Soy un monstruo
SOY UN MONSTRUO
*.*.*
(DRAMA QUEEN PARTE II, con palomitas o clinex, ustedes deciden. Las amo)
—Pero yo no quiero irme— insistió de nuevo la niña tras la orden, acercándose a la mesita de cristal frente al sofá para tomar la botella de agua que le había dado—. Abajo esta oscuro.
—Si no quiere irse, deja que duerma aquí solo unas horas— solté, recibiendo esa mirada verdosa como si mi comentario le hubiese gustado—. No hay ningún problema con que duerma en un sofá que ya fue utilizado.
A menos que con "sofá que ya fue utilizado" no se refiriera a que fue utilizado porque dormí en él, sino a lo que sucedió sobre él.
Aunque era imposible que supiera eso, ¿o no? Era cierto que tenían habilidades bastante inquietantes. Pero tampoco podían ser habilidades tan sobrenaturales como para darse cuenta que dos personas tuvieron un buen sexo derramando sus fluidos ahí.
¿O podía oler los fluidos de Siete y los míos sobre colchón? No, no. De ninguna manera.
—A final de cuentas es solo un sofá — decidí agregar al instante—. Cuando despierte puedo llevarla abajo.
Hubo un inquietante segundo de silencio en el que pude ver como ese pecho se inflaba bajo su camiseta roja, marcando todavía más ese par de areolas.
—No te lo estoy pidiendo, descansaras abajo— aseveró ella, endureciéndome el entrecejo tras ignorarme—. Andando.
Vi la manera en que la niña agachó el rostro tras apretar los labios. Asintió a duras penas, y no pude creer que la obligara a bajar cuando aquí era un poco más seguro que estar abajo. Su forma de actuar estaba siendo encarecedora. Y eso que no hacía tan solo dos horas que acababan de llegar, ¿por qué estaba portándose así?
No parecía ser solo por el hecho de que yo era humana. Era como si mi presencia no le había sentado bien.
Ese rostro de facciones tan suaves y perfectas con una molestia tan marcada en su mirada, se levantó en torno a mí, y no sabría describir los sabores que se produjeron en mi boca cuando movió sus largas piernas para pasarme de largo, con la niña persiguiéndole y dándome una mirada de extrañez.
Mordí mi labio cuando una idea llegó a mi cabeza. La razón por la que se estaba comportando así era porque sentía o sabía que algo sucedió entre Siete y yo, ¿verdad? De otra forma no tendría sentido su actitud en este momento, el hecho de que recalcara que estuvo con Siete y fueron muy íntimos mostrando enseguida su receloso hacia mí.
Le molestaba encontrarme en el área negra con Siete. Le molestaba que estuviera con él.
Eso solo significaba que ella seguía sintiéndose atraída por él, ¿cierto?
¿Y Siete...? Esa simple pregunta sin terminar y el recuerdo de la manera en que ella tocó su brazo y él se tensó o la miró, hizo que el corazón se me encogiera en un vuelco rotundo para sacudirlo con ansiosos y dudosos latidos que golpetearon mi pecho.
—Cuando despierte, ¿podré subir aquí? — esa pregunta sacándome de mis pensamientos, me hizo voltearme, encontrando esa pequeña figura deteniéndose a metro del umbral de la oficina, y esa mirada verdosa observándome—. ¿Si puedo?
¿Quería estar conmigo? Una niña a la que le había arruinado la vida convirtiéndola en una pesadilla, quería subir a la oficina para estar aquí.
—Sí— por poco la voz me salió rasgada—. Claro que sí— Asentí también, estirando los labios en una débil sonrisa que, para mi pesar, estaba llena de un sentimiento desanimado.
Esos ojos verdes desvelaron emoción, y sus delgados labios se levantaron en una sonrisa de felicidad, como si el horror y la tragedia que había pasado en el laboratorio, nunca existiera.
El alma entera se me estremeció, sintiéndome del asco.
Si supieras que fui yo la que te condenó a este infierno tu rostro sería diferente. Estarías mirándome con horror, llorarías por lo que le hice a todos esos niños con los que quizás jugaste en las salas de entrenamiento.
—Y traeré a 32 Rojo también— casi lo exclamó—. Podré contarte historias que mi...
—No, no lo harás.
