¿Siete?

¿SIETE?
*.*.*

(Con un poco de contenido adulto. Los amoo!!)

No supe cuantos minutos me quedé mirando esa puerta, sintiendo como los parpados me pesaban. Lo único que sabía era que no podía dejar de pensar en lo que ocurrió en este mismo sofá, donde me hallaba recostada.

Decidí, con el cansancio pesándome los músculos, levantar toda mi espalda del colchón, sentándome con lentitud solo para observar hasta la última pulgada de mi cuerpo desnudo tal y como Siete lo dejó.

Él había dejado marcado hasta la última parte de mi existencia, podía sentir la saliva de su lengua cubriendo cada franja de piel a partir de lo alto de mis pechos donde alrededor de la areola, se hallaba un muy notable enrojecimiento.

La cintura y cadera llevaban escrito el tamaño de sus dedos apretándose para mantenerme en la misma posición mientras me embestía. En la cima del monte se dibujaba el enrojecimiento de cada golpe rotundo de su pelvis. Y en esos pliegues íntimos completamente enrojecidos y palpitantes de ardor, la vehemente marca de sus labios chupándolos con exquisitez, y torturándolos con cada una de sus placenteras acometidas.

Pero ninguna marca se comparaba a la que él dejó en mis labios cuando gruñó con la llegada de su orgasmo. Ese dulce y estremecedor sonido que me perforó y hasta el paso de los minutos seguía reproduciéndose en mis oídos.

La manera en que Siete me poseyó, me saboreó y jugueteó con cada zona de mi cuerpo hasta cuanto quiso saciarse, sería imposible de olvidar. Me dio los mejores orgasmos más inhumanos y fascinantes de todos, el mejor sexo que nunca tuve y el que nunca más tendría.

Definitivamente ya no.

No más...

Esa sensación tan gélida y pesada se apoderó inquietantemente de la boca de mi estómago al recordar ese pulgar acariciando mis labios y esos orbes platinados tan inquietantemente enigmática observándome con frialdad.

De dos cosas me di cuenta en ese instante.

Que mi atracción por él seguía siendo la misma, y que su atracción por mi terminó.

Y saber que él ya no me miraría de la misma forma, ni me tocaría de nuevo la mejilla y mucho menos me besaría con desespero, llenó mi cuerpo de tantas sensaciones tormentosas y abrumadores que apreté mis puños contra el colchón del sofá, hundiendo las uñas en la textura.

¿Por qué mi atracción no terminó? No podía entender nada, mucho menos por qué sentía esa desilusión pensar que con la misma frialdad con la que me miró antes de salir de la oficina, sería la misma forma con la que me miraría de ahora en adelante, tal y como lo hizo en un principio.

Había algo mal conmigo, de eso me di cuenta cuando él soltaba palabras tan crudas sobre que ya no le atraía tanto o que haciéndolo una segunda vez y su atracción terminaría.

Era tan confuso todo esto. Al principio había creído que era por sus feromonas, esas que me hacían comportarme incontrolable con él, desvaneciendo mi razón, mi conciencia mis fuerzas, todo. Pero esta sensación en la boca de mi estomago era otra cosa, lejos de ser provocada por sus feromonas.

Se sentía como si me hubiese ilusionado con él. Como si hubiese guardado alguna clase de sentimiento.

Esas palabras estrellándose en mi cabeza como una verdad, me dejaron helada. Negué, perdiendo la mirada en el suelo solo darme cuenta de que, para mi lamento, ese era el problema.

Me había ilusionado con este hombre. Pero, ¿en qué momento sucedió? ¿Cuándo y cómo?

¿Fue porque volvió por mí? ¿Acaso me tomé muy en serio sus caricias en mi mejilla y su protección para llevarme que la zona verde?

Sí. Eso fue.

El saber que él volvió por mí y me encontró en el túnel, la forma en que me protegió desde ese momento para salvarme, y sumando a eso, la atención que me dio en el área negra y su promesa con que me sacaría de este lugar, fue lo que dio inicio a esa emoción...

¿Qué me sucede? Ilusionarme con alguien con quien había estado días y quien estuvo a punto de descubrirme y matarme, era una ridiculez.

Una absurda locura ilusionarme con él después de mentirle egoístamente y utilizarlo para sobrevivir. Y no importaba la razón de por qué le mentí, al final seguía siendo una mentira.

¿Qué demonios me sucedía? Era como si quisiera cometer otro error.

Ya tuve suficientes errores de los que me arrepentía, lo último que me faltaba era que me enamorara de un hombre clonado de diferentes ADN de trabajadores y con genética reptil, después de soltar los gusanos con la finalidad de matarlos y exterminarlos porque creí que eran monstruos y que Chenovy mataría a las personas del exterior con ellos.

No imaginaría la mucha culpa y miseria que empezaría a carcomerme si dejaba que Siete me gustara más. No había futuro entre los dos a causa de lo que hice, no lo había.

No lo hay, Nastya.

Aunque, ¿de qué debía preocuparme? Ahora que él ya no se sentía atraído por mí y yo sabía sobre esta emoción y esperanza que me guarde con él, las cosas desde este punto serían diferentes para los dos.

Tan diferentes que sería imposible que esa emoción en mi se convirtiera en un sentimiento fuerte que me atormentara. Así que, mientras esta ilusión no se alimentara, desaparecería con el tiempo.

Respiré hondo, llenando mis pulmones con fuerza solo para exhalar en tanto dejaba que mi rostro se corriera y diera una revisada al reloj sobre el marco de la puerta.

Más de media hora perdiendo el tiempo en mis pensamientos.

Decidí ponerle final a no seguir atormentarme con esto porque había cosas más importantes de qué preocuparme que pensar en una atracción sexual y sentimental.

Deslicé las piernas fuera del colchón, sintiendo ese leve ardor palpitándome la zona intima debido al movimiento. Me levanté sin pensarlo, siendo consiente de ese temblor en las piernas debido a la debilidad.

En cualquier otro momento tras tener sexo, estaría permitiéndome una larga siesta, pero estábamos atrapados en un área negra, sin electricidad después de haber sido atacados y todavía, mi cuerpo combatía contra los residuos de sangre de experimento, así que dormir serios lo último que haría.

Mi mirada cayó al suelo atisbando enseguida esos rayos sobre el asfalto creados por las patas de madera del sofá: ese cuyo respaldo acolchonado se separaba varios centímetros de la pared.

Las embestidas de Siete, la fuerza que ejercía para penetrarme con una indomable velocidad, habían marcado la oficina también.

Solté otra corta exhalación, esta vez mirando el manto acumulado sobre el suelo, recordando el momento en que Siete lo quitó de encima nuestro. Solo di un paso para los dedos de mis pies rozaran con la pesada tela antes de inclinar rápidamente parte de mi cuerpo hacia el suelo con la intención de estirar mi brazo y tomarlo.

Me arrepentí rotundamente de hacer esa inclinación tan descuidada, soltando un quejido debido al palpitante dolor inyectándose contra mi entrada y en mi interior.

—Demonios...— arrastré haciendo una mueca mientras me endereza lentamente, llevando mi desocupada mano a tocarme el vientre bajo, dejando que las yemas se deslizaran encima del par de pliegues enrojecidos, sintiendo esa escasa textura líquida saliendo de mí.

El ardor en mi interior disminuyó en tan solo un segundo, desvaneciéndose casi como si nunca hubiera estado ahí. Solté una larga exhalación mientras lanzaba el manto térmico al sofá antes de contraer mi mano fuera de mi entrepierna y revisarme los dedos que apenas se manchaban con fluidos.

Por un instante creí que encontraría manchas de sangrare, eso era lo que esperaba después de las acometidas rotundas y continuas de Siete, después de la manera en que me torturó solo para hacerme gemir su clasificación. Lo inquietante era que, durante sus embestidas, dolor fue lo único que no sentí, quizás porque estaba ahogándome con el placer que me entregaba.

El sonido de nuestras pieles íntimas y jugosas golpeándose una y otra vez, llegó para estremecerme los nervios y tensionarlos, sobre todo esa parte intima de mí que estuve a punto de apretujar entre los muslos.

Sacudí la cabeza con la necesidad de eliminar el recuerdo, soltando una tercera exhalación antes de clavar la mirada con cansancio en el umbral del baño.

Rodeé el colchón del sofá, con movimientos lentos en mis piernas debido al leve ardor todavía apoderándose de mi entrada. Aunque no era un dolor insoportable, mucho menos del tipo que te retorcía por momentos o te dejaba en un solo lugar por horas.

