Su tutor
SU TUTOR
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Capítulo antes llamado: TRAGAME TIERRA.
(Disfrútenlo, hermosas)
Nastya.
Me duele todo.
El cuerpo me pesaba, la cadera me incomodaba y el ardor en la entrepierna terminó removiéndome bajo las sabanas, quedando de espaldas al colchón y con la mirada adormilada clavada en el techo donde los rayos del sol alumbraban.
Una descarga eléctrica me estremeció cuando lo sucedido anoche se proyectó como película erótica en mi cabeza.
Él besándome y enterrándose en mí, y yo gimiendo fascinada con la dureza de su miembro y la rudeza de sus embestidas llevándome al séptimo cielo con el mejor de los orgasmos que sobrepasaba cualquier fantasía.
¡Oh maldición! Empujé la espalda fuera del colchón y aparté las sabanas de mi cuerpo para dejar mis piernas a la vista. La cara interna de mis muslos estaba enrojecida, pero lo que aumentó el temblor en mi cuerpo era la prenda interior que ocultaba mi parte intima. Ni siquiera la tomé para revisar lo que quizás estaría más afectado que mis muslos, no hacía falta mirarme o tocarme porque cada partícula de mi cuerpo estaba consciente de lo que sucedió, de lo que hicimos los dos aquí, en este cuarto y sobre este mismo colchón y contra el cabecero.
Soñé que tuve sexo con él en esta cama, y de repente..., de verdad había ocurrido. Me acosté con Keith Alekseev, me acosté con el prometido de esa mujer. ¿Cómo fue que sucedió?, ¿cómo dejé que pasara? ¿Ahora qué voy a hacer?
La moral me abofeteó y sentí el pánico desequilibrarme la respiración. Lo único que sabía era que aun sin iluminación en el cuarto, supe que era él en el colchón. Su calor, su aroma, su roce, su estructura, el agarre en el mentón y esos largos labios hundiéndose contra los míos, lo reconocí todo. No entendía por qué ni cómo, pero estaba tan excitada con lo que hicimos en el sueño que tenerlo sobre mí, escucharlo y sentirlo besándome con esa profundidad, fue como si otra yo saliera a flote, extasiada, lujuriosa, deseosa de que el sueño se hiciera una maldita realidad y fuera tomada por él.
Cualquier otra chica hubiera salido asustada de escuchar a un hombre trepar sobre el colchón, pero yo... no recordé al experimento Cero Siete Negro, tampoco recordé a la coronel. Ni siquiera recordé mi embarazo.
Y para colmo me gustó, olvidé todo y lo disfruté, ¿eso en qué me convertía?
En una zorra, y la amante de una noche.
Restregué las manos al rostro y me despeiné con desespero, no entendía qué me sucedió, en serio que no, no sabía que hacia él aquí ni como entró, ni tampoco el por qué eso no me importó más que el deseo de tenerlo encima de mí, fallándome con esa bestialidad. Jesús. Es que sonaba todo tan absurdo y ridículo, como un muy mal chiste.
Fueron sus feromonas. Sabía muy poco acerca de ellas y su efecto, pero era lo único que podría tener explicación. Eso dijeron las chicas, y eso fue lo que me impidió pensar con claridad anoche, hundiéndome el subconsciente y ¡demonios!, lo peor de todo era que lo disfruté, lo disfruté tanto que terminé soltando tonterías, creyendo que así apartaría la culpa de que él llevaba un anillo en su anular.
Deslicé mi cuerpo al borde de la cama para incorporarme, la incomodidad en mi sexo me apretó los labios y arrastré aire entre dientes a causa del ardor deslizándose en el interior. No era insoportable, pero podía sentir como las paredes me palpitaban y se contraída con el recuerdo de su tamaño, con el recuerdo de sus deslices salvajes y rotundos embistiéndome con pinchazos de placer que me reventaron las neuronas. Recordaba estar tan mojada que me avergoncé que tal grosor saliera y entrara de mi con casi facilidad. No podía creerlo, tampoco el placer que sentí.
Lo que también podía sentir eran sus manos presionando mis caderas en cada acometida cruda. Tiré de la sudadera dejándola deslizarse sobre lo largo de mis piernas y di una mirada a la habitación. La cortina rojiza apenas permanecía corrida mostrando una parte del balcón, eso era toda una evidencia de que él estuvo aquí después de tener sexo.
Además de la corina había una la colilla de un cigarrillo acomodada sobre la cajonera junto a la cama. La tomé repasándola entre mis dedos, estaba casi terminada y más que sorprenderme que un experimento fumara, me amargó saber que todavía se tomara la molestia para dejar algo suyo y recalcar que estuvo aquí.
¿Por cuánto tiempo más se atrevió a quedarse? No recordaba mucho después de que me recostara en el colchón, solo sus besos y mi cuerpo estremeciéndose con pesadez.
Qué fácil sucumbí a él. Cualquier otra mujer habría gritado al percatarse de que había un hombre en el cuarto, pero no yo, no, yo preferí acostarme con él y disfrutarlo. Debo estar loca. Y, ¿cómo entró al cuarto? No pude haber dejado sin cerrojo la puerta, estaba segura de que se lo coloqué al igual que coloqué el seguro en las puertas del balcón. El único modo en que pudo haber accedido era por medio de la tarjeta y esa solo la tenía yo, o, ¿no?
Sarah dijo que la tarjeta que me dio era la única para abrir la habitación, entonces, ¿cómo entró? Sacudí la cabeza en negación cuando comencé a sentirme frustrada, no iba a perderme en todo un cumulo de preguntas buscando respuestas cuando tenía todo el derecho a reprocharle cómo y por qué, y era lo que haría.
Que él estuviera anoche en la habitación sin mi permiso no estaba bien, como todo lo que sucedió después. Me moví rodeando la cajonera y acercando rápidamente el paso al corto corredizo. Tan solo lo crucé y me detuve frente a la puerta, revisé el cerrojo puesto y lancé una mirada por la ventanilla al pasillo del otro lado. La ancha espalda de uno de los soldados uniformados de negro era lo que mayormente se dejaba ver, sentí un pinchazo de calor recordar que él también vestía ese tipo de uniforme, pero reparar en ese cabello castaño y esa ligera nariz morena y levemente perfilada me hizo saber que se trataba de otro soldado.
Y eso solo me hacía sentir aún más confundida porque, si había un soldado cuidado de esta puerta, ¿cómo fue que él pudo entrar? Nada de esto tenía sentido.
Presté atención como detrás del hombro del soldado la puerta de la habitación de enfrente comenzó a ser abierta. El cuerpo curvilíneo de Ivanova vistiendo uniforme pronto se dejó ver, y sentí como hasta el último musculo de mi cuerpo se endureció al ser bañado por la culpa.
¿Qué haría ella si supiera lo que su prometido hizo?, ¿qué haría si supiera que su prometido entró al cuarto sin permiso y me besó?
Cerró su puerta y vi como hundió su entrecejo manteniendo la mirada en el móvil de su mano. Parecía de mal humor, tecleando con fuerza la pantalla.
—¿Algún problema, coronel? — El soldado en la puerta se enderezó.
Sentí una bola de estambre en el pecho cuando esa mirada celeste reparó en la puerta detrás de él antes de saludarlo.
—¿Ha visto al soldado Alekseev?
Los nervios se me dispararon solo escucharla preguntar por él, sí, estuvo anoche en mi cama...
—En la mañana no se ha reportado—añadió ella dejándome confundida—. Incluso en toda la noche tampoco lo hizo.
¿Eso que quería decir? ¿Qué no regresó a su cuarto? Entonces, ¿en dónde pasó toda la noche?, ¿aquí mientras yo dormí?
—Ahora mismo está en la Torre C, sigue con el ministro—la respuesta salió inmediata del soldado grabándose en mi cabeza.
—¿Todavía esta dormida? — escupió, mirando de nuevo la puerta.
—Lo más probable. Sarah vino hace una hora, pero la chica no respondió.
Apretó sus labios en una mueca de disgusto, moviendo su brazo y apartándose la manga de la muñeca para mirar el reloj.
—Salí temprano de aquí y volví tarde, ¿y ella sigue dormida?, ¿cuánto más piensa quedarse ahí? — preguntó secamente—. O el miedo la mantiene encerrada o es simplemente una floja a la que se le enredan las cobijas.
Enarqué una ceja, no era mi culpa que su prometido me dejara tan exhausta.
Qué sinvergüenza soy. Negué nuevamente con la cabeza sintiendo la frustración, y sintiéndome estúpida al recalcar aquello como si fuera algo normal cuando de ninguna manera lo era y tampoco estaba bien.
Que él estuviera aquí anoche no lo fue, ni mucho menos que yo le diera todo permiso para tomarme así.
— Ya pasa del medio día— enfatizó—. Enviaré a Sarah a que la despierte no importa qué, no debería dormir tanto tiempo cuando tiene toque de queda por las noches.
El tacón de sus botas militares resonó apenas y apagadamente en el pasillo cuando se giró de perfil y movió sus largas piernas, desapareciendo de mi vista en tan solo segundos. No sabía qué haría de ahora en adelante ocultando lo sucedido con ella, porque definitiva no podría decírselo.
—Por cierto, soldado Lewi—su voz en la lejanía apenas fue entendible. El moreno giró parte de su rostro, dejándome ver el verde olivo de sus orbes serios—, ¿sabe si el teniente Gae hizo su guardia anoche?
—No, coronel— la áspera voz del soldado me apretó los labios, ¿cómo qué no? Si yo misma lo vi quedándose al pie de la puerta y todavía mencionando que haría guardia —, cuando llegué estaba el soldado Alekseev, fue a él a quien relevé el turno.
Eso me sorprendió, así que él también hizo guardia, eso explicaba gran parte y apostaba a que tenía otra tarjeta para acceder a este cuarto.
—De ahora en más me informara cada que relevé al soldado Alekseev, ¿entendido?
—¿Hay algún problema con que su prometido haga guardia, coronel? — mi mirada se devolvió al perfil del moreno, la sonrisa ladina en sus carnosos labios le dio un aspecto de malicia—. Al final de cuentas este es parte de su trabajo. Es él el que debería estar aquí, no el teniente. No me diga que empieza a...
—No soy yo la que le impide tomar su puesto, así que no haga conclusiones apresuradas, soldado —lo calló —. Keith es el que decidió darle la guardia al teniente Gae, porque no quiere perder su tiempo cuidándola. Seguro el teniente tuvo problemas, y por eso lo relevo.
No iba a negar que sus palabras me disgustaron porque sí que lo hicieron. Lo expresaba como si fuera un problema, pero no era yo la que les pidió que hicieran guardia en la puerta y me cuidaran. Y aunque realmente fuera un problema debido a que intentaron matarme, tampoco quería estar en esta posición.
Perder su tiempo cuidándome, dice. Pero bien que vino su prometido anoche y me gruñó en idiomas que desconozco mientras me embestía y se venía en mí.
Sí, qué placentera manera de expresar que no quiera cuidarme.
Y que sinvergüenza soy pesando en esto como si fuera aceptable, ¿qué me sucede?
—No es mi objetivo molestarla, coronel, pero... —la pausa del Soldado Lewi me hizo prestar más atención a una conversación que seguro no me concernía—, si es parte de su trabajo, ¿para qué quiere que le informe cada que releve al soldado Alekseev?
—Eso a usted no le incumbe, soldado—la oí espetar—. Hágalo, es una orden.
El taconeo volvió sobre el suelo, perdiéndose cada vez más y no supe qué pensar, solo decidí no hacerlo. Me aparté de la puerta, encaminándome al balcón y corriendo la cortina de un solo tirón para que el resto de la luz alumbrara el cuarto. Quité el seguro del primer ventanal y lo corrí dejando que la helada brisa me cubriera en tanto salía al balcón. Hacía más frio que otros días y el cielo estaba mayormente cubierto de nubes que oscurecían el ambiente.