Y esa áspera aclaración de la mujer deteniéndose bajo el umbral y girando hacia nosotras, desvaneció la sonrisa en los labios de la niña.
Ese pequeño rostro tras fruncir sus cejas, se torció para encontrarse con el de la mujer.
—¿Por qué? — preguntó en un tono confundido, de pronto mirándome a mí como si no supiera qué estaba sucediendo.
Pues estaba igual que la pequeña. Y no podía creer que estuviera impidiéndole subir aquí, solo por celos. No había nada de malo.
—Porque no— recalcó esa última palabra, arqueando una de mis cejas—. Ni el bebé ni tú se acercarán a ella.
La cabeza se me sacudió con mucha confusión. ¿Por qué les impedía que se acercaran a mí?
—No es como si los fuera a lastimar— solté, torciendo los labios en una mueca confusa—. ¿Por qué estas impidiendolo?
Alzó el rostro de la niña solo para clavarme esos orbes grisáceos en mí. La mueca se me recalcó cuando reparé en la manera en que se le endurecía el entrecejo.
— ¿Quieres saber por qué? — su espesa pregunta me amargó de nuevo la boca.
—Sí— esbocé sin duda—. Claro que quiero saber.
Sus labios en forma de corazón se extendieron en una torcida sonrisa, llena de molestia..., ¿por mí? Sí, era por mí.
—No solo no confío en ti, humana—empezó, respirando profundamente—. Mientras Siete nos ayudaba a matar esos contaminados, tú te quedaste oculta como toda una cobarde.
Pestañeé, sintiendo el golpe de sus palabras agujerándome el estómago donde un remolineo de fuego comenzó a crecer.
—Sin un arma no se puede ayudar en nada— aclaré, alzando las manos y estampándolas contra mis muslos—. Y no me quedé oculta, viste que estaba fuera.
No me importó que Siete me ordenara quedarme hasta que volviera por mí. Escuchar un bebé y saber que necesitaban de mi ayuda, ¡por eso salí! A pesar de saber que no tenía arma, quise ayudar.
Eso todavía me hace sentir más mal, porque no ayudé.
—Pero te quedaste parada cuando se les acercó el parasito— agregó con un tenso movimiento de sus labios—. Al final, quedarse quieto también es de cobar...
—Ella no tuvo la culpa 06 Negro—la voz de la pequeña alzándose instantáneamente para interrumpirla, le apretó los labios. La miró con la misma severidad, hacendó que ese par de orbes verdes pestañeara, sintiéndose intimidada—. Me ordenó que me llevara a 32 Rojo a un cuarto, pero no quise soltarla y la apreté más fuerte.
Negué con la cabeza enseguida, porque a pesar de que le ordenara que me dejara y se fuera a esconder a la habitación, lamentablemente no explicaba el por qué me quedé inmóvil cuando esa criatura gelatinosa se detuvo a metros de nosotros.
Sí, ese fue otro error que cometí. No debí quedarme quieta, debí empujarnos y correr con ella y el bebé.
—Sé que estuvo mal no reaccionar enseguida — decidí hablar con firmeza, arrastrando aire para agregar otra cosa—. Pero eso no dice que sea una cobarde...
—Claro que sí, y eso solo dice que fuiste toda una carga para Siete— soltó entre dientes, haciendo que cerrara con fuerza la boca.
—Veo que te está molestando algo de mí. No es solo que me haya quedado quieta—el ápice de mi voz salió serio—. No llevan ni tres horas y muestras este rechazo, y no parece ser porque te desagradan los humanos.
—Me molesta todo— ni siquiera dudó en responder—. Me molesta más que Siete sienta atracción por esa humana que se la pasó gran parte del tiempo encerrada en un almacén.
Su respuesta me dejó tan perturbada y desconcertada que las cejas se me alzaron un instante antes de hundirse con rotunda fuerza.
Hasta ladeé el rostro de lo aturdida que me dejó, con numerosos pestañeos cuando a mi mente regresó el recuerdo del primer escondite que utilicé cuando todo este infierno empezó.
Cuando escapaba de la monstruosidad que se había devorado a ese par de infantes, llegué a un largo túnel y logré esconderme en uno de los tantos almacenes que se hallaban en ese lugar. Sobreviví por muchos días con un solo paquete de galletas, haciéndome un ovillo debajo de una mesa, porque eso fue lo único que pude hacer.
