, ansioso de alimentarme de ella—. O perderé la paciencia y seré yo el que lo haga.
La advertencia le apretó sus labios como si mis palabras le fascinaran. No estaba mintiendo, esperar no era lo mío y estar dentro de ella era lo que deseé como embestirla con feroz brutalidad.
—Será a mi manera— sus dedos se recostaron sobre mi abdomen, hundiendo sus uñas en la piel para alzar su pelvis y hundiéndome en todos esos músculos estrechos y tensos con pausa—, suave y lento.
Meneó sus caderas sobre mí, apretándome los dientes al sentirme hastiado de la calma con la que mi pene se movía en su interior.
—Bastante lento— jadeó.
—No soy fan de lo lento.
—Tendrás que serlo conmigo.
Mordí el labio ante el segundo vaivén de sus caderas trazándome el desespero. Si seguía así no se lo haría dulce, la tomaría entre mis garras y la empotraría hasta marcarla, lo único dulce seria las palabras indecentes y las formas en que le llamaba.
Se inclinó deslizando sus brazos a lo largo de mi pecho hasta recarga sus codos y acomodar su rostro sobre el mío. Sus nudillos tentaron los costados de mi quijada tensa, extendiendo sus dedos sobre mis mejillas a medida que sus pulgares viajaron encontrándome la boca.
Vi la curva que se le dibujó en sus labios, eliminando el resto del espacio para rozar su suave textura sobre la mía. Despegó su boca, moldeándose a la mía en un beso lento que la desinfló, el apetito se me extendió como la frustración de no sentirla moverse sobre mí.
Sus dedos construyeron la piel de mis mejillas, saboreándome la boca en un segundo beso en el que tiró del labio inferior con provocación.
—Porque lento es como pienso endulzarte—susurró, besándome una vez más, y la armonía de su boca cerrándose sobre mis labios disminuyó la frustración.
Y se meneó y la ola eléctrica remarcando los músculos de mi cuerpo me hundió los dedos en la piel de sus caderas.
Maldita lentitud.
— Y si no me das el tiempo y tratas de tomar posesión de mis movimientos haciéndolo a tu manera—Se enderezó lejos de mí e hizo un segundo meneo marcado que me arrastró aire entre dientes—, no tendrás nada de mí, nunca, Siete.
Su advertencia severa me tentó, estirándome una media sonrisa amarga en la que la contemplé. Ganas tuve de provocarla y saber que tan cierto era.
—¿Estas tan segura?
—Tiéntame y verás—advirtió, extendiendo sus brazos hacía atrás, acariciando mis muslos—. Pero te aseguro que lo que te haré con lentitud lo vas a disfrutar así que de ti depende echarlo a perder o dejarte acometer por mí.
La sensualidad en su voz, sus labios mordisqueándose en mi espera y su cuerpo pequeño y sudoroso cuerpo sobre mí, derramaba inocencia, malicia y perversidad. Mía, solo mía, era lo único que gritaba en mis adentros, conteniéndome las ganas de llevarla contra la cama y ser yo el que la montara.
—Soy todo tuyo, preciosa—arrastré—. Hazme lo que quieras.
Sus dedos se hundieron más en su agarre, recibiendo la primera ráfaga de calor al cabalgarme con vaivenes circular de sus caderas. ¡Joder!
El miembro se me agitó con los cimientos de mi orgasmo cuando arremetió contra mí con meneos rítmicos y marcados. Arqueó su espalda lanzando la cabeza hacia atrás dándome la imagen de sus curvas exóticas delineándose en su pequeño cuerpo y esos senos agitados con el brillo de su sudor, me perdí en ella, en sus manos despeinando su cabello y en el fuego que emitía con cada movimiento.
Si esta era la dulzura que me daría, la recibiría conteniéndome las ganas de tomarla a mi manera y ritmo.
—¿Estas mirando? —susurró, enderezando su rostro con sus mejillas ya sonrosadas, el desliz de sus dedos cayendo juguetonamente por sus pechos hasta su abdomen plano me mordió el labio.
—Lo hago—exhalé ronco, delineando bajo mis dedos el tallo de su cintura, sintiendo su movimiento bajo las palmas, embelesado ante su seductora danza y el sudor que le recorría esos pechos rozados—, y me gusta lo que veo.
Sus manos se aferraron a mi abdomen inclinándose apenas, hundiendo sus uñas en mi piel y aumentando el ritmo contra mí erección, lento pero profundo y marcado, acumulando las corrientes en mi epicentro.