Quizás habría otra tormenta como aquella vez. Su torso desnudo y musculoso siendo alumbrado por los rayos en el cielo se vislumbró en mi mente y mordí el labio recargándome en los barandales de piedra. Ni siquiera toqué su cuerpo anoche, ni siquiera lo vi desnudo, ni siquiera me desnudó, eso significaba que el erróneo momento fue más carnal y lujurioso que otra cosa.
No iba a quedarme de brazos cruzados con lo que sucedió.
Alcé la mirada y revisé las únicas torres que alcanzaba a mirar desde mi lugar, apenas podía atisbar las sombras de los soldados que hacían guardias en ellas y algunos otros recorriendo la cima de los muros que rodeaban la base. Por otro lado, no había casi nadie en el jardín, Rouss, Penny y un hombre que me daba la espalda eran los únicos ocupando una de las mesas. No había experimentos en todo el resto de la zona. Había creí que por lo menos los niños que jugaron ayer estarían afuera, pero no.
¿Sería por los disparos de anoche? Lo más probable, Sarah dijo que tardaron mucho para que los experimentos confiaran en ellos y en este lugar, tal vez ahora desconfiaban nuevamente de su seguridad.
Solo esperaba no tener que pasar por lo mismo que en la torre, que nadie más intentara matarme, y nadie más saliera lastimado intentando impedirlo. Todos estos pensamientos solo me confirmaban que había mucho en qué pensar, pero al final seguía sin recordar algo que realmente me explicara un por qué.
Con una mueca en los labios, volví a la habitación, deteniéndome frente a la cajonera de la que saqué una sudadera limpia y tomé los jeans del suelo para aproximarme al interior del baño, cerrando la puerta.
Para mi lamento no tenía ropa interior limpia, unas bragas estaban desaparecidas y las otras Sarah se las llevó ayer para lavarlas, las únicas que me quedaban eran las que tenía puestas. Pero me incomodaría utilizarlas de nuevo al saber que él nunca me las quitó, solo las removió y me folló con ellas, mojándolas de nuestros fluidos.
Estremecí con el recuerdo de su miembro meneándose entre mis pliegues, la sensación de su piel y la de mis fluidos recorriendo la largura de su falo y esas venas tan marcadas, me flaqueó las piernas. Mucho menos olvidaría el sonido que se produjo fue tan... Dios mío no podría ni siquiera explicar qué sentí. El morbo y la lujuria era lo único que palpitaba en mí.
¿Cómo es que se sintió tan bien?
¿Cómo pude permitirlo y no decir nada en contra?
Hasta del embarazo y del experimento, padre de lo que estaba esperando, me olvidé. Y Keith tenía prometida, no podía comprender cómo es que a él eso no lo detuvo para venir aquí, ni por qué conmigo y no ir con su prometida.
No lo entiendo, y ahora me siento fatal por ella. Si supiera la clase de prometido que tenía, le estaría arrebatando el anillo.
Lo peor es que me fascinó su follada...
Con una clase de molestia, dejé caer la ropa limpia sobre el retrete, y me quité la sudadera dejándola caer al suelo antes de revisarme el vendaje y sacármelo con cuidado. Manchas de sangre se esparcían en algunas zonas de la tela, no eran muchas y me sorprendió que la herida no se abriera, mucho menos que no me doliera después de lo de anoche.
Detallé las puntadas y acerqué dos de los dedos a la herida, deslizándolos las yemas sobre la piel y alrededor de la zona enrojecida, no me dolía. La pomada que Sarah me colocó sí que funcionaba, adormecía el dolor.
Dejé de tocar y me deshice del brasier y tomando los pliegues de las bragas: esas que tendría que lavar y esperar a que se secaran para usarlas, al menos que Sarah viniera con la ropa que le di a lavar.
Me las saqué y el aliento se me escapó, y no por el leve ardor que el inclinarme sobre mis muslos me provocó, sino por toda esa piel enrojecida dibujándome la entrepierna, el monte rosado y las caderas. Maldición, solo mirarlas podía recordar su pelvis golpeándose a la mía y sus largos dedos hundiéndose en mi cadera para mantenerme en la misma posición.
Por un momento llegué a creer que me partiría en dos con tanta fuerza. ¿Así de fuertes eran todos los experimentos?, ¿así de fuerte era Siete...?
Detuve la pregunta sintiendo la opresión atravesándome el pecho, esa sensación de vacío y culpa volvió, si al final resultaba que tuve o tenía algo con él, entonces también fui infiel.
¿Lo fui? Negué con la cabeza sacándome el brasier, me sentía estancada con mi falta de memoria, sentía que no estaba progresando con nada y ahora cargaría con la culpa de algo que desconocía.
—Qué martirio—susurré, y con un nudo en la garganta me adentré a la ducha abriendo el grifo y dejando que el agua cálida me cubriera todo el cuerpo.
Quise relajarme y tranquilizarme, pero no pude hacerlo. Era otro día más y no tenía una sola maldita pista de mí. ¿Qué tenía que hacer para poder avanzar en este camino en el que no me encontraba sentido?
Alcé el rostro dejando que el agua siguiera recorriéndome, tomé el tallador y lavé cada parte de mí. Con cuidado dejé deslizarlo sobre mi vientre, sobre esa leve inflamación que detrás ocultaba una vida frágil y pequeña que, con el paso de los días, crecería más.
Y Siete ni siquiera sabía.
Quiero saber cómo es...
Un zumbido se adueñó de mis oídos y el tallador resbaló de mis manos cuando todo al rededor se transformó en una sombría habitación desolada, de paredes grisáceas y escasos muebles adornando su interior.
Reconocí el cuarto, así como la cama en la que estaba recostada cuyo colchón se hallaba húmedo y mi cuerpo desnudo, cubierto por una delgada sabana.
La ausencia de él me torció el rostro solo para reparar en el espacio vacío junto a mí, extendí el brazo bajo la sabana, dejando que los dedos se recostaran y deslizaran sobre la textura, extrañando su cuerpo, su intenso calor, sus brazos que me tuvieron rodeada después de tener sexo.
Solté una larga exhalación llena de desilusión. Por eso no quería quedarme dormida. Sabía que ocurriría, que Siete se iría y me dejaría sola.
La sensación de opresión en mi pecho me apretó los labios y sentí el mentón temblarme por lo ilusa que fui al creer que las cosas entre los dos serian diferentes. Pero no lo era, lo sabía. Sabía que la brecha seguiría intacta, lo que hice no desaparecería, la triste realidad que nos invadía seguiría siendo la misma y a él lo seguiría sintiendo lejos de mi alcance.
Empujé mi espalda del colchón y con la sabana apretada a mi cuerpo,
gateé hasta el borde de la cama, ahogando entre mis labios un quejido ante la sensación incomoda palpitándome el sexo y la piel de los pliegues. Si así era como me dolía esa zona, no quería ni imaginarme lo enrojecida que debía estar esta parte de mí, o si otras partes de mi cuerpo también estaban enrojecidas.
Esperaba que no, no quería tener que cargar con marcas que me recordarían a la conversación que quise tener con él, mucho menos recordar los besos dulces que le di demostrando algo que no debí nunca hacer.
Bajé de la cama, enderezándome con pausa cuando el ardor palpitó a los lados de mi cadera. Di una mirada al agua cubriéndome los tobillos, y con las manos aferradas a la sabana, estiré los brazos extendiendo así la tela blanca a los costados de mi cuerpo, desnudándome por completo. El corazón se me sacudió con brusca fuerza al dar una mirada a esos chupetazos no solo en los pezones sino en varios rastros de la piel de mis pechos.
Sentí que los ojos se me saldrían del rostro al darme cuenta de que no eran las únicas partes de mí que llevaban la marca de Siete. El monte venus estaba sonrosado con apenas un rastro de piel impecable, y ni mencionar el enrojecimiento de ese par de pliegues que todavía sentía calientes.
Y las caderas, ¡Jesucristo!, llevaban la huella de sus dedos. No. Todo mi interior llevaba la marca de él. Se metió en mi piel y lo más cruel era que seguía sintiéndolo lejos...
—Despertaste.
Respingué ante la vocecilla aniñada y llena de emoción levantándose al otro lado del cuarto, cubrí mi desnudes y giré el rostro encontrándome con esa pequeña niña de corto cabello castaño y orbes verdes saliendo del umbral del baño con un par de monitos cabezones en una mano y en la otra un paquete de galletas.
—El Ogro me dijo que te cuidara otra vez—canturreó.
—¿El Ogro? — mi propia voz hizo un ruidoso eco desvaneciendo la suya y con ella, el resto del recuerdo que me dejó con la mirada clavada en mis desnudos pies.
No puede ser. Ese era el cuarto de descanso del área negra, el lugar donde nos mantuvimos sobreviviendo por días. Al fin había recordado algo que no se nublaba de mi mente y solo dibujar una y otra vez el recuerdo de ese pequeño rostro delgado y ovalado vistiendo un camisón, sin duda era la niña.
La recordé, recordé a Jennifer. Y la emoción me extendió una sonrisa sintiendo el escozor en los ojos. Había recordado su rostro con mucha claridad y que fuera el de ella me llenó de ilusión porque si la recordé, entonces podría empezar a recordar a los demás, recordar a Siete también.
Jenny se pondría contenta cuando se lo contara, gritaría y saltaría de alegría algo que también quería hacer, pero...
—¿Por qué lo llamó Ogro? —las palabras resbalaron de mis labios desvaneciendo la sonrisa.
Cerré la llave y sin salir de la ducha, mantuve la mirada en los azulejos donde mi reflejo se dibujaba. Volví a reproducir el recuerdo y solo hacerlo me dejó más confundida. Ella le llamaba señor Ogro a Keith, ¿por qué a Siete también?
Nunca le pregunté de qué otras formas llamaba a Siete, solo la escuché nombrarlo como "El hombre malo que da miedo".
Pero tener una respuesta sobre eso no era en lo que quería pensar o tratar de entender, sino lo que sentí cuando desperté sola en ese cuarto y sobre esa húmeda cama.
El dolor en el pecho y las contracciones en el corazón como pinchazos de púas al no tenerlo a mi lado era tan palpable que incluso estremecí, sintiéndolo en mi pecho.
Y el deseo de quererlo cerca y la ilusión de creer que despertaría entre sus brazos me hizo exhalar entendiendo esa parte de mí, ese trozo de mi recuerdo el cual expresaba sentimientos.
Me gustaba ese experimento.
Sí, era claro que sentí algo por Cero Siete Negro, y eso me dolía. Nada cambiaría, seguiría sintiéndolo lejos. Seguiría sintiendo la maldita brecha entre los dos. Eso fue lo que pensé, pero, ¿por qué?, ¿cuál brecha?
¿Por qué me sentí de ese modo? ¿Acaso fui rechazada y por eso la opresión? Sí, era lo más probable, que la razón por la que me afecto que no despertara entre sus brazos, era porque él no sentía lo mismo.
El solo pensamiento me hundió el estómago como si una clase de piedra cayera sobre él. No recordaba claramente su rostro y aun así era capaz de sentirme efectada por un recuerdo. Eso también quería decir que, ¿todavía me gustaba?, ¿era posible que siguiera sintiendo algo por alguien a quien no recordaba?
El día que estuve en el jardín con Pym, habria querido recordar con claridad su rostro, pero no fue así, estaba borroso. Pero sus ojos, ese destello platinado y el color negro tan escalofriante de sus escleróticas seguía intacto como la voz de esa niña en mi cabeza describiéndomelo.
Cuatro golpes a la puerta me sacaron de mis pensamientos. Me volteé atenta a los siguientes sonidos, recordé lo que Ivanova dijo que haría, enviaría a Sarah a que me despertara y seguramente era ella.
Salí de la ducha sacándome con la toalla y me vestí con rapidez, deslizándome los jeans sin ropa interior y cubriendo la gordura en mi vientre, abrochando los botones y subiendo la cremallera. Tan solo terminé, atravesé el umbral y recorrí la habitación hasta el corredizo.
Quité el seguro y abrí la puerta recibiendo el golpe del pequeño cuerpo que se estrelló contra mí, rodeándome la cintura con sus delgados brazos.