Oculta, lamentándome por las muchas muertes que provoqué, aterrorizada de lo que lograron hacer esos gusanos en los cuerpos de experimentos. Horrorizada por toda esa sangre y esos niños que al final eran humanos. Completamente humanos.
Me dijeron que con soltar los gusanos los monstruos morirían. Me dijeron que los monstruos eran los experimentos y terminé siendo yo.
—¿Cómo sabes eso? —me sentí muy inquieta.
Ella apretó sus labios, alzando sus cejas como si mi pregunta le divirtiera un poco, pero también como si le molestara.
—Porque ya reconocí tu temperatura — esfumó tras encogerse de hombros, dejándome saber por qué hace tan solo un momento había revisado la temperatura de mi cuerpo—. La vi, al igual que Siete.
Esa última aclaración se hundió con tanto estruendo en mi pecho, que me dejó en shock y con un profundo temor adueñándose del calor de mi piel. ¿Siete me vio en ese almacén?
¿Estaba oculto en uno de los almacenes de enfrente?, ¿o dónde?
¿Desde qué momento estuvieron ahí?
—¿Y eso te molesta? — terminé preguntando, aunque temí mucho hacer esa cuestión—. ¿Por qué me la pase oculta en un almacén?
—Que sin vergüenza eres.
Y eso alzó mis cejas, estupefacta, sorprendida de la peor forma.
—¿Por qué lo soy? — pronuncié, y de alguna forma comencé a sentir esa ansiedad bombeándose en mi cuerpo solo recordar que había soltado algo en el almacen.
Volcó sus ojos un momento, antes de cambiar de lugar al bebé, acomodándolo sobre su pecho izquierdo, solo para exhalar como si repentinamente estuviera irritada.
—Iba a quedarme callada, pero veo que todavía tienes la vergüenza suficiente para preguntar por qué —exhaló, dando una mirada a todo mi cuerpo solo para demostrarlo —. Tanto él como yo miramos la temperatura de ese humano que dejaste fuera del almacén.
El corazón se me detuvo con esas palabras, construyendo un gesto horrorizado en mi rostro, ese mismo que hizo un movimiento robótico como si tratara de negar cuando ese humano tomó forma de mujer. Ella vestía como si antes del caos estuviera cocinando, con su cabellera rubia detenida debajo de un gorro.
No la conocía y tampoco la había visto antes en la cocina del comedor, pero todavía podía recordar perfectamente cómo fue qué me la encontré en el túnel antes de esconderme en el almacén.
Incluso, todavía podía recordar la manera en que tiró de la mochila que colgaba en mi espalda para hacerme caer a las riendas del túnel, o sus pies pisándome las piernas antes de lanzarse a correr.
Me había dejado en la mira de ese contaminado a solo metros de esa horrorosa monstruosidad que con cada pisada que daba, hacía el suelo vibrar, y en cuyos colmillos colgaban restos de la piel de esos niños inocentes.
— Se te cayó la cara de indignada —bufó.
Sentí que el pecho comenzó a arderme con un montón de sensaciones que solo aceleraron más mi respiración hasta descomponerla.
— Pero, ¿no te duele su muerte? — preguntó en un tono que solo me dejó peor que antes—. Estuvo pidiendo que abrieras la puerta y lo dejaras entrar hasta que ese contaminado llegó.
—Sí— musité, enfrentándola—. Claro que me duele su muerto, y quise...
—Si realmente te doliera, hubieras abierto la puerta y tratado de salvarla— pronunció cada palabra, apretándome la quijada.
Un nudo estuvo a punto de crearse en la parte superior de mi garganta cuando los gritos de esa mujer y esos puños golpeándose contra la madera de aquella puerta a la que le puse seguro y todavía terminé bloqueando mucho antes de su llegada, se iluminaron en mi cabeza.
Había salido de mi escondite, corriendo hacía en enorme mueble, pero entonces esos estruendos se convirtiendo en bramidos de dolor.
No sé que demonios vio ella para llamarme sin vergüenza, pero era demasiado tarde para ayudarla. Además, recordaba perfectamente que ella estaba más adelante que yo
—¿Estas tan segura de que no traté de abrirla? — escupí entre dientes.