En fin. Iría al baño para lavarme la entrepierna con el agua del lavaba manos, ya que eso era todo lo que me quedaba por ahora, mientras Siete verificaba qué tan tóxico o no era el poco gas que entró al área negra.

Solo recordar lo del gas y que a él también podía afectarle, me detuvo bajo el umbral del baño para girar parte de mi cuerpo y lanzar una mirada a la puerta blanca.

A pesar de que su sistema inmunológico fuera muchísimo más mejorado que el de nosotros, y que la mordida del parásito no le afectará debido a su temperatura— algo de lo que todavía inquietaba—, al final el gas podía lastimarlo.

Esperaba equivocarme.

A pesar de saber que su atracción terminó y de saber por qué la mía seguía intacta, al final solo quedaríamos nosotros dos atrapados en el área porque sin electricidad, no había ninguna salida de aquí.

¿Qué probabilidades había de que volviera la luz? El laboratorio empezaba a derrumbarse, las tuberías de agua y el cablerío eléctrico se encontraban mayormente en una división del techo del laboratorio: ese techo con numerosos agujeros escarbados por monstruosidades.

Así que este lugar era todo lo que nos quedaba, tal y como Siete dijo en la ducha.

Así que quizás, no volvería a ver a mis padres.

Con ese pensamiento ahuecando mi pecho, me giré terminando de adentrarme al baño. Seguí un camino hasta estar frente al mueble del lavabo de manos. Me acomodé, quedando cara a cara con el reflejo de mi rostro.

Todo cabello era un desastre, desordenado, enredado de algunas partes y con la apuntas dobladas y el flequillo levantado en todas direcciones, dándole un aspecto terrible a mi rostro. Era como si no me hubiese bañado.

—Soy un asco— musité, y a poco estuve de llevar mis manos a desenredármelo y ordenarlo, sino fuera porque recordé que me había manchado la mano de un poco de fluidos.

Llevé mi única mano limpia a una de las llaves para abrirla dejar que el agua cayera sobre mis manos, las talle ambas antes de inclinar parte de mi cuerpo y comenzar a restregué el agua en el rostro. Me lo lavé, tallando mis cansados parpados y mis labios donde el toque fantasmagórico de esa carnosa boca seguía oprimiéndolos.

Cerrar la llave y tras incorporarme frente al espejo, llevé las manos encima de mi cabello. Comencé a hundir mis dedos para desenredar lo y aplicarlo, plancharlo con profundos movimientos para que las puntas quedaran rectas y caídas a los costados de mi alargado rostro.

Tras acomodar todos esos mechones detrás de mis orejas, mojé de nuevo las manos para ordenar esta vez el flequillo, dándole poco a poco un mejor aspecto a mi rostro. Una forma más madura, más suave, más bonita.

Alcancé pronto el papel higiénico para tomar unos pliegues y, tras mojarlo un poco, llevarlo a mi entrepierna para limpiarme. Sería mejor una toalla, pero eso fue lo único que no traje de la habitación en la cocina.

Limpié la frágil piel cuidadosamente una y otra vez hasta que lo pegajoso dejara de sentirse: hasta que mis íntimos labios estuvieran libres de la sensación cálida de la lengua de Siete chupándolos.

Su saliva se había desvanecido pero los enrojecimientos y las sensaciones que produjo todavía seguían ahí abajo...

Lancé el papel al cesto de basura, mirando la llave del lavabo. Deseaba bañarme y quitar el resto de su saliva en mis pechos y estómago, pero para eso tendría que esperar a la ducha pública.

Si es que resultaba que el gas que alcanzó a entrar al área, no era dañino.

Quisiera que no.

Tras un inquietante suspiro, volteé saliendo del baño y colocándole frente a mi mochila acomodada en la mesita de madera. Abrí el bolsillo grande, hundiendo todo mi brazo en su interior para sacar el cobertor de mi hermana para aventarlo sobre el sofá junto al manto, y sacar finalmente el camisón azulado que tomé del armario de mi destruida habitación.

Lamentablemente había dejado el pantalón y mi ropa interior colgados en la pared de la ducha, y ni hablar de la playera roja sobre el piso de incubación. Lo único que me quedaba era este camisón largo.

Lo extendí delante de mí, y tras ver lo arrugado que estaba, decidí sacudirlo. Comencé a ponerme el camisón de tela suave y delgada, pasándola por encima de mis pechos marcados hasta ocultar la zona intima. Apenas pude cubrir un poco menos de la mitad de mis muslos debido a que estiré la tela para cubrirme el trasero.

Separé la delgada tela de mis pechos que marcaban rápidamente mis pezones solo para descubrir como la tela volvía a dibujarlos para mi lamento. Necesitaba la ropa interior, pero iría por ella una vez que Siete diera el aviso.

Solo esperaba que el poco gas que entró, no afectara.

(...)

El recuerdo del llanto de dolor de ese par de niños cuyas extremidades fueron arrancadas por una monstruosidad, se alzó en un eco tan aterrador contra la profundidad de mis oídos que me hizo respingar todos y cada uno de mis huesos bajo la piel y sobre la silla en la que me hallaba recostada.

Horrorizada, extendí con fuerza los parpados, enderezando al mismo tiempo mi espalda lejos del respaldo acolchonado.

Mi mirada quedó perdida en cada uno de los muebles de la oficina en tanto escuchaba como el corazón latía desbocado contra el pecho. Quedé entenebrecida ante el recuerdo del llanto de esos niños oprimiéndome el pecho, ese que se inflaba de manera desequilibrada.

—Solo fue una pesadilla —musité para mí misma, la voz saliéndose rasgada y temblorosa, sintiendo esa lagrima resbalando por mi mejilla—, una pesadilla, Nastya... Una pesadilla.

La imagen de miedo y dolor rasgando ese par de rostros pequeños, cuando esa enorme boca llena de colmillos se cerró sobre sus brazos, me atormentaría para siempre.

Arrastré aire por la boca, llenando mis pulmones para tratar de normalizarme, me había quedado dormida, ¿y en qué momento? Solo recordaba haberme sentado en la silla, decidida a permanecer atenta cuando Siete diera el aviso de que abajo no era peligroso, pero al parecer el cansancio me había vencido y me cerró los parpados.

Rápidamente levanté la mirada para revisar la hora en el reloj sobre el marco. Había dormido casi seis horas. Eso quería decir que habían pasado casi siete horas desde que Siete ordenó que me quedara aquí hasta que verificara lo del gas.

Y casi siete horas era demasiado tiempo.

¿Todavía no sabe si el gas puede afectarnos? Aclaré un poco la garganta cuando sentí una leve molestia al hablar y me arrastré fuera de la silla para levantarme del asiento, dejando que mi única mano libre estirara la tela del camisón mientras reparaba en la puerta y se despegaba nuevamente la tela azulada de mis marcados pezones.

Necesitaba ir por la ropa interior, y más que ir por ella, también quería otro tipo de cosas que fueran necesarias para nuestra supervivencia. No quería sentirme inservible. No quería estar aquí sin hacer nada mientras él hacía todo.

Un extraño picor comenzó a invadir ligeramente los músculos de mi garganta tras la pregunta. Y aunque no era molesto ni mucho menos doloroso, sentirlo tan repentinamente me dejó confundida.

¿Estaban empezando los síntomas de los residuos de sangre negra? Al instante bajé el rostro hacia la tela azulada que cubría mi estómago, aproximando mi mano—la que no apretaba el arma— para a tomar los pliegues del camisón para levantarlo y desnudar tanto mi zona intima como gran parte de mi abdomen.

No tenía ningún enrojecimiento todavía, pero el picor en la garganta no era normal.

Cuando presenté los síntomas después de despertar, habían pasado un poco más de 9 horas. No estaba muy segura, pero, recordaba perfectamente que al cumplir las nueve horas que dijo Siete que dejaría pasar para revisarme, ni siquiera tenía síntomas todavía.

Si me ponía a calcular las horas que pasaron a partir de la inyección que me puse, casi se cumplían las 9 horas. Y en este momento, apenas estaba comenzando a sentir el picor...

Voy a inyectarme.

Decidí encaminarme a la mesilla cristalina en la que, además de acomodarse aquella pequeña arma y un paquete de galletas casi vacías que ingerí antes de quedarme dormía, se acomodaba el botiquín y la jeringa. Abrí la tapa tras inclinarme, reparando en todos esos frascos en su interior. Tomé uno para destaparlo y, pronto, alcancé la jeringa para llenarla de sangre.