Jadeó el cabello se le acumuló sobre sus hombros y saltó colisionando contra mi cadera, arremetió contra mí en brincos que incendiaron mi piel.
—¡Mujer! — gruñí entre dientes frente a sus pechos sacudiéndose.—. Esto no tiene nada de lento.
—A veces rompo mis propias reglas, ¿no te gusta? —gimió, sin dejar de cabalgarme.
—No puede encantarme más—farfullé.
Los gruñidos me invadieron la garganta, no pude quitarle la mirada de encima a sus pechos sacudiéndose, una imagen morbosa de acometerlos con la lengua me secó la garganta.
Subí las manos por sus costillas, levantando la espalda del colchón para hundir mi boca en uno de sus pezones, la saboreé arrebatándole un jadeo. La sentí empujarme los hombros, quería devolverme al colchón y lo hice con tal de que no se detuviera.
—Así es como te quiero tener— su pulgar logró acariciarme los labios—. Contemplándome, sintiendo como te llenas de mí y gimes a causa de mí.
Se enderezó. Cerró sus parpados, y aferró sus manos a mi torso aumentando sus saltos sobre mí. Gruñí, el éxtasis me estiró el cuello y me apretó las manos a su cintura haciéndola quejar de dolor. La maldita delicia con la que me montaba estaba enloqueciéndome. Esta humana terminaría conmigo, sería a mí a quien destruiría con el placer.
Sus manos volvieron a mis muslos, arqueándose, y con los saltos que dio haciendo círculos con su cadera sacudiéndole con sus redondeados pechos, me preparó para el orgasmo:
Estallé y el gruñido bestial amortiguó su chillido sobre mí, sintiendo su derrame desplegarse sobre el material y el mío mojándome el falo. Los temblores se me detuvieron cuando su pequeño cuerpo se recostó contra el mío. Tembló con los espasmos deshaciéndose sobre mis músculos, la fricción de su piel empapada con la mía y su rostro recostado contra mi pectoral, me dejó mirando los barrotes de la cama de arriba.
Los dedos se hundieron en la piel de su cintura, sintiendo el calor aumentar en el pecho donde ese órgano palpitante se mezcló con los latidos desbocados de su corazón.
De pronto parecía que la humana estuvo hecha para mí y no las hembras de nuestra clasificación.
Que ironía.
Apreté la mandíbula, encajando las manos a su cadera y nos volteé, dejándola de espalda sobre el colchón. Sus ojos me buscaron en tanto acomodé los muslos bajo sus piernas. Observé la belleza que desprendía, con su cabello esparcido sobre el colchón y sus manos pequeñas descansando a cada lado de su rostro.
Era hermosa y maliciosa.
Sin duda la rosa con espinas más destructivas. La favorita del lobo, la adicción de la bestia.
—Mi turno, humana traviesa—aseveré.
Salí de su interior, quitándome el preservativo y la tomé de la cintura girándola por completo hasta dejarla bocabajo. Sus delgados brazos se movieron con intensión de levantarse, y antes de que siquiera se pudiera alzar un poco, me trepé sobre ella, deslizando un brazo debajo de sus pechos para alcanzarle el mentón y torcer su rostro.
Mi boca se pegó a su oreja en la que deje que mi aliento le humedeciera.
—Voy a besarte toda esta parte— empujé mi cadera contra su trasero, sintiendo mi glande mojarle la tierna piel que se le ocultaba en el pliegue de sus glúteos.
Temblequeó al menearme otra vez.
—Una vez lo haga—Besé su hombro produciendo sonido en su piel—, te haré el amor.
Solté su quijada hundiendo la boca en la piel de su hombro, chupando hasta marcarla. Repartí besos por cada trozo de piel de su pequeña espalda, besos húmedos en los que saboreé su delicia, hasta bajar al centro de donde mi lengua lamió la espina que se le marcaba.
La sentí tensionarse, dibujándome una mueca en los labios, bajé más, recorriéndome sobre ella, y con las manos sosteniéndole la cadera, levanté su trasero obligándola a doblar sus piernas.
—¿No dijiste que me besarías? —su voz se escuchó asustadiza.
La mueca se me ensanchó.
—Eso es lo que haré— arrastré —, te besaré entera.
Hundí la boca sobre el trozo de piel donde se acomodaba esa mancha roja, separándome apenas para deleitarme con la vista de sus glúteos redondeados y perlados. Rocé los labios sobre uno de ellos, lamiéndole la piel y chupándola, escuchando su inhalación de sorpresa ahogándose en su boca.