— Si no hubieras tardado en moverte, la habrías salvado. Es lo que hiciste hoy cuando el parásito apareció, por eso no quiero dejarte al infante ni al neonatal—recalcó—. No quiero que convivan con una humana que se queda tiesa ante el miedo y como todos los demás, se preocupa por salvarse a sí misma.
Una punzada me atravesó el pecho, apretó mis puños con impotencia, con ira, rabia, una mezcla de sensaciones tan grotescas que amargaron mi paladar.
Me di cuenta, de que no era solo por sus palabras, sino por una de todas ellas. Que dijera que solo me preocupaba por salvarme a mí misma había retorcido los huesos de hastiada culpa. De alguna forma, de todo lo que dijo, eso era cierto.
—Por eso no entiendo por qué a pesar de esa escena, él siente atracción sexual por ti.
—Tú lo has dicho —espeté, devolviendo con seriedad la mirada a su rostro, ese que solo se mantenía mirándome como si fuera un cubo de basura—. Solo es atracción sexual. No es que le guste algo de mi pasado, solo mi cuerpo.
Y aunque decir aquello, de alguna forma también me lastimada, era cierto. Solo era sexo lo que había entre Siete y yo.
No. No es solo sexo para ti. Tu desvergonzadamente te dejaste emocionar por él, sin sentir ni un atisbo de culpa por haberle omitido información de quién eras en realidad.
—Claro— pronunció con una irritada sonrisa, dejando caer la mirada por lo largo de mi cuerpo—. Solo eso.
—Sí — reforcé, tragando con la necesidad de desvanecer ese nudo en la garganta. Algo que no logré —. Pero, ¿qué hay de ti? También estuviste ahí. ¿Por qué no la salvaste? Te hace igual de culpable por su muerte.
No llores. No llores. No llores. No llores. Porque por mucho que te arrepientas, no sirve de nada llorar o lamentarse otra vez.
Endurecí mi mirada, apretando mucho mi quijada a pesar de sentirme tan asqueada de querer dar todavía la cara después de que vieron una parte de mis acciones. No quería mostrarle la debilidad en la que me sentía caer, ni mucho menos lo mucho que recordarme ese suceso me había afectado bastante.
En realidad, ese recuerdo no era lo que me tenía así, sino porque, saber que lo que ella dijo sobre mí de ser una mujer que solo quería salvarse a sí misma, era completamente cierto.
—No era mi gente, y no la salvaría—exhaló—. En ustedes no hay nada rescatable después de lo que nos hicieron.
Sus palabras trataron de mi corazón, apretujándolo todavía más.
—Se nota que tienes mucho rencor hacía los humanos— me atreví a soltar—, pero no todos fueron responsables de lo que sucedió así que no los culpes, había trabajadores inocentes y que todavía hacían lo posible por salvarlos a ustedes.
Apretó la mandíbula como si mis palabras no le gustaran y como si quiera decir algo más. Pero no lo hizo y solo torció su rostro hacía alguna parte del suelo de la oficina, antes de mirar a la niña, esa que traté de no mirar sintiéndome tan avergonzada de mis propias acciones y tan afectada de las palabras de ella.
— Vamos 56 verde— ordenó con asperidad.
Mordí con fuerza mi labio inferior, hallando la manera en que ese curvilíneo cuerpo me daba la espalda para salir hacia el estrecho corredizo y detrás de ella, el pequeño cuerpo de la niña persiguiéndole de nuevo.
Les retiré la mirada, dejando caer sobre el sofá. Escuchando esos balbuceos de felicidad, poco a poco desvanecer conforme pasaban los segundos, hundiendo la oficina de un horrible y hastiado silencio
Respiré hondo, o eso traté, porque terminé sintiendo ese vacío mezclarse con todo tipo de heladas sensaciones que de algún modo querían descomponerme porque ella tenía razón.
Sí, solo quise salvarme a mí misma. Todo este tiempo pensé nada más en mí vida y salir ilesa de mis acciones, no pensé en nadie más. No me importó nadie más.
Y no estaba hablando solo de la mujer en el túnel, esa a la que todo este tiempo traté de olvidar de mis recuerdos, como si eso ayudara en algo a la culpa con la que cargaba.