Tras dejar el frasco en el de nuevo en el botiquín, volví a subir todo el camisón para desnudar mi estómago y enterrar con lentitud la agujera en donde recordaba haber visto antes la zona enrojecida.

Ahogué entre mis apretados labios un quejido de dolor mientras observaba como la sangre comenzaba a disminuir, adentrándose a mi interior donde esa frescura comenzó a sentirse.

Listo. Hice una mueca cuando la saqué con cuidado, dejándola de nuevo en la mesilla con la mirada sobre los frascos en el botiquín. Tuve una necesidad de contarlos y saber cuántos eran. Estaríamos. Seguramente. mucho tiempo atrapados en el área, y los frascos serían lo único que me mantendrían con vida.

Quizás los residuos no me matarían, o quizás sí, pero con mucha más lentitud... Así que contarlos y organizarlos era algo que debía hacer.

En total eran 23 frascos. Si me inyectaba cada 9 horas y tomaba un sorbo, era claro que en menos de un mes terminaría gastándomelos todos. Entonces no tendría nada con qué curarme si al final resultaba que la electricidad no volvía y no teníamos salida de aquí.

No, me inyectaré cada que el enrojecimiento salga en mi estómago.

Sí, esa sería la única solución. Si me inyectaba porciones más pequeñas y sin beber sangre, los frascos me durarían más tiempo, ¿cierto?

Tras esa decisión asentí ligeramente con la cabeza. Era lo único que quedaba, así que tendría que resistir algunos síntomas solo hasta que el enrojecimiento apareciera.

Volví a tragar saliva, dejando cerrando la tapa del botiquín. Me giré de nuevo con la mirada en esa puerta.

Inquietaba el silencio que se desataba del otro lado de ella, sin ningún sonido extraño. Casi 5 horas, ¿por qué Siete no aparecía?

Moví las piernas en esa dirección. Mis dedos sintieron esa ansiedad de estirarse y tomar el pomo para abrirla. Quería revisar, saber si todo estaba en orden con Siete.

¿O ya había venido a la oficina mientras dormía? No de ser así, el sonido de la puerta siendo cerrado me habría despertado.

¿Acaso todavía no le afectaba el gas? ¿O si le afectó?

¿Sucedió algo?

Podría ser que él estaba haciendo algo y por eso no estaba viniendo a la oficina. Quizás debía esperar unos minutos más. Asentí de nuevo, quedando todavía delante de la puerta, atenta a cualquier sonido pequeño o corto que se escuchara durante esos largos minutos en los que no dejé de subir el rostro y revisar las manecillas de reloj.

Esto no me está gustando...

Dejé, entonces, estirar mi otro brazo para que mis dedos se extendieran y resbalaran sobre la suave textura de la perilla redondeada. La giré con lentitud, sintiendo como el tamborileo de mi corazón aumentaba debido a la duda.

La abrí tan solo unos centímetros para que mi rostro se asomara en lo poco que se dejaba ver de la sombría área. Paseé la mirada a lo largo de la pared donde se acomodaban las enormes puertas, para recorrerla hasta llegar a ese trozo de pared agrietada que se extendías del otro lado del piso de incubación.

Bajo la poca iluminación, examiné esas gruesas laminas, encontrando que había una más añadida en la pared, aunque tenía más forma de ser madera que metal. Siete había asegurado todavía más el agujero.

¿Y dónde estaba él?

Deje pasear la mirada en lo que podía ver del piso de incubación. De toda el área negra, lo que más se veía desde mi posición era ese piso, porque estaba casi a la misma altura que la oficina. Sin embargo, por mucho que la recorrí, no encontré ninguna figura masculina de espaldas, con sus brazos venosos extendidos y sus manos apretándose al barandal, lo único que encontré fueron esas dos prendas de ropa esparcida por diferentes partes del suelo, una era la playera roja y a dos metros de ella, se encontraba la camisa uniformada de Siete.

—¿Esta todo bien, Siete? — solté la pregunta en un tono monótono cuando me detuve delante de la madera blanca y sabiendo que él podía escucharme—. Falta poco para 9 horas y no me has avisado de nada.

Mi voz recorrió el pasillo frente a la puerta solo para desvanecerse. Esperé ahí de frente durante algunos minutos, esperando a que mi pregunta fuera respondida de algún modo. Pero no sucedió.

Lamí mis labios con inquietud, volviendo a reparar en cada una de las enormes puertas metálicas, con la esperanza de hallar a Siete revisándolas. Pero no fue así.

—Voy a salir—informé, escuchando como el eco de mi voz apenas recorría el estrecho pasillo de la oficina.

Me quedé en esa posición, con el rostro únicamente fuera de la oficina, repentinamente mirando hacia la escalera. Creí Siete apareciera subiéndola, tal y como lo hizo varias otras atrás.

Hundí el entrecejo cuando nada más que silencio se extendió frente a mí. Abrí más la puerta, dejando que el chirrido de la misma resonara en ecos a lo largo del área negra, ese típico sonido tan escalofriante que siempre aparecía en las películas de terror, erizó las velocidades de mi cuerpo.

Con demasiado temor y duda, aproximé mi cuerpo al barandal del estrecho pasillo con las manos aferrándose a la fría estructura. Tuve una visión más amplia de toda el área negra desde esa posición, y no tardé nada para descubrir que Siete, no se encontraba.

Incliné mi cuerpo sobre el barandal, bajando mucho el rostro y enviando la mirada a revisar en lo que se pudiera ver debajo del pasillo, recordando que la cocina y la ducha publica se hallaban bajo la oficina.

Permanecí en los barandales por varios minutos con la mirada moviéndose en todas partes, pero no ver que él apareciera o saliera bajo la escalera me inquietó demasiado. Solo entonces me aproximé a la escalera metálica hasta detenerme frente al primer escalón, dejando que una de mis manos se apretara contra el barandal de la escalera.

Revisé los costados del área negra y esperé obtener algún tipo de respuesta. Si fuera todavía peligroso, él estaría apareciendo para detenerme, ordenándome volver a la oficina hasta que él mismo fuera y me avisara.

Pero durante ese tiempo que quedé inmóvil, no sucedió nada, solo un desgarrador silencio que comenzaba a preocuparme.

Solté una entrecortada exhalación. Y entenebrecida ante tanto suspenso, decidí comenzar bajar los peldaños, pero con tanta lentitud que podía sentir minutos pasando para tocar el siguiente escalón.

¿Por qué demonios no estaba apareciendo? ¿Dónde estaba? ¿Le había sucedido algo?

La inquietud de ese par de preguntas llenándome de temor el cuerpo, hicieron que aumentara más la velocidad de mis piernas, sintiendo como con cada doblez, ese ligero ardor comenzaba a hacer presencia en mi entrada.

Tan solo comencé a hundir las piernas en toda esa agua, torcí con rotundidad el rostro hacía el lado derecho de la escalera, clavando la mirada en lo que pudiera ver del pasillo de la ducha pública. Con la poca iluminación de las luces solares, podía ver demasiadas sombras dibujándose a lo largo de las paredes, pero ninguna figura masculina.

Sumando a eso, ningún extraño chirrido metálico o el sonido de agua saliendo del frigo con fuerza.

Los pensamientos se me apagaron en el momento en que tras bajar uno de los últimos escalones, no presté atención al siguiente y pisé fuera de él.

Arrastré el aire con fuerza, por poco gritando de la sorpresa. Toda la sombría área negra se distorsionó frente a mí.

El cuerpo se me desequilibró hacia el frente, sintiendo como mis rodillas se doblaban y una de ellas se golpeaba contra el último escalón, golpeando directamente con el pico metálico, ahogando un chillido. Gran parte de mi cuerpo se hundió en el agua por la forma en que caí hacia adelante, produciendo un chapoteo que difícilmente no sería escuchado.

Si no fuera porque una de mis manos se sostenía todavía firmemente en el final del barandal, estaría hundiéndome por completo en el agua.

Con torpeza llevé mi otro brazo a sostenerse como pudiera del barandal para incorporarme, ahogando un quejido de dolor no por el golpe que una de mis rodillas recibió, sino por el esfuerzo que hice al apretar mis piernas contra el vientre. Me levanté, sacando gran parte de mi cuerpo del agua, sintiendo como el camisón azulado se me pegaba en la piel. Separé los muslos con cuidado ante el ardor palpitándome la entrepierna: ese mismo que conforme los segundos disminuyó otra vez hasta desaparecer.