—¡Feliz cumpleaños!
Su chillido de emoción me hizo pestañear, Sarah apareció pronto al pie de la puerta con sonrisa de felicidad, llevaba un bolso colgando de su hombro y en sus manos un muffin de chocolate adornado por una vela encendida.
—No sabía que fuera mi cumpleaños— tan solo lo dije sentí enseguida el asentimiento de Jennifer sobre mi estómago.
—Hoy es 10 de noviembre.
Rompió su abrazo subiendo su rostro para mirarme con sus enormes orbes verdes llenos de emoción.
—Hoy cumples 26 años— me señaló—, ya eres una humana vieja, pero descuida no se te notan para nada las arrugas y sigues siendo igual de hermosa.
Su tierno comentario me hizo sonreír de diversión.
—Vieja yo, la señorita está en la mejor edad, edad en la que nada se le cae y nada le cuelga.
—Yo tuve la idea de organizarte una sorpresa para ti— gritó Jenny alzando su mano y dando saltos frente a mi—. ¿Te gusta?
—¿Gustarme? Me encanta — respondí con sinceridad —. Muchas gracias.
Sus orbes se iluminaron como si mis palabras le gustaran retrocedió con rapidez, tomando el brazo de Sarah y tirando de ella para que se adentrara.
—No vamos a festejar su cumpleaños en el cuarto, estamos aquí para llevarla a comer—me sonrió Sarah—, así que arréglese.
—Pero primero sopla la vela y pide un deseo — me ordenó—. Pídelo, se te va a cumplir.
Sarah extendió más el muffin frente a mí y no tardé en soplar la pequeña vela, tan solo la apagué, creando un hilo de humo, la pequeña aplaudió.
—¿Cual fue tu deseo? — aventó con entusiasmo—. ¿Pediste recordarnos?, ¿pediste recordar al señor malo que da miedo?
Un nudo se me creo en la boca del estómago cuando en mi mente el recuerdo de mi despertando en esa cama volvió. Desvanecí el recuerdo extendiendo una sonrisa ante la emoción de la pequeña y asentí sin dudar.
— ¿Y adivina qué?
—¿Qué? — esfumó curiosa.
Mordí mi labio inclinándome un poco para tener su rostro delante del mío.
—Hoy tuve un recuerdo del subterráneo...— hice una pausa solo para ver su expresión, sus parpados extendiéndose con sorpresa fueron suficiente para hacerme continuar: —, y tú estabas ahí.
El grito de emoción no se hizo esperar como tampoco sus saltitos y esos largos brazos rodeándome de nuevo.
—¿Me recordaste?, ¿en serio me recordaste? — subió la mirada esperando mi respuesta y asentí compartiendo su misma emoción—. ¡Sí! Si me recordaste quiere decir que recordaste todo, ¿verdad?
Y la sonrisa titubeó en mis labios, algo que ella observó hundiendo su entrecejo con extrañeza.
—¿No?
—No, pequeña— mi respuesta llegó acompañada de una leve negación que apagó su emoción—, lo siento.
—No la abrumes, Jenny— Sarah se acercó a ella por detrás, recargando su mano sobre su cabellera en una clase de caricia—. Han pasado solo días y que te recordara son buenas noticias, quiere decir que empezará a recordar más. ¿No era eso lo que querías?
La niña movió su cabeza una y otra vez en un asentimiento repetitivo.
—¿No te alegra que te empiece a recordar? — quise saber.
Ella no tardó en asentir con más energía, energía, esta vez su rostro para dejar que ese par de orbes verdes apenas cristalinos me miraran con ilusión.
—Sí me alegra, pero quiero que recuerdes todo de una vez— se sinceró.
—Todo tiene su tiempo, jovencita— canturreó Sarah quien no tardó en apartarse, recorriendo el corredizo detrás de mí—. ¿Movió la cama, señorita?
Su pregunta me hizo voltear parte de mi cuerpo, y a Jennifer la hizo romper el abrazo para aproximarse a la mujer y mirar del lado derecho de la habitación, la cama desordenada.
—¿El señor Ogro te dejó? — curioseó la niña antes de encaminarse hacia ese lado.
El Ogro me pidió que te cuidara otra vez. Las palabras que soltó en mi recuerdo llegaron a mí y quise hacerle una pregunta.
—¿Por qué la acomodó de este lado?
Porque no podía dormir teniendo la puerta detrás de mí y las ventanillas por delante. A pesar de que un soldado cuidaba la habitación, sentía que alguien rompería las ventanillas del balcón y entraría a atacarme. Esa era la respuesta que quise darle, pero con la niña presente, callé.
— Creí que se sería más cómodo tenerla ahí — fue mi respuesta, decidiendo aproximarme a Sarah quien volteó a mirarme como si mi respuesta no fuera demasiado clara.
—¿Es por lo de anoche? — inquirió—. No tiene por qué tener miedo, esta habitación estará protegida siempre por un guardia, nada podrá entrar sin autorización.
Sus palabras hicieron que una pregunta tocara mi lengua y palpara mis labios.
—¿Sabe si alguien más tiene una tarjeta para acceder aquí? — solté enseguida.
—La que usted tiene es la única, señorita.
—¿Keith no tiene una? — insistí en saber
—No que yo recuerde.
—¿Esta segura?
Sus parpados se contrajeron como si lo que preguntara fuera sin sentido para ella.
— Hasta donde sé el señorito Alekseev tiene una tarjeta extra, pero es de la habitación de la coronel—aclaró y su seguridad me dejó abrumada. Si tenía una tarjeta extra de esa habitación, seguro que también la tiene de esta—, ¿por qué pregunta?
Porque él entró al cuarto y tuvimos sexo en el que consentí sin ningún gramo de culpa sin siquiera preguntarme qué demonios hacia él aquí, ni los riesgos que hacerlo atraería.
—Solo era una duda— sostuve.
Claro que Sarah no sabría que él tenía otra tarjeta. Y claro que la tenía. No pudo haber escalado un piso entero para subir por el balcón.
¿O sí?
— Le traje más y nuevo vendaje. — informó descolgándose la bolsa del hombro—. De hecho, también traje su ropa limpia.
Eso era una buena noticia, no quería usar las bragas sucias. Me extendió la bolsa que no tardé en tomar agradeciéndole también.
—¿Ya encontró su calzón perdido?
En otro momento sus palabras estarían dándome gracia, pero entonces, una pregunta toco mi cabeza: ¿y si fue él quien los tomó?
¿Acaso anoche no era la única vez que entraba al cuarto?
No, no, claro que no. Era absurdo.
—Todavía no, creo que me resignaré a que un día los encuentre— exhalé
—Que extraño, ¿no? — soltó—. No hay...
—Nas, ¿esto que es?
El grito de la niña a mi costado me entornó la mirada en su dirección. Estaba delante de la cajonera con un brazo levantado sobre el mueble, con sus dedos tomando el resto de la colilla del puro.
Palidecí y Sarah me extendió el muffin que no tardé en tomar, antes de acelerar sus pasos hundiendo la habitación con el taconeo de sus botines negros. Le arrebató la colilla para verla por ella misma y luego mirarme como si algo así no lo esperara de mí.
— ¿De dónde consiguió puros, señorita? —hizo la pregunta que no quería que hiciera.
Se lo acercó para olerlo apenas.
—Es de menta, de muy buena calidad—afirmó.
—¿De menta? —curioseó la pequeña—. Me gusta la menta, ¿puedo probar?
—No es para niños y daña muchísimo los pulmones— le aclaró y volvió a mirarme, poniéndome los nervios de punta—. ¿Quién se lo dio?
Separé los labios, pero no supe responder.
—No me diga que fue el teniente Gae el que se lo dio—Hubo molestia en su mirada—. Bueno, pero no vuelva a fumar, le hace daño a sus pulmones.
—¿Que le pasó a la pared? —la exclamación de la niña nos hizo prestarle atención.
¿A la pared? Le dirigí la mirada, observando cómo se trepaba al colchón y se recargara en el amplio cabecero que se separaba por muchos centímetros de la pared.
Extendió su brazo y dejó que sus pequeños dedos se deslizaran sobre golpes fruncidos y despintados en la pared. No eran tan grandes, pero eran bastante notorios por el color de la pared y el respaldo separado.
Instantáneamente mi cabeza construyó todo el escenario de anoche. Él tomándome de la cintura y levantándome del colchón para estamparme contra el respaldo y seguir con esas crudas y rotundamente placenteras embestidas que me arrebataron toda cordura.
No puede ser, ¿su fuerza los provocó?, ¿cómo es que no me di cuenta de esos golpes?
Mi día no podía ir peor.
—¿Estos golpes de qué son? —la preocupación en Sarah me atascó la garganta, la vi acercarse y analizar los fruncidos y las grietas y solo pude tragar con complicación—. ¿Sucedió algo anoche?
Sexo salvaje con un hombre ajeno, eso fue lo que sucedió.
—¿Señorita?
Sentí unas terribles ganas de querer desahogarme con ella y decirle lo que ocurrió, decirle que Keith entró a mi cuarto se subió sobre mí y ni siquiera le puse un alto dejándome follar y que se derramara en mi vagina.
Pero ella me tacharía como lo peor y le contaría a Anya, se armaría un problema con el que no querría tratar, porque problemas me sobraban.
—Es p-porque moví los muebles, el respaldo no quería quedarse en su lugar y bueno... lo moví varias veces así que por eso los golpes— me maldije en las entrañas al no hallar una explicación que no me hiciera parecer absurda—. Sí, por eso los golpes.
Nastya, eres malísima para inventarte mentiras. Hundió su entrecejo con mi asentimiento y se volvió a la pared, y maldije en mis entrañas cuando ninguna de las dos dejó de reparar en los golpes.
—Al señorito Alekseek no le gustara ver estas marcas, pero descuide no le diré nada—la oí decir, y si supiera que él fue el que las creó no diría nada—. Aunque pensándolo bien, se pueden rellenar y pintar. Luego veré cómo arreglarlo, pero tenga cuidado la próxima vez que mueva un mueble.
—La tendré—mordí mi labio.
Aunque sabía que no debía preocuparme porque lo de anoche no volvería a ocurrir.
(...)
Di una mordida más al sándwich antes de limpiarme las morusas y mirar el cielo cuyas nubes empezaban a tornarse más oscuras. Sarah tuvo la idea de que almorzamos en el jardín. A esta hora, muy pocos experimentos habían comenzado a salir del edificio y entre ellos un par de niños a los que Jenny no les quitaba el ojo de encima.
A Sarah se le notaba la emoción de verlo afuera, y a mí de algún modo me tranquilizaba después de pesar anoche que por mi causa no saldrían de la estructura por desconfiar de la seguridad de la base.
Además de esos pocos experimentos, Rouss y Peny seguían afuera con tres hombres más con los que parecían divertirse mucho. Dos de ellos me recordaban a los mismos trabajadores que miré en el comedor anoche, sus carcajadas que de alguna extraña forma me incomodaban, se parecían mucho a las que escuché.
Creí que encontraría a Pym a fuera o en el comedor, pero cuando pregunté por ella, Sarah mencionó que hacia unas horas la recibió en enfermería para hacerse un chequeo y después de eso regresó a su habitación a descansar. Dijo que debido al desarrollo acelerado que estaba sufriendo su embarazo, Pym se agotaba fácilmente, además de eso sufría de calambres y un apetito insoportable.
No pude evitar preguntarle a Sarah si esos síntomas podría tenerlos a lo largo de su embarazo, pero solo dijo que debido a las alteraciones venían de un clon, los síntomas variaban o empeoraban. Y desde que dijo aquello no pude dejar de preocuparme. Un nuevo temor añadido a la lista: que algo saliera mal en este embarazo.
Sabía que, si a ella no le estaba yendo del todo bien, a mí tampoco.
—¿Y falta mucho para que nazca su neonatal? —preguntó la pequeña recargándose a mi costado.
—Un embarazo lleva 9 meses, pero si el bebé sigue creciendo así de rápido, podría nacer mucho antes, no lo sé, todo puede pasar—añadió Sarah—. Pero lo que importa es que la joven sigue saludable y el bebé no está en riesgo, todo lo contrario.