La razón de que me estuviera sintiendo tan afectada en este momento, no era solo porque ella o Siete habían mirado como ignoré a esa mujer mientras pedía a gritos dolorosos que la ayudara.
Sino por todo lo que había hecho hasta entonces y guardé y traté de esconder en alguna parte de mis recuerdos. Las cosas de las que fui capaz de hacer, la culpa que ignoré o el dolor que traté de reprimir. Esas emociones ahora mismo estaban torturándome.
Más aún, saber lo que le hice a Siete.
La manera en que me burlé de él llamándolo rata de laboratorio o que en el exterior no tomarían en cuenta sus palabras.
La forma en que le mentí o en que omití información.
El modo tan desvergonzado en que lo utilicé para poder sobrevivir porque sabía que sin sus habilidades no iba a vivir un minuto más en el laboratorio.
Y todavía, me acosté con él, disfrutándolo mucho su boca en mi sexo. Y sin sentir ni un solo atisbo de vergüenza, guardé una clase de emoción por él.
¡Y eso no era lo peor! Lo peor era saber que, mientras tenía sexo con él y disfrutaba del exquisito placer que su miembro saliendo y entrando con rotunda exquisitez en mi interior me robaba gemidos indescriptibles, esa niña, ese hermoso bebé, Richard y la mujer luchaban a toda costa por sobreviviendo en el laboratorio, escapando de monstruosidades caníbales que yo creé tras soltar los gusanos.
Mientras ellos y tal vez, más sobrevivientes seguían luchando con el gas venenoso y el resto de contaminados que todavía estaban vivos, yo me perdía en los orgasmos que Siete me daba.
Les arruiné la vida a todos. Los llevé a un infierno del que no saldrían. Marqué el final de sus vidas en este lugar, y yo solo pensé en seguir sobreviviente, tratar de salir ilesa de todo esto, volver con mis padres y hacer como si nada de esto hubiera sucedido.
¿En serio? No tienes vergüenza.
Cerré mis parpados dejando que esas lagrimas calientes se derramaran en mis mejillas, antes de torcer el rostro y mirar hacía el sombrío umbral.
Las piernas se me movieron instantáneamente en esa dirección. Estirando un brazo para alcanzar la puerta y cerrarla de inmediato sin ser capaz de dar una mirada a lo que del otro lado del corredizo se hallaba.
—Idiota— musité.
La vergüenza, la culpa y el asco hacía mí misma estaban carcomiéndome con tanta rotundidad que recargué mi espalda contra la madera blanca cuando las piernas me flaquearon.
¿Hasta dónde fuiste capaz de llegar para seguir sobreviviendo, Nastya?
Utilizar mi cuerpo para darle un orgasmo a un guardia a cambio de códigos, matar a experimentos humanos, bebés, niños, y dejar morir a una mujer para que el monstruo no te encontrara, y todavía mentirle a un experimento que toda su vida la había pasado en cuatro paredes y en una incubadora, solo para utilizarlo y poder sobrevivir.
¿Qué demonios eres? ¿Qué clase de monstruo eres Nastya?
Un cumulo de emociones tan frustrantes comenzaron a atascarse en mi garganta, retumbando en mi pecho, llenando hasta el último centímetro de mi cuerpo.
No te reconozco Nastya. Eres una maldita bruja que da muchísimo asco.
Una extraña y temblorosa sonrisa se estiró en mis labios. El cinismo de lo que hice para llegar a este momento y una mujer me hiciera ver el tipo de monstruo que era, todavía se atrevía a tocarme el rostro.
Sacudí la cabeza y me aparté de la puerta, deslizando mi mano lejos del pomo dorado. La mirada adolorida se me terminó clavando en el manto térmico que se hallaba a tan solo metros de mí. Moví las piernas, una tras otra sintiéndolas endurecidas y temblorosas.
Con todos esos sentimientos contrayéndome los músculos y retorciéndome los huesos, sentí que estaba a punto de romperme. Iba a enloquecer otra vez, a punto de gritar de tanta rabia e impotencia que sentía al saber que, de todos, la que debía estar muerta era yo... ¡Pero todavía quería vivir!
Estaba a punto de estallar, de explotar como cuando me di cuenta de que la sangre de experimento negro estaba afectándome en el baño de la enfermería después de que Siete me abandonó.