— Maldita distraída— me quejé, y aunque quise levantar la mirada no pude debido al dolor pulsándome en una de las rodillas.

Desde esa posición, con mi cuerpo frente al barandal y mis pies sobre el último escalón, lancé mi mirada a la rodilla izquierda en la que había recibido el golpe, y la cual no tardé nada en levantar fuera del agua tras impulsar mi pierna.

Torció mis labios en una muy larga mueca cuando deslicé la mirada por esa piel que empezaba a enrojecer y la cual, para mi suerte, no se había herido.

No tardé nada en llevar una de mis manos para acariciar esa zona que dentro de horas estaba segura que se inflamaría y se oscurecería más. Y apenas rocé con sobre la piel, un quejido resbaló de mis labios.

Que tonta, Nastya. No puedo creer que a estas alturas y en un lugar así, te hayas caído de la escalera.

Lo que más me costó creer era que, pese a mi quejido y audible caída, Siete todavía no apareciera.

Decidí restarle importancia al dolor en la rodilla, bajándola para hundir la mitad de mi muslo y bajar con esfuerzo el último peldaño. Un instante me quedé inmóvil con el rostro moviéndose con lentitud a los costados.

Una descarga eléctrica contrajo mi cuerpo hasta hacerlo pequeño. Todavía en ese punto en que seguí frente a la escalera, creí que él saldría de alguna parte.

Y negué con la cabeza, sintiéndome confundida por su ausencia.

Sin esperar un minuto más y soportando el dolor en la rodilla, rodeé la escalera solo para revisar lo que pudiera ver del interior de la cocina. Moví las piernas entre la suciedad del agua en dirección a la cocina, estirando un poco más el cuello y alzando la mirada en busca de la puerta que daba a la habitación de descanso.

Me pregunté si Siete estaría ahí.

Con incertidumbre y temor, di nuevamente una mirada al umbral de la ducha, expandiendo mi mirada en su interior, deseando atisbar al menos un pequeño ruido que proviniera de ahí, pero nada era más audible que el pequeño sonido del agua que hacía con el movimiento de mis piernas.

Me adentré a la cocina, con la mirada puesta en esa puerta marrón que ligeramente se mantenía abierta, dejando a la vista un poco de su tétrico interior. Me acerqué a ella, estirando el brazo para tomar el borde de la madera y abrirla por completo.

Toda la habitación de descanso quedó vislumbrada delante de mí, donde mi mirada no tardó en pasearse por cada uno de los muebles, sobre esa litera de camas, hasta donde se hallaba el sillón frente al estante donde antes colgaban las armas que llevé a la oficina.

—¿Dónde estás? — solté, con una muy mala sensación en el pecho donde el corazón se me precipitó.

Me adentré a la habitación sin pensarlo dos veces, acelerando todavía más el caminar dispuesta a revisar el baño cuya puerta se hallaba por completo cerrada. Extendí mi brazo tras llegar a ella con la intención de abrirla cuando repentinamente algo sobre toda la estructura de la puerta, inquietantemente un poco más alumbrada, llamó mi atención.

La repasé, encontrando perturbadoramente como se dibujaban abrumadoras sombras que por instantes desaparecían, alumbrando la puerta con, casi, claridad.

Pestañeé de nuevo, resbalando la mirada en cada uno de los muebles de la habitación, sintiéndome más confundida cuando caí en cuenta de los inquietantes pestañeos de luz, sombreándolos y alumbrándolos, definitivamente no provenían de las luces solares en las paredes.

La confusión que sentí me hizo subir el rostro hacia el techo, encontrando ese par de largas farolas encendidas y tintineantes que terminaron extendiendo mis cejas en un gesto de sorpresa.

La electricidad volvió.

Era como un milagro. Saber que realmente estaban parpadeando otra vez, que otra vez teníamos la probabilidad de abrir esas puertas metálicas y salir al exterior, extendieron una leve sonrisa de alivio.

Una sonrisa que no titubeo cuando, de un instante a otro, las farolas dejaron de encender, oscureciendo de nuevo la habitación, dejando únicamente las luces solares.

—¿Qué?, ¿por...? —Detuve mis palabras al encontrar abrumadoramente como tras algunos segundos, su tintineo volvía.

Eso era una mala noticia. Quería decir que, si no actuamos de inmediato, en cualquier momento volvería a fallar y quizás nunca más regresaría.

Sin más, tomé el pomo de la puerta para abrirla de inmediato, dejando a la vista el pequeño cuarto de un baño, completamente vacíos.

Solo entonces, la respiración comenzó a acelerarse, a agitarse con intranquilidad. Retrocedí con el desespero de no hallarlo en el baño, recorriendo lo largo de la habitación para salir hacía la cocina un poco más alumbrada debido a las farolas parpadeantes.

Una vez fuera de la cocina, me aproximé junto a la escalera, estirando y moviendo mucho mi rostro para buscar en todo el lugar la figura de Siete, creyendo que él estaría revisando las puertas ahora que la electricidad había vuelto.

Moví las piernas con rapidez hasta llegar al centro del área negra. Pasé de largo la escalera de asfalto rodeando todo el piso de incubación creyendo por un instante que quizás él estaba recargado en alguna parte de la estructura o frente a la pared agrietada con ese montón de material metálico clavado.

Lo único que hallé fue ese lavábamos repleto de trozos de casillero con una enorme caja de herramientas.

Me sentí desconcertada, asustada, volviendo a girar para rodear nuevamente la estructura del piso de incubación y volver al centro del área negra.

La mirada revoloteó en todos los alrededores, sobre cada una de las puertas metálicas a mi alcancé, antes de revisando la altura de la oficina cuya puerta había dejado abierta. ¿Dónde más podía estar él?

Desde mi posición, dejé caer el rostro sobre el umbral de la ducha cuyo interior estaba apenas alumbrado, ¿acaso él estaba ahí? ¿Estaba bañándose? No, no, si estuviera tomando una ducha el agua se escucharía. Todo el sonido ahí dentro rebotaba.

Apreté mis labios, y tras dar una mirada al piso de incubación y su escalera, decidí acortar la distancia, esperanzada que durante todos esos largos minutos en el que recorrí con lentitud el área negra, una figura masculina o algún sonido se reprodujera en su interior.

Me detuve frente al enorme umbral con el título encima, dando una mirada al interior del pasillo con un doblez que impedía ver el cuarto de ducha. Estaba sombrío y lleno de un sofocante silencio, y la aterradora esencia que emitía todo su interior terminó estremeciéndome el cuerpo, volviendo casi gelatina mis músculos dueños de un ligero temblor.

Era el único lugar que hacía falta revisar, pero no escuchar absolutamente nada más que mi acelerada respiración rebotando, me desagradó.

¿Por qué no aparecía?, ¿qué demonios era tanto suspenso? Este era el único lugar donde debía estar, ¿por qué ni siquiera producía un mínimo ruido?

¿Acaso le había pasado algo malo?

Con el corazón escarbándome el pecho, tratando de subir hasta mi garganta, estreché mis manos, cruzando los dedos con temor.

Apenas di un paso, bajo todo ese oscuro techo, rodeando mi cuerpo de ese par de paredes grisáceas...

Ese bajo y retenido gruñido ronco extendiéndose a lo largo de todo el corredizo, me hizo respingar sobre el agua, volviendo bajo el umbral por poco pegando mi espalda al asfalto.

El miedo se me disparó con el bombeo frenético de mi corazón calentando y enfriando la sangre en diferentes partes del cuerpo, sintiendo esos latidos martillándome la cima de la garganta.

Temblequeé atemorizada, con la mirada entornada en confusión y miedo, revisando entre todo ese sombrío pasillo, buscando esa ancha masculinidad dueña del gruñido.

Ya era un hecho que Siete estaba ahí, pero, ¿por qué gruñó?

¿Le estaba sucediendo algo? Mordí mi labio inferior, definitivamente algo sucedía, nadie gruñía solo porque sí.

¿Y si la mordida del parasito siempre si lo contaminó?

Esa pregunta me torturó. Una parte de mi comenzó a dudar sobre lo que mencionó en la oficina cuando le curaba las heridas de su brazo.

Él no podía estar contaminado, ¿verdad?

Ese gruñido no fue porque estuviera teniendo los síntomas de un infectado, ¿o sí? El miedo que sentí solo imaginarlo, hizo que diera una mirada detrás de mi hombro hacía el resto del corredizo, repentinamente recordando el arma en la mesilla cristalina.