Una larga exhalación de tranquilidad me abandonó, inevitablemente dejando que la palma de mi mano descansara sobre mi vientre un momento.
—¿Es el primer bebé entre uno de ellos y una trabajadora? —aparté la mano cuando con mi pregunta Sarah giró a mirarme para asentir.
—Sí, y pienso que será un bebé precioso y perfecto, pero, si todo sale bien con su nacimiento...— exhaló haciendo una corta pausa—, imagino que para un futuro más bebés podrían nacer. Más estarían intentándolo, ¿no sería eso fantástico?
—Lo sería — casi lo musité y para mi sorpresa con un atisbo de desilusión.
Había algo que me preocupaba, y era el recuerdo que tuve en el baño. La opresión en el pecho volvió solo recordar que Siete no se quedó conmigo en esa cama y recordar todavía lo que sentí. Y pensar que, si él no sentía nada por mí, entonces..., ¿el bebé seria rechazado?
—Esta pareja ha sido la más dulce de todas las que llegué a conocer— Las palabras de Sarah me llenaron de sorpresa e intriga.
—¿Hay más parejas como Pym y Alek?
Cerró sus labios y meneó la cabeza en tanto se recargaba en el tronco.
—En realidad es la única que conozco entre una ex trabajadora y uno de ellos— Ante su aclaración mi garganta produjo un leve sonido—. Pero, Patrick, que es un experimento del área blanca, dos semanas atrás pasó mucho tiempo con la señorita Rouss.
Solo escuchar el nombre me hizo mirar sobre mi hombro hacia la mesa de madera en la que estaban las chicas, reparé en la mujer de cabello rubia, la sonrisa y su manera de mover los brazos como si le contará algo a los hombres.
—Pero parece que al final la atracción se les terminó— meneo de nuevo la cabeza—. O tal vez no sintieron atracción y fue solo amistad, no lo sé. Él ahora está en el campamento militar.
Me pregunté como seria él físicamente. Cuando estuvimos en la cafetería sirviéndonos el almuerzo, Sarah volvió a señalarme quienes eran los experimentos de la base y a que clasificación pertenecían. Entre ellos señaló a una joven de corta cabellera negra que había visto antes leyendo un libro en recepción.
Sarah mencionó que ella pertenecía al área blanca y los experimentos femeninos de dicha zona eran de físico frágil, aunque de frágil no tenían nada, pero así describían su belleza la cual según ella era incomparable y dulce. Entonces, saber en este momento que también había hombres del área blanca me hizo preguntarme si ellos también tendrían una belleza igual al de las mujeres.
Keith no era del área blanca y de frágil su belleza no tenía nada. ¿de qué área era Keith?
¿Sarah lo sabría? Era claro que ella sabía que él no era un simple soldado, pero, ¿sabría a qué área era él?
¿Qué tanto misterio había en él para hacerlo parecer como un soldado, y un humano?
¿Jenny lo sabía también?
—Sarah...— la llamé, dispuesta a preguntarle.
Pero una inhalación inesperada y ruidosa nos giró el rostro entorno a la pequeña, sus orbes verdes se encontraron con los míos y brillaban con una indudable emoción.
—¡Acabo de imaginar a Nas con una pansotota de embarazada! —exclamó, golpeando sus muslos con la palma de sus manos—. Y te vez tan bonita, ¿te imaginas con un neonatal así hermoso con tus ojotes y parecido... un poco al señor malo que da miedo?
Tenemos a una adivina aquí. La risa de Sarah no se hizo esperar, por otro lado, extendí de sorpresa las cejas mordiéndome el labio para no soltar la bomba. Si supieras pequeña, si tan solo supieras lo que escondo bajo la sudadera y detrás de los jeans.
—¿No te imaginas así? — me preguntó esperando impaciente por mi respuesta—. ¿No te gustaría tener un neonatal?
—Quizás en un futuro— volví a morderme el labio.
Uno muy cercano.
—¿Me dejas ser la madrina? —levantó el brazo.
—¿Por qué no? — sonreí—. Eso me encantaría... si es que llego a tener un bebé, claro.
Lo último lo dije apresuradamente al caer en cuenta de que le estaba respondiendo como si estuviera afirmando que estaba esperando un bebé.
—¡Sí! — gritó, iluminando sus hermosos ojos—. Le compraré con mis bonos ropita y zapatitos. Le daré muchos juguetes, pero no le voy a cambiar el pañal. No, no, los neonatales apestan horrible cuando hacen popo.
Para cando terminó de quejarse ya tenía una sonrisa en los labios atragantándome con la risa, era tan tierna...
—Ay Jenny, como me sacas risas, corazón—balbuceó Sarah secándose la lagrima.
—Es que en serio que apestan— siguió—, es tan asqueroso que el aroma se queda por horas y aun bañándolos siguen oliendo igual de feo.
La risa de Sarah siguió y no presté atención a lo que dijo después cuando más dudas se adueñaron de mí respecto a lo que la pequeña dijo en mi recuerdo.
—Oye pequeña, ¿no tienes curiosidad de saber qué fue lo que recordé de ti? — la interrumpí de pronto, atrayendo su atención.
—¿Vas a contarme?
Asentí con una leve sonrisa, aunque en realidad no había sido mucho.
—Estaba despertando en la habitación del área negra y tu salías del baño utilizando una camiseta roja— fui contando a medida en que sus labios se entreabrían mostrando una sonrisa abierta—. Traías dos monitos en las manos y parecías muy feliz de verme desierta, dijiste que el Ogro te había vuelto pedir que me cuadras mientras dormías.
Sacudió su cabeza repetitivamente como si le gustara lo que escuchó y para mi inquietud, sin negar nada de lo que solté.
—Sí me acuerdo— siguió asintiendo—. Esa vez fue cuando te dije que ustedes dos jugaron mucho en el cuarto y yo fui a tocarles la puerta porque estaba aburrida. Pero el Ogro no me dejó jugar contigo y me gruñó que me largarse muy lejos. Lloré mucho esa vez y el señor Richard me consoló.
—Veo que también le llamas a Siete Ogro como al señor Keith— terminé comentando.
Mi entrecejo casi se frunció cuando vi como su sonrisa disminuyó, titubeó como si esas palabras no se las esperara.
—Sí— no lo negó lanzando una mirada a Sarah—. Es que ambos son gruñones y malos.
—Una cualidad que se repite en algunos experimentos —añadió Sarah con nerviosismo.
—¿Todavía no recuerdas nada del señor malo?
Gruñones y malos. Esas palabras se reprodujeron en mi cabeza y con la reacción de la niña no sabía qué pensar. Habían sobrenombre que podían repetirse, pero...
Algo no estaba bien aquí.
—No— decidí mentirle, decir que solo recordaba sus ojos no era la gran cosa ni para mí, era un desastre siendo incapaz de recordar mucho del subterráneo—. Todavía no lo recuerdo.
—Pero, ¿ha recordado algo de usted?
Entorné la mirada a Sarah y mordí mi labio sin saber qué responder.
—¿Qué he recordado de mi en estos 5 días? — mi pregunta sonó a una broma mala, haciendo toda una lista mental de lo que recordé o lo que sabía de mí. No era mucho y que no lo fuera, me molestaba—. Que me gusta dibujar, es lo único que sé de mí, Sarah.
El apretón de sus labios en casi un gesto fruncido me hizo saber que Sarah sentía pena por mí.
—No he recordado a mis padres, ni siquiera sé si todavía los tengo o si tengo hermanos o esposo, novio o una mascota. Nada— encogí de hombro—. Me dijeron que me llamo Nastya pero el único nombre que resuena en mi cabeza es Alysha y todavía no me acostumbro. Soy una extraña hasta para mí misma.
Solté con tanto sentimiento aquello que por un instante el rostro de Sarah se nubló. No me gustaba esto, odiaba con toda el alma no acordarme de nada y nadie sabía lo que sentía, solo permanecían callados esperando a que algo llegara a mi mente.
Estremecí con la sensación de sus dedos cubriendo los míos que se habían aferrado a la tela de mis jeans, su agarre era amable y cálido.
—Cuando la trajeron aquí, la herida en su cráneo ya estaba restaurada, pero el trauma que recibió su cerebro no— le escuché decir—. Cuando los golpes son graves, la pérdida también lo es y es difícil conseguir recordar. No se estrese señorita, no le va hacer bien estresarse. Sé que debe ser frustrante no acorde de nada, pero descuide, los recuerdos regresaran al paso del tiempo.
No sentí aliento ni ánimos con sus pasajes palabras, pero asentí.
— ¿Sabe qué? Debería dibujar— me aconsejó —. He leído testimonios de que haciendo algo que le guste o yendo a los lugares que antes estuvo, la ayudan mucho. Y a usted le gusta el dibujo, entonces dibuje. En la biblioteca le pueden dar todas las hojas que quiera e incluso lapiceros.
Aunque Sarah se escuchaba bastante segura, no lo sabía, recordaba dibujar y lo mucho que eso me gustaba, pero, quizás ni siquiera lograría dibujar algo bien porque perdí la práctica, todo. Y no iba a decir que no me gustaría dibujar la mirada de Siete, pero, ¿sería capaz de trazar la intensidad de esos orbes diabólicos sobre una hoja de papel?
—También te prestan libros por si quieres leer— comentó la pequeña—. El teniente galleta me mostró unos bien bonitos de princesas de Disney, están ilustrados y los príncipes son muy amables con las princesas, siempre las rescatan de sus castillos.
Ladeé el rostro con extrañeza porque lo único que se repetía en mi cabeza era ese sobre nombre, ¿el teniente galleta, dijo?, ¿acaso se refería así por Gae?
—El que más me gusta es el de la bella durmiente— siguió contándome—, pero no más que el cuento que me contaste en el laboratorio.
—¿A quién le llamas teniente galleta? —inquirí con gracia.
—Al señor Gae— me respondió.
—Te gusta mucho poner sobrenombre a las personas, ¿verdad?
Ella asintió con entusiasmo abriendo su pequeña boca para responderme. Una respuesta que no escuché cuando al levantar la mirada hacia una parte de la muralla, justo donde se hallaba esa zona restringida rodeada de malla, me hallé con esa imponente masculinidad abandonando la zona en compañía de un hombre mayor vistiendo traje negro al que reconocí como el Ministro.
El tiempo se detuvo y no pude creer que pese a la distancia alcancé a contemplar lo terriblemente bien que ese nuevo uniforme militar se moldeaba a su cuerpo. Una descarga ahullentó el frío de mi cuerpo, ¡y por todos los cielos!, tampoco pude creer que me estremeciera y sintiera el tamborileo de mi corazón llenándome de nervios en vez de hacerme sentir enojada e indignada por lo de anoche.
—Es que siempre que lo veo me da galletas, y además también huele a galletas de chocolate por eso le llamo así— quise prestarle atención a la explicación de la pequeña, pero la mirada se me iba hacia ellos que cada vez más se acercaban al edificio, pero del lado contrario y apartado de nosotras.
No sé por qué estoy esperando a que vea en nuestra dirección y eso me hizo sentir más absurda. Sobre todo, cuando Ivanova salió de la misma zona y lo alcanzó, pegándose a su lado y moviendo sus manos como si estuviera mostrándole algo que parecía ser imágenes.
—¿Tú conoces al señor galleta, Nas?
La mano de la pequeña dándome golpeándose en el antebrazo me hizo pestañear y apartar la mirada de él. Y estuve a punto de responderle cuando Sarah se me adelantó:
—No solo lo conoce, pequeña Jenny, el teniente galleta parece estar interesado en la señorita.
Su comentario le extendió los parpados y por poco juraría que se le caerían de la impresión.
—¿Te gusta el señor de las galletas, Nas? —esfumó y de nuevo mis ojos estuvieron a punto de traicionarme, torcer mi cuello y mirar hacia las puertas del enorme edificio detrás de nosotras solo para saber si ya había entrado.