Si él supiera quién era yo, estaría arrepintiéndose de haber vuelto por mí en el túnel.
Nunca debió regresar por mí, debió salir al exterior con los demás. Solo así estaría muriendo envenenada. Así no estaría sintiéndome tan asqueada y desgarrada.
Esta culpa está comiéndome viva.
Está matándome.
Detuve mis pasos frente al manto térmico: ese mismo que se distorsionó debido al escozor aumentando en mis ojos, todo ese líquido caliente a punto de quebrarme la vista.
Siete debió dejarme morir en el sótano cuando le dije que no quería vivir.
Debió dejarme morir ahogada o siendo devorada por esa bestia, de otra forma todo este sufrimiento terminaría.
El mentón me tembló y tuve que apretar la quijada con rotunda fuerza, mordiéndome la lengua cuando un chillido quiso escaparse. Arrastré dificultosamente aire por la boca, solo para lamer mis labios y tratar de tragar, pero el ardor entre los músculos de mi garganta era tanta, que por poco me quejé.
Así no le habría mentido nunca, nunca lo habría utilizado.
Incliné parte de mi cuerpo, y con demasiada complicación, sintiendo la tensión en mi cuello, estiré el brazo para levantar el enorme pedazo de tela. Y tan solo lo hice, ese mudo sollozo resbaló de mis labios y todas esas lágrimas de dolor y culpa que había estado reteniendo, gotearon una tras otra sobre el suelo, reventando.
Por mi culpa ninguno de ellos saldría de aquí. Ese bebé y esa niña pasarían el resto de sus días aterrorizados, hasta morir este lugar.
Si tan solo me hubiera atrevido a preguntarle a Richard sobre el aspecto de los experimentos, nada de esto habría sucedido. No estaría sintiéndome tan imponente y tan desesperada, tan conmocionada e incontrolable como en este momento.
Soy un monstruo.
El calor de la condena y la miseria subió hasta mi cabeza punzándola como si la fuera estallar. Poco a poco el cuerpo comenzó a temblarme de los sollozos que estaba deteniendo en mi interior, luchando por no soltarlos al saber que ellos dos podrían escucharme.
Me enderecé con el rostro destrozado, arrugado, reteniendo mi dolor. De las muchas lágrimas acumulándose en mis ojos, apenas pude vislumbrar el umbral del baño. Las piernas se me movieron casi con desesperación cuando ese chillido estuvo a punto de escapar de mi boca.
Tuve que morderme la lengua para resistir un poco más.
Me adentré con torpeza a ese pequeño cuarto, empujando apenas la puerta para emparejarla sin siquiera cerrarla. Giré, encaminándome frente al lavamanos solo para observar mi reflejo.
Ese rostro quebrado en el más desgarrador dolor y culpa, se mantenía enrojecido y arrugado, con sus mejillas mojadas de tantas lagrimas derramadas, y sus labios temblorosos de los muchos sollozos que retenía.
Me sentí asqueada de mi propio reflejo, porque no podía reconocerme. Deseaba ser la antigua Nastya, esa mujer de cabellera castaña larga y hasta la espalda, que soñaba con ser enfermera y ver a su hermana curada del cáncer.
Esa Nastya que estaba tan cansada de la falta de dinero, que renunció a su maestría para trabajar turnos dobles y conseguirle medicamentos a su hermana.
En ese tiempo al menos pensaba en los demás antes que yo. Pensaba en mis padres, en mi hermana pequeña.
Esta Nastya era desagradable.
Una terrible fuerza endureció los músculos de mi brazo, empuñando mi mano con tanta fuerza para estamparla contra mi reflejo. Recibí ese pinchazo de dolor atravesándome los nudillos y escupiéndome un ahogado quejido de mis labios, en tanto esa grieta se extendía levemente en la estructura.
Aparté unos centímetros mi puño de la grieta, tratando de apretar muchísimo los dedos, observando como parte de mis nudillos se blanqueaba mientras el resto enrojecida debido al golpe. Iba a bajarlo y recargarlo contra el lavabo, pero un abominable impulso de estamparlo otra vez, estaba gobernándome solo recordar todo lo que tuve que hacer para poder llegar hasta aquí.
Y no pude más, lanzando un chillo que se amortiguó con el estruendo de mis golpes.