Le mordí la engordada piel, y el respingón que pegó debajo de mí, rozando su espalda con mi torso no se comparó a la exclamación llamándome con sorpresa. Una risa corta y baja se me escapó, ronca y vibrante remarcando la piel de su glúteo.
—Hermosa—ronroneé.
—¿Se lo dices a mi trasero o a mí?
Su juguetona voz me estiró los labios.
Lamí la misma zona, sintiendo sus extremidades temblorosas. Tiré de la piel de sus glúteos dejando el morbo de mi antojo a la vista. Pequeño y frágil, listo para ensuciarlo con la lengua.
Hundí la boca entre sus glúteos, lamiendo su fragilidad con el empujé de mi lengua que la hizo saltar.
—Siete— chilló contra la palma de su mano.
Un gemido se le escapó cuando chupé, y su cuerpo se empujó, retrocediendo tembloroso, rompiendo el agarre de mis manos hasta sentarse de costado con la mirada buscándome entre la oscuridad.
Me alimenté de su belleza y seducción, con un brazo recargaba el peso de su espalda, mientras que el otro permanecía doblado con sus dedos rozando sus carnosos y enrojecidos labios por los que arrastraba aire. Sus senos le brillaban por el sudor, saltándole de lo agitada que estaba.
Me fue fácil deducirla, nadie le besó por detrás, y por lo que vi en la ducha, nunca le tocaron esa zona.
Soy y seré el único que lo hará.
— No me lavé muy bien...—jadeó, sin dejar de buscarme.
La mentira se le percibía con fuerza, una excusa perfecta para escaparse de lo que quería hacerle.
Moví las rodillas sobre la cama, acercándome como bestia a su presa. Se estremeció con el colchón hundiéndose, deslizando sus piernas como si temiera, dejándome consumir de la imagen de su perlada y empapada piel en la entrepierna.
Inhalé su miel, llenándome del éxtasis que emitía y con una bestial exhalación dejé que los dedos le treparse sus tobillos, inclinándome sobre una de sus rodillas. El roce de mis labios la contrajo entera.
—La miel que destilas es más que suficiente— Besé su rodilla—. Aun si estás sucia serás mi mayor delicia.
La excitación le aumentó su exquisito aroma.
—No me voy a bañar en un mes, a ver sí es cierto.
Su risilla me dejó extasiado. Tiré de sus pequeños pies apartándola de la pared y arrebatándole una exhalación.
—Tiéntame— Deslicé las manos a lo largo de sus muslos para tomarla y alzarla de tal forma que la obligara a recostarse sobre el colchón —. Entonces sabrás cuanto me atraes.
Besé la piel de su muslo derecho disfrutando del sabor que le desprendía con locura. Recorrí con un sendero de besos húmedos hasta su ingle, removiéndola con un cosquilleo.
Chupé su muslo y succionando con adicción. Lamí ese par de pliegues que le sacudieron los pechos y chupé de ellos insaciable, produciendo el morbo que le arqueó la espalda y le llevó los nudillos contra sus labios cuando succioné su sexo.
Degusté cada centímetro de ella hasta su abdomen estremecido y contraído. Me enderecé y sin dejar de contemplar su desnudes, esa que endulzaría cumpliéndole lo prometido, acomodaba sus piernas sobre las mías y tomé otro paquete de preservativo, rompiéndolo de tal forma que el sonido aumentó su respiración.
Lo coloqué tomé sus caderas, empotré enterrándome con brutalidad en el éxtasis de su interior, arrancándole un gemido que la sacudió sobre el colchón, arqueándole esa delgada espalda y enterrándole los pies en el colchón.
Así deseaba tenerla, embistiéndola con brusquedad, romperla y destruirle la cordura con el placer que obtendría de mí. Pero tuve que recordarme que solo por ahora sería diferente.
—Esta brusquedad será lo único que acometeré contigo— gruñí bajo—. El resto te lo haré lento.
Trepé sobre su cuerpo tomándole con ferocidad su mentón, pegando mi boca a la suya, tierna y suave, respirándola.
—Lento, suave—Tiré de su labio inferior haciéndolo rebotar—, y dulce.
Su rostro se movió en una lenta negación en el que nuestras bocas se acariciaron.
—Házmelo lento, suave y dulce, pero a tu manera, no a la manera que crees que yo quiero—Nuestros alientos se entremezclaron, levantando sus pequeñas piernas en su afán de rodearme la cadera—. Y antes de que lo hagas quiero besarte como deseo hacerlo.
La tensión me endureció ante su boca separándose con suma lentitud, una lentitud tan remarcada en la que sentí cada milímetro de la caricia de sus labios moldeándose a los míos en un beso sensible y cuidadoso.