—No me gusta nadie—aclaré al instante, y ella contrajo los parpados en un gesto de sospecha.
—Eso no dijiste en el subterráneo—puntualizó, así que la pequeña sabía que me gustaba Siete, ¿y él lo sabía también?
De nuevo el recuerdo de la cama y las sensaciones que su ausencia me hizo sentir volvieron a mi.
—Pero, ¿te cae bien?
Ya concéntrate en la niña, Nastya. Extendí una débil sonrisa cuando presté atención a su bonita mirada.
—Es amigable, sí— asentí con lentitud.
—Es bueno saber que soy amigable y que huelo a galletas.
Extendí los parpados y no fui la única reaccionando ante la suave voz masculina que se levantó delante de nosotras. Subí el rostro encontrándome con esa mirada grisácea y esos labios extendidos en una media sonrisa.
Era Gae.
Y la traducción de anoche volvió a mi mente, removiéndome con incomodidad.
—¿Como supo que estábamos aquí? — no tardaron en preguntar a mi lado.
Él dejó de mirarme enfocándose en la niña antes de cruzar sus brazos.
—Me zumbaban los oídos así que seguí a tientas hasta hallar la razón—su sonrisa se extendió más—. ¿De qué tanto hablaban?
—Pues de usted—respondió al instante la pequeña y sin chistar.
—¿No me digas? Debieron estar entretenidas— su sonrisa se extendió hasta iluminar sus ojos y se inclinó, doblando sus rodillas y recargando el peso sobre sus pies—. Dejo mi punto chismoso aquí, así que quiero saber, ¿qué decían de mí?
—Lo que hablamos cuando no está, no le incumbe, teniente. No se sienta tan importante y vaya a pavonearse a otro lado.
—¿Todavía sigue enojada porque no tiré la bolsa de basura? — Arqueó una ceja—. Ya pasó más de una semana, no sea tan rencorosa y deje sus bochornos y cuénteme de que hablaban. Prometo que hoy sacó la basura si me cuenta el chisme.
—Hablábamos de que estás interesado en Nas.
—¡Niña por Dios, esa boquita! — la regañó Sarah y la incomodidad me endureció cuando él volteó a en mi dirección de rabillo.
—¿Ah sí? — inquirió—. ¿Estoy interesado en ella?
—¿Lo estás? — Una mueca torció mis labios con su pregunta, haciéndome sentir incomoda—. ¿Te cae bien Nas?
La incomodidad solo aumentó cuando esos grisáceos orbes me miraron con intriga, pero tan rápido como llegó, se desvaneció a causa de las leves contracciones en el estómago. Evité llevar la mano al abdomen, sería un grave error y estaría creyendo que el almuerzo me sentó mal, pero sería una tonta si me lo creyera.
No es momento de tener estos síntomas.
—Es amigable y aceptó mis galletas, ¿por qué no me caería bien? —respondió ceñudo sentándose en el césped a la vez que sacaba una caja de cigarros—. Si no les molesta, voy a tomarme mi descanso con ustedes.
—Váyase a tomar su descanso de fumador compulsivo a otra parte— refunfuñó.
—Anda muy agresiva, Sarah— Encendió uno llevándoselo a la boca—. No estoy para regaños, suficiente tuve con la junta con el ministro y el resto del grupo. Solo quiero relajarme un rato.
Traté de prestarle atención, pero agaché la mirada cuando el malestar creció como si tuviera una licuadora ahí dentro.
A poco estuve de levantarme creyendo que terminaría vomitando delante de ellos, pero entonces ese revoltijo disminuyó, relajándome el cuerpo de inmediato.
—¿Tuvieron una junta?
—Hace menos de 15 minutos— su respuesta me hizo saber que también estuvo en esa misma zona prohibida para nosotros.
—¿Una junta de malas noticias o buenas?
—Ahora sí le interesa que me quede, ¿eh, Sarah? — Extendió las cejas al igual que una sonrisa que remarcó sus hoyuelos—. Me habla bien y bonito cuando le conviene. Lamentablemente no puedo dar información de lo que se habló. Es confidencial, decirlo se me daría un castigo.
Tan solo lo dijo me dedicó una corta mirada, tuve la idea de que había hablado de lo que ocurrió anoche.
—¿Sabe dónde está el señor Ogro? — la curiosidad de la niña llamó mi atención.
—Acaba de entrar al edificio, no se te ocurra ir tras él, va a estar demasiado ocupado con la coronel— no se escuchó tan seguro.
—Ahora se le llama así, muy ocupado, ajá.
El pecho se me hundió con la queja de Sarah y pestañeé sin entender por qué eso me afectaba.
Quizás porque me acosté con su prometido y disfruté demasiado de sus juguetes, de sus sucias palabras. Quizás porque había muchas cosas de él que me atrajeron desde el primer momento en que apareció en el interrogatorio.
Tengo que dejar de pensar en él.
—El señor Ogro está teniendo mucho trabajo— atisbé el berrinche de la pequeña —. Ya casi no puedo estar con él.
—Es porque se está volviendo un soldado muy importante.
—O porque no quiere estar con nosotras—sus hombros se afloraron —. Desde que despertó Nas es como si no le importara más.
El apego de la pequeña hacia él comenzó a intrigante mucho, tal vev
en el laboratorio y antes del desastre lo conoció a él y quizás por eso aún en el exterior era apegada a Keith.
Eso quería decir que la pequeña sabía lo que Keith era. Y eso, me confundida aún más, ¿cómo podía llamar Ogro a dos experimentos?
—No es así, pequeña—Sarah rodeo sus pequeños hombros con su brazo—. El trabajo comienza a caer sobre los hombros del señorito Alekseev, está teniendo muchas responsabilidades y ahora más que nunca, después de lo de anoche, tiene bastante con qué lidiar.
Torcí los labios porque lo que Sarah decía no tenía sentido, ¿por qué un soldado común tenía tantas responsabilidades?, ¿por qué aparentaba estar más ocupado que el teniente?
Y, ¿por qué de todos él tenía que lidiar con lo de anoche? En ese caso debía ser el teniente o algún otro con su rango como el mismo ministro, pero, ¿un soldado?
—Es un hombre muy ocupado— el sarcasmo en mi voz hizo que Sarah me mirara como si no esperara mis palabras.
—Lo es, señorita.
Esas no eran las palabras que quería escuchar y seguramente si estuviéramos solas las dos, Sarah estaría contándome hasta de qué clasificar era él. Aunque quizás no, después de todo Anya me dio una advertencia sobre que no mencionara nada al respecto de lo que vi en Keith.
Horas empezaron a transcurrir y no volví a verlo salir del edificio. Solo Anya fue la que salió cuando un camión militar atravesó las enormes puertas de la base, entonces ella se devolvió al edificio con un par de cajas medianamente grandes de cartón y las cuales para facilidad con la que las cargaba, no parecían pesar mucho.
Sarah recibió más tarde una llamada en la que tuvo que ir a tomar su turno en la enfermería, antes de irse me recordó que fuera por las hojas blancas a la biblioteca y que, en cuanto anocheciera o el teniente se fuera, entrara al edificio y volviera a mi habitación.
Gae, por otro lado, se quedó con la niña y conmigo, aunque Jenny había preferido jugar con los niños en el jardín que seguir escuchando charlas de mayores que la aburrían, así que me dejó con él bajo la sombra del enorme árbol.
Debía decir que hablar con el teniente era muy sencillo, los temas venían con tanta facilidad que si no fuera porque había momentos en los que no dejaba de pensar en lo que recordé en la ducha, el tiempo se pasaría rápido a nuestro al rededor.
Gae me contó que nació en Italia, pero ahora vivía en Londres, dominaba su idioma natal, y me sentí aliviada de que no mencionara lo que pedí que me tradujera anoche. Además de su idioma natal, dominaba el ruso y otro más. Era algo que lo soldados con su estilo de vida y trabajo, debían adquirir para las misiones que les daban. El trabajo y las misiones le quitaban la mayor parte del tiempo, pero a él eso no le molestaba.
Tenía mucho que contarme y yo no tenía absolutamente nada interesante que decirle de mí. Y entre más pasaban los minutos, más dejaba de prestarle atención a lo que me decía, el recuerdo del sótano y de los hombres empujándome a su interior; de la cama húmeda y la soledad del hombre por el que sentía algo; de ese cuerpo aprisionándome contra la pared y esos orbes diabólicos mirándome con frialdad; y esos dedos masturbándome en un baño y contra su regazo, llegaban a mi haciendo ruido y solo quería concentrarme en eso, repetir mentalmente las escenas y tratar de recordar un poco más de las mismas.
Había algo en todo esto que no cuadraba y era que, la largura y grosura de los dedos de Keith embistiendo mi sexo, el movimiento, la brusquedad con la que jugueteando conmigo se sintió igual que lo que los dedos de mi recuerdo me provocaron.
¿Por qué con tan poco que recordé de Siete, lo comparaba con lo poco que sentí y vi en ese hombre al que apenas conocí?
No eran solo sus dedos, sino sus brazos, y no solo sus brazos, sino su espalda también. Cuando tuve el recuerdo de su rostro, era confuso, era borroso, sus facciones estaban sombrías y no entendí como pese a la poca claridad llegué a compararlo incluso con Keith.
¿Qué me sucede? Debo estar volviéndome loca. Es que él no tiene escleróticas negras.
—Estoy hablando como un loro, pero veo que estoy siendo ignorado—Su voz viril me levantó la mirada de mis manos las cuales se aferraban con fuerza al césped.
Sentí vergüenza cuando me hallé con esos orbes grises que me inspeccionaban con intriga.
—Lo siento— me disculpé abofeteándome mentalmente—, ¿qué decías?
Contrajo sus parpados y siguió evaluándome con la misma sensación.
— En realidad nada interesante— esbozó recargando su brazo en una de sus rodillas—. ¿Qué sucede?, ¿qué te mantiene pensativa?
Qué no me sucede.
—Nada— mentí.
—Entonces preferiste ignorarme por estar pensando en nada—Alzo sus cejas en compañía de sus palabras —. Vamos niña, ya he hablado mucho de mí, cuéntame.
Respiré hondo tratando de no estirar los labios en una mueca y di una mirada a Jenny quien corría alrededor de una de las mesas tratando de alcanzar al niño más grande. El atardecer comenzaba a oscurecer cada vez más alrededor, pronto tendría que volver a la habitación y no quería tener tantas dudas.
—¿Podrías responderme algo? — volví la mirada a él y a esas espesas cejas que se hundieron.
Cómo deseé que por un momento fuera Sarah.
—Depende —esfumó —. ¿Qué quieres saber?
—Dijiste que estuviste en el subterráneo, ¿no es así? —empecé.
—Así es— ladeó su rostro intrigado por mis palabras —. Como te conté días atrás, estuve en el grupo que te encontró, también en rl que volvió para sacarlos del área.
—Entonces debiste mirar y conocer al experimento Cero Siete Negro.
La clasificación quitó todo gesto en su rostro tornándose serio.
—¿No tienes o tienen alguna imagen de él? — mi necesidad por saber le arqueó una ceja.
—¿Por qué guardaría una imagen? —su voz sonó divertida—. Escucha, es verdad que tiene lo suyo, pero no es mi tipo, estoy muy seguro de lo masculino que soy.
Su broma me causó gracia y llevé mis manos a restregarme el rostro apartándome el flequillo.
—Lo siento, eso fue tonto— sacudí la cabeza con una sonrisa apenada.
—¿Quieres verlo? — sacó un cigarrillo que pronto encendió.
Mi mente gritó un sí, instantáneo pero mis labios temblaron sin saber qué decir.
—No es al único que quiero ver. Quiero saber quién es Richard, si tengo familia en la ciudad, quiero ver al bebé que sobrevivió con nosotros. Quiero saber tantas cosas, pero...—hice una pausa para respirar de lo rápido que solté aquello. Terminé encogiendo de hombro para continuar: —. Suena absurdo, pero, he recordado más de ese experimento que de mí misma, y aun así lo que he recordado de él ha sido poco. Aunque suficiente como para querer tener un encuentro y hacer muchas preguntas.