Pero había algo que no tenía sentido. Si él estuviera contaminado desde cuando estaría tratando de atacarme. Eso hacían todos los que se contaminaban, no esperaban a retener sus impulsos y simplemente atacaban cuando había carne fresca frente a ellos.

Pero ese gruñido seguía siendo desconcertante...

Tras tragar, tomé el valor de apartarme del umbral, devolviendo la mirada al resto del corredizo. Y con el temblor en las piernas, di un paso dentro otra vez, hundiéndome de nuevo en un terrible silencio removiéndome los huesos.

Seguí movimiento con mucha lentitud las piernas, paso a paso recorriendo todo lo largo del corredizo curvilíneo. Pronto la pared en la que colgaban los ganchos con algunas prendas de ropa a las que ni siquiera presté atención, y esa entrada al pequeño cuarto de fregadero en la pared a mi derecha, se alargaron delante de mí.

Mi mirada todo el tiempo se detuvo en ese umbral de piedra, cuyo interior, debido a mi distancia todavía no podía ver y en el que estaba segura que se encontraba él.

—¿Qué sucede, Siete? — deje que mi pregunta rebotar en el silencio antes de dar un par de pasos y detenerme, deseando ver su monumental figura saliendo del cuarto.

Pero eso no sucedió, y mucho menos volvió a extenderse otro sonido que el suave movimiento del agua producido por mí.

—¿Te sientes mal? — me animé a seguir hablando con el mismo temor, dando una revisada a lo poco que, conforme me acerqué, fui viendo del cuarto de ducha.

Ese enorme tanque de agua medianamente lleno, era lo único visible.

—¿Te afectó el gas? — susurré con demasiada duda—, ¿por qué no respondes?

Los azulejos de la pared que se extendían junto al tanque fue otra cosa del cuarto que comenzó a extenderse conforme caminaba.

Rápidamente y tras lamerle los labios, di una mirada de soslayo a las prendas de ropa colgadas.

Reconocí los jeans y mi sostén...

Y sobre el agua, esa tela negra flotando que tomó forma de bóxer.

Devolví la mirada instantánea en el umbral a solo pasos de mí, titubeando con seguir caminando cuando no obtuve una respuesta.

Eso quería decir que algo malo le estaba ocurriendo.

Me detuve a solo centímetros de quedar delante de la entrada, con el temblor adueñándose de mi temeroso cuerpo y los oídos puestos a capturar cualquier pequeño o escaso ruido proviniendo de su interior. Pero no se escucha absolutamente nada.

Miré el agua que hundía la mitad de mis muslos, dudando en dar el último paso y girar para ver todo el interior del pequeño cuarto, o simplemente retirarme, quizás se estaba bañando y yo estaba haciendo todo un drama.

—Vuelve a la oficina.

Un jadeo pequeño escapó de mis labios de manera inesperada ante el diabólico crepitado de su alargada y engrosada voz envuelta en tonalidades roncas y escalofriantes, emergiendo de interior del cuarto en forma de gruñido.

Hasta la franja más pequeña de mi cuerpo se estremeció como respuesta. Sintiendo una terrible confusión e inquietud.

—¿P-por qué?, ¿el gas te afectó? — odié tartamudear, pero era un hecho de que escucharlo finalmente con ese tono y llamándome así, me había puesto inquietantemente nerviosa—. ¿Quieres que vaya por un frasco de sangre?

Aclaré la garganta, una acción de la que me arrepentí al sentir ese, todavía, ligero picor. Mordí el interior de mi mejilla cuando un escalofriante silencio comenzó a inclinarse sobre mi piel, erizando las vellosidades hasta ponerme la piel de gallina.

¿Por qué no está respondiéndome?

—¿Es la mordida?

Temí mucho soltar esa pregunta, repentinamente sintiendo como la respiración comenzaba a congestionarse, sacudiendo mi pecho, ese mismo que casa vez más se marcaba bajo la delgada tela.

Lamí y relamí los labios con ansiedad y...

Un quejido bajo e inesperadamente ronco, alargándose apenas fuera del cuarto, me contrajo hasta el último músculo.

Los parpados se me extendieron con miedo y preocupación. Eso solo me confirmada que algo estaba sucediéndole.

Ya no pude contenerme más. Y decidida a averiguar qué estaba sucediendo con él, di el último par de paso para quedar frente al umbral: frente a ese sombrío y pequeño cuarto al que, debido a la escasa iluminación del único foco parpadeante, apenas alumbraban muy poco de su interior, dibujando largas y escalofriantes sombras todas partes.

Lo primero en lo que reparé fue en esa repisa quebrada en la pared que se extendía junto al tanque de agua, y la cual recordaba perfectamente que antes estaba completa.

Eso me perturbó, lanzando rápidamente una mirada en la alta columna de la ducha, apenas iluminada, con sus llaves platinada cerradas y su grifo redondeado al que apenas se le veía una que otra gota resbalando de su agujero para caer sobre el agua.

Estuve a punto de bajar el escalón, pero mis piernas titubearon cuando el sonido del agua siendo producida en la lejanía junto a la pared de mi lado izquierdo, se escuchó.

Los huesos se me estremecieron, torciendo los de mi rostro para que girarán a ese lado del cuarto.

El corazón se me levantó del pecho en un vuelco que detuvo sus latidos. Y no fue lo único que se detuvo dentro de mi cuando encontré esa sombra escalofriantemente ancha y alta creciendo cada vez más delante de mí.

Una desgarradora sombra que tomó color bajo la tintineante luz, dejando al descubierto ese par de pectorales tan frígidamente endurecidos bajo su sudorosa piel aumentando de tamaño debido a la manera en que esas costillas se expandían con cada pesada y fuerte respiración.

El tiempo pareció detenerse solo para recorrer instantáneamente todo su torso musculoso y desnudo cubierta por una ligera capa de sudor. Quedé presa de las abdominales que se le remarcaban y desaparecían con lentitud entre los pliegues de su grueso cinturón desajustado, y ver la pretina de su uniforme estirada a causa del agrandado bulto resguardado detrás de la tela, moviéndose en compás con sus tonificados muslos, fue la llama que encendió mi piel.

¡Santo Jesús!

El grito que se construyó en mi garganta cuando encontré en tan solo un instante ese brazo venoso estirándose y esa mano extendiendo sus dedos hacia mi cintura, no se comparó al chillido que escupieron mis entrañas...

Cuando al sentir esos dedos aferrándose a la tela de mi camisón para tirar de mí, ese otro brazo se deslizó con una indescriptible velocidad alrededor de mi cintura, para arrastrarme fuera del umbral.

Todo el cuarto de ducha se distorsionó en el momento en que mis pies dejaron de estar en el piso solo para sentir mi abdomen y pecho estrecharse contra ese torso varonil debido a la fuerza del brazo en mi cintura.

Y solo sentir como esa erección tan rotundamente palpitante de calor se apretujaba contra mi vientre cubierto por la delgada tela mojada de mi camisón, me hizo gemir. Un sonido que terminó escupiendo contra la cima de uno de sus pectorales, endureciéndose al instante.

Las manos instantáneamente volaron a aferrarse a los músculos altos de sus brazos, pero fue demasiado tarde mi reacción cuando mis pies tocaron el suelo del cuarto sintiendo como un poco más de mis muslos se hundía en el agua.

—Que humana más desobediente me tocó... —su ronca y engrosada voz reteniendo un gruñido contra la cima de mi cabeza, y todo ese aliento caliente penetrándome el cuerpo cabelludo como una descarga eléctrica, sacudieron todo mi apretujado cuerpo contra el suyo.

La debilidad se adueñó de mi cuerpo, repentinamente sintiéndose hechizado. Por otro lado, mi mirada había quedado alterada en ese ancho cuello cuya manzana de adán había hecho un hipnótico vaivén, en tanto mi mente se volvía una maraña de preguntas que se acumulaban una tras otra, pero la que más resaltaba, era su erección.

—Debiste hacer caso cuando te ordené volver a la oficina —arrastró con la misma ronquera, remarcando mucho esa erre—. Pero a ti, princesita, te gusta el peligro.

—Estaba preocupada..., es que te quejabas...— alcancé a susurrar, para mi asombro todavía estaba en mis cinco sentidos. Todavía podía sentir la suficiente fuerza de voluntad para apartarme, así como mis dedos pronunciar su agarre en sus brazos para empujarme hacía atrás—. Pero si me sueltas, saldré.

Intenté romper el agarre por mí misma, pero ese brazo en mi cintura terminó apretujándome todavía más, acalambrándome el vientre ante la rotunda dureza de su erección presionándose tan abrumadoramente contra mi ombligo.