Uno, dos y hasta tres veces mi puño estalló contra el espejo de nuevo, reventando todos esos fragmentos que construían mi reflejo contra mi ensangrentada piel.
El dolor acalambrándome la mano hasta adormecerla y entumirla, no se comparó al que sentía retorciéndome hasta el último órgano, quemándome el alma. Marchitando mi existencia.
Saqué el puño, escuchando como pedazo a pedazo del espejo ladeado, estallaba con restos de mi sangre contra el lavabo, hundiendo el cuarto en crujidos.
Incapaz de retener mi desgracia por más tiempos, me hice un ovillo en el espacio que había junto al retrete y la pared, deslizando a toda prisa el manto térmico por encima de mí y hasta mis pies para ocultar mi temperatura y lo que sucedería.
Y tan solo lo hice, todo mi cuerpo se volvió pedazos a través de un sollozo agudo y chillón que se escupió de mi torcida boca contra la gruesa tela del manto.
Me rompí.
Y me rompí tanto que sentí como mi cuerpo se apretujó, se encogió y endureció debido a la fuerza con la que empecé a llorar.
Sentí que la cabeza me estallaría ahí mismo, que el corazón me atravesaría la garganta y el tórax se me apuñalaría por las sensaciones que brotaban y me dominaban.
Atraje más mis rodillas para apretarlas a mi pecho donde el tamborileo de mi corazón, aturdía con pinchazos. Hundí mi rostro entre mis rodillas, sofocándome con el poco espacio, apretando mis nudillos heridas, ardiendo de dolor contra el suelo.
Sabía que de nada valía que estuviera llorando de esta forma, pero de alguna manera tenía que sacar todos estos sentimientos. Tenía que terminar con esta maldita culpa y levantar la cabeza, enfrentarme a mis malas acciones y aceptarlo.
—Deshazte de todo este dolor—gemí, apretando mis heridos nudillos contra el suelo, levantando el rostro de mis rodillas—, esta será la última vez que lloraras porque ya no lo harás, Nastya. Ya fue suficien...
Las palabras se me detuvieron atragantándose en lo profundo de mi adolorida garganta, intercambiándose por un grito de horror.
Cuando de un instante a otro, bajo mis sollozadas palabras, toda esa pesada tela fue removida con rotunda fuerza de mi cuerpo.
El cuerpo se me sacudió al sentir en tan solo un santiamén, esos varoniles y calientes dedos rodeándome lo alto del brazo para apretarlo y tirar de mí con tanta brusquedad que sentí levantarme del suelo enseguida.
Un gemido de dolor se escupió de mis labios cuando sentí mi espalda estamparse contra la asperidad de la pared tras incorporarme contra mi voluntad. Sintiendo esa ancha cadera presionándose contra mi abdomen y esos pectorales tan tensos y desnudo rozarse con mis mojados labios.
El intenso calor de toda esa endurecida piel invadiendo hasta la última fibra de mi cuerpo, no solo me estremeció con rotundidad, volviéndome pequeña e insignificante, sino que me destruyó con en más lágrimas, nublándome esa manzana de adán haciendo un tenso vaivén en su ancha garganta.
Los dedos que apretaban con fuerza lo alto de mi brazo se deslizaron sutilmente a lo largo de mi muñeca solo para alzar la mano cuyos nudillos palpitaban de dolor.
—¿Qué demonios consigues lastimándote?
Me tembló el mentón solo escuchar su engrosada y crepitante alargándose en una amenazadora orden a escasos centímetros de mi frente. Mi mirada en su cuello, observó la manera en que se le remarcaban en tensión los músculos bajo su piel.
—Pequeña—su retenido gruñido llamándome, hizo que apretara mis labios cuando un sollozo resbaló haciéndome sentir patética—. Mírame, es una orden.
Mordí mi labio inferior sacudiendo la cabeza. Con un temblor apoderándose en mi cuerpo, llevé mi única mano libre a aferrarse a su torso desnudo y rotundamente caliente, pero tan solo puse fuerza en mi brazo para empujarlo, no logré nada.
—No—solté contra la cima de su pectoral, sintiendo como mi propio aliento recorría su caliente piel y como el hecho de sentirlo tan cerca me torturaba más.