Estremecí ante lo desconocido. La delicia de sus labios abriéndose una vez más y envolviendo mis labios sin apretarlos, me hundió contra ella, profundizado el contacto, pero dándole el gusto a la calma que anhelaba.
Esta era dulzura.
Sus brazos se colgaron alrededor de mi cuello, hundiendo sus pequeñas manos en mi cabello, esa boca volvió a buscar la misma pausa y delicadeza de la mía y correspondí. El suspiro que la desinfló en un gemido débil y delató con sus sentimientos no fue más que las lágrimas que se le derramaron y el temblor en su mentón.
Humana tonta. No sientas con estos besos lo que no puedo sentir.
Su corazón contrayéndose y su boca besándome con una carga sentimental puso rígida mi mandíbula. La delicadeza y la ternura con la que se entregaba a mí y me lo demostraba, empezó a aturdirme como esa otra lagrima traicionándole.
La tomé del mentón rompiendo con sus besos.
—¿Por qué lloras?
La crudeza de mi voz le apretó los labios, esos orbes exóticos me buscaron otra vez, luminosos por el líquido que se le acumulaba. Percibí el temor en ella, y la duda ante mi pregunta.
—No estaba llorando.
Su fingida confusión me desgarró como esos dedos deslizándose en mi mejilla, la misma dulzura con la que me besó se emitió de sus yemas acariciándome la piel, construyendo esa parte de mi rostro.
—No intentes mentirme, Nastya.
Tembló otra vez, erizándosele las vellosidades.
—La pequeña me contó que tomaste sangre del bebé y me la inyectaste— la hermosura de sus labios estirándose en una sonrisa débil dispersó mi enojo.
Me tembló una comisura, desconocedor de lo que despertó en mí.
—Por eso lloré, creí que viviría con los residuos y eso me asustaba—mintió—. Gracias por curarme, Siete.
Evade mi pregunta.
—Tus lagrimas no son porque erradiqué los residuos— Solté su mentón, apartándome de su rostro con las manos volviendo a su cadera para levantarle el trasero del colchón.
Salí de su interior dejando únicamente el glande entre su estrecha pared muscular.
—Sí lo eran—se escuchó asustada.
Roté la cadera sin bajarle el trasero, provocándole un jadeo, y el exquisito fruncir de sus cejas oscuras me enloqueció, acometiéndola con embestidas cortas en la que mi miembro no entraba por completo.
—¿Seguirás mintiendo?
Ella negó con la cabeza, lamiéndose los labios con nerviosismos.
—No te estoy mintiendo.
—Como quieras, mujer—arrastré, no la obligaría a hablar.
La embestí enterrando hasta el último milímetro de mi falo venoso que le arrancó un gemido y le enterró las uñas en el colocón. Sin acometerla, roté la cadera contra su perlada pelvis haciéndola derramarse sobre mi piel.
Aumenté el ritmo sintiendo el morbo de la colisión de nuestras pelvis comenzar a crecer entre nuestros jadeos. El sudor me pegó los mechones a la frente y con el creciente fuego en el epicentro sentí que sería el primero en venirme. Cómo no hacerlo con semejante humana curvilínea y carnosa.
Me detuve cuando el orgasmo acreció apretándome los dientes, lo dejé escapar y ella jadeó buscando más. Esta deseosa de su orgasmo. Acomodé sus piernas sobre mis pectorales apretando la cima de su cadera y rotando sin acometerla, sintiendo como me apretaba su interior, su delicioso sexo me tenía preso.
Di una acometida que le sacudió sus pechos rozados y seguí penetrando sus paredes sin brusquedad. La velocidad le torció los labios, la mirada se le perdió cuando no detuve el movimiento circular. Volví a detenerme cortándole el orgasmo con una exclamación que me dibujó una media sonrisa.
—¿No te gusta, preciosa? —Arremetí con vaivenes que le tensionaron las piernas, estirándola su delgado cuello y cerrándole los parpados en un gesto que me encendió—. Te hice una pregunta.
—No—jadeó y lo que empuñó mi mano contra la pared fue no percibir su mentira—. Esfuérzate un poco más...
Se me desencajó la quijada, debía estar bromeando si esta dulce lentitud con la que la embestía no le gustaba.
—Tus peticiones serán cumplidas, muñeca.
Detuve las embestidas jadeando sobre ella.
Me alcé sobre las rodillas y acomodando sus pantorrillas contra mis hombros, le sostuve su cadera con una sola mano en tanto con la otra me recargaba sobre la pared quedando sobre ella. Intensifiqué las embestidas, hundiéndome y tocándola en el fondo de su coño, degustando el vaivén de su orgasmo y el mío aproximándose y bajando con el cambio de ritmo en mi cadera.