Oh santo Dios, ¿por qué esta tan...? Y esa carnosa boca se estiró en una escalofriante sensualidad de sonrisa torcida contra lo alto de mi frente invadida de flequillo, los nervios se me sacudieron con rotundidad.

—Así no es como funciona— pronunció con pausa ronquera y un crepitar tan marcado que hasta mis parpados se cerraron—. La advertencia viene solo una vez, si no obedeces enfrentas las consecuencias.

Un sonoro jadeo resbaló de mis labios al sentir como, en el momento en que su brazo salía de mi cintura, esos largos dedos se deslizaban entre el estrecho espacio entre nuestros cuerpos.

El sonido de la pretina me hizo respingar, y el calor húmedo que emitió esa erección estrechándose contra mi vientre, volvió agua mis piernas.

Me estremecí inquieta y ansiosa al sentir ahora sus dedos aferrándose sobre la tela del camisón para, sin titubeos y de manera súbita, tirar de ella hasta dejar que esa helada brisa invadiera la piel sensible de mis glúteos...

Esa misma piel fría en la que sus dedos calientes se estallaron, produciendo un sonido que llenó el cuarto entero.

—Jesús—salté con sorpresa—. ¿Por qué me diste una nalgada...?

Mis neuronas destellaron cuando esa otra mano abriéndose rotundamente paso entre mi vientre, sacó su grueso miembro para acomodarlo entre la tela del camisón que cubría mi sexo. Todo el cuerpo se me tensionó y endureció cuando apretó mi trasero para empujar mi cadera pronunciando todavía más el escandaloso toque de su tosco falo contra mi entrepierna, esa que, a pesar de estar ligeramente cubierta por el camisón, pudo sentir la dura estructura venosa intensificar más su calor...

Y me mojé.

Mi interior maldijo, sintiéndose dominado por las ondas tan eléctricas que descargaron mi cuerpo cuando esa mano empujó de nuevo mi trasero, haciéndome sentir repentinamente como la tela se levantaba un centímetro de mi entrepierna debido al movimiento. Amenazando con levantarse hasta que esa ingle hinchada y escurrida palpara su carnosidad con la hinchazón de la mía.

Enterré las uñas en la piel de sus brazos, cegada de la realidad ante la manera en que su miembro deseaba romper la tela que lo separaba de ese par de pliegues enrojecidos y empapados en los que deseaba untarse, y torturar con penetraciones rotundas y placenteras.

¿Qué está haciéndome este hombre? Los huesos de mis piernas flaquearon con el simple pensamiento.

—¿Sientes esto? — gruñó, sentí deshacerme ante el calor de su aliento nuevamente penetrando mi cuerpo cabelludo, mientras mi entrepierna desecha en fuego y torturante palpitación, se apretaba contra la cabeza de su miembro, deseosa de tocarse piel con piel y descubrir sensaciones como estas.

Asentí con la cabeza con demasiada precipitación, sintiendo como algunos de mis mechones se desacomodaban detrás de mis orejas. ¿Cómo no voy a sentir un tamaño como ese?

—¿Tienes idea de por qué estoy tan duro? —ronroneó, repentinamente sintiendo como hundía su nariz en mi cabello para inhalar.

Mis entrañas, todas, chillaron de excitación, cuando, para mi lamento, exhaló un ronco gemido contra mi cuerpo cabelludo que terminó convirtiéndose en un ronroneo inesperado.

Se me saltó el corazón bombeando sangre frenéticamente caliente en todas direcciones. Los parpados me traicionaron cerrándose y mis brazos me fallaron debilitándose más ante el encanto de ese sonido exótico y gutural que empeoró mi estado.

Odiaba sentirme tan hechizada de él, y no estaba mintiendo. ¿Por qué su efecto era tan terriblemente fuerte en mi como para inmovilizarme? Quería decir algo, quería hacer mis preguntas, quería saber qué demonios estaba sucediéndole y, sobre todo, mencionar lo de la electricidad. Eso era, de todo, lo más importante. Pero nada lograba salir de mi boca, y si él no detenía esos dedos apretujando mi trasero contra los eróticos movimientos de su miembro en mi entrepierna.

Me estaba perdiendo otra vez.

—Abre esa deliciosa boca y respóndeme— Jadeé ante su orden gruñida amenazadoramente por lo bajo —. ¿Tienes idea de lo que estuve haciendo todo este tiempo?

Las piernas se me volvieron de mantequilla derretida cuando esos carnosos labios comenzaron a deslizarse de la cima de mi cabeza, hacia el lado izquierdo de mi rostro, dejando un camino de caricias junto a su puntiaguda nariz.

—Tomaré tu silencio como un a todo lo que haga de ahora en adelante—advirtió con tanta maldita sensualidad, que se sintió como si tentara a mi lujuria a despertar y a mi razón quedar muda para siempre.

Cerré con más fuerza mis parpados, hundiendo hasta el entrecejo, suplicando a mis neuronas despertar, a mi garganta hallar la voz y decir algo antes de que me arrepintiera.

—No, no lo sé—solté apenas en un hilo de voz tras sentir su exhalación en la sien—. Pero también quiero saber por qué tienes una erección y por qué te frotas contra mí...

No estaba entendiendo absolutamente nada de lo que le ocurría a este hombre, o porque me tenía así después de como actuó en la oficina. Lo que todavía era mucho peor, era saber que toda esa duda estaba desvaneciéndose de mi cabeza a causa de ese profundo y escandaloso toque entre nosotros que cada vez más, estaba deseándolo.

Se me cerraron los parpados ante la sensación tan exquisita que sus labios rozándose en mi oído, produjeron. Esos que se abrieron con tanta lentitud que sentí como las neuronas se me partían por la mitad.

— Es por ti, pequeña humana— ronroneó con suma lentitud y una tortuosa fascinación que me estremeció—. Tu eres la culpable de que te tenga más ganas que antes.

¿Me tiene más ganas? Una emoción palpitó enloquecidamente detrás de mi pecho. Pero esa palpitación no tardó en disminuir solo para convertirse en duda y frustración.

Y fue inesperado sentir como mi rostro reaccionaba necesitado de respuestas, torciéndose enseguida hacía el toque de sus carnosos labios, sintiendo como mi puntiaguda nariz se palpaba con una parte de su mejilla varonil en una clase de caricia, una suficiente para dejarme atisbar esa tensión en su mandíbula.

—¿Por qué soy la culpable de que me tengas más ganas? —susurré, sintiendo como mi propio aliento rebotaba contra la cálida piel de su mejilla.

Aquel contacto, hizo que su rostro se girara.

Sentí volverme un manojo de nervios tras hallarme con ese rostro envuelto en una masculinidad tan aterradora como enigmática enderezándose ante mí. Encontrarme con eso orbes bestiales, cuyo color platinado no existía más debido al oscuro e inquietante deseo que los corrompía, construyendo hasta el último rincón de mi rostro.

Es toda una bestia.

—Dijiste que con tener sexo se acabaría nuestra atracción —le recordé odiando mi tartamudez cuando al mover los labios, recibí esa feroz mirada contemplando mi boca como si se le antojara—, Y que tu atracción por mí...

La voz se me arrebató cuando deslizó esa mano bajo el camisón. Con toda intención, dejando sus dedos largos y calientes acariciando lo largo de mi vientre y hasta el monte, solo para recostarse sobre ese par de pliegues hinchados y empapados, que presionaron si dudar.

Temblé, volviéndome agua caliente ante la tortura tan escandalosa en la que me sentí hechizada cuando sus dedos volvieron a presionarse y uno de ellos a juguetear con mi hinchado y sensible botón.

Lo oprimió, acarició y masajeó con tanta exquisitez que se me apretaron los dientes ahogando un gemido del más delicioso placer que me estaba entregando con su toqueteo.

Volvió a presionar sus dedos, y sentir como dos de ellos se empujaban contra el agujero con intención de juguetear también con él, me hizo flaquear. Y si no fuera por su brazo todavía rodeando mi cintura, estaría cayendo.

Mi cuerpo estaba sintiéndose encantado, deseando que sus dedos entraran en mí e hiciera tal y lo que hizo en el umbral del baño. Deseando también, que me penetrará con esa dotada erección, y con tanta vehemencia que hasta me robará el aliento enteramente y reventará mi garganta de gemidos y jadeos hasta llenar las cuatro paredes.

No, esto está mal.

No supe cómo fue posible, pero logré empujarme hasta romper el agarre de su mano en mi trasero y esos dedos en mi entrepierna.