Era tonto. Podía preguntar acerca de mis padres o, si tenía familia en la ciudad, pero no, quería preguntar por Siete porque creía que sería más sencillo mirarlo que pedir un permiso para ver a mis padres quienes seguramente ni siquiera sabían que trabajé en un laboratorio subterráneo.
No llevaba mucho tiempo en la base, pero, en estos días no había visto a ninguna persona entrar por esas puertas que fuera familiar de quienes estaban aquí, así que las probabilidades eran pocas. Además, ¿qué iba a saber Gae de mi o mis padres? Seguramente nada para aclarar mis dudas, así que preguntarle de Siete era lo que me restaba.
—¿Sabes cuándo volverá él a la base?
Aunque no sabía si sería un desperdicio hacer esa pregunta. Esa misma que le hice a Keith en busca de claridad— algo que definitivamente no sucedió—, pero la respuesta que me dio no me gustó. E ilusamente creía que podía escuchar una respuesta diferente en los labios de otro.
—No hay fecha para su regreso— La decepción me apretó los labios —, de hecho, no se conoce cuando van a regresar los experimentos que cuidan esa zona.
Un nudo se creó en la boca del estómago, debí imaginarlo, pero negué con la cabeza manteniendo la mirada en el césped y aventando la siguiente pregunta:
—Si tienes tantas preguntas sobre él deberías ir con el soldado Alekseev. No habrá nadie que tenga todas tus respuestas, pero él podrá calmar algunas de tus dudas.
Mis labios se sellaron en un apretón, cuando fui a buscar respuestas con él en su habitación, muy poco se aclaró de todas mis preguntas y lo que era más terrible es que más dudas nacieron, y sumando a ello que aquel encuentro no terminó nada bien.
Nada bien para mí porque desde entonces, mi cuerpo reaccionaba de formas inimaginables al tenerlo cerca.
—La coronel también puede responderte—Exhaló el humo del puro—. Anoche te dije que ellos dos están a cargo de ti, son los que más saben de tu grupo y lo que sucede. Si no te has animado pregúntales, te aconsejo que lo hagas ahora. No se te pueden impedir saber algo acerca de tu familia o tu grupo así que no tienes por qué temerles.
Él tenía razón, nada tenía que estar haciendo buscando respuesta con otras personas, eso solo me hizo sentir tonta.
—¿Sabes dónde están? — terminé preguntando.
Sus labios se estiraron en una clase de media sonrisa desenfundando el móvil de su chaleco y tomándose unos minutos largos para poder responderme.
—Un pajarito me dijo que la coronel está en la sala 4—informó llevándose el puro a sus labios —. No sé si esté solo o con el soldado Alsekeev, esto es todo lo que me envió. Pero da igual, ¿no?
Me despedí de él con un agradecimiento, y dispuesta a pedir respuestas, crucé el jardín dándome cuenta de que los niños ni la pequeña estaban jugando, seguramente habían entrado al edificio he ido a la cafetería por aperitivos. Atravesé la recepción y recorrí el pasillo contrario al de la cafetería. Y solo ver que la puerta de la guardería estaba abierta con una rejilla que obstruía el paso, disminuyó la velocidad de mis piernas.
No tardé nada en pasear la morada a lo poco que se veía de su interior, había juguetes por todo el suelo. Las paredes coloridas repletas de nubes y arcoíris. Una de las cunas podía verse y a través de las rejillas de madera amarillenta se dejó apreciar esa cabellera rubia y rizada resaltar de una cabeza pequeña, me detuve por completo olvidándome de lo que haría, acercándome al umbral y estirando el rostro para ver a la bebé gateando sobre el colchón.
Y como si se diera cuenta de mi presencia se giró, sosteniéndose apenas de los barrotes para levantarse y observarme con esos hermosos orbes grises repletos de pestañas largas y castañas. Sus piernas le temblaban y cayó contra el delgado colchón antes de volver a gatear e intentar levantarse y mirarme con una sonrisa que estiró en sus pequeños labios.
Es tan preciosa.
Estiré más el cuello tratando de ver a los otros bebés a los que les pertenecían todos esos balbuceos, seguramente gateaban al otro lado de la habitación. Entre ellos debía estar ese pequeño bebé del que la niña me habló, Rojo 32, esa era su clasificación.
Ahora sí podría mirarlo y conocerlo.
Unas voces me hicieron saber que había personas dentro, y quise entrar también, y buscar a ese bebé...
—Es la jovencita de la otra vez.
Respingué ante la inesperada voz, torciendo el rostro para encontrar a la mujer de avanzada edad, acercándose hasta la puerta, tomando la perilla que con un tirón logro cubrirme a la bebé.
—Si ya sabe la clasificación del bebé que busca, dígamela.
Tragué con complicación, asintiendo enseguida.
—Busco al bebé 32 Rojo— tan solo lo dije ella apretó los labios, torciéndolos en apenas una mueca que le creó un par de arrugas—. ¿Me dejará verlo?
Echó una mirada hacía el interior del cuarto y miró el suelo como si estuviera pensando en algo antes de volver a mirarme.
—¿Tiene un permiso del tutor? —Me sentí confundida, ¿permiso del tutor? —. Si no tiene uno, no puedo ayudarla.
—¿Quién es el tutor? — apresuré a preguntar evitando que cerrara la puerta tal como lo hizo aquella vez.
—Los bebés con custodia no pueden recibir visitas de otros al menos que tenga la autorización.
—¿Y a quién se lo pido? —quise saber.
—Se supone que debería saberlo, señorita— lo que me dijo solo aumentó mi confusión—, vaya y pida permiso y con gusto la dejo entrar y pasar todas las horas que quiera con ese bebé.
La impotencia volvió a mis puños cuando cerró la puerta frente a mi cara.
—Pero que hij...—apreté la mandíbula reteniendo la exclamación—, que complicado son todos aquí.
Pudo habérmelo mostrado nada más. ¿Qué le costaba? Es que esto era ridículo, primero no me dejaban verlo porque no sabía su clasificación y ahora, debía pedir un maldito permiso. ¿A quién?, ¿cómo iba a saber si no me daban el nombre?
La tutora de Jennifer era Maggie, ¿acaso ella también tenía la custodia del bebé? Luego lo averiguaría.
Seguí avanzando por el pasillo, luego de tener mis preguntas, mi siguiente objetivo sería encontrar la manera de conocer al bebé. Leí las numeraciones de las siguientes puertas, había tres salas distintas, dos que estaban una delante de la otra, y la siguiente al otro lado de los baños públicos.
La puerta estaba abierta hacia fuera mostrándome la numeración que el teniente me dio y aceleré el paso, dispuesta a todo.
Paso que fue aminorando cuando esa risa aguda extendiéndose desde el interior llegó hasta mis oídos.
—Tu actitud frívola nunca cambia, soldado Alekseev.
Se me hundió el estómago sintiéndolo como licuadora, dejando que mis nudillos rozaran la madera de la puerta. No estaba sola, le dieron información errónea al teniente y para mi lamento ella estaba con él...
¿Ahora qué hago?
En verdad quiero respuestas.
—¿Qué tengo que hacer para que te abras a mí?
La incomodidad me apartó un paso de la puerta dispuesta a dar la espalda e irme. Pero las muchas preguntas volviendo a mi cabeza hicieron que mis nudillos golpearan la manera con fuerza. Al instante en que el sonido rebotó, di el siguiente paso rodeando la puerta hasta quedar frente al amplio umbral.
Anya torció su rostro en mi dirección, estaba —casi— dándome la espalda, sentada sobre una amplia mesa de cristal repleta de papeles y una laptop encendida. Sus esbeltas piernas se acomodaban en el espacio que había entre esos gruesos muslos varoniles del hombre que ocupaba la silla.
—¿Qué sucede, mujer?
La ronquera bestial de su voz penetró ni sistema como una descarga debilitándome el cuerpo. El respingón que pegó mi corazón por poco atravesó el pecho, pero nada se comparó a lo que sentí cuando levanté la mirada por ese tosco torso dibujando perfectamente sus pectorales bajo la camiseta marrón hasta la dureza de esa ancha quijada y esos fúnebres orbes de plata encajados con intensidad en mí.
Jesucristo. Hechizada fue como quedé con lo atractivo que se veía en ese nuevo uniforme, aun con ese vendaje en su mejilla, el hombre era todo un alborotador de hormonas, y con esa cabellera negra desordenada y sin un solo mechón cubriendo su frente de entradas medianamente marcadas y ese par de espesas cejas negras intensificando su mirada, por poco me hizo salivar.
El frio se ahuyentó de mi piel, hirviéndome la sangre y calentándome las mejillas cuando lo sucedido anoche se reprodujo como el tráiler de una película erótica.
—Preguntas — fue lo único que salió de mis labios aumentando el calor de mis mejillas cuando una de sus espesas cejas se levantó.
Me sentí inmensamente arrepentida y negué con la cabeza antes de completar:
— V-vine para hacerles unas preguntas— me sentí ridícula tartamudear de ese modo.
—¿Ahora eres tú la que interroga?
Quise prestarle atención a Anya bajando de la mesa y volteando la laptop, pero me perdí en el movimiento de esa amplia mano venosa aventando unos documentos sobre la mesa, y esa otra descansando sobre su grueso cinturón, tentando con sus dedos el mango de una de sus duras armas.
— Estamos ocupados—soltó ella rodeando a Keith hasta acomodarse detrás de su silla y recargar su mano sobre su ancho hombro —. Trabajamos en algo, Nastya.
Sí, preguntándole a tu prometido qué es lo que debes hacer para que se abra contigo.
— No tenemos tiempo para responder a nada— recargó su trasero en el borde de la mesa y se cruzó de brazos—, pero podremos hacer una pausa al menos que hallas recordado todo, finalmente el desastre subterráneo y lo que sabes al respecto.
La boca se me amargó con sus palabras.
—Todavía no—sinceré.
—Entonces discúlpanos, cuando terminemos con esta misión, te llamaremos para aclarar tus dudas—refutó esta vez mirando el reloj en su muñeca—. Falta poco para tu toque de queda. Disfruta la última hora y luego ve a tu habitación por tu seguridad.
Señaló el pasillo detrás de mí ese mismo al que le eché una mirada. Una noche más con estas dudas, no, definitivamente quería tener por lo menos algunas respuestas.
—Solo quiero que me respondan si saben que tengo...
—¿Qué parte de "estamos trabajando" no entendiste?
—No es como si el mundo se fuera a acabar por responderme si tengo o no familia—casi lo exclamé, sintiendo la tensión en el cuello—. ¿Tanto les cuesta darme un solo minuto para mis respuestas?
—Déjanos solos.
La asperidad tan cruda de aquella orden detrás de ella me estremeció, Anya extendió una leve pero satisfactoria sonrisa y apreté los puños contra el abdomen clavando mi disgusto y molestia en el suelo, sin siquiera lanzar una mirada al hombre en la silla. Una simple pregunta y no me lo permitían, con esto me confirmaban que no les importaba más que la maldita razón por la que me mantuvieron viva en ese almacén. Si así era como querían ayudarme a recordar, que se pudrieran. No iba a estar de rogona, buscaría respuesta con otros.
Me volteé, dispuesta a marcharme cuando...
—Tú no, mujer.
Se me endurecieron las piernas, escuchando únicamente los latidos tamborileándome el pecho, ¿que yo no?
—No puedes hablar en serio—la queja de Anya me volteó solo para encontrarla dándome la espalda, acomodándose delante de él quien veía su móvil sin prestarle atención —. Estamos trabajando, no vamos a dejarlo a medias ahora.
— Ve a la zona B, el ministro y el teniente te están esperando— Se guardó el móvil.
—¿Estuvo de acuerdo? — La respuesta le llegó cuando una de sus oscuras comisuras se estiró apenas unos centímetros suficientes como para retorcer la frialdad de su rostro—. Pero...
—Seguirás investigando con ellos.
—El ministro tiene su trabajo, este es el nuestro.