—Oh demonios—exclamó contra sus nudillos, incapaz de cerrar su carnosa boca.
—Demonio no, pequeña—gruñí, alcanzándola del mentón—. Soy al único al que debes nombrar.
Mi propio sudor le empapó las mejillas haciéndole subir su mirada en busca de la mía. Estiró uno de sus brazos en mi dirección, extendiendo sus delgados dedos y rozando mi apretada mandíbula.
—Siete.
Su llamado dulce y lleno de necesidad me descompuso la mandíbula, algo cálido trazó la parte interna de mi pecho. Aparté el puño de la pared atrapando sus dedos y dejando que los nudillos rozaran mis labios.
—Repítelo—exigí, besándole los dedos.
Ver como se le cristalizaba la mirada estrujó mis dientes.
—Siete—gimió.
La misma necesidad emitiéndose de su boca se sintió cómo si me arrojaran hielo en la piel, pero el pecho no dejó de quemarme con la agitación del órgano que palpitaba por ella. No me llamaba como lo hizo en el sofá, su forma de hacerlo ahora anhelaba de mí y no solo para darle placer.
Y no sé qué demonios busco de ella.
—¿Empieza a gustarte? —gruñí.
—Sí—gimoteó.
Solté su mano, y con un gruñido atascándose en la garganta hundí los dedos en su cadera y acometiendo la delicia de su interior con la brusquedad que deseé desde el principio poseerla. Las olas se estallaron en mi dentro y volví a embestirla hasta retumbarme los sentidos y torcerle la boca en un chillido.
Ladeó el rostro, perdiendo la mirada en alguna parte del colchón.
No, mujer. Aparté de nuevo la mano de su cadera para alcanzarle la quijada y enderezarle el rostro.
—Mantente así—susurré tocando sus labios con el pulgar—. Quiero disfrutar de cada gesto que te provoque.
Gimió fascinada por mis embestidas llenándole el cuerpo de tensión. Sujeté sus glúteos bajo mis palmas y sin amabilidad la embestí con bestialidad, arrancándole el chillido que no se comparó al rechinar de la cama, la quebré e hice trizas el mío cuando las estancadas no se detuvieron, estallando la piel con acometidas rotundas y lentas.
Una, dos, tres, cuadro, cinco, ¡y maldita humana! Me perdí en cada trozo de sensación que emitía el éxtasis de su interior, su cuerpo y existencia, escupiéndome gruñidos que no pudo contener sobre ella.
El orgasmo la sacudió debajo de mí trazándole una seductora montaña con la curva de su espalda, y no entendí lo que tomó posesión de mí cuando separé sus piernas bajándole la cadera e inclinándome sobre ella. Pero sentí mi brazo tomándola de la espalda y mi mano hundiéndose en su mejilla para embestir su boca con profunda lentitud.
Suspiró y jadeó, deshaciéndose ante los espasmos y mis besos que le saborearon la piel con cautela y como si su delicia desarmara a esta bestia. No era la dulzura que buscaba, pero esto era lo que podría conseguir de mí.
Lo que sabía dar.
(...)
Nastya.
Los parpados me pesaban, pero sentía miedo que al dejarlos caer me desvaneciera y al despertar todo esto también lo hiciera.
Se sentía irreal. Como si estuviéramos protagonizando una escena de película erótica y romántica. Desnuda, contra su cuerpo, con la cabeza recostada sobre su pecho, envuelta por el calor de su húmeda piel y su venoso brazo rodeándome la cintura.
Me estaba gustando mucho, y aunque sabía que no debía ilusionarme con esto, con él y con lo que hubiera entre los dos, hacia lo posible por disfrutar de este momento, enviando al demonio la culpa, la brecha y solo embriagarme en el olor que desprendía su sudor y hundirme en la melodía de su corazón latiendo lento contra mi oído.
Solo por una vez, quería sentirme como si fuera una humana más, una trabajadora y víctima que fue encontrada por él. Entonces no sentiría ese hueco en el pecho, no sentiría que estaba aferrándome a una farsa.
Porque en realidad, lo era, en esto no había nada romántico y sabía que no debía buscarlo.
Dios, me estoy poniendo sensible otra vez.
Desde que me tomó en la cama no podía controlarme con los pensamientos ni las emociones, me sentía tan sensible que, incluso, estar contra su cuerpo me daban ganas de llorar. No entendía si era porque no faltaba mucho para mi periodo, o porque aquí era la única tonta que sentía algo.