Dijiste que tu atracción por mí había disminuido en el piso de incubación— le recordé formando apenas unos pasos de distancia cuando mi espalda rozó con la asperidad de la pared —. Que con hacerlo una vez más terminaría, ¿no fue eso lo que dijiste?

Nuestra separación no duró nada, cuando terminó acorralándome estrellando su brazo contra la pared junto a mi cuerpo y apretando mi cadera con su amplia mano para mantenerme en la posición.

El calor que su cuerpo desprendió cuando se recostó contra el mío, apretujando su erección nuevamente a mi vientre, ahogó un gemido en mi garganta.

—Eso dije—afirmó con la bestialidad de su voz, y con su aliento sin olor alguno acariciando ligeramente mi rostro—. El problema es...

Tras su lenta pausa, dejó que la mano en mi cadera inesperadamente se deslizará encima de la desnudez de mi glúteo izquierdo, recorriendo toda esa su estructura bajo la palma, acariciando hasta el último rincón de piel fresca con caricias tan eróticas, solo para apretarlo de tal modo que todos los músculos bajo la piel erizada saltaran.

La respiración se me aceleró inflando y desinflando mi pecho de manera anormal debajo del camisón, marcando ese par de endurecidos pezones que esa peligrosa mirada reptil, no tardó nada en contemplar con intensidad, como si las ganas de romperme el camisón y saborearlos en su boca, volvieran a nacer en él.

— Que en lo único en lo que pienso desde que te dejé en ese colchón, es en hacerte mía incontables veces— escupió su ronquera entre dientes en el momento en que levantó sus bestiales orbes para atraparme en el color negro de su deseo—. Esta atracción es más fuerte, ninguno de los dos puede escapar de lo que se desea del otro y lo sabes, mujer.

Mi corazón revoloteó con esa emoción descontrolada otra vez.

Esa emoción solo duró un segundo cuando el pecho se me contrajo de temor tras saber que, si su atracción seguía intacta, sería peor para mi sabiendo que guardaba una clase de sentimiento hacia él. Y aunque no era un sentimiento fuerte, saber que podría crecer si me dejaba tomar y acometer por él—por mucho que lo deseara—, sería como un castigo.

¿Qué sucedería si después de tener sexo una vez más, su atracción finalmente cesaba? Volvería a estar con esa sensación helada en la boca del estómago.

Con ese pensamiento, la mirada se me cayó sobre su ancho cuello, nuevamente sobre esa manzana de adán, sintiendo como mi cabeza se movía en negación una y otra vez. De esto no saldría nada bueno.

—Te dije que más te valiera que la atracción terminara— le recordé enseguida al mismo tiempo en que estiraba una amarga y temblorosa mueca—. Y tú dijiste que lo haría...

Lo había soltado con cruda asperidad que por un momento hasta me lo creí. Pero era una absurda mentirosa, y él un absurdo detector de ellas, por eso mantenía la mirada en su cuello, observando como ligeramente las venas se le marcaban durante el segundo de silencio que creció entre nosotros.

—Si no terminó, pues ni modo, no quiero que me hagas tuya, no quiero repetir el sexo contigo— espeté, llevando mi otra mano a lo alto de sus brazos con la intención de empujarlo. Un movimiento que, aunque no logré, endureció peligrosamente ese pecho varonil —. Así que termina con esto, porque no deberíamos estar aquí ahora que la...

Las palabras se me acallaron a causa de sus dedos hundiéndose en mi cabellera, apretando mi nuca y levantando mi rostro, dejando que mi mirada se encontrara con la suya depredadora, analizando mi confundido y abrumado gesto con tanta intensidad, que sentí como se me removían los huesos.

—Entonces, dices que no quieres que te haga mía— recalcó y el tono tan crepitante de su voz grave y ronca con esos orbes tan tenebrosos observándome sin pestañear, me hizo temblar.

—No — estaría agradecida de no tartamudear sino fuera porque el tono de mi voz salió tan débil y dudoso que me exhibió. Y aun así quise tratar de mejorarlo: —. No quiero ser tuya.

Todas las entrañas en un escalofriante estremecimiento se retorcieron cuando ese par de oscuras comisuras, bajo la inesperada claridad de la iluminación, se estiraron en una sonrisa torcida, macabra...

Aterradora.

Y desgarradoramente sensual.

—Tus mentiras...— pausó cada palabra en un tono bestial y sensual, inclinando la sombra de su rostro para estremecerme con la caricia de su puntiaguda nariz sobre la mía—, y el que trates de hacerte la difícil conmigo, solo me atraen más, mujer.

Ladeó su rostro, dejándome inmensamente atrapada no solo en el tacto que el lóbulo de su nariz siguió sobre una de mis mejillas, sino en esos orbes que sin pestañear seguían fijos en mí.

Tan fijos y tan intensos, que me sentí como un libro abierto de fácil lectura. Redacción sencilla, pero con ortografía y vocabulario indecente mostrando mis más oscuros deseos hacia él.

Esa conexión tan intima entre nuestras miradas, se cortó ante el roce suave y caliente de sus carnosos labios recostándose sobre los míos. El simple toque, no solo cerró mis labios, sino mis parpados, siendo incapaz de dejarlos abiertos.

—Me tientas, Nastya—alargó, y la delicia de su aliento explorándome el interior de la boca, me la secó—, es hora de tentarte también.

Y haciéndole honor a sus malditas palabras, extendió con lentitud sus labios dejando que esa larga lengua se recostara sobre los míos en un beso erótico que me hizo temblar, amenazando con desvanecerme ahí mismo y sobre toda esa agua sucia.

—Dejarte claro que de esta atracción no puedes escapar —esbozó y con un movimiento tan sensual de sus labios danzando sobre los míos, expandiendo su intenso aliento sobre la temblorosa piel de mi boca cuya fuerza sintió titubear cuando dejó únicamente esa larga lengua salir para repasar mi boca.

Quise torcer mi rostro hacía otra dirección cuando una gran parte de mi quiso corresponderle. Pero sentir como los dedos en mi nuca tomaban un poco de fuerza para inmovilizarme me lo impidió.

Se me apretaron todavía más los parpados, sintiendo los músculos y las extremidades completamente flojas, y hasta mi voluntad debilitarse cuando esa caliente lengua se recostó sobre mi labio inferior, sintiendo como su boca lo rodeaba y saboreaba con provocación.

Mi alma entera supo, cuando volvió a extender esos carnosos labios y su juguetona lengua danzó sobre mis labios dibujando su estructura con un deslizó tan húmedo y lujurioso, que sí él seguía tentándome así no podría resistirlo más...

Dios, qué rico me tienta.

Volví a desinflarme al sentir tomar de nuevo mi labio inferior para besarlo con intensidad y rozar sus dientes para tirar de él con tanta pausa, que sentí esa mezcla liquida y caliente fluyendo de mi entrepierna contra sus dedos quietos.

Abrió sus labios como un castigo para mí, y con tanta calma sobre el labio superior, en compañía de su lengua cubriendo mi sensible piel, que un jadeo se escapó de lo profundo de mi boca, penetrando la suya. No puedo más.

Mi voluntad se rompió cuando al volver contra mi labio inferior para lamerlo y saborearlo, terminé correspondiendo. Mi boca se abrió con temor solo para cerrarse perfectamente sobre los suyos en un besó tan lento y profundamente perfecto que no quise tomarle significado.

El sonido que nuestras bocas produjeron al final del beso, fue gravado en mi memoria también.

—Así me gusta, pequeña —ronroneó contra mis labios.

—Cierra la maldita boca y solo bésame—demandé antes de que sintiera el arrepentimiento mezclarse en mi lengua con un sabor amargo.

Casi me desinflé al sentir el largo estirón tan sensual de sus carnosos labios sobre los míos.

—Como ordenes—ronroneó antes de sentirlos abrirse para devorarme con una voracidad tan exquisita, un hambre tan insaciable y desesperante que quise alimentar.

La mano que detenía su muñeca en mi entrepierna, se apartó solo para rodear su cuello y hundirse en su húmeda cabellera con la necesidad de intensificar el beso.

Y un gemido tan inesperado rasgó mi garganta, brotando hacía la suya cuando ese par de dedos adentrándose a mi entrepierna se hundieron en mi interior con una miseria tan exquisita que detuve nuestros besos.