Volví a empujar su torso tratando de lograr moverlo, y escapar de su calor: ese que para mí lamento me estaba gustando muchísimo. Pero su fuerza y la manera en que me acorralaba con el peso de su cadera y todavía tener esos pectorales a solo milímetros de mi rostro, era imposible.
—Ya sabes por qué me lastimé — traté de espetar, pero mi voz no dejó de escucharse rasgada, y solo pude volver a empujar su torso para zafarme—. No necesitas acorralarme, así que apártate, Siete...
Y no lograr si quiera moverlo un centímetro, sintiendo como todo su calor empezaba a debilitar mis sentidos, me hizo retorcerse con desespero.
—¡Te estoy diciendo que me sue...!
Ahogué el resto de mis palabras cuando esos otros dedos me tomaron del mentón con tanta asperidad y tanta brusquedad, subiendo mi rostro de tal forma que sentí ese estirón de dolor a lo largo de mi cuello. Mis labios se estiraron cuando sentí el calor emitiendo la piel de su endurecido mentón.
Y apenas vi sus carnosos labios tensos y estirados en una alargada mueca a milímetros de mi boca, la mirada voló en el lavamanos junto a mí, aterrada de sentir ese deseo de besarlo con locura.
Aterrada e incapaz de recorrer todo su rostro de belleza tan escalofriante solo para encontrarme con sus endemoniados e intensos orbes, solo recordar quién era yo y lo que le hice a los suyos.
—Tu llanto no es solo por esa humana que, si bien murió, no fue porque no pudieras desbloquear esa maldita puerta, aun si lo hubieras hecho con esas dos monstruosidades también estarías muerta— pronunció bajo y peligroso. El aliento de sus labios invadió lo largo de mi mejilla como si hubiese ladeado su rostro—. Escondes algo más, Nastya.
Me dio miedo que se diera cuenta de ello, y eso solo arrugó más mi rostro.
—Vete...
Y esa exhalación larga y rotundamente caliente espolvoreándose en una clase de caricia sobre la mojada piel de mis labios, me estremeció con mucha fuerza contra su enorme estructura. Más lo hizo esa cálida sensación de su puntiaguda nariz frotándose inesperadamente sobre la mía, estrujándome el corazón con palpitaciones desbocadas que no quise sentir.
—No —arrastró entre dientes y a una diminuta distancia sobre mis temblorosos labios en los que pude sentir, su aliento penetrando el interior de mi boca seca, por poco me hizo jadear nuevamente.
Un gemido me golpeó la garganta cuando sentí como mis pechos se apretaban contra su torso, el calor invadiendo mis areolas me torturó. El endurecimiento en ellas no se comparó a ese estremecimiento húmedo cubriéndome el sexo.
Odie sentir esa fascinación que provocaba su toque, esa exquisitez de su calor y su aliento mojándome los labios tan tentativamente. Me sentí asqueada que mi cuerpo disfrutara de él todavía a pesar de saber lo que le había hecho.
No quería perderme otra vez.
No con esta culpa rompiendo los huesos en mi pecho. No cuando mi alma estaba quebrada en cientos de fragmentos imposibles de pegar y mi boca era una bomba que en cualquier instante estallaría mis pecados.
Jadeé cerrando con fuerza mis parpados ante la carnosidad de ese par de pliegues calientes y suaves recostándose sobre mi temblorosa boca.
— Si dejarte sola cometiendo estupideces es lo que quieres, conmigo no lo lograras — escupió contra la sensible piel de mis labios, con una ira contenida y una ronquera tan escalofriante que sollocé.
Esa mano que sostenía mi mentón hizo un movimiento que obligó a ladear mi rostro contra el suyo, provocando que el toque de nuestras bocas se profundizará de una forma tan erótica que casi gemí.
Maldición.
— Lo único que conseguirás es tentarte de la forma que conozco hasta que me mires y respondas qué tanto te guardas.
(...)
Espero que este capítulo les haya gustado hermosuras, no fue demasiado largo, solo 5mil palabras, pero la intencidad de lo que hubo a mi me dejó con un mal sabor de boca y un nudo en la garganta.
Esperen el siguiente capítulo, porque ese si va a estar muy bueno.
LAS AMO MUCHO.
Machi345 FELIZ CUMPLEAÑOS BELLA. Espero que este nuevo año de vida este lleno de hermosos momentos. Te envío un abrazo❤
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