Sabía que esto era solo un polvo nada más. Hacer el amor a su modo, fue más sexo con mimos dulces y jugueteos que algo hecho con amor y sinceridad, estaba claro desde el principio que él no demostraría sentimiento por mí. No podría abrirle el corazón y enterrarme en él de ese modo.
No, no voy a pensar en eso.
No gastaría pensamientos en cosas que solo me aturdía y atormentaban más. El tiempo transcurría a nuestro alrededor, nadie sabía lo que ocurriría dentro de una hora o más tarde, y en verdad quería disfrutar de esta calma con él hasta donde pudiera por muy falsa que fuera.
Me removí sobre su pecho, trazándole las venas de su antebrazo con las yemas de mis dedos. Suspiré, sintiendo el estremecimiento provocado por su intenso calor, adormeciéndome los músculos.
Dormir entre sus brazos sería fascinante pero no lo haría, el temor de que al despertar lo sintiera tan distante, seguía ahí palpándome el corazón.
—¿Por qué no puedes dormir? —la pregunta desbordó de mis labios acallando el silencio.
Un poco de charla me mantendría por más tiempo despierta.
—¿No te sientes cansado?, ¿o es por el área?
Sentí su pecho inflarse bajo mi rostro, dejando que mi mano descansara sobre su otro pectoral para sentir su dureza remarcarse bajo la piel en tanto jugueteaba con su areola y pezón.
— No siento cansancio.
Me costaba crees que no sintiera sueño, había pasado un poco más de una semana desde que llegamos al área, y en ningún momento lo vi descansar.
—¿Estás seguro? — inquirí con cautela —. De los dos quien más ha dormido soy yo. Podrías intentar descansar un poco solo para reponer tu energía.
Y para que duermas conmigo.
—No.
Su áspera respuesta me apretó los labios.
—¿Tanto tiempo eres capaz de permanecer despierto? — pregunté—. ¿No te afecta?, ¿no le afecta a tu corazón?
—No.
—¿Y qué hay de la comida? — no pude detener mi voz—. Tampoco te he visto comer. Aunque dijiste que duraban días sin esa necesidad, ha pasado mucho tiempo.
El silencio me dejó incomoda. Quizás había hecho una pregunta que no le agradaba.
—¿Te gusta que te llamen por tu clasificación? — curioseé —. O, ¿tienes algún nombre por el que quieras que te llamen? Hubo otros que cambiaron su clasificación por un nombre.
No estaba mintiendo, en el grupo de Jerry escuché a algunos experimentos nombrarse.
—No.
Aunque me sentí fascinada por la vibración que emitió su voz, esa tonada espesa me apretó los labios.
—¿Y no quieres tenerlo?
—De nada serviría tener un nombre—exhaló, sintiendo su aliento cosquilleándome la coronilla.
Me sentí arrepentida de preguntar. Estábamos atrapados en el área, sin salida y quizás ni oportunidades de buscar un lugar más seguro que este, un nombre no haría una diferencia.
—¿Tienes u...? — Mis palabras se detuvieron cuando sentí su brazo apartarse de mi cintura dejando una sensación de vacío—. ¿Tienes un color preferido?
—No.
Me encogí cuando una brisa helada invadió la piel de mi cuerpo desnudo, y no porque no tuviera su brazo rodeándome, sino porque sus respuestas se basaban mayormente en ser un no.
—¿Ninguno te gusta?
—Ninguno me llama la atención.
—Me gusta el azul cielo, quizás lo viste cuando saliste al exterior — respondí en el silencio, a pesar de saber que quizás no sentía interés—. Mi hermana y mi madre tenían ese color de ojos y eran hermosos.
De nuevo el silencio creció y un sabor amargo comenzó a invadirme la lengua.
—¿Recuerdas el cobertor por el que fuimos a mi habitación? — seguí y no esperé su respuesta—. Le gustaba mucho tejer, era bastante buena. Intenté tejer una vez, pero siempre terminaba picándome los dedos.
Una sonrisa me cruzó inesperadamente los labios cuando recordé la primera vez que intenté hacer un maldito calcetín y Anhetta se molestó por utilizar sus hilos sin consentimiento.
—Soy buena en los deportes y soy todo un arte en los dibujos— hice saber—. Detallo muy bien a las personas en una hoja, aunque no los tenga de frente en alguna parte de mi mente se guardan y los reflejo con el pincel.
Estoy entre sus brazos y siento la brecha otra vez entre nosotros.