El placer acalambrado que emitió en mi interior cuando al instante comenzó a contraer sus nudillos en penetraciones lentas y profundas en los que los músculos mojados se contraían, me desinfló entrecortadamente delante de esos feroces orbes que se enderezaron para devorar hasta el más pequeño gesto que provocaba en mi rosto.

Separé, sin pensarlo tanto, un poco las piernas para brindarle espacio suficiente a que sus dedos se movieran con liberad. Sí, estaba entregándome a él.

—Más rápido—ahogué en un retenido gemido, sintiéndome fascinada, encantada por sus movimientos lentos, saliendo y entrando, produciendo ese sonido tan exquisito.

Y eso pareció gustarle mucho, apretando su quijada casi como si se le fuera a desencajar de esa belleza retorcida con una sensualidad tanto aterradora como hipnótica.

Arrastré aire por la boca torciéndola en una mueca de placer cuando esos dedos aumentaron más sus exquisitos movimientos, masturbándome con tanta delicia mientras su pulgar masajeaba mi clítoris. Sentí volverme nada más que un montón de músculo nervioso delante de esa depredadora mirada. La boca se me abrió en una muda maldición, las descargas placenteras fluyendo una sobre otra, comenzaron a llenarme el cuerpo.

Hundí el entrecejo, bajando el rostro para admirar maravillada, en el poco espacio entre nuestros cuerpos, como esas venas se marcaban en su muñeca con cada uno de sus veloces movimientos dentro de mí.

—No, mujer— arrastró en una exhalación retenida, y con peligrosa ronquera. Antes de sentir como la mano en mi nuca forzando un poco más su agarre, me levantaron el rostro de inmediato solo para ser contemplada por esa entenebrecida mirada llena de perdición—. Mírame a mí.

Otro gemido desbordó de mis labios sintiéndome desquiciada ante sus, casi, gruñidas palabras, esas que solo empeoraron mi estado, retorciéndome ante la tensión de mis muslos absorbiendo todas esas olas electrifica.

Me sentí como un globo siendo inflado, estallando su orgasmo en un gemido largo y entrecortado que se escribió no solo contra las cuatro paredes, sino en esos diabólicos orbes, y en esos carnosos labios mordiéndose para demostrar lo fascinados que estaban ante el sonido.

Apenas empecé a reponerme cuando esos dedos se retiraron de mi interior, y con tanta rapidez que dejó una abrumadora ausencia. Y dejé de respirar, hechizada al ver como se los llevaba a la boca, chupando y saboreando mis fluidos con una perversidad que me dejó extasiada. Se los sacó, lamiéndose sus carnosos labios con tanta maldita sensualidad demostrando su hambre por saborearme con más tortura que en el sofá, me dejó poseída antes de tomarme del mentón y rozarme la boca con la suya.

—Sei una dannata delizia, principessa— su ronca pronunciación me hizo flaquear y el corazón se me aceleró como locomotora, fascina, extasiada.

No podía ser posible, eso era italiano, ¿cómo sabía hablarlo?, ¿desde cuándo? Me soltó la nuca y guardándose el miembro, me tomó de la cadera por encima del camisón.

Se arrodilló con tanta pausa delante de mí, hundiendo cada una de sus rodillas en toda esa agua al igual que ese miembro hinchado.

Ni siquiera tardó un instante en dejar que la mano en mi cadera se deslizará por encima de mi vientre cubierto de tela, bajando hasta donde se ocultaba mi zona íntima solo para aferrarse a los pliegues del camisón y levantarla con lentitud.

Sentí estremecerme los nervios cuando toda esa brisa helada invadió la frágil e inflamada piel de mi entrepierna y quedé expuesta ante la ferocidad de sus orbes y ese rostro tenso y peligroso. El deseo brilló en ellos como la mirada de un demonio lujurioso y hambriento cuando contemplaron las marcas que dejó en esa zona erógena. Ese par de pliegues que chupó y torturó con tanta delicia que la marca de sus labios enrojeciendo todo ese rastro se piel, seguía intacta en ellos pese a las horas.

Mis labios se apretaron temblorosos cuando la mano en mi muslo se deslizó con extrema delicadeza debajo del mismo, sus dedos se apretaron contra la fresca piel para levantarla y acomodarla en lo alto de su brazo, dejando todavía más expuesta esos labios íntimos hinchados y enrojecidos, empapados de excitación y con una maldita palpitación que atormentaba mis sentidos.

El corazón me escarbó en el pecho ansioso, cuando inclinó su rostro para dejar que su caliente y carnosa boca rozara la cima de mi monte, apenas como una caricia que me endureció el cuerpo de excitación.

—Estas no serán las únicas marcas que te tendrás de mí— el tono tan engrosado de su voz, desbocó todavía más respiración, deseosa de que lo cumpliera—, de ahora en adelante voy a marcarte tanto que tu cuerpo no olvidará lo que te hice.

Esos labios largos y de comisuras oscuras se abrieron para dejar que todo ese vapor se inyectara en mi sensible piel, antes de chuparla con vehemencia. La pierna en la que mantenía mi peso temblequeó amenazando con doblarse y mis manos volaron a aferrarse a su húmeda cabellera cuando se larga y caliente lengua se extendió sobre los pliegues, recorriendo hasta mi monte.

—Consumiré tanto tú miel...— ronroneó besándome el vientre y bajando hasta el monte, su cálido aliento cubriendo mi timidez con una arrebatadora necesidad de ser atendidos—, hasta quedar satisfecho de ti.

Y como si mi alma entera estuviera esperando esto, abrió su boca hundiéndose sin ninguna gota de amabilidad mi sexo. Un arqueo se pronunció en mi espalda y la respiración se me entrecortó en un gemido largo cuando su lengua chupó la tensionada piel con suma lentitud.

Devoró mi sexo con tanta pausa que los sonidos que su boca hacía, succionando y saboreándome la piel, recorrieron el cuarto de la ducha. Me deshice en un largo suspiro cuando apretó mi botón, torciéndome el rostro en un gesto de tortura con el jugueteo suave y exquisito de su lengua.

Jadeé y mis manos se hundieron en su cabellera húmeda aferrándome a ella cuando de un instante al otro acomodó mi muslo sobre su hombro antes de incorporarse con una rotunda brusquedad conmigo sobre sus hombros. La sorpresa me extendió los parpados llevándome una mano al techo a escasos centímetros de mi coronilla, la altura me contrajo el abdomen y gemí cuando aumentó su jugueteo en mi clítoris llevándome al éxtasis con una maldita rudeza que poco me importó el techo sobre mí.

Dios mío.

Mi cuerpo comenzó a temblar ante el excesivo placer que me consumía y tiré de sus mechones, inclinándome sobre la pared y meneando mis caderas contra esa boca que desataba corrientes que me volvían todo y nada. Arqueé aun más la espalda escupiendo un gemido que casi me rozó los labios al techo cuando su larga lengua, sin amabilidad, se empujó embistiendo en mi interior y saboreando con desespero cada rincón de mis paredes estremecidas.

Mordí mi labio para no chillé y aceleró los movimientos apretándome con rotunda fuerza a la pared, deshaciéndome las fuerzas que me hicieron soltar el cumulo de gemidos que quise detener. Me devoraba con tanta bestialidad desatando descargas que erizaban y llenaban mi epicentro, eran tantas y llegaban todas al mismo tiempo que no pude controlar el temblor terrible en mi cuerpo, las lágrimas se acumulaban en mis ojos y ...

Y de repente se detuvo. Esa lengua salió con una bruta velocidad de mi interior que quedé tan aturdida como ver la manera tan escandalosamente aterradora en que su sombrío y varonil rostro se apartó de mi entrepierna y se torció con una velocidad tan abrumadora en la que el cuello se le tensionó, hacía la pared junto a nosotros.

El aliento se me detuvo solo atisbar esos enrojecidos parpados cerrándose...como si estuviera viendo una temperatura.

Sentir como una de sus manos me apretaba la cadera en tanto la otra deslizaba mi muslo fuera de su hombro para hacer lo mismo con la otra para bajarme, hundiéndome las temblorosas piernas en el agua, me lo confirmó.

Peor aún. Verlo limpiándose labios con el pulgar antes de desenfundar un arma de su cinturón...

Cuando ese grito chillón alzándose desde la lejanía con una presencia tan horripilante, recorrió con ecos aterradores todo lo largo del corredizo de la ducha hasta cubrirnos.


(...)
Hola mis ternuritas. Existe una razón de por qué Nastya esta cayéndose mucho últimamente
.

¡Empieza el drama!

Espero que les gustara este capítulo tan locochon.

Los amoo muchooo!!

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