—No me contrataron para hacer esta investigación —la severidad con la que soltó sus palabras me removió en mi lugar, más me removió cuando esos orbes fúnebres y severos se clavaron en mi —. Además, planeo interrogarla.
Un rotundo estremecimiento me desinfló. ¿Interrogarme cómo?
—¿Por qué? Existe la probabilidad de que no la necesitemos más.
Su comentario me dejó inquieta.
—¿A qué te refieres? — no tardé en preguntar.
—Que tenemos un nuevo testigo— me respondió sin siquiera voltear a mirarme.
—¿A quién?, ¿trabajó en el laboratorio?
— Sea lo que sea que viste y sepas del laboratorio o los involucrados puede que ya no nos sea de utilidad— espetó ella ignorando mis preguntas—. En dado caso de que el testigo nos de todo lo que necesitamos, solo nos quedaría esperar a que recuerdes y si no, veremos qué más procede.
¿Verán qué más procede?, ¿qué quería decir con eso?
— Deja de perder el tiempo y ve a la zona B— la exigencia de Keith la hizo soltar una exhalación de queja.
Me incomodó, la sequedad con la que él la trataba era tan...
—Si así lo quieres—Anya se inclinó sobre la mesa, volteando la laptop y cerrándola, pero no lo suficientemente rápido como para vislumbrar varias imágenes de personas que no reconocí—. Si le quieres hacer un interrogatorio adelante, pero sabes cuales temas no puedes tocar todavía. Y creí que querías estar presente en toda la información que recolectáramos del laboratorio y ex trabajadores como ella. Pero si te quieres perder esto, bien.
Tomó todos los documentos acomodándolos, la furia resaltaba no solo en el movimiento de sus manos sino en su rostro y en sus labios apretados cuando se enderezó volteando y caminando entorno a mí. Me moví de la entrada acercándome a una mesa con adorno pegada a la pared.
—Solo quiero saber, ¿has recordado algo?—me preguntó.
—Del laboratorio todavía no.
Echó una mirada a Keith y salió de la habitación, dejando la puerta abierta, algo que no me importó, lo que menos quería ahora era estar encerrada al saber que al final, a quien haría las preguntas sería a él. Y eso me estaba poniendo tan nerviosa que apreté aún más las manos sudorosas al abdomen cuyo interior era un desorden.
—Esto no está bien— musité mordiéndome el labio cuando el taconeo de su calzado cada vez se escuchaba más lejos del corredizo.
Y el único sonido audible era el tamborileo de mi corazón perforándome los oídos.
—¿Qué es lo que no está bien? —las ondas roncas y crepitantes con las que pronunció esa última palabra estremecieron hasta la última franja de piel de mi cuerpo y por poco me perdí sino fuera porque terminé confundida, hundiendo el entrecejo.
¿Él me escuchó?
Me volteé al instante con intención de preguntarle, pero las palabras se desvanecieron de mis labios al igual que la pregunta cuando al voltear quedé inmensamente atrapada con su imponente figura todavía ocupando el mismo sitio, con la espalda contra el respaldo y sus dedos rozando su mandíbula, y esa intimidante mirada observándome con una intensidad tan estremecedora que sentí enrojecerme.
No podía creer la magnitud que tenía este experimento para hacerme sentir tan nerviosa, y eso solo me rectificó que estar a solas con él era una muy mala idea. Lamí los labios y los separé cuando la pregunta volvió a palpar mi mente, pero terminé sellando la boca con una mordida al recordar que Sarah me había contado acerca de las habilidades de los experimentos. Podían ver temperaturas, tenían una visión bastante clara para interceptar algo o a alguien a kilómetro, sentían vibraciones y olfateaban aromas y sabían a qué pertenecían, y entre la fuerza que poseían, también tenían un oído super desarrollado. Así que el hecho de que él lograra escucharme, no debía sorprenderme.
Como tampoco debía sorprenderme la fuerza que desprendió con cada una de sus embestidas, marcando incluso la pared y el cabecero.
—¿En qué tanto piensas, Nastya?
—En tu super fuerza.
Las palabras resbalaron sin filtro de mi boca y mis dedos instantáneamente me rozaron los labios al momento en que pestañeé para darme cuenta de que estaba mirando su entrepierna y el modo en que la tela ocultaba esa engrosada entrep...No, no, no, ¿en qué momento bajé mi mirada a esa parte de él?
Levanté el rostro con rotunda fuerza, recibiendo una oleada de calor humedeciéndome la parte baja del vientre al encontrarme con el arqueo de una de sus pobladas cejas y esa mirada tan fija en mí reacción vergonzosa.
Jesús, se supone que debo estar indignada, no deseando treparme sobre su regazo y saltar sobre esa dureza y sentirla agrandarse...
—Veo que conoces algunas de mis habilidades—arrastró ronco y el sonido fue un delirio para mí como verlo estirar la parte izquierda de sus carnosos labios en una ladina y retorcida sonrisa maliciosa y malditamente provocadora, me deshizo en un largo suspiro estremecedor—. ¿Qué es lo que quieres saber?
El tenso movimiento de sus labios y esa mandíbula endurecida por poco me dejó atrapada con el recuerdo de sus hambrientos besos devorando mis gemidos provocados con sus crudas embestidas, su miembro duro y grueso agujerando mi interior y llenándome de...
Me di una abofeteada mental obligándome a salir del erótico recuerdo y reaccionar. Las preguntas pronto llenaron mi cabeza, ninguna era sobre mí o el laboratorio, todas eran con lo sucedido anoche. Pero la cámara de seguridad se vislumbró en mi mente y traté de mantener la compostura. Si me ponía a pedirle explicaciones, me desviará de lo que quería conseguir, primero a lo que venia y luego a lo otro.
— ¿Cómo es eso de que tienen otro testigo? —pronuncié, agradeciendo no tartamudear y permanecer firme, pero lo cierto era que por dentro cientos de mariposas cosquilleaban el interior de mi estómago al tener esos orbes encima—. ¿Está en esta base?
La torcedura desvaneció, aseverando ese rostro, y no supe qué lo hacía lucir más atractivo, si esa seriedad o con una torcedura en su boca.
—No—espetó, enderezando su rostro, un delgado mechón logró resbalar descansando sobre la cicatriz en su sien. Me pregunté cómo fue que se la hizo—. No estuvo en el laboratorio, pero fue un recolector de trabajadores para Anna y Esteban.
Procesé su respuesta recordando lo poco que el ministro había dicho cuando me hicieron el interrogatorio. Ellos dos fueron los causantes del desastre enviando a un grupo de personas al subterráneo para soltar algo en la matriz de incubados y contaminar a los experimentos.
Mis labios temblaron queriendo saber qué era lo que ese testigo sabía sobre todo lo ocurrido, qué tipo de información buscaban ellos que les sirviera y para qué. Y de nuevo, ¿qué sabía yo? Si habían intentado lastimarme, con ese testigo también lo harían, ¿no?
—Entonces, si ya no necesitan de mis recuerdos, ¿qué sucederá conmigo? —mi voz por poco titubeó cuando mi mirada me traicionó deslizándose por su torco torso y esos pectorales tan marcados perfectamente bajo la tela uniformada—. ¿Me quedaré aquí todavía? ¿O seré enviada a otra parte?
Esa última pregunta la solté con intenciones de que me respondiera lo que también me interesaba mucho saber: familia.
—Que interroguemos al humano no significa que tus recuerdos no sean importantes— alargó áspero, rozando sus dedos en sus labios—. Me interesa la información que puedas guardar, es por ello que no te quito el ojo de encima, Nastya.
Solté el aliento cuando sus palabras estuvieron acompañadas con el endurecimiento de su quijada y la intensidad de esos orbes recorriéndome el cuerpo. Estremecí con la lujuria oscureciendo ese plata intimidante y el modo en que me miraba como si deseara aquí mismo romperme la ropa y poseerme con la misma rudeza que anoche, enloqueció mi corazón de ansiedad y nerviosismo.
No debería gustarme que me vea así. Debería sentirme molesta, debería, pero no era así me gustaba como me miraba.
— Pero si llegara a pasar y no se te necesitara—ante su severidad, atisbé el movimiento de su mano recargándose sobre su grueso cinturón al instante en que levantaba su mirada a mi rostro, quemándome y volviéndome un montón de músculos nerviosos—, te quedarías aquí, como el resto.
Asentí con labios apretados, apenas entendiendo. Después de todo era una ex trabajadora del laboratorio, estaría aquí el tiempo que estuvieran el resto también, pero...
—Sabes si...—ladeé el rostro mirando un instante al suelo—, ¿intentaran matarme todavía?
Tuve un poco de temor preguntar aquello y no escuchar una respuesta por esos cortos segundos, me devolvió la mirada a ese rostro de facciones salvajes. Un escalofrió se deslizó a lo largo de mi columna al ver la seriedad tan inquietante adueñarse de cada una de sus facciones masculinas, y con esos orbes enigmáticos oscureciéndose lo hacían lucir sombrío y escalofriante.
—Fallaron una vez, seria tonto que lo intentarán ahora que te tenemos vigilada —aseveró—. Pero lo harán, y eso es lo que no permitiré.
Hasta la última neurona y célula chilló ante la bestialidad ronca perforándome el cuerpo el cual reaccionó de forma que no esperé sentir. Como tampoco esperé que el pecho se me estremeciera y mi corazón se lo creyera y lo malinterpretara.
¿Por qué reacciono de este modo? No puedo ser ese tipo de chica que se ilusionan así de fácil, ¿o sí? No.
Sucedió lo mismo anoche, sentí esa sensación con las frases sucias y sensuales que me gruñia en medio arrebatos placenteros.
—Mi familia...—solté enseguida tratando de apagar la llama en el pecho, me abrumaban estas sensaciones—. ¿Tengo familia?
—Los tienes—La emoción me dibujó un gesto en el rostro y mi corazón reaccionó con ilusión—. Están instalados en la ciudad.
Escucharlo hizo que mi necesidad de conocer más sobre ellos creciera.
—¿Y sabes quiénes son? —apresuré a preguntar apenas dando un paso al frente.
Su silencio me trituró, como su mirada manteniéndose en el cristal de la mesa en tanto sus nudillos ligeramente rozaban su quijada.
—No —alargó áspero y la respiración se me aceleró de ansiedad—. No es parte del trabajo investigar de tu familia y el de los demás, pero se sabe que tú padre es James Romanov y tu madre, Alysha Vólcova.
Mi madre tiene el mismo nombre que yo...
—También se sabe que tuviste una hermana.
Sus palabras contrajeron mis parpados, más aún cuando las procesé.
—¿T-tuve? —repetí, inquieta y confusa—. ¿Murió?
Su comisura izquierda se arrugó con cruda severidad.
—Así es— espetó y sentí como si me apretaran el pecho, una sensación hueca que me entenebreció—. Se sabe que por ella tomaste el trabajo en el subterráneo, pero el resto de lo que aconteció es algo que solo tú conoces.
La mirada se me cayó al suelo, perdida en sus palabras las cuales repetí una y otra vez en mi cabeza con el deseo de recordar. Pero nada venía a mí y apreté mis puños porque solo tenía esa sensación oprimente tan palpable como la impotencia de no poder si quiera acordarme de mi familia, mi hermana... ¿Por qué tenía que ser todo tan... difícil?
—¿Podre... ver a mis padres alguna vez? — tuve un poco de temor preguntar aquello, con los nervios —. ¿Podrán venir aquí a visitarme?
Vi la severidad con la que su comisura se arrugó.
—No está permitido que entren a la base aquello que no saben del laboratorio y de nuetra existencia— su voz engrosó escupiendo las palabras entre dientes que disminuyeron mi emoción—. Pero tal permiso podría serte concedido después de un tiempo.
Mordi mi labio, eso quería decir que en un futuro sí podré verlos.
—Y, me dejaran ir con ellos, ¿verdad?
Su mandíbula se endureció y levantó con tanta ferocidad esos orbes oscurecidos con cruda intensidad que entenebrecí, sintiendo como hasta el corazón se me detenía un instante antes de pegar un giro y volver con voracidad contra el pecho a punto de agujerarlo y salir huyendo.