—¿Hay algo que te guste hacer? — Me removí contra su pecho, suspirando ante su calor acogedor y protector, se sentía tan bien estar así con él, y doloroso—. ¿Dibujar, leer...?
Lo tengo justo como quiero, pero no lo siento mío.
Ni siquiera un poco.
La desilusión me perdió, me desinfló con desgano y decepción, atrayendo mis manos cerca de mi pecho, jugueteando con mis propios dedos.
Bien. Su silencio es porque no quiere hablar. Entonces debería irme y dormir en la oficina, porque esto se siente forzado y ya sé lo que sucederá cuando termine.
—Leer era lo que más hacía.
No me emocionó escuchar su respuesta áspera y vibrante, de algún modo supe que él respondía forzado. Pero asentí, rozando mis dedos en mis labios.
— Me encantan las novelas de suspenso y thriller— susurré, mordisqueándome el labio—. Y aunque sea un poco inmaduro, los cuentos infantiles también son mis preferidos. El cuento que más me gusta es Hansel y Gretel. Dos pequeños niños que se adentraron en el bosque, ¿conoces ese cuento?
—La bruja los atrapa en su casa hecha de dulce y chocolate, y trata de comérselos — el crepitar en su voz me cerró los parpados, me relajó escucharlo decir más de tres palabras.
—Y logran escapar, eso es lo que más me gusta, que sin importar el miedo buscan sobrevivir—terminé diciendo—. ¿Leías mucho este tipo de cuentos?
—En la etapa infantil—su respuesta me alivió—, Hansel y Gretel era la única historia que siempre contaban.
No podría imaginar a Siete del tamaño de 56 Verde, menos aun con la misma alegría que ella emitía.
—¿Te enfadó escucharla tanto?
—Tanto que destrocé el libro—arrastró.
Una risa pequeña y corta se me escapó, creí que no podría imaginarlo, pero lo hice. Un Siete de tan solo 7 u 9 años rompiendo un libro con sus propias manos.
—Si me lo contaran siempre también haría lo mismo—esbocé—. ¿Tienes algún cuento que te guste?, ¿o novelas?
Lo nervios invadieron los retorcijones de mi estómago. De nuevo el silencio se abrió y apreté los labios para contenerme.
—No se nos permitía leer novelas que contuvieran los géneros que te gustan.
—¿Por qué?
—Nos brindaban ideas para escapar—el crepitar de su voz me estremeció, pero sus palabras me inquietaron—, y para matar.
Pestañeé y no supe cómo sentirme o qué decir. No sabía nada al respecto de lo que les hacían o les dejaban hacer a los experimentos, pero imaginaba la rabia de no poder hacer lo que quisieran e ir a donde quisieran. Obligarlos a madurar en una incubadora y a esperar en un cuarto del que no podían salir y luego emparejarlos, hasta yo misma querría salir de aquí.
Y ahora muchos estaban muertos a causa de lo que hice y él pasaría el resto de sus días aquí, esperando su muerte.
—La bella y la bestia— el aliento se me detuvo ante el escalofrió que me sacudió toda la espina a causa de su cálido aliento y su voz grave y ronca explorando mi cabeza—, es el cuento que más me atrae.
—Era el cuento favorito de mi hermana, tanto que compró el juego de tazas de la señora pop—expresé con lentitud—. ¿Qué te gusta de ellos?
—Cuando la bestia deja ir a la bella humana.
Mis cejas se extendieron con sorpresa y sin poder evitarlo incliné la cabeza hacia atrás, subiendo la mirada hacía toda esa oscuridad, estremeciéndome cuando mis labios rozaron con la dureza de su mandíbula.
—¿Dónde leíste esa versión, Siete? — comenté en una clase de broma —. Definitivamente no es la que me leía.
Endurecí y un vuelco en mi corazón bombeó sangre caliente a todas partes de mi cuerpo cuando esos largos y calientes dedos deslizándose sobre la piel de mi cadera y a lo largo de mi cintura. Por poco jadeé ante la delicadeza con la que fue recorriendo la piel de mi espalda, repasando con sus yemas mis omóplatos.
Jadeé y estremecí encantada.
—Es mi versión— su voz escapando de entre dientes y ese aliento cálido acariciándome la frente me desinflaron.
—¿Por qué le disté ese final? — pregunté a la vez que dejé a mi brazo estirarse sobre mí, rozando en tan solo un santiamén mis nudillos fríos con la textura cálida de una de sus mejillas—. Ella amaba a la bestia y bestia también.