—Cuando todo lo que hacemos termine...—arrojó con la misma asperidad —, tal vez podrás volver con ellos, no obstante, hasta entonces, este será tu lugar el tiempo que se les determine estar.
La mirada se me cayó sobre la mesa y una sonrisa se asomó entre mis labios, eso era una buena noticia. Era lo que quería escuchar, pero no me ilusionaba tanto solo pensar en el embarazo y en Siete...
—¿Siguiente pregunta?
Había algo que seguía preocupándome y era el miedo de saber que pese a eso, quizás seguirían intentando matarme...
—El hombre que nos disparó en la torre...— detuve las palabras para llenar mis pulmones de valentía antes de levantar la mirada y seguir: —, ¿puedes decirme que les dijo?, ¿dijo algo de mí, sobre por qué quiso matarme?
—Esa información es confidencial—alargó con asperidad.
Mis labios se fruncieron, un disgustó que él observó y desvanecí con los nervios.
— ¿En serio no puedes decirme? — inquirí, moviendo las piernas en dirección a la mesa, tan solo llegué extremo del material cristalino, me detuve dejando la mesa como lo único que nos separara uno del otro—. Al menos para lograr entender algo de todo esto, mi mente es un desastre y con el paso de los días empeora. Quiero saber...
—No.
Cerré de golpe los labios y los apreté en casi una mueca.
—¿Ni siquiera puedes decirme un poco? —seguí insistiendo—. Solo dime un poco para al menos entender... Olvídalo.
Espeté lo último sintiendo las mejillas calentarse con la torcedura de sus labios, apenas levantando su comisura en una clase mueca que me hizo saber que no iba a lograr sacarle nada.
Eso no solo me disgustó, sino que me inquietó, ¿cuál era la razón para que no pudiera decirme nada al respecto? Seguiría viviendo con el miedo.
—Entonces— recargué una mano en el cristal—, si hay información que tiene que ver conmigo y que no puedes decir, dime lo que sí puedes decirme.
—De ti y del trabajo que desempeñabas en el laboratorio durante 3 meses—pronunció con lentitud, ¿tan poco llevaba trabajando ahí?—. Una una genétista canina, encargada de mejorar los genes de las bestias.
¿Genetista? Quedé sorprendida.
—¿Bestias?— repetí—, ¿que bestias eran?
—Una nueva especie creada en el subterráneo, una que no sobrevivió.
Repetí sus palabras preguntándome cómo serian.
—¿Y tenía amigos? O, ¿compañeros?—no dudé en preguntar enseguida—. Llevo tiempo aquí y veo como otros se hablan como si se conocieran de siempre, pero parece que ninguno de ellos me conoce... y no creo que trabajara sola.
—Muchos murieron— Rozó sus nudillos bajo su quijada —, esta puede ser tu respuesta.
Tenía razón, y no llevaba mucho tiempo trabajando en el laboratorio así que tal vez no conocí a muchos y los pocos que conocí, murieron.
— ¿También puedes hablarme de Siete?— curioseé—, ¿cómo es?Fisicamente, ¿cómo es Siete?
Senti como se espolvoreada calor sobre mis mejillas solo verlo extender el lado izquierdo de sus labios en una sonladina y retorcida sonrisa que solo lo volvian más sensual.
Mordí el labio inferior cuando ladeó su rostro y sin apartarme la mirada dejó que sus dedos rozarana sus carnosos labios.
—¿Tanta es tú curiosidad que vienes al hombre con el que fantaseaste anoche, preguntando por la apariencia de otro?—la pausa ronca con la que me preguntó, me hizo tragar.
—Él no es el otro —las palabras resbalaron de mis labios contra mi voluntad, y más nerviosa no pude ponerme cuando ensanchó la torcedura estremeciéndome.
Y entonces esos golpes huecos levantándose detrás de mí, hicieran que esa mirada feroz se clavara con una velocidad inquietante a mi costado.
— Soldado Alekseev, le traje lo que me pidió.
El ceño se me frunció con la voz dulce de la mujer y los balbuceos que se alzaron de inmediato. Torcí el rostro al instante en que giré parte de mi cuerpo solo para encontrarme con la mujer al pie de la puerta. Apenas pude reparar en su aspecto, su cabellera rojiza sostenida en una trenza y sus ojos marrones clavados con timidez en el hombre a mi costado, cuando al ver lo que cargaba entre sus brazos quedé completamente atrapada.
Un pequeño cuerpo vistiendo un mameluco de oso, descansaba en su ligero y cuidadoso agarre.
Era una bebé y su cabeza pequeña estaba mayormente envuelta en el gorro con orejas redondeadas, pero no lo suficientemente como para dejarme ver ese cabello castaño y rizado el cual también caía sobre sobre su frente.
Me recordó a la bebé que vi en aquel cuarto, solo que esta era más grande, de unos meses más. Sus brazos pequeños no dejaban de sacudirse en el aire, sus mejillas le colgaban sonrosadas y sus labios pequeños se extendían en una sonrisa abierta que no dejaba de producir sonidos. El pecho se me estremeció y me sentí hechizada al contemplar esas enormes pestañas alargándose sobre unos orbes de escleróticas negras y de iris carmín: un color tan intento que brillaba de inquietante felicidad en tanto me miraba.
El color rojo de sus ojos me hizo saber que era una bebé del área roja, y una muy adorable.
—Le traigo a su bebé — informó ella con una tímida sonrisa, dando apenas los primeros pasos dentro de la sala.
Por otro lado, sus palabras tintinearon en mi cráneo y quedé en shock, ¿dijo su bebé?
—Dáselo a la mujer—sus roncas y crepitantes palabras me erizaron las vellosidades del cuerpo logrando que esa mirada marrón se levantara de encima de mi hombro solo para mirarme con extrañeza.
—¿A ella? — cuestionó deteniendo el paso y volviendo su mirada encima de mi hombro.
Un instante fue suficiente para que la chica volviera a caminar con lentitud esta vez dirigiéndose a mí, extendiendo entre sus brazos a la bebé quien sacudió sus piernas en las que la tela de su pequeño pantalón le dibujaba pliegues.
Un vuelco fue lo que sentí un mi corazón cuando vi enseguida sus bracitos levantándose hacia mí. ¿Quería que la cargara? Sí y fue como si mis piernas y brazos tomaran vida propia, apartándome de la mesa para acercarme a la mujer y mover mis manos para tomar su pequeño cuerpo y atraerlo a mi pecho. Lo sostuve con cuidado, sintiendo sus manitas tomándome la cara para palparla.
—Es hermosa—expresé y como si me entendiera balbuceó más.
—Hermoso—aclaró la mujer dando una mirada encima de mi hombro hacia la mesa de cristal que dejé atrás —. Es él.
—Oh...— alargué extendiendo una sonrisa de pena en tanto contemplaba al bebé, con esos ricos y esas largas pestañas rizadas había creído que era una niña—. Y, ¿cuál es su nombre?
—El nombre que el soldado Alekseev eligió para él es Tayler.
Que eligió para él.
—Él es su tutor—añadió con una sonrisa—, y a mí me paga para cuidar del chiquitín.
Era su tutor. Eso quería decir que también Anya era su tutora, o, ¿no?
Las contracciones en el estómago volvieron y con ellas un asqueroso sabor que me apretó la boca obligándome a tragar. Oh no. No es momento para que me de estos síntomas. Menos cuando tengo al bebé entre brazos tirando de mis mejillas.
—Puedes retirarte —La columna se me erizó con su orden lleno de asperidad.
La mujer con las mejillas sonrosadas volvió a mirar sobre mi hombro mordiéndose el labio.
Otra afectada por sus feromonas. Estaba segura que no era el único experimento con feromonas que tendría mujeres persiguiendolo, pero llevaba un anillo en el dedo, algo que a lo que al parecer restaban importancia.
Yo le resté importancia anoche gimiendole que me masturbara a la vez que metía su mano en mis bragas y empapada sus dedos con mi humedad. Para no sentir culpa en el momento solo me console con ridículos comentarios queriéndo hacerme creer que todo era parte de un satisfactorio sueño.
—Cuando quiera que lo recoja, solo envíeme un mensaje— dijo tomándose de las manos—. Vendré enseguida por Tayler.
Arqueé una ceja ante el tono coqueto que utilizó al final y en compañía del desliz que hizo con su mirada como si recorriera su cuerpo. La mujer dejaba en claro lo mucho que la alteraba y no tenía problema con ocultarlo ni un poco.
No había manera de juzgarla porque así como ella, estaba yo. Y es que el hombre era todo un semental, nadie podía ignorar tal bestia seductora y placentera sin mirarlo tan si quiera de soslayo. Y aun mirándolo de soslayo, unl sentiría insatisfacción y voltearia a mirarlo dos y cinco veces más hasta saciarse.
La mujer se despidió, dándome la espalda y acercándose al umbral hasta atravesarlo y desaparecer en el pasillo. Los balbuceos del bebé eran lo único audible y me concentré en él, dejando que jugueteara con los mechones de mi cabello, sintiendo una extraña familiaridad en su adorable acción.
Más confundida me sentí porque, incluso, esos orbes de un rojo intenso me resultaban también familiar, bastante familiar. ¿Por qué?
—Así que...—Lo acomodé contra el pecho, acariciando su suave mejilla derecha antes de tragar y continuar sin dejar de contemplar tal belleza: —. Con qué eres el tutor de un bebé experimento, ¿puedo saber por qué?
No obstante, esto me impresionaba. Sarah había mencionado que no imaginaba a Keith Alekseev siendo una clase de padre, eso quería decir que ni ella sabía de este bebé, ¿cierto?
— ¿Por qué crees, mujer? — los nervios se me pusieron de punta a causa del rechinido de la silla levantándose peligrosamente detrás de mí.
Me volteé atisbando esas grandes manos apretándose en los braseros del asiento, sus nudillos blanqueados y esas venas saltando bajo la piel y a lo largo de sus brazos. Como dije, era imposible no mirarlo y recorrerlo más de una vez y en esa posición con sus muslos torneadas entreabiertos y ese bulto apenas remarcado bajo su cremallera, se antojaban hacerle muchas cosas.
Mordí mi labio negandome a seguir recorriendolo, sintiendo el bombeo frenético de mi corazón enrojeciendome la piel al encontrarme con el terrible y escalofriante oscurecimiento de esos orbes feroces visitándome tal y como un depredador.
—¿Por qué crees que decidí ser su tutor? —arrastró entre dientes.
Detuvo su paso al llegar al borde de la mesa dejando que sus dedos se recargaran en el cristal.
— Porque quieres cuidarlo y darle lo que necesite — encogí de hombre y las mejillas se me calentaron cuando su comisura se arrugó
—, o, ¿hay algún otro motivo?
Deseé tener nervios de acero o tan siquiera poder hacer como si no me afectara, pero subió su rostro centímetros suficientes como para oscurecer esos feroces orbes, y me embobé detallando la dureza y peligrosidad que este hombre desataba con destruirme emocionalmente.
—Ese bebé— hubo rigidez en su mandíbula como en esos carnosos labios ligeramente separados y tensos dejando a la vista el apretón entre sus dientes —, es el que has estado buscando, Nastya.
(...)
Les devuelvo el capítulo con grandes ediciones, los temas que se me olvidaron aclarar, cómo se habrán dado cuenta, fueron tres. El testigo ¨nuevo¨, la promesa que Nas se hizo de volver a buscar al bebé, así como la frustración que Nastya sintió al no poder recordar todo de una vez, la niña llamando Ogro a Siete y lo más importante, las respuestas a muchas de sus dudas.
Donde tenía estas ideas, bien super mega perdidas en fragmentos que guardo en Instagram y algunos otros apunto entre muchísimas escenas que mantengo en borrador. Es confuso y me encantaría tener una laptop para tener dónde acomodar todo y que no se me pasé. Hay hilos que tengo que atar para que san aclarados para ustedes.
Espero que les haya gustado mucho este testamento. LOS AMOOO MUCHOOO.
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