Lo acaricié con delicadeza, disfrutando del contacto de mi piel fría con la suya. Estiré los dedos sobre su piel, amé la suavidad y el calor que emitía, la textura tan hipnotizante que construía su rostro me fascinaba trazar bajo las yemas.
—Los finales felices no son lo mío— Su aliento me acaricio los parpados, adormeciéndome hasta con la vibración de su pecho.
Otra vez no supe como sentirme. Solo pude encogerme de hombros y bajar la mano, dejando que las yemas de mis dedos se recostaron sobre su pectoral, deslizándose a lo largo de su torso, repasando los músculos de su abdomen, dibujando su textura endurecida y húmeda, acariciándola con profundidad.
—No soy fan de los finales felices, pero me gustan—bostecé, sin dejar de acariciarlo y sentir como me caían los parpados—. Leerlos te hace sentir como si estuviera por un momento completo, inmensamente satisfecho.
Un bostezo abandonó mis labios.
—Seria hermoso tener un final así.
Las últimas palabras musitadas me salieron sin filtro, y esos cálidos y estremecedores dedos tomándome de la quijada me levantaron el rostro. Jadeé al sentir el toque puntiagudo de su nariz acariciando la punta de la mía. Los parpados me traicionaron cerrándose al quedad fascinada ante el frote de su lóbulo a lo largo de mi puente.
Me encantaba su caricia, aunque estaba adormeciéndome más y no quería sentirme más cansada de lo que ya estaban.
—¿Quieres un final de esos? — su espesa y ese aliento remojándome los labios entreabiertos, me dejó embobada—. ¿Eres de las humanas que buscan un romance rosado, casarse y tener neonatales?
Sus preguntas se anudaron a los músculos de mi garganta haciéndose una piedra.
—Era—recalqué con lentitud—. Ahora no lo sé...
Negué, haciendo leve movimiento con el rostro en el que sentí el roce de nuestras narices enviando una corriente eléctrica a remover hasta el último musculo bajo mi piel
—Cuando me rescataron del sótano quise tener un final, creí que lograría tenerlo—arrastré con pesadez, sintiendo hasta la boca me pesada—. Es imposible. Tal vez por eso terminé así la historia que le conté... Pero ustedes sí, se merecen tener un final feliz.
Sentí la tensión endureciéndole los pectorales, y los dedos en mi quijada a presionarse con fuerza alzándome más el rostro. Volví a estremecerme cuando sentí su espesa exhalación cosquilleándome la piel y ya no pude abrir los parpados cuando esos carnosos labios palparon los míos que todavía se abrieron más.
—Estas babeando, preciosa— la ronquera en su voz me empeoró y su pulgar acariciándome la comisura aumentó la pesadez.
Sentí como mis labios se estiraban en una lenta y débil sonrisa que desvaneció en tan solo un segundo cuando frotó más sus labios sobre los míos en una clase de caricia que disminuyó la respiración.
—¿Babeo? —musité, apenas pude tocarme una de las comisuras solo para confirmas sus propias palabras al sentir el líquido entre mis yemas.
Cerré los labios y tragué, y estaría sintiéndome avergonzada con las mejillas calentándose si no fuera porque ahora, la caricia de su puntiaguda nariz sobre mi mejilla me embobó.
—Creo que...— suspiré cuando exhaló sobre mi piel, estremeciéndome—, me estoy quedando dormida.
Negué lentamente con la cabeza sin poder abrir los parpados ni levantar la cabeza, sintiendo los sentidos empezar a bloquearse.
—No quiero dormir.
—¿Por qué?
Su voz ronca y pausada me adormeció más y los dedos de mis manos dejaron de moverse sintiendo las extremidades colgándome del cuerpo cuando esos carnosos labios se rozaron de nuevo mis labios.
—Porque temo...—mis palabras jadearon cuanto sentí ese pulgar acariciándome el labio inferior.
Dios, no pedo abrir los parpados.
Me estoy quedando dormida.
No quiero. No quiero dormir porque sé lo que va a pasar.
— Temo que al despertar te sienta...
(...)
Dios, bellas. no sé como decirles que me encantó hacer esto. Sí, bueno, me tramé con la perversidad del señor Siete, pero empezar a incluir su punto de vista en esta historia, esta gustandome mucho. Lo verán muy seguido por aquí.
Quería darles este capítulo como un regalito, espero que les guste muchisimo.
Este capítulo esta dedicado a: hsxmitam FELIZ CUMPLEAÑOS HERMOSAAAA. TE ENVIO UN ENORME ABRAZO, Y TE DESEO UN AÑO LLLENO DE MOMENTOS Y EXPERIENCIAS BELLAS.
LOS AMOOOOO!!
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